XLIII
Diciembre de 1874.– Un Arzobispo y un teniente general.– Los alfonsinos de Valencia.– Cánovas en el Gobierno civil.– Vacilaciones.– El Círculo Popular Alfonsino.– Los que infiltraban alfonsismo.– La Gaceta y la lógica.– El Ministerio Regencia.– La Comisión que fue a buscar al rey.– Un telegrama.– Dos tendencias.– La política y la agricultura.
Fueron los días aquellos, los últimos de Diciembre de 1874, muy accidentados en las provincias de Castellón y de Valencia.
Cuando en este último punto, y siendo capitán general Jovellar, se verificó en su despacho una reunión, a la que asistieron varios generales y jefes, el actual comandante general de Aragón, Sr. Borrero, con gran discreción y energía, puede decirse que fue quien decidió a Jovellar a hacer la proclamación de D. Alfonso XII, que se llevó a cabo en Valencia, como se había verificado en Sagunto.
Se le mandó al Sr. Arzobispo un recado para que se echaran las campanas a vuelo, y, o no llegó a tiempo, o el encargado de una de las iglesias no tenía la orden, y actuó de campanero un hoy teniente general, de quien ya me he ocupado en crónicas anteriores.
Militarmente la Restauración la hicieron el general Balmaseda, Martínez Campos, Borrero, Aznar, Juanito Salcedo y los hermanos Dabán, secundados y ayudados por otros jefes y por algunos paisanos.
El partido alfonsino de Valencia, mientras –según decía el difunto marqués de Montortal– la pelota estaba en el tejado, guardó prudentísima reserva, compensada con los extremos a que se libró cuando ya la cosa estaba decidida.
Hecha la proclamación, a que se había adherido todo el ejército del Centro, las cosas en Madrid tomaban otro cariz, y el mismo Cánovas, que fue detenido en el Gobierno civil, y que no quería hacerse solidario del movimiento, comprendió que las circunstancias venían derechas, y tomó otros procedimientos, que después de su libertad dieron origen a una reunión, que se celebró por la noche en el Ministerio de la Guerra, de la que salió nombrado el Ministerio Regencia, muchos altos cargos y establecido por completo el nuevo orden de cosas.
Antes de este hecho pasaron muchas horas sin que el entonces capitán general de Madrid, Sr. Primo de Rivera, se decidiese a asociarse al movimiento, y el general Serrano Bedoya, que fue el último Ministro de la Guerra de la Revolución, por escrúpulos militares, muy dignos de tenerse en cuenta, llegó a decir a una persona que fue a verle, que si la guarnición de Madrid tomaba parte en el movimiento tendría que llegar a los mayores extremos.
Estas dudas y estas vacilaciones se prolongaron muchas horas, durante la cuales, en casa del Conde de Cheste estaban reunidos muchos militares; y el Círculo Popular Alfonsino, cuyos más conspicuos eran Federico Arredondo, Paco Guerra, Miguel Bahamonde, mi amo y algunos otros, hervía en movimiento, y se llegó a pensar en apoderarse por la fuerza de las Casas Consistoriales de Madrid, después de haber alguno de estos señores hecho visitas y realizado actos que pudieron muy bien haberles costado sumamente caros.
Los infelices, jóvenes entonces, llenos de entusiasmo, creían que hecha la Restauración, a que tanto habían contribuido, iban por lo menos a tener satisfacciones de amor propio; pero, como decía mi amo, ni esto (poniendo la uña del dedo grueso de la mano derecha en los dientes de arriba).
Ya creo que lo he dicho en otra ocasión en estas crónicas: sin culpa de nadie, por las relaciones necesarias que se derivan de la naturaleza de las cosas, con los servicios políticos ocurre lo que con el pescado: el más fresco es el mejor.
Los periódicos de aquellos días ofrecen curiosidades sin cuento.
Véase la clase: «D. Juan López, corresponsal que ha sido en Madrid durante mucho tiempo de varios periódicos de provincias, ha sido uno de los escritores que constantemente han infiltrado el alfonsismo en toda España.»
Pasma el darse cuenta de las gentes que se habían dedicado a infiltrar alfonsismo en silencio, y cómo salieron a la superficie después que quedó nombrado el Ministerio Regencia.
Curioso fenómeno es el observar cómo las situaciones que cuentan con más entusiastas, los pierden en cuanto pierden la Gaceta que se considera como un periódico oficial, y que debe ser, en mi opinión, profundo tratado de lógica por lo bien que convence.
Pero con estas observaciones me desvío de mi misión histórica –a cualquier cosa puede llamarse historia– y no he dicho a ustedes que el ejército del Norte se adhirió también al movimiento, y que el general Serrano telegrafió a Madrid manifestando hallarse dispuesto a conservar la disciplina y la obediencia al Gobierno que en Madrid se estableciese.
La guarnición de la capital declaró, por boca del Capitán general D. Fernando Primo de Rivera, que sostendría el orden; pero que no se separaría de la resolución patriótica tomada por sus compañeros; y el Capitán general, acompañado de varios jefes y oficiales, se presentó al Sr. Sagasta, manifestándole cuál era su actitud. El Presidente del Consejo, según afirmaban los periódicos de aquellos días, protestó con entereza y resignó el mando, quedando desde este momento el general Primo de Rivera investido de todos los poderes, que entregó a la primer Junta alfonsina que se constituyó con D. Antonio Cánovas del Castillo, Conde de Cheste, el general Quesada, D. Francisco Romero Robledo y varios ex ministros de distintas procedencias.
Se nombró el ministerio, llamado Ministerio Regencia, que quedó así constituido:
Presidencia, Cánovas del Castillo.
Estado, Castro (D. Alejandro).
Gracia y Justicia, Cárdenas (D. Francisco).
Hacienda, Salaverría (D. Pedro).
Guerra, Jovellar (D. Joaquín).
Marina, Marqués de Molins.
Gobernación, Romero Robledo (Don Francisco).
Fomento, Marqués de Orovio.
Ultramar, D. Adelardo López de Ayala.
Como no estaban en Madrid todos los nombrados, se encargaron de las carteras, interinamente, el general Primo de Rivera y algunos más.
Fue nombrado Gobernador el Duque de Sesto, Alcalde el Conde de Toreno, y Secretario del Gobierno civil Federico Villalba, y me acuerdo que fueron suprimidos los periódicos siguientes:
El Imparcial, El Pueblo, El Correo de Madrid, La Bandera Española, El Cencerro, La Prensa, La Iberia, El Gobierno, La Igualdad, El Orden, La Discusión y La Civilización.
El día 2 de Enero de 1875, cuando ya todo era júbilo y lucha por credenciales, porque el amor al presupuesto no entra en el modernismo, por más que algunos crean lo contrario, salió de Madrid la Comisión que iba a buscar al Rey, compuesta del Marqués de Molins, los Condes de Valmaseda y Heredia-Spínola y D. Ignacio José Escobar, director de La Época, y después primer Marqués de Valdeiglesias.
Mi amo creo que conservó mucho tiempo un telegrama de puño y letra de Cánovas del Castillo, redactado de acuerdo con el general Primo de Rivera y dirigido a la Reina Isabel, que si no recuerdo mal, decía así:
«Los ejércitos del Centro y del Norte, y las guarniciones de Madrid y las provincias, han proclamado a D. Alfonso XII Rey de España. Madrid y todas las poblaciones responden a esta aclamación con entusiasmo. Felicitan respetuosamente y de todo corazón a V. M. por este gran triunfo, alcanzado sin lucha y derramamiento de sangre.»
El contenido de este despacho venía ya a marcar la política de ancha base que D. Antonio logró establecer, y a que más tarde aludía, diciendo que había venido a continuar la Historia de España. Moyano y los representantes del antiguo partido moderado comenzaron ya a distanciarse del jefe de los alfonsinos, y ocurrió, según decía un conspicuo de aquella época, que la Restauración fue algo así como el coronamiento de la obra revolucionaria, puesto que había de aprovechar a los que fueron sus enemigos. Y a esta teoría –lo que prueba que nada es nuevo en este mundo– opone un conspicuo de hoy la afirmación siguiente:
«Si la República se hiciese en España, sería para los conservadores.»
Lo que prueba que en la agricultura de la política –que si la hay hidráulica, no sé por qué no ha de haberla agrícola– rara vez recoge la cosecha el que la siembra, por lo cual hay muchos, y hacen bien, que empiezan las faenas ya cuando el trigo está en la parva, economizándose el arado y otras operaciones exclusivamente reservadas a los gañanes, que no suelen ser los más filósofos de la gente agrícola, y que en definitiva abren los surcos para todos.
Con la proclamación de D. Alfonso queda terminada, en lo que a la política se refiere, esta primera parte de mis Crónicas, en las que, a vuela pluma y sin pretensión de ninguna especie, he relatado algo de lo que he visto desde 1854 hasta 1875, y si Dios me da vida y la memoria no me abandona por completo, he de cumplir mi compromiso escribiendo una segunda parte con los hechos ocurridos en España, lo mismo en la política que en otro orden de actividades, desde la proclamación del Rey hasta su muerte, y allí dará fin el portero del Observatorio a sus modestísimos recuerdos, porque los hechos acaecidos durante el periodo de la Regencia son de hoy, y al hablar de ellos, más que una curiosidad, resultaría una verdadera lata, palabra que en el sentido que aquí se emplea, como ustedes no ignoran, viene del latín.
(Juan Valero de Tornos, Crónicas retrospectivas, Madrid 1901, páginas 453-461.)