Filosofía en español 
Filosofía en español

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Carlos Marx y Federico Engels

Los fundamentos del marxismo
El Manifiesto Comunista · Salario y Capital · Carlos Marx

Traducción de
Edmundo González Blanco

Biblioteca Inquietud

Biblioteca Inquietud · Publicaciones Mundial
Consejo de Ciento, 201 · Barcelona [s.f. = 1931]

Printed in Spain - Reservados todos los derechos
Impresos Costa - Conde Asalto, 45 - Barcelona

Colección Hombres e Ideas
Primer anuncio localizado de esta edición
(La Libertad, Madrid, 8 mayo 1931, pág 11).


Manifiesto del Partido Comunista

Primer prefacio [1872], 11
Segundo prefacio [1883], 15
Tercer prefacio [1890], 19

Capítulo primero. Palabras liminares, 31

Capítulo II. Burgueses y proletarios, 33

Capítulo III. Proletarios y comunistas, 59

Capítulo IV. Literatura socialista y comunista, 77
  1. Socialismo reaccionario, 77
    a) Socialismo feudal
    b) Socialismo de los pequeños burgueses
    c) El socialismo alemán o socialismo «verdadero».
  2. Socialismo conservador o burgués, 89
  3. El socialismo y el comunismo crítico-utópico, 91

Capítulo V. Posición de los comunistas con relación a los diferentes partidos de la oposición radical, 97

Primer prefacio

En un Congreso celebrado en Londres y en el mes de noviembre de 1847, una sociedad internacional de trabajadores, la Federación de los Comunistas, que, en las circunstancias de entonces, forzosamente hubo de ser secreta, encomendó a los abajo firmantes que redactasen un programa del partido, detallado en sus análisis teóricos, puntualizado en sus indicaciones prácticas y destinado a la publicación. Así nació el Manifiesto que va a leerse, y cuyo manuscrito se envió a Londres, para su impresión, pocas semanas antes de la Revolución de febrero. Publicado primero en alemán, alcanzó, en este idioma, doce ediciones diferentes en la misma Alemania, en Inglaterra y en América. En 1850 salió a luz por primera vez en inglés, en el Red Republican, para lo cual lo tradujo miss Marcfarlane. En 1871, obtuvo en América tres nuevas versiones y en París se hizo de él una edición francesa, con escasa anterioridad a la insurrección de junio de 1848, y otra, muy reciente, en The Socialist, de New-York. En preparación se halla una nueva versión. En Ginebra, y hacia 1860, apareció una edición rusa, y, finalmente, poco después de su publicación, mereció una traducción danesa.

A pesar de los cambios que han ocurrido en los veinticinco años últimos, los principios generales que desarrolla este Manifiesto continúan siendo de una perfecta exactitud, aun en nuestros días. No que no sean enmendables en algunos pormenores. La aplicación práctica de aquellos principios, al decir del mismo Manifiesto, dependerá doquiera y siempre de las circunstancias históricamente dadas. He aquí por qué no concedemos ninguna importancia particular a las medidas revolucionarias propuestas al final del capítulo tercero. Hoy día, este pasaje debería ser modificado en varios de sus términos. Los inmensos progresos realizados por la grande industria en los veinticinco años últimos, los paralelos progresos realizados por la clase obrera organizada en partido; las experiencias prácticas, primero de la Revolución de febrero, después y en mayor medida de la Commune, en cuya actuación, por primera vez y durante dos meses, el proletariado vio el poder en sus manos, hacen aparecer envejecido más de un párrafo de nuestro programa. La Commune especialmente suministró la prueba de que la clase obrera no se encuentra en estado de simplemente apoderarse del mecanismo político existente, ni de ponerlo en marcha para su servicio propio. También se cae de su peso que la crítica de la literatura socialista ofrece una deficiencia con relación al período contemporáneo, puesto que se detiene en 1847. Por último, las observaciones sobre la actitud de los comunistas ante los diversos partidos de oposición, observaciones de que se habla en el capítulo quinto, y que continúan siendo de una perfecta exactitud en sus grandes líneas, han quedado necesariamente envejecidas en su aplicabilidad. En efecto: la situación política se ha modificado radicalmente, y la evolución histórica ha reservado un lugar neto a los partidos de oposición enumerados en dicho capítulo. Empero, como este Manifiesto es un documento histórico, no hemos creído tener derecho a modificarlo. Quizá aparezca un día una edición que hagamos acompañar de un prefacio propio para colmar la laguna entre 1847 y nuestra época. La reimpresión actual no nos ha dado tiempo para ello, por haber sobrevenido con demasiada imprevisión.

Londres, 24 de junio de 1872.

Carlos Marx, Federico Engels  

(páginas 11-14.)

Segundo prefacio

Desgraciadamente para mí y para el lector, soy yo el que tiene que firmar el prefacio de la edición presente. Marx, el hombre a quien toda la clase obrera de Europa y de América es más deudora de sanas orientaciones que a otro alguno, reposa en el cementerio de Highgate, y ya sobre su tumba verdea el primer césped. Después de su muerte, menos que nunca cabe hacer del Manifiesto una refundición, o darle un suplemento. Mas, por lo mismo y una vez más, he juzgado necesario fijar expresamente los puntos de esencialidad notoria. Porque la idea fundamental que atraviesa el Manifiesto es que la producción económica y la diferenciación social de los hombres, que, en cada época de la historia, resulta fatalmente de la forma especial de la producción económica misma, constituyen la base del desarrollo intelectual y político de dicha época. Después de la disolución de la antigua propiedad común del suelo, la historia entera ha sido una historia de luchas de clases, en cualquier grado de desenvolvimiento social que hubiesen alcanzado unas y otras. Tamaña lucha ha llegado ahora a una fase en que la clase explotada y oprimida (el proletariado) no puede emanciparse de la clase explotadora y opresora (la burguesía) sin emancipar para siempre a la sociedad entera de toda explotación, de toda opresión y de toda lucha de clases. Esta idea fundamental es de la propiedad única y exclusiva de Marx, y me complazco en repetir tan sincera declaración, que ya hice varias veces. Justo me parece, por tanto, que hoy figure a la cabeza del Manifiesto, y, ya en mi prefacio a su traducción inglesa, añadí lo que sigue: «En mi opinión, semejante idea imprimirá al estudio científico de la historia humana el progreso que la teoría darwinista imprimió al estudio filosófico de la historia natural. Marx y yo nos habíamos aproximado poco a poco a tal idea, varios años antes de 1845, y mi libro sobre la situación de las clases laboriosas en Inglaterra muestra hasta qué punto había abundado yo en el mismo sentido.» Pero, cuando volví a encontrar a Marx en Bruselas, en la primavera de 1845, él había terminado su completa elaboración, y me la expuso en términos casi tan claros como los del resumen que acabo de hacer.

Londres, 28 de junio de 1883.

Federico Engels  

(páginas 15-17.)

Tercer prefacio

Después de haber sido escritas las líneas precedentes, resultó necesaria una nueva edición alemana del Manifiesto, y produjéronse nuevos hechos, concernientes a él y que debo mencionar aquí. Por otra parte, con alguna anterioridad (en Ginebra y en 1882), apareció una segunda traducción rusa, hecha por Vera Sassulitch, y cuyo prefacio redactamos Marx y yo, en Londres y con fecha de 21 de enero de 1882. Desgraciadamente, se extravió el manuscrito original y me es preciso retraducir sobre el ruso, lo que no contribuirá por cierto a mejorar nuestro trabajo. He aquí el prefacio en cuestión:

«La primera edición rusa del Manifiesto Comunista, traducido por Bakunin, salió a luz, publicado por la imprenta del Kolokol, un poco después de 1860. En aquel tiempo, una edición rusa de dicho escrito apenas significaba, para el Occidente, otra cosa que una curiosidad literaria. Pero hoy no tendría el mismo significado ni el mismo alcance, esa curiosa manera de ver. El capítulo final sobre la actitud de los comunistas ante los diferentes partidos de oposición, basta para mostrar hasta qué punto, en enero de 1848, época de la publicación del Manifiesto, era restringida la superficie sobre la que se propagaba el movimiento proletario. Lo que sorprende, es que allí no se haga mención ni de Rusia, ni de los Estados Unidos. ¿Cómo extrañarlo? En aquel tiempo Rusia formaba la última reserva poderosa de la reacción europea, y la emigración a los Estados Unidos absorvía el excedente de las fuerzas del proletariado europeo. Ambos países eran a la vez los proveedores que suministraban a Europa las primeras materias, y los mercados de salida en que desembarcaban nuestros productos industriales. En este sentido, constituían un apoyo para el orden social de Europa.»

«¡Cuánto han variado los tiempos! La emigración de los europeos a los Estados Unidos es lo que ha hecho posible el desarrollo prodigioso de la agricultura norteamericana, cuya concurrencia quebranta hasta en sus fundamentos nuestra grande y nuestra pequeña propiedad. Al mismo tiempo, ello ha puesto a los Estados Unidos en condiciones de comentar la explotación de sus inmensos recursos fabriles, y lo han hecho con una energía y con proporciones tales, que el monopolio industrial de la Europa occidental terminará en plazo muy breve. A su vez, estos hechos han tenido una repercusión revolucionaria en Norteamérica. La pequeña y la media propiedad territorial de los colonos (farmers), que trabajan con sus brazos, y que constituye la base de todo el orden político norteamericano, sucumbe cada vez más por la concurrencia de las haciendas gigantescas. Y, en los distritos de mayor industria, a pesar o a causa de una fabulosa concentración de capitales, se forma un proletariado numeroso, cosa que jamás se había visto allí hasta la fecha.»

«Pasemos a Rusia. En el período de la Revolución de 1848 a 1849, los burgueses y los monarcas de Europa esperaban de la intervención moscovita que les salvase del proletariado, que comenzaba a adquirir conciencia de sus fuerzas, y se pusieron de acuerdo para nombrar al jefe de la reacción continental. Hoy día, el zar se consume en Gatchina, donde está prisionero de la Revolución, y Rusia forma la vanguardia del movimiento rebelde de Europa.»

«El designio del Manifiesto Comunista era anunciar la decadencia inminente y la ruina inevitable de la propiedad burguesa. Pero en Rusia, al lado de un capitalismo que se desenvuelve con prisa febril, y al lado también de la propiedad territorial de una burguesía apenas constituida, encontramos un colectivismo agrario, que ocupa más de la mitad del territorio. Ahora, la comunidad rural de Rusia, el mir, donde se halla, bajo una forma a decir verdad muy descompuesta, la comunidad rural del suelo, ¿permitirá pasar directamente a una forma colectivista superior de la propiedad territorial, o bien, habrá de sufrir primeramente la disolución que aparecía en todo el desarrollo histórico de Occidente? Tal la cuestión, y, hoy por hoy, la única respuesta a ella es que, si la revolución rusa da la señal de una revolución obrera en Occidente, el mir actual podrá ser el punto de arranque de una evolución comunista.»

Así nos expresamos Marx y yo, en el prefacio preinserto y a comienzos de 1882. Por la misma fecha, aparecía una nueva traducción polaca, bajo el título de Manifest Krommunistyezny. Tres años más tarde (1885), aparecía una nueva traducción danesa, en la Socialdemócratisk Bibliothek, de Copenhague. Por desdicha, es incompleta, pues omite algunos pasajes esenciales, que parecen haber causado dificultades al traductor, y abunda en ligerezas, cuyo efecto es tanto más lastimoso, cuanto que, visiblemente, el trabajo es de un hombre que, con un poco más de cuidado, hubiera podido suministrar una versión excelente. En Le Socialiste de París y en 1882, apareció una nueva traducción francesa, que es la mejor de las publicadas hasta el día. Después de ella, por el mismo año, apareció una traducción española, primero en El Socialista, de Madrid, y después editada en folleto bajo el rótulo de Manifiesto del Partido Comunista por Carlos Marx y Federico Engels (Madrid, Administración de El Socialista, Hernán Cortés, 8). A título de curiosidad, añadiré que, en 1887, se ofreció el manuscrito de una traducción armenia a un editor de Constantinopla, excelente sujeto, que no tuvo el valor de imprimir un escrito firmado por Marx y que estimó que el traductor haría mejor asumiendo la paternidad y responsabilidad del opúsculo, proposición que aquel declinó noblemente. Varias traducciones americanas, más o menos inexactas, se reimprimieron en Inglaterra en diversas ocasiones, hasta que, por fin, en 1888, se publicó una traducción auténtica, debida a mi amigo Moore, que yo revisé antes de la impresión, y que se intitula Manifest of the Communist Party, by Karl Marx and Frederick Engels, authoryzed english translation, edited and annotated by Frederick Engels (London, William Reeves, 185, Fleetstreet, E. C.), traducción de la cual reproduzco, en la presente edición, las notas agregadas.

El Manifiesto tuvo su destino. Cuando apareció, saludólo con entusiasmo la vanguardia, poco numerosa aún, del socialismo científico, y así lo atestiguan las traducciones citadas en el primer prefacio. La reacción, que comenzó con el aplastamiento sangriento de los obreros parisinos en junio de 1848, la colocó en el plano último. Luego fue puesto fuera de la ley, «en todas las formas de derecho», por la condenación de los comunistas de Colonia en 1852. Finalmente, con el movimiento obrero, surgido de la Revolución de febrero, el Manifiesto desapareció de la escena política.

Cuando la clase trabajadora recobró fuerzas, para un nuevo asalto contra el poder de las clases directoras, surgió la Internacional, que se proponía unir en un solo y poderoso ejército la totalidad de los obreros militantes de Europa y de América. He aquí por qué no podía tomar por punto de partida los principios enunciados en el Manifiesto. Erale necesario un programa que no excluyese, ni las trades-unions inglesas, ni a los proudhonianos belgas, franceses, italianos y españoles, ni a los lassallianos alemanes. Lassalle, en el curso de sus relaciones con nosotros, jamás dejó de llamarse discípulo de Marx, y huelga decir que se colocaba de este modo en el terreno del Manifiesto. No ocurría lo propio con sus secuaces, que se atenían a su proyecto de cooperativas de producción en comandita con los poderes públicos, y que dividían toda la clase trabajadora en dos categorías: la de los que pedían la ayuda del Estado y la de los partidarios del self help.

El programa presentado en la exposición de los motivos que preceden a los estatutos de la Internacional, fue redactado por Marx con una maestría reconocida hasta por Bakunin y por los anarquistas. Marx nunca esperó el triunfo final de las proposiciones emitidas en el Manifiesto más que del desenvolvimiento intelectual de la clase trabajadora, que conduciría a la discusión en común y a la acción en común. Los acontecimientos, las vicisitudes de la guerra contra el capital, las derrotas más todavía que las victorias, no podían dejar de ilustrar a los combatientes sobre la insuficiencia de las panaceas en que habían creído hasta entonces, y de preparar su mentalidad para una comprensión profunda de las verdaderas condiciones de la emancipación obrera. Marx tuvo razón, al pensarlo así. En 1874, cuando la Internacional fue disuelta, la clase trabajadora no se parecía en nada a la clase trabajadora de 1864, que la había fundado. El proudhonismo fenecía en los países latinos, el lassalleanismo, estrecho, se moría en Alemania, y aun las trades-unions inglesas, tan obstinadamente convervadoras, llegaban poco a poco a aquel estado de espíritu, que, en Swansea y en 1887 hizo decir al presidente de su Congreso: «El socialismo continental ha perdido para nosotros, su aspecto terrorífico.» Pero, en 1887, el socialismo continental apenas comulgaba en otra doctrina que en la contenida en el Manifiesto. Así, cabe decir que la historia de este documento refleja en cierto modo la historia del movimiento obrero moderno, a partir de 1848. Nadie duda de que no sea actualmente el escrito más difundido y el más internacional de toda la literatura colectivista, ni que constituya el programa común de varios millones de trabajadores de todos los países, desde Siberia hasta California.

Sin embargo, cuando apareció, no nos hubiéramos atrevido a denominarle un manifiesto socialista. En 1847, se daba el nombre de socialista a dos especies de espíritus: primeramente, a los secuaces de los diferentes sistemas utópicos, especialmente a los owenitas de Inglaterra y a los fourieristas de Francia, que no formaban ya entonces más que sectas atrofiadas y condenadas a desaparecer; y, en segundo lugar, a los farmacéuticos sociales de toda calidad, a los curanderos de toda índole, a los mercaderes de panaceas, a cuantos pretendían remediar el malestar colectivo, sin chocar en lo más mínimo con el capital. En ambos casos, tratábase de gentes colocadas al margen del movimiento obrero y que, antes bien, buscaban un apoyo en las clases «cultivadas». Por el contrario, a los obreros que, convencidos de la insuficiencia de las revoluciones puramente políticas, reclamaban un trastorno profundo de todo el orden social, se les llamaba comunistas. Su comunismo, completamente instintivo, fue a veces un tanto grosero. Pero tuvo la fuerza de engendrar dos sistemas de comunismo utópico; en Francia, el comunismo icariano de Cabet, y en Alemania, el comunismo de Weitling. En 1847, la palabra socialismo designaba un movimiento burgués, y la palabra comunismo un movimiento obrero. El socialismo, al menos en la Europa continental, había entrado hasta en los salones, cosa que no acontecía con el comunismo. Y, como desde entonces nosotros profesamos muy decididamente que «la emancipación de los trabajadores debe ser obra de los trabajadores mismos», no vacilamos ni por un instante sobre el término que elegiríamos, ni después nos vino nunca a la mente la idea de repudiarla.

«¡Proletarios de todos los países, uníos!» Voces en pequeño número habían respondido a este grito, cuando lo lanzamos al mundo hace cuarenta y dos años, la víspera de la primera de las revoluciones de París en que el proletariado hizo valer reivindicaciones en su propio nombre. Pero, el 28 de septiembre de 1864, proletarios llegados de la mayor parte de los países de la Europa occidental, se reunían para formar aquella Asociación Internacional de los Trabajadores, de gloriosa memoria. Verdad que la Internacional no vivió más que nueve años. Pero la alianza eterna de los proletarios de todos los países, que fundó, permanece en pie, es más vivaz que nunca, y de su persistencia, tanto como de su eficacia, da el mejor testimonio la jornada de hoy. En el momento en que escribo estas líneas, el proletariado europeo y americano pasa revista a sus fuerzas militantes y moviliza un ejército único, que marcha bajo una bandera única y que tiene una finalidad próxima: la fijación por la ley de la jornada normal de ocho horas, reivindicada ya por el Congreso de la Internacional, celebrado en Ginebra en 1886, y de nuevo reivindicada por el Congreso Obrero de París en 1889. El espectáculo a que asisten actualmente, hará ver a los capitalistas y a los latifundistas de todos los países, que los proletarios de todos los países se mantienen, en efecto, unidos. ¿Por qué Marx no estará a mi lado, para contemplar con sus propios ojos tan grandioso hecho?

Federico Engels  

Londres, 1 de mayo de 1890.

(páginas 19-29.)

Manifiesto del Partido Comunista

Capítulo primero

Palabras liminares

1. Europa está obsesionada por un espectro: el espectro del comunismo. Todas las potencias de la vieja Europa, el Papa y el zar, Metternich y Guizot, radicales de Francia y policía de Alemania, se han coaligado para batir a este espectro. Cítese un partido de oposición que no haya sido desacreditado como comunista por sus competidores al poder, y que, a su vez, no haya devuelto la acusación de comunismo como una nota infamante, lo mismo contra los partidos más avanzados en su terreno, que contra sus enemigos de los partidos reaccionarios. De donde se saca una doble lección: 1) que, a partir de hoy día, el comunismo ha quedado reconocido como una potencia por todas las potencias europeas; 2) que, para los comunistas, ha llegado la hora y la ocasión de exponer, a los ojos del mundo, sus opiniones, sus fines, sus tendencias, y de oponer a la pueril leyenda del espectro comunista un manifiesto auténtico del partido. Comunistas de las nacionalidades más diversas se han reunido en Londres y han redactado el manifiesto que sigue, y que aparece en lengua inglesa, francesa, belga, danesa, alemana e italiana.

(páginas 31-32.)

Capítulo II

Burgueses y proletarios

2. Hasta el presente, toda la historia de la sociedad humana es la historia de luchas de clases. Hombres libres y hombres esclavos, patricios y plebeyos, barones de la feudalidad y siervos de la gleba, maestros del gremio y oficiales del mismo, en suma, opresores y oprimidos, han estado siempre en lucha, ya franca, ya encubierta, pero lucha sin cuartel, que infaliblemente ha terminado, bien por una subversión revolucionaria de la sociedad entera, bien por la destrucción de las dos clases en conflicto. En las épocas históricas anteriores a la nuestra, vemos por doquiera a la colectividad ofrecer toda una organización compleja de clases distintas, y encontramos una jerarquía de rangos sociales múltiples. Así tenemos, en la antigua Roma, a los patricios, a los caballeros, a los plebeyos, a los esclavos, y en la Edad media, a los señores, a los siervos, a los vasallos, a los maestros, a los oficiales, y observamos que cada una de estas clases ofrece a su vez una jerarquía particular, que tolera o soporta.

3. La sociedad moderna, o sea, la sociedad burguesa, nacida del hundimiento de la sociedad feudal, no ha abolido los antagonismos de clases, ni hecho más que substituir por clases nuevas, por nuevas posibilidades de opresión, por nuevas formas de lucha, a las de los tiempos anteriores. Nuestra época, la época de la burguesía, tiene, sin embargo, un carácter particular, y es el de haber simplificado los antagonismos de clases. Sin interrupción y cada vez en mayor medida, la sociedad entera se divide en dos grandes campos enemigos y en dos grandes clases directamente opuestas: la burguesía y el proletariado. Los siervos de la Edad Media engendraron los burgueses de los primeros municipios, y de esta burguesía municipal brotaron los primeros gérmenes de la burguesía moderna. El descubrimiento de América y la circunnavegación del África suministraron un suelo nuevo a la burguesía que nacía. El mercado de las Indias Orientales y de la China, la colonización de América, los intercambios comerciales con las colonias, la multiplicación de los medios de cambio y en general, de las mercancías, dieron al comercio, a la navegación, a la industria, un esplendor hasta entonces desconocido, y, a la vez, apresuraron el crecimiento del elemento revolucionario presente en el corazón de la sociedad feudal que se derrumbaba.

4. En lo sucesivo, el antiguo sistema feudal de producción industrial por medio de gremios y de maestranzas no dio ya abasto a los pedidos crecientes de estos nuevos mercados, y fue substituido por el sistema manufacturero. Ante la pequeña burguesía industrial, desaparecieron los gremios, y la división del trabajo entre las diferentes corporaciones, quedó reemplazado por la división del trabajo entre los obreros de un mismo taller. Pero los pedidos seguían en aumento, se abrían sin cesar nuevos mercados, y el sistema manufacturero resultó a su vez insuficiente. Entonces la producción industrial fue revolucionada por las máquinas y por el vapor. El sistema moderno de la industria se desarrolló en todas sus gigantescas proporciones, y, en lugar de una clase media, hallamos industriales millonarios, jefes de ejércitos enteros de trabajadores. Tales son los burgueses modernos, los capitalistas. Porque la gran industria creó el mercado universal, ya preparado por el descubrimiento de América, y el mercado universal dio un extraordinario desarrollo al comercio y a los medios de comunicación por tierra y por mar. Esto influyó sobre la expansión de la industria, y en las mismas proporciones que la industria, el comercio, la navegación y los caminos de hierro se extendían, la burguesía se desarrollaba, aumentaba su capital, y dejaba rezagadas a todas las demás clases transmitidas por la Edad Media.

5. La burguesía moderna es, pues, la resultante de un largo desenvolvimiento y de toda una serie de revoluciones en los métodos de producción y de cambio. A cada grado de evolución industrial atravesado por la burguesía, siguió paralelamente el grado de desarrollo político que le correspondía. Oprimida bajo el régimen feudal, la burguesía revistió primero la forma de asociación que se regía a sí misma en las municipalidades de la Edad Media. En unos países, la encontramos bajo la forma de república comercial o de ciudad libre, y, en otros, como el Tercer Estado sujeto al vasallaje de la monarquía. Más adelante, cuando se impuso el sistema manufacturero, y antes de la introducción del vapor, la burguesía vino a ser la fuerza que contrarrestaba a la de la nobleza, tanto en las monarquías aristocráticas como en las absolutas, y la piedra de asiento y la base esencial de éstas, cualquiera que fuese su índole. Por último, desde el establecimiento del nuevo sistema industrial y del mercado universal, la burguesía conquistó la posesión exclusiva del poder político en el Estado representativo moderno. Los Gobiernos de los tiempos actuales no son ya en realidad otra cosa que Comités instituidos para cuidar de los negocios comunes de la clase burguesa.

6. Desde el primer momento, la burguesía representó, en la historia, un papel revolucionario. En cuanto obtuvo el poder, destruyó todas las relaciones feudales, patriarcales e idílicas de la existencia social. Implacablemente rompió, uno por uno, todos los eslabones de aquella cadena feudal que ataba a los hombres a los que les eran superiores por su nacimiento, y no dejó subsistir, entre hombre y hombre, otro lazo que el del interés desnudo, en que el sentimiento no toma parte alguna, y todo se reduce al pago al contado. La burguesía cambió la dignidad personal en valor venal y reemplazó, con la simple y desordenada libertad del comercio, las numerosas libertades municipales, tan trabajosamente conquistadas en la Edad Media. El entusiasmo caballeresco y las emociones piadosas, se esfumaron ante el soplo helado de sus cálculos egoístas. En una palabra: la burguesía colocó la explotación abierta, directa, descarada, en el lugar del sistema anterior de explotación, escondida tras ilusiones políticas y religiosas; rasgó el velo sagrado que cubría los diversos modos de la actividad humana y los hacía venerables y venerados; convirtió a los médicos, a los jurisconsultos, a los sacerdotes, a los poetas y a los filósofos, en sus servidores asalariados; desgarró el sugestivo vestido sentimental que cubría los lazos domésticos y redujo las relaciones de familia a una simple cuestión metálica. Además, demostró que la fuerza bruta de la Edad Media, tan admirada por los reaccionarios, tenía su compensación lógica y completo natural en la ociosidad disoluta, pero demostró también lo que puede realizar la actividad humana, y creó maravillas muy superiores a las pirámides de Egipto, a los acueductos romanos y a las catedrales góticas, y sus expediciones superaron mucho a las antiguas cruzadas y a las antiguas emigraciones.

7. La burguesía no puede existir sino a condición de transformar constantemente las máquinas e instrumentos de producción y cambiando sin cesar el sistema de ésta, es decir, toda la organización social. La persistencia en los antiguos métodos de producción era, por el contrario, la condición fundamental de su existencia para todas las clases industriales anteriores. Un cambio continuo en los métodos de producción y un estado perpetuo de agitación e inseguridad sociales, es lo que distingue a la época burguesa de todas las que le precedieron. Los antiguos vínculos que unían a los hombres y sus viejas creencias e ideas desaparecen rápidamente, y todo lo que se consideraba como santo y venerable, es vilipendiado, y los hombres se ven forzados a estimar sus relaciones mutuas y el problema de la vida desde el punto de vista más profano.

8. La necesidad de un mercado, creciente sin cesar para sus productos, esparce a la burguesía por todo el globo. Obligada por esta necesidad, ha tenido que fundar factorías, establecer relaciones y crear medios de comunicación por todas partes. Por ministerio de este mercado universal ha dado al consumo una tendencia cosmopolita. Con gran sentimiento de los reaccionarios, la burguesía ha quitado al sistema industrial moderno su base nacional. Las antiguas manufacturas nacionales fueron destruidas o están a punto de serlo, para ser sustituidas por nuevas industrias cuya introducción llegue a ser una cuestión vital para todos los países civilizados. Las primeras materias de éstos, en vez de ser indígenas, vienen de los más lejanos climas; sus productos, en vez de ser consumidos por el mercado nacional, son vendidos en el mundo entero; y, en vez de las antiguas necesidades nacionales, satisfechas con productos propios, encontramos por todas partes necesidades nuevas, que sólo pueden ser satisfechas con productos de los países más remotos, de las latitudes más diversas. Los mismos hechos se reproducen en la esfera intelectual. Los productos literarios y científicos de las diferentes naciones tienden a convertirse en propiedad común. Las ideas patrióticas estrechas, así como las limitaciones mentales, se hacen cada día más difíciles y se forma una literatura universal de las numerosas literaturas locales, y una ciencia cosmopolita de las diferentes ciencias de cada nación.

9. Con los mejoramientos incesantes de las máquinas y de los medios de transporte, la burguesía conduce a los salvajes más bárbaros al círculo mágico de la civilización. La baratura: tal es la artillería que usa para batir las murallas de la China y para vencer la obstinada aversión mantenida contra los extranjeros por los pueblos medio civilizados. Los burgueses, con su concurrencia, imponen la adopción de su sistema de producción, bajo peligro, sino, de inevitable ruina y obligar a las naciones a aceptar lo que se llama civilización, es decir, a convertirse en burguesas. De esta manera es como la clase media reconstruye el mundo a su imagen y semejanza.

10. La burguesía ha puesto al campo bajo la influencia de la ciudad, ha creado enormes centros de población, y, con el gran crecimiento de ésta en los distritos manufactureros, en comparación con su desarrollo en los distritos agrícolas, ha preservado, en cada país, a una gran parte de sus habitantes del idiotismo de la vida rural. La burguesía, no sólo ha supeditado el campo a la ciudad, sino que ha hecho a las tribus bárbaras y semicivicilizadas, dependientes de las naciones civilizadas; a las naciones agrícolas dependientes de las manufacturas; al Oriente dependiente del Occidente.

11. Las divisiones y los elementos de propiedad, de producción y de población, se esfuman bajo el régimen burgués. Este régimen aglomera la población, centraliza los medios de producción, concentra la propiedad en un pequeño número de manos. Consecuencia de ello es la centralización política. Las provincias independientes, con intereses diversos, rodeada cada una de ellas de una línea de aduanas y colocadas bajo un gobierno local distinto, se agrupan en una sola nación, bajo un solo Gobierno, sujetas a las mismas leyes, con una línea única de aduanas, con una tarifa única y con un interés nacional común.

12. La burguesía no lleva un siglo de existencia como clase soberana, y, sin embargo, ha creado fuerzas productivas más gigantescas que todas las anteriores generaciones juntas. El sometimiento de los elementos de la Naturaleza, el desenvolvimiento de la mecánica, la aplicación de la química a la agricultura y a la industria, así como los ferrocarriles, los telégrafos, los buques de vapor, el cultivo de continentes enteros, la canalización de millares de ríos, y, finalmente, numerosas poblaciones y ejércitos industriales han surgido como por arte de magia. ¿Qué generación anterior habría soñado nunca que tales fuerzas productivas existiesen latentes en la sociedad?

13. Ya hemos visto que estos medios de producción y de comercio, que han servido de base al desarrollo de la clase media, empezaron a formarse en la época del feudalismo. Al llegar a un cierto grado en la evolución de dichos medios, la organización bajo la cual la sociedad medioeval producía y cambiaba, la organización antigua de la producción agrícola e industrial, en una palabra, las condiciones de la propiedad feudal, terminaron, por no corresponder ya al crecimiento de las fuerzas productivas. Tales condiciones vinieron a ser una traba, se convirtieron en cadenas que había necesidad de romper y se rompieron. Fueron reemplazadas por la competencia ilimitada, por una constitución social adaptada a ella, por la supremacía económica y política de la burguesía.

14. Actualmente, se efectúa a nuestra vista una modificación semejante. La sociedad burguesa moderna, que ha revolucionado las condiciones de la propiedad, y que ha hecho surgir medios colosales de producción y de cambio, semeja al mago que conjura a los poderes de las tinieblas, pero que no puede dominarlos, ni librarse de ellos, cuando aparecen. La historia de las manufacturas y del comercio ha sido, durante muchos años, la historia de las rebeliones de la potencia productiva moderna contra el sistema industrial moderno y contra las condiciones modernas de la propiedad, que son vitales, no sólo para la preponderancia de la burguesía, sino para su misma existencia. Nos será suficiente mencionar las crisis comerciales que, en cada una de sus periódicas apariciones, ponen cada vez más en peligro la vida de la burguesía. En cada crisis hay, no sólo una cantidad de productos industriales destruidos, sino también una parte considerable de las fuerzas productivas aniquilada. Preséntase una epidemia social, la epidemia de la superproducción, que había parecido una contradicción a todas las generaciones precedentes. De pronto, la sociedad se encuentra momentáneamente sumergida en la barbarie, y un hambre o una guerra devastadora la privan de repente de sus medios de subsistencia. Las manufacturas y el comercio parecen destruidos. ¿Por qué? Porque la sociedad tiene demasiada civilización, demasiadas necesidades, demasiada industria, demasiado comercio. Las fuerzas productivas de la sociedad no son ya un instrumento burgués de civilización ni una condición burguesa de la propiedad, antes el contrario, esas fuerzas se han hecho demasiado poderosas para el sistema que les pone límites, y, cada vez que traspasa estos límites artificiales, conmueve el sistema social burgués y hace peligrar la propiedad burguesa. El sistema social de la pequeña burguesía es hoy demasiado estrecho para contener las riquezas que la gran burguesía ha producido. ¿De qué manera procuran los burgueses resistir estas crisis comerciales? Por un lado, destruyendo masas de fuerzas productivas, y, por otro, abriendo nuevos mercados y obstruyendo los antiguos. Es decir, que abren las vías a crisis más peligrosas y más universales, y disminuyen los medios de prevenirlas.

15. Las armas con que la burguesía abatió al federalismo, se han vuelto ahora contra ella. Y la burguesía, no solamente ha preparado las armas que han de destruirla, sino que ha dado vida también a los hombres que están destinados a emplear dichas armas; eso es, a los obreros modernos, a los proletarios. El creciente desenvolvimiento del proletariado ha seguido al de la burguesía, es decir, al acrecentamiento del capital, pues el obrero moderno no puede vivir sino cuando encuentra trabajo, y únicamente lo encuentra cuando su trabajo acrecienta el capital. Estos obreros, que tienen que venderse al mejor postor, constituyen una mercancía como los demás artículos de comercio, y, por consiguiente, están sujetos del mismo modo a todas las variaciones del mercado y a todos los efectos de la concurrencia. Con la división del trabajo y la generalización de las máquinas, el trabajo ha perdido su carácter individual, y, por consiguiente, todo encanto e interés para el obrero, que se ha convertido en un accesorio o en una parte de las máquinas, y por eso, no se exige de él más que una operación fatigosa, monótona y puramente mecánica. El gasto que el obrero cuesta al capitalista es, por ende, igual al coste de su manutención y de la propagación de su raza. El precio del trabajo, lo mismo que el de cualquiera otra mercancía, es igual al coste de la producción. A consecuencia de esto, los salarios disminuyen conforme el trabajo se va haciendo mecánico, monótono, fatigoso y repulsivo. Finalmente, a medida que aumenta la división del trabajo y la aplicación de las máquinas, aumenta también la suma del trabajo, o en la cantidad de labor en un tiempo dado, o por una mayor velocidad de las máquinas empleadas.

16. El sistema industrial moderno ha reemplazado el pequeño taller del antiguo maestro patriarcal, por la fábrica del burgués capitalista. Masas obreras se hallan amontonadas en un gran establecimiento, organizadas como un regimiento de tropas y sometidas a la dirección de una jerarquía completa de oficiales, sargentos y cabos. Estos obreros son, no solamente esclavos de la clase burguesa y del régimen burgués, sino que, cada día y en cada momento, son los esclavos de la máquina, del contramaestre, de los dueños y de los empleados, y ese despotismo es tanto más repugnante, despectivo y duro, cuanto que se proclama abiertamente que su único objeto y su único fin es la ganancia.

17. Conforme el trabajo exige menos fuerza y menos habilidad, es decir, en proporción al desarrollo mismo del sistema industrial moderno, se efectúa el empleo del trabajo de las mujeres y de los niños en substitución del de los hombres. Las diferencias de sexo y de edad no tienen hoy ninguna significación social para los proletarios, que no son ya otra cosa que máquinas de trabajo, que cuestan más o menos, según su sexo o su edad.

18. Una vez terminada la explotación del obrero por el fabricante, que le ha exprimido todo cuanto le ha sido posible, los demás burgueses, como pequeños industriales, comerciantes, propietarios, arrendadores y prestamistas, caen sobre él como otras tantas furias. Pero los individuos de estos grados inferiores de la burguesía tienden a convertirse en proletarios a su vez, en parte porque su pequeño capital sucumbe ante la competencia millonaria, y, en parte, por los cambios incesantes de las maneras de producción que desprecian su destreza y habilidad especiales. Así, el proletariado se forma de las diferentes clases de la población.

19. El proletariado pasa por muchas etapas de desarrollo, pero su lucha con la burguesía arranca de su nacimiento. Primero, la lucha económica se ha llevado a cabo por obreros aislados, luego, por los que pertenecían a un mismo establecimiento, y, después por los de un mismo oficio y en la misma localidad contra los individuos de la burguesía que los explotaban directamente. Estos obreros atacan, no sólo el sistema burgués, sino hasta a los instrumentos de la producción: destruyen las máquinas y las mercancías extranjeras, que hacen la competencia a sus productos; queman las fábricas y se esfuerzan por volver a la posición que ocupaban los productores de la Edad Media.

20. El proletariado, en esa farsa, es una masa desorganizada, diseminada por todas partes y dividida por la competencia. Más adelante, los proletarios se unen de una manera más compacta, pero esto no es el resultado de su propio desenvolvimiento, sino la consecuencia de la unión de la clase burguesa, pues los burgueses han tenido hasta aquí la necesidad y el poder de poner en movimiento al proletariado entero para el cumplimiento de su propio fin político, desenvuelto ya en cierto grado. Por ende, los proletarios no combaten primero a sus propios enemigos, sino a los enemigos de sus enemigos, a los restos de la monarquía absoluta y de la nobleza, así como a los burgueses no productores o dedicados al comercio. Así, todo el movimiento histórico está, hasta ahora, en manos de la burguesía, y toda victoria va en su provecho.

21. El crecimiento del proletariado se corresponde con el crecimiento de la industria. Las clases obreras encuéntranse reunidas en grandes masas y aprenden a conocer su fuerza. El interés y las circunstancias de los diferentes oficios se identifican, porque las máquinas tienden a reducir los salarios al mismo nivel y a establecer cada vez menos diferencias entre las diversas clases de trabajo. El aumento de la competencia entre los burgueses y las crisis comerciales, que son su consecuencia, hacen la condición de los proletarios cada vez más lamentable, y los choques, individuales al principio, toman poco a poco el carácter de una lucha entre dos clases. Los obreros comienzan a formar sociedades de resistencia contra los amos; promueven huelgas en masa, para evitar la reducción de sus salarios; crean asociaciones para ayudarse mutuamente y para prepararse en caso de huelga. En algunos sitios, la lucha toma carácter de motín.

22. De cuando en cuando, los proletarios salen triunfantes, pero es sólo por un momento. El verdadero resultado de sus luchas no es el triunfo inmediato, sino la coalición siempre creciente entre ellos. Tal coalición se encuentra favorecida por la facilidad de las comunicaciones, que ponen en contacto mutuo a los proletarios perteneciente a las localidades más apartadas entre sí. Este contacto es lo que se necesita para convertir luchas locales sinnúmero, que tienen todas el mismo carácter, en una lucha nacional, en una lucha política, y la unión que los burgueses de la Edad Media, con sus malos caminos vecinales, tardaron siglos en realizar, los proletarios modernos, por medio de los ferrocarriles, la llevan a cabo en unos cuantos años.

23. La organización del proletariado como clase, y, consiguientemente, como partido político, se ve sin cesar destruida por la competencia que los propios obreros se hacen entre sí. Pero reaparece incesantemente, y cada vez más fuerte, más compacta, más extensa. Aprovechándose de las divisiones intestinas de la clase imperante, obliga a ésta a reconocer, en forma de leyes, ciertos intereses de la clase trabajadora. Ejemplo: el bill de las diez horas en Inglaterra.

24. Las colisiones que se producen en el seno de la antigua sociedad, activan de varios modos el desenvolvimiento del proletariado. La burguesía vive en un estado de lucha incesante: primero contra la aristocracia; luego, contra esa parte de ella misma, cuyos intereses llegan a oponerse al progreso de la producción industrial; y por último, contra la burguesía de los otros países. En todas estas luchas, la burguesía se ve obligada a llamar en su ayuda al proletariado, y, por tanto, a arrastrarle en el movimiento político. Así, pues, la burguesía suministra al proletariado los elementos de desarrollo que le son propios, es decir, armas contra ella misma.

25. Además, como ya hemos visto, los progresos de la industria arrojan continuamente fracciones considerables de la clase dominante a las filas de los proletarios, o, por lo menos, amenazan sus condiciones de existencia. Estos burgueses desclasificados, aportan también numerosos elementos educativos de desarrollo. En fin, cuando la lucha de las clases se aproxima al momento decisivo, la disolución de la clase dominante y de toda la vieja sociedad toma un carácter tan violento y tan significativo, que una pequeña fracción de la burguesía se separa de ella y se une a la clase revolucionaria, a la que pertenece el porvenir. En otro tiempo, una parte de la nobleza se puso al lado de la burguesía. Hoy, una parte de la burguesía se une al proletariado, y esta parte sale especialmente de la burguesía intelectual, de los pensadores de la clase media, que han comprendido teóricamente la marcha del movimiento histórico moderno.

26. De todas las clases que luchan hoy contra la burguesía, el proletariado es la única verdaderamente revolucionaria. Las demás clases degeneran y desaparecen con la gran industria, mientras que el proletariado es la consecuencia natural e inevitable de ella, su auténtico producto. Los pequeños industriales, los pequeños comerciantes, los artesanos, los labradores, no luchan sino para salvar su posición como minúsculos capitalistas. No son revolucionarios, sino conservadores, y hasta reaccionarios, pues se esfuerzan en hacer retrogradar al carro de la historia. Cuando estas clases secundarias son revolucionarias, lo son tan sólo por su absorción inevitable por el proletariado, en cuyo caso no defienden ya sus intereses inmediatos, sino los venideros, y abandonan el punto de vista de su clase para tomar el de la clase obrera. En cuanto a la hez del pueblo, esa chusma encanallada y esa podredumbre pasiva de las capas más bajas de la sociedad antigua, se ve acá y acullá lanzada al movimiento por una revolución proletaria. Pero su posición social hace de ella generalmente un instrumento venal en manos de los intrigantes de todas las reacciones.

27. Las condiciones vitales de la vieja sociedad llevan ya el germen de su destrucción en las condiciones vitales en que han venido a colocar al proletariado. El proletario carece de propiedad y sus relaciones con esposa e hijos no tienen nada de común con las relaciones familiares de la burguesía. El trabajo industrial moderno y la sujeción del trabajo al capital, en Inglaterra lo mismo que en Francia, en Alemania lo mismo que en América, lo ha despojado de su carácter nacional. Ley, moral, religión, son para el proletario otras tantas preocupaciones burguesas, bajo las cuales se esconden otros tantos intereses burgueses.

28. Hasta ahora, todas las clases que han conquistado el poder han procurado asegurar la posición social ya adquirida, imponiendo al resto de la sociedad sus propias condiciones de apropiación. Los proletarios no podrán conquistar las fuerzas sociales productivas, sino aboliendo su propia manera de apropiación, es decir, en general, la manera de apropiación de la sociedad empleada hasta ahora. Los proletarios no poseen nada que necesiten asegurar y tienen que destruir todas las garantías de la propiedad privada existente.

29. Hasta ahora, también, todos los movimientos históricos han sido movimientos de minorías, o en provecho de minorías. El movimiento proletario es, por el contrario, el movimiento independiente de la inmensa mayoría en provecho de la inmensa mayoría. El proletariado, última capa de la sociedad actual, no puede sublevarse sin hacer saltar todas las capas superiores que forman la sociedad oficial moderna.

30. Aunque la lucha del proletariado contra la burguesía no es, en realidad, una lucha nacional en su fondo, tendrá que serlo en su forma, pues será necesario que el proletariado de cada país ajuste las cuentas primero a su propia burguesía. Al describir las fases más generales del desarrollo del proletariado, hemos seguido la guerra civil, más o menos latente, que desgarra la sociedad, hasta el punto en que estalle en revolución abierta, y en que el proletariado erija su propia dominación sobre las ruinas de la dominación burguesa.

31. Hemos visto que todas las antiguas formas de la sociedad se han apoyado en el antagonismo de clases opresoras y oprimidas. Mas, para oprimir a una clase es preciso que se le aseguren por lo menos las condiciones en las cuales pueda continuar su existencia de esclavitud. El siervo de la Edad Media, aparte de su servidumbre se eleva al rango de miembro del municipio. El pequeño burgués, bajo el yugo monárquico feudal, llega a la situación del burgués moderno. Pero el proletario, en vez de mejorar su condición con el desenvolvimiento de la industria, desciende cada día más y más, hasta colocarse por debajo del nivel de las condiciones de existencia de su propia clase. El proletario cae en la mayor miseria, y el pauperismo crece con más rapidez todavía que la riqueza y que la población. He aquí, pues, la prueba de que la burguesía es impotente para seguir siendo por más tiempo la clase dominante de la sociedad, y para imponerle como ley suprema las condiciones de existencia de su propia clase. La burguesía es incapaz de gobernar, porque es incapaz de asegurar a sus esclavos la existencia misma como esclavos, y porque no puede ya impedir a los obreros que lleguen a una situación en la cual, en vez de ser alimentada por ellos, la burguesía se vea obligada a alimentarlos. La sociedad no puede existir ya bajo el dominio de esta clase, y, de hoy más, la existencia de la burguesía es incompatible con la de la sociedad.

32. La condición indispensable de la existencia y de la supremacía de la burguesía es la acumulación de la riqueza en las manos de los particulares, es decir, la creación y la acumulación del capital individual. La condición de existencia del capital es el trabajo asalariado, y éste está fundado en la competencia de los proletarios entre sí. Mas, el progreso de la industria, cuyo agente involuntario es la burguesía, hace que el estado de aislamiento de los proletarios, producto de la competencia, sea reemplazado por la unión revolucionaria, producto de la asociación. El progreso de la industria destruye, pues, bajo los pies de la burguesía, la base sobre la cual ésta hace producir y se apropia de los productos del trabajo. La burguesía engendra, por sí misma, a sus propios enterradores. Su destrucción es tan inevitable como el triunfo del proletariado.

(páginas 33-57.)

Capítulo III

Proletarios y comunistas

33. ¿Qué relación existe entre los comunistas y los demás proletarios? Los comunistas no forman un partido opuesto a los otros partidos obreros, pues sus intereses no son distintos de los del proletariado en general, y no pretenden modelar el movimiento reivindicativo de los trabajadores con arreglo a un principio presentado por ellos. Se distinguen de las otras fracciones de la clase obrera en dos puntos: primeramente, en que en las diferentes luchas nacionales de los trabajadores, los comunistas abarcan el interés total y común del proletariado, desprendiéndolo de todo interés de nacionalidad; y, en segundo lugar, en que durante las diversas etapas del desenvolvimiento de la guerra entre la burguesía y el proletariado, los comunistas abrazan los intereses del movimiento entero.

34. Prácticamente, los comunistas forman la parte más decidida de los proletarios de todos los países, y son los que impulsan siempre hacia adelante a los demás. Teóricamente, tienen sobre la masa del proletariado la ventaja de su conocimiento de las condiciones, de la marcha y de los resultados del movimiento proletario en conjunto. El fin inmediato de los comunistas es el de todos los proletarios: organización del proletariado como clase, destrucción de la supremacía burguesa y conquista del poder político por el proletariado.

35. Los postulados teóricos de los comunistas no están basados en modo alguno sobre ideas o principios descubiertos por tal o cual reformador, sino que son la expresión general de relaciones existentes de hecho en una lucha de clases dada, y en un movimiento que se realiza ante nuestros ojos. La supresión de ciertas relaciones de propiedad no constituye el carácter distintivo del comunismo.

36. Todas las formas de la propiedad han sufrido continuos cambios históricos. La Revolución Francesa, por ejemplo, destruyó la propiedad feudal para substituirla por la propiedad burguesa. El carácter distintivo del comunismo no consiste, pues, en la exigencia de que sea abolida una determinada forma de propiedad, sino la propiedad privada burguesa. Pero, como la propiedad privada burguesa es la última y más exacta expresión del modo de producción y de apropiación basado en el antagonismo de clases y en la explotación de los unos por los otros, en este sentido pueden sin duda los comunistas resumir toda su teoría en esta sola expresión: abolición de la propiedad privada.

37. Se suele echar en cara a los comunistas el querer suprimir la propiedad adquirida personalmente por medio del trabajo, base de toda libertad, de toda actividad y de toda independencia personales. ¡La propiedad adquirida por medio del trabajo! ¿Se alude a la propiedad del pequeño industrial, del pequeño comerciante, del pequeño labrador, propiedad que precede a la actual propiedad burguesa? No tenemos necesidad de abolirla, pues el proceso de la industria la ha abolido ya... y sigue aún destruyéndola diariamente. ¿Quieren referirse a la propiedad burguesa actual? ¿Pero crea, acaso, el trabajo, en el sistema del salario, propiedad para el asalariado? No. Lo que crea es capital, es decir, la propiedad que explota al trabajo asalariado y que no puede acrecentarse más que a condición de crear más trabajo asalariado, para explotarlo más y más. La propiedad, en su estado actual, se apoya sobre el antagonismo entre el capital y el trabajo asalariado. Examinemos este antagonismo por sus dos lados.

38. Ser capitalista significa ocupar, no sólo una posición personal, sino una posición social en el mecanismo de la producción. El capital es un producto colectivo, y no puede ser puesto en movimiento sino por la acción común de muchos y hasta, en último término, cabe decir que por la acción común de todos los miembros de la sociedad. Por lo tanto, no es el capital una potencia individual, es una potencia social. Consiguientemente, cuando el capital se transforma en propiedad que pertenezca en común a todos los miembros de la sociedad, la propiedad privada no se transformará por eso en propiedad social, puesto que ya lo era antes. Lo único que se transforma es el carácter social de la propiedad, que perderá su carácter de clase.

39. Analicemos ahora el trabajo asalariado. El precio medio del trabajo asalariado es el mínimum del salario, es decir, la cantidad de medios de subsistencia indispensable para perpetuar al trabajador como tal. Lo que el trabajador asalariado consigue por medio de su trabajo es sólo lo estrictamente necesario para la continuación de su existencia. De ningún modo tratamos de abolir esa apropiación personal de los productos del trabajo, indispensable para la reproducción de la vida inmediata, y cuya apropiación no deja ningún beneficio líquido que dé poder sobre el trabajo de los demás; queremos únicamente cambiar el carácter miserable de esta apropiación y en virtud del cual el trabajador sólo vive para aumentar el capital, en tanto que la clase dominante está interesada en que viva.

40. En la sociedad burguesa, el trabajo activo no es más que un medio de aumentar el trabajo acumulado, y en la sociedad comunista, el trabajo acumulado no es sino un medio de ensanchar, de enriquecer y estimular la vida de los trabajadores. En la sociedad burguesa, el pasado tiene la primacía sobre el presente, y en la sociedad comunista, es el presente el que tiene la primacía sobre el pasado. En la sociedad burguesa, el capital es independiente y personal, en tanto que el individuo está privado de independencia y de personalidad. ¡Y la destrucción de semejante sistema la llama la burguesía la destrucción de la personalidad y de la libertad! Tiene mucha razón. Lo que se trata de abolir es la personalidad, la independencia y la libertad burguesas.

41. En las condiciones actuales de la producción capitalista, la libertad significa cambio libre en el comprar y vender. Pero una vez suprimido el sistema del cambalache, el libre comercio tiene que caer con él. Las declamaciones del libre cambio, como todas las demás alharacas liberales de la burguesía no tienen significación más que como oposición a las trabas comerciales, a los pequeños burgueses oprimidos de la Edad Media; no significan absolutamente nada como oposición a la destrucción comunista del comercio, de las relaciones de producción burguesa y de la misma burguesía.

42. ¡Nos reprocháis duramente porque queremos suprimir la propiedad privada! Y, sin embargo, la propiedad está ya abolida en vuestra actual sociedad para las nueve décimas partes de los ciudadanos; la primera condición para la existencia de la propiedad privada es precisamente la no existencia para las nueve décimas partes de la población. Nos censuráis, pues, el querer abolir una clase de propiedad que tiene por base necesaria la expropiación completa de la inmensa mayoría de los miembros de la sociedad. En una palabra, nos echáis en cara el querer abolir vuestra propiedad. Eso es precisamente lo que queremos. Desde el momento en que el trabajo no puede ya ser transformado en capital, en moneda, en renta territorial, en un poder social que pueda ser monopolizado; es decir, desde el momento en que la propiedad personal no pueda ya cambiarse en propiedad burguesa, desde este instante declaráis abolida la individualidad. Para vosotros, el individuo no es más que el burgués, el capitalista. En efecto, ese individuo será abolido. El comunismo no quita a nadie el que pueda apropiarse los productos sociales; pero sí el poder de subyugar, por medio de esta apropiación, el trabajo de los demás.

43. Se objeta que la actividad se acabará y que invadirá a la sociedad una pereza general el día que la propiedad privada quede abolida. Visto de este modo, la sociedad burguesa debería haberse arruinado hace mucho tiempo por la pereza, pues bajo su régimen no adquieren propiedad los que trabajan; sólo los que no trabajan la adquieren. Esta objeción se apoya en la proposición tautológica de que el día que no exista el capital tampoco existirá el trabajo asalariado.

44. Todas las objeciones hechas al método comunista de producción y apropiación de los productos materiales se han dirigido también a la producción y a la apropiación de los productos intelectuales.

Según opinión de la burguesía, la destrucción de la propiedad de clase lleva consigo la cesación de la producción, y de igual modo supone que la abolición de la civilización de clase es por completo igual a la cesación de la civilización en general. La civilización que transforma a los hombres en máquinas, es la civilización cuya muerte lamenta el burgués.

45. Mas no podéis discutir con nosotros, mientras midáis la abolición de la propiedad burguesa que pedimos con vuestras ideas burguesas de civilización, de derecho, libertad, &c. Vuestras ideas mismas son los productos de las relaciones de producción y de apropiación burguesas, así como vuestro derecho es solamente la voluntad de vuestra clase tomando forma de ley, voluntad cuyo contenido se impone a vosotros por las condiciones materiales de vuestra clase. Desde vuestro punto de vista, quizá demasiado interesado, interpretáis las condiciones de la producción y de la propiedad como leyes eternas de la Naturaleza y de la razón; condiciones que, aunque originariamente históricas, han de desaparecer por la evolución misma de la producción. Esta opinión es común a todas vuestras predecesoras clases dominantes. Lo que concebís perfectamente, cuando se trata de la propiedad antigua; lo que también concebís al tratarse de la propiedad feudal, no podéis concebirlo con respecto a la propiedad burguesa moderna.

46. ¡Abolir la familia! Ante este error que han atribuido a los comunistas, no pueden reprimir su cólera los radicales. ¿Cuál es, pues, la base de vuestra familia burguesa actual? La apropiación burguesa y el capital. La familia burguesa, plenamente desarrollada, sólo existe para el burgués, y encuentra su complemento en el forzoso celibato del proletario y en la prostitución pública. Con la desaparición de sus complementos desaparecerá por sí sola la familia burguesa, y, desapareciendo el capital, ambas tienen que desaparecer también. ¿Nos acusáis de que queremos dar término a la explotación que con los niños realizan sus padres? Confesamos, en efecto, este crimen.

47. ¿Nos reprocháis deshacer las relaciones más queridas sustituyendo a la educación doméstica con la educación social? ¿Es que vuestro sistema de educación no está determinado por la sociedad, por las relaciones sociales en los límites en que dais la instrucción, y por la influencia más o menos directa de la sociedad, por medio de las escuelas? Los comunistas no tratan de suprimir la influencia de la sociedad sobre la educación; sólo quieren que su carácter cambie, para librar a la educación de la influencia de una clase dominadora.

Las exclamaciones burguesas respecto a la familia, a la educación y a las afectuosas relaciones entre padres e hijos, son tanto más repugnantes cuanto que a consecuencia de la gran industria, todos los lazos de familia se rompen cada vez más para el proletario, y los niños se transforman en simples artículos de comercio, en instrumentos de producción.

48. La burguesía entera nos grita a coro: «Pero vosotros, los comunistas, ¿queréis la comunidad de las mujeres?» El burgués ve simplemente en su mujer un instrumento de producción: le dicen que los instrumentos de producción serán comunes, y él deduce lógicamente que las mujeres lo serán también. No se imagina siquiera que, por el contrario, de lo que se trata es de abolir la posición actual de la mujer como simple instrumento de producción. Por lo demás, no hay nada más ridículo que el horror ultramoral que fingen nuestros burgueses en lo que se refiere a la supuesta comunidad oficial de las mujeres entre los comunistas. Esta comunidad no es necesario que la introduzcan los comunistas, pues ha existido siempre; nuestros burgueses no se satisfacen con tener a su disposición las mujeres, las hijas de los proletarios y la prostitución oficial; gozan, además, de un placer particular al seducir recíprocamente sus mujeres. El matrimonio burgués es, en realidad, la comunidad de las esposas. A lo más, podría acusarse a los comunistas de querer sustituir con una comunidad franca, abierta, oficial, a una comunidad hipócrita y solapada. Por otra parte, es evidente que con la abolición de las relaciones actuales de la producción, la comunidad de las mujeres, que es su consecuencia, es decir, la prostitución (oficial o no), desaparecerá.

49. Se nos reprocha también el querer matar el patriotismo, el sentimiento nacional. Si el proletario no tiene patria, ¿cómo quitarle lo que no tiene? Supuesto que el proletario debe en primer lugar conquistar el poder político, elevarse a la categoría de clase dominante y constituirse en nación, él mismo es nacional; pero no en el sentido burgués.

Las divisiones y antagonismos de los pueblos desaparecen cada vez más ante el desarrollo de la burguesía, ante la libertad comercial, el mercado universal, la uniformidad de la producción industrial y las condiciones que son inherentes a su vida.

La supremacía del proletario las hará desaparecer aún más pronto. La acción combinada de todos los países civilizados, por lo menos, es una de las primeras bases necesarias de la emancipación proletaria.

A medida que vaya cesando la explotación de un individuo por otro, cesará también la explotación de una nación por otra. El antagonismo de las naciones desaparecerá cuando desaparezca el antagonismo de las clases, que les divide dentro de su propia nación.

50. Las acusaciones lanzadas contra los comunistas desde el punto de vista religioso, ideológico y filosófico, no tienen necesidad de un minucioso examen. ¿Se necesita una perspicacia demasiado sutil para comprender que con las condiciones de vida de los hombres, con sus relaciones y con su existencia social, sus opiniones, sus ideas, su conciencia, también deben transformarse?

¿Qué prueba la historia de las ideas sino que la producción intelectual se transforma al mismo tiempo que la producción material? Las ideas dominantes de una época no han sido nunca más que las ideas de la clase que entonces dominaba. Se habla de ideas que han revolucionado a la sociedad, pero con esto no se hace sino afirmar el hecho de que en el seno de la antigua sociedad se han formado los elementos de una sociedad nueva, y que la disolución de las viejas ideas marcha de consuno con la disolución de las viejas condiciones sociales. Cuando al mundo antiguo le llegó la hora de su agonía, el cristianismo triunfó sobre las religiones del antiguo mundo. Cuando los dogmas del cristianismo sucumbieron ante la filosofía del siglo XVIII, el feudalismo presentaba sus últimos combates a la burguesía. Las ideas de libertad religiosa, de libertad de pensamiento, no hicieron otra cosa que proclamar el imperio de la burguesía en el terreno religioso e intelectual.

51. Pero se nos objetará tal vez que si bien las ideas religiosas, morales, filosóficas, políticas y jurídicas se modifican con el desenvolvimiento histórico, la religión, la moral, la filosofía, la política y el derecho permanecen, no obstante, inmutables en todas las épocas. Se añade también que hay ciertas verdades eternas, tales como la libertad y la justicia, que son comunes a todos los estados de la sociedad. Pero el comunismo --se dice--destruye estas verdades eternas y se propone abolir la religión y la moral, en vez de darles una modalidad nueva; por lo tanto, contradice todas las formas anteriores del desenvolvimiento histórico.

¿A qué se reduce el contenido de esta objeción? La historia de la sociedad, hasta ahora, se mueve dentro del antagonismo de las clases, revelando diferentes formas según las diferentes épocas históricas. Cualquiera que sea la forma que esos antagonismos hayan revestido, la explotación de una parte de la sociedad por la otra es el hecho común a todos los siglos pasados. No nos sorprenda, pues, que la conciencia social de las edades, a pesar de todas las variaciones y de todas las diversidades, se haya movido siempre dentro de ciertas formas comunes; formas de conciencia que no desaparecerán por completo hasta que desaparezca el antagonismo de las clases. Siendo la revolución comunista la ruptura más radical con las relaciones tradicionales de la propiedad, no hay que extrañarse de que sus progresos traigan consigo la separación definitiva de todas las ideas tradicionales.

52. Mas dejemos a un lado las objeciones que hacen al comunismo los burgueses. Hemos visto que el primer paso de la revolución proletaria debe ser la conquista de la democracia, la elevación del proletariado a la situación de clase dominante. Los proletarios se servirán de su supremacía política para arrebatar poco a poco a la burguesía toda clase de capital, para centralizar todos los instrumentos de producción en manos del Estado, es decir, en las del proletariado organizado como clase gobernante, y para aumentar lo más rápidamente posible la masa de las fuerzas productivas.

53. Naturalmente, esto no puede llevarse a cabo sino por medio de ataques despóticos contra el derecho de propiedad y contra las relaciones de la producción burguesa; es decir, por medio de medidas que, consideradas en el aspecto económico, parecen insuficientes e insostenibles; pero que necesariamente, en el curso de la revolución, conducirán a la adopción de medidas más radicales y que son inevitables para cambiar plenamente el sistema de producción. Estas medidas serán diferentes según los diversos países; pero en los más adelantados, las siguientes serán, en general, aplicables:

I. Apropiación nacional de la tierra y aplicación de la renta a las necesidades del Estado.

II. Un gran impuesto progresivo.

III. Supresión de la herencia.

IV. Confiscación de la propiedad de los emigrados y de los rebeldes.

V. Centralización del crédito en manos del Estado, por medio de un Banco nacional, formado con el capital del Estado y un monopolio exclusivo.

VI. Centralización de todos los medios de comunicación y transporte en manos del Estado.

VII. Aumento de las manufacturas y de los instrumentos de producción; cultivo y mejora de los terrenos, con arreglo a un plan común.

VIII. Trabajo obligatorio para todos y organización de ejércitos industriales, sobre todo para la agricultura.

IX. Combinación de la industria agrícola y manufacturera, a fin de hacer desaparecer gradualmente el antagonismo existente entre la ciudad y el campo.

X. Educación pública y gratuita para todos; abolición completa del trabajo de los niños en las fábricas, tal como ahora se practica; combinación de la instrucción con la producción material, &c.

54. En cuanto las diferencias de clase hayan desaparecido en el curso del desenvolvimiento de la nueva sociedad, en cuanto la producción se haya concentrado en manos de los individuos asociados, el poder público perderá su carácter político. El poder político, propiamente dicho, no es otra cosa que el poder de una clase organizado para oprimir a otra clase. Cuando el proletariado, obligado a organizarse como clase durante su lucha con la burguesía, se haya hecho clase dominante por medio de una revolución, y como tal clase haya destruido por la fuerza las viejas relaciones de producción, habrá destruido forzosamente las bases de todo antagonismo de clase, de toda existencia de clases, y por consecuencia, de su supremacía como tal clase. La vieja sociedad burguesa, con sus distinciones y sus antagonismos, dejará el puesto a una asociación en que el libre desenvolvimiento de cada uno producirá el desenvolvimiento de todos.

(páginas 59-76.)

Capítulo IV

Literatura socialista y comunista

1. Socialismo reaccionario.

a) Socialismo feudal.

55. Por su misma posición histórica, las aristocracias francesa e inglesa entre otras, se hallaron llamadas a lanzar libelos contra la sociedad burguesa moderna. Y ello se explica porque, en Francia, en la Revolución de julio de 1830, y en Inglaterra, en el movimiento de los reformbills, ambas aristocracias habían sucumbido a manos del odiado advenedizo. Para ellas, no había lugar ya a una lucha política con carácter serio. Quedábales tan sólo la lucha literaria. Pero en el terreno literario la añeja fraseología de la Restauración había llegado a ser francamente insoportable. Para crearse simpatías, la aristocracia veíase, pues, obligada a olvidar en apariencia sus propios intereses y a presentar su acta de acusación contra la burguesía solamente en interés de la clase obrera explotada. De este modo se proporcionó el placer de abrumar con canciones sarcásticas e injuriosas a sus nuevos dueños y murmurar en sus oídos profecías más o menos funestas. Así se formó el socialismo feudal, olla podrida de jeremiadas y payasadas, de ecos del pasado y amenazas para el porvenir. Si alguna vez su crítica mordaz y aguda hiere a la burguesía en el corazón, su absoluta impotencia para comprender la marcha de la historia moderna le ponen completamente en ridículo.

56. Estos señores enarbolaban como bandera, alrededor de la cual debía agruparse el pueblo, el zurrón del proletario; pero cuando el pueblo acudió al llamamiento y vio que el otro lado estaba ornado por el antiguo blasón feudal, se dispersó, lanzando carcajadas irrespetuosas. Una parte de los legitimistas franceses y la «Joven Inglaterra» han divertido al mundo con este gracioso espectáculo. Cuando los adalides del feudalismo demuestran que su modo de explotación se diferenciaba del de la burguesía, se olvidan de añadir que ellos explotaban en condiciones y circunstancias totalmente distintas y caducadas hoy. Cuando prueban que bajo su régimen el proletariado no existía, no dicen que la burguesía moderna fue precisamente un fatal retoño del orden social feudal.

57. Por lo demás, se cuidan tan poco de ocultar el carácter reaccionario de su crítica, que fundan su queja principal contra la burguesía en que su régimen crea una clase que mina todo el antiguo orden social. Acaso perdonarían a la burguesía el haber producido un proletariado, si éste no fuera necesariamente revolucionario. En la práctica política participan activamente en todas las medidas violentas contra el proletariado, y en la vida común sus discursos hinchados no les impiden recoger los dorados frutos del comercio y cambiar la fidelidad, el amor, el honor y otras virtudes caballerescas, por lanas, remolachas y aguardientes.

58. El clero ha tendido siempre la mano al señor feudal. De la misma manera el socialismo clerical corre parejas con el socialismo feudal. Nada tan fácil como dar un barniz socialista al ascetismo cristiano. ¿No ha fulminado también el cristianismo sus anatemas contra la propiedad privada, contra el matrimonio, contra el Estado? ¿Y no ha preconizado, en lugar de estas instituciones, la caridad, el celibato y la mortificación de la carne, la vida monástica y la iglesia? El socialismo santificado no es ni más ni menos que el agua bendita que emplea el clérigo para consagrar los rencores y rencillas de los aristócratas.

b) Socialismo de los pequeños burgueses.

59. La aristocracia feudal no es la única clase desbancada por la burguesía; ni la única cuyas condiciones de existencia se empeoran y decaen en la sociedad burguesa moderna. Los pequeños burgueses y los labradores de la Edad Media eran los precursores de la actual burguesía. En los países donde la industria y el comercio se han quedado rezagados, esta clase vegeta aún al lado de la burguesía que está desarrollándose. En los países que han entrado de lleno en la civilización moderna, se forma una nueva clase de pequeños burgueses, empotrada entre el proletariado y la burguesía, y que constantemente se constituye como elemento complementario de la sociedad burguesa. Mas los individuos que componen esta clase se ven continuamente precipitados, por la competencia, en la clase proletaria, y lo que es más, la marcha progresiva de la gran industria les hace entrever el día en que desaparecerán por completo como parte integrante de la sociedad moderna; día en que por doquiera, en el comercio al por menor, en los oficios, en la agricultura, serán reemplazados por contramaestres, dependientes de comercio y labradores asalariados.

60. En los países como Francia, donde los labradores forman mucho más de la mitad de la población, era natural que algunos escritores se pusieran de parte del proletariado y aplicasen, en su crítica del régimen burgués, la escala del pequeño burgués y del pequeño labrador, y se hiciesen partidarios del proletariado desde el punto de vista del pequeño burgués. De esta manera nació el socialismo de los pequeños burgueses. Sismondi es el jefe de esta literatura, no sólo en Francia, sino hasta en Inglaterra. Este socialismo analizó con fina penetración las contradicciones resultantes de las relaciones de producción modernas, y puso al descubierto los paliativos hipócritas de los economistas. Demostró de una manera irrefutable los efectos destructores de la división del trabajo y de la introducción de las máquinas, la concentración de los capitales y de las propiedades territoriales, el exceso de producción, las crisis industriales, la ruina fatal del pequeño burgués y del labrador, la miseria de los proletarios, la anarquía en la producción, la desigualdad escandalosa en la distribución de las riquezas, la guerra mortífera de la industria que entre sí se hacen las naciones, la disolución de las añejas costumbres, de las antiguas relaciones de familia, de las viejas nacionalidades.

61. Pero en lo que se refiere a su contenido positivo, el socialismo del pequeño burgués tiende, ya a restablecer los medios de producción y de cambio caídos en desuso, ya a limitar violentamente los medios modernos de producción y de cambio en el cuadro estrecho de las antiguas relaciones de propiedad, ya rotas y rotas fatalmente por ellos. Tanto en uno como en otro caso es al mismo tiempo reaccionario y utopista. Sistema de corporaciones para los oficios de las ciudades, agricultura patriarcal para los campos: tal es su última palabra. El desarrollo ulterior de esta especie de socialismo le ha conducido a disolverse en jeremiadas cobardes y nauseabundas.

c) El socialismo alemán o socialismo «verdadero»

62. La literatura socialista y comunista de Francia nació bajo la presión de una burguesía dominante, y fue la expresión literaria de la lucha contra esta dominación. En Alemania, se introdujo en una época en que la burguesía empezaba su lucha contra el absolutismo feudal. Filósofos o personas aficionadas a la filosofía y de espíritu amplio y generoso se apoderaron ávidamente de aquella literatura, olvidando únicamente que, al transportar a Alemania tales escritos, no transportaban al mismo tiempo las condiciones de la existencia francesa. Con relación al estado alemán de cosas, esas obras francesas carecían de alcance práctico inmediato y no eran más que una manifestación puramente literaria. Aparecieron como una especulación ociosa sobre la realización de la verdadera naturaleza humana. Eventualidad muy parecida se había visto ya en el siglo XVIII. También las reivindicaciones de la Revolución Francesa habían parecido a los filósofos alemanes de entonces no ser otra cosa que reivindicaciones de la «razón práctica». Los actos por los cuales se manifestaba la voluntad de la burguesía francesa revolucionaria, expresaban, a sus ojos, las leyes de la voluntad pura, de la voluntad tal como debe ser, de la verdadera voluntad humana.

63. El esfuerzo de esta literatura alemana se limitó a poner de acuerdo las nuevas ideas francesas con su vieja conciencia filosófica, en considerarlas desde el punto de vista de su antigua metafísica, y en asimilárselas como se asimila una lengua extranjera, traduciéndolas. Sabido es que los monjes medievales acostumbraban a cubrir las obras clásicas del paganismo antiguo con los relatos de una hagiografía absurda. Con respecto a la literatura francesa, los pensadores germánicos en cuestión procedieron en sentido inverso intercalando sus absurdidades filosóficas en el original extranjero. Sus obras fueron palimpsestos, en los que, tras la crítica francesa del régimen monetario de entonces, escribieron enajenamiento de la verdadera naturaleza humana, y tras la crítica del Estado burgués, abolición de la supremacía de la universalidad abstracta, etcétera. La substitución de esta jerga filosófica al análisis discursivo francés, bautizáronla ellos con los nombres de filosofía de la acción, verdadero socialismo, ciencia alemana del socialismo, investigación de los fundamentos filosóficos del socialismo, &c. La literatura socialista y comunista de Francia sufrió así una verdadera castración. Y como entre los alemanes no era la expresión de la lucha de una clase contra otra, los alemanes se jactaban de haberse elevado sobre la estrechez del espíritu francés, de haber tomado a cargo suyo la causa, no de las necesidades verdaderas, sino de las necesidades de la verdad, y de haber defendido, no los intereses del proletario, sino los intereses de la verdadera naturaleza humana, del hombre en general, que no forma parte de una clase ni de una realidad cualquiera, y que sólo existe en los brumosos cielos de la fantasía filosófica.

64. Este socialismo alemán, que ponía una seriedad tan solemne en la torpeza de sus ejercicios escolares, y que lanzaba sus ingenuidades a la plaza pública al son de trompeta, perdió bien pronto, sin embargo, su pedantesca inocencia primitiva. La lucha de la burguesía contra la feudalidad y contra la realeza absoluta, es decir, el movimiento liberal, se hizo más serio en Alemania, y especialmente en Prusia. Al socialismo «verdadero» le pareció aquella una buena ocasión de oponer al movimiento político sus reivindicaciones sociales: de lanzar los anatemas tradicionales contra el liberalismo, contra el régimen representativo, contra la concurrencia burguesa, contra la libertad burguesa de la prensa, contra el derecho burgués, contra la libertad y la igualdad burguesas; de enseñar, en fin, a las masas populares que, en aquel movimiento burgués, nada ganarían y aun lo perderían todo. El socialismo alemán olvidó que aquella crítica francesa, de la que había hecho una reedición mediocre, suponía existente la sociedad burguesa moderna, con las condiciones de vida que implica, y con la constitución política que a ella se adapta, condiciones previas, cuya realización para Alemania se trataba de conquistar antes que ninguna otra cosa.

65. Los gobiernos absolutos de Alemania, con su cortejo de sacerdotes, burócratas, hidalgos pelados y maestros de escuela, encontraron en las doctrinas de aquel socialismo el espantajo que necesitaban para reaccionar contra la burguesía, que cada vez más se engrandecía y que cada vez más se presentaba amenazadora. Dicho socialismo fue un vestuario ligero en que se envolvió el áspero tratamiento de los latigazos y de los fusilamientos, que los gobiernos administraban a la fiebre sediciosa de los obreros alemanes. Así, el socialismo «verdadero» se convirtió, en manos de los gobernantes, en un arma contra la burguesía. Y, en rigor, su fin inmediato era defender un interés reaccionario, el interés de la burguesía alemana de las villas. En Alemania, la pequeña burguesía, surgida en el siglo XVI y siempre renaciente desde entonces bajo diversas formas, constituye la base social real del régimen existente.

66. Mantener a la pequeña burguesía es mantener el régimen alemán actual. La supremacía política e industrial de la burguesía millonaria amenaza a esa pequeña burguesía con una ruina cierta, lo uno por efecto de la concentración de los capitales y lo otro porque engendra el proletariado revolucionario. El socialismo «verdadero» le parecía que anonadaba a la vez al capitalismo y la proletarización, y la veía extenderse con la velocidad de una epidemia. Pero no era más que un vestido tejido con la trama sutil de la especulación, adornado con flores de retórica y humedecido por un rocío de sentimentalidad febril y tierna. Bajo esta etérea envoltura, los socialistas alemanes ocultaban el esqueleto miserable de las «verdades eternas». Pero su mercancía se escurría con velocidad bajo aquella envoltura. Por otra parte, el socialismo alemán consideró cada vez más como misión propia convertirse en el abogado grandilocuente de la pequeña burguesía. Proclamó ser la nación alemana la nación normal y el filisteo alemán el hombre normal. A las bajezas de este hombre les daba un sentido oculto profundo y socialista, que permitía interpretarlas en sentido contrario. Llevó a cabo su pensamiento, pronunciándose contra la escuela comunista, «brutalmente destructora», y afectando imparcialidad al colocarse por encima de todas las luchas de clases. Con ligeras excepciones, todos los supuestos escritos socialistas y comunistas que por Alemania circulan, proceden de literatura tan enervante, sucia e inepta. Por fortuna, la tormenta revolucionaria de 1848 ha barrido toda esa escuela miserable (cuyo representante principal y típico es Grün) y quitado así a sus representantes el gusto de continuar sus elucubraciones socialistas.

2. Socialismo conservador o burgués

67. Una parte de la burguesía quisiera remover los pequeños defectos sociales para asegurar la permanencia de la sociedad burguesa. Militan en esta fracción economistas, filántropos, humanitarios, mejoradores de la suerte de los obreros, organizadores de la caridad, protectores de los animales, organizadores de las Sociedades de Templanza, toda clase de reformadores al por menor. Se ha llegado hasta a elaborar más de un sistema completo de este socialismo burgués, y, como ejemplo, citaremos el Systeme des contradictions économiques, ou philosophie de la misère, de Proudhon. Los socialistas burgueses desearían conservar las condiciones de la sociedad actual sin luchas y sin los peligros que de ellas resultan fatalmente. Quisieran la sociedad actual, pero no sus elementos revolucionarios y disolventes. Quisieran la burguesía, pero sin el proletariado. Ni que decir tiene que, para la burguesía, el mundo en que reina es el mejor de los mundos posibles. El socialismo burgués fabrica con esta idea consoladora sistemas más o menos completos. Al hacer un llamamiento al proletariado para realizar esos sistemas, que han de abrirle las puertas de la nueva Jerusalén social, el socialista burgués le propone, en realidad, que se contente con la sociedad presente y que abandone, desde luego, las ideas rencorosas que ha formado respecto a dicha sociedad.

68. Una segunda forma de este socialismo, menos sistemática, pero más práctica, procura apartar a los obreros de todo movimiento revolucionario, demostrándoles que para aliviar su suerte no hacen falta cambios políticos, sino cambio de las relaciones sociales materiales, es decir, económicas. Por cambios de las relaciones sociales materiales, este socialismo no entiende en modo alguno la abolición de las relaciones de la producción burguesa, cosa imposible sin revolución, sino simples reformas administrativas, basadas en la existencia de estas mismas relaciones, reformas que no cambiarían en lo más mínimo las relaciones entre el capital y el trabajo asalariado, y que a lo más aprovecharían a la burguesía, disminuyendo los gastos de su dominación y simplificando su administración política. El socialismo burgués llega a su perfecta expresión cuando se reduce a pura y simple retórica. ¡Libre cambio... en interés de la clase obrera! ¡Derechos de entrada protectores... en interés de la clase obrera! ¡Prisiones celulares... en interés de la dase obrera! Tal es la última palabra del socialismo burgués, única que en su boca tiene un sentido serio. Porque el socialismo burgués puede resumirse en la afirmación de que los burgueses son burgueses... en interés de la clase obrera.

3. El socialismo y el comunismo crítico-utópico

69. No vamos a ocuparnos ahora de la literatura que en todas las grandes revoluciones modernas se ha hecho intérprete de las reclamaciones del proletariado (escritos de Babeuf, &c.).

70. Las primeras tentativas del proletariado, para hacer que predominasen directamente sus intereses de clase, en un período de agitación general, se hicieron al hundirse la sociedad feudal. Estas tentativas tenían que fracasar y fracasaron. El proletariado se hallaba entonces en estado rudimentario, y, además, no existían las condiciones materiales de su emancipación, las cuales no son sino el producto de la época burguesa. La literatura revolucionaria de estos primeros movimientos es, en su contenido ideológico, necesariamente reaccionaria. Predica un ascetismo universal y un igualitarismo hipócrita.

71. Los sistemas socialistas y comunistas propiamente dichos, los de Saint-Simon, Fourier, Owen, &c., aparecieron en la época en que la lucha entre el proletariado y la burguesía estaba aún poco desarrollada, como hemos tenido ocasión de ver en un capítulo anterior. Los inventores de estos sistemas no desconocían la existencia del antagonismo de las clases, ni la acción de los elementos disolventes de la sociedad reinante. Pero, con relación al proletariado, no advierten ninguna espontaneidad histórica, ni ningún movimiento político que les sean propios. Como este desenvolvimiento de antagonismo de las clases va paralelo con el de la industria, no hallan tampoco a mano las condiciones materiales e indispensables para la emancipación del proletariado, y se dedican a inventar una ciencia social y leyes sociales, que tenían que crear estas condiciones. Por tal arte, ponen en substitución de la acción social su acción personal de inventores; en substitución de las condiciones históricas de la emancipación, condiciones sacadas de su fantasía; en substitución de la organización lenta y radical del proletariado como clase, una organización societaria fabricada al efecto. Para ellos, todo se reducirá en el tiempo venidero a la propaganda y a la práctica de sus proyectos de esta sociedad novísima.

72. Tienen la conciencia y la persuasión de defender, en sus proyectos, los intereses de la clase obrera, que es la que más padece, pero para ellos el proletariado sólo existe en este concepto, es decir, como la clase que más padece. La forma rudimentaria en que se hallaba por entonces la lucha de las clases, así como su propia posición social, les impulsaban a creer que son muy superiores a todo antagonismo de clases. Es la posición de todos los miembros de la sociedad, aun la de los más pudientes, la que, para ellos, se trata de mejorar. Apelar, pues, incesantemente a toda la sociedad sin distinción, y con preferencia a las clases dominantes. A su juicio, no hay más que comprender su sistema para proclamarlo como el mejor plan para la mejor sociedad posible. Con arreglo a esta lógica, rechazan toda acción política, principalmente toda acción revolucionaria. Persiguen su objeto por caminos exclusivamente pacíficos, principalmente por experimentos prácticos en pequeño de sus sistemas, experimentos que, naturalmente, fracasan siempre. Quieren, por medio de la fuerza del ejemplo, abrir el camino al nuevo Evangelio social. En una época en que el proletariado sale apenas del estado rudimentario, y en que, por consiguiente, sus ideas acerca de su posición social son todavía bastante fantásticas, semejantes descripciones imaginarias de la sociedad futura corresponden, en cierto modo, a sus propias aspiraciones, confusas aún e inconscientes, pero dirigidas hacia una transformación general de la sociedad.

73. Hay que reconocer que estos escritos socialistas y comunistas contienen también elementos críticos. Atacan todas las bases de la sociedad actual, y, desde este punto de vista, han proporcionado materiales de gran precio para ayudar al desarrollo intelectual de los trabajadores. En cuanto a sus proposiciones afirmativas referentes a la sociedad futura, tales como supresión del dualismo entre la ciudad y el campo, abolición de la familia, de la apropiación privada, del asalariado, proclamación de la armonía social, substitución del Estado por una simple administración de la producción, todas estas proposiciones expresan simplemente la desaparición del antagonismo de las clases, de ese antagonismo que apenas comienza su desarrollo, y del cual los socialistas a que nos referimos no conocen más que la primera fase informe e indefinible. Sus proposiciones no tienen, pues, aún más que un sentido puramente utópico.

74. La importancia del socialismo y del comunismo crítico-utópico está en razón inversa del desenvolvimiento histórico. Estas doctrinas sublimes, que ora aparentan cernerse serenamente por encima de la lucha de clases, ora fulminan anatemas contra esta lucha, pierden toda importancia práctica y todo valor histórico, a medida que se desenvuelve y toma consistencia la lucha de clases. Esta es la causa de que, mientras los autores originales de semejantes sistemas eran revolucionarios bajo muchos conceptos, sus discípulos constituyen siempre y en todas partes sectas reaccionarias, que se aferran a las viejas apreciaciones del maestro, y las oponen al desarrollo histórico y progresivo del proletariado. Procuran aplacar la lucha de clases y conciliar los antagonismos. Sueñan siempre con la realización experimental de sus utopías sociales; fundación de falansterios aislados o palacios sociales, como los proyectados por Fourier; o de colonias en el interior (home colonies), como las ideadas por Owen; o Icarias imaginarias y utópicas, como las instituciones comunistas que Cabet describe; y, para edificar todos estos castillos en el aire, se ven forzados a recurrir a la filantropía burguesa y a su bolsa. Poco a poco caen en la categoría de los socialistas conservadores o reaccionarios, de que hemos hablado ya, y de los cuales no se diferencian más que por una pedantería más sistemática y por una fe ciega en los efectos mágicos de su ciencia social. Así, estos sectarios se oponen obstinadamente a todo movimiento político que venga de parte de los obreros, movimiento cuya causa no puede ser otra que la falta de fe en el nuevo Evangelio. Por eso los owenistas, en Inglaterra, y los fourieristas, en Francia, ponen obstáculos, unos a los cartistas y otros a los reformistas.

(páginas 77-96.)

Capítulo V

Posición de los comunistas con relación a los diferentes partidos de la oposición radical

Posición de los comunistas con relación a los diferentes partidos de la oposición radical

75. Las relaciones de los comunistas con los partidos obreros ya constituidos ha sido determinada en otro capítulo, y nada nos queda, pues, que decir respecto a su actitud ante los cartistas ingleses y los reformers agrarios de los Estados Unidos. A la vez que toman parte en la lucha por la realización de los fines e intereses inmediatos y momentáneos de la clase trabajadora, los comunistas representan, dentro del movimiento actual, el movimiento venidero. En Francia, los comunistas apoyan al partido democrático en su lucha con la burguesía conservadora o radical, sin que por eso abandonen su derecho a someter a su crítica las frases e ilusiones que se derivan de la tradición revolucionaria. En Suiza sostienen a los radicales, sin ignorar que este partido se compone de dos elementos opuestos: demócratas socialistas, en el sentido francés de la palabra, y burgueses radicales. En Polonia, se colocan al lado de ese partido, que cree que una revolución agraria es la condición esencial de la emancipación nacional, es decir, al lado del mismo partido que en 1846 llevó a cabo la insurrección de Polonia. En Alemania, tan pronto la burguesía obre revolucionariamente, el partido comunista luchará a su lado contra la monarquía absoluta, la propiedad feudal y la pequeña burguesía de los gremios.

76. Pero ni un instante se olvidará de despertar en los obreros la conciencia del antagonismo hostil que existe entre la burguesía y el proletariado, de manera que, cuando se halle establecido el reinado de la burguesía, los obreros alemanes puedan convertir en armas contra ella las condiciones sociales y políticas que lleva consigo el régimen burgués, y harán de modo que, derribadas del poder las clases reaccionarias, comience la lucha contra la burguesía.

77. Los comunistas deben concentrar su mirada en Alemania, porque esta nación se halla en vísperas de una revolución burguesa, revolución que va a efectuarse en condiciones más avanzadas de civilización general, y con un proletariado mucho más desarrollado que el que había en Inglaterra cuando estalló la revolución del siglo XVII, y en Francia cuando estalló la del siglo XVIII. La revolución burguesa alemana no podrá ser, y no será otra cosa que el inmediato preludio de una revolución esencialmente proletaria.

78. En suma: los comunistas apoyarán, en todos los países, cualquier movimiento revolucionario contra la situación social y política existente. En todos estos movimientos atenderán, sobre todo, a la cuestión fundamental, que es la cuestión de la propiedad, sea cualquiera el grado de desarrollo en que la encuentren. Por último, trabajarán, en todo momento, por establecer la unión y la inteligencia de los partidos de todas las naciones. Juzgan, por tanto, indigno de ellos disimular sus opiniones y sus proyectos. Los comunistas declaran abiertamente que sus designios no pueden lograr realización sino por la subversión violenta de todo el orden social tradicional. ¡Tiemblen, pues, las clases directoras ante la revolución comunista que se avecina! En esta revolución, los proletarios no tienen que perder más que sus cadenas, y tienen que ganar todo un mundo. ¡Proletarios de todos los países, manteneos unidos!

(páginas 97-100.)