Filosofía en español 
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Sebastián y Bandarán
 

Influencia de la mujer
en la criminalidad

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Trabajo escrito por
D. José Sebastián y Bandarán

Presbítero de la Unión Apostólica de Sacerdotes Seculares
y Miembro de la Real Asociación San Casiano
 

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Premiado en el XI Certamen Científico, Literario Artístico y Pedagógico celebrado con la cooperación de las Autoridades Sevillanas en el mes de Noviembre de 1911
por la mencionada
Real Asociación de Maestros de 1.ª Enseñanza
San Casiano
establecida en la Iglesia del Sagrado Corazón de Jesús
de Sevilla

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Con licencia eclesiástica

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Es propiedad

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SEVILLA, 1912
Oficina tipográfica El Correo de Andalucía


A la “Concepción Dolorosa” de la Primitiva y Pontificia Archicofradía de Jesús Nazareno y Santa Cruz en Jerusalén, de Sevilla.

¡Madre bendita entre todas las mujeres, toda hermosa y libre de la mancha de origen, rama frondosa, sin el nudo de la culpa primera y sin la corteza del pecado actual, que aplastaste con tu virginal planta la cabeza de la antigua serpiente! dígnate, juntamente con tu Divino Hijo, bendecir esta sencilla ofrenda, para que su lectura produzca frutos ubérrimos en las familias y en la sociedad, como intentó al trazar estos renglones el último de tus nazarenos.

José Sebastián y Bandarán, Pbro.
U. A.

Sevilla, 2 de Enero de 1912.– Día de la venida de Nuestra Señora en carne mortal a Zaragoza.




 

Tema 3.º– «Influencia de la mujer en la criminalidad.»

Lema.– «Loex clementiæ in lingua ejus.» Parab. c. 31.

 

Quiso Nuestro Señor al criar la mujer, darle una cualidad especial, una nota característica, que fuese como el distintivo de su condición; y para ello dotó su corazón de exquisita sensibilidad, de ternura delicadísima, de fibras muy sensibles, capaces de conmoverse ante todos los dolores, de estremecerse en presencia del más ligero sufrimiento.

Nada, por tanto, más distante de la condición femenina, que la dureza de corazón; nada más lejos de la mujer, que la depravación de sentimientos, que la insensibilidad al dolor propio y ajeno, patrimonio tristísimo de algunos, por fortuna pocos, hombres para quienes la nobleza de sentimientos, la caridad cristiana, en una palabra, es cosa por completo desconocida.

Y, no obstante lo más arriba afirmado, tocole a nuestro siglo, tuvo nuestra época la horrible desgracia de presenciar el espectáculo lastimoso del crimen realizado o aconsejado por quienes naturalmente deberían execrarlo y anatematizarlo, y cooperar eficazmente a que los hombres se apartasen de práctica tan feroz e inhumana...

Después de preceptuar en el Decálogo los deberes que nos ligan para con Él, quiso Nuestro Señor expresar claramente los que tenemos para con nuestro prójimo, asegurando así el sagrado de su persona, de sus bienes y fama, de su vida principalmente, bien el más estimable juntamente con la honra, de los que, por la liberalidad del Supremo Hacedor, disfruta el hombre sobre la tierra.

Grave, por lo tanto, gravísimo mal es el crimen, o sea «el acto por el cual, directa y formalmente priva, total o parcialmente, el ser humano a otro semejante, de la vida corporal, de alguno de los miembros que integran nuestra naturaleza, o de la salud necesaria para la vida perfecta»; pero crece la gravedad de este mal, aumenta el horror que lleva consigo aparejado el crimen, si le vemos realizado o aconsejado por la mujer, ya que por su natural condición es el ser más dispuesto a la sensibilidad y a la ternura.

Y ésta es, como veíamos anteriormente, una de las más claras señales de la corrupción de la época presente; basta comparar las estadísticas criminológicas para notar el aumento incesante de la influencia de la mujer en los hechos que, por su gravedad o por sus circunstancias, conmueven la opinión pública, en esos crímenes horrendos, que parecen realizados por seres sin corazón, por monstruos sin entrañas.

Urge, por tanto, poner remedio a tan grave mal; es necesario descubrir esa horrible llaga que amenaza al orden social, y aplicarle sin demora los remedios oportunos; tal es el fin que se proponen estas sencillas reflexiones: señalar las causas del mal que deploramos, y después los medios más aptos para evitarlo. ¡Quiera el Señor dar celo a nuestras almas, para que, sin descanso, trabajemos en la noble empresa de la dignificación de la mujer, apartándola de la pendiente del vicio, que conduce al crimen y a todas las maldades!

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1.º De dos maneras puede, y de hecho, influye la mujer, en la realización del enorme delito, que llamamos crimen, condenado por las leyes divinas y humanas; positiva y negativamente, y aunque ambas cooperaciones al crimen, sean punibles, no hay duda que la primera, por lo mismo que influye más inmediatamente en su realización, es más abominable y de más perniciosos resultados.

(a) Cooperación negativa.– En la capital de Andalucía, no ha mucho tiempo, un hombre, envejecido en el crimen, expiaba, muriendo en afrentoso patíbulo, la deuda contraída por sus culpas; quiso Nuestro Señor traer a buen camino a aquel desdichado, cuando ya la muerte le salteaba, y deparole un religioso celosísimo, que le asistió en el pavoroso trance.

Absoluta era la ignorancia del reo en materias religiosas y fue preciso instruirle en lo más indispensable del Catecismo; mas estas profundas verdades que aprendió, juntas con la consideración de la cruenta Pasión del Hijo de Dios y su amor inmenso al hombre, que el buen religioso sugería al criminal, movieron su corazón, hasta entonces de bronce, y con bramidos de dolor, más que con palabras, confesó sus culpas y detestó sus enormes delitos...

Mas antes de morir, y a esto va dirigido este relato, hablando con el citado religioso, fulminó ésta no menos cierta, que terrible sentencia: «la mala educación que recibí de mi madre, es la que me trae a morir en tamaña vergüenza; si mi madre me hubiera enseñado a su tiempo, todo esto que usted, Padre, me ha hecho conocer ahora, es seguro que no me vería en este terrible patíbulo.»

Así habló el reo, señalando sin querer, la influencia negativa de la mujer en la criminalidad.

Hechos semejantes al referido, suceden con lamentable frecuencia; por tanto necesario es señalar en qué consiste esta influencia negativa o menos directa, de la mujer en el crimen, con el fin de poner freno, de evitar en lo posible, tamaño mal.

«Influye negativamente la mujer en el crimen, cuando desatendiendo los estrictos y sacratísimos deberes, que le imponen el cargo de madre, tutora o maestra, no cuida de instruir a sus hijos, encomendados y discípulos, en las santas lecciones de la doctrina de Jesucristo Señor nuestro.»

Nada hay, en efecto, que tenga fuerzas suficientes para sujetar las pasiones del hombre, como la práctica de la religión católica; no hay doctrina, por sublime y excelente que nos la figuremos, fuera de la doctrina cristiana, capaz de llevar al hombre a devolver bien por mal, a perdonar generosamente a su adversario; a hacer, en una palabra, desaparecer el crimen de sobre la tierra; consecuencia legítima de esta verdad es que, si el hombre desde la cuna recibe una sólida y piadosa educación, si es instruido cuidadosamente en los deberes que para con Dios, para consigo mismo y para con sus prójimos tiene, aquel hombre será, salvo rarísimas excepciones, la honra de su pueblo, la esperanza de su hogar, la protección de sus hermanos; mas, si por el contrario, crece el niño como tierra inculta, sin recibir ni la más indispensable instrucción, desconociendo sus múltiples obligaciones, atento sólo a escuchar la voz de sus pasiones, sin duda alguna, ese niño será el vago de hoy, el vicioso de mañana, el feroz criminal de más tarde, y su madre, que recibió de Dios, junto con la maternidad, el cargo importantísimo de educarlo para el cielo, y la maestra o encargada de velar por su instrucción en la niñez, serán responsables ante Dios y ante la sociedad de tantas iniquidades, originadas por sus culpables negligencias.

Pudieran señalarse otras maneras de influir de un modo negativo la mujer en el crimen, pero todas ellas están comprendidas en la ya mencionada, que es el origen, la raíz de todas ellas y; por tanto, de importancia capitalísima; que si grave es la obligación de los padres, sobre todo de la madre, ya que a ella toca por naturaleza el cuidar de continuo al niño, de suministrarle con la leche corporal el nutrimento de su espíritu, la santa doctrina de Cristo Jesús, gravísimos son los males que provienen de olvidar estos deberes, y terrible es la responsabilidad de la mujer al influir, de manera negativa, es verdad, pero certísima, en los desórdenes, en los crímenes, que hubiera evitado, instruyendo debidamente a la niñez.

(b) Cooperación positiva.– Indicado ya, con la brevedad exigida por los límites de una monografía, en qué consista la cooperación negativa de la mujer a la criminalidad, es necesario ahora, tratar de la cooperación positiva o directa; y como en la negativa, haremos uso de un hecho histórico, para esclarecimiento de la doctrina.

«Celebraba el tetrarca Herodes el aniversario de su natalicio, y terminado el suntuoso banquete, organizose un baile en los salones del palacio en que moraba; complació sobremanera al tetrarca la manera de danzar de Salomé y juró darle cualquier cosa que pidiese, aunque fuese la mitad del reino.

Suspensa quedó la bailarina, y consultó a su madre Herodias, qué pediría a Herodes; la madre, que odiaba al Bautista, porque celoso de la honra de Dios, le reprendía por haber dejado a Filipo su legítimo marido y vivir en torpe maridaje con Herodes, encontró ocasión propicia para deshacerse de él, pidiendo su cabeza, e instó a Salomé, la que manifestó al tetrarca sus deseos.

Trabajo grande costó a Herodes acceder a las peticiones de la saltatriz, porque amaba a Juan el Bautista, reconociéndolo justo y santo, a pesar de sus reprensiones; mas obligado por los respetos humanos, cediendo sobre todo al influjo de Herodias, mandó a sus lictores que presentasen en magnífica bandeja la cabeza del mártir, detenido por entonces en la cárcel, consumándose de este modo la vida gloriosa del Bautista y el crimen horrendo de Herodes, bajo la influencia de una mujer.»

En estos términos describe claramente el Evangelista la influencia de la mujer en el crimen, cooperación, que en los tiempos actuales es, por desgracia, frecuentísima y desconsoladora.

«Coopera, pues, positivamente la mujer al crimen, cuando abusando del decidido influjo que ejerce sobre el hombre, lo incita, lo empuja, por decirlo así, a la realización del execrable delito, llamado crimen.»

Uno sólo es el móvil que lleva a la mujer a tan directa cooperación en el crimen; a saber, el vicio, bajo sus múltiples y variadas manifestaciones; pero entre todas las formas de que suele revestirse el vicio, dos son las que ordinariamente se apoderan del ánimo femenino y le llevan a tan horrendo precipicio; dos son las manifestaciones del vicio que, logrando entrar en el corazón de la mujer, echan en él profundas raíces y le pervierten y corrompen, hasta hacerle cómplice vil, instigador del crimen; que, a tales extremos conducen a la mujer, el lujo y la impureza.

El lujo, esa terrible enfermedad social, con sus secuaces, el afán de diversiones y espectáculos, saraos y convites, hija legítima de la soberbia y de la envidia es, sin duda, la que casi siempre origina la cooperación de la mujer al crimen; y no puede menos de ocurrir así; es insaciable la mujer lujosa, no hay capital que baste a proporcionar las ilusorias necesidades exigidas por el cruel tirano llamado moda, y por el capricho de una frívola mujer, cuyo vacío corazón no pueden llenar las mil bagatelas con que pretende ataviarse; el resultado es que, consumida en breve una cuantiosa fortuna, exige la tirana, mejor que mujer, a su padre, hermano o marido, las cantidades necesarias para proseguir en el camino emprendido, y faltando medios lícitos de procurar tan crecidas sumas, empréndese ilícito camino, el robo, el fraude, y después, como consecuencia ineludible, el crimen, el suicidio…

Llena está, la historia de la humanidad, de crímenes enormes, realizados por la sugestión y consejo de una mujer esclava del lujo, entregada a la vanidad, cuyo único anhelo ha sido tener a manos llenas el dinero necesario para su vicio, sin reparar en obstáculos, sin conocer límites en sus insanas aspiraciones.

Tales son los desastrosos efectos de este vicio, que de tan universal manera invade hoy a la sociedad, que juntamente con la impureza, amenaza destruirla, al corromper y desmoralizar la familia, que es su fundamento.

La impureza, he aquí el otro vicio, que conduce a la mujer a influir en la criminalidad, vicio que si es degradante y afrentoso en sí mismo, en la mujer es repugnante, insufrible, por lo mismo que se opone totalmente al pudor, a la castidad, virtud característica del sexo femenino, y su más preciado tesoro, ennoblecido por Nuestro Señor, que quiso nacer de la Mujer más pura, de la Virgen sin mancilla, desde el principio de su ser.

Efecto de la impureza es la ceguedad del entendimiento y la dureza del corazón, y tanto se ciega la razón de la mujer lasciva, de tal modo se endurecen sus entrañas, que no duda, por gozar de engañosos deleites, deshacerse de las personas que pueden servir de obstáculo para la realización de sus designios; ella arma el brazo de su cómplice, le urge para que haga desaparecer los enojosos testigos de sus infidelidades y vergüenzas, y a veces a las personas que por su virtud, son frenos que contienen el curso precipitado de sus liviandades, y herido por el puñal homicida muere el padre o la madre, el esposo o los hijos que no ha vacilado en sacrificar el impúdico amor, la bestial concupiscencia de una mujer, esclava de la lascivia.

Esta es la historia de los crímenes que, casi a diario, nos hacen estremecer; a tan trágico fin conduce la impureza a sus esclavos; a este grado de maldad llega la mujer cuando, rotos los frenos del temor de Dios y de los hombres, se entrega en cuerpo y alma a los vicios, olvidando su noble misión en la familia y lo excelso de los premios aparejados para la mujer, que sabe cumplir con su cargo de Ángel del hogar.

Pudieran, ahora, ser estudiadas otras manifestaciones del vicio, que también conducen a la mujer a que coopere al crimen, pero todas ellas, si bien nos fijamos, reconocen por causa al lujo o a la impureza, que acabamos de reseñar.

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II. Conocida ya, en toda su gravedad, la influencia de la mujer en la criminalidad, es necesario señalar los remedios que puedan atajar los progresos, siempre crecientes, de tan horrible enfermedad social y moral; y como según vimos, negativa y positivamente coopera al crimen la mujer, dos deben ser los medios que debemos emplear para quitar de raíz, si posible fuera, tan dañosa influencia, aplicado cada uno de estos remedios, respectivamente, a cada una de las cooperaciones indicadas.

(a) No hay remedio más eficaz contra la cooperación negativa de la mujer al crimen, como el instruirla sólidamente, desde sus primeros años, en el Catecismo de la Doctrina Cristiana; la mujer, así educada, rodeada además del buen ejemplo de sus padres y mayores, practica a su vez estas saludables enseñanzas, y cuando le llega la hora de educar a sus hijos, sabiendo, como sabe, el valor de sus almas, pues conoce que están redimidas con la Preciosa Sangre de Nuestro Salvador, les inspira el amor a Dios y al prójimo, el horror al pecado, con la vehemencia con que lo hacía aquella cristiana madre de San Luis, rey de Francia: «hijo mío, hijo mío, le decía doña Blanca, mejor quiero verte muerto entre mis brazos que ver manchada tu alma con un solo pecado mortal»; enséñalos a perdonar las injurias, devolviendo heroicamente bien por mal, en una palabra, los hombres educados por mujeres piadosas, no pueden llegar a ser criminales, y si lo son, despreciando la instrucción que recibieran, sus madres no cooperarían a sus crímenes, sino que, por el contrario, recibirán del Señor el premio por sus desvelos y cuidados, aunque sus hijos no produzcan los frutos sazonados de virtud que podían esperarse, dado lo sólido de su instrucción religiosa.

Aprenda, pues, la niña, el Catecismo: practíquelo y véalo practicar a los que le rodean, que ésta niña será mujer y madre, y la Iglesia y la Sociedad recogerán en sus hijos el fruto de su educación.

No por otra razón, deseando ardientemente el Sumo Pontífice Pío X restaurar todas las cosas en Jesucristo Nuestro Señor, «excita el celo de todos para que los niños sean instruidos sólidamente en el Catecismo Cristiano, esperando obtener de estos niños los más felices resultados».

(b) El remedio contra la influencia positiva o directa de la mujer en la criminalidad, es consecuencia del anterior, o mejor dicho, el anterior llevado a su última perfección; pues consiste en la educación del corazón, en la formación de la voluntad, ideal de la instrucción verdaderamente cristiana.

Apenas llegada a edad conveniente, entra la mujer en el mundo, tiene que librar terrible batalla con el vicio, que bajo la forma de lujo primero, y más tarde de impureza, intenta apoderarse del tierno corazón femenino y echar en él hondas raíces, y precipitando a la mujer de abismo en abismo, la lleva a que coopere al crimen; larga y difícil es la lucha, pues conociendo bien el común enemigo del humano linaje lo que vale una mujer, una madre cristiana, pone en juego su actividad toda para pervertirla, para privar a la sociedad del bien que ella pudiera reportarle.

De aquí la necesidad de educar el corazón de la mujer, de fortificar su voluntad para que no perezca en la lucha, sucumbiendo bajo la tiranía del vicio; he aquí por qué es necesario prevenir a la mujer, para que resista valerosamente, hacerle conocer los efectos desastrosos del lujo para el individuo y la sociedad, demostrarle al mismo tiempo cómo la sencillez y naturalidad son el más rico atavío de la mujer; y después de descritos los resultados del lujo, cuando la mujer lo deteste, hay que plantar en su corazón el amor a la santa virtud de la pureza, tesoro el más precioso que iguala a los hombres con los Ángeles, manifestándole al par lo monstruoso de la mujer impura, vergüenza y oprobio de su pueblo y su familia, cooperadora segura de maldades y crímenes.

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Descubierta ya la horrible llaga de la influencia de la mujer en el crimen y señalados los únicos remedios que pueden evitar tan grande mal, sólo resta, animados de santo celo por la dignificación del sexo femenino, poner manos a la obra.

Todos, pero en especial los padres y educadores de la niñez, deben animosamente emprender este fecundo apostolado.

¡Empiece nuestra amada Patria a educar de este modo a la mujer y, en vez de afligirse al contemplar la creciente influencia del sexo débil en el crimen, podrá gloriarse de producir mujeres émulas de Teresa de Jesús y la Reina Isabel la Católica!

 

8 Septiembre 1911.– Fiesta de la Natividad de Nuestra Señora.

Trabajos del mismo autor

Sevilla en la Guerra de la Independencia.– Premiado en el VIII Certamen de la Real Asociación «San Casiano», Sevilla 1908.– Imprenta de El Mercantil Sevillano.

Muerte edificante.– Artículo publicado en la Revista Católica de Sevilla.– Diciembre 1910.

Últimos días de un Apóstol.– Datos sobre la enfermedad y muerte del R. P. Tarín S. J., Sevilla 1911.– Librería San José.

San Ignacio de Loyola considerado como pedagogo.– Premiado en el IX Certamen de la Real Asociación «San Casiano».–  En prensa.

Toribio de Velasco.– Premiado en el X Certamen de la Real Asociación «San Casiano».–  En prensa.

El Arcediano de Carmona D. Mateo Vázquez de Leca y el Dogma de la Inmaculada Concepción.– Discurso pronunciado en la Solemne velada celebrada en la Universidad Pontificia de Sevilla, en honor de la Inmaculada, en Diciembre de 1907.– En prensa.

Pedagogía Cristiana y corrientes modernas en la enseñanza.– Conferencia leída en la Sesión General celebrada por la Real Asociación «San Casiano» en 30 de Enero de 1910.– En prensa.


{ Transcripción del texto íntegro contenido en un opúsculo –formato 100×150 mm, 16 páginas más cubiertas– impreso en Sevilla sobre papel en 1912. }