XXXIII
Treinta de Junio de mil ochocientos setenta y tres.– Los intransigentes.– Sevilla, Málaga y Alcoy.– Procesos largos.– Madrid se divierte.– Madame Angot.– Cartagena.– Don Nicolás Salmerón, presidente.– División de España en Estados.– D. Carlos.– Renuncia de Salmerón.– Presidencia de Castelar.– Suspensión de sesiones.
Por ciento setenta y seis votos contra diez y seis, se autorizó en treinta de Junio de mil ochocientos setenta y tres al Gobierno que presidia Pi y Margall, para que adoptase las medidas necesarias para el restablecimiento de la paz, y los intransigentes promovieron, me parece que fue por Julio, un debate político, en el que Pepe Navarrete –que entonces era un mozo con tanto talento como hoy, pero con la sangre mucho más caliente– hizo un discurso notabilísimo en la forma y de ruda oposición en el fondo.
Sevilla tenía su Junta de gobierno y se declaró Estado independiente, y en Málaga, D. Eduardo Carvajal gobernaba con completa independencia. Vinieron los sucesos de Alcoy el día 9 de Julio de aquel mismo año, que produjeron la muerte de doce o quince guardias municipales, muchos heridos y que ardiesen casas y fábricas. El general Velarde ocupó el día 13 la población y restableció el orden material, incoándose un proceso que ha durado hasta 1885, que tiene 33.000 folios y en el que declararon más de 1.000 testigos. Esto de los procesos largos, en los que se escribe mucho y en los que acaba por no saberse nada, es genuinamente español. El de Alcoy, el que se siguió a consecuencia del asesinato del general Prim, el de Montjuich y algunos otros, demuestran que los Tribunales, cuya respetabilidad, imparcialidad e inteligencia soy el primero en reconocer, persiguen el cumplimiento de la ley y esclarecimiento de la verdad con sereno juicio; pero prescindiendo en absoluto del tiempo y del espacio, factores que suelen tener alguna importancia en todas las finalidades de la vida.
Mientras los madrileños comentaban los sucesos de Andalucía, de Alcoy y de otros puntos; mientras la República se veía combatida, más que por nadie, por los republicanos intransigentes, funcionaban los teatros y nos divertíamos como si tal cosa.
Alrededor de los tiempos de que vengo ocupándome, se hizo en la Zarzuela Madame Angot, y cuando la Dolores Franco cantaba couplets alusivos al estado del país, el teatro se venía abajo, porque el público, según decía mi amo, debe estar en España compuesto de cesantes, desde el momento en que todo chiste de oposición al que manda, sea el que sea, produce tempestades de aplausos.
Por algo decía aquel lego, en las Memorias privadas que escribía: «Lista de las personas que me revientan: Primero, el prior, sea el que sea.»
Una copla que, si no recuerdo mal, decía así:
«Ya no es posible, ciudadanas,
la natural respiración,
pues ya por puertas y ventanas
hay que pagar contribución;
ricos tesoros de sangre y plata
en guerras gasta la nación,
y si apresamos algún pirata
de fijo viene reclamación.
Si al extranjero le interesa
será mala presa,
será mala presa;
y para ver tal situación
se armó la gran revolución»,
produjo un entusiasmo, como ahora se dice, delirante.
Como si las desventuras no fueran bastantes, vinieron los sucesos de Cartagena, y los sublevados fueron dueños del arsenal, de los castillos y de los buques, proclamaron el Cantón Murciano, y constituyeron un gobierno frente al de la Nación; hasta hicieron moneda cantonal, y a pesar de los esfuerzos de Prefumo y de algunos otros diputados, vino la crisis, en 18 de Julio cayó el Gobierno de D. Francisco Pi y Margall y fue nombrado para sustituirle y formar Gobierno D. Nicolás Salmerón y Alonso. Aquel ministerio, si no recuerdo mal, lo formaban: González Íscar, en Guerra; Carvajal, en Hacienda; Maisonnave, en Gobernación; Soler y Pía, en Estado; Moreno Rodríguez, en Gracia y Justicia; y Fernando González, en Fomento.
Por entonces se propuso la división de España en los Estados de Andalucía Alta, Andalucía Baja, Aragón, Asturias, Baleares, Canarias, Castilla la Nueva, Castilla la Vieja, Cataluña, Extremadura, Galicia, Murcia, Navarra, Valencia, Vascongadas y Cuba y Puerto Rico.
Se proponía consagrar los derechos individuales, separar la Iglesia del Estado, abolir los títulos de nobleza y prohibir en absoluto que los Ministros fueran Diputados ni Senadores, ni pudiesen asistir a las Cámaras, más que siendo especialmente llamados: se creaba el que se llamaba Poder de relación, que debía de ejercer el Presidente de la República, y cada Estado podía darse su Constitución política. Este proyecto lo había presentado a la Cámara, casi coincidiendo con la crisis, la Comisión nombrada al efecto, pero las circunstancias políticas hicieron que ni siquiera se discutiese.
Por entonces algunos militares, entre los que estaban el general Valmaseda, Gasset, Salamanca y algún coronel, se reunían en cierta casa de la calle de Serrano, y se pensaba en un golpe militar exclusivamente al grito de ¡Orden y ejército! Coincidía con estos trabajos el incremento de la guerra carlista y los horrores que éstos cometieron, sobre todo en Puente la Reina, donde algunos prisioneros liberales fueron materialmente asesinados; las atrocidades del cura Santa Cruz llegaban a su colmo, la disciplina del ejército dejaba mucho que desear, el poder civil de los gobernadores era casi nulo, y únicamente alguno, como D. Justo María Zavala, hombre de arraigadas convicciones y gran entereza, organizó expediciones y batió a los carlistas.
D. Carlos había entrado en España, y los intransigentes de la República por un lado y el carlismo por otro, materialmente destrozaban al país.
Salmerón dijo en el Congreso que «la República no podía ser exclusivamente para los republicanos, sino para todos los españoles», y dio su programa, que, en primer término, tendía a afirmar el imperio de la ley, añadiendo que por doloroso que fuera aplicarla a los correligionarios, la aplicaría, para que no se dijese «que las penas eran para los matices políticos, no para los criminales».
A pesar de estos buenos deseos, las fragatas Vitoria y Almansa y el vapor Vigilante salieron con bandera española tricolor y roja; fueron a Almería y otros puntos; y alguno de estos barcos fue apresado por el Federico Carlos, de nacionalidad alemana, barcos que nos fueron devueltos por el Gobierno alemán, no sin que alguien del cantón de Cartagena propusiese declarar la guerra a Prusia.
Y en esta situación, el 5 de Septiembre de 1873, el Presidente de la República, que había hecho cuanto humanamente era posible por encauzar las cosas, presentó a las Cortes el siguiente documento:
«Excelentísimos señores: No creyéndome, en las graves circunstancias presentes, con la representación adecuada a las imperiosas exigencias de la opinión pública para salvar la situación que el país atraviesa, cumplo con el deber de resignar ante las Cortes Constituyentes el cargo de Presidente del Poder Ejecutivo, que se dignaron confiarme en 18 de Julio último.
»Lo que pongo en conocimiento de vuestras excelencias para que se sirvan dar cuenta a la Cámara, a fin de que se digne admitir la dimisión que respetuosamente presento.
»Dios guarde a VV. EE. muchos años. Madrid, 5 de Septiembre de 1873.– Nicolás Salmerón.»
La Cámara nombró Presidente del Poder Ejecutivo a D. Emilio Castelar, que pronunció un discurso admirable, que no solamente produjo efecto en los Diputados, sino que yo, que era celador de una tribuna, recuerdo que se me pusieron los pelos de punta al oír al gran tribuno cuando decía:
«¿Se puede consentir, repito, por mucho tiempo que los convoyes no adelanten; que los oficiales y los jefes retrocedan; que dejen abandonados sus regimientos; que se grite por los soldados: ¡abajo las estrellas y los galones!; que se entreguen los fusiles a los carlistas; que se deprede y se saquee por los mismos elementos destinados a la seguridad individual; que en muchas regiones de España no haya tranquilidad ninguna; que prefieran la facción a las tropas del Gobierno; que Cabrinety muera porque un corneta mande más que él en sus batallones; se puede tolerar que esto suceda mucho tiempo, sin que crean en el mundo, como van creyendo, que la sociedad española ha vuelto al estado primitivo, al estado salvaje, y que sólo ha proclamado la República para darse un barniz de civilización, conservando en el fondo de sus entrañas todos los gérmenes de la barbarie? Pues bien: yo, que siempre he defendido la libertad; yo, que siempre he defendido la democracia; yo, que siempre he defendido la República federal; yo, que siempre he tenido en mi corazón un culto religioso a todos estos principios, yo os digo ahora que lo que necesitamos en este momento, porque la política no es nada o es la transacción entre el ideal y la necesidad, lo que necesitamos es orden, autoridad, gobierno.»
El discurso del nuevo Presidente del Poder Ejecutivo produjo que, por ciento veinticuatro votos contra sesenta y ocho, se acordase la suspensión de las sesiones, dejando la nueva reunión de las Cortes para el 2 de Enero de 1874; y como este mes de Enero tiene tanto que contar, y como esta crónica va siendo más larga que la esperanza de un pobre, aquí la dejaremos, es decir, la dejaré yo, porque ustedes no habrán pasado, y habrán hecho bien, de los primeros párrafos.
(Juan Valero de Tornos, Crónicas retrospectivas, Madrid 1901, páginas 359-367.)