Cuadernos de Cultura
Publicación quincenal
Director: MARIN CIVERA
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LXVII
Pedro Kropotkín
Su ejecutoria en el pensamiento y en la actividad social
por Santiago Valentí Camp
Redacción y administración
Luis Morote, 44, Valencia
1932
Biografía
Núm. 9
1932. Tip. P. Quiles.- Grabador Esteve, 19, Valencia
Opúsculo de 120×165 mm. 48 páginas + cubiertas. [cubierta de Manuel Monleón:] “Pedro Kropotkín. Su ejecutoria en el pensamiento y en la actividad social. Santiago Valentí Camp. Cuadernos de Cultura. 60 cts. M. Monleón”. [lomo] “67 Pedro Kropotkín”. [cubierta interior] “Precios de suscripción…” [1 = portada] “Cuadernos de Cultura | Publicación quincenal | LXVII | Pedro Kropotkín | Su ejecutoria en el pensamiento y en la actividad social | por | Santiago Valentí Camp | Redacción y Administración | Luis Morote, 44, Valencia | 1932”. [2] “Biografía núm. 9 | 1932. Tip. P. Quiles.- Grabador Esteve, 19, Valencia” [3-45] texto (I a VI). [47-48] “Cuadernos publicados…” [contracubierta interior] “Acaba de aparecer una obra sensacional…” [contracubierta] “C. de C.”
Pedro Kropotkín
I
Acaso ningún escritor contemporáneo ha alcanzado en toda Europa la fama que el célebre príncipe ruso, que, por las vicisitudes experimentadas en su vida, por la originalidad de sus ideas y, sobre todo, por el contraste entre su prosapia y sus campañas en favor de las más radicales transformaciones en el orden social, puede ser considerado como un prototipo, en quien encarna el ideólogo utopista y el revolucionario a ultranza.
No hay en la literatura sociológica de nuestros días el ejemplo de otro escritor que haya tenido una vida tan accidentada y azarosa, tan intensa y llena de episodios interesantes como la de Pedro Kropotkín, nombre que evoca todo un movimiento de liberación, pues el infatigable luchador moscovita fue el portavoz del anarquismo de ideas y uno de los más decididos laborantes de la intelectualidad ácrata.
Kropotkín nació en Moscú, en 1842, y procedía de una familia de alta alcurnia, pues sus antepasados fueron príncipes de Smolensk. Apenas cumplidos los quince años, ingresó en la Escuela del Cuerpo de Pajes en Petersburgo (Rusia); en aquel entonces –1857– comenzaba a recibir los efluvios de una nueva vida. Hacía dos años que había fallecido el Emperador Nicolás I, y los elementos liberales del país trataban de incorporar al Imperio las ideas que predominaban en el resto de Europa. Los ecos del espíritu renovador penetraron en la Escuela, y entre los intelectuales se dejó sentir el ansia de libertad. A los cuatro años de cursar Kropotkín en la citada Escuela, por sus relevantes cualidades habíase captado la simpatía de sus profesores y condiscípulos, distinguiéndose por su aplicación y por su inteligencia clarísima, cualidades que le valieron el nombramiento de sargento del Cuerpo de Pajes y ser destinado a prestar servicio en la cámara del Emperador. Sólo desempeñó dichos cargos durante un año, pues en 1862 pidió permiso para formar parte del regimiento de cosacos siberianos destacado en Aums, siendo poco después ascendido a oficial.
En su libro Au-tour d’une vie (Memoires), 1902, al hablar Kropotkín de este episodio de su existencia, refiere que los cinco años que permaneció en Siberia le fueron provechosísimos para el conocimiento de la vida y de los hombres.
«Estuve en contacto –añade– con personas de todas clases y condiciones: con las que ocupan un alto puesto en la escala social y con las que forman el detritus de la sociedad, vagabundos y criminales, considerados como incorregibles. Por otra parte, se me presentaron muy a menudo ocasiones de observar los usos y costumbres de los ciudadanos en su vida cotidiana, y estuve en condiciones de juzgar la escasa ayuda que podía prestarles la administración del Estado, aun suponiéndole animado de los mejores propósitos.»
Kropotkín, por espacio de cinco años, viajó por la Siberia y la Manchuria, observando el modo de ser de los habitantes de aquellas regiones; estudió a fondo la organización social, explorando en las costumbres y los hábitos de aquellos pueblos, que a la sazón aún vivían en el estado natural y sin haber recibido el más leve influjo de las naciones civilizadas. Es indudable que Kropotkín, en sus estudios en vivo, comenzó a elaborar su doctrina filosófico social, pues comprendió el papel que desempeñan las muchedumbres en los acontecimientos históricos, pudiendo apreciar la diferencia que existe entre aquello que se obtiene espontáneamente de la libre manifestación de los distintos intereses sociales y el resultado que se alcanza por la organización supeditada a un principio jerárquico y a una norma mantenida por la disciplina. En Siberia, a medida que anotaba sus observaciones, fue perdiendo Kropotkín su confianza en lo que significa la máquina del Estado, y lentamente fue evolucionando su espíritu, de tal suerte, que, sin prejuicio alguno, preparóse para convertirse en un anarquista. Ante la crisis que experimentara, y convencido de que sus convicciones le impedían cumplir la misión que le estaba confiada, vióse precisado a presentar su dimisión, y a principios de 1867 emprendió el regreso a Petersburgo.
Una vez instalado en la capital de Rusia, y con objeto de contrastar sus puntos de mira y los estudios hechos en su expedición, matriculóse en la Universidad, asistiendo a las clases de Matemáticas, y alternando el cultivo de las Ciencias Exactas con la Geografía, a la que dedicóse con especial devoción, se consagró a profundizar en el estudio de la estructura del Asia Septentrional y de su Orografía. Tales estudios, que Kropotkín considera como una de sus principales contribuciones científicas, fueron recopilados por su autor en 1873 en su mapa, que es considerado como una obra notable y al que acompaña una luminosa Memoria explicativa.
En el período en que Kropotkín hacía sus estudios, la Sociedad de Geografía de Petersburgo le comisionó para que hiciera una expedición a Finlandia y Suecia, a fin de ampliar los estudios hechos por la Corporación respecto a la Geografía de ambos países.
Kropotkín aceptó el encargo, y de vuelta a Petersburgo, cumplida la misión científica, halló que el ambiente psicológico y social de su país había experimentado una sensible transformación. A consecuencia del atentado perpetrado por Karakasov, en 16 de abril de 1866, contra Alejandro II, los Gobiernos, tratando de combatir la agitación nihilista, acentuaron las medidas de represión, dando lugar a que todas las personalidades conocidas por sus ideas avanzadas viviesen en constante recelo ante el temor de ser víctimas de alguna delación por parte de sus enemigos.
Por cualquier motivo político se detenía a cuantos eran tachados por su afinidad con los elementos no conformistas o revolucionarios, y no fueron pocos los ciudadanos a quienes se les deportó a Siberia, o se les atormentó vilmente en los calabozos del mencionado castillo. En aquella época la opinión pública de Rusia se hallaba en un período de intensísima agitación política y social y se iban formando dos corrientes principales que llevaban el germen de un movimiento que llegó a ser poderoso. Una de estas corrientes trataba de infundir en las muchedumbres el sentido innovador, inculcando la educación y la ciencia, a pesar de la presión que el Gobierno ejercía para evitar la campaña cultural. La otra corriente era predominantemente política y se dirigía a laborar por las ideas liberales.
En 1862 el espíritu reformista, iniciado al comenzar el reinado de Alejandro II, fue sofocado por las medidas reaccionarias que dictara el Gobierno, ante el temor de que los elementos avanzados predominaran y modificasen sensiblemente el régimen imperialista retrógrado. Karakasov fue víctima de sus propios errores, y acabó sus días en la horca. Sin embargo, los partidos liberales prosiguieron su campaña activamente, uniendo los distintos núcleos de descontentos, a los cuales se sumó la juventud intelectual, que inició nuevamente la campaña de agitación en los centros universitarios, difundiendo los ideales de redención. En aquel período aparecieron las publicaciones clandestinas y se reorganizaron las Sociedades secretas, las cuales, con perseverancia y bravura, prepararon varios intentos revolucionarios que causaron viva emoción en Europa entera, y durante más de quince años tuvieron en constante tensión a la opinión pública rusa.
Kropotkín, que desde un principio vio con vivísima simpatía aquel movimiento ideológico y de formidable acción social, contribuyó con su esfuerzo a la obra de los nihilistas, y al realizar su primer viaje a Suiza trabó amistad con los portavoces de la Internacional, fijando su residencia en Zurich, donde se afilió a una de las Secciones locales. Después de haber estudiado detenidamente la producción literaria socialista, no tardó en ser una de las figuras de mayor relieve, comprendiendo el alto significado de las reivindicaciones proclamadas por el Socialismo y la fuerza moral y la honradez y sinceridad con que procedían los defensores de las nuevas teorías, por cuyo triunfo se hallaban dispuestos a arrostrar todos los peligros.
Llevado Kropotkín de su espíritu analítico y de su vocación a inquirir para compenetrarse con las aspiraciones que proclamaban los afiliados a la Internacional, quiso hacer la misma vida que los obreros, y, al efecto, trasladóse a Ginebra, que en aquella época era una de las ciudades en que residía el grupo más importante de los socialistas. El insigne revolucionario penetróse bien pronto del carácter del movimiento y de lo que los obreros pensaban acerca del mismo, convenciéndole la experiencia de que eran muy escasas las personalidades de espíritu ágil y que, poseyendo una verdadera cultura, prestasen su concurso a la causa del proletariado, obedeciendo a móviles ideales inspirados en el altruismo. Pero una amarga decepción le aguardaba; en su diario trato con los socialistas ginebrinos y extranjeros descubrió que en aquel movimiento figuraban algunos agitadores que, tratando de buscar un provecho político y ventajas personales, desviaban en cierto modo los fines que debía perseguir la Internacional. Contrariado por las impurezas de la realidad, alejóse de la mencionada Sección para ingresar en la fracción que antes de ser conocida como anarquista se la denominaba bakuninista, trasladándose a Neuchatel, donde vivió en íntima relación con los relojeros del Jura.
Como es sabido, en 1872 la Federación del Jura se hallaba dispuesta a separarse del Consejo General de la Asociación Internacional por no estar conforme con la marcha de la misma, y acabó por ser el núcleo de organización netamente anarquista. Fue entonces cuando Kropotkín estrechó sus relaciones con los redactores del Boletín de la Federación, e inmediatamente después se dirigió a Sorvilliers, donde conoció a otros partidarios de la escisión, y por la sinceridad, la independencia de juicio y la devoción absoluta a la causa del pueblo que observó entre los ingenuos montañeses del Jura, afirmóse más y más en sus opiniones, y en aquellos mismos instantes hizo profesión de fe anarquista.
Convencido más que nunca de sus ideas, y después de haber recorrido Bélgica, Kropotkín volvió a su patria, y experimentó la inmensa alegría de ver que durante su ausencia la agitación nihilista había crecido considerablemente, extendiéndose por las ciudades más populosas y cultas del Imperio. Alentado por el resurgir del espíritu liberador, consagróse a la propaganda, inculcando a sus amigos y admiradores las ideas que había adquirido durante su estancia en la República helvética, y, persuadido de la necesidad de intensificar la rebeldía latente dondequiera, dio mayor impulso a las Sociedades secretas revolucionarias, ingresando en el Círculo denominado de Nicolás Tchaikovsky, dirigiendo durante dos años activamente la propaganda, organizando Comités en distintas ciudades de Rusia y fundando un núcleo importante constituido por los tejedores de las fábricas de tejidos de algodón de Petersburgo. Una buena parte de la acción realizada por las Asociaciones clandestinas, que tan poderoso influjo tuvieron en el proceso histórico del movimiento social de Rusia, debióse a la perspicacia de Kropotkín, que supo interesar a intelectuales, artistas y obreros para unificar todos los esfuerzos que antes aparecían dispersos.
A fines de 1873, el Gobierno ruso acentuó más la represión contra los propagandistas, comenzando una era de persecuciones vandálicas y acentuando innúmeras detenciones. Una de ellas fue la de Kropotkín, a quien se encarceló en la fortaleza de San Pedro y San Pablo, en la que permaneció dos años, aguardando el fallo del Consejo. Habiendo enfermado, fue conducido de la prisión al Hospital Militar, de donde pudo evadirse, valiéndose de una hábil intriga. Ya libre, un amigo incondicional le facilitó su pasaporte, con el que atravesó Islandia y pudo dirigirse al Norte, hasta llegar a un pequeño puerto, en el que embarcó, siempre con nombre supuesto, para Suecia. De Suecia se dirigió a Inglaterra, en cuya capital sólo permaneció unos meses de incógnito, pasando toda suerte de privaciones y viviendo modestísimamente del producto de su colaboración en varios periódicos y revistas.
II
Las dos grandes pasiones de Pedro Kropotkín fueron la ciencia geográfica y la teorización acerca de la Anarquía. A fines de 1876 regresó de Inglaterra a Suiza, estableciéndose en Chaux-de-Fonds, dedicándose casi por entero a cooperar en la labor revolucionaria que venía realizando la Federación del Jura, a la que pertenecían individuos de distintas nacionalidades, la mayoría de los cuales eran discípulos y amigos de Miguel Bakunín, a quién parece que Kropotkín no llegó a conocer personalmente.
Entre los afiliados a la Federación del Jura figuraban algunos que habían tomado parte activa en la Commune de París, entre ellos el más eminente de los geógrafos contemporáneos, Elíseo Reclus, de quien decía Kropotkín que era el prototipo del puritanismo por su modo de vivir, y que recordaba, por su contextura mental, a los filósofos enciclopedistas franceses del siglo XVIII. En aquel medio, apacible en apariencia, fermentaban las más audaces ideas reivindicadoras y se elaboraba la futura organización de una sociedad basada en principios completamente nuevos.
Kropotkín, en sus ensueños de idealista convencido, creyó ver que el anarquismo significaba algo más que una concepción de una sociedad libre, considerando que aquél era producto de una filosofía natural y social, para cuyo desenvolvimiento era preciso emplear métodos por completo distintos de los que la Metafísica y la Lógica preconizaban. En su visión de la sociedad futura, llegó a pensar Kropotkín que era posible sustraerse a las normas que hasta entonces habían predominado en las ciencias sociológicas; creyó que la doctrina anárquica había de elaborarse con métodos semejantes a los de las Ciencias Naturales, y, aceptando la doctrina de Heriberto Spencer, en lo que atañe a la evolución superorgánica, trató de ampliar los puntos de vista del famoso filósofo inglés.
Pretendió Kropotkín, en sus afanes de teorizador, llevando el esfuerzo hasta los últimos límites, rodear la base entera de la realidad social con una acerada crítica, no exenta de penetración y agudeza analítica; pero en no pocos respectos subjetiva, arbitraria e inactual. El ideólogo supeditó al observador. Su espíritu anhelante, el fervor místico y el ansia de laborar por el ideal libertario ofuscaban su poderoso intelecto. Pudo ser un gran sociólogo si sus ensueños de iluminado no le hubieran descentrado, llevándole a veces a encerrar el pensamiento en una logomaquia conceptista, oscura y difícil.
Algunos de los comentaristas de la obra del príncipe ruso afirman que éste fue poco original, y que en su doctrina expuso, empleando una más sólida argumentación, el mismo ideario de Bakunín, infundiendo a la doctrina acrática un sentido de modernidad al plantear los problemas económicos, desde un punto de vista científico y sin tener el propósito de interpretar caprichosamente la génesis de los hechos sociales. Kropotkín era un sabio y, cuando escribía, procuró adecuar sus estudios a los principios que regulan los procesos históricos. No siempre consiguió ser objetivo, porque aunque partidario del método analógico, la imaginación fertilísima y la comezón desazonadora de descubrir nuevas perspectivas a los militantes de la acción libertaria, hubieron de desorientarle.
En sus campañas, no pocas veces el científico se hubo de someter al propagandista, que aspiraba a acrecentar las huestes de la Acracia.
Kropotkín era un espíritu fuerte, vigoroso y atlético en ocasiones, por lo que se deduce que no podía ser, como se dijo, un mero continuador de Bakunín. Fue mucho más que esto, porque poseía dotes extraordinarias para enfrentarse con los problemas más arduos y abstrusos de su tiempo, poniendo la mirada en lo alto, rasgando con su visión genial los tupidos celajes que ensombrecían el horizonte de su época tormentosa, llena de contrastes, fórmulas vacías, peticiones de principio, algaradas y crímenes.
Su defensa del ideal anárquico es bella y atrayente, porque la envuelve con el ropaje de una fraseología abundosa, repleta de imágenes, metáforas, alusiones y datos. Kropotkín manejaba diestramente todos los recursos de una dialéctica unilateral, pero diáfana, brillante y contundente.
Para difundir su concepción libertaria, no sólo descubría los puntos flacos del adversario, sino que ponía de relieve los beneficios que habría de reportar a la humanidad el triunfo del nuevo credo, fundado en principios de justicia, amor y solidaridad.
El gran soñador, como todos los iluminados insignes, confundía su mundo interior con la realidad externa. Mentalidad poderosa, cultivadísima, llegó a poseer una cultura extensa y variada, no sólo porque fue un lector infatigable, sino porque el trato de las gentes, las persecuciones y los viajes a lejanas tierras y el espectáculo cambiante de los distintos medios urbanos de las populosas metrópolis en que residiera, dieron a su cerebro una extraordinaria capacidad comprensiva.
Probablemente en la formación de su sistema ético y en la manera de estructurar el cuerpo de la sociedad, columbrada en sus horas de vigilia, influyeron, más que las ideas filosóficas, su temperamento pletórico, sus meditaciones, sus rebeldías y más que todo su vasta capacidad mental, su energía creadora y su tendencia egoárquica.
También cabe pensar que, aunque Kropotkín diera múltiples y reiteradas pruebas de ser un espíritu en constante tensión, algunas de las lecturas de la primera época dejaron una huella imborrable en su alma. Es indudable que entre determinados agitadores, los estudios llevados a cabo en los albores de la vida son aquellos que más decisivo influjo ejercen y los que, a la postre, perduran. Además, buceando en lo recóndito de la psicología de los caracteres acometedores, se advierte en ellos muy marcada la tendencia a ver las cosas a través de la propia idiosincrasia, la escasa trascendencia que atribuyen a las dudas y cómo propenden a prescindir del procedimiento inductivo. No es que tengan el propósito de rehuir la controversia ni que desconfíen de la polémica. Teóricamente, Kropotkín, como casi todos los militantes de un credo que llegó a forjar una concepción integral de la sociedad, partiendo de una mera entelequia, se encerró en un círculo de hierro, y de él no consiguió salir.
El ferviente amor que sintiera por la causa del proletariado y la aversión que siempre le produjeran los resortes coactivos, lleváronle a sustentar la utopía de un vago comunismo ácrata, tan quimérico como exento de base para ser aplicado en el terreno de la práctica. Algunas de las principales afirmaciones de Kropotkín son tan endebles, que al profundizar el análisis adviértese cómo se evaporan las esencias; diríase que lo morfológico predomina sobre lo sustantivo.
Como toda obra sociológica predominantemente imaginativa, no supo resistir la de Kropotkín los embates de la contradicción, aunque ésta se hallara tan sólo inspirada por un criterio lógico, exento de apriorismo y de ulteriores propósitos para quienes trataran de valorar la doctrina del pensador ruso.
Los elementos de que se valiera el célebre publicista en sus teorizaciones fueron en buena parte líricos. La emotividad le exaltaba, y en ocasiones, desviábale de la metodología científica, y entonces se dejaba conducir por la confianza ilimitada en el sentido de perfectibilidad.
Creía ciegamente en el poder de la individualidad. En algunos pasajes de sus libros se transparenta su ilusionismo vaporoso, bello, inspirado, generosísimo; pero... falto de sustancialidad, impracticable entonces, ahora y acaso siempre. Su mismo concepto de la gestión tutelar es impreciso, contradictorio. Sustenta con firmeza y resolución que la Anarquía es la fórmula armónica por excelencia, la única que, en su sentir, proveería todas las necesidades y apetencias, deseos y aspiraciones, afanes y esperanzas, veríanse colmados; con su implantación la injusticia habría desaparecido y los hombres se hubieran liberado, como por ensalmo, de defectos, vicios, torpezas, errores y aun vanidades.
Kropotkín, dejándose llevar de sus ideales, tanto más queridos entrañablemente cuanto más difíciles de aplicación en la dinámica social, disentía de Fourier y Saint-Simón y aun del propio Bakunín, en un punto de tanta significación y trascendencia como el de la distribución de la riqueza y propiedad de la tierra e instrumento de trabajo. En algunas elucubraciones se mostró partidario de que la base de la constitución social fuese el principio: «A cada cual lo que necesite para su vida y la de su familia.»
Las teorías de Kropotkín comparadas a las del conocido agitador alemán Juan Molt, director de Freiheit, pueden reputarse de moderadas. En cambio, si se las pone en parangón a las de Tuckert, el renombrado escritor yanqui, pueden ser calificadas de radicales. Ocupó, pues, en el período de mayor pujanza en la expansión de las ideas libertarias, una posición de centro orientada hacia la izquierda.
Fue, no obstante su acentuada tendencia ecléctica, un bravo campeón que siempre reveló una combatividad que tuvo no poco de ejemplar. En el Congreso de la Federación del Jura, de 1878, dirigiéndose a sus camaradas, se expresó en los siguientes términos: «Por medio de las insurrecciones despiertan los anarquistas en el pueblo el sentimiento de la iniciativa popular, bajo el doble aspecto de la expropiación violenta de la propiedad y la desorganización del Estado.»
En Kropotkín hay, a menudo, una evidente lucha en la interioridad de su ser, que no pocas veces irrumpe al exterior. En sus inflamados discursos, la frase destemplada, virulenta, sarcástica, esmaltaba los períodos culminantes; en cambio, cuando escribía se advierte que cuida el estilo y, en muchas ocasiones, tendía a prescindir de los vocablos de uso vulgar y mostraba cierta predilección por el lenguaje científico y el tono mesurado.
En 1877 hubo Kropotkín de hacer un paréntesis en la actuación propagandista que llevaba a cabo en Chaux-de-Fonds, para asistir al Congreso que tuvo lugar en la ciudad de Gante; pero al llegar al territorio belga, sus amigos le enteraron de que el Gobierno había dictado la orden de detenerle por haber dado un nombre supuesto al ingresar en la fonda. Ante esta disposición, no tuvo Kropotkín más remedio que partir en el primer barco para Londres, donde sólo permaneció algunas semanas, marchando luego a París, donde fijó su residencia. En aquel entonces comenzaba a resurgir en la capital de Francia el Socialismo, rehecho de la campaña de represión que siguió a la Commune. Kropotkín trabó amistad en París con el insigne Julio Guesde, uno de los más destacados líderes del Socialismo unificado, y con Andrea Costa, que llegó a ser más tarde uno de los jefes del Socialismo italiano y vicepresidente de la Cámara, y con otros agitadores socialistas y anarquistas, trabajando con todos ellos para crear los primeros núcleos de la organización liberadora.
En marzo de 1878, aniversario de la Commune, apenas si los afiliados pasaban de doscientos; pero en 1880, al ser amnistiados los comunalistas, el movimiento democrático socialista experimentó un aumento considerable, y fue expansionándose súbitamente, haciendo numerosos prosélitos en los centros obreros de las principales ciudades de Francia. En este último año, el Gobierno francés, sorprendido por el rápido crecimiento alcanzado por los socialistas, dictó medidas severas, practicándose infinitas detenciones y siendo encarcelado Andrea Costa. Habiéndose también dictado orden de prisión contra Kropotkín, por error de la Policía pudo éste escapar y refugiarse en Ginebra, donde en febrero del año siguiente comenzó a publicar una revista quincenal, que llevaba por título Le Révolté, escrita casi exclusivamente por el incansable propagandista. Refieren los historiógrafos de aquel período de continuada agitación, que Le Révolté alcanzó entre los elementos anarquistas una gran popularidad, siendo más tarde tirada la publicación en la «Imprimerie Jurassienne», propiedad de la organización ácrata, y de la cual salieron muchos folletos que contribuyeron eficazmente a la propaganda.
En 13 de marzo de 1881, con motivo del asesinato del emperador Alejandro II de Rusia, fue expulsado Kropotkín del territorio helvético por una disposición del Consejo Federal, cuando regresaba del Congreso anarquista que acababa de tener lugar en Londres. En aquella misma fecha, una Sociedad secreta que se fundó con el objeto de proteger la vida de Alejandro III, según asegura el propio Kropotkín, habíale condenado a muerte por considerarle peligroso y autor de las maquinaciones de los nihilistas. Entonces Kropotkín buscó refugio en Thonon (Saboya), después de haber residido un año en Londres, vigilado por la policía, que le hizo imposible la permanencia en la metrópoli inglesa.
Es sabido que las ideas libertarias tomaron gran incremento en Francia durante los años 1881 y 1882, fundándose Asociaciones anarquistas en las grandes urbes. En Lyon se cometieron varios atentados por la dinamita, y fueron detenidos y acusados como autores gran número de anarquistas conocidos. La dirección de Policía tuvo sospechas de que Kropotkín era el director del movimiento y procedió a su detención. El proceso duró quince días, y todos los acusados fueron condenados por el Tribunal.
A raíz de aquellos acontecimientos, algunos diputados pertenecientes a la extrema izquierda presentaron en la Cámara una proposición de amnistía que no fue concedida; pero los diputados reprodujeron tres años seguidos la proposición, consiguiendo en 1886 que fuese aprobada, y siendo puestos en libertad todos los condenados.
Kropotkín, durante su permanencia en la prisión de Clair-vaux, donde estuvo gravemente enfermo, y llevado de sus aficiones científicas, dedicóse a observar el régimen carcelario y la influencia que en el espíritu de los reclusos ejercía el sistema de la incomunicación, el castigo, &c.
Al ser puesto en libertad dirigióse a París, donde sólo pasó algunas semanas, partiendo después para Londres. Por aquel tiempo el movimiento socialista adquirió una gran fuerza, constituyéndose en toda Europa Comités y Asociaciones que a cada instante hacían nuevos prosélitos. Kropotkín, en quien las persecuciones no hicieron mella, lanzóse con alma y vida a la propaganda, y con el concurso valioso de algunos amigos, afiliados en su mayoría a los grupos avanzados y laboristas, fundó la revista anárquico comunista titulada Freedom, que apareció mensualmente a partir de 1° de octubre de 1886, y que bien pronto tuvo gran popularidad, alcanzando considerable influjo, no sólo en Inglaterra, sí que también en el Continente. Además prosiguió sus trabajos de exposición de la doctrina anarquista, y dedicóse a la parte constructiva de una sociedad fundada en los principios anárquico-comunistas, publicando varios artículos en el periódico de París Le Révolté. Estos artículos fueron poco después recopilados en un volumen que apareció con el título de La conquista del pan (1888), uno de los libros más conocidos y que alcanzaron mayor celebridad en el siglo pasado, especialmente entre los proletarios de todos los países, que los han considerado siempre como una especie de panacea para todos los males sociales.
Por aquel entonces, Kropotkín, prosiguiendo sus estudios de Economía social, escribió una serie de ensayos notables, que aparecieron primero en la importante revista inglesa Nineteenth Century, y fueron más tarde recopilados en un volumen titulado Fields, Factories and Workshops (Campos, Fábricas y Talleres) (1889), en el que indaga los procedimientos de la Agricultura moderna y el método de educación que permitiría dedicarse a un tiempo al trabajo manual y al intelectual. Nótase, pues, en este libro, cierta influencia de las doctrinas tolstoianas, que, como es sabido, preconizaban la conveniencia de hermanar el esfuerzo nervioso con el muscular.
Las ideas que sostuvo Kropotkín en materia pedagógica eran análogas a las que defendía Carlos Marx, su adversario en el modo de concebir los fines sociales en un régimen obrerista. El punto de coincidencia entre ambos insignes agitadores fue el de la «educación integral».
A Kropotkín el tema le hubo de interesar tan hondamente, que en el citado volumen, Campos, Fábricas y Talleres, consagró especial atención a delinear sus planes con el objeto de que la tarea docente, en su más amplio sentido, llegase a ser una de las funciones primordiales y básicas de la sociedad.
En otros libros, Kropotkín se había ya ocupado, aunque sólo fuese de paso, de las cuestiones docentes; pero su mejor y más completa defensa de una orientación pedagógica y educacional, laica y científica, moralizadora y humana, la hiciera en aquel sustancioso libro.
Kropotkín defiende la tesis de que no puede haber labor docente sin una previa, profunda y radical transformación de la dirección y el método en la enseñanza. Considera que es preciso, imprescindible, que hombres y mujeres se hallen en condiciones de trabajar intelectual y manualmente. No basta, no es suficiente hacer especialistas, sino que hay que procurar que determinadas tareas, esenciales, sean patrimonio común de todas las gentes capaces y laboriosas.
Es sugestiva la forma en que Kropotkín expone su pensamiento. He ahí sus propias palabras: «A la división de la sociedad en trabajadores cerebrales y obreros manuales debemos oponer la combinación de ambas clases de actividad, y en vez de la educación técnica, que significa el mantenimiento de la división actual entre trabajo del cerebro y del músculo, debemos propugnar la educación integral o completa, que significa la desaparición de esa división funesta. En una palabra: los fines de la escuela bajo tal sistema, deberían ser los siguientes: dar a los niños una educación tal, que, al dejar la escuela a los dieciocho o veinte años, saliesen de ella con un saber científico exacto, un conocimiento que los capacitase para realizar una labor útil en el terreno científico, y al mismo tiempo comunicarles un conocimiento general de lo que constituye las bases de la educación técnica en los dominios de algún oficio especial, que es capacitarse para ocupar un puesto en el amplio mundo de la producción manual de la riqueza.
»Por los ojos y las manos al cerebro... esos hombres –los Watt y los Stephenson– sabían valerse de sus manos; sus respectivos ambientes estimulaban sus facultades creadoras; conocían las maquinas, sus principios fundamentales y el trabajo que realizaban: habían respirado el aire del taller y de la fábrica.»
III
A raíz de estas sugestiones del famoso agitador fundóse en 1898 un Comité pro enseñanza anarquista, del que formaban parte Elíseo Reclus, Luisa Michel, J. Ardouin, Carlos Malato, L. Tolstoi, P. Kropotkín, J. Grave y algún otro. Tenía como propósito eliminar la enseñanza fundada en el dogma de autoridad, sin sustituirlo, empero, por el de la Anarquía.
Este mismo Comité publicó más tarde una definición de su programa, en el que decía, entre otras cosas, «que una enseñanza respetuosa con el más amplio criterio posible de libertad debe, en su aspecto educativo, suprimir las tres formalidades siguientes:
»a) La disciplina, que engendra el disimulo y la mentira; b) los programas, anuladores de la originalidad, iniciativa y responsabilidad; c) las clasificaciones, que engendran rivalidades, celos y odios.
»Después de tales supresiones, la enseñanza deberá y podrá ser verdaderamente:
»a) Integral, o sea tender al desarrollo armónico de todo el individuo y proporcionar un conjunto completo, conexo, sintético y paralelamente progresivo en todo orden de conocimientos intelectuales, físicos, manuales y profesionales, ejercitando en este sentido a los niños en sus primeros años; b) racional, o sea fundada en la razón y conforme a los principios de la ciencia actual, y no en la fe; en el desarrollo de la dignidad e independencia personal, y no en el de la piedad y obediencia; en la abolición de la ficción divina, causa eterna y absoluta de servidumbre; c) mixta, o sea favorecer la coeducación de los dos sexos en una comunicación constante, fraternal, de los niños y niñas. Esta coeducación, en vez de constituir un peligro, aleja del pensamiento del niño curiosidades malsanas, y se convierte, en las sabias condiciones en que debe ser observada, en garantía de preservación y alta moralidad; d) libertaria, o sea consagrar, en una palabra, el sacrificio progresivo de la autoridad en provecho de la libertad, toda vez que el objeto final de la educación es el de formar hombres libres que respeten y amen la libertad ajena.
»La enseñanza –añadía el programa– es un medio potente para infiltrar y propagar en los espíritus ideas generosas; al par que una ayuda de más valor que otra alguna para elevar el nivel moral de la juventud, es el más activo motor de progreso, por la acción directa que ejerce sobre la germinación de las ideas y sobre su dirección ulterior, pudiendo ser la palanca que alzará el mundo y derribará para siempre el error, la mentira y la injusticia. En efecto; el mayor servicio que se puede hacer a la humanidad es el de rasgar el velo que obstinadamente se le mantiene ante los ojos, mostrándole la pobreza de los argumentos; en virtud de los cuales se le hace adorar ciertos ídolos que se le proponen como divinidades salvadoras. Realizar una enseñanza concebida en estos términos no debería ser obra de pocos, sino de todos los espíritus abiertos a las innovaciones importantes, deseosos de alta justicia y de moralidad social.»
Como puede verse, la definición del programa tiene partes importantísimas y acertadas, y logró reunir a su alrededor gran número de capacidades selectas de aquel siglo y hasta algunas del siglo actual. Francisco Ferrer y Guardia, fundador en España de la «Escuela Moderna», fue uno de los seguidores del racionalismo preconizado por Kropotkín y un entusiasta de su realización.
Aunque el programa que hemos transcrito iba firmado por un núcleo numeroso de prestigiosos anarquistas, es creencia general que fue obra del mismo Kropotkín, naturalmente de acuerdo con los firmantes.
IV
Poco tiempo después dio a la estampa Kropotkín una serie de ensayos acerca de la ley natural, de la ayuda recíproca como complemento de la fórmula de la lucha por la existencia, alcanzando estos trabajos una gran difusión por haber sido traducidos a varios idiomas y reproducidos por infinidad de revistas.
En la personalidad de Kropotkín hay un aspecto que en España es poco conocido. Me refiero a su manera de apreciar los hechos históricos examinados, no a través de un criterio subjetivo, sino dirigiendo la mirada escudriñadora más allá de lo que en torno a los hombres de estudio acontece.
Aunque Kropotkín era hombre de pasión, no fue nunca un sectario, y por esto pudo y supo ver en la ajena actuación el acierto y proclamó el mérito donde realmente lo hubo.
Enjuiciando la actuación de los distintos grupos obreristas, que dieron lugar a la escisión de la primera Internacional, después de los Congresos y Conferencias celebrados en Londres, La Haya, Nueva York, Gante y Basilea, de 1871 a 1879, decía, entre otras cosas dignas de ser conocidas, lo que reproducimos a continuación:
«Desde el Congreso de Basilea a la actualidad,{1} los Congresos obreros socialistas internacionales fueron, sólo y únicamente, luchas de personalidades y de ambiciones. El socialismo alemán ha tomado una dirección hacia un Estado centralista. Sus afiliados, hasta de otras naciones, conciben la revolución social como una extensión de los poderes del Estado, de su organización centralizada, al dominio económico. Están orientados según la tradición jacobina, la tradición de Luis Blanc.
»Era, pues, históricamente lógico que surgiese la corriente de oposición libertaria o anarquista, la cual cree que los Congresos sólo deben tener por objeto el poner en contacto a los hombres de la teoría con los de la práctica, siendo así que son los primeros quienes deben recoger de los segundos las ideas mejores. Lo cual es todo lo contrario de cómo piensan y obran los socialistas autoritarios.
»Por lo demás, el Socialismo en su conjunto es actualmente un movimiento que ningún partido puede comprenderlo ni reunirlo en su totalidad. Intentarlo, obstinarse en querer alcanzar tal objeto, como hacen los socialistas demócratas, es tiempo perdido, es traicionar la causa que se trata de defender. Todos los grandes movimientos (y el Socialismo es uno de ellos) han tenido este carácter de universalidad y variedad que constituye la vida misma. Los anarquistas se alegran de que por fin el Socialismo haya alcanzado dicha fase, rebasando el período embrionario, y se haya generalizado hasta el extremo de invadir toda la sociedad. Es la mejor prueba de que no será sofocado. En los Congresos futuros debe llegarse a la persuasión de que toda tentativa de imponer un Gobierno, una tutela general a dicho movimiento, es tan criminal como la tentativa del Papado de querer gobernar al mundo.
«Creer que es imposible imponer a un movimiento que tienda a ser tan universal como la misma sociedad que decimos civilizada, es sencillamente una locura criminal indigna de un socialista.
«En la actualidad se distinguen diversos grupos.{2} El movimiento social democrático representa la tradición romana, católica, más tarde jacobina, del Estado centralizado, disciplinado, que recoge en sus manos la vida política, económica y social de las naciones. El movimiento anarquista representa, por el contrario, la tradición popular de la sociedad. Se afirma francamente comunista y tiende a la demolición del Estado para sustituirlo por el libre acuerdo directo de los grupos consumidores y productores asociados para satisfacer todas las necesidades de la naturaleza humana.
»En este mismo movimiento puede comprenderse el grupo que, celoso de defender los derechos del individuo, tiende al individualismo, movimiento que tiene su razón de ser en la necesidad de equilibrar la tendencia autoritaria del comunismo.
»Hay, además, un inmenso movimiento obrero corporativo, que bajo apariencias modestas de salarios y reducción de las horas de trabajo, ha hecho tal vez más que todos los otros para afirmar los derechos del hombre en el obrero, tendiendo a echar al patrono de la fábrica y de todo sitio en que se refugie. Pero este gran movimiento corporativo, extensísimo en Inglaterra, tiende a verter su corriente en el seno del Socialismo, que acabará por absorberlo. Otro tanto puede decirse del movimiento agrario, cuando asuma proporciones más vastas y una mayor cohesión.
»Deben añadirse a los anteriores movimientos que bajo forma de rebelión consciente, como en Francia, o religiosa, como en Rusia, agitan profundamente las masas populares para rebelarlas contra el Estado en sus dos manifestaciones principales: el servicio militar y el sistema fiscal.
»De igual manera debe tenerse en cuenta el movimiento municipal, del cual se han visto ya los efectos en las sublevaciones de París y España. A todos estos movimientos, bien definidos, debe añadirse todo el trabajo de los mejores elementos de la burguesía misma a favor del trabajo manual, de la Agricultura y del pueblo.
»La burguesía pierde, en sus mejores representantes, la fe en su derecho de explotación. Y, por último, añadamos toda aquella masa de rebeldes que, en un sitio individualmente, en grupos en otro, se sublevan contra todas las iniquidades sociales y políticas, sacrificándose para despertar a la sociedad de su letargo, advirtiéndole la servidumbre en que yace y los pésimos efectos de la moral hipócrita.
«Por lo tanto, demuestran desconocer la compleja realidad aquellos que pretenden que todos estos movimientos cesen de existir, resumiendo su programa en un solo modo de acción: nombrar candidatos en los Parlamentos y Municipios. Se quisiera que aquellos que preparan la revolución social en los hechos y en las ideas concretas abandonasen esta misión a los legisladores. Como si bastase ser legislador para comprender todo lo que estos millones de individuos aprenden en sus luchas diarias contra el patrono, la autoridad, el cura, el gendarme, &c.
»En cambio, hacen falta Congresos, pues, siendo verdad que el contacto personal de las inteligencias estimula la contradicción, de donde brota un acuerdo más tenaz, y obteniéndose este contacto en los Congresos mejor que con la Prensa, no nace falta un solo Congreso, sino ciento y mil. La discusión del Socialismo, hasta en su conjunto, fue interrumpida en 1870, y no ha sido desde entonces reanudada. Y esto es precisamente lo que debe hacerse.
»El periódico, el opúsculo y el libro prestarán el terreno para ello. Pero es preciso que la discusión se haga ruidosamente en los Congresos preparados para las discusiones en donde son invitados todos aquellos que desean esclarecer sus propias ideas o proponer otras nuevas.
»Del Congreso de Londres hasta la actualidad, los afiliados a la Anarquía han trabajado y trabajan para que la revisión intrínseca del Socialismo se haga a la luz de grandes Congresos, emancipados de la tutela directiva de los científicos y de los políticos.»
——
{1} Kropotkín escribió estas líneas en 1880; pero todavía revisten algún interés.
{2} Continúa refiriéndose la época en que escribió este juicio.
V
En 1893 publicó otro notable estudio acerca de The State: as part in history (El Estado y su misión histórica), que apareció primeramente en francés, ampliado luego profusamente con nuevos datos y observaciones certeras y profundas, y que luego fue vertido a diversos idiomas.
Por cierto que Kropotkín intentó, al principio, dar sobre el mencionado tema una conferencia en París, viéndose obligado a desistir de su propósito, porque el Gobierno de la nación vecina le impidió entrar en Francia.
Las ideas anarquistas expuestas por Kropotkín están contenidas en los volúmenes siguientes: Paroles d’un Révolté (Palabras de un rebelde), que lleva un prefacio y numerosas notas de Elíseo Reclus, y que vio la luz en París en 1885, siendo traducido al inglés en 1894, y al alemán, al holandés y al ruso en 1896; La Conquéte du Pain (La Conquista del Pan), ya mencionada, con prólogo también de Elíseo Reclus, y cuya primera edición apareció en París en 1892, siendo vertida al castellano en Buenos Aires, en 1895, y al portugués y al alemán, en 1896; L’Anarchie, sa philosophie, son idéal (La Anarquía, su filosofía, su ideal), que a partir de 1896, en que se publicó, ha sido reimpresa y traducida varias veces; Modern science and Anarchism (La ciencia moderna y el anarquismo), editado en Filadelfia, en 1903; The dessecation of Asia (La desecación de Asia), aparecida en 1904; The Orography of Assia (1904); Rusian Literature (1905) y The anarchy and scientific foundations (1912); Ética (1922); &c.
La alta crítica en la hora actual, al efectuar la tarea aquilatadora del ideario de los más famosos teorizantes del libertarismo, debe proclamar sin vacilación que Pedro Kropotkín fue una de las mentalidades cumbre que alcanzaron las auras de la popularidad, llegando su nombre a equivaler por un mito civil. Al enfrentarse con los problemas fundamentales de la existencia individual y el desenvolvimiento de las grandes comunidades nacionales, revelará más que todos sus coetáneos un hondo, sincero y ferviente anhelo de superar aquellas limitaciones impuestas en general por el criterio siempre rígido de la escuela filosófica, cualquiera que sea la orientación del pensamiento y el credo que se propugna.
Ya hiciéramos notar en el curso de este estudio biográfico que hay entre Miguel Bakunín y el ex príncipe ruso, al lado de notorias analogías, marcadas diferencias, que un indagador avezado a escudriñar advierte a medida que va profundizando en el análisis psicológico, cuando se adentra en la concepción doctrinal de ambos celebérrimos portavoces del acratismo.
Kropotkín, espíritu realmente superior, luminoso, inquieto y sensible al dolor de las muchedumbres, no sólo trató de adecuarse el pensamiento a las exigencias sociales de su época, difícil de condensar en una fórmula ética, que había de ser hasta vaga por la misma índole del credo que abrazara, sino que hubo de esforzarse para infundir a una buena parte de su extensa y un poco heteróclita obra proselitista, el sentido de veracidad indispensable para que tuvieran algo de científico sus intentos, casi siempre malogrados, para crear un nuevo tipo de vida.
Es incuestionable que Kropotkín, en algunos ensayos, los más afortunados, supera a Bakunín y a casi todos los corifeos del anarquismo, en elevación y hondura y, sobre todo, supo evidenciar que era capaz de un más agudo conocimiento en el manejo de aquellos medios instrumentales, imprescindibles para la individualidad conscia. Era Kropotkín un carácter recio, templado en el dolor, y por esto aspiraba a ser un investigador. Quería evitar el sufrimiento en los temperamentos débiles, enfermos, desorbitados; pero, como tantos hombres eminentes, el mundo fenoménico le domeñaba.
En este sentido cabe preguntarse: ¿Fue realmente Kropotkín un verdadero indagador? No hemos de ocultar nuestra creencia, sincera y honrada, afirmando que no. Difícilmente podrá la posteridad otorgarle este alto título. Para concedérselo sería preciso modificar el concepto que la crítica objetiva, imparcial, severa y ecuánime ha establecido al determinar de modo claro, preciso y categórico las funciones propias, privativas e inconfundibles del hombre de ciencia que todo, incluso sus preferencias y afecciones, lo supedita a la obra impersonalísima de agrandar los dominios del conocimiento, sin más finalidad que la desinteresada y a veces aflictiva, de que las pesquisas, sondeos, ensayos y comprobaciones reiteradas conducen a menudo a resultados distintos y aún opuestos a aquellos que pudiéronse presumir y creer, antes de llevar a cabo una determinada empresa, poniendo en ella la máxima alteza, generosísimo desinterés y amor inmenso. Como la mayoría de los ideólogos adscritos a una tendencia social extrema, revolucionaria a ultranza, Kropotkín concibió la realidad de lado y parcialmente –ya se indicó esto en otro apartado– y sólo a través de su temperamento apasionadísimo, acertó a ver el espectáculo majestuoso de las sociedades que se dirigen a la consecución de la felicidad, ignorando cuáles son los medios que puedan conducirnos al goce de un hedonismo racional. Lo cual quiere decir, en otros términos, significa que del prisma de infinitas caras, que esto es la evolución humana, individual y colectiva, únicamente descubrió el bravo campeón del acratismo algunas de sus facetas, y quizás no todas aquellas que ofrecen más cambiantes y matices.
Hombre de espíritu selecto, aunque no complejo, de copiosas y variadas lecturas, hubiera podido ser una figura preeminente en la ideación, si a su fantasía, demasiado fértil, hubiese unido en igual medida la potencialidad discursiva. Pero, cuando se lee con los ojos del alma sus obras, sintiendo el deseo ferviente de seguirle en sus brillantes disquisiciones, bien pronto se advierte que el errabundo agitador se desvía, equivoca la senda, y aunque se afana por proseguir la primitiva ruta, no acierta a rectificarse a tiempo, en el momento oportuno, cuando sería fecunda la confesión del error. Se da cuenta de que no le acompañó la fortuna; pero algo que puede más que su entendimiento, se lo impide y no se atreve a confesarse ni a sí mismo que el derrotero que se marcara no puede conducirle a las tierras de promisión.
Inicialmente, fiel a su propósito, levantado, noble, audaz y bien dispuesto para los empeños de mayor envergadura, no halla Kropotkín en lo más íntimo de su ego fuerzas psíquicas de reserva bastantes que le permitan recobrar plenamente la dirección prístina, la única que le habría permitido desplegar las facultades discursivas, libre de la autosugestión que ejerce la idea fija, cuando se convierte en visión unilateral de las cosas. ¡Terrible ironía!
Kropotkín, que tanto combatió por iluminar la inteligencia de los hombres humildes, no consiguió ver claro ni darse la menor cuenta de que en ciertos planos de su conciencia la penumbra y aun la sombra le impidió verse como él era.
Por lo mismo, el gran apóstol de la anarquía se mantuvo casi siempre en una posición falsa, y de ahí el concepto erróneo y fantasmagórico de cuantos problemas sustantivos fueron objeto de sus apreciaciones, que no tenían más base de sustentación que la nueva creencia.
Estudiando la obra interesantísima, sugerente, a ratos perspicaz en el detalle, pero muy pocas veces amable, se echa de ver que Kropotkín es siempre más que un observador minucioso, adueñado de la técnica exploratoria en el terreno de las disciplinas sociales, un denodado propagandista que propende a exaltar hasta el frenesí las tendencias del no conformismo, en lo que tienen de agresivo, con preferencia a lo que hubiere de enjundioso y de real y de positiva aplicación a las necesidades de la convivencia en un sentido amplio, comprensivo y armónico. Por lo general, se lanza Kropotkín por sendas angostas, llenas de sinuosidades, sin ofrecer más que excepcionalmente, a quienes le siguen en sus aventuras sociológicas, una noción esquemática y poco coherente del fin que se habrá de lograr empleando la táctica revolucionaria, preconizada por el libertarismo semicatastrófico.
En la exposición de los hechos, a menudo Kropotkín escribe páginas henchidas de sinceridad, pero demasiado impregnadas por un sentimentalismo excesivamente ingenuo y truculento. Refleja las cosas vitandas del régimen capitalista, poniendo de manifiesto los abusos y crímenes de los poderosos con frase acerba y argumentos incontrastables, que revisten un gran valor demostrativo, porque son la expresión del sufrimiento y la congoja que experimenta un alma grande y pura al contemplar cómo perduran agravados, generación tras generación, la preponderancia, el despilfarro y la cruel injusticia, erigidos en norma en nuestra sociedad corrompida y domeñada por la concupiscencia más abyecta y a veces criminosa.
Pero la organización económica capitalista ha resistido hasta ahora los ataques de todos los espíritus más agudos –Kropotkín fue uno de ellos– acaso porque la ciencia contemporánea no nutrió de modo copioso a los sistemas renovadores que aspiran a remover los cimientos en que se asienta la superestructura de las grandes colectividades. Las descripciones del deplorable espectáculo y, por qué no decirlo, de la triste mascarada, que esto es la sociedad en marcha, aunque sirven para evidenciar que todavía subsisten las causas que engendran el malestar, la pobreza, la inopia y el envilecimiento, nunca tendrán la eficacia que pudiera tener el ofrecimiento de soluciones provisionales para ir resolviendo las pavorosas cuestiones inmediatas que exigen la adopción de medidas útiles y eficaces. Hay que tener presente que los programas enciclopédicos nunca son viables, y que, además, hay que servir las disposiciones que signifiquen una mejora, pues si nos empeñamos en hacerlo todo, nada conseguimos en la esfera de la práctica.
En la obra gigantesca de Kropotkín es indudable que existe más unidad en la morfología que en lo verdaderamente esencial. Y estudiándola con la cordial simpatía que debe merecernos un publicista de tanto valimiento intelectual y de tan profunda hombría de bien, percatamos cuantos efectuamos esta tarea difícil de exégesis que el comunismo ácrata, sustentado por Kropotkín en distintos pasajes de sus libros, hay contradicciones, no ya aparentes, sino de bulto, y no pocas veces, al abordar temas análogos, preconiza métodos de táctica que muestran claramente que el pensador duda y vacila. La manera cómo resuelve los obstáculos que le salen al paso son por completo distintos, revelación palpable de que era un espíritu por demás impresionable, y que no se sustraía a las veleidades que experimentan los espíritus grises. Algunas de tales contradicciones son de indudable importancia, y por ello no pueden pasarse por alto. En nuestro tiempo, el examen de las doctrinas de los teorizantes que gozaron de mayor y más envidiable reputación en el último tercio de la centuria pasada, es tarea en ciertos respectos fácil, ya que disponemos de un utillaje menos incompleto que nuestros antepasados. En tres décadas se han efectuado innúmeras y curiosas experiencias sociales de todo género, las cuales nos han permitido formar un concepto más diáfano del dinamismo colectivo, y en que se ha puesto de relieve cuáles son los verdaderos puntales del edificio levantado por el régimen burgués, amenazado de ruina dentro de un lapso de tiempo relativamente breve. Probablemente, lo que determinará el derrumbamiento de la organización capitalista, más que las campañas del anarquismo y de la acracia sindicalista y de los neomarxianos, será la difusión de la ciencia aplicada, es decir, de la Técnica, que, al socializarse, da lugar a nuevos tipos de hombres y mujeres más sensibles, pero menos sensitivos, y por lo tanto, no tan histéricos. Pues es evidente, y por lo tanto inocultable, que la humanidad lleva dos siglos en que viene predominando la neurosis en sus formas más alquitaradas, pero no menos repulsivas, cuando se examina el proceso social a través de la investigación psiquiátrica. La Psicología colectiva y la Economía social, desde que escribiera Kropotkín sus libros más leídos, pero no más comprendidos, ha avanzado no poco y de un modo incesante y confortador. Es probable que las conquistas por estas ramas del saber y otras como la Psicotecnia, la Química orgánica, la Metalurgia, &c., transformen radicalmente el modo de ser de las minorías inteligentes. Es probable, seguro, de que tales triunfos de las gentes laboriosas favorecerán en extraordinaria medida la tesis que sustentan los sabios, que en vez de exaltar las pasiones, incitando a la comisión de actos de violencia, se preocupan de aprovechar las iniciativas individuales, trocándolas en patrimonio comunal.
En La Conquista del Pan se sientan afirmaciones que ahora no sólo son ya erróneas, sino que a veces hacen asomar la sonrisa en el lector. Por esto no ha de causamos extrañeza alguna que Kropotkín se rectificara implícitamente en más de una ocasión. Ello era natural e inevitable. Hombre de probada buena fe, no era ajeno a ningún movimiento ideológico que significara un progreso efectivo en la manera de compaginar sus afanes con el creciente desarrollo de la actividad individual en materias tan complejas como las propias de la moral y aquellas que incumben al derecho público y las instituciones políticas, la norma jurídica, la educación, la tecnología, &c.
La ley de la evolución superorgánica hubo de dejar sentir sus efectos en el ánimo de Pedro Kropotkín. Ello era fatal e indeclinable. Los acontecimientos históricos, los trastornos económicos, los conflictos bélicos y las conmociones sociales que presenciara durante su gloriosa vida, le forzaron a modificar algunas de sus opiniones. Y, a este propósito, puede aseverarse que su intelecto se transformó menos de lo que era conveniente, pues no varió, sin embargo, en lo que podía considerarse como eje central de su doctrina. Y ahí vinca lo realmente trascendental, y ello es de deplorar.
En Ética transparéntase que Kropotkín procura acomodar su sistema cerrado, inflexible y casi dogmático, a la realidad ambiente de los instantes de incertidumbre y desasosiego en que escribiera el volumen citado. Dióse cuenta el esclarecido teorizante de que no hay modo de sustraerse a las ininterrumpidas corrientes subalveolares, que son las que más fecundan el terreno, porque penetran en lo íntimo de la contextura de los pueblos, y de ahí que se esforzase por recoger cuidadosamente cuantos principios hallaba en las nuevas conquistas científicas que pudieran ser favorables a la realización del ideal libertario. Quiso a toda costa el eximio escritor renovar la orientación y el criterio de los grupos más ágiles e ilustrados de las huestes libertarias. Amplió los puntos de mira en que en un principio se colocara; y comprendiendo que era preciso revisar todos los valores morales, había de ser también imprescindible buscar más elevadas y firmes posiciones. Tampoco se le oculto que constituía una exigencia de aquellos tiempos el excogitar medios instrumentales para hacer los estudios sociológicos, prescindiendo en lo posible del empirismo y la propensión a encastillarse. Convencido de esta conveniencia, no sólo buscó elementos y materiales en el campo de las ciencias económicas, sino que reuniera, en su noble deseo de robustecer su concepción doctrinal, a la matemática y a la biología, y empleó los procedimientos tecnológicos que en aquel entonces se habían comenzado a difundir entre las gentes reputadas como más doctas, así en educación como en psicotecnia.
En algunos instantes, en sus tareas analíticas, propúsose prescindir de toda tendencia a la sistematización dogmatizante, y rechazo, mostrando un brío juvenil y lleno de simpatía, las cristalizaciones del pensamiento. Rehuyó sin afectación ni pretender el aplauso de los espíritus plebeyos, aquellas nociones de la sabiduría clásica, que, a su juicio, al aceptarlas, presuponía una cierta adaptación a los conocimientos que eran patrimonio de los hombres de su tiempo.
En este sentido, el título de renovador a ultranza conquistólo Kropotkín en nobles lides. Regateárselo constituiría una injusticia palmaria. Pero hay que oponer reparos a sus conclusiones, que, en general, tienen escasa base de sustentación.
Los horizontes de la Sociología genética, dilatados, vastísimos, inmensos, apenas los columbró Kropotkín. En algunas ocasiones, su impulso genial guióle, y al estudiar determinados fenómenos colectivos, sus inducciones parece que se apoyan en hechos de experiencia, pulcramente reunidos y contrastados. No hay, sin embargo, en la argumentación aquella seguridad y solidez, a las cuales sólo se llega cuando se ha profundizado tras una vigorosa y sostenida labor de muchos años. Kropotkín adquiriera algún donaire en el manejo de los métodos, pero no tuvo pleno dominio de las reglas de la investigación. Fue siempre su defecto el apresuramiento. La brillantez y la arrogancia que en varios de los capítulos de sus distintos libros tan alto pusieron su nombre y tan legítima aureola le granjearon, debíanse, más que a una larga y penetrante tarea escudriñadora, a su talento y a su facundia portentosa, que le permitían lanzarse sin temor a los riesgos a intentar, con probabilidades de éxito, las rápidas, brillantes y audacísimas improvisaciones, que deslumbran, pero no convencen. Kropotkín triunfó en aquellos medios intelectuales, formados por las gentes que arriban a la cultura para almacenarla, pero no para acrisolarla. Por esto a los espíritus reflexivos, conscientes y que tienen noción de la responsabilidad, no podía satisfacerles la manera de hacer de Kropotkín. Cuando se tiene alguna devoción hacia la tarea de inquirir y averiguar el modo de producirse los hechos, así los más simples como los de mayor complejidad, nos hacemos, sin darnos cuenta de ello, más exigentes, y antes de proclamar los grandes méritos, necesitamos aquilatarlos. Se achacó a Kropotkín, aun en el período en que su fama se hallaba en pleno esplendor, el atribuir a las meras analogías extrínsecas seriadas una significación, que muy contadas veces revisten en el desenvolvimiento histórico. También sus contradictores aseveraban que apoyaba sus invectivas en argumentos paradójicos. Otros de sus adversarios le criticaron acerbamente que no hubiera acertado a apoyar sus construcciones ideológicas en bases sólidas, negando que sus teorías tuvieran la armazón indispensable para constituir un sistema.
Y, al crítico, no le queda más recurso que aceptar una buena parte de las razones aducidas por los enemigos, que también los tuvo el famoso propagandista. Realmente, la concepción doctrinal de Kropotkín tiene de ordinario una debilísima base de sustentación.
Además, en la indagación kropotkiniana, tanto cuando trata de averiguar el contenido ético, como al tratar de inquirir en la contextura social de la actuación, así la individuada como la de las agrupaciones, aunque se propone fundamentar su criterio en premisas científicas, fácilmente apártase, así en el método como en la manera de argumentar, de los principios de la Lógica. Kropotkín adoptó esta conducta, porque así podía prescindir de aquellos elementos que le contrariaban, impidiéndole llegar a conclusiones que cordialmente le eran necesarias para sustentar su parecer. Y en los instantes de duda se entregaba en brazos de la fantasía. La Dialéctica no podía ofrecerle el cúmulo de recursos que su imaginación pródiga había de ofrecerle.
Muy a su pesar, Kropotkín desconfía del laboreo de la ciencia, que se le figura tardo y lento. En su ánimo está arraigado el convencimiento íntimo de que para dirigirse a las muchedumbres semiletradas es preferible apelar a las metáforas, anécdotas y alusiones a sucesos pretéritos que tengan alguna conexión, aunque sólo sea aparente, con el tema que trataba, que el someter su juicio a las verdades comprobadas por la experimentación.
Un reputado crítico italiano que estudió muy a fondo la literatura ácrata de combate, aseveraba que en Kropotkín se advierte la tendencia manifiesta a recurrir muy frecuentemente a los testimonios retrospectivos para apoyar sus tesis. Esta predilección por lo histórico llevábale a menudo a incurrir en errores crasos, producto de una interpretación un tanto cabalística, de acontecimientos y fenómenos. Pero el definidor de la anarquía, más que de rendir tributo al sentido de veracidad, preocupábale el hacer prosélitos para la causa que defendía con tanto entusiasmo como fervor místico.
Y así no debe causarnos extrañeza que a su espíritu le interesara, más que el averiguar cómo eran las cosas sociales intrínsecamente, el presentarlas en aquel aspecto seductor para atraerse la simpatía de los públicos ingenuos. Así creía conquistar adeptos para la doctrina libertaria, y como escritor asequible ganaba la cordial efusión de las gentes sencillas, que leían pasmados aquellos libros, en que se ponían de relieve los graves defectos del régimen capitalista.
Sus arrebatadas y fascinantes arengas tribunicias en pro de una transformación súbita, inopinada y casi milagrosa de la constitución social, no desconocía el propio Kropotkín que ni de cerca ni de lejos podían confundirse con la función severa asignada a la Sociología organicista. Kropotkín empleó el método comparativo, especialmente en sus disquisiciones filosófico sociológicas, llevado, como siempre, de un noble impulso. Intentó remozar en lo principal la «teoría libertaria». De ahí que en las descripciones apelara a las alegorías y a las imágenes que le permitían dar al estilo literario una mayor vibración y cierta plasticidad.
Su tentativa no fue afortunada, aunque logró, singularmente en los dos últimos volúmenes, presentarlos con una modernidad desusada en las obras anteriores. Claro es que si Kropotkín se hubiese circunscrito a estructurar tales libros, siguiendo la orientación, el plan, la metodología y el léxico de los sociólogos, todo ello menos asequible a la mentalidad del gran público que devora la literatura proselitista, no hubiera alcanzado éxitos tan resonantes.
La gran masa de lectores agota sólo aquellos libros en los que cree hallará la calurosa defensa de un postulado ideológico que no sólo le atrae y sugestiona, sino que lo quiere entrañablemente. En este aspecto, Kropotkín jamás defraudó a sus correligionarios.
En síntesis, cabe afirmar que Kropotkín, más que una obra sociológica profunda, densa y constructiva, realizara una muy sugerente y brava campaña de adoctrinamiento ágil y no exento de belleza, en pro de la concepción comunista libertaria. Su contribución intelectual en este sentido es estimable porque divulgó principios y normas que aunque ajenos a la Filosofía de la ciencia son, por lo menos, aspectos de la misma.
Lo que más desluce la obra de Kropotkín es que, para sustentar sus ideas, incurre en una antilogía que, como hace notar su biógrafo y contradictor, H. Zoccoli, no obstante habérselo propuesto e intentado repetidas veces, no consiguió aportar pruebas concluyentes para hacer una demostración de que el anarquismo tiene en cuenta los resultados de la ciencia cuando se ha evidenciado de modo palpable, que ha permanecido hasta el momento actual, casi ajeno ante el portentoso avance del genio investigador.
Pero en descargo de Kropotkín ha de convenirse en que, a pesar de su gran inteligencia, no podía el insigne escritor ir más allá de donde fue; se lo impidió el prejuicio inherente al espíritu de secta. Fue, pues, un hombre valeroso, integérrimo, que sacrificó su intelecto a sus ensueños. Pero es incontrovertible que consiguió, por lo menos, vivificar con su espíritu poderoso, simpático y caballeresco, un sistema que antes carecía de contornos definidos y de una línea bella. La doctrina libertaria expuesta por Kropotkín, adquiere, más que en otro autor alguno, el sentido inefable al ofrecer al lector una visión fantástica de cómo se organizará la sociedad futura, sin leyes ni autoridades.
VI
En 1917, regresó Kropotkín a Rusia, donde permaneció alejado de toda actividad pública, falleciendo en Moscú en 8 de febrero de 1921.
Durante estos cuatro años, el célebre agitador vivió sometido a todo género de privaciones, por la situación agobiante que atravesaba aquel país, no rehecho todavía de la gran crisis, inherente a una revolución tan profunda, como la realizada al implantarse el régimen de los Soviets.
Acerca de la actitud que adoptó Kropotkín ante la obra de Lenin y de sus secuaces, los biógrafos no están acordes. No parece, sin embargo, que fuese de conformidad, sino más bien, meramente expectante.
Dadas sus opiniones, no podía satisfacerle en modo alguno una organización marxista, en la que la disciplina automática, y el sentido autoritario son los dos primeros postulados de la constitución y funcionamiento de la política en las Repúblicas Socialistas Soviéticas, una oligarquía inteligente y culta, puesta al servicio del proletariado organizado.
Conservó Kropotkín la energía mental hasta los postreros instantes, y si bien en los últimos años dio preferencia a los trabajos científicos, continuó suspirando por una transformación integral de la sociedad contemporánea.
Cualquiera que sea el punto de vista en que nos coloquemos para juzgar su obra, es indudable que se ha de reputar a Kropotkín como uno de los portavoces de la propaganda sociológica, pues pocos autores se han situado en una posición científica tan elevada como la suya al estudiar el anarquismo y sus problemas.
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(Santiago Valentí, Pedro Kropotkín, 1932, cubierta interior.)
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- La Escuela Única, por José Ballester Gozalvo.
- Democracia y Cristianismo, por Matías Usero.
- Introducción al estudio de la Historia Natural, por Enrique Rioja.
- Salvador Seguí (“Noy del Sucre”), por José Viadíu.
- El mundo de habla española, por Leopoldo Basa.
- El romancero español, por Ramón de Campoamor Freire.
- La vida de las plantas, por Emilio Guinea López.
- Por la Escuela Renovada, por Carmen Conde.
- La Dictadura, la Juventud y la República, por Lázaro Somoza Silva.
- Gabriel Miró (El escritor y el hombre), por Juan Gil-Albert.
- Cómo nació España (Primero de la Historia popular de España), por Gonzalo de Reparaz.
- El logro de nuestro tiempo. ¿Revolución?, por Antonio Porras.
- El problema social en las democracias, por Augusto Villalonga.
- Pablo Iglesias (De su vida y de su obra), por Julián Zugazagoitia.
- Sexo y Amor, por Hildegart.
- Disciplina de la liberación, por Fernando Valera.
- El desarme moral, por Rodolfo Llopis.
- El impuesto y los pobres, por Julio Senador Gómez.
- Teresa de Jesús lejos de la Santidad y del histerismo, por Teófilo Ortega.
- Higiene de la primera infancia (Puericultura), por Luis Valencia.
- Una mujer capaz: Teresa de Jesús, por Teófilo Ortega.
- Los Separatismos, por S. Montero Díaz.
- La Anarquía, por Sebastián Faure.
- La Revolución Sexual, por Hildegart.
- Los microbios y la infección, por el Dr. Isaac Puente.
- El Sufragio Universal, por Joaquín Coca.
- La trágica lucha entre el Korán y el Evangelio, por Gonzalo de Reparaz.
- Azorín (De su vida y de su obra), por José Alfonso.
- El esfuerzo ruso: La revoluoión Agraria, por M. Farbman.
- La Religión de la Humanidad, por Matías Usero Torrente.
- La tierra de España y la Reforma agraria, por Pedro González Blanco.
- El peligro religioso, por Matías Usero.
- La economía de la República Española, por J. Millet Simón.
- Manchuria y el imperialismo, por Andrés Nin.
- El comunismo libertario expuesto por un ingeniero español, por Alfonso Martínez Rizo.
- Fascismo, por Santiago Montero Díaz.
- El envenenamiento de las masas por la Historia, por Gonzalo de Reparaz (hijo).
- Misioneros, negreros y esclavos, por Emilio Carles.
- La vida sexual de la mujer, por Amparo Poch y Gascón.
- Rusia 1937, por V. M. Molotov (2.ª edición).
- Introducción al estudio de la Tierra (Geología), por Luis Torón Villegas.
- Individualismo, Socialismo y Comunismo, por Francisco Lles y Berdayes.
- El simbolismo sexual en las religiones, José Mac Cabe.
- La urbanística del porvenir, por Alfonso Martínez Rizo.
- Cultura y barbarie en la Edad Media, por Gonzalo de Reparaz.
- La Inquisición Española, por C. Ruiz Artajona.
- Castelar, verbo de la democracia, por Luis Guarner.
- Los Soviets (Su origen, desarrollo y funciones), por Andrés Nin.
- Pobreza y atraso de España, por Gonzalo de Reparaz, hijo.
En prensa
El sendero luminoso y sangriento, de Higinio Noja Ruíz.
Cómo iniciar al niño en la vida sexual, de William J. Fielding.
(Santiago Valentí, Pedro Kropotkín, 1932, páginas 47-48.)
Acaba de aparecer una obra sensacional:
Perversiones sexuales
(El instinto sexual y sus manifestaciones mórbidas)
Por el Dr. Benjamín Tarnowski
Cuya traducción, introducción y láminas son de la señorita
HILDEGART
Ilustran este libro abundantes láminas en papel couché con las figuras de los homosexuales célebres en la historia desde Jesucristo hasta el último contemporáneo, acertadamente definidos y comentados por la señorita Hildegart.
No deje de adquirirlo. Precio: 2 pesetas
Una obra curiosa:
LATOMIA
Primer volumen de la colectánea masónica publicada en España
Comprende interesantes trabajos sobre historia de la masonería, su música, arquitectura, exégesis, biografías de los grandes masones, simbolismo, ritos, filosofía, arte, anécdota masónica, &c.
Precio: 5 pesetas
Un folleto interesante:
Diálogo sobre Masonería
Precio: 0'25 pesetas
Puede pedirlos a esta Administración.
(Santiago Valentí, Pedro Kropotkín, 1932, contracubierta interior.)
(Santiago Valentí, Pedro Kropotkín, 1932, contracubierta.)
{Transcripción íntegra del texto contenido en un opúsculo de papel impreso de 48 páginas, número 67 de Cuadernos de Cultura.}