XXXI
Crónica del porvenir.– La inauguración sin instalaciones.– Lo que la Exposición ocupa.– Una ojeada.– París viejo.– Cuándo habrá Exposición.– Palacio español.– Los tapices.– Cante y baile flamenco.– Los precios.– Un portero y un conserje.
Tiene El Liberal tan distinguido corresponsal habitual en París, que ya me guardaré yo bien de escribir cartas; pero con mi eterna manía de las crónicas, y habiendo hecho tantas retrospectivas, allá va una que podría llamarse del porvenir.
Inaugurar la Exposición ahora vale tanto como celebrar la procesión de Viernes Santo el primer domingo de Carnaval. Literalmente no se podrán admirar más que los edificios, y la mayor parte de ellos sin concluir: de instalaciones, poquísimo o nada. Pero, así y todo, la Exposición va a ser colosal. De un lado puede decirse que ocupa desde la Escuela Militar hasta el Trocadero: de otro, desde la Explanada de los Inválidos hasta la Avenida de los Campos Elíseos, y siguiendo las márgenes del Sena, desde la Concordia hasta el puente de Jena; quedan dentro de la Exposición el de Alejandro III, el de los Inválidos, el del Alma; una gran extensión del río, orlada por ambas partes de palacios.
No es posible, en una primera visita, ni siquiera contarlos; hay para todos los gustos: industria, artes liberales, educación, instrumentos necesarios para la ciencia, electricidad, medios de transporte, agricultura, alimentación, metalurgia, economía social –en la que se presentan muy curiosos modelos de habitaciones para obreros– y además del interés que despiertan las diferentes clases que el certamen abarca, en punto a distracciones se llega al delirio. El barrio de París viejo, con su carácter feudal y con su ahorcado y todo colgado de un madero, para que se aprecie bien la libertad de aquellos tiempos, constituye una curiosidad sumamente notable; el palacio de la mujer, el del baile, la historia de los medios de locomoción, desde la carreta al automóvil, y todo lo que es reconstituir edades y presentar lo que fue, constituirá uno de los clous de esta Exposición, cuando la haya, que será para Julio.
Nuestro palacio está colocado entre Alemania y Mónaco, en la que ya hoy empieza a llamarse, como en 1878, calle de las Naciones. Salamanca y Alcalá han servido al arquitecto para hacer un edificio muy airoso, muy elegante, muy típico, y que es tal vez el primero que está concluyéndose. No tuve que preguntar cuál era: un revocador cantaba a grito pelado:
«Somos los aragoneses
gigantes y cabezudos.»
Porque el palacio, a pesar de estar muy adelantado, está concluyéndose todavía.
De instalaciones dentro del edificio, ninguna; ni comenzadas. Únicamente trabaja allí el Sr. Stuyck en la colocación de los magníficos tapices de la Casa Real que, según dicen los comisarios franceses, ha enviado D. Luis de Morena. Hasta ahora no tenemos más que un portero, francés por de contado, y le han largado un cachito de bandera española liado al brazo, que el hombre está hecho una lámina que me recuerda aquellos vigilantes de orden público que llamaban en Madrid, por el año 1870, los de la oblea.
También tenemos otro rasgo característico: en los bajos de nuestro palacio está instalándose un café para el que ha debido servir de modelo el Burrero, de Sevilla, con tablado para cante y baile flamenco. Y no es esto sólo; han llegado ya los músicos y las bailaoras. Ayer tocaron al aire libre; de modo que el cante y el baile es la primera manifestación que hemos enviado de nuestra cultura.
Habremos perdido las colonias; pero la guitarra y la caña, eso nunca. Nos quejamos de que nos crean un país de la luna, de majas, frailes y toreros, y lo primero que va a todas partes es el cante flamenco.
Yo ayer iba decentito, para no achicar la patria ni el periódico; llevaba chistera y hasta levita, y sin embargo, un señor de la Comisaría de Noruega me preguntó con muy buenos modos y muy buena fe, si en Madrid andábamos vestidos así.
–No, señor –le respondí;– yo llegué a la frontera de majo y con trabuco naranjero; pero me esperaban en Hendaya con estos trapitos que había encargado a la Bella Jardinera, que es donde nos vestimos en París todos los españoles elegantes.
¡Ah! El contratista de este espectáculo es francés: bueno es que conste.
París tiene la mayor parte de las calles levantadas para distintas obras; los hoteles han subido los precios, en tales términos, que a mí, en el hotel Therminus, donde llegué a las nueve de la mañana y salí a las cinco de la tarde, porque al preguntar precios me escamé, me han puesto dos francos por luz eléctrica. Tengo la cuenta.
Juzguen ustedes a qué precio se pondrán las cosas cuando la Exposición sea Exposición; por lo cual, es muy posible que la exageración de la fiebre del negocio perjudique los intereses del pueblo de París.
Yo, en mi calidad de portero, me he puesto de acuerdo con cierto conserje, que me ha alquilado muy barato un cuarto y una cama, con la obligación de ayudarle a hacer la limpieza; con esto, y con cultivar el ómnibus y la patata, lograré vivir por una friolera.
(Juan Valero de Tornos, Crónicas retrospectivas, Madrid 1901, páginas 345-349.)