Filosofía en español 
Filosofía en español

cubierta

Gil Benumeya

Ni Oriente ni Occidente
El Universo visto desde el Albayzín

Biblioteca Hispano-Marroquí
Compañía Ibero-Americana de Publicaciones, S. A.
Madrid

[ cubierta de MB ¿Mariano Bertuchi? ¿Manuel Benet? ]
gil benumeya
ni Oriente ni Occidente
El Universo visto desde el Albaycín
Compañía Ibero-Americana de Publicaciones, S. A.
Librería Fe. Madrid

[ contracubierta ]
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Precio: 5 ptas.




Índice

Rasgueo. En el nombre de Dios, clemente y misericordioso.– A modo de prólogo.– Hacia una metodología granadina.– Semitismo de Europa, 7

Negro. Aparición del mundo meridional.– Las palabras “Oriente”, “Occidente”.– Una tercera palabra: “Mediodía”.– Las características de “Oriente”, “Occidente” y “Mediodía”, según el semitismo.– El problema de la Jerarquía y la diversidad.– La idea “hombre” en los tres grupos de Humanidad.– Precedentes musulmanes a Bergson.– Fatalismo musulmán, 11

Azul. La esencia del Islam.– La emoción islámica en Granada.– Más fatalismo musulmán: El Kismet o Sino meridional.– Hacia una unidad del monoteísmo.– Teoría y práctica de la religión musulmana.– La “Yemaa” o consensus del Islam.– La moral musulmana, 49

Amarillo. Divagaciones en torno al arabesco.– Ante las ruinas de la Alhambra.– Arabesco bereber y andaluz.– La deshumanización del arte, según Ortega y Gasset: Un pequeño comentario andaluz.– Teoría estética del arabesco.– Realicismo mágico.– El “Auriga” helénico, símbolo primario del Mediodía, 93

Rojo. Introducción al Casticismo.– Los problemas de la diversidad y la “Cultura” en Europa.– Hacia una articulación musulmana y andaluza de la “Cultura”.– Una ciencia extraña: la “GEOPSIQUIA”.– “Hondura” y “Flamenquismo”.– El Islam ante los problemas “Raza”, “Pueblo”, “Nación”.– El “hombre-ejemplo” en el mundo semita.– El amor, suprema realidad, 135

Blanco. Amor, Muerte y Baño.– Granada, centro del mundo.– El Albayzín y su valor supremo.– La rosa de los vientos o el Universo desde el Albayzín.– El mundo ibérico y la “Cultura” andaluza.– Preparación para el estudio del amor.– Muerte y Baño.– El Cante andaluz, esencia de todas las posibilidades raciales, 191.

Es-Selam. Resumen final.– La cueva del Moro Muza.– El valor de la ciencia.– La continuidad del andalucismo, 262

Obras del autor.

[páginas 265-266]




A los tres pueblos semitas del Poniente, que viven bajo la bandera de España:

Los Andaluces.

Los Sefardíes.

Los Marroquíes.

[página 5]



Rasgueo

En el nombre de Dios, clemente y misericordioso

El problema esencial de la Humanidad actual es el problema Oriente-Occidente. El problema central de Oriente-Occidente es el problema semita. Semitas de Europa (Bergson, Einstein, Freud, Curie, Hertz, Marx, &c.) han creado la febril vida moderna, plena de inquietud, y van a la cabeza de todos los ideales; entre ellos abundan los semitas de Iberia, península hermana de la arábiga (Iberia y Arabia son pedazos de África artificialmente adheridos al bloque eurasiano). El renacimiento del semitismo en el Levante se centraliza en torno a una ciudad vieja: Jerusalén. El renacimiento del semitismo en el Poniente tiene por base a Granada, única ciudad española que no es “provincia”; avanzada morisca de la cultura “mágica”; último baluarte del andalucismo; síntesis de todos los ensueños y todas las evocaciones. Su voz debe acompañar a la voz de los profetas, cuyo eco resuena en los cerros de Sión. En el concierto de los imperialismos espirituales los andaluces pondremos un imperialismo guasón, flotante entre el misticismo y el chiste, preocupado de asegurar el concepto semita que considera la vida como algo sublime, inspirada en un modelo divino y ajeno a la tiranía panteísta de la materia; como algo trágico, ni optimista ni pesimista, ansia de vivir regocijadamente cada momento, por si fuese el último, de obtener la alegría por el amor, única razón de ser de la vida (amor a Dios nuestro padre, amor humano ligado a la especie, pero exento de celo animal; amor a lo bello, amor a la pureza, al baño de almas y cuerpos).

Este pequeño ensayo (prólogo de una labor continuada; simple metodología iniciadora para el estudio de un problema nuevo) intenta buscar el enlace entre los nuevos ideales del siglo XX y el ideal eterno del semitismo que en la Andalucía de Maimónides, Averroes, Séneca, Aben-Hazam, Aben-arabi y Ganivet (el último morisco) ha dado sus mejores frutos; iniciar la incorporación de la juventud meridional ibérica al ideal de sus hermanos los semitas cristianos, musulmanes y sefardíes que hoy renacen desde el ibérico Tánger a la santa tierra de Palestina, desde el católico monte Líbano a la musulmana Meka. Estas páginas (como el rasgueo preliminar del guitarrista antes de la copla “Honda”), son, además, el fuego preliminar de una algara morisca entre los riscos de la sierra, la respuesta del África brava al alarido de Pío Cid, en las cumbres del Veleta. Ante la decadencia del Occidente viejo y la barbarie nueva del Asia en pie, Andalucía resucita para salvar a España y suena en el Mulhacén el grito granadino ¡Allah u Qelbi! El Catolicismo, el Sefardismo y el Islam, las tres religiones del Sur que hoy conviven en Marruecos, deben unirse fraternalmente contra la impiedad pagana, el materialismo y el falso espíritu bíblico de protestantes y “modernistas”. El alma semita, hija de la Biblia, es la única esperanza de la Humanidad actual.




Negro

Aparición del Mundo meridional

¿Qué es Oriente? ¿Qué es Occidente? Preguntas esenciales y terribles, complejas y enigmáticas como «la sonrisa de la esfinge». Alrededor de ellas gira vertiginosa la mentalidad universal del nuevo mundo que nace. Spengler, Keyserling, Wells, Ferrero, Maeterlinck, Romain-Rolland, Weizmann, Sokolow, Jabotinsky, Tagore, Gandhi Mohamed y Shaukat Ali, Habib-Estefano, Tolstoy, Dostoiewski, Kipling, Einstein, Okakura-Kakuzo, Lenín, Mussolini, Kemal-Pachá, Zaglul-Bajá, Riza-Jan; en España, Ortega Gasset, Azorín, Ricardo León, &c., &c., todos los hombres culminantes en cualquier género de actividad sienten en su alma el angustioso problema como un zarpazo. Y, sin embargo, es un sencillo espejismo; ante la tierra redonda es difícil marcar la frontera precisa. (Los Estados Unidos son el Oriente para el Japón, China, su Occidente.) Si se va al Sahara se va a Oriente; si al Cabo, a Occidente. Pero, ¿y Rusia? ¿Y los negros? ¿Y el pueblo de Israel?

En realidad, el tema Oriente-Occidente es un sofisma político análogo al “Derechas e Izquierdas”, “Helenos y Bárbaros”, “Democracia y Autocracia”. Lo esencial es el Asia, enorme y milenaria, plena de muchedumbres. Europa se siente apéndice de Asia, y Asia quiere avasallar a Europa europeizándose. Hay un espíritu occidental de Oriente que galvaniza al Asia al contacto de energías europeas, y hay también orientalismo de profesión, alemanes que se sienten budistas y japoneses que se sienten romanos. He aquí los sofismas fundamentales de orientalismo y occidentalismo:

Oriente, conciencia de una misión; Occidente, conciencia de acción; Oriente, idealismo; Occidente, positivismo; Oriente, patriarcal; Occidente, mecanicista; Oriente, romántico; Occidente, práctico; Oriente, sueño; Occidente, inquietud; Oriente, espíritu femenino; Occidente, espíritu masculino; Oriente, unidad; Occidente, diversidad; Occidente, autoridad, Oriente, masa; Oriente, impiedad, paganismo; Occidente, cristianismo; Oriente, reacción; Occidente, modernismo; Oriente, milenario; Occidente, modernista. Y luego los conceptos populares, acaso más extendidos que las especulaciones de los eruditos: Oriente, ropas largas y flotantes; Occidente, ropas ceñidas; Oriente, barbudo y melenudo; Occidente, pelado y barbilampiño; Oriente, la mujer sumisa; Occidente, la mujer emancipada; Oriente, ampliación de la máxima persa «Un árbol, una fuente y un tapiz»; Occidente, «La lucha por la vida»; Oriente, razas de color; Occidente, supremacía del hombre blanco. ¡Error sobre error, absurdo sobre absurdo!

No pretendo resolver el más arduo de los problemas contemporáneos, ni mucho menos apuntar una solución parcial. Solamente aspiro a hacer entrar en el escenario de la política mundial un tercer personaje (en realidad, el verdadero protagonista) que está en el centro de todos los conflictos y al cual se le niega personalidad. Es el Mediodía, el ardiente mundo del Sur, puntiforme y apasionado; el mundo moreno y negro, apretado entre el África del Sur y la azul ribera del bajo Mediterráneo, desde la estepa de la Mancha al ardiente valle del Ganges. Es el mundo de los persas, los semitas, camitas y libio-iberos, los griegos y los negros; es la ampliación del espíritu caldeo-asirio, la máxima extensión de la zona cultural de los desiertos. Agrupados alrededor del “mundo mágico”, de Spengler, los países netamente meridionales se extienden desde Andalucía y Marruecos a Persia sobre tierras musulmanas que formaron parte del Jalifato árabe; tienen sus baluartes avanzados en Grecia, Andalucía, Afganistán (desde donde las influencias meridionales hacen algaras hacia Macedonia, Italia hacia Toledo, Valencia y hacia la India del Norte), y una extensa zona de expansión en toda el África negra, donde los moros sudaneses, los caravaneros argelinos, la cofradía Sennusia de Cirenaica y los imperios egipcio y etíope avanzan sin cesar ayudados por la imaginación indo-musulmana en la costa oriental y por los treinta millones de negros mahometanos.

Su centro, su verdadera casa solariega, es el conjunto de tierras conocido tradicionalmente por el pueblo mediterráneo con el nombre de El Levante, y en cuyo concepto entran actualmente los siguientes países:

Tierras árabes y neo-árabes: Mesopotamia, Al-Bahrein, Hiyaaz-Neyy, Yemen, Assir, Hadramaut, Aden, Transjordania, Palestina, Siria-Líbano, Egipto-Sudán, Omán, Yebel-Druso, Túnez, Libia.

Tierras no árabes: Albania, Grecia, Chipre.

Grupos nacionales sin territorio fijo: Hebreos sefardim y askenazim, armenios, caucasianos de Georgia y Circasia, caldeos.

Este es el Levante propio, cuna de todas las culturas y todas las religiones, eje de la Humanidad, tierra mágica y milenaria a la cual se quiere hoy convertir en un simple apéndice del asiaticismo, o en intermediario Oriente-Occidente, un pequeño mestizo. Esta es la tierra sagrada que hoy se alza gritando para reclamar su papel de cabeza del Sur; a sus flancos están las tierras hermanas del Irán y el Mogreb, apoyando y defendiendo el levantinismo. Irán, de Persia; Afganistán, Beluchistán y los parsis de la India; Mogreb, de Argelia, Sahara, Mauritania, y las tres zonas marroquíes.

Por último, el África central y meridional (excepto la colonia del Cabo) y las avanzadas del Penyab (India Noroeste) y Andalucía, donde el meridionalismo se exacerba y acentúa, resistiendo a la presión de los ideales orientales y occidentales.

Esta clasificación no pretende ser absoluta. En realidad, las palabras “Oriente”, “Occidente” y la nueva “Mediodía” no son grupos de países, sino tendencias espirituales que en ellos predominan, habiendo zonas de mezcla o de lucha dentro de una misma nación. Ejemplos son Alemania entre Oriente y Occidente, España entre Occidente y Mediodía, la India entre el Mediodía de su Islam y el Oriente del brahmanismo.

* * *

Oriente: sentido cóncavo de la existencia; dinamismo hacia adentro; fuerza cósmica panteísta. Pronombre EL, principio abstracto; sumisión ante la Naturaleza, concepto relativo de la vida (duda, inquietud ante la vida y ante el Yo, el Yo maldito por el Buda), predominio de la “Naturaleza” y del “Ello” freudiano. Países donde la patria se acepta. Pasado. Espacio. Predominio del Instinto.

La verdad de Oriente es no tener ninguna. «Todo es Dios» o «Yo soy Dios». El panteísmo tiene dos rumbos complementarios. Primero: Amable fraternidad pagana con la Naturaleza (Hinduísmo brahmanista o animista, religiones y filosofías de China y Japón). Segundo; Desprecio absoluto de toda vida y toda Naturaleza. Nirvana (Budismo del Norte monástico, Budismo del Sur, romántico, Nihilismo ruso y tártaro). “Gran Asia del Sol grande” con sus contornos sinuosos y su piedad erudita, fría. Toda la vida del Este gira alrededor de dos negaciones.

Primera: Nuestra Naturaleza es divina; el Ser absoluto se realiza en nosotros; Dios es lo elemental, el principio, el final; nunca lo realizado, lo concreto. Afanosa rebusca del ritmo que guía la Naturaleza, la línea cerrada de la vida, el agua del mar que va y viene, sube y baja; pero, en realidad, no sale del mismo sitio. La preocupación no es buscar la Verdad, ni la Bondad. Razón, Voluntad, Inteligencia, Intuición y Revelación parecen al oriental cosas efímeras y despreciables, polvo de vida, nada; el hombre que se siente parte de Dios no necesita la verdad; la verdad es él. Para el oriental el encadenamiento lógico de las ideas constituye un castigo, una dura necesidad que se debe evitar; la realidad aparece como unidad donde nada es distinto, donde todo se reúne y fusiona, confusión de toda sustancia viviente; en vez de moral, poesía, instinto, flujo y reflujo, «vasto sueño donde todo penetra, se abraza, se mezcla, para caer en los abismos de lo indeterminado».

«La existencia es accidente ilusorio en una serie de longitud inconmensurable…, etapas en la universal metamorfosis de la vida…», transmigración del alma a cuerpos de animales, deshacerse para fundirse con Dios, que es la nada, el tiempo ilimitado, el vértigo cósmico. «El oriental no conoce sus límites, no trata de defenderse contra el clima, se lanza en el vacío, se deshace en el universo…, cree al uno idéntico al todo.» Su ideal es poder decir: «Yo no existo, soy un montón de formaciones cambiantes donde no se encuentra a nadie.» Todo tiende a la identidad del Todo. La materia no existe; sólo podemos concebirla como concreción de energía que es siempre la misma. Eternamente, la piedra se hace planta, el animal planta, la planta, animal; el hombre, tierra; todo cambia y se agita sin cesar. ¡Para qué trabajar en vano! Todo muere, todo acaba. (Es el simbolismo chino del dragón, causa soberana que penetra en toda cosa y reviste formas nuevas, según las circunstancias, sin dejarse ver jamás en su aspecto definitivo.) ¡Es inútil hacer nada, pues toda obra humana desaparecerá algún día! Esta es la máxima esencial del Oriente; la vida, como accidente doloroso, como hecho deplorable. El oriental se desliza por la vida, pero no la vive.

Segunda: Aplicación práctica de la doctrina anterior. Aprendizaje de los métodos necesarios para vaciar el espíritu de todo contenido objetivo buscando la inconsciencia creadora de lo incompleto, lo caótico e ilimitado. Consecución del Nirvana, intimidad con el “Maná” divino, el alma de las cosas, de los objetos (alma de la silla, del árbol). Vida mental como un paisaje pintoresco y sinuoso. Adaptación de la existencia al lema: «El Universo se desvanece cuando el pensamiento se extingue; quien conoce su alma conoce el Universo», o al budista: «El mejor conocimiento es no conocer nada». (En Rusia: «Haz tus cuentas en la uña del dedo meñique.» Tolstoy.) La vida es el dolor, y el dolor es el deseo; suprimamos el deseo suprimiendo al Yo que desea; las ideas o emociones que luchan se adoptan y conviven como individuos. No hay sagrado, profano, espiritual ni sensual; todo lo que existe está puro y vacío. «Vuestra vida eterna no reposa sobre vuestras obras; si queréis encontrar la salvación en el esfuerzo no sabéis lo que es la salvación.»

Este es Oriente, tierra de la espontaneidad, del tradicionalismo como otra espontaneidad, y del No-Yo como supremo ideal. Apoyado en la trinidad misteriosa Rusia-India-China, levantando como estandartes de infinito los nombres paralelos de Gandhi-Dostoiewsky, Tagore-Tolstoy, Buda-Lenín, y Buda rojo, el eslavismo antioccidental y el niponismo de Takonubo-Murobuse y Okakura-Kakuzo. Tierra de muchedumbres, de disgregación.

* * *

Occidente: Sentido convexo de la existencia; dinamismo hacia fuera. Pronombre Yo (ausencia de preocupación hacia la Naturaleza, y también hacia la vida); superación de toda Naturaleza; poder absoluto del Progreso; concepto absoluto de la vida y confianza en el poder de la humana inteligencia; predominio del Super-Yo freudiano. Tierra donde la patria se elige. Futuro. Tiempo. Predominio de la Inteligencia.

La verdad de Occidente es el dualismo entre lo que se cree hacer y lo que se hace, inquietud de llegar más allá. Cultura ajena a la vida; no hostil a la vida, pero aislada de ella, creando un mundo aparte donde impera el concepto intelectual, absoluto, inmutable, perfecto. Amor a la Verdad por la Verdad en sí, independientemente de toda aplicación moral. El ideal es la «disolución de la ciencia en un ingente sistema de afinidades morfológicas, una música infinitesimal del espacio cósmico ilimitado». Su lema esencial: «Todo proceso puede medirse por el gasto de energía al cual corresponde un quantum de trabajo verificado en forma de energía almacenada.» Esta definición que aplica Spengler al alma fáustica puede extenderse fácilmente a toda la cultura occidental, incluso la romana. Se puede completar con este párrafo: «Un quantum dinámico es una extensión en que se prescinde de toda propiedad sensible, extensión que evita toda relación con vista y tacto, extensión para la cual el término “forma” o “figura” carece de sentido.»

En el alma occidental se marcan dos preocupaciones fundamentales: Primera: Actitud exigente, deseo de lograr la dirección y fuerza absolutas, ansia de superación, de cambio, de moda. Más imperativo de mejorar, predominar, pasar, batir el record, moral vertiginosa infinitamente disparada hacia un fin que recula incesante. Obsesión del más y desdén del mejor. La vida como trabajo, disparo hacia la lejanía, proto-forma, proto-vida, eterno suplicio de Tántalo que nunca ve saciado su ideal. Su Dios es álgebra, espacio infinito. Segunda: Eterna discusión alrededor de las palabras Voluntad y Razón, Inteligencia y Energía egoísta en libertad. Lucha contra todo lo sencillo y lo cómodo. Máximo de trabajo, máximo de ambiciones, máximo apetito de potencia. Del gran hombre occidental sólo se dice: ¡Ha llegado! ¡Ha sobrepujado! Occidente sólo siente el espacio, sólo admira el despliegue del hombre por el infinito en las dos formas paralelas de racionalismo y romanticismo, «realizaciones perfectas de un ser perfecto e infinitamente progresivo». Es el alma fáustica, «cultura de conciencia moral y retrospección», excorporación y elevación, flotar en la atmósfera, afirmar el valor del vacío que sirve de soporte a la energía absoluta.

Este es Occidente, con su sentimiento de imperfección y culpabilidad sólo aplacado por la convicción del absoluto poder humano, del poder intelectual ilimitado. Sobre Italia (Roma, madre de todo lo occidental), Francia, Alemania, inquieta ante el Asia vecina, Austria, Escandinavia, los mundos anglosajón e iberoamericano, Suiza, Bélgica, Holanda y las marcas del Balcán se extiende la Humanidad de Occidente, que penetra en España por Cataluña y Galicia (Barcelona, gran ciudad europea de raza ligur, abierta a todos los vientos; Galicia, celta del camino de Santiago) y se derrama luego por la joven América.

* * *

Mediodía. Sentido plano de la existencia; dinamismo circular o elíptico; pronombre TU, eminentemente místico, alusión clara a Dios y la fraternidad humana de los creyentes, del coro grupo de seres dotados de un mismo “Consensus”; ansia de someter a la Naturaleza, apaleándola si es preciso, para evitar las dos barbaries de la máquina (Occidente) y de la estepa (Oriente); concepto mágico de la vida que debe ser una jerarquía animada por una misión que cumplir y mantener. Predominio del Yo freudiano. Tierra donde la Patria se construye. Actualidad del “Hoy” donde el pasado es prehistoria del momento presente, y el porvenir prolongación continua del momento presente hacia adelante. Movimiento. Predominio de la Intuición.

La verdad del Sur no puede tratarse aquí. Ha de ser diluida a lo largo de toda mi vida de una manera más perfecta que la que permiten la forma tumultuosa de este ensayo. Pero puede anticiparse que el Sur trata de realizar un proverbio arameo: «Mi Padre (Dios) obra, y yo también a su manera». Dios no es aquí fuerza natural ni espacio puro, sino capitán de las milicias humanas en el YIHAD (Guerra Santa) contra los valores materiales que mutilan la existencia anquilosándola en la rutina o deshaciéndola en el “Nitchevo” ruso. El Sur es plenitud momentánea, gesto arrogante, exaltación del valor de las superficies como resistencia a la presión de la materia, importancia esencial del ademán, la postura y el carácter.

Al terminar esta nota Oriente-Occidente (preparación para izar un pendón granadino entre los baluartes de la metahistoria), conviene disparar una afirmación categórica: No hay Oriente ni Occidente; de Oriente viene la luz que antes ha pasado por América en su viaje desde Europa. El Oriente ideal que todos buscan en tierra remota (Oriente dorado de cuento de hadas) sólo puede encontrarse con la brújula de Cocteau; él nos propone buscar el Oriente de las perlas, el matiz propicio, el puro Oriente, el acento, el escorzo castizo. Oriente que está dentro de nosotros y corre por las venas. “Pathos” de nuestra propia raza.

* * *

En Oriente, Occidente y Mediodía el problema de la Jerarquía es el problema esencial. Afirmación de la desigualdad el perspectivismo, las “culturas”, la supremacía de la estimativa, ciencia de los valores. (Cada grupo humano tiene una visión de la realidad que trata de imponer a los demás.) Hoy se considera como premisa indispensable de toda investigación científica o estética la afirmación de que no existen dos individuos completamente iguales, la negación del “Progreso”, en cuyo lugar se coloca la “Perfección”. Las formas biológicas no se han ido haciendo, sino que aparecen de pronto; no se transforman poco a poco, sino que ceden el paso bruscamente a otras completamente nuevas. A cada forma viva acompaña una cierta cantidad de energía que la mantiene en el curso de su perfeccionamiento merced a cierta duración vital que calcula el tiempo de vida (muy variable) de cada forma, de cada raza, de cada cultura. Los sistemas existen sólo en la conciencia de los hombres, que siempre proyectan su alma en la cosa inyectándola su propio sentir, o se dejan penetrar por ella hasta convertirse en un elemento decorativo del paisaje, en una máquina con alma. Religión, Arte, Ciencias naturales, Ciencias históricas, todas son manifestaciones de la «manera de ver de un alma o grupo de almas»; las significaciones no pueden emigrar; toda relación admitida puede ser una selección, pero también un error de interpretación. Hoy se barre todo darwinismo; se convierte el Universo en un sistema de contrapesos basados en una desigualdad absoluta; se atiende a establecer jerarquías, a buscar el sentido mágico de las cosas, abolir las medias tintas creando una Historia exclusivamente histórica, una matemática exclusivamente matemática, un Derecho exclusivamente jurídico; Occidente aprende a proclamar que la vida (como los sistemas astronómicos) es un juego de tensiones en equilibrio; que sobre el alma, estrechamente ligada al cuerpo, está el espíritu reflejo de la majestad divina; que la emoción de lo bello no debe estar ligada a las emociones materiales de la vida real. Leyendo en el Albayzín las graves investigaciones de los pensadores ultramodernos no se puede impedir que el espíritu zumbón de Andalucía brinque regocijado. Esas verdades que Occidente busca ansioso son las viejas verdades del semitismo que Andalucía sabe desde siglos y que ya tenía olvidadas de tanto saberlas. Después de soportar quinientos años de burla y pandereta, Andalucía ve que Europa y sus clientes se encaminan lentamente por rutas que ella siguió hace siglos, cuando los bárbaros germanos y neo-latinos eran los esclavos mercenarios de Córdoba la Sultana.

Ejemplo: En los siglos del jalifato cordobés los andaluces musulmanes decían: «Una de las maravillas de la omnipotencia divina es la muchedumbre de las criaturas; no verás una siquiera tan semejante a otra que no haya entre ellas alguna diferencia…, especialmente en el alma.» «Todos los seres existentes son iguales ante Dios, pero no ante los hombres.» «Dos hombres deben ser iguales, pero no lo son; la igualdad está en el amor.» «La noción de existencia no se percibe más que a través de las formas que se fijan y mantienen. La perfección de la existencia y su intensidad están en relación con la perfección e intensidad de estas formas. Cada grado de existencia está caracterizado por los atributos más perfectos de las formas pertenecientes a ese grado; si una forma no tiene esos atributos perfectos, es que pertenece a un grado de existencia distinto del que le habíamos supuesto. Hay una cantidad innumerable de formas de existencia, y la forma más perfecta en cada grado es la más armoniosa. Si con esta armonía la forma goza de una existencia continua en la especie, es una prueba de que esta forma realiza la noción perfecta de la existencia, de su existencia. El Ser necesario representa el grado más intenso y más elevado de todas las existencias, de todos los mundos.» Cada grado tiene sus atributos peculiares: Dios, los supremos atributos; el Islam exige como dogma de fe la creencia en la desigualdad, imperfección, cambio y tiempo limitado de vida de cada forma animal o cultural, porque exige creer que la única forma permanente es Dios.

El problema de la diversidad tiene tres grados: Perspectivismo, Estimativa y Jerarquía. El primero es la afirmación de la relatividad de las percepciones y sensaciones; hay una ciencia para cada conciencia, y los conocimientos sólo tienen realidad en las mentes de los que las aprenden y cultivan. No existe la realidad invariable; la realidad verdadera es la armonía de cada pensamiento con cada cosa (cada pensamiento de cada hombre de cada raza). Ortega y Gasset, empleando la palabra “Perspectiva”, escorzo de la realidad misma, manera de ver la realidad y el concepto, parte de la realidad, resume este grado de un modo inimitable. Esa diferencia de visión crea el “medio”, absolutamente diferente para cada uno. No existe la Naturaleza; no hay medio único: el de la hormiga no es el nuestro, el del negro no es del alemán. Cada especie “ve” un grupo de cosas especial y restringido; selecciona y guarda un repertorio de emociones y objetos; sólo se conocen y eligen los objetos útiles para evitar la preocupación (cualquier preocupación). Entre la vida en torno sólo lo que reacciona sobre nuestro recuerdo racial llega a ser vivencia; cada especie, cada hombre posee una manera de fijarse, de construir su propio paisaje, su propia duración. Lo esencial no es ver los objetos, sino clasificarlos. «Todo ser vive la vida y el sino de los demás con referencia a sí mismo…; la cantidad de producto contenido en la visión de dos hombres es siempre distinta y no pueden entenderse ni sobre tema ni sobre método; cada uno imputará al otro un defecto de pensamiento…; no es que uno sea peor que otro, es que los dos son necesariamente distintos» (Spengler). El conocer no es jamás una copia de la realidad, sino una transformación simbólica que tiene por objeto describir (para existir); pero nunca “Saber”, en un sentido estricto.

Estimativa: Es el segundo grado que trata de determinar filosóficamente la existencia de los valores, las condiciones necesarias para que éstos puedan ser considerados como tales. Para la rápida exposición del problema, de los valores nos apoyamos en algunos párrafos de Rickert (autor algo elemental, ya superado), advirtiendo que para él todo lo existente se divide en ciencia natural y ciencia cultural, estando adscritos los valores a la segunda (aquí cultural es sinónimo de histórico). Estos valores que residen en objetos culturales son llamados “bienes” y su validez no es absoluta, sino que depende de la perspectiva desde la cual se les considere. «De los valores no puede decirse ni que son ni que no son reales, sino sólo que valen o no valen…; además, en la cultura se trata de bienes o valores útiles, a cuya valoración o cultivo nos vemos más o menos obligados…; el pensamiento de que pueden manifestarse como debidos, como exigidos, crea los bienes…; la significación cultural de un objeto considerado como un todo no está en lo que ese objeto tiene de común con otras realidades, sino en lo que le distingue de los demás…; no expone nada de lo que su objeto tiene de “ejemplar” de un concepto más o menos universal…; los valores no son realidades, su esencia consiste en su vigencia…; puede el valor residir en un sujeto, transformándolo en un bien, y puede ir unido al acto de un sujeto, de suerte que ese acto se transforme en una valoración. Bienes y valoraciones pueden estudiarse inquiriendo la vigencia de los valores que van unidos a ellos… No sólo lo que fomenta la realización de bienes culturales, sino también lo que la cohíbe e impide, es históricamente significativo; lo único que puede excluirse de la Historia es lo que se manifiesta indiferente a los valores…; valorar algo es alabarlo o censurarlo.» «La diferencia de los puntos de vista directivos en la valoración (referencia a los valores) que le sirven al historiador para considerar teóricamente el objeto, puede ser causa de que el “acento” o significación del objeto sea diferente para las diferentes exposiciones particulares dirigidas por diferentes valores culturales…; si varía el contenido del valor cultural directivo, tiene que variar también el contenido de la exposición histórica; la referencia teórica al valor cultural es lo que determina la conceptuación histórica… El juicio (crítico) acerca del valor objetivo es cosa totalmente distinta de la referencia histórica al valor, pues de no ser así no podrían los objetos ser esenciales para ésta e inesenciales para aquella exposición.» Aun las ciencias no culturales necesitan usar el valor, que no puede ser exclusivo de la ciencia cultural, como quiere Rickert; él mismo dice que «toda ciencia necesita un a priori, un “prejuicio” de que pueda hacer uso para… la transformación de la continuidad heterogénea en discreción; es decir, necesita un “principio de selección” en que apoyarse para separar en el material lo esencial de lo inesencial…; el conjunto de lo esencial y no una reproducción del contenido de la realidad es lo que constituye el conocimiento por el lado formal. Ese conjunto que, con ayuda del principio formal desprendemos de la realidad, podemos llamarle también la esencia de las cosas…; el carácter del método científico dependerá del modo como en el flujo de la realidad se hagan los cortes y se seleccionen las partes esenciales.» Lo interesante en la ciencia (cultural o natural) no es tanto la “manera de conocer” como la “manera de componer”, apoderarse de los elementos necesarios a la vida, pues ningún análisis es capaz de agotar la multiplicidad de contenido que tiene la realidad, y todo conocimiento es necesariamente un símbolo de lo desconocido.

El establecimiento de valores históricos y su aplicación práctica a toda la vida cultural crea la jerarquía. Estrechamente unida a la política, es difícil hacer sobre ella consideraciones imparciales; pero es imposible negar que toda época fecunda y significativa es época de minorías, de grupos adalides que imponen su propia estimativa a las masas “naturales”. El objeto de toda “cultura” verdadera no es MÁS, sino MEJOR; el poder de crear, es ajeno a las masas; un hombre no vale otro hombre; hombre es distinto de masas, porque cuando los hombres se nivelan suele ser a ras del suelo. Vives decía: «Gran maestro es el pueblo para enseñar a errar.» Gandhi, el apóstol de la India, dice hoy: «Es más fácil derribar un Gobierno que dominar una masa.» «Hay que buscar la unión en la diversidad.» «La ciencia es una perfección, no una superioridad.» Gandhi abomina de la Mobocracia o populachería, y cree que la única igualdad es la igualdad moral, ética (que debe ser impuesta y buscada; no es que exista naturalmente). La Historia es una ciencia de jerarquías; cada nación tiene una minoría que realiza la historia (no todos hacen historia; la historia activa es una vocación y hay que nacer para ella como para el arte).

La gran Alemania moderna, creada por la jerarquía hugonote después de Nantes; Inglaterra con su jerarquía normanda sobre la “Naturaleza” celta; la gran estepa eslava hecha nación por un puñado de feudales escandinavos (los “Rusos” primitivos); la jerarquía macedonia fecundando el helenismo; la jerarquía otomana creando el mayor imperio de la Edad Moderna; la jerarquía puritana en los Estados Unidos; la jerarquía árabe en la Andalucía medieval, &c. Hoy Rusia, roja; Italia, blanca; Japón, amarillo; Norteamérica, hostil al negro y al emigrante; jerarquía anglosajona; el Islam, verde…, son las fuerzas más activas y de más porvenir; países de jerarquía. Especialmente el Islam árabe, raza de hidalgos, altiva y caballeresca que dice: «Cuando impera el demonio “namero” los leones huyen al desierto.» «Del grupo vienen la luz y la fuerza.» El arabismo no se mueve por “Libertad”, “Igualdad”, “Fraternidad”, sino por “Majestad”, “Justicia”, “Unidad” (de la “Yemaa” en el “consensus”). La fraternidad árabe es el ansia de llegar al “prototipo”, al modelo sublime.

En Europa, las minorías selectas son difíciles, escasas y poco gratas. No son impopulares por difíciles, sino difíciles por impopulares. Frente a las “mobocracias” sólo pueden oponer una rígida armazón de conceptos jurídicos, fríos y científicos. No sienten la Nación o la Raza como grandes pasiones, sino como conjunto de pactos diplomáticos y sociales. Con esas mismas armas de pergamino tratan de contener la barbarie prolífica del Oriente amarillo y la creciente supremacía de los bajos instintos anárquicos. La salvación está en el concepto árabe: Igualdad = Moralidad.

* * *

La idea “Hombre” es muy distinta en los tres grupos humanos. Hay la tendencia “oriental”, cóncava, a considerarla como un mecanismo o una planta; la “occidental”, convexa, que cree en su absoluto poder, en el valor predominante de la “real gana”; la “meridional”, plana, que pone la esencia de la humanidad en la continuidad dentro de su propio grado vital.

«Yo he buscado con empeño un fin de las acciones humanas que todos los hombres juzgasen unánimemente como bueno, y que todos apetecieran, y no encontré más que uno: el fin de evitar la preocupación…; la preocupación es el mayor mal…» (Aben-Hazam). El Islam busca afanoso la paz. “Es-Selam”, su ideal máximo es un ideal estático de equilibrio de fuerzas; la ausencia de la preocupación no quiere decir extinción del deseo, Nirvana, sino hipertrofia de deseos y anhelos que equilibrándose mutuamente mantengan la paz por medio de la tensión. El Islam desdeña las actividades intelectuales cuando éstas conducen a la soberbia; desdeña las riquezas cuando éstas son semillero de inquietud; «hay gentes que apetecen las riquezas para ahuyentar la preocupación de la pobreza; la gloria, para librarse de la preocupación de ser despreciados…; pero cada una de esas acciones es, a su vez, semillero de preocupaciones nuevas, imposibles de evitar» (trastornos imprevistos en su realización, dificultades que se atraviesan de pronto, pérdida de lo ya conseguido, impotencia para llevarlo a feliz término…, temor a la competencia del rival, animadversión del envidioso, críticas, calumnias, &c.…). Esto sucede por no saber equilibrar bien las facultades que nuestro organismo posee, olvidando así los caminos de Dios.

No es cosa fácil el conocimiento de las teorías musulmanas sobre la existencia humana, y no intentaré perderme en disquisiciones filosóficas. Pero es indispensable hacer un pequeño cuadro de las cinco partes que los grandes pensadores musulmanes encuentran en nuestro organismo: 1.ª Cuerpo exterior o visible. 2.ª Cuerpo invisible. 3.ª Alma sensible en relación con el cuerpo. 4.ª Espíritu o Soplo. 5.ª Baraka o Espíritu Santo que poseen los hombres sagrados. Las cinco partes remudas forman El Hombre, la suprema realidad; cada hombre con su personalidad singular da valor a la vida. (El Islam encuentra un eco en la España de Séneca y Unamuno, donde se dice: «La vida sólo vale cuando es subjetiva.» «El camino de llegar a ser nos crea. Somos nosotros cuando acuñamos en las cosas el perfil de nuestro propio espíritu, infundir espíritu en la vida es crearla y valorarla.» «No hay un mundo, sino mundos dentro de este mundo. No hay vida, sino vidas.») Pero la vida sólo vale cuando es vivida, y el mayor pecado (humano) en el Islam es no aprovechar, todas las posibilidades que Dios nos ha dado. «La misión de un gran hombre no consiste en existir, sino en ser reconocido e imponer su grandeza.» Cada hombre tiene una potencialidad diferente, una manera de conocer; en el Islam todos las maneras entran en el “plan potencial” del Cheij-Mohamed-Abdu (Egipto, siglo XIX), el más moderno de los grandes eruditos del mahometanismo árabe, el Menéndez Pelayo egipcio. Según él:

«Los objetos de nuestro conocimiento se dividen en tres categorías: 1.ª Posible o contingente por sí mismo. 2.ª Necesario por sí mismo. 3.ª Imposible por sí mismo.» El más interesante es el primero, estrechamente ligado al problema del llamado fatalismo árabe. Lo contingente está equilibrado entre lo posible y lo imposible; su carácter esencial es “estar predispuesto”. Lo contingente musulmán niega terminantemente la ley de causa y efecto, porque todo necesita una causa continua para continuar existiendo (inercia, enlace molecular, &c.); por tanto, la causa inicial, exterior, no tiene el menor interés; lo esencial son las causas interiores permanentes que proceden de los poderes mágicos inherentes a la cosa, poderes de alquimia que están en continua tensión manteniendo la tranquilidad aparente en la superficie de la cosa. Lo contingente es un equilibrio entre causas cósmicas o místicas permanentes, que se renuevan y agitan continuamente; por tanto, nada es milagroso ni sorprendente, porque todo tiene la potencia de poder serlo. El moro cerril de las cabilas que desconoce el carro, monta imperturbable en el aeroplano sin sorprenderse ante su novedad, porque sabe que el aeroplano es un puñado de hierros que tenía en germen la facultad de volar, igual que el burro pueda tener la de transformarse en caballo, y cree que si su camello no sabe leer o su casa no vuela como el aeroplano, débese al contrapeso de otras influencias ocultas, determinadas por la suprema voluntad divina. El Islam es la fe más progresista, porque proclama que mientras más se sabe más se ignora, y que ante la infinitud del Universo, lo mejor que podemos hacer es abstenemos de comentarlo y aprovechar los bienes que Dios nos da, viviendo plenamente cada minuto sin preocuparnos del porqué lo vivimos. De Tánger a Bagdad no hay un solo árabe (musulmán o no musulmán) que esté dispuesto a imitar a Fausto desperdiciando entre los pergaminos el tiempo que reclama la vida. ¡Qué importa el ¿por qué? ¡Sólo valen el “cuándo”, el “dónde” y el “para qué”! El milagro es efecto de causas desconocidas.

Volviendo a Mohamed-Abdu: «En ningún momento lo contingente se encuentra en estado de poder existir por sí mismo; en todos sus estados necesita una causa que le saque de la inexistencia, lo mismo en el momento en que entra en la existencia que durante todo el tiempo que existe… Causa es el estado o condición que hace el contingente apto a sufrir el acto de la creación.» Ejemplo: No es el albañil quien hace la casa, sino el cerebro del arquitecto, que ha creado el contrapeso de resistencias de fuerzas en tensión que mantienen la casa en pie. «Cuando la causa es sólo inicial no es causa, sino simple efecto de una fuerza cósmica invisible.» Causa es lo que hace durar, en estas seis palabras está resumida toda la sabiduría del desierto. El supremo valor de Dios es el de ser la suprema causa. Él ha creado el mundo y las especies; cada ser viene al mundo con sus caracteres y sus límites de acción; se salvará si escoge bien el esfuerzo, porque Dios da a cada uno sus facultades de acuerdo con sus necesidades. Dos conocimientos prácticos de la vida material y los sobrenaturales de salvación, el hombre debe adquirirlos desarrollando las facultades que Dios le ha dado. «Gratitud hacia Dios consiste en que el hombre use todas las cosas que Dios ha puesto a su disposición conforme al fin para el cual ellos han sido creados… Ni en el libre albedrío ni en el fatalismo está la Razón. El hombre adquiere por su voluntad y esfuerzo los medios de llegar a la dicha.» La “Chariah” (ley musulmana) ordena imperativa y tajante: «Dios ha encargado al hombre de ejercer sus facultades, y el hombre adquiere por sí mismo su fe y las fuerzas de cumplir los deberes que Dios le ha impuesto.» «En todos los casos las acciones resultan del esfuerzo y la libertad de elección; nada en la omnisciencia de Dios impide al hombre escoger el esfuerzo. Si toda cosa que existe en la omnisciencia de Dios debe realizarse fatalmente, es porque una vez conocida de Dios debe ser conforme a la realidad (Debe seguir la ley de su casta, de su especie, de su “cultura”); el fatalismo colectivo es el real; el fatalismo individual es el falso.» Los grandes fenómenos del Universo siguen una costumbre, un orden prefijado, que algunas veces estropea nuestras previsiones, obligándonos a resignarnos y buscar un rumbo nuevo para mantener la tensión necesaria a la prolongación del efecto “Hombre” “Yo”. Cada cosa está en su sitio y cada cual tiene lo que necesita. Fatalismo musulmán, Kismet, no son sinónimos de abulia ni de resignación, sino de un sentimiento de pequeñez ante la infinitud de las causas, y un repliegue que prepare una rectificación del rumbo. Cuanto más sufre un musulmán más aumenta su tensión, su poder potencial; la vida musulmana es un continuo tira y afloja; el conflicto constante de la vida árabe es la desproporción entre lo que se puede hacer y lo que se hace entre la acción pronta a estallar y los medios de expresión; de aquí que toda idea expresada sea en el arabismo una idea muerta, un símbolo de lo que se quedó sin expresar.

La expresión exterior de las propias vivencias es el acto humano, que puede ser: 1. “Libre”. 2. “Voluntario”. 3. “Natural”. Este último depende del medio ambiente; el primero es la expresión de la Libertad o elección, impulso hacia lo mejor, acto exterior de selección (siempre determinado por vivencias anteriores, y, por tanto, no completamente libre). La razón de ser de los actos voluntarios no es lo “Libre” o acto mecánico de escoger lo que se cree mejor, ni lo “Natural” o choque del deseo con el medio, sino lo “Voluntario”, que sigue al acto cognoscitivo por el que juzgamos que la cosa es conveniente. Esta voluntad se convierte a veces en acto automático por la repetición, dando origen a una ilusión determinista. El pie se mueve al andar, una vez que la voluntad le ha excitado, sin que exista ya voluntad. No se trata de que la voluntad no exista; es un ahorro de energías de la voluntad. («Di: No depende de mí terminar la obra; pero no tengo poder para librarme de ella.» Elghazali). El alma humana tiende al ahorro de esfuerzo, a la creación del esquema, del símbolo, del blasón, que no es extracto ni resumen, sino dirección de esfuerzo para reemplazar la deducción (necesaria en las capas inferiores o “intelectuales” del conocimiento) por una evocación sintética. El pensamiento árabe, musulmán (y en general todo el semítico) es tan excesivamente rápido que necesita la metáfora y el emblema para no estallar por exceso de vibraciones y sabiduría. El acto de recordar es convertir una representación colectiva con pluralidad de elementos en una representación plástica, de una plástica del alma, o sea irreal. El fin de esta contracción simbólica es sustituir al “por qué” el “para qué”; no importa saber lo que es un objeto, sino poderlo clasificar en un sistema de contrapesos y tensiones, buscar su nota mágica, y, sobre todo, saber servirse de él, saber utilizarlo según los fines para que han sido creados, conocer su relación con las posibilidades que Dios ha puesto en el hombre para que las utilice rectamente. Esta es la “Filosofía del Arabesco” que, ante la infinitud de la realidad, se contenta con conocer su aplicación práctica a la moral, el placer estético y el erotismo normal. Toda idea tiene una nota vibrante, un marbete que sirve para reconocerla; toda interpretación, todo esfuerzo de atención consiste no en apoyarse sobre las palabras percibidas para comprender por deducción, sino en buscar entre ellas un detalle que vibre con otro detalle que llevamos dentro. (No se puede conocer más que lo que se ama; sólo se ama lo que va paralelo a nosotros.) Donde no hay barruntos de lo que se va a percibir, “percepciones”, choque del objeto con la experiencia propia, no hay tampoco conocimiento. Las razas que razonan menos y “marbetean” más (del árabe españolizado marbete) aprehendiendo la realidad por símbolos y metáforas, van a la cabeza del pensamiento humano. Los judíos, metáfora hecha carne, son los amos del mundo. Unos párrafos judíos tenderán aquí un puente necesario entre el Islam y Occidente. Bergson, el más moderno y más europeizado de los filósofos judíos, puede servir para el enlace:

«Trabajar intelectualmente consiste en conducir una misma representación a través de planos de conciencia diferentes en una dirección que va del esquema a la imagen… Hay forma de organización anterior a los elementos que se deben organizar; luego una competencia entre los elementos mismos…, el esquema varía de período en período; pero es el mismo en esencia y las imágenes han de ajustarse a él…; la representación (simbólica) se aísla de las demás porque el esquema organizador arroja las imágenes que no son capaces de desarrollarla…; cada percepción sugiere una hipótesis destinada a interpretarla» (un esquema a priori que atrae recuerdos coincidentes). «La unidad de la idea directriz es la unidad misma de la vida… Esquema consiste en una espera de imágenes, una actitud intelectual destinada a preparar la llegada de una cierta imagen, de organizar un juego entre imágenes capaces de venir.» «Cuestión de libertad es lucha entre mecanicismo y dinamismo. El dinamismo parte de la idea de actividad voluntaria, concibe una fuerza libre, de un lado, y del otro, una materia gobernada por leyes. El mecanicismo sigue marcha inversa, supone a los materiales cuya síntesis opera como regidos por leyes necesarias. Dinamismo cree apercibir hechos que escapan a la presión de las leyes, erige el hecho en realidad absoluta y la ley en expresión más o menos simbólica de esta realidad. Mecanicismo descubre en el seno del hecho particular un cierto número de leyes, del que éste constituiría el punto de intersección; la ley llegaría a ser realidad fundamental. Mecanicismo y Dinamismo toman la palabra simplicidad en dos sentidos muy diferentes. Es simple para el primero todo principio cuyos efectos se prevén y aun se calculan; la noción de inercia se hace más simple que la de libertad; lo homogéneo, más simple que lo heterogéneo; lo abstracto más simple que lo concreto. El Dinamismo no busca establecer entre las nociones el orden más cómodo, sino la filiación más real…, espontaneidad e inercia…, dos especies de determinismo que se invocan contra la libertad.» «Mecanicismo… representa el Universo como un montón de materia que la imaginación resuelve en moléculas y átomos… Sensaciones, sentimientos e ideas que se suceden en nosotros podrían aquí definirse como resultantes mecánicas obtenidas por la composición de los choques recibidos del exterior, con los movimientos de que los átomos de la sustancia nerviosa estaban animados anteriormente.» «Dinamismo… representa el yo como un ensamblaje de estados psíquicos de los que el más fuerte ejerce influencia preponderante y arrastra los otros con el… Deseo, Aversión, Tentación, Miedo, &c., son presentados como cosas distintas y separadas…; aquí se habla de Asociaciones de ideas, conflictos de motivos, estados de conciencia… El error… es haber eliminado el elemento cualitativo del acto a cumplir para conservar sólo lo geométrico e impersonal» (se prescinde de la cualidad y se convierten las ideas y sentimientos en cantidades) «el determinismo “ve”, de un lado, un yo idéntico a sí mismo, y del otro, sentimientos contrarios no menos invariables que se lo disputan, y la victoria pertenecerá necesariamente al más fuerte» (al más intenso). Dos partidarios del libre albedrío invocan al lado del acto mismo la posibilidad de optar por el partido contrario. Bergson niega que todo movimiento esté determinado por sus condiciones; que las mismas causas producen los mismos efectos; afirma la imposibilidad de que dos hechos psicológicos profundos se parezcan profundamente porque «llevan la marca de la duración, del tiempo transcurrido; el mismo sentimiento al repetirse es un sentimiento nuevo». «Se llama libertad la relación del yo concreto al acto que cumple. Esta relación es indefinible precisamente porque somos libres. Se analiza, en efecto, una cosa, pero no un progreso; se descompone la extensión, no la duración… Al pretender descomponer la duración del yo (que no es el tiempo), se despliegan los momentos en el espacio homogéneo; en el sitio del hecho, cumpliéndose, se pone el hecho cumplido…, se ve la espontaneidad reducirse en inercia, la libertad en necesidad; por esto toda definición de la libertad da lugar al determinismo, toda investigación sobre la libertad viene a reducirse a esta pregunta: ¿El tiempo puede representarse adecuadamente por el espacio? Sí, tratándose del tiempo pasado, transcurrido; no, si se habla del tiempo que transcurre; el acto libre se produce en el tiempo que transcurre, no en el transcurrido…; la dificultad del problema nace de que se quiere representar una sucesión por una simultaneidad.» «Somos libres todas las veces que queremos entrar en nosotros mismos; pero raramente lo queremos… Aun en los casos en que la acción es libremente ejecutada no se podría razonar sobre ella sin desplegar las condiciones exteriormente unas a otras en el espacio.»

La teoría musulmana (anterior a Bergson en varios siglos) niega también las dos teorías determinista y del libre albedrío; pero no es una negación rotunda que proclame la verdad absoluta del concepto duración continua opuesta al tiempo y el espacio. Aquí la voluntad que provoca el acto libre es un núcleo central, una exaltación de lo actual que deja reducidos los conceptos de Mecanicismo y Dinamismo a reflejos del espacio y el tiempo en el interior de la voluntad; Mecanicismo y Dinamismo son también símbolos del pasado y el futuro. Mecanicismo es el “Acto Natural” (del Islam) que crea percepción, sensación, intuición y voluntad, el residuo del choque con el mundo, la interpenetración con el medio que acumula las cargas de objeto. Dinamismo es el “Acto Libre” (del Islam), acto mecánico de escoger, de facilitar la descarga contra el exterior o contra el propio Yo. En medio queda el “Acto Voluntario”, que es la expresión del momento actual, único que tiene valor, porque es el único que prepara la acción.

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Como el Islam siente una atracción preferente hacia la acción, hacia lo pasional y rápido, adoptaré esta perspectiva para prescindir provisionalmente de la segunda y la quinta parte del cuerpo humano, según el sufismo (“Cuerpo Invisible” y “Baraka”); la primera pertenece a la especie, la segunda, a Dios; ninguna es inmediatamente asequible, ninguna forma parte del complejo: Un hombre. Así queda dividido el hombre en las tres partes clásicas de la ciencia “Mágica” levantina: CUERPO, ESPÍRITU, ALMA. (La primera no necesita descripción, o, mejor, necesita una descripción para cada caso.) En sus líneas generales corresponden a las tres agrupaciones ya citadas. El predominio de los “valores cuerpo” en el individuo indica un predominio de las influencias espaciales; el de los “valores espíritu”, un predominio de las influencias cinéticas; el de los “valores alma”, un predominio de las influencias temporales. Así como el “Superyo” de Freud aparece como un anquilosamiento del “Yo”, pero es en realidad una proyección exterior del “Ello”, el Alma aparece como un anquilosamiento del Espíritu y es en realidad un desdoblamiento interior del cuerpo. El pensamiento árabe no coloca jamás el Alma contra el Cuerpo, sino que enlaza a veces Alma y Cuerpo para oponerlos al Espíritu, enlace circunstancial originado por la convicción de que ni Cuerpo ni Alma pueden recibir el soplo divino. (Aunque el Espíritu es superior al Alma, lo coloco en el centro del sistema, siguiendo una regla práctica muy árabe (la escala sufí es puramente metafísica, sagrada, reservada a la especulación de los iniciados que aspiran a conseguir la perfección superhumana; lo “humano” corriente sólo tiene los tres grados citados). El cuerpo, con su órgano superior, el cerebro (cerebro que es almacén de hábitos motrices, de discos fonográficos que tienen registradas diversas acciones posibles, preparador del recuerdo y no creador del recuerdo, órgano que impide volver atrás y deja transparentar sólo aquella parte del pasado que sirve para la labor presente; cerebro, montón de materia que no “crea” nada), recoge las aportaciones de los sentidos y conoce por medio del Instinto. El Alma, desdoblamiento del Cuerpo, órgano de la sabiduría, conoce con la Inteligencia; el Espíritu, órgano intermedio constantemente en tensión, conoce por la Intuición, que es el instrumento de conocimiento más difícil y más perfecto. Oriente, Occidente y Mediodía se distinguen, ante todo y sobre todo, en que conceden distinta importancia a cada uno de estos tres instrumentos. Oriente es preferentemente Instinto; Occidente es Inteligencia; Mediodía, Intuición.

El Sur es el supremo poder de la Conciencia, máxima atención y máxima selección, retención y acumulación de una gran cantidad de pasado pronto a ser utilizado en el momento actual; anticipación sobre el porvenir por un constante afilamiento y refinamiento del poder de esperar; conversión del momento actual inaprensible y fugitivo en un gran espesor de duración compuesto de vivencias prensadas. Conciencia es actualidad, vivir es obrar; el trabajo da aristocracia; el tiempo disminuye con la velocidad. El Sur exalta el grado intermedio (Espíritu, Intuición, Conciencia); no se preocupa de “conocen”, de “querer”, ni de “poder”, sino de SINTONIZAR (Supremo verbo de la gnoseología actual). Ante la “Decadencia de Occidente”, exaltador de lo superconsciente, de lo erudito (de lo “inconsciente”, reprimido freudiano), y ante el bárbaro despertar del Oriente preconsciente y panteísta, sólo el Sur puede salvar la Humanidad. A la cabeza del Sur el semitismo, cuya suprema expresión es el Islam. Desde Granada, el “Far-West” del arabismo nuevo (“joven-turbante”) repasaremos los valores esenciales de la fe más expansiva y misteriosa, la última fe “mágica”, resumen y depuración de todas las “Religiones de misterio”.




Azul

La esencia del Islam

La suprema emoción de Granada es el Islam. Torreones del palacio moro que parecen reclamar el necesario complemento de un almuédano envuelto en blancos ropajes; torrecillas del Albayzín, con sus campanas exóticas, que reemplazan el canto soñador y quejumbroso de la llamada a la oración musulmana; cármenes de la Almosela, en la fortaleza roja, con su apartamiento místico y discreto; ruinas de mezquitas en la Vega entre los sembrados de la mejor raza agricultora; viejos Coranes polvorientos que de pronto aparecen en los desvanes de algún vetusto caserón morisco…, el recuerdo de Mahoma flota poderoso sobre la ciudad que se cree cristiana. ¿Qué es Islam? ¿Qué poder sobrehumano tiene esa religión que en un año conquistó moralmente Andalucía, necesitando para ser desarraigada el titánico esfuerzo de ocho siglos de cruzada asturiana apoyada por todas las fuerzas de Europa? ¿Qué es esa fe pertinaz que aún reina, poderosa, en lo subconsciente del pueblo andaluz, a pesar del tenaz empeño para desarraigarla en la época morisca? (Siglos diez y seis y diez y siete.) ¿Por qué mientras budistas, cristianos y confucistas se preocupan de sus intereses particulares, patrióticos y sociales, y los judíos y brahmanistas exageran su patriotismo racial, los musulmanes no tienen más jefe que Dios y se consideran todos como hermanos? El misterio mahometano se alza a lo largo de toda nuestra historia, desde Covadonga a Xauen. Intentar descifrarlo aquí sería una temeridad, y me limito a dar una impresión sucinta del alma musulmana en acción; a reflejar algo, muy poco, de ese maravilloso espíritu de resurrección que anima a nuestros, hermanos los musulmanes árabes agrupados en torno al Cairo, donde la Universidad Az-Zahar mantiene muy alto el prestigio cultural de Egipto, la sagrada tierra del Nilo, reina secular de toda la Humanidad morena.

La contemplación detallada de la vida musulmana puede ser un grado preliminar para la comprensión del hechizo islámico. El severo y majestuoso continente de sus adeptos árabes, la paz absoluta que reina en su alma y la serenidad que resplandece en todas sus acciones y sus movimientos, es la clara revelación de una felicidad absoluta que no es optimismo ni pesimismo, sino tensión continua, exaltación del sentido trágico de la vida, familiarización con la angustia que enseña el dolor de todo momento, la inutilidad de la desesperación o la irreflexiva alegría; sustituye a los afanes desmesurados el tranquilo afán de cada instante, y vive voluptuosamente o místicamente cada minuto, puesto que el hoy fugitivo puntiforme es la pequeña realidad con que se tejen los complejos de futuro y pasado. Así como en el sistema físico de Einstein el intervalo adquiere un valor supremo frente a las abstracciones de tiempo y espacio, en el Islam la vida consiste en el “ahora”, prolongado hacia atrás o hacia adelante, pero siempre “ahora”. El pasado se gastó; el porvenir depende de Dios; la moral y la verdad consisten en cumplir el deber de cada día, de cada minuto, saltando los obstáculos con un ¡MEKTUB! y procurando realizar lo más posible, aun sin creer en el éxito final. «Hacer lo que se debe hacer porque se debe hacer»; vivir todo lo que se pueda vivir; considerar como un triunfo cada minuto de prolongación de la existencia; brindar con la hermana muerte que nos va acompañando desde nuestra aparición en el mundo. (Es la “alegría del condenado a muerte”, para quien las cosas del mundo tienen un sentido exageradamente valioso.) El musulmán considera cada minuto como el minuto final y sabe aprovecharlo intensamente en las tres direcciones citadas del amor, los perfumes y la plegaria. (Por el fondo del tablado andaluz cruza la sombra de Don Juan, morisco sevillano, extraña mezcla de misticismo, lujuria y dolor, encarnación del cante hondo, suntuoso caballero beduino sobre el que arroja los dardos de su furor canónico Tirso de Molina. Es Don Juan el musulmán.) El remedio al dolor es sufrir más. Lo malo del dolor se cura con más dolor. Ni definir, como Fausto, ni huir, como Buda. ¡Vibrar! ¡Vibrar! El Corán es el libro que mata a la muerte. No importa el porvenir si se posee la paz. La felicidad del Islam es considerar como un fin (no como un medio) lo actual, lo presente.

El KETMAN, de los árabes, es un ejemplo claro de la práctica del Mektub: Amabilidad, exquisitez, reverencias. No se renuncia a la esperanza vana de encontrar la verdad; pero se saben disimular a la curiosidad ajena los caminos que los sabios se complacen en seguir. El KETMAN es el arte de esconder el pensamiento, no con la intención de engañar a aquel con quien se habla para sacar ventajas materiales, sino por respeto a la pureza de las ideas, que no ganan nada con exponerse en público y corren el riesgo de ser manchadas por sofismas y comentarios astutos, malvados, fraudulentos, que levantarían polémicas haciendo surgir partidos exaltados que tratarían de aplicarlos por la fuerza, dando origen a polémicas, batallas, derramamiento de sangre. ¿Y para qué? Si habéis descubierto un tesoro, guardadle. La vida humana es imperfecta, por la peligrosa tendencia a confesar públicamente la verdad de querer que brille a los ojos de todos, arrastrando a la Humanidad, de grado o por fuerza. ¿Qué queda de las tesis y opiniones contradictorias de los millares de filósofos, antiguos que creían poseer “toda la verdad”? Ceniza, polvo, humo, nada. Sin embargo, ha habido millones de sabios y mártires que han aceptado la muerte antes de renunciar a sus doctrinas, o la han procurado voluntariamente buscando en la sangre un argumento que la pobreza de sus conceptos les impedía buscar de otro modo más científico. (El que busca el aplauso público es el más modesto de los hombres, quiere suplir con la opinión ajena la endeblez de su propia idea que, si fuese cierta, viviría a despecho de todas las negativas, bastándose a sí misma.) Todos los tontos buscan la prueba indiscutible para afirmar un concepto endeble subiendo al escenario para morir como magníficos acróbatas. La muerte es otras veces el último recurso de un visionario que ha cortado las amarras de la realidad, y va a la deriva arrastrado en el torbellino de sus ideales. Esta creencia es el principio inicial en la vida de los árabes, maestros inimitables en el arte de adivinar lo que puede decirse y lo que se debe callar.

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La base de toda religión es el sentimiento de la propia existencia, del sino. Como preliminar al sino musulmán, un párrafo de Spengler (pensador acaso feble en valor filosófico, pero maravilloso por su valor cordial de humanidad).

«Si alma es idea de una existencia…, comprenderá que la vida, forma de realizarse la posibilidad, debemos sentirla como orientada en una dirección irrevocable, regida por un sino. En todo idioma culto hay palabras que permanecen envueltas en profundo misterio: Hado, Fatalidad, Azar, Predestinación, Destino… Hay una lógica de la vida, orgánica, instintiva, segura como un ensueño, opuesta a la lógica de la inteligencia…, lógica de la dirección, opuesta a lógica de la extensión… Causalidad es lo que el entendimiento concibe, lo legal expresable. Sino alude, en cambio, a una inefable certidumbre interna…; el Sino sólo puede comunicarse por medios artísticos, como retrato, tragedia, música.» (El alma árabe se aparta en esto radicalmente del Sino europeo expuesto por Spengler. Retrato y Tragedia le son extraños; la música es una simple decoración que ayuda a provocar el éxtasis, la vibración amorosa.) «En la idea del Sino se revela el anhelo cósmico que atormenta un alma, ansia de luz…, afán de realizar su propio destino…, el mundo considerado como sistema de relaciones causales (conexiones) aparece tardío y raramente en el intelecto enérgico de culturas superiores…; el Sino expresa un principio necesario de la vida…; se puede prever el futuro, pero no es posible calcularlo… El que siente lo producido como un producirse y le arranca al universo la rígida máscara de la causalidad; el que no retuerce su mente en reflexiones lógicas, ése comprende el enigma del tiempo…; que es el mismo sino…; sino es a causalidad como tiempo a espacio…; causalidad es sino realizado, petrificado…; la causalidad no tiene nada que ver con el tiempo, que es dirección irreversible…; la relación causal dice que algo sucede, pero no cuándo sucede. Causalidad es el terror vital que intenta defenderse del sino fundando frente a él otro mundo distinto; tendiendo red de causas y efectos elabora la persuasiva imagen de una duración intemporal y crea una realidad que vive envuelta en el pensamiento puro…; los ensayos seniles hablan de la marcha del progreso y extinguen sentimiento del sino…, en lugar de destinos históricos, movimientos naturales en el espacio… Una cultura se caracteriza por la manera como vence al tiempo.»

Este es el sino occidental identificado al tiempo, disparado como una flecha hacia un fin concreto, ansioso de materializar todas las posibilidades espirituales y de aumentar el poder con el aumento de sabiduría, conociéndolo todo y ordenándolo todo, matando la vida al incorporarla al espacio y al tiempo, abstracciones ideales, engendrando, aniquilando lo engendrado y el engendrador para buscar algo más allá, metiendo la verdad en los libros eruditos (cementerios de las voces, absurdo deseo de progreso continuo). Pero el Islam y con el Islam todo el mundo del Sur son otra cosa. Sentimiento trágico de la vida, que afirma: «Todo se hace en el desgarramiento; no digas Estar triste; di sufrir.» «La dicha no está tallada de una pieza, es una mezcla de dicha y dolor, que están en nosotros, porque la verdad y la justicia viene de adentro.»

El sino del Mediodía no tiene dirección ni tiempo, es algo que de pronto empuja al hombre, cuando le llega SU-HORA; sólo se vence al destino con ayuda de Dios, causa final. Y luego la práctica, que puede resumirse con unas palabras de Unamuno (ese vasco arabizado que se cree occidental y no lo es): «Poner el alma toda en el menester inmediato y concreto; trabajar cada uno en su propio oficio puesta la vista en Dios por amor a Dios, considerar el trabajo como obra religiosa…; tomar cada uno la cruz de su profesión haciendo una oración de los actos propios del oficio.» Una vez más surgen los viejos proverbios del desierto para completar la idea de los filósofos: «Ser perfecto en todo trabajo.» «La recompensa se halla en el esfuerzo hecho, no en el resultado obtenido.» «Lo que llamamos sombra es la luz invisible, otra luz; lo que llamamos vulgar es la sombra de lo que llamamos sublime.» Nada vale nada en sí; todo valor depende de una jerarquía establecida por el blasón de una perspectiva. El semitismo lo sabe y no mete jamás las cosas en la ley, sino la ley en las cosas; su ley exige imperiosamente el amor para lograr la verdad (la ciencia sólo enseña la realidad; «hay en el ojo dos visiones de la calle, la que va estrechándose y la que siempre conserva su anchura, son realidad y verdad»). “Conocer” es para el árabe, el copto, el hebreo y el heleno “ser otro”, entrar dentro de la esencia de la cosa conocida, poseer y ser poseído por lo que se conoce, obteniendo así el éxtasis místico, estético y amoroso resumidos en una vibración, única. «Comprender quiere decir abrazar»; esto es lo mínimo. Da absurda “trimurti” del filósofo europeo (Pensar, Ansiar, Poder) queda anulada en el Sur con la pasión contenida o desplegada, pero siempre tumultuosa. Y tras la pasión el renunciamiento, que no es abulia ni hastío, sino vacío que sigue a la plena posesión. Para renunciar es necesario haber poseído absolutamente, haber sentido el frenesí y el éxtasis de ser otro. El desengaño, la esperanza fallida, la impotencia, no son renunciamientos; la fuga del Buda ante la vida y el dolor de Fausto viejo, no tienen relación con el sacrificio musulmán que ansía la absoluta perfección del propio ser para realzar el valor de la entrega. Es escuchar la vida que pasa al galope, oyendo el ruido del agua en los surtidores, el susurro de los rezos en la mezquita, el ruido de las palomas en los árboles; es oír el golpeteo de la sangre apoyados en el pecho de la mujer adorada. Apurar, quemar, agotar todas las vivencias aguardando la voluntad de Dios.

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El Sino musulmán está regido por el “Kismet” o hado meridional (común a todos los semitas de cualquier religión). Cuando la experiencia nos lleva a comprender que todos los fenómenos del Universo dependen de una causa eficiente que las dirige de un modo absoluto, la razón se somete y humilla a las causas supremas, pero sin perder su parte de responsabilidad; el poder del Creador es infinitamente más grande que la fuerza de las criaturas; pero en los deseos e iniciativas humanas deben usarse todas las facultades que Dios nos ha dispensado, todas las posibilidades humanas físicas y espirituales, para lograr el bien, marchar siempre recto por el camino de la máxima utilización de sus propias facultades sin mirar nunca hacia atrás. No se puede establecer la relación justa entre la voluntad absoluta de Dios y el libre albedrío humano; ni los que creen en la predestinación ni los que creen en el libre albedrío están en lo cierto; quien cree que el hombre es dueño absoluto de sus actos da un asociado a Dios (creencia vituperable en el Islam); los que creen en la predestinación y en la constante intervención de la gracia divina piden ayuda al Señor en los menesteres más prosaicos; en vez de adorarle, le importunan solicitando su intervención en una enfermedad, un pleito o una sequía, olvidando la existencia de los medios humanos y corrientes apoyados en el «Dios ayuda al que se ayuda». «Sé lo que debes y a quién debes», &c. Convertir a Dios en un ordenanza o un compañero, pedirle la transgresión continua del ritmo establecido intentando sobornarle con plegarias, presentes y ritos, es un olvido de la fe y el respeto debidos al Creador.

El hombre lleva dentro de sí una fuerza divina que puede desarrollar, por su voluntad y su esfuerzo personal, una poderosa fuerza de humanidad, ajena a todas las circunstancias exteriores, genérica, dinámica; sabiendo buscarla y encontrarla no es necesario recurrir a Dios. Ganivet, interpretando el senequismo, resume el espíritu español en esta enseñanza que él considera como el eje de toda la sensibilidad de la raza: «No te dejes vencer por nada extraño a tu espíritu; piensa, en medio de los accidentes de la vida, que tienes dentro de ti una fuerza madre, algo fuerte e indestructible, como un eje diamantino alrededor del cual giran los hechos mezquinos que forman la trama del diario vivir, y sean cuales fueren los sucesos que sobre ti caigan, sean de los que llamamos prósperos, o de los que llamamos adversos, o de los que parecen envilecernos con su contacto, mantente de tal modo firme y erguido que al menos se pueda decir siempre de ti que eres un hombre.» Dice, además, Ganivet: «Esto es español, y es tan español, que Séneca no tuvo que inventarlo porque lo encontró inventado ya; sólo tuvo que recogerlo y darle forma perenne obrando como obran los verdaderos hombres de genio.» Esto es también musulmán; más aún, es el eje del Islam; quizá así se explique la rapidez con que se extendió el islamismo en Iberia y los esfuerzos titánicos que fueron necesarios para desarraigarlo exteriormente.

El dogma del Corán (basado en la convicción de que cada hombre ama en este mundo lo que puede y no lo que quiere) sólo exige dos cosas:

Primera. La creencia de que Dios ha encargado al hombre de ejercer sus facultades y que el hombre adquiere por sí mismo su fe y la fuerza de cumplir los deberes religiosos o morales que Dios le ha impuesto. («Dios crea juntamente el poder y el efecto de ese poder, la libertad de elección y el acto de elegir; el poder es una propiedad del hombre creada por Dios, pero no una adquisición del “hombre.” ¿Cómo puede ser un acto absolutamente creado por el hombre si éste no conoce de una manera progresiva y detallada los elementos que integran y constituyen cada acto?» Ghazali.) El Kismet vale para un cuerpo cualquiera, es ley de vida y no sino personal. Dios ha predeterminado el poder; pero la elección pertenece al hombre; la voluntad es aquí la facultad por la cual aquel que está dotado del conocimiento fija su acción sobre una de las posibilidades que se presentan a él. El sentido occidental de la palabra voluntad como facultad por la cual el agente puede ejecutar lo que se propone o abstenerse de ello, es falso; la voluntad no es absoluta jamás, está condicionada por la cantidad y calidad de las vivencias individuales y étnicas. Segunda. La creencia de que la potencia de Dios está sobre las facultades del hombre; sólo Él puede suprimir los obstáculos que el hombre encuentra en su camino, sin que el hombre se lo pida, pues la sabiduría suprema del Creador comprende lo que el hombre necesita. Es decir, que el hombre no debe ser fatalista a priori, sino trabajar con todas sus fuerzas y todas sus posibilidades para lograr el ideal sin pensar en el pasado, y si es derrotado exclamará: ¡Mektub!, ¡estaba de Dios!, empezando tranquilamente una nueva tarea con resignación indiferente, pero sin fatalismo.

Algo de esto es cristiano y judío; pero el Corán y la Sunna afirman que estas religiones no son diferentes ni mucho menos hostiles, sino simplemente tres facetas de una misma revelación; no existen el judaísmo, el cristianismo y el mahometanismo, sino dos ideas antagónicas: la del rito, la acción exterior de la piedad oficial, la fe de los “Sepulcros Blanqueados” (condenados por Cristo Nuestro Señor), partidarios de la fórmula dogmática; en frente, la moral y la fe pura de los profetas, el ideal esenio, franciscano y sufí. La forma pura de los tres monoteísmos semitas se basan en la misma dualidad psíquica de “Espíritu” y “Alma”, “Pneuma” y “Psique” (Grecia), “Ruach” y “Nephesch” (Israel), Viento y Aliento. Filón, los primeros rabinos, San Agustín con su teoría de la gracia (de un sabor tan típicamente africano que parece preislámica de Egipto), los mandeos, los gnósticos cristianos, el pagano Plotino, los musulmanes Ghazali, Aben-Hazamam el andaluz; Malik-Benanas, Abu-Hanifa, y el modernísimo Cheij-Mohamed-Abdu, coinciden en lo esencial, señalando en la muerte una fuerza paralela a la vida, dividiendo los hombres en psíquicos o corrientes y pneumáticos o elegidos. El hombre posee un alma propia; pero participa en el espíritu de la luz y del bien.

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La unidad religiosa entre los tres ideales bíblicos aparece hoy muy quebrantada. El hebraísmo se ve amenazado por la dispersión de Israel considerado como nación, aislado por el carácter de pueblo escogido que impide la atracción de conversos; el Islam ha visto nacer las herejías xií, jareyí y ahmadiya; el cristianismo se ha perdido en una masa compleja de quinientos o seiscientos ritos y dogmas. La necesaria unión entre las tres verdades religiosas se ve cada día más dificultada. Sin embargo, en el seno del hebraísmo contemporáneo resurge una vieja y maravillosa tendencia: el “NOAKISMO”, que, adaptada a la vida musulmana, proporcionaría una base única a la paz religiosa mundial, resolviendo de paso la embrollada y antiquísima “Cuestión del próximo Oriente” (o sea del Levante). «¿Puede suponerse que la verdadera religión, la que Dios destina a toda la Humanidad date solamente de Moisés y lleve la huella de un pueblo especial?» (el del Antiguo Testamento). «¡Qué contradicción! Aprended que el plan de Dios es más vasto; la religión de la Humanidad no es otra que el Noakismo…, que remonta a la alianza hecha por Dios a la Humanidad en la persona de este justo» (Noé)… «Tornemos nuestros esfuerzos hacia lo que existía antes de que la idea fuese venida a Pedro de imponer la ley mosaica a los gentiles, y a Pablo la de exceptuar de la Ley a los judíos mismos…; se trata de volver al antiguo principio: “El mosaísmo para los judíos y la religión de los Patriarcas para los Gentiles…” En cuanto a Jesús… no habría ningún mal en hacer de él un profeta…, encargado por Dios de una augusta misión religiosa sin alterar por eso la antigua palabra de Dios y sin abolir para los judíos la ley mosaica.» Esta tolerante actitud del judaísmo moderno se basa en las siguientes palabras de Nuestro Señor Jesucristo: «No creáis que he venido para abolir la Ley y los Profetas. He venido no para abolir, sino para cumplir. Porque os digo, en verdad, que mientras el cielo y la tierra subsistan no desaparecerá de la Ley (mosaica) un solo Iota o un solo trazo de letra hasta que todo sea cumplido. El que suprima uno de estos pequeños mandamientos y enseñe a los otros a hacerlo así, será llamado el más pequeño en el reino de los cielos; pero el que los observara y enseñara a observarlos será llamado grande en el reino de los cielos…»

«El judaísmo hace una distinción entre los judíos (pueblo elegido) y los no judíos. Según sus enseñanzas, los primeros se encuentran sometidos, como sacerdotes de la Humanidad, a la regla hierática mosaica; los segundos, los laicos de la Humanidad, están sometidos… al “Noakismo”, que es el mesianismo, esta forma auténtica de cristianismo (precristiano) de que Israel fue el guardián y el órgano.» (Según el gran pensador hebreo Benamozegh, el judaísmo es una especie de monasticismo dentro del “Noakismo” o religión universal de la fraternidad humana.) «¿Es admisible suponer que Dios, en el momento de dar un estatuto particular a Israel…, no se haya ocupado en modo alguno del resto del género humano arrojándole en un abandono total fuera de toda revelación y de toda ley? ¿Es razonable concebir que aboliendo la ley noakida del Génesis (abolición no consignada en ningún sitio), Dios no haya dejado al hombre otro recurso que su propia razón…? Sería una incoherencia, una injusticia, una imprevisión indignas de un mortal y que hundirían la creencia en la necesidad de una revelación…; esto es imposible, y, por tanto, la ley noakida no ha cesado jamás de estar en vigor, sino que Israel, con su estatuto particular, el mosaísmo, ha sido creado para conservarla, enseñarla y propagarla» (quedando Israel sometido a las reglas sacerdotales, muy severas y de aplicación exclusiva para Israel). La revelación talmúdica y la revelación noakida son la misma revelación, pues Cristo Nuestro Señor dijo: «Los escribas y los fariseos están sentados en la cátedra de Moisés.» El noakida no tiene una ley definida, debe observar los mandamientos y, en general, la moral bíblica; pero tiene una libertad muy amplia para el rito y aun para el dogma. «Israel no tendría razón de ser; si este pueblo de Dios (los noakidas) no existiera también, ¿qué sería de los sacerdotes sin los laicos?» «La Buena-Nueva es anterior al Libro», es la conclusión definitiva de Benamozegh. El Noakismo permite una adaptación perfecta al Islam, parece el Islam. Religión semita nacida en la estirpe ismaelita de Abraham; semítica aun a pesar de la propaganda entre turcos, indios y negros; vinculada a la familia de Abraham en la Meca (tribu de Koreix) y al mismo tiempo universal, abierta a las conversiones; religión sin jerarquía sacerdotal, hostil al cerdo, las imágenes, las supervivencias totémico-tabúicas de los cultos caníbales; religión de abluciones y circuncisión. Musulmanes y judíos parecen destinados a una fusión que prepare la paz universal. Sería de desear que esta fraternidad se extendiese también al cristianismo formando un frente único contra la impiedad y el escepticismo que hoy invaden al mundo turbulento de la post-guerra.

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La religión musulmana o Islam (infinitivo de un verbo que significa someterse, entregarse enteramente a Dios) no es sólo un Credo, sino una vida a vivir. La idea del Ser Supremo alcanza en esta religión una importancia inconcebible; de él viene todo el poder, y la religión musulmana exige la negación del poder sobrenatural de Santos y profetas, simples intermediarios que dicen la palabra divina como podría decirla un gramófono o un teléfono. Una vez más repito que el Islam exige emplear todas las facultades que Dios nos ha dado, llegando hasta el máximo aprovechamiento, no dejando en la sombra ninguna posibilidad mental o física, dando igual importancia a todos los sentidos y todas las potencias interiores, evitando el predominio de una parte, causa de desequilibrio inmoral y antiestético. La vida religiosa colectiva no es menos curiosa; según ellos, la casa de Dios es el Universo y la Mezquita no tiene carácter mágico de edificio consagrado. Sus funcionarios religiosos son los delegados de los hombres ante Dios, no de Dios ante los hombres. Entre ellos descuellan el “Imán”, o jefe de la oración; el “Mufti”, funcionario parroquial; el “Jatib”, o predicador; el “Cadí”, o juez religioso; el Almuédano o sacristán, que llama a la plegaria desde la torre de la mezquita (Alminar); lectores del Corán, copistas, “Tolba” o estudiantes, “Ulemas” o doctores de la Ley, que son el nervio, la base de las comunidades musulmanas (en muchos sitios ellos forman consejos de mezquita, de ciudad, de distrito, de nación, &c.) y son los diputados del Islam, los guías de las masas creyentes. Todos los musulmanes, desde el Jalifa hasta el último mendigo, son hermanos y se tratan de TU. El saludo general de fraternidad musulmana internacional es: “Esselam Alikum” (La paz sea contigo); la respuesta: “Ualikum es-Selam” (Y contigo la paz).

El libro sagrado de los musulmanes es el Corán, escrito por Sidna-Mohamed (vulgarmente llamado Mahoma), pariente lejano de Cristo Nuestro Señor y conocido entre los árabes por “El profeta de la Meca”. El Corán no pretende ser una novedad, la base de una religión nueva, sino la vuelta a la religión pura de Abraham, que Mahoma cree corrompida y alterada por la especialización sacerdotal.

Según él, las puras enseñanzas de Moisés y Cristo no fueron comprendidas ni seguidas por las generaciones posteriores, que las mezclaron impuramente con el clasicismo grecorromano y los misterios egipcios. El Corán considera a Jesucristo Nuestro Señor como un gran profeta, el más puro y sagrado de los profetas, y tributa un respeto inmenso a la sagrada figura de la Virgen María, cuya Inmaculada Concepción fue proclamada por los musulmanes antes que por los cristianos.

Mahoma establece formalmente que la religión monoteísta semita es una en todos los tiempos y con todos los profetas. Ejemplo: Abraham no era judío ni cristiano, era un Hanif, un hombre conocedor de Dios único, sometido a su voluntad. (Cap. 3, v. 60). Dios ha establecido para vosotros la religión… que habíamos enseñado a Abraham, Moisés y Jesús, para que la sigáis y no os dividáis en sectas. (Cap. 42, v. 11). Di: ¡oh pueblos de las Escrituras, venid a oír una sola palabra que pondrá el acuerdo entre nosotros y vosotros, no adoramos más que a Dios; no le asociamos ningún ser; no tomamos a otros (otros espíritus u otros hombres) por dueños al lado de Dios. Y si rehúsan, decidles: sed testigos de que somos verdaderos creyentes (en Dios solamente) (Cap. 3, v. 57.) Los musulmanes siguen fielmente la orden de Cristo nuestro Señor que prohíbe llamar padre (o jefe) a nadie en la tierra y pensar que el único padre, el único jefe absoluto es Dios.

De aquí viene la profesión de fe musulmana: No hay más Dios que Dios, que se repite diariamente desde las torres de las mezquitas, gritándola cinco veces. A ella suele añadirse la coletilla “y Mahoma es profeta de Dios”, es decir, no el único, sino uno de entre ellos, el último, y, según los musulmanes, el más perfecto. Esta perfección se explica por la teoría islámica de la evolución religiosa: I. La religión judía vino en un momento en que los hombres politeístas y bárbaros estaban en el estado de un niño recién nacido que sólo distingue lo que cae en el campo de sus sentidos. Esta religión exigió la obediencia absoluta, imponiendo preceptos fáciles y claros a los que era necesario someterse absolutamente, aun sin comprenderlos. No era lógico emplear en esta primera etapa la lógica fría o el misticismo exaltado; el rito era lo único absolutamente indispensable.– II. El cristianismo, surgido en épocas de sufrimiento y miseria, con un carácter ideal de universalismo y caridad, vino a emancipar el alma desdeñada por el judaísmo (religión de tribu y no religión de la Humanidad, como la cristiana). Los cristianos adquirieron un sentimiento delicado, tierno, infantil. El cristianismo es la religión del amor. Las almas consoladas fueron curadas del mal; la feminidad y el misticismo reinaron; pero… el cristianismo se rompió bajo las influencias occidentales derivando hacia el ascetismo masoquista, hacia la cultura grecorromana de tomistas y humanistas, hacia las prácticas del falso rabinismo y del clasicismo.– III. Entonces (según los musulmanes) vino el Islamismo, que se dirigió a la razón y la libre autoinspección, enalteció el análisis, exigió al hombre responsable la conservación de su cuerpo y el perfeccionamiento de su alma, imponiendo la limpieza exterior al mismo tiempo que la interior (sin matar el espíritu como la primera religión, o el cuerpo como la segunda), obligando al hombre a usar de todas sus facultades visibles o en potencia. Es feminismo, virilidad y democracia mística.

Para los musulmanes, los hebreos y los cristianos son menores de edad, hijos pródigos a los que es necesario compadecer y ayudar si se ven en peligro. Se autorizan los matrimonios mixtos y las comidas en común; se reconocen a cristianos y judíos (“gentes del libro”) los mismos derechos que a los musulmanes, mediante el pago de un pequeño impuesto benéfico, en los países dominados por el Islam, donde “las gentes del libro” son minoría. Mahoma prohíbe toda presión religiosa, toda propaganda para obtener conversiones forzosas, diciendo: ¡Oh los creyentes! No sois responsables más que vosotros mismos; el pobre extraviado no puede haceros daño si estáis en el buen camino. (Cap. 5, v. 104.) Deben hacer conocer el Corán a los adeptos de la Biblia; pero no incitarles a la conversión, que es exclusiva de la gracia divina. La manoseada Guerra Santa es un mito. Hay cuatro guerras musulmanas: 1.ª Santa contra el pagano, ateo, politeísta. 2.ª Contra los apóstatas, rebeldes. 3.ª Contra rebeldes políticos (“Bughat”). 4.ª Contra bandidos y ladrones. Los cristianos y hebreos entran en la tercera categoría, igual que los musulmanes rebeldes; unos y otros han roto el pacto, el contrato tácito de cooperación (la base del Islam es el pacto) y deben ser castigados de un modo laico.

La teoría del Islam se completa por: I. La creencia en los 99 nombres de Dios, en recuerdo de sus 99 atributos representados en el rosario musulmán (“tesbieh”) de 99 o de 33 granos.– II. Los cinco artículos de la fe: 1.º Unidad de Dios. 2.º Creencia en los profetas (con Jesucristo). 3.º Creencia en los ángeles. 4.º Creencia en los libros revelados. 5.º Juicio final presidido por Jesucristo.– III. Creencia en el pecado mortal y venial, el Paraíso, el infierno y el purgatorio; al primero van los musulmanes; al segundo, los impíos y los politeístas; al tercero, judíos y cristianos.– IV. Merece citarse el valor simbólico que ellos dan a la vida de Mahoma, considerada como un resumen de la Biblia: 1.º Lucha contra los ídolos (equivale a Abraham). 2.º Persecución (José). 3.º Soledad, mueren los suyos (Job). 4.º Hégira o éxodo (Moisés), siendo una curiosa coincidencia el hecho de llegar Mahoma a Medina en la misma fecha que Moisés se salvó del Nilo. 5.º Organización civil (Jueces). 6.º Organización militar (Reyes). 7.º Legislación (David). 8.º Gloria (Salomón.)

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La práctica musulmana se basa en la fraternidad de los fieles y en los cinco pilares de la fe. La fraternidad (llamada vulgarmente “panislamismo”) es puramente religiosa y no tiene el carácter político que algunos europeos maliciosos le atribuyen. Las dos grandes instituciones que aseguran la fraternidad musulmana son el jalifato y el hayy (peregrinación). La primera, que radicaba en Turquía hasta el 1.º de marzo de 1924, fecha en que Mustafá Kemal Pachá expulsó a Abdul Mejid, último poseedor del título, no es algo semejante al Papado católico, como se cree generalmente. El jalifato turco era ilegítimo; político, hacía siglos se había roto la majestad y el prestigio de la suprema magistratura musulmana, que para ser legal ha de ser árabe y “koreixí”. Añadiré que el jalifa es singularmente el decano de los musulmanes, el director de la plegaria, el delegado de los hombres ante Dios.

El fundamento de la vida religiosa musulmana reposa sobre la “yemaa” o reunión. La organización es muy simple: En cada grupo de musulmanes se debe elegir al más instruido o al de más edad y encargarle de ser “Imán”, jefe de devociones; cuando hay muchos, construyen una mezquita, casa de reunión de los fieles, y no casa de Dios. Ante la abolición del jalifato turco, los musulmanes se han hecho dos preguntas: ¿Debe elegirse jalifa a un rey de un país musulmán, o debe elegirse a un particular? ¿A un descendiente de Mahoma o a uno que no lo sea? Todos los teólogos son hostiles al proyecto de mezclar el jalifato con el poder político de un sultán, de resucitar el panislamismo imperialista de Abdul-Hamid. El jalifa debe pertenecer a la tribu de Koreix, ser árabe, limitarse a ejercer el poder espiritual de jefe de la oración, facilitando la fraternidad islámica; debe preparar programas de estudios para los candidatos a los puestos religiosos de “Imán”, “Mufti”, “Jatib” y “Almuédano”; escoger anualmente un jefe de “hay” que recuerde a los peregrinos sus deberes de fraternidad; organizar suscripciones para fines benéficos y centralizar la propaganda musulmana. A su lado debe crearse un Sacro Colegio o Consejo Supremo del Jalifato, cuyos miembros serán nombrados por las comunidades musulmanas de todo el mundo, y elegidos entre los más sabios (no los nombrará el jalifa). Se preferirán las koreixíes para elegir el jalifa entre ellos.

La administración del Jalifato constará de varias secciones o ministerios:

Primero. De la Religión, de la cual dependerán todas las asambleas de creyentes; las mezquitas, escuelas y establecimientos religiosos. Hay millares de mezquitas, grandes y pequeñas, de un extremo a otro del Islam; cada una tiene un registro, una administración y un grupo de creyentes afiliados; este grupo deberá elegir un consejo, que ayudará al Imán en su triple labor religiosa, moral y pedagógica; estos comités se agruparán en comités de pueblo, reunidos luego en comités superiores de distrito, eligiendo diputados religiosos para el gran comité nacional, que nombrará un delegado para el Consejo Supremo del Jalifato. Este parlamentarismo sagrado, esta democracia mística está conforme con la teoría del Islam puro, tal como se practicaba antes de los Omeyas damasquinos. El ministerio de la Religión deberá crear un “Bitelmâl” (tesoro público) en cada ciudad o distrito, dedicándolo a fines benéficos; organizar la estadística musulmana en todo el mundo y favorecer la beneficencia.

Segundo. Ministerio de Hacienda que recogerá los impuestos coránicos, destinándolos al entretenimiento del jalifa y su consejo; a la higiene de la Meca y Medina; a la beneficencia y a la enseñanza religiosa. Se suprimirá la caridad particular e irregular, poco coránica.

Tercero. Ministerio de Instrucción pública e investigación científica. Su misión será la creación de seminarios para teólogos, y de universidades religiosas para particulares laicos (análogas a la de Az-Zahar, en El Cairo). La enseñanza de la Cosmogonía, la Astronomía, la Geografía, la Geología, la Zoología, la Botánica, la Química, la Física, las Ciencias económicas, &c., &c., es vital para el porvenir del Islam, que honra la Ciencia de un modo desconocido en las demás religiones. La historia de los prodigiosos descubrimientos realizados por la ciencia árabe medieval es la prueba irrefutable; poco después Galileo era duramente atacado en Europa, y los químicos considerados como brujos. El relativismo y el fatalismo musulmanes les hacen evitar las teorías a priori sobre la naturaleza de las cosas, siéndoles indiferente, desde el punto de vista religioso, que el hombre haya sido creado de golpe o por evolución, que el cielo visible exista o no, que el alma humana, funcione de un modo u otro. Sólo se debe creer lo que está demostrado por el análisis, pensando siempre que lo que se ignora es mucho más, y creyendo de un modo provisional, hasta que surja una nueva experiencia, porque la verdad absoluta sólo la conoce Dios.

Cuarto. Ministerio de la Propaganda, basada en las siguientes razones: 1.ª Todos los hombres son absolutamente iguales y tienen los mismos derechos; los musulmanes son hermanos y no deben admitir jefes ni más superioridad que la técnica o moral. No hay clero, ni labor personal e infalibilidad de sus jefes religiosos, y aun el mismo Mahoma está desprovisto de carácter sagrado. 2.ª La majestad de la Vida humana o animal es una creación sagrada del Supremo Hacedor; romperla sin necesidad, es ultrajar a Dios; la especie o el individuo es lo mismo: tan espantoso es un crimen como un millón, no la cantidad del hecho, sino la calidad. 3.ª Los bienes y el honor del pueblo, de la raza, del conjunto de seres vivos es superior a los intereses particulares, sociales o nacionales. 4.ª Si la fraternidad musulmana, la fe parlamentaria del Islam, se extiende y los adeptos de otras religiones adoptan este espíritu, la salvación de la Humanidad será un hecho.

Las cuatro secciones o ministerios, el jalifa y los grandes centros de enseñanza, deberán establecerse en Medina o la Meca, y para reconciliar todas las escuelas y ritos convendría que el jalifa perteneciese a la familia de Mahoma.

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En la vida de la comunidad musulmana domina el principio de la “Yyma” o “Yemaa” (idea común al Islam, el judaísmo rabínico y el cristianismo primitivo, basada en el principio: «Un pneuma, un mismo espíritu, una sapiencia idéntica de la verdad única reúne a los fieles en unidad de voluntad y acción. Una persona jurídica es un ser colectivo cuyo conjunto total tiene propósitos, toma resoluciones y acepta responsabilidades» (Spengler). «Se distingue cuidadosamente entre textos canónicos y leyes explicativas posteriores, “JUS” y “LEX”…; el Derecho arábigo procede no de experiencia (científica) práctica, sino de Dios, que lo comunica por el espíritu de los elegidos…; el científico árabe examina y descubre en cada caso la convicción universal de los iniciados, convicción que no puede ser falsa, porque el espíritu de Dios y el de la comunidad son uno mismo. ¿Consíguese un “consensus”? La verdad queda fijada (el común acuerdo “Yemaa” procede de la interior fuerza de humanidad común a todos los fieles); lo esencial del Islam en acción no es el culto, sino la doctrina (como en el cristianismo arameo y copto) confirmada por la opinión unánime de los fieles sobre la cual se basa la dignidad de los acuerdos. O sea que su vida religiosa es un Concilio perpetuo, un sagrado “referéndum”, una democracia mística sujeta a un incesante análisis.

Para la práctica del “consensus” conviene conocer la jerarquía legal de los textos sagrados en el Derecho musulmán, dividida en cuatro grupos:

Primero. Corán. Compuesto de Suras o capítulos formados con las palabras pronunciadas por Mahoma al terminar sus éxtasis y recogidas rápidamente por los presentes. El jalifa Otman (de la familia Omeya o Benumeya, tercero entre los cuatro jalifas primitivos o “legales”) hizo una minuciosa recopilación de estos textos, fundiéndolos en un solo libro, completando así la labor iniciada por Omar. Así quedó formado el Corán, libro maravillosamente escrito, que ningún literato árabe ha podido imitar ni remotamente; tal es su perfección. (Como Mahoma era analfabeto, los musulmanes consideran natural esa increíble perfección literaria del Corán, lógica en un libro auténticamente revelado.)

Segundo. Sunna. Tradiciones referentes a la vida de Mahoma, a sus juicios y resoluciones, a los juicios y resoluciones de sus compañeros autorizados, Estas tradiciones (“Hadits”) han sido recogidas en seis grandes libros clásicos que forman la base de la “Sunna” o tradición,

Tercero. Yemaa. “Consensus”, opinión unánime. A ella pertenecen las compilaciones de los jefes de escuela y sus alumnos. También las resoluciones particulares de los compañeros de Mahoma y las resoluciones de los jurisconsultos actuales, reunidos en concilio para resolver un caso de excepcional importancia y dar un decreto basado en el “pneuma” común, en el Espíritu Santo que cada musulmán cree llevar dentro de su propio espíritu. La Yemaa de jurisconsultos da luego un decreto basado en el “consensus”. Es la “Fetwa” o “Ftua”. El esfuerzo de los jurisconsultos modernos para encontrar la verdad por el “consensus” o la Analogía legal se llama Yytihad.

Cuarto. Quiyas. Analogía legal. Asimilación de un hecho nuevo a otro ya conocido. Ejemplo: el uso del cok-tail, desconocido en la Arabia primitiva, es asimilado al vino y severamente prohibido por el procedimiento de la Analogía legal. (El espíritu zumbón de los árabes hace a veces Quiyas falsas para saltar sobre la ley, asimilando el champagne a la limonada gaseosa, porque es espumosa y el vino no lo es; luego el champagne es limonada. Esto no es legal, pero algunos moros lo hacen.)

El estudio del Yytihad se completa con el cuadro siguiente: Pruebas de la Analogía legal, según el derecho malekí y hanefi:

Primera, Razón evidente. Su legalidad se prueba por una palabra categórica pronunciada por Mahoma, en el Corán o particularmente.

Segunda. Razón latente. Su legalidad se prueba por la concordancia con los dictados de la Razón de la Comunidad.

Tercera. Razón de relación entre los hechos. Su legalidad se prueba según las reglas jurídicas de las cuatro escuelas jurídicas musulmanas. (“Malekí”, predominante en Marruecos, Argelia y la antigua España musulmana; “Hanefí”, que es la principal y primitiva; “Chafeí”, “Hanibalí”.)

Cuarta. Razón técnica o complementaria, basada en las leyes de las ciencias naturales y de aplicación mundana. También en la Biblia hebrea y el Evangelio.

Hay, además, la división en tres grupos de cuestiones fundamentales (Primero: Cuestiones Madres, resueltas por los tres primeros grupos de musulmanes, o sea Mahoma, sus compañeros y sus discípulos; Cuestiones de Escuela o de los creadores de malekismo, hanefismo, &c.; Cuestiones de análisis, resueltas sobre hechos nuevos por los jurisconsultos del siglo IX a nuestros días.) Hay división por importancia (Corán, “Sunna”, “Yemaa”, de jefes de escuela, “Yytihad” moderno, diez y seis pruebas secundarias); división por autoridad (Pruebas guías reveladas, con la razón de su aplicación categóricamente demostrada. Pruebas fuentes, demostradas por la investigación científica o intuitiva.)

La moral musulmana es muy sencilla; según Mohamed Abdu, los malos instintos tienen una causa social única: la tendencia de los hombres a creerse iguales. Todos los hombres tienen necesidades semejantes, pero están muy diversamente capacitados para satisfacerlas. Los hombres deben ser iguales, pero no lo son. Además, las acciones desordenadas y bruscas son pecados; el espíritu experimenta la misma sensación por las acciones libremente cumplidas, agradables por ellas mismas, que por las bellas cosas.

La idea del pecado es en el Islam una idea estética. La belleza y la fealdad de los objetos exteriores tiene ciertas normas generales que sobreviven a las modas y las escuelas; a todos disgusta la mutilación voluntaria o la suciedad; siempre se busca la armonía, aunque varíe el concepto de ésta y los medios por los cuales se alcanza. Puede haber cosas feas embellecidas por las consecuencias, y cosas bellas afeadas por las circunstancias feas que las acompañan (ejemplo, una medicina amarga). Así la consecuencia bella esparce sobre la cosa que la produce un rayo de su esplendor, y esto es lo esencial; no basta que una cosa sea bella en su apariencia si no lo es en sus consecuencias, y una cosa fea en su aspecto y bella en sus consecuencias es doblemente bella. Entre las acciones libres son bellas las que nos benefician y feas las que nos perjudican, porque estando la belleza en la armonía, ésta requiere la paz, la serenidad activa, y el esfuerzo hecho para el mal la rompe, crea una inquietud, una desarmonía fea y mala al mismo tiempo.

Hay cosas agradables que se hacen feas por sus consecuencias, como la embriaguez, la gula, la voluptuosidad, el orgullo, &c., no por su propia esencia, pues siendo flaquezas de la carne, aprovechamiento de las posibilidades inferiores y materiales, no pueden condenarse sino porque el tomar placer en ellas, el enviciarse y habituarse a su uso constante rompe la armonía del ser humano, colocando 1as facultades inferiores sobre el alma y exponiéndonos a enfermedades y desarreglos que arruinan la salud, rebajan el espíritu, embotan la inteligencia y hacen dilapidar el dinero. Por eso los pecados de intemperancia, los pecados de la carne son en el Islam tolerables y veniales (siempre que no vayan contra la Naturaleza); el mal en estos casos procede de la brevedad del placer comparado con la longitud de los sufrimientos que le acompañan, de la reacción violenta de la intensidad del dolor y el placer que lo ha creado. No hay que confundir estos sufrimientos con los sufrimientos benéficos, como el trabajo o el ayuno higiénico del Ramadán. Resumiendo: pecados mortales son el robo, asesinato, adulterio, uso de bebidas o paraísos artificiales, usura, tiranía, &c., y veniales los pecados de la carne y las omisiones en el rito y la oración. Su pecado más grave es el CHIRK, o sea el asociar alguien a Dios; incurren también en él los que no sintiendo fe en su propio espíritu impetran el auxilio de fuerzas irracionales y los que se lanzan a la ventura creyendo merecer una intervención divina favorable, confiando en el milagro y desdeñando la Razón.

Acciones malas son las que rompen la armonía entre el individuo y su mundo circundante. La rebelión contra Dios y las leyes de su naturaleza es castigada porque produce desorden. La causa del mal es el enlace entre causas y efectos; el hombre hace su propio mal si no sabe elegir, si altera el plan de la especie (en el pecado la penitencia). El dolor sirve para restaurar el orden. El pecado no es un exceso de maldad, sino un defecto, una solución de continuidad. Somos nosotros los que marcamos previamente nuestras futuras horas; hacemos esfuerzos hacia lo mejor; pero no podemos escapar a la expiación de las faltas (pecados, disminuciones de velocidad en la marcha hacia el bien). Somos nosotros los que marcamos previamente nuestras futuras horas ensartando pecados de pereza. «Nuestros destinos están suspendidos de nuestro cuello.» «Cada cosa, para cumplir su propio fin.» «No dejar facultades sin aprovechar.»

La libertad en la soledad es un placer morboso y falso. El Islam no comprende más santidad que la santidad social. La vida es una milicia; cerrando los ojos no se evitan los peligros; la verdad no es poseída si no actúa; el bien nace del trabajo. Cada acto de la vida cumplido con pureza es un acto religioso; mientras Occidente distingue entre terrestre y celeste, Oriente rebaja lo celeste hasta el panteísmo de la substancia única; Mediodía, con el Islam a la cabeza, diviniza todo lo vulgar, todo lo sencillo. El Islam abomina del asceta egoísta.

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La pregunta esencial de la vida es el ¿por qué la vida? ¿Para qué la vida? La respuesta elemental es: Dios. En el Islam, Dios es algo más que respuesta elemental; el Dios musulmán es obsesión constante. Pero antes de cerrar este capítulo con la cuestión más compleja de esta complejísima Granada, reproduciré algunos párrafos sobre la intuición de Dios en general. Escojo el texto de Otto Grundler (edición Revista Occidente) por ser el más frío de los especialistas occidentales del momento, el más alejado del Islam.

Según él, nuestro saber de Dios se basa en tres grados: 1.º, razonamientos; 2.º, intuición, 3.º, revelación. Solamente el segundo se presta a un estudio completo limitado a lo fenomenológico. Excluye de su estudio todo conocimiento indirecto de Dios, bien sea racionalmente descubierto partiendo del concepto del mundo, bien sea revelado por autoridad divina, sin traer al campo de su investigación ni la última base teórica que está en el conocimiento racional metafísico y ontológico, ni su definitiva y suprema culminación en la revelación. En el campo de la intuición religiosa lo esencial es la fe, que «no es, como el saber, un simple acto teorético; el devoto no aspira al conocimiento, sino a la salvación…, a la Verdad». La fe es una emoción amorosa hacia Dios, un abrirse al alma sencillamente. Pero la fe tiene también dos aspectos en los que parece “Inteligencia” y “Revelación”. Toda fe viva y eficaz descansa en una revelación; la mera y racional comprensión de que hay un Dios no es aún religión ni fe… Fe es siempre superior al saber simplemente racional y al natural, pues amplía nuestro conocimiento descubriéndonos un saber de objetos inaccesibles substancialmente a la Razón humana. Pero «saber es la tenencia conceptual de una proposición por verdadera, siendo indiferente la base en que se sustente la convicción de su verdad». Aquí también se demuestra que el saber es una intuición decapitada, una intuición sin amor.

«Religión es versión del Yo hacia lo divino, no hacia Dios, porque religión es entregarse a aquella absoluta realidad que está revestida con el peculiar valor de lo divino o de lo santo, el más alto en la jerarquía de los valores». (Por eso son “Religión” el Budismo y el Confucismo, donde la idea de Dios aparece borrosa.) Las primitivas religiones no conocen a Dios, sólo conocen la oposición entre lo sagrado (Mana, Brahma) y lo impío (idea que persiste atenuada en el cristianismo occidental de todos los ritos). En el conocimiento intuitivo de Dios hay dos grupos de estos actos parciales: «Primero: Actos de toma de conocimiento (teóricos). Segundo: Actos de toma de posición (emocionales y prácticos). Toma de conocimiento consiste en la aprehensión de un valor… 1.º Por objetos intermedios portadores de estos valores. 2.º Asomar al valor supremo volviendo la espalda a todo otro valor. Si llamamos mundo al conjunto de los valores extradivinos, podemos hablar de una posición Desviada del mundo y otra posición Encarada hacia el mundo… Hay en el mundo del valor dos esferas: la del Mundo y el Sobremundo; Naturaleza y Supranaturaleza (valores terrenos, como Honor, Fama, Ingenio; valores superiores, como Pureza, Virtud, Amor, Bondad, Santidad…); el que se aparta del mundo no imagina que todo aquello de que se ha desviado carezca en realidad de valor; el valor del mundo… es, relativamente, poco valioso» (frente al supremo valor, Dios). «A quien considera el mundo como exento de valor no puede computársele como mérito religioso el huir del mundo.» Por último, «hay varios grados de felicidad, empezando por el placer puramente sensual y acabando por la bienaventuranza de la participación en la vida divina; estos grados dan satisfacción a distintos estratos del Yo; el placer es periférico, la bienaventuranza es la medula. En las capas periféricas de su persona puede el malo ser feliz; pero en el interior está alejada de Dios, y es desdichado».

Es decir, que este concepto occidental de la emoción religiosa viene a parar en un placer, asegurando la egoísta bienaventuranza de un asceta que se retira del mundo para lograr su propia salvación, fuente de un placer sobrenatural. Es una idea profunda que afirma una vez más la intensidad de los estados de conciencia y que es absolutamente opuesta a la idea de la santidad semita; santidad social que afirma el valor del mundo y no busca el placer, sino, la paz; situación de equilibrio y absoluta serenidad, expansión de la emoción sagrada a través de nuevas superficies en forma de arabesco.

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El Dios de Occidente no es un padre, sino un eje. (El Dios Oriental es todo el espacio, todo el tiempo, todo el movimiento.) Para la fe europea Dios es «supremo campo de fuerza que incorpora a su zona de tensión todos los espíritus» que se le aproximan. El Dios semita es la Causa primitiva, la jerarquía más alta, modelo de acción que se proyecta en el espíritu del hombre, pero que no vive jamás dentro de él.

En el Islam, la ciencia teológica y dogmática coexiste con el Tauhid o ciencia de la Unidad de Dios, unidad absoluta, irrebatible y sin excepción. Su fin es demostrar que hacia Él tiende toda acción y de Él viene todo impulso, sin encarnaciones ni intermediarios. (El “Tauhid” se llama también “Ilmel-Kalam” o ciencia de la palabra, del “Verbo”.) El “Tauhid” y la otra teología son muy racionalistas. Las teologías anteriores al Islam no recurrían al razonamiento ni tomaban por base de sus dogmas y opiniones la naturaleza de las cosas ni las leyes del Universo; la religión era enemiga de la razón y no cesaba de exaltar los milagros. En cambio, el Corán vino y, para probar sus razonamientos, no recurrió al misterio; empleó argumentos humanos y sencillos como la perfección gramatical de su libro sagrado; el orden que reina en el Universo, perfecto desde un principio, sin que Dios tenga que recurrir al milagro, pues lo que parece milagro es sólo una ley natural desconocida, &c. «Es la costumbre de Dios tal como la ha aplicado a las generaciones pasadas. Tú no encontrarás variantes en la costumbre de Dios.» (Corán, S. 48, v. 23.) «Dios no cambia lo que concede a los hombres mientras no lo cambien ellos mismos.» (S. 13, v. 12.)

El Tauhid es esencialmente la ciencia de la unidad de Dios, que en el Islam tiene una importancia extraordinaria, desconocida por las otras religiones. Los musulmanes no admiten intermediarios entre el Creador y la criatura. Dios es único en su esencia, sus atributos, su existencia y sus actos; el único cuya existencia es necesaria y el único que da la existencia a los seres contingentes. La teología debe huir del razonamiento, de la meditación sobre la naturaleza de Dios y sus atributos, limitándose a estudiarle en sus actos y adorarle en su esencia; poca metafísica y mucho misticismo. El máximum de la razón humana es conocer los caracteres exteriores de los fenómenos que el hombre puede percibir por sus sentidos, sus sentimientos o su razón; conocer después su causa inmediata, agrupándolos en especies y géneros para abrazar algunas de las leyes que rigen las relaciones mutuas de los fenómenos exteriores. Es imposible penetrar la verdadera esencia de las cosas. El Islam es relativista, no cree en las clasificaciones ni en las individualidades, y si exagera el orden riguroso de los conocimientos, bien proporcionados y simétricos como un arabesco mental, lo hace de un modo convencional para evitar el caos panteísta. La cosa más próxima y más fácil para el hombre es su alma. Ha querido conocer sus cualidades, saber si es un accidente o una esencia en la existencia con el cuerpo o después, si es inherente a él o independiente de él. Son preguntas que la razón no ha llegado a resolver de un modo satisfactorio para todos. A lo más que ha llegado el hombre es a saber que existe, a conocer sus posibilidades exteriores; pero el porqué, la esencia de su ser, la ignora y la ignorará eternamente. Hay que creer que Dios existe, que no se asemeja a sus criaturas, que es eterno en el pasado y el porvenir, vivo, omnisciente, todopoderoso, simple, único, perfecto y absoluto; preocuparse de saber si sus atributos son diferentes de su esencia, si la palabra divina es o no distinta de los libros sagrados, si el hombre ha sido creado de golpe o por evolución, &c., es perder el tiempo aun ensayando demostrar nuestras opiniones particulares por los textos sagrados, pues hay un abismo entre la letra estricta y el espíritu, entre la idea divina y la mentalidad del interpretador. Es la misma diferencia que hay entre la idea primitiva de un pensador y la idea modificada por el ambiente y por su propia vida interior. Toda gran idea verdaderamente humana llega a ser independiente de su creador. Este pirandellismo musulmán enseña a los partidarios del Islam a no creer en la realidad absoluta, poniendo todo su entusiasmo en la acción, en la práctica; nada de dogma complicado y casuístico, nada de teología; el ideal es misticismo y acción. Santa Teresa parece una santa musulmana, y al hablar de ella dice Ganivet (presintiendo una vez más al Islam que vivía oculto en su sangre alpujarreña): «el misticismo español fue como una santificación de la sensualidad africana…»; «al lado de estas creaciones tan originales y vigorosas (nuestro misticismo y nuestra acción directa), la filosofía doctrinal, imitada de la escolástica, pierde gran parte de su valor, nos aparece como algo inferior a nuestro temperamento…, como una creación de la Iglesia Universal» (no como una idea hispana).

El “Tauhid” se exterioriza con cinco actos rituales, los “cinco pilares de la fe”. 1.º Chahada, los 99 nombres de Dios, aspiración mística a conseguir; el Tanzih, virtud que confiesa que Dios está exento de toda cualidad propia de la criatura. 2.º Sâlat, las cinco oraciones precedidas de otras tantas abluciones purificadoras. 3.º Zekat o limosna legal (muy compleja e interesante). 4.º Ramadán o mes del ayuno (Saum). 5.º Hayy, peregrinación a la Meca o fiesta de la fraternidad (no de la igualdad, sino del amor). Lo esencial son las abluciones; el Islam puede reducirse al mandato: «Limpiad la sociedad, la patria, la moral, el cuerpo, el alma y el espíritu; limpiad toda la existencia, todas las horas, todos los actos, todos los pensamientos; si queréis libertad, sed limpios.»

Resumen: La vida musulmana es una aplicación continua de la Gracia divina a todos los actos de la existencia. Esta Gracia, «conformidad y equilibrio entre voluntad humana y predestinación divina», se divide en cinco grados: 1.º Ilustrante, conocimiento del bien y el mal. 2.º Excitante, auxilio divino que da fuerzas y orienta. 3.º Facilitante, en que todos los movimientos se encaminan al fin propuesto. 4.º Adyuvante o perfección de todas las facultades anímicas. 5.º Inmanente o presencia del reflejo divino en el interior del hombre (Baraka). En cuanto a la libertad, su no existencia depende, principalmente, de la pereza, de la tendencia “natural” a la inercia. Obrar “libremente” requiere siempre un enorme esfuerzo que empuje al hombre a lanzarse en el torbellino de lo nuevo poniendo el acento máximo en la parte más peligrosa de la vida. La libertad es dinámica y difícil.




Amarillo

Divagaciones en torno a lo Arabesco

Colocados ante la Alhambra, los espíritus occidentales sienten profundamente una sensación angustiosa. El severo espectáculo de las ruinas, el silencio eterno de los viejos murallones asomados al Darro y cara al Generalife, la sombra errante de las sultanas morenas y los hidalgos Abencerrajes, flor y nata de la “cultura” árabe, polvareda de seda y oro de una raza que pasó gloriosamente por la Historia y no volverá…, motivos elementales de la emoción granadina que abren paso a un complicado cortejo de gnomos, princesas errantes a la luz del plenilunio, polvo de siglos, nostalgia, perfume olvidado en estancias cerradas… ¡Todo apagado, todo muerto!

Pero el agua de los aljibes, albercas y acequias, que corre; saltarina, por palacios, cármenes y murallones (el agua sangre de la ciudad), sigue burbujeando como en los tiempos de los Alhamares, y su “glo, glo” es una burla castiza del hombre exótico que busca romanticismos en tierra de pasión. Sobre la opuesta ribera del Darro muestra el Albayzín sus blancos tonos apagados, y bajo las callejuelas el agua sigue corriendo, para acompañar el eco gutural de una copla morisca y regar los arriates de mil jardines cerrados, donde las mocitas de bronce (moritas o “gachís”) prolongan el hechizo de las sultanas. Es Granada la morisca que, apagada y rota en mil pedazos, conserva aún en el fondo de su preconsciente el alma encendida de una raza prócer. El alma árabe y apasionada de Andalucía despierta, reduciendo a silencio la voz quejumbrosa de las ruinas o, mejor, mostrando la ausencia de melancolía en el Islam ante estos despojos del pasado.

Allá lejos, en Marrakex, Bagdad, Damasco, hay también viejas ruinas. Su abandono expresa una eterna actitud semita: el arranque magnífico del deseo; pero también el renunciamiento, la aceptación voluntaria del dolor, maestro terrible que enseña el valor de la vida. El alma de las ruinas musulmanas es viviente y compleja armonía de contradicciones; construyendo estupendos palacios y abandonándolos después al tiempo, los árabes satisfacen a la vez su locura sensual y su mística sabiduría, devoción y voluptuosidad a un tiempo. No se agarran a la realidad presente con la obstinación ansiosa y estúpida del europeo, sino que abdican deliberadamente ante el destino midiendo la duración de las cosas, no por la vanidad humana, que es infinita, sino por el placer, que es limitado, aceptando la necesidad de un final irremisible en vez de dejársela imponer, yendo delante del dolor, en lugar de chocar contra él, abatidos y llorosos.

El Islam hace de la muerte un acto natural y esperado; la muerte es algo familiar que acompaña al hombre a lo largo de su existencia entera; no “se muere al final”, sino que la muerte es el color complementario de la vida, su reverso lógico que va luchando con ella desde el momento de nacer. Es una actitud espiritual que comunica a su gesto un bello ritmo, a su fisonomía una serena gravedad tranquila, a su vida entera una nobleza digna y majestuosa. Así es su arte: bello decorado que expresa una imperiosa voluntad de potencia vuelta hacia dentro y plena de pasión contenida.

Ante las ruinas de los árabes el alma occidental no se resigna, y, escandalizada, acusa la incuria de la Raza (el viejo cuento de la pereza beduina, de la pereza andaluza). Pero los árabes no son románticos ni crepusculares, y dejan derrumbarse los murallones pensando sólo en la facilidad de hacer otros nuevos, más perfectos; el arte musulmán no se preocupa de la moda fugaz y pasajera; su ideal es la “perfección”, no el “progreso”. El rico encarga ropa nueva; el pobre remienda la chilaba. ¡Qué importa la caída de un viejo Alcázar si sabemos hacerlo mejor! Los árabes y los andaluces son grandes señores; sus ruinas no expresan la muerte, sino el ardiente deseo de vivir, de renacer, de servir de ejemplo, de despertar la inquietud del alma de la Raza, apasionada, infatigable en el deseo, generosa y magnífica en el placer. Esas ruinas que parecen tristes son la gloria del Sur, su orgullo.

Entre sus viejos paredones brillan aún los arabescos, decoración geométrica que es la suprema expresión del alma musulmana. El arabesco es algo más que un simple elemento decorativo, es el resumen del Islam, la más alta y perfecta manifestación del genio semita; él da al alma árabe un poder de abstracción; su contemplación prolongada llega a producir un sopor, un soñar despierto que es el origen de la Paz mahometana, poder de sugestión semejante a los paraísos artificiales. El arte árabe musulmán nació en los largos ensueños de una siesta; la contemplación prolongada de sus lazos enrevesados y sus letreros bordados, produce una impresión de vida; el arabesco se mueve, las líneas salen de su sitio y corren vertiginosas por la pared; la vista se reconcentra en una línea o en un círculo, sigue las evoluciones de una curva, pasando imperiosa o deslizándose suave entre otras líneas semejantes, que atraen y desvían la mirada; con un esfuerzo repetido se van desdeñando motivos, hasta que la vista se rinde y la atención vacila, mientras la decoración mural sigue desplegando temas que no se sabe dónde nacen ni dónde terminan; sobre éstos se atropellan otros que los borran, para dejar paso a otros que vienen después…, y así van renovándose y renovándose, en sucesión ininterrumpida, que provoca una embriaguez mental en el espectador. La suprema categoría estética del arabismo, desde el arabesco a las Mil Noches y una Noche, es la repetición, el arte biológico de la especie que pone en práctica los viejos axiomas del desierto: «Vivir es ver volver.» «Siéntate a la puerta de tu casa y verás pasar el cadáver de tu enemigo.» La impresión pasada, prolongada en la presente, que resucitará en otra. Continuidad, persistencia, “Durée Reelle.”

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El bereber, aborigen de Iberia y Marruecos, sumergido en la majestad de las fuerzas naturales (Atlas, Sahara), frente a frente del mar, el desierto y la sierra brava, sin tradiciones estéticas que le impongan convencionalismos, parece especialmente predestinado a crear un arte naturalista que corresponda exactamente con su carácter bravío. Sin embargo, el arte bereber ignora deliberadamente la vida, llevando la decoración geométrica a su máxima simplicidad. En el tapiz, la manta, la muralla del castillo feudal, el poste de la choza y las cerámicas tribales predominan siempre los motivos lineales. El arte bereber, que en ambas orillas del Estrecho de Gibraltar ha precedido al arte musulmán andaluz y que hoy convive con éste, sin mezclarse, en Marruecos, donde las cabilas del campo oponen su arte autóctono al arte refinado de los moros ciudadanos, civilizados por el esfuerzo secular de los inmigrantes andaluces (con su Arte granadino dinástico, sagrado), es, sin embargo, hermano y compañero, por la tendencia común de ambas artes a la geometría abstracta.

El rombo, tema esencial de la decoración bereber, se combina con los ángulos y triángulos en múltiples combinaciones, entre las cuales aparece de pronto, fugitivamente, alguna pequeña curva, que rápidamente desaparece, avergonzada. El bereber ama con pasión la línea recta, no por incapacidad para la creación de combinaciones curvas, sino por la obsesión del horror a la naturaleza viva, masa misteriosa de influencias mágicas tras las cuales se oculta el poder de los genios, los “Yinn” (¡Jamsa!). Crear una imagen viviente es crear otro yo, sobre el cual pueden caer las miradas brujas y los “aliños”. Así las formas vivas no pueden reproducirse más que con un fin de talismán. En los bereberes, como en los Egeos, el “Pathos” mágico del Sur decide la forma del ornamento. La técnica rudimentaria de sus productos artísticos ha contribuido a fijar las normas estéticas primitivas de esta extraña decoración romboidal.

En Marruecos y Andalucía el arte popular ha adaptado a la tierra la hipertrófica sensualidad del arte musulmán. El arte andaluz dinástico de la Alhambra y de Fez es también decoración abstracta; alcázares, mezquitas y alcazabas se han “mogrebizado”, se han vestido a la moda del Occidente levantino; son la Giralda y la Kutubía, rectilíneas, macizas, frente a la esbeltez alada de los alminares del Cairo; son los techos de la mezquita cordobesa, absolutamente opuestos a las cúpulas del arte sirio-bizantino de Egipto, Turquía, Mesopotamia y Persia; es la red esencial de los muros granadinos que reproduce exactamente el plan de un tapiz cabileño.

El tapiz es el lujo del campesino musulmán en el Occidente árabe; sobre su materia suntuosa (gruesa lana de oveja merina y camello de raza, tan espesa que a veces el dibujo desaparece bajo la suave pelusa superficial) se repite el sencillo dibujo rectangular, romboidal, dividido en compartimientos simétricos. En el interior de los motivos tradicionales se despliegan otras combinaciones más sencillas, unas dentro de otras, como muñecas rusas; movimientos secundarios que se oponen a las grandes líneas, o las repiten en un tono menor. Para impedir la monotonía se evita dar a las líneas una forma clara y fácil de percibir (la línea principal está cortada por pequeñas perpendiculares, muy apretadas; escasean las líneas gruesas, a las cuales se prefieren los haces de líneas finas, la línea en zig-zag, series de rayas o puntos). Los motivos forman zonas aisladas, paralelas, precisas; es el mismo dibujo repitiéndose en fajas de distintos colores. Una serie de pequeños compartimientos contienen colores francos, chillones, aislados, evitando las gradaciones y medias tintas, buscando el efecto estético en los contrastes bruscos, donde los distintos colores se neutralizan; armonía brutal y vigorosa que produce un efecto indescriptible, opuesto a la leyenda que hace del arte moro, popular y culto, una fuente de inspiraciones fantásticas y dulcemente líricas.

La decoración berebere con su primitivismo encantador, base indispensable para el estudio del suntuoso arte moro-andaluz, produce una fuerte sensación de poder y naturalidad. Contemplarlo es entrar en un mundo sencillo y sano donde la variedad cede ante la unidad, decoración de líneas francas y puras, producto majestuoso de una fuerza serena, segura de su propio poder, de su severo equilibrio. Es el único arte que ha resuelto de un modo amplio y definitivo el difícil problema de lograr un equilibrio entre la pujanza de las masas y la ligereza de la composición. Las modernas tendencias expresionistas tienen en él un viejo antepasado llegado a un alto grado de refinamiento técnico (ejemplo: el batik, viejo arte berebere del Atlas en Ait-Uarain y el Uarga) y confinado voluntariamente en una extrema simplicidad de línea.

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Sobre la base del arte esquemático bereber pone el arte árabe-andaluz toda la gracia exuberante de sus lacerías junto a la impresión excesivamente concisa que produce la forma rectilínea, cubista, tectónica, del monumento (verticales y horizontales claras y precisas, líneas estáticas, colmadas, frías, coronadas por las pirámides de tejas vidriadas que cubren las cúpulas, y por las enormes paredes de los alminares). El horror bereber a la curva naturalista se continúa en el arte moro andaluz final (arte granadino), que ignora las cúpulas redondas y las reemplaza por las bóvedas de “moçárabes” (estalactitas). En las grandes paredes planas y blancas sólo las puertas despliegan su gozosa policromía o la riqueza excesiva de sus estilizaciones florales y geométricas. Sobre la piedra, la madera, el barro vidriado y el yeso se extienden los arabescos, que se hacen de prisa, fácilmente y económicamente; su profusión y complejidad es indispensable para ocultar la sencillez del material y la rigidez de las líneas; la arquitectura se hace esquema, facilidad de visión, frialdad higiénica y sana de mármoles, azulejos y yeserías; lo esencial cede el paso a la función, a los valores elementales de color, línea, iluminación y jerarquía bien proporcionada de las superficies.

La decoración corre alegre y libremente, exagerando su valor recreativo y desinteresado, poema de líneas abstractas que sólo expresa su propia belleza. Pero aquí ya triunfa la curva; el arte decorativo andaluz (estrechamente subordinado a la arquitectura) gira en redondo, repitiéndose indefinidamente; casi nunca termina una línea de manera clara, sino que la engancha en otra, prolongándose en un entrelazado sin fin, originando una sensación inquietante de infinito, mareo de vivir en un mundo estético impreciso donde nada termina ni comienza, donde el arte corre burlándose de sí mismo, impresión abstracta que se refuerza con las inscripciones literarias que desfilan majestuosas por los muros. Aquí alcanza su apogeo la gracia del ornamento, del detalle, el ansia de lo pequeño, de lo garboso y juncal. (Supremo deseo del alma andaluza, arrulladora de lo imponente y exageradamente ampulosa en lo accesorio y estéril.) En la arquitectura del palacio moro se refleja el espíritu de la Raza que vive a su sombra; gesto preciso, tajante, imperativo en lo esencial; imperial, deslumbrante y magnífico en los sucesos indiferentes.

El arte árabe es anaranjado como el sol ardiente que calienta los cerebros semíticos. La vida que expresa es la digresión gongorina y suntuosa del pensador; en la confusión y poder prolífico de las líneas descubrimos una fecundidad sorprendente análoga a la deducción mística de un cabalista; arte de vida superabundante, no sujeta a los límites de la realidad materialista y avasalladora; arte mágico, de posibilidades tan vastas como las del “espíritu” divino; el “Logos” que, descendiendo misteriosamente sobre el hombre, crea el consenso de la Yymaa, maravilloso poder de humanidad que domeña y esclaviza a la rebelde Naturaleza matando los repugnantes instintos panteístas.

El arabesco no se circunscribe a su modelo ni se inscribe en un cuadro; el arabesco se despliega libremente sin otros límites que los impuestos por la superficie decorada, desarrollo ininterrumpido siguiendo un movimiento interno puramente deductivo, plegándose o interrumpiéndose a capricho. El arabesco, el cante árabe (jondo, flamenco, cabileño o misraínico-egipcio), la literatura demosófica de Shehrazada y la arquitectura mora de los mil patios sucesivos, son expresiones paralelas de un replegamiento étnico sobre el propio espíritu, sumiso a un Dios único y abstracto, sin cara y sin imagen.

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José Ortega y Gasset, el pensador ibero más formidablemente perfecto, maestro de la rápida generación actual, plantea el problema de la deshumanización del arte moderno, arte impopular como ninguno de los precedentes (a pesar de ser un arte sencillo frente a la pompa monumental de toda la serie de estilos que va de lo romano a lo barroco). «El arte nuevo tiene a la masa en contra suya…; es impopular por esencia, más aún, es antipopular.» «En el caso del arte nuevo la disyunción se produce en un plano más profundo que aquel en que se mueven las variedades del gusto individual; no se trata de que a la mayoría del público no le guste la obra joven y a la minoría sí; lo que sucede es que la mayoría no la entiende…; de aquí la irritación que despierta en la masa…; cuando el disgusto que la obra causa nace de que no se la ha entendido, queda el hombre como humillado con una obscura conciencia de su inferioridad, que necesita compensar mediante la indignada afirmación de sí mismo frente a la obra…; habituada a predominar en todo, la masa se siente ofendida en sus “Derechos del hombre” por el arte nuevo, que es un arte de privilegio, de nobleza, de nervios, de aristocracia instintiva…; el arte joven contribuye también a que los mejores se conozcan y reconozcan entre el gris de la muchedumbre.» «Para la mayoría de la gente, el goce estético no es una actitud espiritual distinta, es esencia de la que habitualmente adopta en el resto de su vida…; el objeto de que el arte se ocupa, lo que sirve de término a su atención, es el mismo que en la existencia cuotidiana: figuras y pasiones humanas…; pero alegrarse o sufrir con los destinos humanos es, en principio, incompatible con la estricta función estética… Ver el jardín a través del vidrio y ver el vidrio mismo, son dos operaciones incompatibles; la una excluye la otra y requieren acomodaciones oculares diferentes. La mayoría de la gente es incapaz de acomodar su atención al vidrio y transparencia irreal, pura virtualidad, de la obra de arte.» «Existe en el mundo el hecho indubitable de una nueva sensibilidad estética; lejos de ir el pintor, más o menos torpemente, hacia la realidad, se ve que ha ido contra ella; se ha propuesto denodadamente deformarla, romper su aspecto humano.» «Es fácil decir o pintar una cosa que carezca por completo de sentido ininteligible o nula; pero lograr construir algo que no sea copia de lo “natural” y que, sin embargo, posea alguna substantividad, implica el don más sublime.» «El arte no es hoy reflejo de la vida…; hoy alcanza su apogeo la “voluntad de estilo”.» «Estilizar es deformar lo real, desrealizar. Estilización implica deshumanización. El realismo tiene “carácter”, no “estilo”…» «En lo realista, en vez de gozar del objeto artístico, el sujeto goza de sí mismo; la obra ha sido sólo la causa y el alcohol de su placer ante realidades vividas.» «Cuando falta desrealización hay titubeo: no sabemos si vivir las cosas o contemplarlas.» «En el arte nuevo actúa una acusada iconoclastia; nos complacemos en un lenguaje euclidiano.»

Al margen de las palabras del filósofo pongamos una modesta glosa semita, una piruetilla andaluza que permita captar los valores árabes y hebreos del arte nuevo, sintonizar las ondas estéticas que vienen desde el desierto y soplan sobre la civilización de Occidente. Los arquitectos, pintores y escultores judíos van a la vanguardia del arte moderno, especialmente en la pintura, que será pronto una profesión exclusivamente semita, fenómeno extraño dada la incapacidad judía de ver la realidad tal como es, con su plasticidad naturalista. Pero no es que el árabe o el judío no sepan reproducir la naturaleza, crear realidad; es que los semitas desdeñan las formas espaciales, el volumen de los objetos; es el arte actual con sus cuadros sin perspectivas, plenos de colores irreales, cuadros metafísicos y antisentimentales, donde la música de los colores busca su propia armonía desdeñando todo valor descriptivo, producciones abstractas exuberantes de simbolismo cabalístico, de sufismo estético.

Arte como reflejo del “Yo” psicoanalítico, arabesco que se hace con la razón que, incansable, persigue el juego curvo de una línea a través del alma en tensión. Arte como apogeo de la metáfora, de la paradoja, buscando extremar hasta el infinito las relaciones objetivas (suprema alegría de ver que una tela violeta es violeta, que una línea curva es curva), pureza de color y material, silencio sosegado de la forma. Además; desdén hacia las cosas vistas, descomposición del objeto en dos tendencias divergentes: reducción a los elementos simples de línea, color y gesto; reducción de la función, naturaleza y aspecto de la cosa a un complejo trigonométrico de alquimista; identificación de la cosa con el alma y el espíritu lanzando sobre ella una masa de metáforas; mucha “capacidad de expresión” y poca “capacidad de visión”. De aquí las dos tendencias complementarias cuya tensión violenta da al arte de la llamada “post-guerra” esa seductora y veloz energía que le caracteriza. Primera: Sencillez, concepto del arte como juego de colores y líneas dotados de valor propio independientemente de su jerarquía humana y representativa; predominio de las superficies sobre el volumen (realista o cubista); escasez o poca importancia de los planos intermedios; dando todo el valor al primer plano y el fondo, la plástica queda reducida a un juego manual o metafísico. Alegría creadora de una producción artística que no necesita explicación, que se basta a sí misma; producción eminentemente subjetiva que exalta, generosa, la individualidad del material, de las superficies, la gloria de la técnica, la ausencia de elementos falsos, la absoluta lealtad a la Geometría. Segunda: Arte como un medio de exaltación de la existencia, problema candente de volver a la emoción primitiva describiendo claramente la alegría de vivir, el poder creador de fabricar su propio Yo contra todas las fuerzas disgregadoras de lo instintivo y lo erudito. (Saltando por encima de los “ismos” se ha llegado a una sencillez gozosa, infantil. Desde Picasso y Juan Ramón Jiménez el nuevo arte del Sur va cazando temas pequeños y polícromos como pintadas mariposas; todo es glosa, anécdota, esquema, color puro, burbujillas, caricias, velocidad, chisporroteo, líneas finas; Andalucía siempre a la cabeza de los nuevos ideales.)

Y luego lo lúdico, nota esencial de toda emoción moderna, aprovechamiento de lo inútil que resuelve jocosamente los conflictos vitales. Cada época, cada cultura elige su arte. El actual es “antihumano”, repele toda manifestación hierática sacerdotal, dinástica, grave. «La nueva inspiración es siempre, indefectiblemente, cómica; toda ella suena siempre en esa cuerda y tono…; sea cual fuere el contenido, el arte mismo se hace broma…; el arte nuevo ridiculiza el arte; pero sigue siendo arte, y su negación es su conservación y triunfo… Al limpiarse al arte del patetismo queda sólo como arte, sin más pretensión.» Esto altera la jerarquía de las actividades bellas; la escultura se hace borrosa; la pintura, ampliada por carteles, esquemas y el sentido polícromo de la vida privada, ensancha excesivamente sus límites, penetrando, briosa, en las demás artes, invadiendo el campo de los oficios (da categoría al pintador de puertas y al fabricante de almohadones).

El arte central es el baile: entrenamiento vital, gimnasia, ritmo, estela, tótem, hechizo, ligereza, burla, lúdico y libido. Paralelo a él el perfume: belleza esencial para el árabe, que apoya en los aromas toda su emoción. (Estética mágica del semita entusiasta de los valores simbólicos e incorpóreos: música, color y gratos olores.)

Resumen: El arte moderno parece especialmente preocupado de evitar la reproducción de todo espectáculo representativo. Los valores bellos nacen de la armonía entre los elementos primarios de la sensación específica de cada arte; el interés, que antes residía en el enlace de la representación con la vida, se ha transferido a las funciones, a la postura, a la jerarquía de los símbolos. En el sitio de la realidad se ha instalado la arquitectura (arquitectura poligonal de formas bien visibles), arte que sólo es representativo en las decadencias barrocas. En toda composición musical, literaria o pictórica se atiende escrupulosamente a la distribución de los pesos, volúmenes y materiales, a la gradación de las superficies, la iluminación y el colorido; la coincidencia del producto bello con las formas vivientes es un hecho indiferente que puede ser agradable, pero que siempre permanece ajeno a la realización de la obra hermosa.

El arte y la ciencia rompen las barreras arcaicas; en uno y otro campo la intelectualidad cede ante la intuición; la rigidez del laboratorio se disuelve en formas bellas; el estudio recargado del viejo bohemio cede el paso a las vitrinas frías y correctas donde se alinean los tubos de color, simétricos y graves, como inyecciones de suero vivificador; la inspiración llega vibrando como ondas radiactivas, y las influencias emocionales se comportan como tensiones exactamente medidas.

Y, por último, como eje alrededor del cual giran vertiginosos los ideales placenteros, el jabón. Todo lo bello es hoy blanco, frío, desinfectado. El arte es, ante todo, asepsia, precisión, higiene. En vez de la pipa y la chalina, la blanca blusa del experimentador; sustituyendo a los pesados cortinones y los recargados frisos, reinan los muros desnudos, los arcos y las cerámicas. La investigación científica se empieza a realizar a la manera levantina (Atenas, Córdoba, El Cairo antiguos) en el baño, el gimnasio, el coso, la danza y la palestra. Los sabios de las futuras universidades andaluzas derribarán el toro (tótem regional) y galoparán frenéticos como nobles emires zenetes.

La deshumanización del arte occidental con sus características accesorias de humorismo, deporte y asepsia, aproxima el ideal estético del siglo XX al viejo ideal andaluz de los arabescos. Sin embargo, entre las teorías de las artes árabes y europeas hay una radical diferencia de exposición y perspectiva: la estética occidental es exhibicionista, preocupada solamente por la producción de la obra de arte y su repercusión en el espectador. Meuman marca cuatro direcciones esenciales de la investigación estética. Primera. Actividad. de la creación artística, poder del artista, dirección de su interés, interior exigencia completamente independiente del objeto, peculiar aspiración a la forma y objetivación de esa voluntad a priori. Segunda. Su producto, o sea la obra de arte, complejo formado por la individualidad de un artista y las leyes de estilo, época, escuela, técnica, educación, fin de uso, limitación en el tiempo y el espacio. Tercera. El goce de la obra de arte y los juicios estéticos de valor: Naturaleza específica del deleite, procesos y estados de conciencia que se dan en el hombre que juzga estéticamente; reviviscencias predeterminadas por los mismos motivos de creación, por la actividad creadora y su producto. Cuarta. Cultura estética: Manera de ahondar en la obra, conocimiento de los medios y materiales con que trabaja el artista, conocimiento de los ideales estéticos que no son firmes, sino que están en continua variación y evolución. Esta Estética es mera investigación empírica que busca lo que el arte es en sí; su problema no es determinar un ideal de arte, un juicio de gusto normativo, sino buscar la gradación de mérito y la filiación concreta de las obras de arte. Las cuatro etapas de Croce (Impresiones, Expresión, Placer de lo bello, Traducción del hecho estético en fenómenos físicos) corresponden, en lo esencial, a la misma preocupación materialista de estudiar la producción de la obra (y hasta la colocación del marco).

Las preocupaciones de la Estética árabe son muy diferentes. Desdeñando la mecánica de la producción (y aun desdeñando al espectador), sólo les preocupa la gradación mágica del ritmo y el salero. Sus cinco grados escalonados corresponden exactamente a los cinco grados del misticismo sufí:

Primero. Dulzura: Delicadeza de líneas o rasgos, suavidad graciosa de movimientos, finura, gestos y ademanes. Armoniosa adaptación del alma a los accidentes de la forma física, aunque ésta carezca de belleza. Forma mental y material, colores y sonidos puros. Ciencia de las formas tal como aparecen a nuestros ojos y nuestro espíritu. Ansia de bañarse en la luz, luz de planetas y del espíritu, descubridoras de la variedad (planetas) y verdad (espíritu). Afinamiento de los ojos de nuestra alma (que son los que dan la diversidad real). Aquí sólo importa la analogía de sentimientos y sensaciones, la correspondencia exacta entre las impresiones recibidas y el sentido de las cosas. En la mística este grado corresponde al de aspirante o discípulo encargado del exacto cumplimiento de todos los ritos y absoluta sumisión a la voluntad divina.

Segundo. Corrección: Belleza de forma en cada una de sus cualidades, aisladamente consideradas, aunque sea fría de expresión y no hermosa. Valores y relaciones de estimativa. Reino despótico sobre la forma sometiéndola por la fuerza. Disposición de líneas atribuyéndole su lugar jerárquico; verificación de lo correcto; medidas y proporciones exactas; sentido implacable de los valores, hechura y dimensiones. También el grado de movilidad e inmovilidad, calma o agitación, forma y color apropiados, medición de formas y sentido de relaciones como puente entre las cualidades exteriores e interiores. Es el grado místico de Sabiduría, Ciencia investigadora, revelación de valores místicos y cabalísticos de las cosas, de los hechos reales diferentes de las interpretaciones externas.

Tercero. Hermosura: Proporción correcta de forma física animada por brillo de expresión. (Variedades suyas son Gentileza y Gallardía.) Buen gusto, sentimiento estético educado. Hacer en la obra de arte lo que se siente según recta educación de las emociones. Choque de un rayo de luz que emana de las cosas con otro que está en nosotros. Son luz activa subjetiva y luz pasiva objetiva. Es vecindad mística con Dios, la Identificación con todo lo sensible.

Cuarto. Belleza: Dignidad del movimiento, inefable e inexpresable, admiración serena, algo que existe en el alma de la persona bella y encuentra quien la contempla. Es la más noble categoría estética accesible al conocimiento humano. Moderación, ritmo, freno a los movimientos excesivos de las formas afectadas por las emociones y sentimientos. Reglamento de las expresiones, hermosura en marcha, fuerza alegre que da movimiento al Espíritu, decoración de variados colores que al posarse sobre el espíritu le engalana, exaltación, alegría de vivir, acento puesto sobre la expresión acabada. Ciencia mística recibida directamente de Dios, inquietud sagrada. (Que corresponde exactamente al vivo sin vivir en mí, de Santa Teresa.) Grado Amante, que ansía la identificación con la gracia suprema.

Quinto. Gracia o Sal: Reunión de todas las categorías en una sola. Capacidad mágica de recibir en el espíritu (como en un espejo) el reflejo de la majestad divina. Cualidad que no puede demostrarse, sentirse ni explicarse; es algo que palpita alrededor, que de pronto entra en nuestro corazón y lo llena enteramente haciendo desaparecer toda otra sensación, soplo sobrenatural que vivifica la obra y la hace inmortal. Grado Apasionado de confusión con el “Logos”. Inmersión absoluta en la “Baraka”.

(Esta división en cinco partes cuya intensidad y valor mágico va en aumento, es característica del semitismo árabe-andaluz. Aparece en el sufismo y en Aben-Hazam, de Huelva; nosotros la hemos aplicado a todos los géneros de emoción aumentando su fuerte sabor meridional.)

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El problema final que nos plantea el arabesco es el de su influencia en la Gnoseología árabe y judía, el concepto semita de la realidad. Repetiremos aquí la división en cinco grados o peldaños.

Primero. Realismo elemental del Sentido-Común que hace a una persona afirmar el color rojo de una cosa roja, ilusión de creer en el valor absoluto de una realidad fenomenológica que niegue todo valor virtual, autosugestión de un entendimiento que refleja su propia esencia, sintonización del intelecto con los objetos, continuidad paralela de la ideación y la Naturaleza. Este peldaño es común a todos los mortales y no necesita comentarios. (Marcha hacia la Realidad.)

Segundo. Realismo biológico que espera conseguir la solución del misterio cósmico por la investigación de las condiciones de toda experiencia, que supone un sujeto que la hace y un objeto sobre el cual es hecha. Los órganos sensoriales de todo ser vivo que como sujeto se coloca frente a un objeto, son apropiados para la recepción de un grupo determinado de acciones que se llaman Estímulos; las cualidades del objeto que envía estímulos se llaman Notas. Si el mismo objeto se ofrece a dos sujetos, las cualidades del objeto que hacen de notas tienen que ser diferentes para cada sujeto, y las experiencias de los dos sujetos, aunque referidas al mismo objeto, han de contradecirse necesariamente (no hay dos sujetos cuyos órganos receptores sean absolutamente iguales). La función de los órganos sensoriales consiste en una selección de estímulos entre la masa innumerable que presenta el mundo exterior, apartando todos los innecesarios. Los estímulos no acceden directamente al alma, sino que se transforman en excitaciones nerviosas; el conjunto del nervio y su centro director se llama Persona-Nerviosa, cuyas relaciones con los órganos efectores forman el Aparato-Director del cuerpo. Así se consigue determinar la máquina del cuerpo a diversos actos llamados Actos Reflejos, y Arco Reflejo es el conjunto del Aparato-Sensorial, Aparato-Director, y Efectores. Distintos sujetos pueden verificar distintos actos, bien porque sean distintas las notas que acceden a ellos por medio de distintos estímulos, bien porque siendo iguales las notas que acceden a ellos por iguales estímulos, sean distintos en cada sujeto no sólo los órganos sensoriales, sino también los órganos directores, aunque sean iguales los órganos efectores.

Las leyes de las sensaciones son completamente ajenas al espacio…; el alma carece de extensión. Ver, Oír, Oler, &c., constituyen los Círculos sensoriales; cada uno de ellos consta de un número mayor o menor de sensaciones que pueden distinguirse según su especie (Cualidad) y su fuerza (Intensidad). Hay sensaciones que sirven para ordenar e indicar lugar, dirección y momento. Son Sensaciones de Orden que no poseen intensidad. Las otras se llaman Sensaciones de Contenido. De las perspectivas que ofrece el entrecruzamiento de las sensaciones con los conceptos Tiempo, Espacio y Movimiento depende la noción de la realidad en este grado del conocimiento.

La obsesión predominante es aquí el Esquema, serie de signos directivos que resuenan en nosotros cuando con los sentidos penetramos en la superficie del objeto (siempre en la superficie). La actividad de la apercepción ordena así, según determinadas reglas, el material de sensaciones. Da a los signos directivos forma de figuras que pueden contener toda clase de sensaciones independientemente de la apercepción, aunque es la apercepción quien les confiere forma y nexo; así se llena el mundo de cosas, verdaderos símbolos, blasones, escorzos. (Afirmación previa del valor relativo de lo “Humano”.)

Sin embargo, al hombre sólo interesan los Objetos, cosas señaladas por su capacidad de ejecución; las cosas son algo complejo, una figura señalada por signos de sensaciones de contenido; la figura es una serie de signos directores ordenados según un esquema; el esquema es una serie de signos directivos que dependen de las propiedades de los sentidos condicionados por múltiples elementos simples (medio, raza, especie, familia, edad, sexo, &c.) que forman el complejo llamado Vida. En este segundo grado gnoseológico (Entrada en la Realidad) se aprende la absoluta complejidad y mutabilidad de toda cosa creada, se empieza a comprender la única unidad indivisible: Dios.

Tercero. Realismo filosófico, “Gnoseología”, pura ciencia del conocer, que trata de aclarar con procedimientos de laboratorio los dos problemas “Conocimiento” y “Realidad”; de describir el conocer, formular los problemas que el conocer suscita, y tratar de solucionarlos por el método “fenomenológico”, que consiste en partir del conocimiento precientífico o del científico para determinar cuáles son los rasgos esenciales que se dan en todo conocer; aquí el ejemplo empírico es el trampolín sobre el que se asciende a lo supraempírico. El problema del conocimiento empírico se divide en cuatro: 1.° ¿Es posible conocer la existencia de realidades? 2.° ¿Cómo es posible conocer la existencia de realidades? 3.° ¿Es posible conocer la constitución y relaciones de las realidades o determinarlas en este sentido? 4.° ¿Cómo es posible determinar las realidades? (Estas son las preguntas del realismo crítico occidental que coincide con este tercer grado del realismo semita andaluz. Sería interesante el análisis detallado de estas preguntas; pero aquí sólo se trata del arabesco y hay que pasar dejándolas a un lado.) Es el grado Confusión con la Realidad.

Cuarto. Conocida de sobra la realidad, se procura su aplicación práctica a la vida, buscando más allá de lo aparente y sensible las reglas funcionales de lo real, el aparato motor de lo vivo. Es un cuarto peldaño impreciso que corresponde bastante exactamente con los métodos psicoanalíticos del psiquiatra judío Freud. La realidad vista pierde aquí su valor; sólo interesa la realidad simbólica vivida a través de algunas reglas precisas y terapéuticas. Es un grado concreto y utilitario que recibe el nombre de Dominio de la Realidad.

Quinto. El grado supremo, Más allá de la Realidad, interpretación mágica y ocultista de la vida con una aplicación directa al arabesco cuya estética está informada por este sentido misterioso de lo existente.

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El misterio (protagonista de las mejores producciones estéticas del momento actual) es una creciente aspiración hacia la devoción de lo mundano. La tendencia post-expresionista, sucesora de impresionismo (negación de la forma, exaltación musical de la luz) y expresionismo (cubismo, ultraísmo, hipertrofia de formas y volúmenes), aspira a conseguir un realismo mágico en contraposición a místico, «porque el misterio no desciende al mundo representado, sino que se esconde y palpita tras él». «Nuestra época siente violentamente, junto con su productividad original, la necesidad de una inmediata explicación racional de sus hallazgos íntimos.» Ahora «se nos ofrece el milagro de la existencia en su imperturbable duración, el inagotable milagro de las vibraciones de las moléculas, eterna movilidad, de que el constante aparecer y desaparecer de lo existente segregue, sin embargo, objetos permanentes, la maravilla de que el tumulto de lo variable cristalice en determinadas formas constantes… Lo más profundo, el motivo por el cual erige como símbolo ese mundo de cuerpos permanentes, es lo que por persistente se contrapone a la eterna fluidez… Se siente la realidad del objeto y del espacio, no como una segunda copia de la Naturaleza, sino como una segunda creación (apresar las formas fundamentales esqueléticas del ser es lo esencial de esta nueva estilización). «Realizar no es retratar, sino construir, presentar la figura interior del mundo exterior existente…; no se quiere descubrir el espíritu, partiendo de los objetos, sino los objetos, partiendo del espíritu.»

Hoy se trata de obtener «que el restablecimiento del objeto nos revele su sentido de creación de reconstruir el objeto partiendo de nuestra interioridad». «Realismo mágico es tensión incesante entre la sumisión al mundo presente y la clara voluntad constructiva frente a él. El mundo entonces ya no es ni un fin en sí mismo ni simple material, sino una tercera magnitud que comprende ambos contrarios… En la pintura debe hacerse sentir el movimiento, mas no debemos confundir entre tensión y movilidad» (lo que importa es la tensión). «Ahora es cuando a todo afán terrestre se contrapone una potencia cósmica que misteriosamente le abarca desde fuera…; los férreos carriles en que toda la vida tiene que correr aparecen hoy más claros que el vislumbre…; todo se concibe como situaciones de equilibrio o de posición; como un sistema estático, vuelven la disciplina y la pureza.» Hasta aquí el valor misterioso de la estética europea ultramoderna marcha hacia el semitismo; pero no es semitismo, porque el problema que quieren resolver es el antagonismo entre lo que debiera ser y lo que es, entre la realidad racional y la norma moral. «El post-expresionismo quiere expresar intuitivamente que en este mundo todo viene a parar a una tensión entre Realidad e Idea», entre lo racional y el poder de dominarlo, entre Inteligencia y Voluntad. Sus máximas son orgullosas y creen en el poder absoluto de la humana inteligencia. «Pensar es el afán de captar, mediante ideas, la realidad; pero lo real rebosa siempre del objeto que trata de contenerle; el objeto es siempre más y de otra manera que lo pensado en su idea; queda ésta siempre como un mísero esquema, como un andamiaje con el que intentamos llegar a la realidad.» (Ortega y Gasset). Pero el arte fáustico de nuestro siglo cree en un misterio que es sólo una ilusión, el reflejo de su emoción sobre las cosas; «en toda impresión estética se da doble inmediatez: la primaria, que depende de la impresión primeriza, y otra secundaria, que sea un análisis otra vez inmediato». Este segundo reconocimiento, que es un eco, una resonancia simultánea con la impresión inicial, es una emoción patológica que corresponde al fenómeno estudiado por la Psiquiatría y la Metafísica psiquiátrica, como “Fausse Reconaissance”. O sea, que el realismo mágico occidental es muy pobre. Sin embargo, sus tres escuelas principales coinciden con el semitismo en lo esencial, forman un frente único contra la reproducción extrínseca del mundo. Es el impresionismo, perespiritualización de la luz, máximo valor y significación del tejido cromático flotando en el aire, creación con rayas, manchas y sonidos de un nuevo microcosmos, conjuración artística del espacio infinito por incorpórea alusión a cosa objetiva que le obligue a resolverse en “apariencia real”. Es, después, el expresionismo, esquematización rectangular de toda intuición, extinción del sentimiento del objeto, forma pura que suprime objeto, arte excitante y dinámico de griterío y color espeso. Por último, el post-expresionismo es rigurosa separación y solidificación de elementos, alegría elemental de reconocer las cosas, de reflejar estáticamente la realidad, hostilidad hacia lo nervioso, sosegada admiración ante el descubrimiento de que las cosas son reales, arte prolijo de primeros y últimos planos. Mágico, pero mágico burgués; magia negra de zahorí. Porque el arte occidental contemporáneo cifra su idealismo en una regresión al Tabú. La imaginación del artista post-expresionista crea series de símbolos pavorosos, plenos de majestad fatídica, de sentido racional que se declara por medio de un objeto asumiendo poder de talismán; el artista post-expresionista arroja hacia el espectador el poder de las cosas preciosas, el poder de seducción de lo bello y lo brillante, lo que encadena: la atracción materialista del oro, la lujuria y el rango, trasladado al color; la línea, la nota musical; esta seducción aumenta con la posesión de la cosa bella sin alma que sólo agota el deseo con la diversidad que hace olvidar la falta de profundidad de la materia; se quiere poseer más y luego más (Fausto quiere más ciencia y desdeña la vida, la vida Tótem, esa vida ansiada por el semita en los tres ideales del amor, el perfume y la plegaria). El artista moderno se afana en lograr la cosa perfecta que detenga todo influjo creador de la vida; imposible; toda cosa poseída es la primera de una serie. El hombre de Occidente clava su voluntad en la materia, busca la paz en la posesión creciente, hasta que, cansado, se ve rodeado de objetos inertes; “la avaricia rompe el saco” y se llega a ver lo fatídico de las cosas, comprendiendo lo absurdo que es buscar la dicha en la concupiscencia. (Desde Fausto, sin amor, hasta el español tenedor de marcos, que comprende de pronto lo fugaz del dinero.) Vale menos cualquier Museo que la contemplación del sol naciente en el desierto.

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Entre la magia europea y el semitismo puro se interpone aquí, como siempre, la pantalla del semitismo que vive en Europa. Bergson, el israelita occidentalizado, derrumba los prejuicios favorables a la intensidad de los estados de conciencia; demuestra que la concepción fáustica de que las ideas o las emociones se van apretando estrechamente en una concentración máxima de energía es absurda, y que, en realidad, las emociones se despliegan ágilmente con una intervención progresiva de elementos nuevos que aumentan la extensión, la velocidad de la impresión primitiva, bordando emociones como arabescos en un muro. Hay una estrecha relación entre el sistema bergsoniano y el misticismo musulmán sufí; la falta de espacio y el carácter esquemático de este ensayo impide un análisis detallado y sólo citaré algunos párrafos de Bergson sobre estética. «Sentimiento de la Gracia. Al principio es sólo la percepción de cierta soltura y facilidad en los movimientos exteriores, y como movimientos fáciles son los que se preparan unos a otros, acabamos por encontrar una soltura superior en las actitudes presentes, donde están indicadas y preformadas las actitudes a venir. Si a los movimientos bruscos les falta gracia es porque cada uno de ellos se basta a sí mismo y no anuncia los que van a seguirle; si la gracia prefiere línea curva o quebrada es porque curva cambia de dirección en cada momento; cada dirección nueva estaba indicada en la precedente… Creemos ver en lo gracioso, aparte su agilidad y movilidad, la indicación de un movimiento posible hacia nosotros, de una simpatía virtual o naciente, simpatía móvil pronta a entregarse, que es la esencia de la Gracia…» El objeto del Arte es dormir las potencias activas o resistentes de nuestra personalidad y llevamos así a un estado de perfecta docilidad donde… simpatizamos con el sentimiento expresado. En los procedimientos de arte se encontrarán bajo una forma atenuada, refinados y espiritualizados, los procedimientos por los que se obtiene el estado de hipnotismo…; si los sonidos musicales obran más pujantemente sobre nosotros que los de la naturaleza, es porque la naturaleza se limita a expresar sentimientos mientras la música los sugiere… Viendo pasar ante nuestros ojos las imágenes…, esas imágenes no se realizan tan fuertemente para nosotros sin los movimientos regulares del ritmo por el que nuestra alma, arrugada y dormida, se pierde… Se encuentran en arquitectura, en el seno de la inmovilidad, ciertos efectos análogos a los del ritmo; la simetría de las formas, la repetición indefinida del mismo motivo arquitectural hacen que nuestra facultad de percibir oscile y se deshabitúe de esos cambios incesantes que en la vida diaria nos devuelven sin cesar a la conciencia de nuestra personalidad…

Lo esencial de la tesis bergsoniana, la coincidencia de esta idea con la filosofía del arabesco, es la afirmación de que no se pueden interpretar los cambios de cualidad como cambios de cantidad, ni se debe sustituir a la impresión cualitativa que nuestra conciencia recibe, la interpretación cuantitativa que el entendimiento da. Se cree que la emoción aprisionada en el alma espera sólo una ocasión para lanzarse al exterior, mientras la voluntad abre salidas a esta fuerza proporcionando el derrame al efecto deseado. Pero, en realidad, sólo hay el sentimiento de una contracción física que crece en superficie o cambia de naturaleza; la intensidad creciente de una emoción no es otra cosa que el aumento en el número y extensión de las superficies interesadas, la proyección al exterior que engendra el éxtasis. Siempre una jerarquía, nunca un tamaño.

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Penetrando en la entraña del semitismo vemos como suprema categoría del conocimiento estético a la BARAKA, o fuerza mágica divina, que desciende sobre el hombre a la manera de un Espíritu Santo; una iluminación intuitiva brusca que arrebata y borra toda noción intelectual.

En el Islam, el realismo mágico reposa sobre la “teoría atomística musulmana”, que afirma: «Lo que percibimos del mundo sensible son los caracteres exteriores pasajeros de las cosas, sus accidentes que aparecen y desaparecen continuamente. Detrás de esos accidentes hay una sustancia inaccesible a nuestro conocimiento, sustancia invisible, inmutable y eterna. No podemos acceder a esta sustancia, que forma parte de nuestro mundo sensible.» Idea opuesta a la occidental de la eternidad de la materia, al valor absoluto del tiempo y el espacio (negado por otro semita, el judío Einstein). Es la idea esencial de árabes, coptos, arameos y hebreos, que oponen, con insistencia y vigor, Dios, eterno e inmutable, al Universo, cambiante y perecedero. Toda realidad es un símbolo, un emblema, un blasón.

Toda la vida interior árabe se apoya en esta distinción entre lo esencial y lo formal. La forma no tiene valor en sí, es un elemento accesorio, ornamental, decorativo; cuando una forma se pierde, subsiste intacta la materia sobre la que se suceden las formas (humo, agua y hielo es lo mismo). De aquí se deriva una aplicación estética: en la obra de arte no se debe buscar un sentido solemne, jerárquico, tabú; no debe resolver ningún grave problema; el arte no es un rito, un culto, un maestro de la vida; el único arte posible es el arte decorativo; en este terreno coinciden el semitismo y el arte actual; pero el Islam, exagerando místicamente el problema, crea la Alquimia, afirma la existencia de «sustancias con efectos misteriosos, como el mercurio filosófico, que no es materia ni propiedad, sino algo que es principio del carácter sustancial que puede convertir un cuerpo en otro». No hay nexos causales en forma de leyes; sólo Dios es fundamento inmediato de todo efecto. Esta es la última palabra de la magia en el Islam, y de aquí nace la complacencia del árabe por el arabesco, que en sus dos formas de AJARACA (lazo, labor geométrica) y ATAURIQUE (decoración floral irreal, superestilizada) da a esta decoración un valor sagrado de máxima belleza y máxima jerarquía espiritual.

El amor, los perfumes y la plegaria son las únicas verdades de la vida. En este viejo proverbio beduino está resumida la sabiduría del Islam árabe, y sobre él se apoya el alma eterna de Andalucía la morisca. Son tres ideales puros, tres ideales “Tótem” ajenos al curso de la Historia y al poder de la inteligencia, la razón, la voluntad, el ansia animal, la codicia, el panteísmo. Misticismo, pasión amorosa, estética irreal del perfume, tres fuerzas mágicas que procuran el éxtasis; emoción absolutamente pura que aspira a lograr la eternidad, a hacer desaparecer la noción del tiempo, enojosa transformación de la duración continua bajo el engañoso poder de los sentidos y la inteligencia. Serenidad, donde las nociones de placer y dolor se desvanecen, porque todas las cosas se convierten en vibración, en movimiento. Es necesario no confundir esta serenidad semita con el panteísmo oriental, que dice: «La belleza y la verdad son la noción de la unidad de todo.» «La desgracia es la angustiosa sensación del movimiento y del vivir; el pecado es gozar la mudanza de las cosas y el fluir del tiempo.» Tampoco guarda esto relación con el éxtasis ascético de los cenobios, conseguido por medios feroces no exentos de masoquismo; la alegría ascética «es un sentimiento turbio en que a la euforia psíquica viene a añadirse un estado de goce sexual». (Ejemplo es San Juan de la Cruz, cuando reconoce que la sensualidad tiene su parte en la oración occidental, diciendo: «En los ejercicios espirituales, en la frecuentación de los Sacramentos… o cuando el espíritu se halla profundamente recogido en la oración, sucede a menudo que la parte sensible experimenta movimientos desordenados independientes de la voluntad… El espíritu y los sentidos aman el goce: por eso cada parte del hombre es excitada al placer según su naturaleza y se deleita en él a su modo. La parte superior se inclina a saborear a Dios y gozarle espiritualmente; pero, por su parte, la sensualidad, que es la parte inferior, encuentra en ello un goce y un deleite sensibles, toda vez que es incapaz de experimentar otros. No es nada raro que el espíritu se halle recogido en oración mientras que los sentidos… experimentan pasivamente las rebeliones y las emociones de la carne. Como estas dos partes constituyen un mismo todo, suelen participar ambas en lo que una de las dos recibe.») El éxtasis musulmán es más puro: supresión del tiempo y el espacio; placer de sentirse nacer a cada instante; eternización de lo actual; superación de la muerte tras la cual no aguarda el enigma implacable del cristianismo occidentalizado; alegría de ir venciendo al Destino. Serenidad. Paz, dicha suprema que el musulmán desea para los seres queridos, ES-SELAM, suprema enseñanza del arabismo mahometano.

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La aplicación práctica de toda la filosofía islámica es en estética la supresión de la sombra de lo impreciso, de lo neutro. En la realidad corriente la sombra no existe tampoco; lo que llamamos sombra es una luz menor. Contra el Occidente que exalta la sombra como proyección exterior del hombre, el Mediodía musulmán suprime toda sombra. El misticismo de la llamada “teoría atomística musulmana”; el continuo grado de tensión amorosa sublimada que relaciona la violenta oposición de los colores puros con las reglas eternas de la casta, la especie y lo libido normal considerado como una descarga análoga a las secreciones inferiores, descarga ajena a la vida espiritual, son las tendencias que dan al arte semita ese acentuado carácter de oposiciones apasionadas y contrastes duros que permanece inalterable desde las pinturas funerarias egipcias a los irreales arabescos granadinos y los tapices populares de Marruecos, donde la gama de las tintas se reduce a tres o cuatro tonos de tonalidades sostenidas y cerradas en pequeños compartimientos, donde los colores mixtos se reemplazan por escalas de color muy complejas.

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La cultura árabe es cultura lúdica del ornamento antinatural, enemigo del tiempo, y supera a la europea por su extraordinaria popularidad. En Occidente el arte es aún una casta de hombres especiales ajenos a la vida (la apresan en su “realismo”; pero no la viven). El artista árabe es algo mecánico; ser artista no es en el Islam obedecer a una vocación imperiosa y hacer nacer en sí una fuerza creadora que oprime el corazón; es, sencillamente, aprender un oficio, asimilarse los secretos de una técnica. El artista árabe aprende a la vez el repertorio decorativo que usará y los procedimientos manuales que le son necesarios; no hay distinción entre forma y materia, inspiración y ejecución. Junto a esta tranquilidad del artista sin “fuego de la inspiración”, aparece la emoción del espectador, que absorbe la belleza, como alcohol o cocaína, buscando penetrar el sentido de la obra estética con un amor arrebatado. Artista y espectador coinciden en la convicción de que la obra de arte no expresada es la mejor; que vale más una bella melodía de colores simples que la técnica fría de una tabla apolillada; que es preferible contemplar bajo el sol del desierto unos cestos de naranjas, a leer la vida de Velázquez. El arte árabe no enseña la gravedad de la vida. Sólo desea subrayar fuertemente la alegría de ver correr la vida.

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Resumen: El símbolo primario del arabesco y de toda la estética meridional es el “Auriga” helénico, retención violenta de la realidad, pasión contenida, volcán tapado por hielo. Belleza sencilla que no reside en la simetría, sino en el equilibrio; líneas, colores y volúmenes que no se corresponden, sino se repiten. Orden interior que se descubre por la intuición. El arte del Sur (helenismo e Islam) está pleno de coquetería; es zalamero y mimoso; no da el placer gratuitamente, sino como un premio a la asiduidad, al trabajo de interpretación. Para emocionarse con una melodía musulmana hay que excavar rudamente y sin cesar. Y cuando se ha excavado, no se encuentra nada.

¡Pero este “Nada” es una realidad! (Un chassis no es un auto; una carrocería no es un auto; los neumáticos no son un auto; el motor tampoco, ni la gasolina. Y, sin embargo, ¡existe el auto!) Así es el arte meridional, arte de irrealidades, de Arte por el Arte, de Valores mágicos, de Espíritu Santo, de “Baraka”, Intuición y Amor.




Rojo

Introducción al Casticismo

Junto a la variedad de las razas, desigualdad material del cuerpo, está la desigualdad del espíritu, que crea las culturas. De Alemania ha venido la tesis de que la Historia no es algo continuo en línea recta hacia un Progreso remoto, sino una serie de ciclos cerrados. De Frobenius, Spengler y Keyserling selecciono algunos párrafos alusivos al nuevo ideal metahistórico: «Historia humana es un conjunto de enormes ciclos vitales…; hay afinidades morfológicas que traban todos los miembros de una misma cultura…; todas las culturas son manifestaciones y expresiones cambiantes de una vida que reposa en el centro… Las épocas pretéritas no quisieron lo mismo que queremos nosotros… No hay “Progreso” en línea recta…; todo organismo tiene su ritmo y duración…; nada crece ilimitadamente…; no existe la “Humanidad”, sino los hombres…; cada cultura posee sus propias posibilidades de expresión… No hay verdades sino con relación a determinados tipos de hombres…; no hay verdades eternas… Un fenómeno histórico no es sólo un objeto, sino un símbolo… del entonces y el allí… Dejando la idea de Evolución Universal con sus horizontes ingentes y escalonados… vemos el fenómeno de las grandes culturas, organismos correlativos y distintos que se suceden, oprimen, ayudan, dan sombra y desaparecen… “Cultura” es protofenómeno de toda Historia, es palabra aplicable a toda formación humana (las que han llegado a madurez y las muertas en flor…). Razas, pueblos, tribus, reúnen una serie de generaciones en un limitado círculo de la superficie histórica, y cuando se extingue en ellas la fuerza creadora, muy variable, que prefija a estos fenómenos duración y plasticidad, también muy variables, extínguense los caracteres fisiognómicos, lingüísticos, espirituales, y la concreción histórica vuelve a disolverse en el caos de las generaciones y las razas.»

«Cultura nace cuando una forma surge de lo informe; cuando algo limitado y efímero emerge de lo ilimitado y perdurable, florece entonces sobre el suelo de una comarca, a la cual permanece adherido como una planta…; toda cultura se halla en profunda relación simbólica y casi mística con el espacio en el cual y por el cual quiere realizarse… Cada cultura tiene un hábito, un concepto de estilo, hábito de existencia en el espacio, que el hombre extiende a pensamientos, ademanes, acciones, preferencias y negativas, colores, rumores…, duración y compás, ritmo y velocidad…» «No hay un fin de la Humanidad en conjunto. La vida tiene un fin que es el cumplimiento de lo establecido en el acto de su generación; el individuo humano pertenece, por su nacimiento, a una de las “Grandes Culturas” o al tipo humano en general… “Hombre histórico” es el que pertenece a una cultura en trance de realización. “Hombre inhistórico” es el que vive antes, después o fuera de una cultura. “Hombre ahistórico” es el que viviendo en una cultura carece del sentido de la Historia (la vive preconscientemente, es “culto” sin saberlo). “Hombre antihistórico” es el “civilizado” (el anquilosado y embrutecido por el estudio), «que no siente los problemas como tales…; la cultura crece siempre sobre territorio materno adherida al paisaje…». El dicho corriente “Donde vives está tu patria”, es un absurdo; esta afirmación sólo se hace en los momentos de barbarie, antes o después de cada cultura. Conviene notar que las culturas son un privilegio que no alcanzan todos los pueblos; es una aristocracia mental. Además, la cultura no tiene nada que ver con la política; dentro de una nación pueden coexistir varias culturas, aun mezcladas a veces con comarcas sin cultura. (En España, los vascos, raza pura y milenaria, con lengua propia, no tienen cultura formada; Cataluña, Valencia y Baleares, síntesis de razas mediterráneas, poseen una rica cultura de tipo provenzal. La cultura andaluza, exuberante e hipertrófica, coexiste con la esterilidad asturiana.) «Cultura es la forma de la vida como inmediata expresión del espíritu; cultura es sujeción, obligación hacia un pasado vivo…; en cada cultura, el preconsciente, a modo de éter, liga las almas en almas colectivas.» «Cultura es la totalidad de las formas exteriores de vida que el pueblo mismo se ha creado y el contenido espiritual que en ellas se manifiesta.» «Todo lo culto representa, por una parte, el sentido que se da a la vida, y, por otro, su encarnación en una imagen exclusiva.»

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Las ideas actuales sobre la cultura son aún macizas, rudas; se concibe la cultura como algo absoluto, coherente, cerrado; además, para los hombres de la Metahistoria esta masa de la cultura se opone a otra masa contraria antihumana. “Naturaleza” e “Historia”, «Existencia de las cosas en cuanto que es determinada según leyes universales.» (Kant.) «Conjunto de lo nacido por sí, oriundo de sí y entregado a su propio crecimiento.» (Rickert.) Esto es la natural; frente a ello, lo histórico (identificado aquí a lo cultural), que es para Rickert «lo producido directamente por un hombre actuando según fines valorados…, lo cultivado intencionalmente por el hombre en atención a los valores que en ello residen». La ciencia cultural está sujeta a la evolución, al correr de los tiempos, al progreso, al agotamiento de sus propias posibilidades; la ciencia natural ha de suponer siempre la validez absoluta del valor que en ella reside. Naturaleza e Historia son también: «1.ª Productos naturales que brotan libremente de la tierra.» «2.ª Productos cultivados.» Además de Kant y Rickert, Spengler que dice: «Historia y Naturaleza son producirse y producto, dirección y extensión, tiempo y espacio.» Naturaleza es conjunto de cuanto es necesario según leyes naturales…; necesidad absoluta… Naturaleza «es actuar con validez perdurable que excluye el azar». «El devenir trasciende ritmo y medida, es ilimitado; pero Historia no es devenir puro, sino forma del mundo con su producirse». Naturaleza es ordenación matemática: Historia, ordenación cronológica. «Historia es la forma en que la imaginación trata de comprender la existencia viviente del Universo con relación a su propia vida, prestándole así una realidad más profunda; número cronológico, realidad singular frente a número matemático; posibilidad constante, emblema de la Naturaleza; el primero circunscribe formas, dibuja contornos, edades y hechos; el segundo es en sí mismo la ley, fin y término dé la investigación.» «El producirse es fundamento del producto; la Historia representa ordenación de imagen cósmica en sentido del producirse; luego la Historia es forma primitiva del mundo, mientras que la “Naturaleza”, perfecto mecanismo, es una forma posterior que sólo el hombre de culturas florecientes puede realizar…» «Si al alma le llamamos “posibilidades” y al mundo “realidad”, aparece la vida como la forma; es que la posibilidad se realiza…; posibilidad es futuro, y realizado es pasado… Alma es la que está realizándose. Mundo, lo realizado. Vida, la realización…» «La Razón se aplica a lo que deviene; la intuición, a lo producido… Naturaleza debe ser tratada científicamente; Historia, poéticamente… Forma es movediza; teoría de formas es teoría de mutaciones, residuo que en cada imagen del mundo queda de forma, y ley es cronología, red geométrica extraña al sino, andamiaje que penetra y envuelve la Historia.» De todo esto se deriva la división de la Ciencia en “Cultural” y “Natural”, que se distinguen no sólo por los objetos de que tratan, sino por los métodos que aplican… Historia es el concepto de suceder, singular en su peculiaridad e individualidad… Historia, lo singular, lo que no vuelve, lo determinado por la voluntad del Hombre, lo que está anquilosado. Naturaleza, lo múltiple, lo que se repite, aquello sobre lo cual el hombre no tiene más poder que el del análisis. También “Ciencias”, experimentación; “Letras”, intuición.

Al copiar estas líneas, muy extractadas, experimentamos una sensación de opresión de imposibilidad para analizar y comentar la teoría de Historia y Naturaleza. Es la rebelión del semitismo contra un sistema considerado como una sarta de disparates por todo el Levante y el Poniente. Si en las mezquitas de El Cairo, los conventos griegos del Athos y muchas sinagogas “mizrahis” se leyesen estos párrafos (aun los de Kant), provocarían una explosión de risa. Esa rigidez entre lo producido y el producirse; ese concepto de la Historia revuelto con el sino; ese poetizar la Historia y dar valor absoluto, de ley inmutable, a la Naturaleza; esa oposición análoga a las de Oriente y Occidente, Alma y Cuerpo, Mundo y Supramundo; esa confianza en el poder de la inteligencia humana que crea un mundo, no ya igual, sino superior, a la Naturaleza; el concepto de que la Historia es el hecho único, el cerrar el paso a la vida, emparedándola entre dos fatalismos absolutos. (El que dice que los sucesos históricos están determinados necesariamente por toda la serie anterior de estados colectivos, de ánimo, de posiciones históricas; el que se somete al poder absoluto de las leyes que rigen la materia, la conservación de la energía.)

En el relato de la impresión producida en mí por una serie de paseos granadinos no cabe el estudio detallado del problema Historia-Naturaleza; mucho menos un intento de polémica, refutación, deducción o glosa. Aquí sólo procuro preparar una metodología para el estudio de la cultura meridional, y muy especialmente del semitismo. Naturaleza e Historia están colocadas antes y después de la vida; son un pasado y un futuro; dos cosas algo fuera del poder humano. Al semitismo, dotado de un inmenso poder de continuidad, le molestan esas formas fijas y previamente determinadas que excluyen el azar y la tensión contenida; el semitismo ama lo inesperado, lo que sucede de pronto sin saber por qué; su sino (especialmente el Sino del Islam) es eso, algo fulminante sin orden; su encanto consiste en el carácter fortuito e indeterminado; el Mediodía ama lo momentáneo; el Hoy, el Ahora; el Aquí, lo particular, lo concreto. Entre Historia y Naturaleza coloca el musulmán otro mundo compuesto de accidentes en la Naturaleza y continuidades en la Historia: el sino del Mektub, que es el sino del azar. El KISMET empuja al determinismo occidental y a la ciega sumisión de Oriente y coloca en el centro de la existencia el Nefs-el-Ard, el alma de la tierra, la GEOPSIQUIA (palabra expresiva de la suprema realidad meridional, que yo creo aquí provisionalmente en espera de que los filólogos determinen su validez, expresión de una realidad absoluta con este u otro nombre.)

La «GEOPSIQUIA» es la ciencia de las creaciones humanas que, por su continuidad, no puede someterse al ritmo cronológico de la Historia ni al poder animal instintivo de la Naturaleza. Es la ciencia que reúne las tres disciplinas intuitivas (y hasta mágicas) del amor, la estética y la religión, la ciencia del “Folk-lore” (sabiduría popular) y de los valores permanentes en las culturas, las razas y las naciones. Es la determinación de la peculiar perspectiva de los distintos grupos humanos. Naturaleza, Geopsiquia e Historia forman el cuadro vital del arabismo musulmán (seguido de cerca por todo el Sur). Son Naturaleza = Espacio; Historia = Tiempo; Geopsiquia = “tiempo psicológico”, movimiento, intervalo de los acontecimientos que permanece invariable siempre. Geopsiquia es la teoría de un nuevo absoluto, substrato invariable (pero vibrante y en tensión) de todos los acontecimientos; es una velocidad que acorta las longitudes y hace ver tiempo y espacio bajo un ángulo muy agudo considerándolos como efectos de perspectiva. Junto a distancia espacial, matemática de la Naturaleza y distancia cronológica de la Historia, la nueva tesis de la velocidad cultural que acorta longitudes y duraciones creando la línea borrosa de una continuidad absoluta, de un solo movimiento cinematográfico.

El cuadro para el estudio de las culturas y la vida del hombre en relación con el medio y consigo mismo será entonces: Primero. “Naturaleza” (que no es toda la Naturaleza instintiva, sino solamente el mundo de efectos de cada hombre o cada especie), subdividida en tres preocupaciones: 1.ª Biología, preocupación de la Naturaleza que vive (y además Botánica, Zoología, Geología, etcétera, subordinadas a la Biología). 2.ª Antropología. Ciencia del hombre como animal, como objeto. (Además la Medicina, Anatomía, Cirugía, etcétera.) 3.ª Economía, relación práctica del hombre con la Naturaleza en las formas de Agricultura, Industria, Comercio, &c. Segundo. Geopsiquia, con sus tres peldaños. 1.° Casticismo, relación de la cultura singular con la tierra, como “Patria”, “Nación”, “Hogar”, “Pueblo”, “Tribu”, “Comunidad”, “Familia”. 2.° (Aplicado aquí al caso andaluz). Jondura, lo subjetivo de una cultura, unidad sintética que forma un número añadiéndose a sí mismo cualidad. 3.° Flamenquismo, lo objetivo de una cultura, unidad aparente del número, que es unidad, porque la conciencia lo percibe como tal unidad, cantidad, aplicación al tiempo de la continuidad interior, choque de lo Jondo contra la Historia. Tercero. Historia, lo que pasa y no volverá a pasar, lo exterior, lo anquilosado, que puede seguir tres caminos: 1.° Sociología y Derecho. No incluyo aquí el “Folk-lore” (al que llamaré Demosofía, según la palabra creada por el filólogo andaluz Agustín Aguilar y Tejera). 2.° Historia política. 3.° (Que puede también ser 1.°). Geografía humana.

La Geopsiquia puede apoyarse en otras ciencias para adquirir consistencia en este momento en que, débil y nueva, comienza sus pasos por el mundo. La psicoanálisis, creada por el sabio semita Dr. Freud, va a servirnos de base, por ahora. (Quedan en reserva los fenómenos hipnóticos, telepáticos y de supra-visión, la Teología, la Estética, la Demosofía.) La obra de Freud, Psicología de las masas y análisis del Yo, da una división psicoanalítica del pensamiento humano que aplicaremos a las culturas, ensanchando su campo de acción hasta los límites de la magia musulmana.

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La primera capa que Freud admite en el alma humana es el Ello, capa oscura y latente donde reside la masa confusa de lo instintivo y “preconsciente” y también lo psíquico restante después de crear el “Yo”, que se ha desarrollado partiendo de la percepción. El “Ello” es el gran depósito de lo libido (de lo erótico) y de las labores intelectuales preconscientes (inspiraciones). Aquí reina sin trabas el principio del placer; el fin del “Ello” es complicar la vida y dividirla en partículas por medio del instinto sexual (el “Eros”) con sus tres aspectos de instinto no coartado, instinto coartado, sublimado e idealizado, e instinto de conservación adscrito al “Yo” y opuesto a lo objetivo sexual, creando como reacción una especie de narcisismo, de autoerotismo. El fragor de la vida parte del Eros, que desvía al exterior los instintos de destrucción, de disgregación (en sus dos formas de amor y muerte). El “Eros” es inquieto y sexual; sus exigencias e instintos eróticos detienen la disminución del nivel vital introduciendo nuevas tensiones que necesitan descarga, escape, desembarazándose de sustancias sexuales o sublimando lo sexual para crear el amor ideal. Contra el “Ello” en libertad resiste el Super-Yo, fuerza de muerte y anquilosamiento que mantiene el equilibrio de una balanza en cuyo centro está el Yo, representante del mundo exterior, de la realidad, de la percepción intuitiva y “consciente” (conciencia psicológica, no conciencia moral que reside en el “Super Yo”), órgano de equilibrio mental que establece el orden temporal de los procesos psíquicos, ayudado por la percepción (“Sistema P”), que le mantiene en contacto permanente con la realidad. El “Yo” se enriquece con la experiencia del mundo exterior y trata de dominar al mundo interior del “Ello”, quitándole sexualidad. El “Yo” (que es movimiento puro) tiene tres peligros: 1.° Mundo exterior, con su realismo que avasalla. 2.° Libido, erotismo del “Ello”, pasado al “Yo” por narcisismo. 3.° “Super-Yo”. El “Yo” rige normalmente los accesos a la motilidad, y ésta es su máxima importancia funcional; además, refrena al “Ello” con energías prestadas del sistema P (dolor, por ejemplo).

El “Yo” que emana de la percepción, es una parte del “Ello”, modificada por el mundo exterior y por la sustitución del principio del placer por el de la realidad. El “Yo” representa la Razón que contiene las pasiones; su vida representa un combate y transacción perpetuos entre las tendencias de vida y muerte, aunque labora más generalmente al servicio del principio del placer para facilitar descargas y evitar estancamientos; es una rápida energía desplazable, un “Elan” (que proviene de lo libido, desexualizado narcisista). Los sucesos del “Yo”, repetidos a través de las generaciones, determinan sucesos del “Ello” (como los sucesos de lo Jondo, repetidos a través de las generaciones, se transforman en casticismo). Por último, el “Super-Yo” es lo reprimido, lo preconsciente, que ha pasado por el sistema P, que ha chocado con la realidad exterior y se ha tomado inconsciente, mecánico. “Super-Yo” que se forma como residuo de los deseos del “Ello” es, sin embargo, una enérgica formación reactiva contra los mismos; el “Super-Yo” es un imperativo categórico que ataca al Yo y le humilla con la creación de la conciencia moral, sadismo contra el Yo que lleva a la melancolía, la muerte, la locura. El “Super-Yo” es hostil a lo instintivo (es fatalista, con un fatalismo mecánico de determinista occidental). Pero a veces el “Super-Yo” defiende al “Ello”; lo mecánico favorece a lo instintivo; esto sucede cuando el Yo defiende el valor de la realidad.

La aplicación inicial de estas teorías a la “Geopsiquia” puede ser: El “Ello” inmoral, el “Yo” amoral y el “Super-Yo” moral de profesión, corresponden exactamente a nuestra división de Casticismo, Jondura y Flamenquismo. Pero en la Geopsiquia encontramos fenómenos colectivos y exteriores que pueden originar confusiones con lo histórico. Conviene notar que el vocabulario puede generalizarse (fuera del caso andaluz), siendo el casticismo Demosofía, o sea lo preconsciente de la cultura; lo popular instintivo a priori, o consecuencia de una herencia de residuos del “Yo”, formados con trozos de la realidad e introducidos en lo preconsciente para enriquecer la experiencia colectiva de la “Cultura”; “Tótem”, para lo “Jondo”, y “Tabú”, para lo “Flamenco”. Lo típico queda así articulado en tres partes, a los lados del Tótem (emoción, percepción, valores mágicos, durée réellé), el Tabú, que es lo típico visto por dentro desde el propio país, el anquilosamiento, mecanización e industrialización de la emoción racial, fatalismo que somete el Tótem al tiempo; la “Demosofía”, que es lo típico visto desde fuera, los aspectos pintorescos de una “Cultura” vistos por los extranjeros desde una perspectiva de otras razas, el resto exterior y fácilmente visible de toda cultura, que mal interpretado puede crear la “pandereta” de las “culturas” (navaja en la liga andaluza, pistolas y caballos de Méjico, odaliscas del Islam, organillo italiano, &c.), interpretación espacial del “Tótem”.

La “Demosofía” tiene dos aspectos: interior y exterior; “Demosofía” racial y “Demosofía” aparente. La primera puede basarse en Spinoza, cuando dice: «La esencia del ser es la persistencia en el ser mismo»; es la especie que «lucha por la consistencia», anudando vidas y perpetuando usos, gestos, ademanes colectivos, reacciones al paisaje por lo que caracteriza; este grado es la determinación del programa de sus placeres y negaciones, presupuesto mínimo de goce y dirección del interés, «su perfil estimativo». La fisonomía del movimiento y la expresión de la cara (no del cráneo ni la forma de la nariz). La raza adquiere en toda la Geopsiquia un valor enorme. No triunfa el más adaptado al medio, sino el más resistente, el que perdura a través de medios que se modifican. La raza semita (que ha dado forma a lo andaluz) ha creado pueblos como el judío, que es el casticismo máximo, la lucha por la consistencia máxima; en el semitismo está la suprema esperanza de la humanidad; él ha creado el principio de las minorías étnicas y las comunidades fraternales regidas por el “consensus”; el semita es un hombre patriota de su fraternidad étnica-mágica y de la fraternidad universal, saltando por encima de los nacionalismos, las naturalizaciones y las pasiones sociales. Entre los dos tirones de la especie animal, el grupo dolicocéfalo o braquicéfalo, la Raza, interpretada en sentido primitivo o bárbaro, y la tierra, el medio ambiente nacionalista que clasifica a los hombres por el pueblo en que nacen o el gobierno a que obedecen (amar al alcalde y despreciar a su madre, si ésta tiene la piel de otro color, o ha nacido más allá de la frontera, ¡bárbaros y feroces principios!), el semitismo pone la idea intermedia de la fraternidad entre los que poseen la misma sangre y pertenecen al mismo “consensus”, vivan donde vivan y sea cual sea su morfología anatómica. «Cada cosa en cuanto “Es en sí”, se esfuerza por permanecer en su ser mismo.» (Spinoza.) «Todo lo que posee raza posee expresión propia que no se brinda a nadie extraño, que simplemente existe» creado por «la fuerza cósmica que enlaza en un mismo ritmo y hace parecerse a los que viven unidos», creando ideal de Raza poderosa, voluntad de ser así, de no ser otro, mejor acaso, pero otro; es la marcha por la existencia con igual curso y los mismos pasos. Hay otra “Demosofía”, la citada pandereta, creada por el análisis exterior, falsa porque todo análisis significa sustituir a un sentimiento una sombra espacial intelectual y, por tanto, falsa. Las cosas que ve el viajero en otro país sólo le revelan lo que él ya tenía dentro. En lo exótico cada uno encuentra la sintonización que vibra con su ser, apoyada en una onda muy corta (un viajero admira los museos, otro las fábricas, otro las mujeres, otro lo absurdo, lo desconocido; algunos viajan para buscar emociones, y otros viajan como un baúl, para evitar el tedio). Por eso el viajero se va encontrando a sí mismo a lo largo de todos los caminos del mundo. Sólo se puede VER lo que se lleva de antemano dentro; sólo se puede comprender lo exótico que nos ha emocionado antes de verlo; lo “conocido” semíticamente, que transmigra a priori en nuestra alma. Sólo se puede saber lo que se ama.

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La característica esencial de lo “Jondo”, de lo “Tótem” es no poder ser definido; es movimiento puro que escapa a toda clasificación, es la encarnación de la Vida en sentido musulmán. («Vida no es más que el momento presente, el ahora; lo que pasó y pasará son inexistentes».) (El-Ghazali.) La “Jondura” es constante tensión, campo potencial de vibración incesante, velocidad creciente originada por el temor al caos, por el deseo de superar la Naturaleza, de vencer al amor y a la muerte, los dos enigmas pavorosos. Lo “Jondo” corre perseguido de cerca por la Naturaleza, y en su camino va dejando un rastro hecho con trozos apretados de “Jondura”; este rastro es la “Demosofía”, compromiso entre la especie diferenciada y la Naturaleza panteísta. Según Guillermo Haas, «los grandes tipos de Humanidad se distinguen unos de otros por leyes formales plásticas…, principios dinámicos que contienen al mismo tiempo su plan constructivo, es decir, que determinan la índole propia de los fenómenos y de las creaciones esenciales, tanto objetivas como subjetivas, y asimismo deciden de cómo han de ser transformadas las creaciones cultas de otro tipo para poder vivir y actuar en la cultura del tipo propio…; en cambio, el sentimiento vital o cósmico es secundario y puede ofrecer los más varios matices dentro de un tipo, sin romper la unidad de éste». (En nuestro sistema, este sentimiento cósmico corresponde a la “Naturaleza”, y también a la “Demosofía”.) La Durée réele, de Bergson, corresponde también a lo “Jondo”; ambas teorías vienen del fondo psíquico común a hebreos y andaluces (el semitismo, siempre el semitismo). Voy a exponer la base de mi Jondura, hecha como un alicatado con pedacitos de filósofos musulmanes (preferentemente andaluces), donde se ve claramente la armonía de nuestro Islam con el hebraísmo de Freud, Bergson y Einstein, avanzados semitas en Europa. Dejando a un lado la Demosofía, con sus restos de “Naturaleza”, extenderé un arabesco totémico, muy pequeño, preparando un problema que este breve Ensayo no puede resolver por su excesiva complejidad.

Ante todo, una advertencia previa para los no iniciados en el totemismo. Tótem es, entre los pueblos primitivos, una especie de blasón, un emblema viviente de la tribu que la protege con los poderes mágicos de que está dotado. El Tótem es, generalmente, un animal al cual se halla identificada la tribu o la raza que se cree hermana de dicho animal. El “Tótem” no liga los hombres al suelo; los miembros de un mismo Tótem pueden vivir separados unos de otros entre individuos de Tótem diferente, a condición de casarse dentro del grupo totémico. Dentro del Tótem general hay otros Tótem particulares, vinculados a grupos de individuos (generalmente a los dos sexos que poseen Tótem diferentes) o a individuos aislados que poseen un Tótem especial dotado de un poder mágico especial; de este último proviene la relación entre el nombre individual y las prácticas de hechizo (envoutement) sobre el nombre. El Tótem gobierna las emociones de las sociedades primitivas; de él se derivan las religiones, las artes, las morales.

Lo Tabú es un rastro que sigue al Tótem, es algo sistemático que gira en torno a la idea de lo prohibido, de lo peligroso, de lo que no debe nombrarse o tocarse. Tabú designa tres nociones: 1.ª Carácter sagrado o profano, puro o impuro, de personas y objetos. 2.ª Naturaleza de la prohibición que emana de este carácter de la persona u objeto. 3.ª Sanción a la violación de la prohibición, bien porque el poder misterioso (Mana) de la cosa mate al atrevido, bien porque la sociedad le ejecute, indignada, para evitar que el castigo recaiga en la colectividad. Personas y cosas Tabú pueden ser comparadas a objetos que han recibido fuerte carga eléctrica constituyéndose una fuerza terrible que se comunica por el contacto y cuya descarga trae consigo desastrosas consecuencias. Lo Tabú es una acusación constante, un verdadero “Super-Yo” social; su dureza es el origen de la religiosidad Tabú o amenazadora (no existente en el mahometanismo) y de muchas actividades no geopsíquicas, como el Derecho. (Al identificar lo Tótem a lo Jondo y lo Tabú a lo Flamenco haré notar que el “cante flamenco” andaluz suele girar sobre motivos tabú, tales como la culpa, el homicidio, la fosa, los celos y los achares, impurificaciones del amor Tótem; el Tabú es siempre algo demoníaco, impuro y prohibido.)

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Contra las afirmaciones del Flamenquismo y la Demosofía (reflejos del Ello y Super-Yo en las “Culturas”, que afirman orgullosamente el valor de la propia percepción que crea la Naturaleza a través de nuestros propios órganos), el Tótem afirma el valor del Sistema P, como reflejo de la Naturaleza del Medio en el cual viven las razas (medio que es generalmente un medio interior formado por la peculiar perspectiva de cada raza o cada comunidad dotada de un “consensus”); declara que la introinspección es relativa porque nos exponemos a introducir el mundo exterior en la turbulenta profundidad del “Ello” y lo “Jondo” (y aún más allá, en el dominio mágico del consensus (“Tótem” colectivo), la Baraka (“Tótem” individual) y el Tótem peculiar de cada sexo. (Tótem-Dolmen femenino, cóncavo, profundo; “Tótem-Menhir” masculino, convexo, erguido.) El Tótem, ampliación colectiva del Yo aislado e individual, admite el predominio de la cualidad en la “Demosofía”, en el “Ello”; de la cantidad pura en el “Super-Yo”, en lo Flamenco; pero reivindica para sí el carácter, continuidad pura, extraña a toda numeración y clasificación. Lo “Jondo”, cuya vitalidad depende de su rapidez, es el residuo que deja el desfile de nuestras sensaciones y nuestras vivencias, cuando el Yo vive sin analizar sus impresiones, las cuales morirían al ser estudiadas; lo esencial es que las funda en un movimiento único (como en el “film” pasan las imágenes para convertirse en una sola en movimiento rápido), en un sonido continuo hábilmente modulado (como las notas largas del cante hondo que parecen monótonas y en realidad están compuestas de pequeñas centésimas de nota), en una penetración muy estrecha de elementos simples cuyo aislamiento es imposible.

Cuando queremos considerar aisladamente esta idea Jonda desplegándola en el espacio, sometiéndola a la ley absurda de causa y efectos, equiparando la vida de nuestra emoción racial a la vida de los objetos inertes, metemos la vida en el tiempo tradicionalmente contrario a toda vitalidad (tiempo, reloj de arena, tic-tac de reloj mecánico, símbolos del Super-Yo, emblemas de la muerte, opuesta a la vida); «se mide la velocidad de un movimiento, lo que indica que el tiempo es un tamaño». Como en este sistema de la Geopsiquia voy tratando de fundir opiniones semitas, siguiendo a Freud, Spinoza, Mohamed-Abdu, El-Ghazali y los árabes andaluces, conviene citar a Bergson, cuya teoría de la Durée réelle es absolutamente paralela a la nuestra, aunque ambas parten de orígenes muy diferentes (mi “Jondura” es de origen sufí-musulmán). «Cuando contamos explícitamente unidades alineándolas en el espacio, al lado de esta adición cuyos términos idénticos se destacan sobre un fondo homogéneo, se prosigue en las profundidades del alma una organización de estas unidades, unas con otras, proceso dinámico…; el tiempo toma para nuestra conciencia el aspecto de un medio homogéneo, porque en una serie de términos idénticos cada término toma para nuestra conciencia un doble aspecto: uno, siempre idéntico a sí mismo, puesto que pensamos en la identidad del objeto exterior;, otro, específico, porque la adición de este término provoca una nueva organización del conjunto… Por el intermedio del movimiento la durée toma la forma de un medio homogéneo… Nuestro yo toca al mundo exterior por su superficie; nuestras sensaciones sucesivas van fundiéndose unas en otras, retienen algo de la exterioridad recíproca que caracteriza objetivamente las causas…; pero el yo interior que siente y se apasiona, delibera y decide, es una fuerza cuyos estados y modificaciones se penetran íntimamente y sufren una alteración profunda cuando se les separa para desplegarles en el espacio; pero como este yo profundo hace una misma persona con el yo superficial, nos parecen durar de la misma manera…, lo que prueba que nuestra concepción ordinaria de la duración (psicológica) obedece a una invasión gradual del espacio en el dominio de la conciencia pura; es que para quitar al yo la facultad de percibir un tiempo homogéneo (válido para el alma humana y para los objetos exteriores) basta separar esta capa superficial de los hechos psíquicos, que se utilizan como reguladores; el sueño nos coloca en esas condiciones.»

«Sobre la duración homogénea, símbolo extensivo de la duración real, una psicología atenta observa una duración cuyos elementos heterogéneos se penetran; sobre la multiplicidad numérica de los estados conscientes, una multiplicidad cualitativa sobre el yo a estados bien definidos, un yo donde sucesión implica fuerza y organización. Pero nos solemos contentar con el primero, la sombra del yo proyectada en el espacio homogéneo…» «¿Qué es la duración dentro de nosotros? Una multiplicidad cualitativa sin semejanza con el número, un desarrollo orgánico que no es cantidad creciente, una heterogeneidad pura en el seno de la cual no hay cualidades distintas; los momentos de la duración interior no son exteriores unos a otros. ¿Qué existe de la duración fuera de nosotros…? La simultaneidad donde las cosas exteriores cambian, pero sus momentos no se suceden más que para una conciencia que los recuerda… En la conciencia encontramos estados que se suceden sin distinguirse, y en el espacio simultaneidades que sin sucederse se distinguen. Fuera de nosotros, exterioridad recíproca, sin sucesión; dentro, sucesión sin exterioridad recíproca…» «Dividimos las simultaneidades de fenómenos psíquicos absolutamente distintos en el sentido de que uno ha cesado de existir cuando el otro se produce, y cortamos en parcelas distintas, exteriores unas a otras, una vida interna, o sucesión, con penetración mutua… Estos dos elementos la ciencia los disocia; cuando emprende el estudio profundo de las cosas exteriores, no retiene de la duración más que la simultaneidad y del movimiento la posición del móvil, es decir, la inmovilidad.» (La sabiduría popular islámica asegura que lo que se realiza, la vida que se transmite a un objeto, muere. «Los libros son los cementerios de las voces.» No podemos apresar más que posiciones que, cuando son numerosas, dan la sensación de un gran movimiento. Pero es una ilusión contra la cual va el proverbio «El movimiento está en medio; es decir, es un intervalo extraño a toda medida», «Vive la vida como agua en cesta», es decir, hazla fluida, no la dejes apresar por la rigidez con concepto.) «Todo número es una colección de unidades y una unidad sintética…; hay dos especies de unidades: una definitiva, que forma un número añadiéndose a sí misma, otra provisional del número que toma su unidad del acto simple, por el cual la inteligencia le percibe…; al objetivar una unidad la hago una cosa, es decir, una multiplicidad; basta recordar que las unidades aritméticas son unidades provisionales, simbólicas, capaces de fraccionarse indefinidamente, y cada una de ellas contiene una suma de cantidades fraccionarias tan numerosas como se quiera… Hay que distinguir entre la unidad en que se piensa y la unidad que se erige en cosa después de haber pensado.» «Hay dos concepciones posibles de la duración…; la duración pura es la forma que toma la sucesión de nuestros estados de conciencia cuando nuestro yo se deja vivir y se abstiene de establecer una separación entre el estado presente y los estados anteriores; no hay necesidad de absorberse enteramente en la sensación o la idea que pasa; entonces cesaría de durar; no hay que olvidar tampoco los estados anteriores; basta con que al recordarlos no se yuxtapongan al estado actual, sino que los organice con él, fundidos como notas en melodía… Experimentamos dificultad para representamos la duración en su pureza originaria porque no duramos solos; las cosas duran como nosotros…; los momentos de esta duración parecen exteriores unos a otros.» (El tiempo es aquí un reflejo de la realidad exterior del espacio sobre el Yo, un espejismo.) «La ciencia que opera sobre el tiempo y movimiento elimina previamente el elemento esencial y cualitativo (en el tiempo, la duración; en el movimiento, la movilidad). No tratan de duración, sino de espacio y simultaneidades… Cada uno de los llamados estados sucesivos del mundo exterior existe solo, y su multiplicidad no tiene realidad más que para una conciencia capaz de… yuxtaponerlos y exteriorizarlos.» O sea que, ni en el mundo exterior, existe el tiempo en sí; las ideas tiempo y multiplicidad son anquilosamientos, petrificaciones de la realidad. La multiplicidad es una comodidad; la heterogeneidad es aquí una pereza que niega la libertad; definir es más fácil que obrar; criticar, más sencillo que crear. Bergson dice: «Como el yo subdividido se presta mejor a las exigencias de la vida social y del lenguaje, ella lo prefiere y pierde de vista el yo fundamental.» En el Islam responde la voz del Cheij Zeid-Abdu-Omar-el-Garnati cuando dice: «El Universo está compuesto de parejas, de oposiciones complementarias, hombre y mujer, luz y sombra, día y noche, amor y muerte, frío y calor. Así en el fondo del espíritu combaten el yo del anverso, yo mundano, y el yo reverso, que es el verdadero yo. Cumplimos nuestro destino dejando vencer al segundo, considerando al mundo exterior del primero como un reflejo ornamental, haciendo de la vida mundana un grato recreo, pero negándola todo valor. Somos hombres cuando vemos nuestra verdadera existencia imposible de explicar y clasificar; pero casi nunca la podemos ni la queremos ver atada al materialismo; vivimos fuera de nosotros viendo siempre la Sombra del espíritu en las cosas.»

Durée réelle o proyección espacial en forma de intensidad; anverso y reverso mental, número como unidad absoluta o como conjunto de unidades fraccionarias; espíritu y sombra espiritual; “Tótem” y “Tabú”, “Hondo” y “Flamenco”, acaso predominio de la duración en la mujer y de la simultaneidad en el hombre…; todo se reduce a una división del espíritu en “Individualidad” exterior y “Personalidad” interior. “Individualidad” como símbolo de lo que queremos o creemos ser, “Personalidad” atisbo de lo que somos realmente (como individuos aislados o como trozos de una “cultura”).

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El problema de las culturas puede considerarse bajo dos aspectos muy diversos: Vida de la cultura con sus etapas sucesivas; manera de actuar la cultura. El primero, con su determinismo, que somete toda forma al tiempo y la condena a perecer fatalmente en un período más o menos largo, es netamente germánico y occidental; a su lado hay un concepto oriental de la cultura que admite también el agotamiento de las formas mentales colectivas, a causa de su “Karma”, del exceso de errores y responsabilidades que han ido acumulando en el transcurrir de los siglos. Frente a estas teorías el Mediodía establece una teoría contraria, apoyada en la gracia divina que desciende sobre las comunidades elegidas (especialmente religiosas), gracia permanente e invariable. Occidente divide la cultura en

“Pueblos primitivos”, que se forman y deshacen en el transcurso de las cosas…; “Pueblo Culto”, exaltación inaudita del idioma, de formas, llegando a la maestría… (ningún pueblo culto comprende a otro); los pueblos que se hallan en el radio de una cultura no son los creadores, sino las creaciones de dicha cultura…; en cada gran cultura hay un grupo de pueblos con un mismo estilo…; son “Naciones” los pueblos que tienen el estilo de cierta cultura; los pueblos primitivos y “fellah” no son naciones… Las ciudades crean la cultura; todo estilo genuino se desenvuelve en las ciudades; el campo calla y se desvía; la aldea está sumergida en el paisaje…; lo que distingue la ciudad de la aldea no es el tamaño, sino el alma (hay aglomeraciones enormes que no son ciudades sino mercados, puntos de reunión). «Ciudad es el sitio donde el hombre contempla el campo como un alrededor, como algo distinto y subordinado…; el aldeano carece de historia, es hombre eterno, independiente de toda cultura, a la que precede y sobrevive.» Luego viene la civilización concentrada en las grandes ciudades. «Al final de toda cultura está la capital; el mundo recibe su sentido por relación y referencia a ella…; el final trae la despoblación; el desmonte comienza por la cúspide y baja hasta el campo; aparece el “fellah” superviviente, inferior de una cultura, que acampa en las ruinas…»; la civilización, que es la muerte, tiene tres etapas: Superación de la cultura, cultivo propio de la forma civilizada, anquilosamiento…; estilo civilizado es expresión de lo ya acabado… Las grandes urbes son campo anquilosado en forma pétrea… Todo pueblo culto es una corriente de existencia; todo cosmopolitismo civilizado es asociación de inteligencias, pensamiento puro orientado hacia sí mismo, enemigo de la vida… Civilización es un remate, un final irrevocable…; mete la Historia en tres o cuatro urbes que absorben jugo mental y frente a las cuales el territorio restante de la cultura queda reducido al grado de provincia, que alimenta las grandes urbes con sus restos de humanidad superior…; una ciudad civilizada es un punto que compendia la vida de extensos países que se marchitan. En lugar de pueblo de formas creciendo con la tierra misma tenemos un nuevo nómada parásito: el habitante de la gran urbe atenido a los hechos; en masas informes, fluctuantes, improductivo, imbuido de aversión a lo agrícola y su forma superior, la nobleza rural…; es cosmopolitismo matando al terruño…; no pueblo, sino masa… Cuando muchedumbre de posibilidades se ha realizado, la cultura se transforma en civilización; toda decadencia es cumplimiento de un destino… Historia Universal es la historia del hombre urbano. En este cuadro espantoso y apocalíptico las notas esenciales en la agonía de la civilización actual son (según Spengler y sus adeptos): Deporte, Periodismo al servicio de la abstracción, dinero; Imperialismo, símbolo de las postrimerías, que dirige su energía hacia fuera; Distracción en vez de Juego; anulación del trabajo mental por su contrario, el atletismo; Feminismo, como suprema decadencia. (Y como eje de la decadencia, el afán de la conciencia por buscar motivos que planteen problemas vitales; Inteligencia e Infecundidad van unidas; la Naturaleza no conoce “motivos” donde hay “vida”.)

Junto a Splengler, Scila de la vida occidental, su compañero Lothrop Stoddard, el Caribdis americano, que completa la trágica visión del fin del mundo con la invasión de los bárbaros, los hombres de color repugnantes e inferiores que amenazan la sagrada supremacía del euroblanco, el avance de los perversos amarillos, morenos y bronceados, humillados por el peso de sus 500.000 años de sucia barbarie, dice: «Los pueblos bárbaros amenazan con la penetración pacífica; por lo general muy prolíficos, dotados de extraordinario vigor físico, fácilmente capaces de emigrar, los pueblos más atrasados tienden cada vez más a buscar los centros de civilización, atraídos por los altos salarios…; invierten las normas de vida, esterilizan socialmente a los pueblos superiores, y, si hay cruzamientos, los cimientos raciales de la civilización quedan minados, pues la población mestiza, incapaz de soportar su carga, resbala y cae…» El avance de los bárbaros está facilitado por la irremediable decadencia de los superiores. (Los superiores son aquí los de estirpe europea.) Pero el mismo Lothrop Stoddard reconoce que «sea cual fuere, la civilización depende de las cualidades del pueblo que la mantiene…, de la calidad de sus puntales humanos; el número nada significa». (Atenas sólo tuvo 50.000 ciudadanos; ellos hicieron la mejor cultura antigua.) «Para que surja una cultura es indispensable una reserva de hombres superiores…; las “élites” son la levadura del grupo que inicia todo progreso.» Pero «a más civilización, más complejidad; cada generación… añade cosas nuevas, que transmite a la siguiente; es la herencia social en que cada generación humana es capaz de seguir elevando el nivel del medio en que viva…; el hecho es que mientras las cualidades hereditarias se implantan en el individuo sin que él lo advierta, las cualidades sociales adquiridas sólo se conservan a costa de un esfuerzo evidente; el camino del aprendizaje se toma cada vez más escabroso… Decadencia de la civilización quiere decir que el medio social está por encima de las capacidades heredadas…; la creciente solidez del edificio de la civilización tiende a cargar con un peso excesivo sus cimientos humanos; la complejidad puede aumentar hasta un grado inconcebible, mientras la capacidad decrece…» Los individuos superiores son destruidos por el aumento de responsabilidades, poder, riqueza, lujo y arte; los inadaptados son el “Sub-Hombre” o bárbaro interior.

El “Sub-Hombre” es quizá la única realidad; la sociedad moderna padece un exceso de imbéciles, locos, neuróticos y extraviados; el exceso de ambición de las jerarquías occidentales ha precipitado su decadencia, y en Europa bullen los espartaquismos. En cuanto a la creencia de considerar la civilización de periodismo y feminismo como una decadencia, conviene notar que América (el verdadero Occidente) no sufre terribles desastres por el predominio femenino. (La mujer es acaso la única esperanza de una paz permanente en el mundo, paz que los hombres no saben ni quieren buscar.) Hay en la misma Europa pensadores de la talla de Keyserling que ven en la civilización un avance continuo, creyendo que las nuevas generaciones están cada vez más capacitadas para las nuevas condiciones de vida. El mecanicismo moderno, que es, al fin y al cabo, un dominio de la Naturaleza, llegará a ser tan familiar como es hoy el uso del arado o la navegación; el hombre que hoy adora el motor y vive de espaldas a todo ideal (“tipo Chauffeur”) llegará a dominar el motor, y entonces le despreciará y buscará tipos superiores de cultura volviendo a un nuevo ideal, a otra Edad Media apasionada y reconstructora. «Cuando toda la técnica se haya hecho evidente no significará más de lo que significa hoy el material que crea la técnica…; entonces volverán los sentimientos metafísicos y religiosos…», que serán ecuménicos, «Internacionalismos en que el acento vivo recae en lo común frente a lo particular». (Islam, Catolicismo, Bolchevismo, Imperios anglosajones, Sociedad de Naciones, Socialismo, Fascismo, Iberoamericanismo, &c.) La etapa actual es una transición en la que domina lo transferible, o sea lo mecánico, lo intelectual, fácil para todos; pronto vendrá una nueva etapa intransferible que tendrá su centro de gravedad en lo impulsivo, lo erótico, lo tradicional. La suprema expresión de la futura realidad ecuménica será el periodista, talento expresivo, rápido, conciso y eficaz. Lo que nace de la inteligencia es fácilmente comprensible; lo intuitivo es difícil. El periodista hace comprensible la intuición, provoca la intuición con dos palabras. El político futuro será una mezcla de periodista y “Super-Chauffeur”, un hombre que desprecie y domine la materia y la realidad, considerando la vida como la materia prima de la acción orientada en un sentido universalista. El Super-Hombre y la muchedumbre coexistirán hundiendo los matices intermedios (Burguesía, Proletariado, “Intelligentsia”). En esto coincide Keyserling, el hebraísmo y el Islam (Islam, tendencia al Profeta y la Comunidad, repugnancia hacia las “clases sociales”). Las teorías de Spengler, Lothrop, &c., sobre la decadencia de la civilización son inadmisibles en el semitismo actual. El pueblo más “civilizado”, más agobiado por la complejidad creciente de la vida, la excesiva erudición, la residencia en las grandes ciudades, el cosmopolitismo y la matemática, es el pueblo hebreo, un pueblo extremadamente semita; de su “decadencia” supuesta puede dar fe la maravillosa epopeya de reconstrucción sionista. El pueblo “tipo” escogido por Spengler como caso de pueblo muerto irremisiblemente, es el “féllah”, población rural de Egipto que hoy escala los altos puestos del Gobierno de su país con hombres tan notables como Zaghlul-Bajá (recientemente fallecido), considerado como el mejor político del Levante; como el citado Cheij-Mohamed-Abdu y sus discípulos; como una gran parte del profesorado de la Universidad Az-Zahar, corazón de toda la “Cultura Árabe”. La barbarie amenazadora de que habla Lothrop Stoddard es la Cultura de la India, tierra del Mahabarata y Tagore, de Krixna y Gaudhi, verdaderos santos paganos; Cultura excesivamente perfecta del Japón caballeresco y universitario; Cultura persa, la más refinada y exquisita de la tierra; Cultura china, exageradamente culta, que ha llegado a convertir la Naturaleza en un inmenso libro… Para nosotros, los hombres de Iberia, el problema de las razas de color es el rubio anglosajón contra el mejicano rojo, el negro de Puerto-Rico, el amarillo de Filipinas, el moreno egipcio; es el moro de Roncesvalles frente al celtismo y el latinismo destructor de Numancia. Ni con unos ni con otros; amigos de Occidente y de los pueblos de color, pero nunca europeos.

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La manera de actuar la cultura entra plenamente en el dominio de la Historia y tiene tres direcciones diferentes: Primera. Geográfica, enlazada directamente con la “Naturaleza”, prescindiendo de la “Geopsiquia”; preocupación económica por resolver los problemas elementales del alimento, la vivienda y el vestido. Segunda. Sociológica o preocupación por organizar la sociedad tomando por base el trabajo, la celdilla profesional de cada grupo; división estática en clases sociales, tendencia a la masa y la concentración de poderes (toda democracia ampliamente sociológica termina en una dictadura o un presidencialismo). Tercera. Política. Preocupación por las jerarquías, por el grupo dominador opuesto a la masa. (Proletariado, Milicia, Teocracia, Aristocracia, Burocracia, nobleza pastoril, predominio de un grupo étnico, &c.) La Historia no es casi nunca un proceso orgánico regular, constante y predeterminado, sino una lucha entre estas tres maneras de entender la vida. El predominio de cada una de estas formas engendra el predominio de los conceptos “Raza”, “Pueblo” y “Nación”, tres factores que afirman la pluralidad de estilos históricos. (Cada hombre, cada clase social, cada época, “ve” una Historia diferente que no es la que realmente transcurre, sino la que “debiera ser para ellos” o “existir respecto de ellos”.) Por encima de los modos particulares de “ver” la Historia hay un modo general de ver la Historia dentro de cada cultura, un sentido “suyo” que cambia con cada combinación nueva de vivencias; pero sigue su camino hasta que el “sentido” (o manera propia de valorar los hechos y las cosas) encuentra su expresión extrema, porque toda vida depende de una determinada distribución de pesos y materias primas. La Historia, “realización de la cultura posible”, va marcando los hechos, pero no los determina; comenta lo acaecido, pero no lo provoca. La Historia que el pensamiento occidental considera como una realidad poderosa opuesta a la “Naturaleza” es sólo un “Super-Yo” de la “Naturaleza”, un símbolo de lo anquilosado; la creación de los valores, que es siempre un acto a priori, no puede ser obra suya, y la “Geopsiquia”, ciencia nueva, ciencia árabe de la vibración y del Sino, es la ciencia creadora de todo perspectivismo. Sólo se conoce lo que se desea o puede desear; sólo se vive en la proporción en que se ansía vivir. La Historia, con sus relatos interminables y su afán del detalle, la ficha y la etiqueta, es la ciencia de lo “real”. La “Geopsiquia”, ciencia de lo mágico y la especie, es la ciencia de lo “Verdadero”. “Geopsiquia” es reflejo de lo “Esencial” musulmán; “Historia” es lo “formal”.

Para comprender la Geopsiquia (en acción) y explicar la Historia es indispensable una afirmación previa: Ningún suceso importante en la vida de los seres humanos se produce aislado; es un núcleo que crece incorporándose nuevos elementos, aumentando su extensión de acuerdo con su poder de vibración, con su fuerza de convicción mágica (no aumentando jamás en intensidad), aumentando en tensión. Todo suceso tiene su prehistoria, sus enlaces, su simbolismo, y deja atrás un eco más o menos extenso. Grandes hombres y grandes pueblos emergen de pronto como islas volcánicas en mar alborotado, como oasis en el Sahara, cumbres culturales rodeadas de zonas muertas o dormidas. Cada oasis parece un presidio; pero, en la realidad, los primeros imperios históricos fueron inmensos oasis rodeados de “Reg”, tierra dura del desierto, inmensa ruta ancha de miles de kilómetros por donde corrían las caravanas para ser apresadas por el oasis, encrucijada propicia a la emboscada. Cada cultura eminente es una atalaya en el centro de un grupo de rutas; un sistema especial de razzia, una manera de apresar las realidades fugitivas que pasan. Acaso la definición perfecta de la “cultura” (o del hombre eminente) sea: “Sistema estratégico de capturar la vida, de hacer algaras en la naturaleza multiforme.” Conversión del Macrocosmos en Microcosmos mediante un “Estilo de rapiña”, que sólo la Geopsiquia puede construir. La Geopsiquia va saltando por la vida, creando personalidad e individualidad, sin preocuparse de su razón de ser; la Historia viene detrás recogiendo (como el sabio de la décima famosa), las hierbas que la Geopsiquia arroja, destacando la singularidad de cada objeto y el valor de su posición en el conjunto de la existencia humana.

Las tres formas históricas (Geografía-Economía, Sociología y Política), estrechamente mezcladas, están dominadas por la tercera. «Sobre el concepto de la política hemos meditado más de lo que era conveniente; por eso hemos sido menos capaces de observar la política real.» «Olvídase el rango (secundario) de los meros conceptos y se llega a la convicción de que la política existe para configurar el curso del mundo según una receta idealista. Mas esto no ha ocurrido nunca.» (Spengler.) Pero el mundo no se mejora con discursos; la labor del historiador consiste en sentir los hechos, en vibrar a su compás y describir su valor simbólico (no su valor “verdadero”, difícil de percibir) y a veces su valor “real”. Política es movimiento, vida colectiva como conflicto permanente de selección, choque constante entre posibilidades diversas, afirmación, crecimiento, ir adelante, arriba, y a los lados, ir a un sitio o a ningún sitio. «Pues se crece o se muere. No hay una tercera posibilidad.» Para crecer y no morir es necesario “ir en contra” de alguien; la vida se hace de oposiciones. «Un pueblo existe realmente sólo con relación a otros pueblos…; por eso la relación natural entre ellos es la guerra.» Para determinar la dirección de la guerra y crear un equilibrio entre esta tendencia destructora de cambio rápido y la continuidad durée réelle necesaria a toda cultura, surge el contrapeso interior de los bandos, las facciones, los grupos, los rangos; todo rango es limitado, encarna la Historia política y representa una oposición en estrecha relación con los valores raciales y continuos. Los valores oscuros y primigenios de la Geografía se defienden suscitando la oposición ecuménica de los partidos abiertos a todos, desbordando a veces las fronteras de la cultura, la raza, el pueblo y la nación, para buscar el triunfo por la catolicidad. Pero a esta catolicidad que aspiraba a triunfar de los instintos de guerra, muerte, imperio y jerarquía, por la fraternidad humana de los correligionarios, se oponen otras catolicidades diversas, y surge una segunda oposición bélica, de tipo sociológico, opuesta a la primera, de tipo político. (En Turquía el islamismo, tendencia ecuménica, se opone al turquismo, tendencia política. El islamismo es afecto a los árabes, raza hermana, por el “consensus”; el turquismo se apoya en Occidente para no verse humillado dentro del Islamismo por la raza árabe, pueblo del libro y de Mahoma. En el viejo reino de Granada hubo la tendencia ecuménica de adhesión a Marruecos y la política de alianza con Castilla, para contrarrestar el berberismo cabileño, algo bárbaro, que predominaba en Marruecos. Grecia es afecta a Italia, por catolicidad, por deseo universalista de expansionar la cultura griega por el lado más débil; pero, además, se inclina al semitismo sirio y egipcio por espontáneo instinto racial.) El sentimiento político es algo fálico; en el sociológico priva la influencia cavernosa del útero.

Para terminar, otro párrafo de Spengler (cuyo sistema puede servir de metodología para estos primeros pasos del semitismo-árabe-musulmán-andalucista por el siglo XX, sin que esto implique una aceptación de sus deducciones). «En lugar de lo orgánico, lo organizado; en lugar de la clase, el partido. Un partido no es un producto de la raza, sino una colección de individuos. Por eso es tan inferior a las viejas clases en instinto. El partido es enemigo mortal de toda articulación espontánea…; justamente por eso el concepto del partido va unido siempre al concepto negativo, destructivo, nivelador de la igualdad. Ya no son reconocidos los ideales de clase, sino los intereses de profesión. Pero lo mismo ocurre con el concepto de la libertad, que también es negativo… Esta idea no procede de un origen político, ni menos aún abstracto; expresa tan sólo el hecho de que dentro de los muros de la ciudad se acaba la adherencia vegetativa al suelo y se rompen los lazos que atan y constriñen la vida campesina. En esencia, la libertad tiene siempre algo de negativo. Desata, liberta, defiende; ser libre es siempre quedar libre de algo…; libertad tiene su origen en esa liberación; el hecho de que el hombre consigue libertarse del campo… Es aristocrático el desprecio del espíritu urbano; es democrático el desprecio del aldeano, el odio a la tierra.» Spengler cree que la libertad es inferior, por ser un producto de las grandes ciudades, de la “civilización”. La oposición del espíritu árabe a ese concepto de la civilización nace de que el árabe no cree, no puede creer que la causa de la decadencia sea el tamaño y complejidad de la ciudad, sino el hecho de que la ciudad (grande o pequeña) exacerba el ansia de sedentarización, de adherencia a las piedras y las perspectivas urbanas. Por eso toda ciudad árabe es un conjunto de callejuelas apretadas donde se suprime toda perspectiva que pueda evocar la idea de la grandeza y autonomía de la ciudad, conjunto de calles apretadas que parecen pasillos de una casa y afirman la comunidad de las vidas que contiene, el “consensus” jerárquico de los ciudadanos (“clase”, “grupo” frente al campo), negando, en cambio, la idea del partido, la superioridad de la ciudad frente al campo. Toda ciudad árabe o neo-árabe es un ghetto; todo ghetto o “Mellah” nace de una idea de jerarquía, ansia de separar, de aislar, opuesta a la tendencia del “partido”. Otras veces la ciudad árabe es casi el campo (ejemplo, el mismo Albayzín); pero nunca la “Metrópoli”, la ciudad, ciudad y nada más que ciudad. Esta filosofía del urbanismo árabe es quizá la nota política esencial para la comprensión de esta cultura en su expansión musulmana; el motivo principal del desacuerdo con la Metahistoria occidental que ve el mundo y la historia como algo cerrado, circular, que muere donde empezó y no vuelve a surgir. El Islam árabe no cree en el círculo ni en la recta ilimitada; su símbolo primario es la sinusoide, línea sagrada del antiguo Egipto, emblema de la vibración, la tensión, los movimientos cardíacos y sísmicos, juego de alternativas, que es la expresión geométrica de la vida.

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La forma exterior de la cultura tiene tres partes: “Raza”, “Pueblo”, “Nación”, que corresponden al predominio de las influencias “Naturaleza”, “Geopsiquia”, “Historia”. Cada grupo humano personifica una actitud específica en la que predomina alguna de estas tres formas que siempre coexisten, pero nunca armonizan completamente. Raza, Pueblo y Nación mantienen la cohesión de la colectividad por una constante oposición de tendencias en equilibrio. Raza es el predominio del cuerpo en la colectividad política; Pueblo, el predominio de los valores espirituales; Nación, predominio del alma de lo que se quiere ser o se cree ser.

El problema “Raza” es puramente biológico, y se basa en la afirmación “No hay evolución, sólo hay origen”. El darwinismo ha sido superado por las teorías de la continuidad, entre las cuales destaca el interesante sistema de Von Uexküll. Todo depende de la “Coordinación biológica” o facultad de adaptación de las especies al medio; de grado en grado, en creciente muchedumbre, los mundos rodean a los sujetos, y cada sujeto tiene su mundo especial, exclusivo. El mundo circundante de cada especie se divide en dos partes: “Mundo de la percepción”, que va del notificador (objeto) al órgano sensorial (sujeto). De las notas de la cosa parte una acción que llega al órgano sensorial del animal; esta acción sufre modificaciones en el interior del animal y resurge como acto del animal para influir sobre la misma cosa que ahora asume el papel de receptor; así, se cierra un círculo funcional que comprende siempre al sujeto y la cosa. La vida exterior de cada especie se compone siempre de un número mayor o menor de círculos funcionales… Todas las especies están por igual perfectamente adaptadas a su mundo circundante, a la perspectiva especial de cada grupo étnico. Toda especie, todo animal enlaza con el mundo en torno, con la misma perfección con que sus órganos, su alma y cuerpo, están enlazados entre sí. Esta es la ley cósmica fundamental. Toda propiedad de un ser viviente es expresión de una relación que puede ser descubierta indagando la propiedad correspondiente del notificador. Así, a cada propiedad de los seres vivos corresponde una propiedad correspondiente en su mundo circundante… Hay veces en que las relaciones del individuo con su mundo circundante permanecen en potencia eludiendo así la observación; pero cuando se incorporan al conocimiento un número suficiente de individuos, las relaciones del grupo y el mundo se hacen inteligibles y entonces es posible abarcar la totalidad de los círculos funcionales y comprobar la adaptación del individuo a su mundo circundante.

Las razas son distintas de una especie en distintos mundos circundantes; la morfología inicial cede ante el cambio del medio. Todas las variantes de una especie, por muy cuidadosamente que sean aisladas mediante una selección artificial, abandonadas a sí mismas, vuelven a caer en la especie original; al cabo de algunas generaciones, ninguna especie nueva se origina por variación. Cada organismo colectivo (especie, raza, &c.) sólo entra en relación con una parte muy pequeña del mundo exterior. Cada grupo de seres vivos se crea un «Mundo circundante único, propio para él, en el cual se desenvuelve su vida. La Naturaleza no escoge los organismos adaptados a ella (teorías de Darwin y Nietzsche sobre el predominio del más fuerte), sino que cada organismo se escoge la Naturaleza a él adaptada. El grupo de sentidos con el cerebro, es un aparato que selecciona los efectos convenientes para el animal entre los innumerables del mundo exterior. El ser vivo se diferencia de la máquina en que posee la capacidad de construirse él mismo sus órganos; si no puede construirlos, perece; pero nunca “evoluciona”. Es la “conformidad a plan” problema capital de la biología, determinada disposición de las diferentes partes de un objeto que hacen de él una unidad…; lo que se enlaza en una unidad no es la forma, sino la función de las diferentes partes. Es “Unidad funcional”.» (La manera de emocionarse, de reaccionar ante la vida, es más decisiva en las razas que la forma del cráneo…)

De todos los cuerpos salen en todas direcciones innumerables efectos y entre ellos escoge cada especie, cada raza, cada animal los que son necesarios para su existencia; sólo éstos son tratados como tales problemas; sólo a éstos se les da una solución. La estructura de los órganos receptores decide cuáles efectos del mundo exterior ejercen estímulo sobre el animal. La suma de los efectos forma el “Mundo circundante”: No hay que confundir “Mundo circundante”, o sea “medio”, con “Mundo perceptible”, especial de cada animal en particular. Además, el “mundo de efectos” abarca aquellos objetos a los cuales están acomodados los elementos de vida del animal. (Mundo perceptible es el panorama; mundo de efectos la esfera de acción; individuos que viven en el mismo mundo de efectos poseen mundos perceptibles totalmente diversos). Ni el medio forma la raza ni la raza forma al medio; la coordinación es un acuerdo a priori, un nacimiento paralelo de ambas formas. Así, cada especie, con sus individuos adultos y sus gérmenes en formación, se remonta a los tiempos más remotos inmutable y siempre igual. Hay diferencias entre los individuos por los diferentes influjos a que está sometido el germen durante su formación y crecimiento; pero la especie, vista en su totalidad, es algo fijo y coherente; cada individuo tiene un grupo de relaciones especializadas con el medio, un sistema de selección con fines utilitarios y profesionales; al equilibrarse los fines profesionales de los distintos individuos se forma el sistema selectivo de la especie, que necesita, para vivir, la tensión entre los sistemas distintos de sus individuos, el juego paralelo de afirmaciones y negaciones. Así se derivan del concepto primario “Especie”, los de “Raza” o forma de reaccionar ante la Naturaleza; “Pueblo” o forma de reaccionar ante la propia especie; “Nación”, forma de reaccionar ante los individuos de la especie creando una comunidad de trabajo que equilibre las tendencias divergentes de los individuos aislados en sus celdillas profesionales. La “Raza” es el poder legislativo; “Pueblo” es poder ejecutivo; “Nación” es poder judicial que aquí ejercita su acción contra el poder ejecutivo en el que la emoción atropella la ley. “Pueblo” es un nexo entre gentes que “se sienten” como un conjunto y vibran al unísono; los “Pueblos” crean las grandes culturas; las “Naciones” arrancan las culturas al poder absorbente del suelo, matan el paisaje y anquilosan la cultura haciéndola civilización, que no es un final irremisible, sino un freno contra la unidad de ideal del “Pueblo”; sólo las naciones crean los partidos; los pueblos sólo conocen los bandos, las fraternidades; las razas sólo crean las castas y los clanes. La tensión la mantiene la especie. «Más provechoso es al príncipe el que le da cuidado que el que se lo quita, porque siendo cuidado el reino, quien le quita el cuidado le quita el reino.» (Quevedo.)

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En el mundo meridional todo el problema de las jerarquías, las culturas y la Historia tiende a resolverse con la producción de arquetipos de grandes hombres, capitanes de pueblos. Adalides y no democracias, grupos juramentados y místicos, no ideales sociales abstractos. El jefe es una especie de banderín totémico que tiene dos maneras de actuar: 1.ª Como encarnación del ideal de su gente como símbolo del grupo. 2.ª Como proyección de un espíritu superior sobre la tropa adicta. En el Islam árabe el primer aspecto está enlazado al problema de la verdad histórica; el segundo tiene un valor religioso de misticismo en marcha.

En Occidente el gran hombre nacido en baja condición social encuentra infinitas trabas para su desenvolvimiento y las salva por medios indirectos, como los matrimonios, que unen al hombre que se ha hecho sólo con mujer más elevada. Pero la complejidad creciente de las exigencias sociales embota los descendientes del gran hombre, que afinan su espíritu, pero pierden el contacto con la vida. Y la escala social entra en una tensión excesiva que hunde a los inferiores mientras “civiliza”, mecaniza a los superiores. (Ver Lothrop Stoddard.) Los superiores se agotan al concentrarse en las grandes ciudades, y el cosmopolitismo mata toda jerarquía, toda reserva racial; «sólo queda el sub-hombre», que desea la regresión a condiciones más primitivas…; las palabras Gobierno, Educación, Democracia, sólo se sostienen mientras existen hombres capaces de comprenderlas y sostenerlas…; hay dos causas de decadencia de los superiores: «Gran coste de la vida y coste de la gran vida.» La necesidad de la ejemplaridad la confirma Ortega y Gasset cuando dice: «Al encontrar un hombre que hace algo mejor debemos desear hacer como él; toda nuestra persona se polariza y orienta hacia el hombre ejemplar…; esta capacidad de ser dócil a un arquetipo, de entusiasmarse con lo óptimo es la función psíquica que el hombre añade al animal», y Spengler confirma: «En toda guerra entre potencias vitales se trata de saber quién gobernará el conjunto. Siempre es una vida, nunca un sistema, una ley o un programa quien lleva el compás en el curso del suceder. Ser el centro de acción, el elemento actuante de una multitud, elevar la forma interna de la propia persona a forma de pueblos enteros y de épocas enteras, tener el mando de la historia para colocar el propio pueblo o la estirpe propia a la cabeza de los acontecimientos, éste es el instinto apenas consciente e irresistible que actúa en todo individuo de vocación histórica. No hay más que historia personal y, por tanto, política personal…; la soberanía del pueblo no es más que una palabra que expresa que el poder soberano adopta el nombre de jefe popular…, y aun la paz universal, siempre que ha existido, no ha sido otra cosa que la esclavitud de toda una humanidad bajo el mando de un escaso número de tipos fuertes decididos a mandar…; el valor de una tropa depende de su confianza en la dirección…; el oficial es quien convierte el cobarde en héroe o el héroe en cobarde.»

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El concepto semita de la Historia afirma que cuando un suceso histórico tiene valor histórico, tiene también realidad histórica, que muchas veces coincide con la auténtica realidad. El valor de todo suceso histórico depende de la eficacia intrínseca, fundada en la huella que ha dejado. La Historia es una huella o no es nada. Los héroes de la Historia que han llegado a ser fuerzas míticas y dominadoras no son los seres de carne y hueso que han existido; la emoción popular ha hecho un ser nuevo y diferente del hombre que existió realmente; este ser fantástico, creado por el pueblo a medida de sus deseos, es el verdadero héroe, cuya influencia dura millares de años, y no su doble sensible que ha existido. La existencia auténtica y humana del héroe es una verdad arqueológica; la fuerza de su influencia es una verdad histórica que saca a la luz las fuerzas más ocultas de una colectividad. Todo hecho cuya repercusión sobre una fracción cualquiera de la Humanidad se ha hecho sentir como fuerza histórica verdadera, aunque sólo sea ficción imaginaria. La verdad histórica aneja al hecho es “La Verdad”; la verdad arqueológica es la “Realidad”, que no ha dejado huellas en la marcha del mundo aunque haya tenido lugar en fecha determinada e indudable. No todos los actos del hombre y las colectividades pueden ser históricos; el ser grande históricamente es una jerarquía especial que depende del grado de sugestión. Este dualismo se refleja también en la documentación histórica, que puede ser “Real”, de supervivencias reflejadas en los libros, y “Verdadero”, de supervivencias reflejadas en la vida; son erudición y “Demosofía”, latidos de un corazón colectivo, el de la especie. La fuerza motriz más poderosa para los individuos y las colectividades no son las ideas, los sentimientos ni las palabras simbólicas que las encarnan (“Libertad”, “Emancipación económica”, &c.); es simplemente la capacidad de entusiasmarse ante las excelencias (verdaderas o imaginarias) de un hombre arquetipo.

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El santo, hombre absolutamente perfecto en su organización espiritual, supremo valor histórico, es la cúspide de toda cultura. El Islam reconoce, además, una realidad superior: el profeta o intermediario entre el hombre y la divinidad, portavoz del Señor. El santo es sólo el poseedor de la Baraka, el hombre capacitado para experimentar el éxtasis y recibir, el Espíritu Santo; pero es sólo un hombre que grita y predica hasta llenar las palabras con su sangre, creando una multitud propia entre la multitud infinita. El Islam proclama que «el hombre encuentra en sí mismo el conocimiento de Dios y de las prescripciones divinas; pero no todo hombre puede llegar a este conocimiento, ni siquiera el hombre predispuesto. Solamente el elegido, el Profeta escogido por Dios mismo. Pero siendo el elegido de Dios, el profeta sigue siendo un hombre…; la misión del profeta engrandece su carácter revistiéndole de majestad y colocándole por encima de todos los otros hombres, pero fuera de su misión los profetas son simples hombres…; pueden tener distracciones e imperfecciones en todo lo que no tiene relación con su misión». «El milagro puede ser realizado por el profeta (milagro “MUYIZAH”) y el santo (milagro “KARAMAH”). El milagro es una simple ley de la Naturaleza, desconocida para todos excepto para el profeta, que los conoce por revelación, o sea por el conocimiento intuitivo que encuentra el hombre en sí mismo con la certidumbre de que este conocimiento le viene de Dios. Revelación se distingue de intuición en que esta última es un sentimiento de que el hombre tiene conciencia, pero sin darse cuenta de dónde viene…; los santos son los apóstoles y ayudantes de los profetas.» Ni profetas ni santos son catedráticos; no deben explicar las leyes físicas y naturales que formen parte de los medios para asegurar la vida material; en esto la Humanidad debe apelar a la Razón; el Islam no impone dogmas sobre la Creación y el mecanismo de la vida. Las enseñanzas de los profetas no deben pasar la inteligencia de su época; el sentido profundo del “Logos” se acomoda a la raza y al momento. Los profetas son la Razón de la Humanidad; los santos son simplemente Humanidad perfecta. La intuición de Dios y el superior grado de la revelación no dependen de la estructura de la persona, sino de la simple realización del acto de fe; la intuición normal y corriente de Dios es un desarrollo evolutivo de dentro a fuera. «Hablamos de conversión…; como explosión súbita que se manifiesta como una gran conmoción… la conversión es recibida como un regalo (extraordinario) de la Gracia.» (Otto Gründler.) La persona movida por esta explosión de superintuición en todos los momentos de su vida, la que puede conocer directamente sin pasar por los grados previos de los sentidos y la inteligencia es en el Islam el Santo, el portador de la “Baraka” o Gracia permanente. El profeta es lo mismo; pero cumple además “una misión” y su voz es el reflejo de la voz divina, que se exterioriza por su boca. Pero en ambos casos el valor de santidad es un valor absolutamente humano, hostil a la idea oriental de considerar a Dios como el alma del mundo, la unidad absoluta.

Y siempre, en el santo y el profeta, un predominio de la mística sobre la ascética. En el Islam es un pecado volver la espalda al mundo, cerrarse a todo valor finito, hundiéndose completamente en la abstracción, odiando su propia personalidad pecadora, procurando hacer el vacío para que Dios venga dentro del individuo, para ser Dios.

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Resumen: El concepto musulmán de la vida es, ante todo y sobre todo, ético. Un hombre colocado en altas dignidades, pero sin ideal de amor ni justicia, no es un hombre civilizado; los perfeccionamientos industriales no significan nada; la civilización es una actitud interior compuesta de justicia, piedad, tolerancia. Occidente considera a los Estados Unidos un gran país, no por su arte decorativo o su juventud, sino por ser un país de maravillosas finanzas; a Grecia, como un país insignificante porque no tiene acorazados; si tuviese acorazados, sería una “Potencia civilizada”. El Islam proclama que el saber no tiene valor si no es justo. Por eso la teoría de las “Culturas” en el Islam sólo puede ser: “Sólo se conoce bien lo que se ama”; luego el amor (a Dios, a lo bello, al sexo opuesto) es la suprema realidad, superior a la Naturaleza y al saber erudito, porque el amor y la moralidad se basan en el desprendimiento, el no-egoísmo.




Blanco

Amor, Muerte y Baño. Granada, centro del mundo

Como el blanco es la síntesis de todos los colores, el amor es la síntesis de todos los grandes problemas; el amor (que en el semitismo va acompañado por la muerte y el baño) es el eje de la existencia, y la angustia de su enigma perverso llena el corazón andaluz desbordándose en el desgarramiento indefinible de la copla “honda”. Pero es imposible definir el amor; la definición es para él la muerte, y el carácter esquemático de este ensayo impide un estudio detallado. Por eso el amor irá aquí diluido en un problema más capital: la emoción andaluza, la ecética mental de ese semitismo ibérico que en el Occidente bárbaro es un helenismo nuevo, un helenismo de turbante. Los cinco capítulos de este ensayo sólo pretenden la formación de una metodología andaluza que aproveche los nuevos ideales del siglo XX interpretándolos en un sentido semita musulmán y, sacando de ellos toda la gravedad filosófica, los reduzca a una graciosa pirueta mediterránea y fatalista, a un ansia de reír en todos los momentos pensando que el último puede aparecer de pronto.

Por eso acabaré con tres comentarios a tres valores andaluces, que llamo valores granadinos convencionalmente, atendiendo a la mayor fuerza de sugestión que en Granada presentan, aunque bien sé que Córdoba, la Sultana, la ciudad suprema de Andalucía y de Occidente, los posee en mayor grado. Pero como en Granada terminó el andalucismo, en Granada tenemos que buscar el enlace con la tradición. Mientras la ciudad más simpática del mundo (Sevilla) crea los nuevos valores imperiales con su fiebre de trabajo y su crecimiento vertiginoso, Granada prepara el camino a sus dos hermanas planteando tres problemas:

El amor, como fuente de conocimiento. El valor geográfico andaluz. El valor racial del pueblo de Andalucía y su papel en el iberismo.

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Si la Alhambra es el romántico recuerdo de una época magnífica, un sueño imperial de púrpura y plata, un resto de la más brillante cultura meridional, el Albayzín es el porvenir, la increíble supervivencia de una medina sarracena en un suelo que se cree europeo, enlazando las añejas glorias musulmanas de la pobre Granada morisca con el ímpetu vigoroso del Mediodía que resucita. Así coexisten en los viejos callejones dormidos las severas pesquisas de los investigadores sobre las ruinas polvorientas y extinguidas (Gómez Moreno, Torres Balbás, Gallego Burín, Prosper Ricard, &c.), las lamentaciones de los artistas sobre el despojo del infeliz Islam andaluz (Seco de Lucena, Morcillo, el “pintor de Granada árabe”, con su embrujada paleta “miliunanochesca”; Villaespesa, Ángel Barrios, &c.), los granadinos cristianos de África, vanguardia, avanzada extrema de todo ideal hispano (Cajigas, Gómez-Muros, López Rienda, Lobera, &c.), los emisarios del nuevo semitismo (Dr. Estéfano, Príncipe Hassan, Caid Abdel-Kader, &c.) y, sobre todo, los moros y moriscos, alma de la ciudad (Emir Jizari-Benkutayar, Abd-el-Kader-Ronda, Álvarez-Salamanca, Omar Elxamsi, &c.). Granada, quintaesencia del andalucismo, última ciudad musulmana, lleva prendida un alma extraña y sentimental que llora, canta, sueña, suspira, grita, ama, trabaja, se afana y muere para resucitar prolongando hasta el infinito los exaltados ideales del semitismo. El Albayzín sueña eternamente, cara a cara con el sol, prolonga la vida lejana apretándose en sus callejones para impedir la entrada de esa barbarie del siglo XIX que algunos llaman “Progreso”, identificándola con la destrucción de lo bello y el triunfo de lo “práctico”. Barbarie enciclopedista, retrasada, que ya comienza a desaparecer en Europa y Levante, donde casi nadie cree en el absurdo de que la posesión de un automóvil haga necesario derribar el viejo palacio solariego. El Albayzín, replegado ante la bárbara piqueta municipal, ante la ridícula vanidad provinciana, pueblerina de los granadinos “modernos”, que pretenden hacer admirar la cursi Gran Vía mientras los alcázares se deshacen en polvo. Todo el ardor de la Raza palpita en el fondo de estos caserones envueltos por las flores y los ramajes; todo el arabismo de la tierra del Sur duerme allí, recogido como en la leyenda del moro Muza, mientras allá abajo, en el salón y Puerta Real, desfila el aburrimiento pueblerino de una generación frívola que baila sobre los sepulcros de sus antepasados. Lejos, muy lejos, en la América de Coral Gables y San Clemente, la aristocracia del dólar y los príncipes del cine (gente verdaderamente moderna y progresiva) construye sus casas de recreo en el estilo árabe andaluz; sobre la orilla africana alza Francia nuevas Alhambras en las nuevas ciudades mogrebíes, donde hombres de la talla de Lyautey, Prosper Ricard, Borely, Prost, &c., hacen lujosos barrios granadinos desde Rabat-Salé a Sidi-Bu-Said; en la hermana Sevilla apunta la vuelta al arte andaluz con sus azulejos, ajimeces, takas y arabescos, con la profusión del naranjo, el jazmín, el arrayán y el ciprés. El arte andaluz resucita y el Albayzín procura defenderse desesperadamente esperando la salvación y el despertar de su estilo. Mientras la Sociedad de Vecinos defiende la prosperidad municipal de los barrios moros, el espíritu musulmán aparece como un fantasma y sube a los cerros para atalayar los caminos de la Sierra esperando la vuelta de Granada a Granada. Y desde ahí (o mejor, desde la Casa del Gallo de Viento, deshecho palacio real de la taifa zirita o zirí, atalaya suprema de Granada) ve un panorama espléndido. A su alrededor la Andalucía, hasta la Oretana y Alicante, prolongándose bajo el mar en las sierras de la Penibética marroquí, apoyada en el Estrecho de Gibraltar, eje de la “Ecúmene”. A un lado y otro las tierras hermanas, tierras ibéricas de Castilla, Portugal y la España ligur hasta más allá del Pirineo, tierra marroquí, Imperio del Sol Poniente, medio ibero, medio árabe, puerta del mundo árabe que se prolonga hasta el Golfo Pérsico y se abraza con el Helenismo, el Hebraísmo y el Iranismo en la suprema síntesis levantina. Y luego… siete puntos cardinales más con siete tipos de humanidad, que son a veces Oriente, a veces Occidente, a veces Mediodía; siete grupos políticos que no siempre corresponden a las tendencias espirituales del primer capítulo, pero que son fáciles de clasificar para fines geográfico-sociales.

SUR

Paisaje.– Toda la zona enturbantada y con predominio musulmán, que va de Marruecos al Afganistán. Lo esencial de este mundo es el valle del Nilo, parte septentrional del milenario Egipto. En su centro, la ciudad del Cairo; a pocos minutos del Sahara y el desierto arábigo, dos inmensas zonas arenosas que constituyen lo esencial de la zona propiamente Sur; dos desiertos poblados por la raza árabe. A Occidente, la pequeña prolongación del Mogreb (Marruecos, Argelia, Túnez, Andalucía); a Oriente, la enorme prolongación del Irán. Las dos zonas tienen casi la misma extensión; ambas son países de huertos y nomadismo caballeresco, feudal (árabes de “la gran tienda”). En ambas se rompen las teorías spenglerianas sobre el poder absorbente, fatal, de las grandes metrópolis; las de Lothrop, sobre la fuerza de la masa. De Tánger a Darel-Aman, la jerarquía de santones, caídes y sabios realiza la igualdad al revés, considerando a los campesinos como caballeros, a los mendigos, como ascetas, y a los reyes, como compañeros elevados al papel de guías (dignos de obediencia solamente en el caso de que sus valores vitales y morales sean superiores). Y por encima de todo, el desprecio al hombre urbano, sin tribu ni tótem; el miserable de las casas de tierra inferior al hombre del “gurbi” o la tienda.

Juventud.– Complejidad tumultuosa, imposible de definir; nacionalismo universitario, anhelos místicos y mágicos de dar a la vida un valor misterioso y dinámico. Concepto de la democracia como una generalización de la hidalguía, anhelo de dar al valor “hombre” todo su prestigio, volviendo al concepto de las Mil y una noches. “La vida es una Lotería” donde cualquier hombre, sea quien fuere, puede llegar de un golpe a los más altos puestos si el azar empuja hacia arriba sus posibilidades, ayudadas por la igualdad de cultura y educación entre el pastor y el emir, o por la ausencia de clases sociales, imposible entre gentes que viven pensando en el “consensus”, hablando de la “suerte” y la “buena sombra” y proclamando que sólo la incertidumbre ante el azar da valor a los minutos que vivimos. Los semitas dan el tono a los nuevos ideales y en torno a ellos giran iranismo, berberismo y helenismo. La vieja aglomeración tribal de semitas septentrionales (Hebreos, Arameos, Cananeos, Asirios, Árabes del Hiyaz y Neyy) y meridionales (Yemeníes, Caldeos, Etíopes, Acadios, Sabeos, grupos muy mezclados de sangre camita) se reduce hoy, en lo esencial, a dos grupos nacionales: Árabes, como predominio de lo totémico, lo intransferible y la duración interior; Hebreos, con predominio de lo tabúico, lo transferible y la proyección de la “Durée” en el espacio. Arabismo y Hebraísmo, enemigos hoy por el predominio de las influencias abbasíes (orientalizadas) en los primeros, de las influencias askenazim (occidentalizados) en los segundos; hermanos mañana cuando intervengan el arabismo de espíritu Omeya y el hebraísmo de espíritu sefardí.

Iberismo.– Riquísimo y muy intenso. Dejando a un lado el nexo andaluz y olvidando los valores árabes y hebreos de Toledo, Madrid, Tortosa, Teruel, Medina, Segovia, Valencia, Talavera, Mallorca, &c., quedan, del lado hebreo, la existencia de dos millones de hebreos sefardíes, que se llaman españoles, hablan nuestro idioma y prolongan nuestras tradiciones en París, Viena, Salónica, Atenas, Constantinopla, Jerusalén, Shanghai, Nueva York, Buenos Aires, Santiago de Chile, Budapest, Burdeos, Liorna, Tánger, Casablanca, Orán y el Marruecos español. La sangre vertida en el Rif por los hebreos que pelean a la sombra de la bandera española, la rica literatura sefardí de Maimónides, Juda-Levy y Ben-Gabirol, el hecho de que fueron españoles y amos de media España cuando aún no existía nuestra nacionalidad con su cultura semita, tan española como la vasca y las neolatinas.

Del lado árabe, mucho más. En el Levante asiático, el arabismo cristiano, casi desconocido en nuestra península, y, sin embargo, más fácilmente asimilable a la vida española que el musulmán. Son los 680.000 nestorianos, jacobitas y melkitas. Son los 850.000 católicos divididos en maroníes del Líbano, greco-católicos, siríacos, caldeo-católicos y latinizados, presididos por los siete patriarcas de Jerusalén, Cilicia, Babilonia y Antioquía. Más acá, los 800.000 coptos cristianos, de Egipto; la arquitectura andaluza-musulmana, predominando desde Cirenaica a Rabat; los innumerables moros andaluces desterrados en Túnez, Kairman, Trípoli, Nebel, Bizerta, Solimán, Garaat-el-Andalus, Argel, Orán, Tremecén, Constantina, Tánger, Tetuán, Xauen, la Garbia, Salé-Rabat, Casablanca, Azamur, Mekínez y la divina Fez, hermana de Granada y colonia cordobesa. En las tierras árabes, el nuevo y noble ideal del panarabismo, sustituyendo al panislamismo absurdo, xenófobo y de estilo turco; en América, la presencia de un millón de emigrados políticos árabes que buscan en las prolongaciones transoceánicas de España una democracia y una paz que los cañones euroblancos les niegan en su propia patria. Arabismo iberoamericano, catolicismo árabe, andalucismo musulmán, tres ideales, tres horizontes que rompen la vieja y absurda idea de considerar al moro como el “infiel sarraceno”, el pirata berberisco, el polígamo raptor de infelices cristianas en la frontera.

SUROESTE

Paisaje.– Al Sur del Sahara y la Etiopía, zona tradicionalmente conocida con el nombre de Nigricia, con espíritu meridional predominante, pero distinta de la trinidad Levante-Magreb-Irán, a causa de su extrema singularidad étnica. Tierra aún primitiva, sin naciones definidas, pero con la raza más fuerte y prolífica de la tierra, la de mayor porvenir, la humillada y noble raza negra.

Juventud.– Sus ciento cincuenta millones están aún en pleno dominio de la “Naturaleza” y la subraza antropológica. En África coexisten los tres grupos bantú (occidental, con los congoleses; oriental, con los nyassa de los grandes lagos y los wanya-wumezi de la costa; meridional, con cafres, zulús, matabeles, bechuanas, owahereros), los guineanos, desde el Muni al Senegal; los negroides o mestizos, negro-camitas del Sudán (sobre la orilla meridional del Sahara), y la costa oriental (Kisuahilis). Son tres grupos de vida insular, rudimentaria, que no han pasado de la etapa del grupo, del “nudo de historia”, coexistencia de muchos millares de clanes rivales y herméticos. Su expansión y emancipación están dificultadas por la vida bárbara de la selva, fetichista y pobre. Los negros no han hecho barcos, ciudades de piedra, religiones ni instituciones políticas; sólo en las amarguras del destierro americano se inicia su “cultura” con los ritmos entrecortados y frenéticos del “jazz”, barbarie rítmica que anuncia el gran despertar de una gran alma virgen, acaso el renacimiento de las tres “culturas” negras protohistóricas descubiertas por Frobenius: “Eritrea”, de Etiopía a Mozambique, a lo largo del Océano Indico; “Sirtica”, desde el Mediterráneo a Guinea; “Guineana”, atlántica con el Golfo de Guinea hasta el Cabo. Desde un punto de vista camita-semita conviene desconfiar algo de Frobenius, porque las dos primeras “culturas” citadas corresponden a las zonas de penetración camo-semítica (citaré dos ejemplos curiosos de equivocaciones africanas: 1.º El arte de las alcazabas sudanesas, que fue inventado hacia el siglo XIV por el arquitecto granadino Ibrahim-Es-Saheli. 2.º La popular moneda africana de los cauris o “gris-gris”, considerada como indígena hasta que Delafosse reveló su origen púnico). De todos modos, las tres zonas culturales de Spengler reciben hoy tres influencias exteriores muy diversas que acentúan la originalidad de los tres territorios Sudán-Senegal, Congo-Guinea, Suráfrica-África Oriental. La primera es la continuación de las influencias fenicias y cartaginesas, paralelas al avance mogrebí (anterior a los mismos negros venidos de Insulindia y el Pacífico; las razas aborígenes de África son los iberos blancos y los negrillos enanos), que llevó al Sahara y Sudán el caballo, el camello y la palmera, en tres etapas sucesivas: I. La primitiva de Hyksos o israelitas de las tribus perdidas, que llevó a los negros el cebú, el cordero, el bronce y los vestidos en forma de casullas (hoy los nombres sudaneses de utensilios, armas y vestidos tienen una etimología aramea). II. La púnica, que llevó moneda y jerarquías. III. La árabe y mora-musulmana, que ha llevado y lleva Religión, Derecho, Geografía y Arquitectura de tipo mogrebí.

La segunda influencia es la india, del África Oriental, con los mercaderes musulmanes de Bombay y los “coolíes” mercenarios. No es cruzada religiosa ni política, sino empuje económico del Islam indio ahogado entre brahmanistas e ingleses (Oriente y Occidente) que busca una expansión netamente meridional desde Adén al Natal, hacia Tanganyka y Rodesia. Expansión musulmana de teléfono y auto que en Uganda y Kenya tiene cuatro indios por cada blanco. Los europeos han prohibido esta inmigración, y, a pesar de ello, los indios se filtran en el África inglesa y portuguesa como los japoneses en el Pacífico californiano. La religión musulmana asegura la rápida fusión de indios, árabes y negros en un conjunto único, extraño al colono europeo. El árabe no “VE” al negro; hacer distinciones alusivas al color es en el Islam cosa peligrosa e indecente. Los musulmanes árabes no ven diferencias allí donde los antropólogos europeos ven un abismo, una línea de separación absoluta. El negro corresponde pasándose a la religión de Mahoma. Junto a la emigración árabe y semi-árabe a los países negros, otra emigración de los negros a Marruecos, Arabia, Argelia, Túnez, Trípoli, Egipto, &c., donde se mezclan fácilmente con la población indígena semita.

Iberismo.– Estrechamente enlazado a la tercera zona de influencia, la atlántica, que tiene su centro en Liberia y recibe las influencias del mundo negro desterrado en América, entusiasta del pannegrismo, con profetas semicristianos, predicadores de un protestantismo negro, con ángeles negros, demonios rubios y deseo de fundar unos Estados Unidos Negros sobre la base del África extremo-meridional, hoy anglo-boer. Francia aumenta inconscientemente el peligro negro con sus soldados negros mercenarios en Europa, que algún día sentirán ansias de independencia. España, que tiene colonias negras en el Muni y millones de negros que hablan su lengua en las Antillas. Portugal, con Angola y Mozambique, son los dos amigos ideales del negrismo que nace.

OESTE

Paisaje.– Desde la región de los “pueblos” más arriba del río Grande, hasta el Cabo de Hornos. América más o menos ibera de raza; pero indudablemente hermana por la cultura.

Juventud.– Un núcleo consciente, y nervioso, angustiado ante cuatro influencias peligrosas. Desde arriba: La formidable expansión económica del imperialismo norteamericano, contrarrestado por una sincera labor de erudición hispanista. España debe proteger las prolongaciones de su Raza, su lengua y su cultura en tierra de Ultramar, sin consentir que la gran Potencia del Norte dé un paso fuera de sus fronteras; pero sería injusto olvidar que Florida, California, Arizona, Nuevo-Méjico, Texas y algo de Nueva Orleans son tan españoles como muchos estados del Sur americano encerrados entre la emigración italiana y el despertar amerindo que aparece desde abajo. Al Este y al Oeste dos peligros “verdaderos”, mucho más irremediables. El latinismo, Bestia apocalíptica que trata de destruir el alma iberoamericana (combatir esta terrible tendencia que trata de suprimir el nombre de España debe ser la idea común de iberoamericanistas, panamericanistas e indianistas, tres ideas diferentes, pero tres ideas legítimamente americanas), avance rápido de los quinientos millones de amarillos a lo largo de las costas del Pacífico, penetración silenciosa más peligrosa que los acorazados. Contenidos en su expansión natural hacia Australia, país casi despoblado que podía albergar cien millones de amarillos, éstos tratan de desbordar sobre las costas hispanas de Tierra Caliente a Chile, barriendo al blanco y el amerindo. Frente a todos los peligros urge una revisión de valores nacionalistas iberoamericanos que, buceando en la entraña de la tradición criolla, busca en el alma del terruño las bases de una eficaz resistencia. La ilusión europeizante y cosmopolita de las grandes urbes industriales ha creado un artificioso tinglado de imitaciones parisinas o estadounidenses que aplasta el alma castiza del indio y el paisano blanco montado.

Pero en Méjico-Guatemala, en Perú-Bolivia-Ecuador, en las prolongaciones de Colombia, Centroamérica, en la pampa guaraní y Venezuela, viven aún las viejas sociedades aborígenes, caídas en la indolencia y la servidumbre. Desapareció la vieja jerarquía blanca española con sus virreyes paternales, sus misioneros del temple de Las Casas, altiva aristocracia de régimen patriarcal, hidalguía montada de la pradera criolla. Ha nacido una sociedad nueva con aristocracia de tipo anglosajón, de leyes de protección al inmigrante celta, alemán, italiano, criollismo asalariado de peonaje. El campo llora, los gauchos cantan en los cabarets, los caciques se hacen comparsas de “film”, la raza prócer de la Colonia es carne de fábrica y mina. Retrocede España y retrocede la indiada, la raza del Sol cantada por Rubén. Pero, en cambio, resiste el valor biológico del indio, raza sencilla, maravillosamente adaptada al medio, imperfecta y hasta fea por sus malas condiciones de vida, pero susceptible de enormes e insospechadas mejoras; el hombre rojo o semirrojo no es un salvaje, sino un retrasado, un hombre que va despacio y no ha podido desarrollar su propia cultura, que duerme aún en las profundidades de lo subconsciente racial. En Méjico y Perú (el gran Méjico, hasta el centro de América Central; el gran Perú, hasta el Chaco y hasta más allá de Quito) resucita la raza del Sol. Andalucía, terminada de conquistar al mismo tiempo que América roja; Andalucía morisca, que vivió la colonia cuando América la vivía; que desde Cádiz cooperó al despertar independiente de un mundo descubierto por los bravos marinos de Huelva; Andalucía la árabe, guardiana del Archivo de Indias, debe llamar a los hermanos de color cobrizo para incorporarlos al nuevo y apasionado ideal meridional. Las tendencias indianistas son diversas: “Sionismo rojo” que concentre la población aborigen en un gran Estado imperial (que pudiera ser Méjico); creación paralela de dos grandes estados, azteca e inca; fusión de indios y criollos de vieja cepa en un supremo mestizaje… Sea cual sea la tendencia predominante, España debe estar junto al indio y frente al blanco, en las dos grandes zonas de fuerte personalidad roja. Junto al indio, frente al europeo; junto al filipino, el árabe y el sefardí. No es peligroso el indianismo. Es peligrosa la creación de una chusma roja, mísera e inculta, desecho de mina y de cuartel, agrupada en las grandes ciudades, sin tradiciones raciales ni patriotismo, afecta al bolcheviquismo o al avance de China. La conservación y el fomento de las pequeñas comunidades rojas en zonas reservadas, cerradas al inmigrante, puede ser la medida inicial del retorno al casticismo cobrizo.

Iberismo.– El ya popular ideal iberoamericano concebido como fraternidad, no como predominio espiritual de nadie. Nuevas almas “Argentina”, “Chilena”, “Brasileña”, “Cubana”, “Mejicana”, “Peruana”, junto al concepto abstracto e impreciso “Americano”, del septentrional. Clara demostración del superior espíritu cordial ibero que ha creado naciones nuevas donde lo anglosajón sólo ha sabido transplantar productos europeos (más perfectos, claro está, pero europeos.)

NOROESTE

Paisaje.– Zona de las rutas “vikingas” desde los fiordos a la desembocadura del Hudson. Escandinavia, que a veces parece Europa extremo Norte y otras veces casa solariega del Noroeste; archipiélago anglosajón, señor de los mares, corazón del Noroeste, fuera de Europa, a pesar del celta subyugado que, con aspecto de europeo en Francia latinizada, afirma su personalidad atlántica desde Bretaña, Erin y nuestra hermana Galicia. (Depuración exagerada del celtismo, tierra celta de frontera.) América, celta del Canadá y Normanda de Estados Unidos, legítimos poseedores del suelo que ocupan por el recuerdo de las “Sagas” normandas, antes de Colón y a pesar de Colón. Águila imperial del mundo anglosajón que alza sus dos cabezas en Washington y Londres. Mundo anglosajón adherido al hombre anglosajón dondequiera que éste habite (en Australia, Alaska o el Cabo), Fenicia y Cartago del Septentrión.

Juventud.– Sanidad, Deporte, Cine, acaso pocas ideas, pero sólidas y bien afirmadas. Juventud arquetipo que no necesita explicación por su exceso de notas transferibles. Sana animalidad. Negación rotunda de las Decadencias spenglerianas.

Iberismo.– Proyección de Galicia, la dulce Galicia a través de todo el Atlántico, “su mar”, el mar Druida. Galicia, eje del Celtismo y del “Gulf-Stream”. Además, hotelitos andaluces de California y Sefardismo de Nueva York.

NORTE

Paisaje.– Toda la zona europea que va de los Pirineos a las primeras estepas rusas, abarcando el turbulento eslavismo báltico y balcánico, dejando fuera a Iberia, el archipiélago británico, Grecia y el mundo ruso y turco; países continentales agrupados alrededor del macizo alpino avanzando sobre el Mediterráneo la punta insolente de la península italiana, esencia del europeísmo. Es la pan-europa ansiada de Carlomagno, los Emperadores Romanos y Germánicos, Carlos V, Francisco I, Napoleón y el Káiser. Es la manía de grandezas de Julio César, ansioso de imitar a Alejandro, interpretado en su sentido occidental y fáustico por todos los grandes señores bárbaros. Región brumosa y encantada de romanticismo y materia, sueños dulces entre la neblina y martillazos de Sigfrido o de Hércules romano. Desde Islandia a Sicilia, islas normandas.

Juventud.– Tras la Gran Guerra (sesenta millones de movilizados, treinta y tres millones que cayeron, ochenta millones de lesionados con mutilaciones o psicosis) quedó tierra enfermiza ante banderas agresivas de Oriente (amarilla, igualdad de razas; roja, igualdad de clases), tierra con pocos matrimonios y muchos impuestos. Sólo una cosa joven: Italia, Roma. Al caer el Sacro-Imperio del Káiser (poder moderador que se quitó y deja ver el Asia bárbara agazapada tras Polonia) solo quedó el Rin como frontera ante lo panteísta; era Renania “país de emperadores”, con Maguncia y Tréveris, frontera de un Occidente que caía. De pronto apareció Mussolini, capitán de pueblos, creador de una gran pasión: la oración, de un ideal sencillo, “Cada día más tarea”. Comenzó la marcha romana de cuadradas legiones; la tierra dura del despojo recogió el cetro de Europa, y los tres reyes que hay en Roma contemplaron el vuelo de sus águilas audaces. Italia vence por ser toda juventud.

Además, las Galias, Francia que se amestiza y, por tanto, se va, se pierde en el caos cosmopolita de París. Francia, nación esencial de Europa a quien el neomaltusianismo ha arrebatado su necesaria supremacía. Germania, tierra alemana de la “Mittel-Europa”, con Munich, verdadera capital “Jonda”, opuesta al sonoro y abierto Berlín; extraña raza irracional, fabricante de apocalipsis, masa turbia de energías capaz de todas las expansiones; Alemania, incierta, Indostán de Occidente con su naturalismo nórdico y su bárbaro deseo de reflejar el espíritu de todas las profundidades; tierra de duda metódica, angustia, de laboratorio, Fausto entre retortas y demonios, clara ley precisa o desesperación espartakista.

Y luego… nada. La Europa imprecisa del eje alpino, cruce de razas sin personalidad, metida en la red de los canales, entre los ríos de nieve derretida, hasta el Vístula y el Ródano. La Europa mosaico, del Danubio al Balkán central y los Cárpatos. Europa, repetida muchas veces, en pequeño “cock-tail” étnico entre Oriente y Occidente. Tierra de cosas destrozadas, de clientes y mercenarios.

Iberismo.– España hizo dos salidas a Europa: Primera. “Antes de ponerse el sol”, visión altiva de los Tercios de Flandes, pompa pre-barroca de tizonas y penachos. Segunda. Visión actual del judío sefardí que habla castellano añejo y domina con su inteligencia en bolsas, mercados y universidades. Dos salidas raras con soldados mercenarios y con semitas de nacionalidades varias, pero ambas orgullosas, nobiliarias, de superioridad sobre el pobre euroblanco qué en las peregrinaciones a Compostela recibió el tesoro de la cultura meridional griega y árabe, hombre primitivo, antiguo esclavo libertado por la democracia parisién. España, a veces, es más qué Europa. Y en España, Cataluña europea es siempre lo mejor de Europa.

NORDESTE

Paisaje.– La estepa, inmensa y triste, escenario de la lucha secular entre turanismo y eslavismo: los dos mundos escitas enemigos e inseparables. Ruso y Turco. Sedentario y nómada.

Juventud.– Teñida de rojo, inflamada de baja lujuria, sumergida en la abulia ante los nuevos JAN (adoración ante el fúnebre despojo de Lenín o ante la viviente figura de Kemal Pachá). Aburrimiento, vejez prematura. Alma de horda.

Iberismo.– Identidad demosófica de país policromo y realista. Coros de gitanos flamenquistas, piedad exaltada ante los iconos vivientes o en efigie. Más judaísmo, el de las sinagogas de Kiew, donde se cantan coplas de Andalucía. (Saetas moriscas.) Además, paralelismo de situación frente a Europa. España y Rusia, países de arrabal, intermediarios entre Occidente y el islamismo, zonas realistas de duro naturalismo dominadas por el elemento “pueblo”, agrario y enérgico. Paralelismo de literatura picaresca, de andaluz y tártaro, turco y marroquí, jerarquías germanizadas y lujuria mística. Conjuntos complejos de pueblos y razas divergentes unidos por la Demosofía; música popular riquísima, “folk-lore” castellano y “mujik”, como anverso-reverso de una misma medalla plebeya y cordial. Viejas coincidencias históricas frente a Napoleón y el imperialismo otomano. Como nota esencial de ambos mundos, el despilfarro; «echar la casa por la ventana, que en su sentido literal de arrojarlo todo a la calle, cofres y muebles y dineros, parece acción de salteadores o de locos furiosos, fue siempre en ambos países la cosa más natural, corriente y deseable, aun para los hombres de más juicio».

ESTE

Paisaje.– Alrededor del Río Azul, en China, tierra fértil, polvorienta o pantanosa. “Nación de en medio”, con sus provincias de tierras amarillas al Norte, hasta la muralla, y su China exterior, de los emigrantes desparramados por todo el Pacífico como prólogo de la invasión industrial que traerá la explotación de los 600.000 kilómetros de hulla china. Arriba el Japón y abajo la Malasia e Indochina, tierras hijas del mar, nerviosas y entusiastas. Atrás, la meseta del Tíbet, decana del mundo.

Juventud.– Pasividad y tendencias al caos en China, recién salida de la “Noche de Asia”; plena de formulismo ritual, mogólica. Nobleza hidalga y actividad, de puro sabor convexo y occidental, en el Japón heroico y galante. Nerviosidad en el Sur, Malasia islamizada de los árabes TA-CHE, o catolicismo de Luzón; todo al margen de la unidad del Este.

Iberismo.– Una Iberia del Este, Filipinas; la España amarilla, tierra simpática y casi hermana, que hoy busca el derecho a vivir su vida; diez millones de amigos que España debe proteger y ayudar con toda la intensidad posible; un peligro de expansión china en América. El Japón, como amigo, en Méjico.

SURESTE

Paisaje.– La península indostánica entre el Himalaya y Ceylán, con sus anejos del Nepal y Birmania.

Juventud.– Bajo el RADJ inglés, dos rumbos divergentes: India hinduísta, oriental, con sus catorce millones de sacerdotes brahmanes y sus cincuenta millones de “panchamas” (parias); caos de mil ochocientas castas, sujeta por el equilibrio de los antagonismos. India musulmana, mucho más pequeña, con sus setenta millones de almas que miran hacia el Sur, hacia la Meca, y viven agrupados en tomo a la “All-Indian-Moslem-League” y la universidad de Aligarh. El hindú habla, el musulmán obra. Entre las dos Indias la figura apostólica de Gandhi, “el mesías laico”, el hombre más grande del mundo actual.

Iberismo.– Amarres del indostanismo y el iberismo en Goa y Gibraltar. Para Andalucía, el enorme interés de la presencia india en la zona-española de Marruecos, Ceuta y Melilla. No olvidemos a esos indios desgraciados y proscriptos que se agazapan en las cavernas y casillas del Albayzín y Triana, los gitanos, los “calés”, hermanos de los parias, cuya sangre corre por las venas de media Andalucía, atraída secularmente por la carne morena de sus bayaderas y zahorís.

La India, bronceada y sensual, orientada hacia Oriente, «es una nación hipertrófica cuya posesión ha sido siempre el secreto anhelo de todos los grandes imperios; nación vigorosa, excesivamente intuitiva, prolífica y caballeresca, que podía ser la cabeza del mundo y se contenta con la pobre mediocridad de un ascetismo exagerado.» Unida al mundo meridional por su Islam (el núcleo musulmán más numeroso y coherente), refuerza esta unión por la creciente emigración al África Oriental y Arabia, tierras tropicales donde poco a poco se crea una segunda India musulmana, a pesar de los esfuerzos britanoneerlandeses para contener el avance pacífico. Desde Bombay al Natal y de Alejandría a Java, las tres sangres impetuosas de negros, indios y árabes se funden y confunden en una suprema síntesis meridional. El nuevo mahometanismo se indostaniza cada vez más al entrar en el tercer período de su gloriosa existencia. (1.º Período árabe. 2.º Período turco. 3.º Período indo-egipcio.) Al despertar el alma del Sur español aparecen los indios a la vanguardia del nuevo ideal de cultura; Andalucía, situada en la confluencia de los tres caminos espirituales negro, indio y árabe, empieza a abrirse para recibir los rayos del sol nuevo que se alza en el Himalaya.

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El territorio peninsular ibérico, situado en el centro de todos estos grupos de naciones, no corresponde exactamente a ningún grupo; debe ser siempre neutral entre ellos, intentando aprovechar esta situación central privilegiada para intentar una hegemonía en las empresas de concordia internacional que Suiza y Holanda (naciones sin tradición americana, africana ni asiática) ejercen hoy indebidamente. Lisboa es el asiento ideal de la verdadera “Sociedad de Naciones”. Pero junto a la neutralidad política puede y debe coexistir un afecto preferente hacia la costa africana del Mogreb, tierra hermana de Andalucía, tierra ibérica que ha dado a nuestra península el nombre y la base de su raza.

El mundo ibero, la gran Iberia, se extiende a ambos lados del Estrecho de Gibraltar, desde los Pirineos al Anti-Atlas. Estuvo partido por el Estrecho Sur-Rifeño, que luego se cerró, abriéndose el de Gibraltar. Los dos lados tienen la misma tierra, las mismas plantas, casi los mismos animales, y los hombres, iberobereberes, que le han dado nombre. Se divide en dos grandes comarcas: la Península Ibérica, con España y Portugal, y la berberisca, con Marruecos, Argelia y Túnez; además, hay una zona montañosa intermedia: la penibética, en la que están el antiguo reino de Granada y la zona española de Marruecos. Dos grandes barreras cierran, al Norte y al Sur, el territorio ibérico: la pirenaica, continuada por los montes vascocantábricos y los gallegos, es la del Norte; la del Sur es el Atlas, dividido en Gran Atlas y Anti-Atlas, montes entre Argelia y su Sahara, Yebel Orés. Las dos se unen por una fila de montañas que en España está formada por la cordillera Ibérica, que culmina en el Moncayo; la Penibética, con el Mulhacén y los riscos de Yebala y el Atlas Medio. Desde esta espina dorsal se baja al Atlántico por las mesetas de la Mancha y de Marruecos, y luego por las llanuras de Extremadura, Lusitania, Xauia, Dukala, Abda, &c. Hay unos grupos de montañas que cortan las mesetas de Este a Oeste: Yebilet, Oretana. Hay, además, una meseta central completamente cerrada: Castilla alta y León, Meseta argelina; en cada una un río, Xelif o Duero. El Sur es un paralelo de Galicia, una Galicia tropical. Al otro lado, un valle encajonado entre montañas por donde corre un río de Oeste a Este (Meyerda, Ebro), y junto al Mediterráneo los laberintos de Cabilia y Cataluña. Por último, la vertiente oriental mediterránea, tierra medio desértica donde surgen huertos junto a cualquier corriente, y las palmeras llegan muy al Norte. (Es Valencia o Túnez.) Cuatro grandes ríos al Mediterráneo en cada lado, cinco al Atlántico (Miño, Duero, Tajo, Guadiana y Guadalquivir, en el Norte; Sus, Tensif, Umerebía, Bu-Regreg y Sebú, al Sur. El Draa no se cuenta porque es un guadi del Sahara.) Las ciudades ofrecen a veces paralelismos semejantes: Túnez y Valencia son las grandes ciudades mediterráneas de carácter árabe, salidas al Este del mundo ibero; Barcelona y Argel, ciudades mediterráneas cosmopolitas; Rabat-Salé y Sevilla-Triana, Casablanca y Lisboa, Toledo y Marrakex, Cádiz y Larache. La Penibética tiene sus paralelismos en Málaga y Melilla, Ceuta y Gibraltar, Tetuán y Ronda, Almería y Alhucemas.

En el centro del mundo ibero está la divina Andalucía, país irreal de color caliente, exento de pesadez y corporeidad; país complejo de fuertes variantes que forma una España menor. Entre las masas compactas del castellanismo y el berberismo (secos y rudos complejos, tribales, residuos semibárbaros). Andalucía levantina y luminosa prolonga en sentido horizontal la zona de las culturas más selectas; es una colonia del helenismo y el semitismo en Occidente. Pero la idea actual de Andalucía es equivocada; no es ni el concepto árabe que la identifica a toda España, ni el “Reino de Andalucía” castellano con sus cinco provincias de Cádiz, Sevilla, Huelva, Córdoba y Jaén. La Andalucía verdadera de tartesios y omeyas, la mozárabe y la morisca es mucho mayor, añadiendo a las cinco provincias del reino las de Granada (Granada, Málaga y Almería) y Badajoz (antiguo país bético y reino árabe). Ciudad Real, tierra mariánica y post-mariánica, prolongación natural de las tierras altas jienenses; Murcia (el reino más andaluz de Andalucía), en sus límites tradicionales (incluso Alicante); por último, las prolongaciones de la España africana (Melilla, Ceuta, Canarias y el Sahara). El límite natural de Andalucía, al Norte, es la Oretana, enlazando con la Ibérica por los montes de Ocaña, Tarancón, los altos de Cabrejas, sierra de Tragacete, al nudo de Albarracín, muriendo en el Mediterráneo junto a Peñíscola, abarcando. Valencia; al Oeste, la frontera indecisa bajaba hasta Setúbal, abarcando el Alentejo. Esta era la España árabe al Norte de la cual sólo estaban las marcas fronterizas (generalmente rebeldes) de Lisboa, Toledo la levantisca y antiomeya, Medinaceli, Zaragoza y Tortosa, campamentos fronterizos. Así quedaba el territorio andaluz con el Guadalquivir por centro entre dos zonas de tierras altas: las mesetas y penillanuras al Sur del Tajo y la Ibérica; la Penibética, que pasando bajo el mar se prolonga en los riscos de Yebala y el Rif con Ceuta y Melilla (ciudades andaluzas de hecho y derecho) hasta el río Uarga y el valle del Sebú, antiguo estrecho Sur-Rifeño, antiguo mar, hoy seco. Por eso Andalucía y su capital, la sultana Córdoba, sólo puede ser dos cosas: Un foco cultural cerrado, replegado sobre su inmensa originalidad racial, puente entre Europa y África, sin ser Europa ni África; prenda de fraternidad entre España y Marruecos, de religión iberista, que intente la sustitución de la pobre España castellana, escurialense, por una España andaluza, sevillana, y del Estrecho, hermandad ibérica sin relación con ninguna política. En ninguno de los dos casos puede ser «un grupo de provincias». Andalucía, lo mejor de Occidente, decide las grandes crisis de la Historia; sólo ella puede hacerlo, ella es lo más representativo del complejo ibérico. Los pintores representan a España con traje andaluz; los juegos andaluces pronto se transforman en nacionales; Tartesos fue la primera ciudad civilizada de Occidente; el helenismo de Mainake y el punicismo de Cádiz y Cartagena se fundieron rápidamente con el alma indígena; la Bética fue la segunda región de la cultura latina; suevos y godos bárbaros arraigaron el Norte, mientras los vándalos, establecidos en el Sur, se hundieron, como más tarde los godos, derrotados en el Barbate por los andaluces sublevados; la guerra contra Napoleón contó sus únicas victorias en Bailén y Cádiz; Andalucía se impuso a Roma con Séneca, a los godos con San Isidoro, a los árabes con Averroes y Abenarabi, a Castilla con la escuela sevillana. Ella dio emperadores a Roma y Jalifas al Islam; descubrió, colonizó, dio su dulce idioma a América y luego ayudó a hacerla independiente con las sociedades de Cádiz; creó en Sevilla la lengua española oficial y salvó en Granada lo más selecto de la ciencia árabe atropellada por turcos, mogoles y europeos feudales.

Hoy está dormida la cultura andaluza, sepultada bajo esa losa plúmbea que se llama enseñanza actual de la Historia de España. En el período medieval, decisivo para la formación de las nacionalidades ibéricas, solamente el reino de Castilla-León parece digno de atención y se estudia detenidamente; a la corona de Aragón se alude casi por compromiso; se borra la historia portuguesa, y la maravillosa historia del Sur se reduce a una rápida enumeración de sultanes, jalifas y emires; las pequeñas aventuras de la frontera pirenaica semibárbara se convierten en magnas epopeyas, y de los grandes feudales del tipo de un Fernán-González se hace el eje de la historia peninsular. Sin embargo, la Edad Media española es meridional ante todo. Puede olvidarse a Favila, Ñuño-Rasura, los Velas o el legendario Bernardo del Carpio; pero no deben olvidarse los nombres gloriosos de San Eulogio y los mártires de Córdoba Ben-Meruan, Omar, Ben Hafsum, Maimónides, Aben-Hazam, Ben-Jaldun y los discípulos de San Isidoro. En Iberia se olvida a los hombres del Sur; los reinos andaluces son poco conocidos; sin embargo, éste fue el centro de toda la cultura occidental durante más de mil años; aquí se preparó el Renacimiento literario helénico; de aquí salió el impulso para la fundación de las Universidades europeas impregnadas de averroísmo y arte mozárabe; muchos siglos antes de Marco Polo fueron pisadas las calles de Cantón, Burma, Delhi, Benarés e Ispahán por las babuchas bordadas de los caballeros sevillanos, granadinos, alicantinos y cordobeses. La expansión andaluza en Oriente preparó la expansión portuguesa en África y la castellana en América, realizada desde el reino de Sevilla con navíos y tripulaciones andaluzas. En el siglo XV los castellanos europeizantes destruyeron la posible unidad ibérica; los andaluces musulmanes huyeron a países bereberes; los mozárabes fueron borrados y anulados por los iberos del Norte germanizado; la fuerza imperial del Sur se desaprovechó, y el Atlántico fue gobernado desde la Mancha. Los moros españoles que podían habernos dado el dominio del Mediterráneo contra los turcos, se vieron obligados a emigrar. Los hidalgos famélicos de la meseta sustituyeron a los ricos mercaderes del zoco, y el Manzanares derrotó al Estrecho de Gibraltar. Entonces apareció la Andalucía quieta que a Reconquista e Imperio opuso su pasividad musulmana permitiendo la aparición de cierta Andalucía falsa y superficial de matadores, macetas y Semana Santa en el cine, Andalucía artificial que parece genuina, absurda, pero apta para incorporarse a la Historia Universal de la pasada época, nueva personalidad claudicante y cómoda. Así surgió el “Flamenquista”, que deformó la silueta andaluza, aún ocultando una porción considerable de realidad. (El error está en la mezcla de los datos, en un trueque de valores, en una falsa perspectiva.) A los ojos del extraño no aparecía la perspectiva secular de Andalucía; aparecía lo actual, lo exterior, justificando la vieja afirmación de que «el prójimo nos conoce a través de nuestro ruido en su conciencia». (No somos lo que somos ni queremos ser sino lo que resultamos de nuestro entrecruzamiento con el ser de los demás.) Nadie llegaba al fondo psíquico de la Raza, y aun lo esencial, al destacarse, parecía caricatura. Los amigos de lo andaluz, al exaltarlo, lo convertían en lirismo, y lirismo es imposible en un pueblo cuyo corazón da pasiones. Lo andaluz es vibrante, sangriento, silencioso; tristeza de tierra achicharrada y “cante hondo”; musulmán de Occidente concentrado y fuerte, purificador de todos los aportes orientales, estabilización de lo que en Levante se diluye perdido en la confusión de las tribus y el entrecruzamiento de los “paidemas”. Por eso Andalucía es la cabeza natural del Mogreb moro, y su emoción es superior a las otras emociones.

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No se puede describir Granada; la emoción andaluza es tan delicada y sutil que escapa a todo fichero, y el exceso de literatura vertido sobre sus monumentos hace innecesaria la glosa. Los viejos muros de púrpura acariciados por los arroyuelos, que se deslizan murmurando leyendas; el irreal panorama de la sierra morisca, emborrizada de nieve; los barrancos bravíos de los monfíes, los cármenes, las fuentes; el espíritu replegado tiende a arrodillarse ante las ruinas cerrando los oídos al rumor de la ciudad baja. Enfrente, el Albayzín, pleno de alicatados y de aljibes, torreones bravíos, corrales anchos, profusión de flores y una paz infinita de Paraíso. El silencio subraya el constante ensueño de sus vecinos, moriscos tumultuosos y nobles que prolongan la gloria de la estirpe en la línea graciosa de sus mujeres. De tarde en tarde, como una evocación, sube lenta, muy lenta, la queja prolongada del cante hondo, el eterno dolor contenido de la pasión árabe, extraña mezcla de perfumes y sangre. Estos son los motivos elementales de la emoción granadina, que se acentúa en los crepúsculos; cuando los colores deslumbrantes toman una pátina borrosa, en el fulgor del poniente renacen las glorias andaluzas. «En tus incendios dorados y carmesíes se ve el manto de tu realeza nazarita y se comprende que fueras corte de un reino poderoso, que tuvieras mil torres y miles de miles de azoteas para contemplar todas las tardes la incomparable muerte del sol y el llegar de la noche al cielo, ya sin luz, claro y triste…; tus crepúsculos son la expresión de tu carácter, que tiene la delicada tristeza de los recuerdos felices… Ese cielo, tan rico de colores, es el que nos embriaga y nos sujeta a la cintura de tus colinas y a la ternura de tus valles, y si como ciudad te vemos pobrísima y entristecida, apiñadas tus casas humildes que parece se esconden avergonzadas, en la brillantez de tus crepúsculos, aparece soberbia y deslumbradora tu espléndida diadema de sultana.» (Nicolás de M.ª López, el último trovador árabe.) Granada produce la sensación de un baño perfumado y sedante; el aire templado envuelve el alma y la apaga. Se emborracha el espíritu en el misterio y el silencio; se extingue el eco de las luchas encarnizadas, y los negocios ansiosos se convierten en ornamentos inútiles; se calma la conciencia y el deseo; bajo el sol ya no se quiere proyectar y sólo se desea vivir más de prisa, sentir correr la sangre. Granada es una suprema ponderación donde los espíritus nobles se exaltan proclamando la majestad del momento actual; el sol y el azul espeso del aire queman el perfume de las horas muertas y prolongan la emoción pretérita en otra emoción nueva, que es una duración pura. El olvido de la inquietud ante el porvenir produce una sensación de infinitud. Las cinco emociones totémicas tienen aquí un increíble poder de sugestión. Al Islam (misticismo) y al arabesco (estética), ya estudiados, se añaden el amor, su color complementario la muerte, y el baño, exaltación apasionada del agua (sangre de la tierra) como un símbolo de pureza.

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El problema del amor (acaso el más complejo de todos) escapa a todo análisis detenido. Aquí me limitaré a marcar las líneas generales de una posible metodología erótica interpretada en un sentido ampliamente musulmán. Voy a tomarme una vez más la libertad de utilizar unos párrafos de Ortega y Gasset para iniciación del nuevo plan; Ortega y Gasset es la introducción indispensable en todo problema filosófico español del siglo XX. «No hay en toda la topografía humana paisaje menos explorado que el de los amores. Puede decirse que está todo por decir; mejor, que está todo por pensar. Un repertorio de ideas toscas se halla instalado en las cabezas e impide que se vean con mediana claridad los hechos. Todo está confundido y tergiversado. Razones múltiples hay para que sea así. En primer lugar, los amores son, por esencia, vida arcana. Un amor no se puede contar: al comunicarlo se desdibuja o volatiliza. Cada cual tiene que atenerse a su experiencia personal, casi siempre escasa, y no es fácil acumular la de los prójimos…; los hombres más capaces de pensar sobre el amor son los que menos lo han vivido, y los que lo han vivido suelen ser incapaces de meditar sobre él, de analizarle con sutileza… Un ensayo sobre el amor es obra sobremanera desagradecida…; si un psicólogo habla del amor, todos le oyen con desdén, mejor dicho, no le oyen, no llegan a enterarse de lo que enuncia, porque todos se creen doctores en la materia… Esta creencia de que el amor es operación mostrenca y banal es una de las que más estorban la inteligencia de los fenómenos eróticos, y se ha formado al amparo de un innumerable equívoco. Con el solo nombre de amor denominamos los hechos psicológicos más diversos, y así acaece luego que nuestros conceptos y generalizaciones no casan nunca con la realidad. Lo que es cierto para el amor, en un sentido del vocablo, no lo es para otro, y nuestra observación, acaso certera en el círculo de erotismo donde la obtuvimos, resulta falsa al extenderse sobre los demás… Es un enorme error interpretar un amor por sus actos y palabras: ni unos ni otras suelen proceder de él, sino que constituyen un repertorio de grandes gestos, ritos, fórmulas creados por la sociedad, que el sentimiento halla ante sí como un aparato presto e impuesto cuyo resorte se ve obligado a disparar. Sólo el pequeño gesto original, sólo el acento y el sentido más hondo de la conducta nos permiten diferenciar los amores diferentes.»

«El amor de enamoramiento (prototipo y cima de todos los erotismos) se caracteriza por contener a la vez estos dos ingredientes: el sentirse “encantado” por otro ser que nos produce “ilusión” íntegra y el sentirse absorbido por él hasta la raíz de nuestra persona, como si nos hubiera arrancado de nuestro propio fondo vital y viviésemos transplantados a él, con nuestras raíces vitales en él…; el enamorado se siente entregado totalmente al que ama…; no importa que la entrega corporal o espiritual se haya cumplido o no. Es más, cabe que la voluntad del enamorado logre impedir su propia entrega a quien ama en virtud de consideraciones reflexivas (decoro social, moral, dificultades de cualquier orden). Lo esencial es que se sienta entregado al otro, cualquiera que sea la decisión de su voluntad. Y no hay en esto contradicción, porque la entrega radical no la hace él, sino que se efectúa en profundidades de la persona, mucho más radicales que el plano de su voluntad. No es un querer entregarse, es un entregarse sin querer. Y dondequiera que la voluntad nos lleva, vamos irremediablemente entregados al ser amado… Es, pues, esencial en el amor de que hablamos la combinación de los dos elementos susodichos: el encantamiento y la entrega. Su combinación no es mera coexistencia; no consiste en darse juntos, lo uno al lado de lo otro, sino que lo uno nace y se nutre de lo otro. Es la entrega por encantamiento. La madre se entrega al hijo, el amigo al amigo, pero no en virtud de la “ilusión” del “encanto”. La madre lo hace por un instinto radical casi ajeno a su espiritualidad. El amigo se entrega por clara decisión de su voluntad. En el amor lo típico es que se nos escapa el alma de nuestra mano y queda como sorbida por la otra. Esta succión que la personalidad ajena ejerce sobre nuestra vida mantiene a ésta en levitación, la descuaja de su enraizamiento en sí misma y la transplanta al ser amado, donde las raíces primitivas parece que vuelven a prender como en nueva tierra. Merced a esto vive el enamorado, no desde sí mismo, sino desde el otro…»

«El amor es todo lo contrario de un poder elemental…; el amor, más que un instinto, es una creación, y aun como creación, nada primitiva en el hombre. El salvaje no la sospecha, el chino y el indio no la conocen, el griego del tiempo de Pericles apenas la entrevé… (Conviene separar el amor de sus seudomorfosis…; así, en el “cariño…”, dos personas sienten mutua simpatía, fidelidad, adhesión; pero tampoco hay encantamiento ni entrega. Cada cual, vive sobre sí mismo sin arrebato en el otro, y desde sí mismo envía al otro efluvios suaves de estima, benevolencia, corroboración…) Si se quiere ver claro en el fenómeno del amor, es preciso, ante todo, deshacerse de la idea vulgar que ve en él un sentimiento demótico, que todos o casi todos son capaces de sentir y se produce a toda hora en torno nuestro cualquiera que sea la sociedad, raza, pueblo, época en que vivimos…; al contrario… El amor es un sentimiento poco frecuente y un sentimiento que sólo ciertas almas pueden llegar a sentir; en rigor, un talento especifico que algunos seres poseen (el cual se da de ordinario unido a otros talentos, pero puede vivir aislado y sin ellos). Sí; enamorarse es un talento maravilloso… como el don de hacer versos…, como la inspiración melódica…, como la valentía personal… No se enamora cualquiera, ni de cualquiera se enamora el capaz. El divino suceso se origina sólo cuando se dan ciertas rigurosas condiciones en el sujeto y en el objeto. Muy pocos pueden ser amantes y muy pocos amados…»

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El amor es una aptitud especial estrechamente subordinada a las posibilidades étnicas; hay razas nacidas para el amor; los árabes poseen en su mayoría esta especial aptitud. No es posible estudiar ampliamente esta complejísima faceta de la emoción semita-árabe. Me limitaré a fijar el programa de la ciencia erótica (vista con cristales árabes), dividiendo el amor en tres grados: Exterior, que corresponde a la práctica carnal y los ritos sexuales; espiritual o totémico, que se preocupa de la emoción amorosa; formulista o tabúico, anquilosamiento del ideal y el deseo. Estos tres grados son producidos por el “Ello”, el “Yo” y el “Super-Yo”, de Freud. Tema extraordinariamente sugestivo sería mostrar los precedentes árabes de la psicoanálisis, el freudismo antes de Freud; pero aquí sólo citaré las afirmaciones psicoanalíticas que coinciden con la tradición beduina: El Ello es el gran depósito de lo libido, de lo erótico; su fin es complicar la vida, dividiéndola en partículas; el Ello es inmoral y animal, reflejo del cuerpo cargado de energía que intenta descargar, sea como sea, descarga indiferente al sujeto; el Yo y el Super-Yo resisten juntos, para evitar el displacer, el desequilibrio causado por el Ello en libertad; el primero lo hace por el narcisismo, ofreciéndose al Ello como objeto de su cariño, sublimación desexualizadora y vanidosa que quita fuerza al Ello tomando rasgos del objeto amado y ofreciéndose como tal al Ello, para engañarle; así suprimo el Yo, lo libido, lo erótico, mientras el Super-Yo lo suprime suprimiendo el deseo, libertando el instinto de destrucción, de muerte, contrario al amor, y por una idealización análoga el Super-Yo descarga sobre el Yo todo el furor que reservaba para el objeto amado por el Ello. Así la personalidad no está formada de una vez para siempre; el Yo es un combate continuo entre dos amenazas de disgregación: la lujuria y el pesimismo de la conciencia moral, emanación enfermiza del Super-Yo. El amor, como el Yo, es un triunfo continuo y difícil contra el instinto animal de reproducción y contra la conciencia (moral o social) que lo anatematiza.

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El problema del sexo es la preparación indispensable, la prehistoria de todo estudio sobre el amor; pero este problema complejísimo es algo ajeno al plan de esta metodología andaluza, y sólo citaré los puntos de coincidencia entre el Islam y la ciencia de nuestro siglo.

Primero. El sexo, como el amor, es otra jerarquía; no existe en todos los hombres lo masculino ni en todas las mujeres lo femenino.

Es el paralelismo del asceta egipcio Neyib-Chami y el español Dr. Marañón, afirmando que «los tipos representativos de las grandes modalidades sexuales forman dos grandes constelaciones paralelas: en los lugares extremos están los tipos en que la diferenciación sexual se marca con más vigor; en la línea de contacto están los tipos en que la sensualidad tiende a confundirse con el sexo contrario». Es la teoría sexual de Freud con su complejo de Edipo y sus perversiones precoces, teoría que aparece por primera vez en el sufismo medieval. Es el culto fálico esencialmente levantino que alcanza su apogeo en el semitismo, nota esencial de la cultura “árabe”, que hoy vuelve a ser tema apasionante y digno de análisis. (Ej.: los ensayos sobre el “donjuanismo”.)

Segundo. La milenaria creencia beduina de que el objeto de la unión sexual es la gloria de la especie, les hace despreciar como un monstruo repugnante al hombre que se casa fuera de su raza. El delito del casamiento mixto es el más grave en las primitivas sociedades semitas, y la supervivencia de esta creencia en los grupos emigrados (ejemplo: los hebreos) es acaso la suprema razón de su gloria y su superioridad sobre los europeos, dóciles a la mezcla. Consecuencia lógica de esta idea es la de que la Patria es un fenómeno sexual estrechamente ligado al clan o grupo de clanes, la proclamación de que no se es del país donde se nace, sino del viejo solar que creó la Raza, con sus características genuinas. Hoy los pueblos occidentales colocan como primer problema político el de las minorías étnicas y nacionales; como primer problema social, el de las razas de color (recuérdense las leyes americanas sobre chinos y negros, el movimiento racista de la “Svástika”, en Alemania, el desarrollo del paneslavismo, &c.), y como primer problema vital, el de la eugenesia.

Tercero. Predominio creciente del matrimonio de “conveniencia”, según la terminología de Marañón (ver el amor tabú), sobre el ciego instinto ilusionado del amor europeo; coincidencia con el semitismo, que generalmente conoce a la novia el mismo día de la boda o poco antes.

Cuarto y principal. El mismo Marañón dice que el trabajo es una función sexual absolutamente masculina. “Ser hombre” no es hacer de la mujer carrera de obstáculos de la propia resistencia física. «La mujer está hecha para el amor y la maternidad; en el hombre la función sexual primaria se reduce al acto breve de la generación; puede desligar su vida de la preocupación del sexo, cosa imposible en la mujer, a la que la Naturaleza le recuerda de un modo periódico y aparatoso que está sometida a su esclavitud durante los años mejores de su vida. Esa fugacidad de la función sexual primaria se compensa ampliamente en el varón con la complejidad que en él alcanzan los fenómenos sexuales secundarios, esto es, la actuación social en sus múltiples modalidades…; cuando toda la energía sexual masculina se convierte en amor propiamente dicho, a expensas de una precaria actividad social (tal como ocurre en la mujer), se produce el tipo del Burlador, acaso con cuerpo muy viril, pero con mentalidad femenina o feminoide… El trabajo, la lucha con el medio es preocupación anexa a la familia, fruto del acto sexual. En el hombre normal y maduro, la función sexual primaria, el libido, debe ser un accidente; el hombre está obligado a la acción por el fuero de su sexo, tanto como por una conveniencia fisiológica.» El trabajo apaga lo libido; cuerpo cansado no ansia erotismo. El trabajo impide la dispersión de la energía sexual, concentrándola en los momentos indispensables para la especie y evitando gastar pólvora en salvas. No se debe desear la castidad, que es otro error; pero se debe conservar el valor solemne ritual del acto erótico, fuente sublime de vida, no rebajándolo al nivel grosero de una secreción animal. En esto coinciden el arabismo y la ciencia moderna; todos nuestros lectores cristianos recordarán la visión del harem andaluz con sus mujeres de interior en el fondo de los patios, indolentes, preocupadas sólo de sus hijos, mientras el marido lucha y trabaja fuera; visión de hogar cerrado que el mismo españolismo ansía, prolongando este deseo en toda la literatura clásica. Es la mujer fetiche, idolillo cargado de joyas, creada solamente para la admiración; la musulmana de paso indeciso, cargada de velos y vacilante bajo el peso de sus alhajas y entre el aroma embriagador de los mil perfumes en que va envuelta. El que conozca los clásicos piense en las obras modernas del tipo de “El Cheikh”, la novela de Hull, realizada cinematográficamente por Valentino. Siempre el masculinismo árabe es algo activo, expansivo, exterior, duro; y el feminismo árabe, algo replegado, estático y de salón. En algunos sitios influidos por el arabismo, pero no árabes (Castilla, Turquía), el apartamiento femenino ha degenerado en esclavitud; pero de esto no son responsables el semitismo ni el Islam; entre árabes y hebreos persiste la tendencia a reservar y engalanar la mujer.

No resistimos a la tentación de copiar, para nuestros lectores semitas, unos párrafos de Spengler que pueden ser la preparación indispensable para una metodología del amor en las culturas del Levante: «Lo femenino está más próximo al elemento cósmico, más hondamente adherido a la tierra, más inmediatamente incorporado a los grandes ciclos de la Naturaleza. Lo masculino es más libre, más animal, más movedizo, y en el percibir y comprender, más despierto, más tenso. El hombre vive el sino y concibe la causalidad, la lógica de lo producido según causa y efecto. Pero la mujer es sino, es tiempo, es la lógica orgánica del devenir mismo… Siempre que el hombre ha intentado hacer palpable el sino, siempre ha recibido la impresión de algo femenino… El Dios máximo no es el sino mismo, sino un Dios que representa o domina el sino como el hombre a la mujer. La mujer en las épocas primitivas es también la vidente, no por que conozca el futuro, sino porque es futuro…; la mujer es el oráculo, el tiempo mismo habla en ella. El hombre hace la historia, la mujer es la historia. De manera misteriosa descúbrese aquí un doble sentido del acontecer viviente; es una corriente cósmica y también la sucesión de los microcosmos mismos que aquella corriente acoge en sí, protege y conserva; esta segunda historia es la propiamente masculina, la historia política y social, historia más consciente, más libre, más movida… Femenina es aquella primera historia: la historia eterna, materna, vegetal; la historia sin cultura de las generaciones sucesivas, que no cambia, que fluye uniforme y suavemente por la existencia de todas las especies animales y humanas, por todas las culturas particulares de breve vida. Si miramos hacia atrás nos aparece idéntica con la vida misma. También esa historia tiene sus luchas y sus tragedias; la mujer gana sus victorias en el lecho de la parturiente… La profunda prudencia, la astucia guerrera de la mujer se endereza siempre al padre de su hijo. Pero el padre que con la gravedad de su esencia pertenece a la otra historia, quiere tener a su hijo como heredero de su… tradición histórica. Así, en el hombre y la mujer pelean las dos clases de historias por alcanzar el predominio… He aquí la secreta guerra de los sexos… La mujer desprecia la otra historia, la política del hombre, que ella no comprende…, y, sin embargo, todo en la otra historia sucede en el fondo para proteger y conservar esta historia del engendrar y el morir… La lucha entre hombre y hombre acontece siempre por la sangre, por la mujer. Por la mujer, que es el tiempo, es por lo que existe la historia de los Estados. La mujer de raza lo siente, aunque no lo sepa; ella es el sino, ella representa el sino… La palabra Historia posee, pues, un sentido doble y sagrado. Es la existencia o protege la existencia. Hay dos clases de sino, dos clases de tragedias: las públicas y las privadas… La existencia, como clase social, es la existencia en forma para la historia pública; pero como tribu, la existencia fluye y constituye la historia privada.» En el mundo semita y, especialmente, en el arabismo, predomina el sentido tribal, cavernícola, de raza y de nación, de sino (¡Mektub!), de culto a la mujer, considerada ídolo, de oposición entre amor y muerte. (No entre vida y muerte, pues la muerte es también vida, a su modo.) Esto explica la superioridad y eterna supervivencia de la patria semita agarrada a la sangre y al destino (que es la mujer), la superioridad del moro o el sefardí, que es siempre moro, siempre sefardí, sobre el occidental, que es ciudadano de tal o cual Estado. El semita es hijo de su padre y su madre; el europeo, hijo de la Ley y de la nacionalidad. El semita está tranquilo, no pueden quitarle su patria, que corre por las venas; el occidental tiene que reconstruir su patria todos los días. Estas son las principales cristalizaciones semitas del sistema spengleriano, que dice también: «Al “consensus” corresponde la familia mágica, la familia cognada, que está representada por la consanguinidad paterna y materna y que posee un espíritu; es un “consensus” en pequeño, pero sin determinado jefe. Sobre este principio descansa el concepto de dinastía en el mundo árabe —Omeyas, Comnenos, Sasánidas—. Cuando un usurpador ha conquistado el trono despósase con algún miembro femenino de la comunidad consanguínea y continúa de este modo la dinastía.» No hay sucesión exclusivamente masculina ni leyes sálicas; la mujer vale tanto como el hombre; el hijo de una princesa tiene tantos derechos al trono como el hijo de un príncipe. Recomendamos mucha atención hacia este principio, que es lo más esencial del arabismo puro y genuino.

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El primer grado del amor (exterior o influencia preponderante de lo carnal) es el grado esencial de lo sexual; asegura la conservación de la especie y está dominado por el principio del placer, situado en el sector más misterioso de la vida anímica, y ligado a una necesidad imperiosa del espíritu: la de conservar constantemente una cantidad fija de excitación indispensable para vivir. El placer es una secreción interna del alma que necesita una válvula de escape para impedir la excesiva concentración de energía que hacía estallar el “Yo”. Según la psicoanálisis, «la principal tendencia del aparato anímico es conservar constante la cantidad de placer existente en él; es decir, que si la labor del aparato anímico se dirige a mantener baja la cantidad de excitación, todo lo apropiado para elevarla tiene que ser sentido como antifuncional, es decir, como desagradable. El principio, del placer se deriva del principio de la constancia»; y luego, «cada movimiento psicofísico que traspasa el umbral de la conciencia se halla tanto más revestido de placer cuanto más se acerca a completa estabilidad». Esta es la milenaria teoría musulmana que considera al pecado como una ruptura del equilibrio, un delito contra la armonía. Al chocar el placer (empujado por el instinto) contra el mundo, la realidad le contiene, le anula, provocando una descarga erótica imperiosa, o replegándose, avergonzado, en las profundidades de la conciencia moral y el “Super-Yo” freudiano. Es decir, que el pecado del Islam está en la reacción contra el placer, en el contenimiento brusco del placer por medio de la conciencia moral. El placer replegado se detiene, acumula y fermenta, provocando viciosas tendencias; el ascetismo es la fuente de toda perversión. Convirtiendo el placer en una simple secreción despreciable, en un acto animal y perfectamente natural, se le quita malicia facilitando la descarga. La virtud está en equilibrio entre la contención refrenada de lo erótico y su expansión brusca en todo momento, haciendo de lo libido el eje de la vida. En el Islam el placer es una función sexual violenta y biológica que cesa al cesar el acto carnal; una cosa simple, rápida, apasionada, que arrebata el cuerpo y deja sereno el espíritu. Según el Islam y el Kamasutra indio el hombre dice: «Esta mujer me está unida», y la mujer: «Yo estoy unida a este hombre.» Si hombre y mujer encuentran el placer, éste es sentido de distinto modo; cada uno cumple su obra independientemente sacando del acto generador su propio placer especial aparte y diferente, función del sexo y la especie, ajena a la espiritualidad. Es una fuerza ciega que empuja a la conservación de la especie como al hambriento hacia el pan (la vieja teoría de Schopenhauer aplicable sólo al grado primero o material del amor, inaplicable a la “intuición amorosa” propia del “Yo” y a la abstracta amistad, amorosa propia del grado tercero). El olvido del carácter material del placer asegurado por las “hormonas” (sustancias segregadas interiormente que determinan los caracteres sexuales primarios para la reproducción, y los secundarios que diferencian mucho de hembra exteriormente, como barba, líneas del cuerpo, glándulas productoras de leche en la mujer), engendra la inquietud sexual que en las nuevas generaciones adquiere proporciones de verdadera epidemia, sembrando millares de invertidos, epilépticos, paralíticos generales, sádicos, perversos. El espíritu de reproducción, contenido, socializado, idealizado, transformado en rito reglamentado o condenado furiosamente por una moralidad del período austríaco.

Toda inquietud sexual es una intoxicación, una fermentación. Todo vicio es un refinamiento de imaginación, una intelectualización del deseo. El Dr. Pierre Vachet, francés, y el Dr. Pittaluga, español, coinciden en considerar al vicio como un desperdicio de energías económicas, personales o familiares. «El vicio es una actividad antisexual, aun en aquellas formas que se desenvuelven específicamente alrededor de contenidos sexuales, porque aparta de la actividad sexual, natural. Es en su origen protesta e insubordinación de los impulsos y las apetencias individuales para libertarse del yugo de la especie…; el vicio surge, además, con el proceso de la domesticación, con la civilización urbana que deriva todas sus energías hacia el fácil cauce del hábito vicioso…; la actividad viciosa depende de la cantidad de energía potencial de que el civilizado dispone y no sabe usar (energía que el “culto” y el bárbaro rompen en el riesgo, la sensualidad; el azar y la alegría).»

El vicio es energía excesiva, placer acumulado que se liberta de los instintos raciales (sexo, alimento, colectividad tribal o familiar, trabajo como acto sexual, &c.), vida mental que se escapa de la intuición y se convierte en un hábito. Para la psiquiatría, el vicio fenómeno social anti-étnico es preferentemente masculino. Por eso la mujer, que representa el genio de la especie, es hostil al vicio y el coleccionismo; en cambio siente y desea la diversión, porque divertirse es renovarse, enriquecer sensibilidad o capacidad creadora… El vicio aparece siempre relacionado con la tendencia emocional contenida por la censura. Es la antítesis de la Pasión. Resumen: El vicio aspira a aniquilar el valor de las palabras “Sino”, “Azar”, “Kismet”, creando un ansia de superarlas, que es “Tiempo” puro; por eso el juego es el vicio supremo, por su afán de aniquilar el “Mektub”, porque el “Mektub” es el hijo del azar, y el azar, compañero inseparable de la especie, del sexo, en su doble aspecto de trabajo y rápida variedad. O sea que en el Islam el vicio es secreción detenida que debe expulsarse. La moral musulmana parece una purga. La virtud es un baño del alma que arrastra el automatismo y consolida la especie.

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Dejando para otra ocasión el estudio del grado “Tabú” del amor (estrechamente relacionado con las palabras “Vicio”, “Matrimonio”, “Dote”, “Conveniencia”, “Eugenesia”, “Feminismo”) excesivamente complejo para una metodología andalucista, conviene destacar que el segundo grado del amor es el totémico, que corresponde al “Yo” de Freud, el “Dharma” indio y el Marbot árabe. (En el hinduísmo del Kamasutra el primer grado amoroso es el “Rama” o goce sensual; el tercero el “Artha”, arte, lujo y riqueza.) En el Islam el grado intermedio amoroso es el reino de la alegría (interpretado en un sentido bergsoniano; alegría que anuncia siempre que la vida triunfa, que ha ganado terreno, que algo ha sido llamado a la vida; alegría opuesta al placer, que es sólo su remedo). El amor árabe de tipo geopsíquico es una jerarquía accesible a pocos, tasada en una intuición mágica sin relación con el instinto sexual. El cuadro musulmán andaluz de la emoción amorosa pura tiene cinco grados místicos que corresponden con los cinco grados estéticos antes citados:

Primero: “Estima”, “Aprecio” o “Simpatía”. Se siente cuando, después de ver una persona agradable, la fantasía nos la representa como una cosa hermosa o buena que hace desear verla. Segundo: “Afecto”, “Afición”, “Cariño”. Gusto en mirar persona amada y ansia de estar siempre junto a ella. Tercero: “Enamoramiento”. Sentirse tristeza desesperada cuando persona amada está ausente. Cuarto: “Obsesión amorosa”. Sentirse dominado por idea fija y ansiosa de la cosa amada. (En amor sexual este grado es “Pasión”.) Quinto: “Delirio Amoroso”. Salirse del propio espíritu, no poder comer, dormir, beber, enfermar y hasta morir. (La muerte por deseo amoroso es muy corriente en el mundo árabe.)

El origen de estos grados es:

Primero: Amor vago que nace de la sorpresa ante una percepción exterior inesperada que hiere de pronto la imaginación, que sorprende por su belleza inesperada. Segundo: Resultado mecánico del hábito, de la constante permanencia junto al ser amado o de la concentración en su recuerdo. Tercero: Las ideas amorosas y la exaltación reconcentrada de la obsesión espiritual de ver al ser amado llegan a producir un desdoblamiento de la personalidad. Cuarto: El desdoblamiento se ha realizado; ya se ve en el otro ser lo mejor de uno mismo, la razón de ser de la propia existencia. Quinto: Se han extinguido la inteligencia y el deseo, y el ser que ama es puro espíritu inflamado.

Los cinco son el apogeo de la intuición, del “sexto sentido”, el sentido que recoge las ondas mentales de telepatías y corazonadas. (La razón es algo inferior; sólo se razona lo dudoso e incierto. Mientras más arraigado esté un conocimiento, menos se piensa en él.) La intuición y el amor son visiones plásticas y repentinas que tienen un sentido simbólico y no se pueden definir.

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En el Islam el amor es la pareja de la muerte, su color complementario. La muerte no es aquí opuesta a la vida, sino una forma rara de vida. Desde el acto del engendramiento en que se busca a través del otro sexo la perpetuación, desdoblándose en otro ser, partiéndose, muriendo en parte para bien de la especie, hasta el hastío que sigue a la cópula, la muerte final y el amor son compañeros inseparables que se convierten uno en otro y cambian sus esencias en virtud de una inagotable serie de tropismos. A veces el mismo exceso de la pasión conduce al sepulcro. «No basta mutua contemplación de belleza expresiva, plástica, ni las caricias, ni la conjunción íntima de la carne para que las almas puedan penetrarse y fundirse…; entonces el deseo de fundirse… en un solo ser… les arrastra al común sacrificio de sus vidas.» (Novoa Santos.) Además de esta muerte, compañera del amor, que es la muerte final, están la catalepsia, el sueño, el éxtasis o nirvana y el hipnotismo. Cinco muertes escalonadas de distinto poder. Contra ellas emplean los árabes el hechizo de la Jamsa, mano pequeñita de metal o marfil, antídoto contra todo hechizo, por representar el número cinco, número sagrado en el Islam.

Todo en el Islam es problema de purificación, simplificación, depuración, lavado de alma, de cuerpo, emociones, ideales y vida material. Por eso toda la vida de la Granada árabe se resumía en la adoración al agua, el agua mágica, cantada por Ganivet y Villaespesa; sangre de la ciudad mora que corre bulliciosa y rugiente por las venas de los canales, acequias, aljibes y atarjeas; su corazón está en el Barro, y su pulso en el Avellano. Granada es todo el Islam, y el Islam es una fuente saltarina en una escalinata de flores. El baño, que como el amor puro no necesita comentarios sino práctica, cierra la “Jamsa” del ideal musulmán para ahuyentar el aojamiento de la vida, el hechizo peligroso del panteísmo y la ciega adoración de la materia. Misticismo, Arte, Amor, Muerte y Baño cierran el paso a la mecanización y exaltan la intuición, vieja amiga de los árabes, llamada por ellos “El sexto sentido”.

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El cante andaluz es la esencia de todos los valores y las posibilidades raciales. Su origen árabe (sobre el cual es indispensable leer las investigaciones de D. Julián Ribera) se refuerza y perfecciona con los aportes orientales, casi indos, traídos por los gitanos, y con los restos de la música popular berebere. El cante andaluz es el más poderoso de los hechizos; su extraña brujería es la nota esencial de la milenaria vida semítica, elemental e indescifrable. Es la fiel expresión de la Humanidad morena, que alterna los prolongados letargos plenos de abulia con las más delirantes sacudidas. La guitarra mediterránea y la beduina dulzaina lloran la pena eterna de la raza mientras un pedazo del espíritu se escapa por la garganta y va a clavarse en el éter en un grito que es plegaria y alarido de león en celo; toda la vida y la pasión en el preludio y, después, escorzos ligeros, arabescos que acompañan la danza honda curvilínea con sus hieráticos y faraónicos bailes de busto (coquetería, gravedad de brazos, tristeza pasional, desafío de amor no correspondido, danza maliciosa de Circe que juega con los galanes, o desgarramiento intenso que prepara la entrega). Es un baile extraño, de escueta altivez. La raza se rompe en la danza, se deshace de gusto.

Y con la danza, la música, el “cante hondo” y el “flamenco”, expresión sencilla del sentimiento apasionado o estilización de tablado; vitalidad o mercantilismo, pero siempre emocionante; arte complejísimo de difícil comprensión, desdeñado por los que no tienen la enorme cantidad de sensibilidad y atención que precisa este arte, para los que sólo reconocen el valor de la música europea. La música occidental es maravillosa, sublime; pero es la expresión de una cultura absolutamente distinta de la nuestra, cultura envuelta en las brumas del Norte, de lejanos paisajes nublados con tonos gris y plata. Su música es como una pintura; cada frase musical tiene contornos definidos que se destacan sobre un fondo neutro; las notas son separadas, precisas, corpóreas; «se trata de dilatar hasta el infinito espacio sonoro», de «disolver el sonido en espacio infinito de sonoridades» (Spengler). «Hay mundos sonoros que se entrecruzan en la infinidad del espacio musical unos con otros, alzándose, anulándose, iluminándose, amenazándose, haciéndose sombra, análisis intuitivo.» Es una música impresionista de la subconsciente que penetra los demás artes (en la pintura de líneas imprecisas, en los muebles retorcidos y las porcelanas pequeñas). En Europa, colores y sonidos vagan por los espacios infinitos; es un arte nebuloso de lontananza y otoño; sólo hay «rayas y manchas que se cruzan, tapan y confunden».

Pero poco a poco, frente a esta infinidad cromática surge una curiosidad nueva ante las músicas exóticas; la teoría de las “zonas culturales” penetra en el campo de la melodía. De Rusia la infinita, la asiática, angustiada por el problema del ser y el no ser, avanza hacia las tierras de Occidente un arte musical extraño, de orientalismo nuevo y embrujador (Glinsko, Rimsky-Korsakoff, Balakirev, Borodin, los bailes rusos, &c., &c.).{1} Por Occidente, la invasión del Asia blanca choca y se entremezcla con otra llegada de la joven América; es el jazz-band, con sus sonidos estrepitosos y bullangueros, producto de la fantasía negra. Europa sabe ya que las artes son organismos vivos y no rígidos sistemas; que toda teórica, técnica y convención forman parte del carácter propio de una raza y no tiene valor universal. La atención se concreta ahora sobre la música del milenario Egipto y el desierto beduino, tierras árabes donde nacen el sol y la cultura.

Desde Félicien David con su Desert (1844, gran composición de arabismo “flamenco”, arabismo de exposición universal), y Bizet en su preludio de Carmen (donde hay frase decidida, brutal, que acompaña a la heroína en el amor y la muerte, melodía fatalista hecha en el modo “Asbein”, característico de la música árabe, que le cree de origen divino, robado por los demonios a Dios para inducir los hombres a tentación), hasta los músicos actuales que sufren la influencia de la música semita (en España, los maestros Pedrell, Albéniz, Granados, Morera, Vives, Falla), son legión los reivindicadores del arabismo musical (más o menos conscientemente).

Egipto y Andalucía son los dos campos de inspiración. En ambos territorios agoniza este arte exquisito y refinado, que se pierde poco a poco por falta de atención, sin Universidades ni Conservatorios apropiados, olvidado en las clases altas, que adoptan el sistema musical europeo más elemental e imperfecto, pero más sencillo y «de moda», industrializado en el pueblo, donde sólo lo conservan cortesanos, mendigos, gitanos, trovadores humildes del desierto y artistas de café cantante. Granada puede salvar la música árabe (influida por la gitana en España para formar una mezcla deliciosa que afirma la superioridad del cante hondo andaluz sobre el africano), creando un “Conservatorio andaluz del cante hondo” como una sección o facultad de su futura “Universidad de la Alhambra”. Allí se reunirían con amor la música popular andaluza, el arte árabe sabio de Siria y Egipto, la música sabia de Falla, Albéniz y Granados y las melodías marroquíes con sus dos grandes escuelas: “El Ala”, música seria; “El Griha”, música alegre y popular.

“El Ala” es la antigua música granadina de corte y sociedad; en la época de la expulsión morisca, el músico Hâik el Gharnati recogió once de las veinticuatro “Naubas” o modos clásicos andaluces. Cada una de las “Naubas” se aplica a una serie tradicional de motivos en los que ritmo, sonido, versificación y estados psíquicos van estrechamente unidos. Las “Sikas” o canciones granadinas las ejecuta un cantor al son de la “Darbuka”, tambor de barro que marca el compás a los músicos provistos de “kamanyas” (violines verticales), laúdes y “rebab” o violín beduino; los músicos cantan en coro, acompañando al director. Sus melodías (como en general todas las melodías árabes) tienen dos partes: “Mizân” o ritmo general, técnico, acomodado a la partitura, y “Samaa”, variaciones que son el estilo, la expresión, patrimonio del capricho individual. (No son virtuosismos en la ejecución, sino un cambio absoluto.)

La “Griha” es música popular que acompaña al baile. La ejecutan cantores o cantoras (“Chij”, “Chija”), y sus canciones son hechas por poetas modernos. Su melodía se llama “El Barid”, y van acompañadas por el “Guembrî” y varios tamboriles. Hay “Samaa” en que el cantor también dirige con “darbuka”, y si es mujer, con un tamboril cúbico de mano o un plato de estaño. (En Andalucía, ver Ginés Pérez de Hita, Guerras civiles, cap. XIV.) El público toma parte en la “Griha” batiendo las manos con ciertas reglas rítmicas, según costumbre antigua, “El-Musâfaha”, análogas a los aplausos de compás en el cante flamenco. Hay tres clases de “Griha”: “Msergî”, para religión; “Meksur”, para el amor, y “Mezlug”, para la sátira. Ambos estilos (que son el “Tótem” y el “Tabú” del arte musical moro) se conservan por tradición y de viva voz, hecho casi increíble, dada la extremada complejidad de las divisiones y subdivisiones, de las notas, medias notas y hasta milésimas de nota; hay intervalos tan pequeños, que escapan al oído; se notan los bordados con que sobrecargan la melodía. Es música propia para decorar, para embriagar, para inflamar y adormecer los sentidos; es un arabesco rígido y rápido, hostil a toda tendencia descriptiva, a toda imitación de la naturaleza (severamente prohibida por Averroes y los estetas árabes de todas las épocas). Estas tendencias se refuerzan en el “Ala”.

La música egipcia, semejante a la andaluza, emplea doce modos que corresponden a los signos del Zodiaco, y la danza, semejante a la andaluza también, es ejecutada por bailarinas (“analem”) de profesión, y por “horizontales” (“Ghaudzy”). Unas y otras emplean las castañuelas, instrumento de rancio abolengo andaluz (Tartesos), extendido por todo el Mediterráneo gracias a las famosas bayaderas gaditanas. Ambas músicas se derivan del cante beduino, dividido en tres clases: 1.ª “En-Nasb”, canto de caravana. 2.ª “Es-Sinâd”, canto grave y repetido. 3.ª “El-Hazag”, canto alegre; los tres se ejecutan con el “Ud”, instrumento primario árabe. Ziryab le introdujo en Andalucía bajo el reinado de Abderramán II, empleando un “Ud” de cuatro cuerdas: dos de seda especial y dos de intestino de leoncillo; el plectro era de pluma de águila, y la cuerda tercera representaba el alma. Ziryab inventó diez mil canciones, que constituyeron la base de la música andaluza, pero siempre ajustada a los veinticuatro modos clásicos árabes. Sus continuadores más célebres fueron Mukaddam-Benmuafa-el-Kabri (siglo X), granadino inventor de la “Muguassaha”, y el poeta Ubada, de Almería. Ambos añadieron a los veinticuatro modos de Levante múltiples variaciones andaluzas, entre las cuales destacan el SIHLEN o Marcha real andaluza, y la SAETA, himno trágico de los moriscos condenados a muerte. Los modos clásicos o xoab, son: 1. “Mubraka”. 2. “Penykâh”. 3. “Charkâh”. 4. “Azal”. 5. “Zaualy”. 6. “Auayy”. 7. “Kulub”. 8. “Raua”. 9. “Sihkâh”. 10. “Husâd”. 11. “Oxirân”. 12. “Nuruz-el-Sady”. 13. “Rokby”. 14. “Ramal”. 15. “Nuruz-el-Arab”. 16. “Nuruz-el-Ayein”. 17. “Neheft”.18. “Hemayun”. 19. “Nyruz”. 20. “Chaurek”. 21. “Natiq”. 22. “Mahur”. 23. “Durah”. 24. “Mahyar”. Los modos egipcios son: I. “Rast”. II. “Iraq”. III. “Zyrafkend”. IV. “Isfahan”. V. “Zenkla”. VI. “Hogaz”. VII. “Rahani”. VIII. “Hosseyny”. IX. “Oxaq”. X. “Abuseylyk”. XI. “Buzurk”. XII. “Naua”. Los doce corresponden a los signos del Zodiaco. (“Iraq” es toro, “Zenkla” es leo, &c.) Los once modos andaluces del “Ala” no los he podido saber aún completos; sólo podré decir algo acerca del aspecto exterior y superficial del canto y baile andaluces.

La primera impresión es el grito, la queja inicial, terrible y lenta, que huele a Sur y trae envuelta la terrible pasión del desierto; queja salvaje que poco a poco se desgrana, lenta o galopante, angustiosa o desesperada, quejumbrosa o imperativa, romántica o sensual. Sus temas son graves, afirman la majestad de la maternidad, el dolor y el amor; el dolor de la tierra oprimida y la carne que muere. Las cuerdas vocales del cantaor se agitan en un espasmo epiléptico que le hace temblar febrilmente mientras el ritmo precipita su velocidad y la nota se prolonga indefinidamente. Las haches salen a puñados, y del conjunto se escapa un deseo febril de algo que nadie sabe explicar; la garganta late como un pulso enfermo; en la tensión de la última nota se adivina el resto de un soplo vital, de algo que muere…; de pronto, el golpe seco de una gutural para el ritmo. Es fe, voluptuosidad y muerte. La melodía, ansiosa, embruja a los oyentes, que pasan las horas extáticas; a pesar de su aparente monotonía, esta música supera en complejidad a todas las de Occidente; pero no se puede comprender si no se participa de su propia duración; el árabe ama el cante por ser el único arte superviviente de todos los que su raza hizo llegar hasta su máximo desarrollo en otros; con esta música se suprimen el pasado y el futuro y la Raza se prolonga indefinidamente, resistiendo a las influencias descastadoras.

Es una música sin intención ni contorno, principio ni fin; la música y el arabesco son hermanos inseparables; no pueden aislarse los elementos del cante hondo, ni los elementos de las grandes estrellas decorativas que engalanan los muros de la Alhambra; en uno y otro arte hay una línea continua que se sigue con dificultad hasta que se interrumpe por la intersección de otra más sutil que se prolonga, se aísla y se afina para mezclarse a otras y desaparecer en este formidable enrevesamiento; poco después reaparece la misma línea o la misma nota repetida por la misma ley; luego otra y otra, todas iguales, rigurosamente espaciadas y bordadas sobre la seca severidad del fondo. Notas y líneas se mezclan y deshacen rápidamente en una vertiginosa cascada de matices que se deshacen en el espacio como las ondas de una piedra en el agua. Es la música del cuerpo astral, un ondear de río que corre uniforme suprimiendo el tiempo, el mundo y los estados de conciencia. Es una música que no se puede escuchar bien y, sin embargo, emociona; no pasa nada concreto y, sin embargo, se vibra; si se cierran los ojos, el tiempo y el espacio mueren y sólo queda el chorro de la vida. Es una música que tiene pulso. Poco a poco se llega a una especie de panteísmo; se cree que el individuo es una nota en el universal concierto de la Naturaleza; que ninguna emoción vale nada ante la infinitud de la vida; que las formas son despreciables y los afanes inútiles. Pero al final, la prolongación excesiva de estos largos ensueños, renovados por la vaga modulación de esta queja sinusoide, provoca una reacción violenta, da pretexto a la vida para que se resuelva en un grito de entusiasmo, reaccionando contra el maldito encantamiento del mundo, contra el “orientalismo” romántico. La música árabe no sirve para llorar, sino para estimular a la vida, para marchar hacia el amor y la muerte francamente, alegremente. Su carácter propio no es la variedad del sonido ni su belleza pura, sino la sintonización de su intensidad con la duración propia del alma. El cante hondo es un pinchazo que estimula a rezar y amar, que ayuda a bien morir.

Así, el cante hondo se desdobla en el hierático y solemne llamar del almuédano encaramado en la alta torre de la mezquita (canto imperioso y ardiente que se despliega por arranques sucesivos, expresión completa de una fe absoluta), y en la música inferior de café cantante (voluptuosidad, latidos apasionados, miedo de no ser, otra vez Don Juan). La orquesta suena ronca entre los impulsos eróticos, las vibraciones lascivas, los pudores apasionados y los ideales equívocos. Aquí triunfa lo libido en un suntuoso y bárbaro despliegue de instintos primitivos. Entre los claroscuros misteriosos flotan mil violentos aromas; los parroquianos febriles y las bailarinas de bronce aplastadas por el peso de sus resplandecientes oropeles componen un cuadro de alucinación sobrehumana. Entre las rígidas almeas, aromáticas y silenciosas, surge de pronto la danzarina; avanza esbelta, deslizándose sobre sus piececillos de perdiz, y comienza un suave balanceo apenas adivinado; desde las puntas de los dedos baja un temblorcillo rítmico hacia la nuca, prolongando sus ondulaciones por toda la espalda; arroja el cuerpo atrás, sus manos se enlazan, la carne morena y apretada tiembla eléctricamente girando, girando veloz, y luego muy lenta, quebrándose, doblándose, dando pataditas al compás cadencioso de la “darbuka” o el pandero. Su cuerpo, dorado y ondulante, parece endemoniado en la danza vertiginosa y frenética. Se desliza y se quiebra embriagada por las modulaciones de la música misteriosa, ritmo inarticulado que expresa un supremo desfallecimiento; pero, la música que excita a los nervios es aquí secundaria; lo esencial es la gracia, el balanceo, la seducción lograda por el ritmo de los movimientos, que contrasta con la mirada indiferente y fría de sus enormes ojos esmaltados…; pero poco a poco va cediendo a la sugestión del baile; los brazos, tostados y armoniosos, revolotean centralizando la danza; el cuerpo se balancea acompasado a medida que el deseo se inflama… Amorosa y apasionada se desploma al fin, envuelta en la cascada tintineante de sus brazaletes y collares.

Pero la suprema expresión del cante árabe andaluz es la Saeta, copla rápida, vibrante, aguda; copla absolutamente limpia de “flamenquismo”, de industrialización; es un “Cante hondo”, litúrgico y sublime que dignifica y ensalza a su pobre hermano el flamenco, tristemente refugiado en las tabernas. En la saeta se llora y se canta a la vez; pero la saeta no tiene la monotonía indolente del cante profano. La saeta que se clava en el aire, apaga todos los ruidos; seca y temblorosa, no necesita acompañamiento de música para clavarse, como su nombre, en el corazón de los espectadores. ¿Qué misterio tiene esta copla que parece el último grito de un pueblo que muere? Unos párrafos de un gran escritor árabe-granadino contemporáneo, el Emir Rahman Jizari, de Todmir, descendiente directo del último Rey legítimo de Granada (Mohamed VIII el Zurdo o Jizari), lo explicarán elocuentemente:

«Cuatro siglos se cumplen en este XX de la Era Cristiana, que los acontecimientos de la Historia de España cubrieron y sepultaron, como las cenizas del Vesubio a Herculano y Pompeya, a la metrópoli de la civilización, a la culta Granada, y de entonces a la fecha de ahora casi ninguna voz se ha levantado invocando el recuerdo de un pueblo que en medio de las tinieblas de la Edad Media supo mantener encendida la antorcha que iluminó al hombre para acercarle a Dios por el camino de la ciencia y el arte. Pero si el silencio en el idioma corriente es absoluto en tan largo espacio de tiempo, no lo es en el idioma universal del corazón, en ese idioma que no se expresa con palabras articuladas, porque es tan grande que no puede someterse a las pequeñeces de las reglas gramaticales, y que en nosotros tiene una expresión que es, más que bella, sublime, que sólo nosotros entendemos, porqué sólo nosotros sabemos sentirla: las Saetas.

En esta mal llamada copla popular, porque es algo mucho más hondo, se encierra nuestra historia trágica moderna. En ella no hay que hacer caso de lo accidental de la letra, sino de la esencia, del lamento, del modo de sentirlo y expresarlo, de su origen y significado. El origen de la música y del metro de estos sentimentales cantares hay que buscarlo en los almuédanos de las mezquitas de Córdoba, Granada y Málaga, que a sus pregones convocando a la oración, ya expresados con “Estilo”, añadieron oraciones y lamentaciones versificadas en las que cifraban y hacían conocer sus cualidades de cantantes, cualidades que había de poseer a la perfección para desempeñar el cargo de almuédano, entonces muy bien retribuido, y era motivo de orgullo del barrio el que poseía el mejor, entablándose competencias y rivalidades que han llegado hasta nosotros traducidas al cristianismo y teniendo por motivo las cofradías en vez de los almuédanos. Pero la voz metálica de las campanas castellanas hizo callar la voz armoniosamente modulada de los pregoneros musulmanes, mientras el rito romano hizo variar la expresión de la oración en los andaluces cristianos (mozárabes); pero no el modo de sentirla en su corazón, y cuando el alma atribulada por un hondo pesar pedía a Dios consuelo para su amargura, llamaba en su auxilio la música y la poesía, que hacía vibrar más intensamente su alma, la que les había arrullado en el regazo de su madre, la que al cabo de cuatro siglos hace sentir como ninguna, y nacieron las saetas que se clavan, crueles, en el corazón. Al pasar los Autos de Fe conduciendo a moriscos y mozárabes, las mujeres moriscas lanzaban tras una reja aquella copla, que era la despedida al ser querido que va a traspasar la frontera de la vida y tiene el consuelo del último adiós. Aixa la Macarena, pobre, loca, mora y sevillana, fue la iniciadora de este uso en el Auto de Fe de D. Fernando de Granada, morisco, Doctor en la Sorbona.» (Las moras que cantaban se dirigían a la Santísima Virgen, tradicionalmente reverenciada en el Islam, y a la que ellas amaban como madre desventurada; su sagrada figura de madre semita que llora a un hijo semita sacrificado por fariseos y romanos, les parecía familiar a aquellas mujeres andaluzas de distinta religión. La devoción musulmana hacia la virgen, y la existencia de vírgenes llamadas “Moriscas”, reverenciadas por los moros perseguidos, es un interesante e inédito capítulo en la historia de Andalucía y el morabitismo. Ejemplos interesantes son: la Macarena, de Sevilla; las Angustias, de Granada; la de la Cabeza, en Andújar; la Cinta, de Huelva.)

Volviendo al Emir: «La aristocracia de Castilla, que tenía como galardón descender de los barbaros, aquella gente germanotártara que hizo del robo y del saqueo una institución (el Feudalismo), y, por tanto, infinitamente menos noble que la andaluza, genuinamente española y árabe, descendiente de lo más culto y selecto de la raza hermana, la más culta del mundo, trató de reducir a los españoles castizos, a los andaluces, a la más ínfima condición social, y nuestra música tuvo que refugiarse en las clases populares, que son las que conservan el corazón de la patria; luego se trató de achabacanarla convirtiéndola en cante de juerga y café cantante, a pesar de que su poesía y sentimentalismo está muy lejos de esto; pero las saetas envuelven en el manto místico que les da “refugio de asilo” y se salvan. Llegan a nosotros con el encanto sublime con que nacieron, y como brotaron del corazón, al corazón saben llegar.»

{1} El arte ruso se deriva del andaluz, es una música “flamenca” llevada a las estepas por un granadino (¿García?) amigo y aun maestro de Glinska.




Es Selam

(Resumen final)

Toda esta larga divagación en busca de una metodología para el estudio del andalucismo, preparando la salida de Muza (General de la caballería granadina que la tradición árabe cree encerrado en una cueva de los cerros de la Alhambra, esperando, cataléptico, el resurgir del alma semita para despertarse, asegurando la continuidad del andalucismo, desde Tartesos hasta el día en que la Humanidad sea una vasta familia sin naciones ni colores), puede resumirse con un párrafo de un filósofo católico de Norteamérica:

«Todo hombre cuya educación haya sido obtenida sin que se hayan intervenido los factores morales y religiosos, factores que pueden estimularse para que se exhiba bondadoso y con deseos de ayudar a otros y para que anhele vivir una vida recta en la presencia de Dios, puede considerarse como hombre a quien ha faltado la satisfacción más grande y completa de la vida.

¿Es verdad que la ciencia ha demostrado convincentemente que toda religión es falsa y que sólo la materia existe? La ciencia no ha hecho tal cosa, ni jamás podrá hacerla. La ciencia ha dividido la materia en moléculas, átomos y electrones; pero el hombre científico no se encuentra más cerca de la contestación acerca de lo que esencialmente es la vida, de lo que estaba antes. La ciencia no llega más que a determinado punto y jamás pasa de allí. Aun suponiendo que llegáramos a la explicación de que toda vida procede de una célula sencilla, ¿habríamos adelantado gran cosa? Nos quedaríamos poco más o menos como antes. Necesitaríamos de nuevo preguntamos, ¿y de dónde vino esta célula, aunque sea sencilla? Y ¿quién ha depositado en ella esa fuerza dinámica que produce las funciones o efectos que llamamos vida? Cuando nos vemos confrontados con esta antigua pregunta, ¿qué es la vida?, el sabio del siglo XX se encuentra poco más o menos como el salvaje prehistórico.

Antes se nos enseñaba que la materia era algo indestructible, hecha de átomos eternos que jamán podrían ser divididos. Pero hoy dividimos y subdividimos y volvemos a dividir y a subdividir el átomo. Vamos todavía más lejos; hoy ya no decimos que existe materia, sino mera electricidad. En otras palabras, hoy podemos, mejor aún que antes, elevar nuestra mirada sobre los objetos materiales que nos rodean y dirigirla por la fe y por la ciencia hacia Dios. Estamos empleando la electricidad todos los días y en muchos usos de la vida doméstica y ordinaria, pero cuando queremos pensar en la esencia de la electricidad nos vemos sumidos en el más profundo misterio. Si lo pensamos bien no podríamos apretar un botón eléctrico sin sentimos, por decirlo así, en contacto con Dios.

La ciencia ortodoxa nunca permanece ortodoxa por mucho tiempo; cambia constantemente, se contradice y rectifica, pero no por eso deja de progresar y de subsistir. Si la ciencia, por lo mismo, sobrevive a todos sus cambios e hipótesis, la religión también sobrevive a todos los cambios de credos, de modificaciones y de ataques. Cuanto más conoce la humanidad acerca de la verdadera ciencia, más grande es su admiración y asombro sobre el misterio de la vida, y más cerca se siente de Dios.»

He aquí un ideal común a andaluces cristianos y andaluces musulmanes.


FIN




Obras del autor

Ensayos.

“Ni Oriente ni Occidente.”

Mediodía.– Introducción al estudio de la España árabe actual. (Biblioteca Revista de la Raza.)

Introducción a la historia del Levante. (En prensa.)

El arte musulmán andaluz. (Ídem.)

Vulgarización.

Cartilla del español en Marruecos. (Publicada bajo el seudónimo Amor Benomar.)

Casticismo. (Bibliotecas Populares “Cervantes”), en prensa.

Estética. (Ídem). ídem.

Historia de la España Árabe, (Ídem), ídem.



[ Versión íntegra del texto contenido en un libro de 267 páginas, más cubierta, impreso sobre papel en Madrid, sin colofón ni fecha. En la composición tipográfica de ese texto impreso, ya difundido en agosto de 1928, sólo se utilizan «comillas bajas». Como el texto contiene entre comillas largos párrafos de citas de otros autores que, a su vez, ofrecen términos entrecomillados, al componer esta edición de 2024 hemos reservado «comillas bajas» para los párrafos insertados y “comillas altas” para los términos entrecomillados. ]