Filosofía en español 
Filosofía en español

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Rodolfo Gil Benumeya

 
Marruecos andaluz

 
Ediciones de la Vicesecretaria de Educación Popular
Madrid, 1942

 

 
acabose de imprimir esta obra
en madrid, en los talleres
diana, artes gráficas, larra, 6,
el día 22 de febrero de 1942,
iv aniversario de la
liberación de teruel.




Índice


Introducción, 5

I. Penibética y Estrecho, 11

Iberia y Berbería, tierras iguales, 12

Aparición del Estrecho de Gibraltar, 13

Geografía física de Andalucía, 18

La Andalucía oriental, 20

La penibética marroquí, 22

El valle del Sebú y el Atlas central, 28

La raza de Cogul y el paleolítico, 30

La raza ibero-bereber, 33

Llegada a España de los iberos, 35

El bereber verdadero y el falso bereber, 36

Coincidencias entre bereberes y españoles, 38

II. Los siglos sirios, 41

Llegada a Andalucía-Murcia de los primeros orientales, 42

Civilización tartesia y raza de Tartis, 45

El gran reino de los tartesios, 47

Arabia del Sur, cuna de los fenicios, 49

Llegada de los tirios a la Península Ibérica, 52

Griegos y cartagineses, 54

Invasión de los celtas y reconquista de los iberos, 56

Iberismo de los celtíberos, 58

Cartago, Roma y las guerras púnicas, 60

Andalucía, romana, y Marruecos, provincia andaluza, 63

Común destino de Andalucía y Siria bajo Roma, 64

Béticos, bizantinos y árabes, 68

III. Damasco y Córdoba, 71

Origen de los árabes, 72

Referencias célebres sobre los árabes, 74

Los árabes del período helenístico, 76

Los árabes, amigos de Roma, 78

Bizancio y la Meca, 82

El Jalifato Omeya de Damasco, 85

Abderramán I y los rifeños, 87

El peligro de los fatimíes, 90

El imperio andaluz en Marruecos, 92

Los Omeyas, reyes de España, 97

IV. Taifas y Sultanatos, 101

Fin y terminación de los cinco mil años sirios en Andalucía, 102

Zona civil y zona militar en el Imperio cordobés, 104

Taifas y destrucción del Imperio Omeya, 110

La invasión de los almorávides, 111

La invasión de los almohades, 114

Revuelta andaluza contra los almohades y huelga de andaluces, 117

San Fernando y la andalucización del reino castellano, 119

Restos andaluces en Marruecos, 122

Granada, Fez y Tremecén, reinos semejantes, 124

Origen andaluz del Islam marroquí, 130

Superioridad de los místicos andaluces sobre los de Oriente, 132

Los morabitos guerreros en el Sahara, 135

V. Colonias andaluzas en Marruecos, 139

Separación de Andalucía y Marruecos, 140

Fez, la sentimental, 142

Andaluzamiento intensivo de Yebala, 145

Tetuán, la tranquila, 149

Rabat, la alegre, 154

Emigraciones sueltas a Argelia y Túnez, 157

Supervivencia de la música de corte granadina, 161

Amor de los marroquíes a la música andaluza del “ala”, 164

Salvación de la música del “ala” en Marruecos, 166

Emigración a Marruecos de la arquitectura andaluza, 167

Los cuatro tipos de la casa mora, 170

Las casas pobres andaluzas en Marruecos, 173

Industrias artísticas andaluzas en Marruecos, 174

VI. Origen árabe del casticismo andaluz, 177

Andalucía, puente entre lo español y lo árabe, 178

Andalucía, museo vivo de orientalismo perdido en Oriente, 180

Aspectos árabes en Andalucía y en los andaluces, 184

Entusiasmo árabe por Andalucía, 187

El folklore andaluz, heredero del Oriente, 192

Un arabista español confirma el entusiasmo de los árabes, 196

Movimiento arabófico del campo andaluz, 199

Movimiento arabófilo de los intelectuales granadinos, 203




Introducción

Marruecos es y será siempre el problema español más importante. Esta afirmación hay que lanzarla así, seca y un poco brutal. Porque apenas entramos dentro de una emoción española fundamental encontramos a Marruecos en la puerta. En lo geográfico, porque Marruecos es el cimiento y base de esa alta construcción monumental que es España completa. En lo histórico, porque Marruecos es la raíz del árbol frondoso de la raza española, ya que el origen de la vida peninsular está en esos marroquíes llamados los iberos. Y porque la nacionalidad española actual se construyó después de vivir ese episodio llamado España musulmana. Episodio que no se comprendió hasta que los sabios arabistas descubrieron que se trataba de una España genuina disfrazada con turbante. Que la España de los moros era un partido político-religioso, no una invasión extranjera. Y que los constructores de la Alhambra eran abuelos de los españoles actuales y de los actuales marroquíes, no abuelos de los musulmanes que viven hoy en Oriente.

No nos extrañen las chilabas y babuchas. Porque Marruecos es, sencillamente, un museo vivo donde se pueden ver las casas, las ropas y los viejos usos de la España medieval. Aquella Patria vieja de los Omeyas amigos de los cristianos, y los reyes de la familia de San Fernando amigos de los musulmanes. No es ningún disparate considerar a Marruecos como un último reino de taifas. Aunque, naturalmente, no es eso solo. Sino, además, la llave del Estrecho de Gibraltar; el camino de Canarias, las colonias y la hispanidad americana; el camino a los dos mundos entrelazados de los árabes y el Islam; el sitio donde España ejerce su acción exterior más intensa…

Y otras muchas cosas. Pero las grandes se enganchan con la política, y por eso ocupan las plumas de muchos dirigentes, pilotos avizores de la nave hispana proa al Imperio. Quedándose siempre al margen un tema sencillo y pequeño. Pero de estudio indispensable, dada la emoción que despierta en los corazones marroquíes. Es el problema de la unión andaluza-marroquí. Acaso solamente una de tantas facetas del estudio de Marruecos, pero desde luego una faceta indispensable. Vienen a continuación las líneas generales de este contacto especial e intenso entre ambas orillas de Gibraltar. Desde los orígenes antes de la Historia hasta el temblor caliente y en pañales del joven Marruecos que está naciendo ahora.




 
I
Penibética y Estrecho

El Sur de España y el Norte de Marruecos forman parte de un mismo conjunto orográfico, hecho a base de la cordillera Penibética. Esa identidad geográfica ha originado la identidad humana que existió siempre entre los habitantes de ese doble suelo igual del Estrecho. También ha servido el contacto entre ambas regiones físicas para que por el Sur se estableciesen en España las razas venidas de África y del Oriente más próximo. A la vez que por el Norte aparecían en los Pirineos influencias raciales europeas. Siendo así nuestra España un puente entre Continentes.

 
Iberia y Berbería, tierras iguales

España y el Norte de África son las dos mitades de una fruta partida. Más grande el pedazo del Norte que el del Sur. Pero tienen las mismas montañas, las mismas mesetas, los mismos ríos. Al Norte caen todas las lluvias del Cantábrico y trepan las neblinas por las cumbres. Al extremo Sur arremete el Sahara, con el tremendo empujón ardiente y seco de su sol y su polvo. Pero entre Norte y Sur es todo lo mismo. Tierras hermanas flanqueadas por dos grandes cordilleras paralelas. Pirineos y montes cántabro-astures, arriba; Atlas, abajo. En el centro, las grandes mesetas, que son precisamente dos a cada lado del Estrecho. Meseta marroquí, Argelia central y las Castillas. Coinciden, además, las cordilleras litorales mediterráneas con sus huertas intermedias. Y a lo largo del Océano se alinean ordenadamente las llanuras portuguesas y los campos de flores del Marruecos litoral. Fuera ya de las cordilleras, Galicia y el Sur tienen un cierto parecido funcional y geopolítico.

Y hay a cada lado del Estrecho cinco ríos, ¡precisamente cinco ríos! Son el Guadalquivir y el Sebú, en valles aluviales que fueron en un día muy lejano estrechos marinos. Son, en las mesetas, Guadiana, Tajo, Duero, Bu-Regreg, Umer-Rebia y Tensif. Además, Miño y Sus en los valles atlánticos de fuera. En los lados mediterráneos, el Ebro, Júcar y Segura corresponden al Meyerda, el Chelif y el Muluya. Es, por tanto, el conjunto geográfico de España, Portugal, Marruecos, Argelia y Túnez un pequeño mundo especial entre Europa y África. Que tiene de ambas a la vez. Pero mucho más de la segunda. Pues mientras los montes del Atlas son muy anchos, suaves de ondulaciones y llenos de pasos, los Pirineos son agudos, inaccesibles, hoscos y compactos. No tienen más pasos que senderos de cabras y desfiladeros al borde de hondos abismos. Parece que una voluntad eterna indica con ellos un mandato de no comunicarse con Europa.

 
Aparición del Estrecho de Gibraltar

Todo este conjunto español-norteafricano se basa en tres masas de tierras que ahora están convertidas en dos. La primera era la “plataforma eurasiana”, formada por las cordilleras Ibérica y Pirenaica con la meseta central, el litoral catalán, Galicia y casi todo Portugal, como macizos antiguos dependiendo de esa plataforma y con sus direcciones generales de plegamiento. La segunda era la “plataforma indoafricana”, análoga a la eurasiana, y a la cual pertenece el sistema del Atlas. Entre las dos tierras anteriores que estaban sujetas a los mundos europeo y africano había una gran isla en el sitio que hoy ocupan la Andalucía de las ocho provincias, Murcia, el mar de Alborán y el Rif. Esta isla estaba separada de las tierras pirenaicas por el llamado Estrecho Nortebético, brazo de mar que cubría lo que hoy son valles del Guadalquivir y Segura. Y separada de las tierras del Atlas por otro Estrecho llamado el Surrifeño.

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De repente tembló el mundo, y las tres tierras se convirtieron en dos. Esto lo explican los geólogos diciendo así: “Un poco antes del principio del Terciario, empujones venidos del Sur pliegan las capas acumuladas en el geosinclinal Bético y sus orillas. Estos empujones les enderezan y acarrean hacia adelante contra el reborde de la meseta. Así se edifica por etapas un sistema de tipo alpino cuya dirección es Oeste-Suroeste, Este-Nordeste. La culminación máxima correspondiente al más fuerte empujón se encuentra a la altura de Sierra Nevada. Por rígida que se suponga la Meseta, ella debió sufrir el contragolpe de los acontecimientos. La oleada de empujones se propagó en el espesor de su vieja masa, sacudiendo los accidentes más antiguos y determinando una serie de fuertes salientes separados por zonas deprimidas. La Sierra Morena es la zona de estas arrugas salientes.”

Hay otra manera más vulgar de explicar esta gran sacudida. Diciendo que del fondo de ese mar de piedra que se llama la tierra alta del Continente Africano se desprendió una vez un oleaje de montañas que fueron a chocar contra el Continente mayor que se llama Eurasia. Es que el enfriamiento de la corteza terrestre había originado varias contracciones, que en muchos puntos produjeron el hundimiento de grandes porciones de terreno, con levantamiento brusco: de las partes contrarias que servían de contrapeso. En otros sitios hubo más levantamientos de tierras en forma de arrollamientos y plegamientos ocasionados por presiones laterales.

 
Geografía física de Andalucía

Todo esto pasó en Andalucía, que estaba pegada al Rif y separada del resto de España por el citado Estrecho Nortebético. El hundimiento vino de pronto. La isla andaluza se partió por el centro, haciendo que el Mediterráneo se precipitase en el hueco. Las presiones laterales hicieron que Europa hiciese peso al Sur y África empujase violentamente hacia el Norte. Con esta doble presión se cerraron los estrechos Nortebético y Surrifeño, quedando sólo el nuevo Estrecho de Gibraltar. Lo que había sido tierra insular andaluza perdió su pedazo rifeño y en cambio se vio pegada a la España de la Meseta.

Desde entonces empezó África a mandar sus oleadas expansivas. Todas venían a través de las altas tierras. Primera expansión geológica que preparó las futuras expansiones humanas, africanas en su mayor parte. Venían las sierras marchando desde el Sur unas detrás de otras. Empujándose y empujando delante de ellas a la Meseta, que trataba de luchar, pero veía levantarse delante de sus trincheras las masas de las sierras meridionales rebasando por todas partes. De pronto fue arrollada la vanguardia, y las sierras béticas se metieron dentro de la Meseta. Revolviéndose con los trozos rotos de esta Meseta arrollada, en una confusa escalera de montañas, que es la actual Mariánica, donde las sierras béticas se mezclan con los restos de la Meseta deshecha. Pero como la forma general del país está creada por el empujón desde abajo, quedó esta Mariánica como parte natural de la nueva Andalucía física, hasta sus más altos escalones de Alcudia, Pedroso, Alcaraz y las sierras murcianas hasta la alicantina sierra de Enguera, que se asoma sobre el Júcar.

Resumen y resultado de esta confusión de montes en marcha fue la creación de esta Andalucía física actual. Que tiene en medio una zona baja y ondulada, llena de alegría y de olivos, valle del Guadalquivir que muere en la sal de Cádiz. Cerrado por arriba su horizonte con la Sierra Morena y sus otras hermanas mariánicas. Cerrado el horizonte de abajo por la Penibética peninsular, que se asoma sobre el Estrecho para ver a su hermana perdida la Penibética marroquí. Teniendo esta Penibética una zona central cristalina y dura en Sierra Nevada, rodeada después por una serie de montañas calcáreas externas y un reborde también montuoso llamado “flysch”. Y siendo la Mariánica una serie de tierras altas tapadas por los matorrales, roturas sobre elevada cadena resultantes del empujón contra el macizo de la tierra sacudida. Y con aspecto físico determinado por esos pliegues desordenados, y por las pequeñas llanuras que los unen.

 
La Andalucía oriental

Geográficamente se podía terminar aquí. Pero no se entendería nada del valor humano del Sur español si no se observase con atención especial la zona geográfica natural de la Andalucía oriental. Pues los Estados y civilizaciones de tipo hispano-africano se han basado precisamente y exactamente en ese marco orográfico que ya parecía preparado. Todos han puesto los límites de su territorio civil, de su zona de acción más intensa, precisamente en el sitio en que acababan los últimos montes procedentes del empujón.

Andalucía oriental. Xarq-al-Andalus. Formada por esas sierras de Murcia y Alicante de las que dicen los geólogos más modernos que orogénicamente y tectónicamente pertenecen al sistema bético que se extiende hasta Sierra Enguera, en la margen derecha del Júcar. “Todo el rincón Suroeste de España está bajo la dependencia del sistema andaluz.” Las líneas de su relieve prolongan los ejes de las cadenas béticas o penibéticas y las cadenas mariánicas. La topografía, la orientación misma de esas comarcas las distinguen de las otras tierras del lado levantino. Es que ellas forman parte de otra individualidad estructural: la individualidad andaluza. La frontera está marcada al borde de la Meseta, en todo el Sur de Albacete, por los cerros alargados de la Sierra de Guillemona. Exactamente junto a la frontera se alza el gran macizo montañoso de Alcoy, que domina la llanura de Valencia a más de 700 metros. El país central de Yecla, Jumilla, Cieza, Mula, Monóvar, está cortado por cadenas que revelan la continuación de las direcciones estructurales de Andalucía al Este. Con las mismísimas planicies cubetas intermediarias de tipo mariánico. Al Sur, entre Cabo Palos y Cabo Gata, entre el mar y las sierras de Crevillente y Espuña, vienen a morir las prolongaciones del macizo de Sierra Nevada.

Precisamente esta Andalucía oriental de Murcia y Alicante fue la base del poder de tartesios, fenicios y cartagineses en la Edad Antigua y del poder omeya en la Edad Media. Luz y paisaje unen también estas tierras a las otras que fueron, como ellas, resultados de la presión africana. Tienen los mismos horizontes de roca seca y dura con montones confusos de pedruscos. Estepas pequeñas envueltas por sierras azules. País Africano por lo rudo, seco y luminoso. Inmensa aridez florida de cadenas tapadas por el matorral perfumado de la gaba. Caminos bordeados de grandes pencas. Tierra baja, ancha y pomposa del olivo y las cortas vegas frutales. Ríos de sierra, violentos y cortos, perdidos entre las adelfas. Por todas partes, un aire sutil y cristalino, país exento de pesadez y corporeidad, en donde mirar es como disparar una flecha.

 
La penibética marroquí

Todavía no se acabó el paisaje andaluz. Queda más. En la otra acera del Estrecho alinea la Andalucía marroquí sus cerros y sus montes frente a los cerros y los montes gaditanos, malagueños y granadinos. Y al llegar junto al Estrecho se apresura a poner los desmontes cortados exactamente frente a los desmontes cortados de la Península. Como si un cuchillo inmenso hubiese partido los estratos geológicos de un turrón de piedra. En Ceuta, Gibraltar, Cabo Espartel, Cabo Trafalgar y los cerros a pico, como el que hay entre Punta Carnero y Tarifa.

Desde este río hondo y rápido que es el Estrecho de Gibraltar marchan al Este las últimas sierras de Andalucía. Son las llamadas sierras de Yebala y el Rif, que sirvieron de punto de apoyo a la palanca de los terremotos terciarios en este lado Sur. Según los técnicos franceses del Instituto de Altos Estudios Marroquíes: “Se extiende generalmente el nombre de Rif a todo el conjunto de los macizos montañosos que bordean el Mediterráneo, del Estrecho de Gibraltar al Muluya, y se despliegan al Sur hasta el Sebú. El Rif y la Cordillera Penibética no forman verdaderamente más que una sola cadena, pues la rotura del Estrecho de Gibraltar es reciente.”

De derecha a izquierda tiene el Rif una longitud de 300 kilómetros. Nacen sus estribaciones orientales en la región de Melilla. Terminan en los montes de Anyera, junto a Ceuta. Presentan un aspecto de arco de círculo y van haciendo una curva paralela al mar. Las montañas más altas del sistema marchan muy cerca de las costas, formando una espina dorsal. Desde ella se baja al Mediterráneo como por una altísima escalera o grada de plaza de toros, que va elevando sus escalones sucesivos de alturas hasta las más culminantes montañas del interior, coronadas a veces de nieve. Hacia el Sur, en cambio, descienden en pendientes suaves, para ir a perderse en el Sebú.

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Los geógrafos dividen estas montañas en dos grupos: Rif oriental y Rif occidental. Empieza el primero en la región de Melilla, seca y llena de barrancos. Con sus sierras de Quebdana y Guelaya, coronada por el Gurugú. Sigue por los montes de Beni-Bu-Yahi, Beni-Urriaguel, Yebel-Hammam y el alto Yebel Tidiguin, con sus 2.453 metros. Toda esta parte es la más alta arista de la cadena; calcárea seguida y sin brechas, llena de barrancos y torrentes. El Rif occidental se llama también montes de Yebala. Empieza pasado el Yebel-Tiziren y sigue por tres cadenas que arrancan de ese Tiziren, yendo la primera al Sur por los montes de Uazan y formando las otras dos el espinazo de Yebala con las grandes alturas de Beni-Hasan y Beni-Aros, hasta terminar en el Estrecho con los montes de Anyera y el Yebel-Musa.

En todo el Rif es muy difícil la comunicación entre el interior y el exterior del arco montañoso. Resultando dos países vecinos absolutamente distintos, constantemente aislados. Con cabezas de valles opuestos separadas por murallones sin pasos. Desde todos estos montes se despeñan al mar los ríos, rápidos y cortos. Alimentados a veces por derretirse de nieves. Guad-Kert, Guad-Necor, Guad-Guis, Guad-Uringa, Guad-Lau, Guad-el-Jelú. Por sus cuestas y su aspecto torrencial, corresponden a Guadaira, Guadalmedina, Guadalmansa, &c., que también se despeñan por el lado andaluz, bajando de 1.000 metros de altura y corriendo por el campo unos pocos kilómetros.

Hay, por tanto, identidad en todas sus zonas entre las dos Penibéticas. Suelos de carácter alpino que existen en las dos, pero no en las otras cordilleras ibéricas, en las que no se ven los corrimientos penibético-rifeños. Las formas de tablas en graderías son también típicas de ambas zonas. Vuelven al mar su parte más abrupta y al interior su parte suave. Ambas tienen tres zonas horizontales. Litoral accidentado, cumbres macizas del centro, cerros suaves al interior, charcas junto al Atlántico. Estepas al lado oriental.

 
El valle del Sebú y el Atlas central

Al Sur de la Penibética marroquí se extienden dos regiones físicas que corresponden exactamente al valle del Guadalquivir y a las removidas tierras mariánicas. Es la primera de estas regiones el valle del Sebú, que fue Estrecho Sur-rifeño cuando el valle del Guadalquivir era Estrecho Nortebético. Y la segunda se ha producido por la acción de las montañas jóvenes salidas del estremecimiento terrestre sobre un fondo de meseta marroquí anterior y más duro. Paralelo exacto de estas dos zonas con las del lado español.

El valle del Sebú se llama también llanura del Sebú y cubeta de Fez. Es una gran planicie que empieza muy encajonada en Taza. Como un pasillo entre montes que apenas deja sitio al tren y a la carretera. Se ensancha rápidamente desde Fez hacia el Oeste. Formando así la espléndida región del Garb, por donde corren el citado Sebú y sus afluentes, Beth, Uarga e Inauen. Esta planicie termina ampliamente en el Atlántico. Se abre fácilmente hacia Alcázar, Larache y Tánger por el Norte. En cambio, está cerrada al Sur por un gran triángulo montañoso que el Atlas medio avanza casi junto a Rabat y Sale. Es el revuelto país de la meseta de Ulmes, lleno de cañones y zanjas; ese país que antiguamente estaba cubierto de bosques y era un peligroso Despeñaperros marroquí, habitado por gentes guerrilleras y pobres que se dedicaban, y se dedican, al pastoreo trashumante. Los zemur, los zaer, los zaian.

Así aislada del Sur marroquí por sus sierras bravas, y abierto, en cambio, el camino del Estrecho y España, este valle del Sebú es el corazón de Marruecos entero. En ninguna parte del Norte africano hay otra región de importancia comparable. Allí estaban las más viejas ciudades, allí se concentra hoy la vida urbana y culta del Marruecos musulmán. Es el eje de su nacionalidad. Y es al mismo tiempo una antigua sucursal de las civilizaciones andaluzas. Fue asiento de la Tingitania, provincia dependiente de Sevilla bajo Roma. Las piedras magníficas de Volubilis son aún el recuerdo de una Itálica o Mérida africana. Después surgieron en este valle las ciudades andaluzas de Rabat, Fez, Sale, Alcázar. Y es la zona de expansión del árabe dialectal andaluz.

La Mariánica marroquí, o sea el enorme macizo central del Atlas Medio. Es una masa rígida (horst) constituida por una vieja penillanura primitiva envuelta y surcada por pliegues recientes. Originados por la apertura de Gibraltar, lo mismo que los pliegues de Sierra Morena. Sus habitantes son pequeños núcleos de trashumantes y pastores. Como Sierra Morena también. Estos habitantes terminan bruscamente en la llamada región de los Grandes Lagos, y no franquean jamás este límite hacia el Sur ni aun para librarse de un peligro. Tienen el sentimiento instintivo de que es una frontera que trae mala suerte pasar. Porque comprenden que el mundo que allí empieza les es ajeno, es el mundo especial de los llamados “Xeloj”, llamados aquí los hijos del sol, mientras que los del Gran Atlas se llaman los hijos de la sombra.

 
La raza de Cogul y el paleolítico

Después de los montes vinieron los hombres. Empezó la Prehistoria, y empezó España a desempeñar una función geopolítica de puente continental. Siendo ya la tierra donde se ponían en contacto los europeos y los africano-orientales. Contacto que sería desde ese momento el secreto de toda su historia. Sobre el reborde húmedo de la meseta se agarraron las razas paleolíticas de tipo europeo (franco-cantábrico y cromañón), dejando allí su magnífica cueva de Altamira. En cambio, por el Estrecho pasaron los diversos tipos africanos que predominaron siempre en el Sur, las mesetas, el Ebro y el litoral levantino hasta Lérida.

No se puede entender la relación de España con Marruecos y con todos los países que, semejantes a él, forman lo que se acostumbra a llamar África del Norte, Magreb, África menor y Berbería si no se piensa en la base geológica que tienen las emigraciones humanas. Así, entre África y su exacta prolongación Arabia, que es un África más pequeña, han enviado a la Península cinco expediciones colonizadoras: primera, la de las sierras penibéticas y sus consecuencias mariánicas; segunda, la de los paleolíticos capsienses; tercera, la de los iberos neolíticos, base de lo español castizo; cuarta, la de los tartesios, que aparecen en el Sur poco después de los iberos; quinta, la dispersa, pero continua y seguida, emigración árabe, que dura desde el eneolítico, en el alba de la Historia, hasta el siglo XII de nuestra era.

Al final del Paleolítico aparece en el Sur de España el período “auriñacense africano”, que recibe el nombre de capsiense. Se subdivide en “capsiense inferior”, que corresponde al auriñacense europeo, y “capsiense superior”, que es paralelo a lo magdaleniense y solutrense de Europa. Este auriñacense africano dejó sus huellas en Marruecos y Andalucía; derramándose después por la meseta, Cataluña y Aragón la raza capsiense que le caracteriza. O sea, esa raza que vulgarmente se llama de Cogul por el nombre de una cueva donde se encontraron algunas de sus más curiosas pinturas. Pero hay otras muchas cuevas pintadas repartidas por las provincias de Almería, Málaga, Murcia, Albacete, Teruel, Lérida. Se ven allí escenas de caza con ciervos y cazadores emplumados como pieles rojas y acompañados por mujeres con falda acampanada. Estas pinturas parecen probar las relaciones de la raza de Cogul con poblaciones negras o negroides del África central, pues se han encontrado allí y en África del Sur pinturas parecidas. También hay pinturas de estas en los oasis del Sur argelino y marroquí, que pudieron ser el camino.

 
La raza ibero-bereber

La tercera expedición del Continente Áfricano a España fue la de los iberos. Este fue el momento cumbre de los orígenes españoles. Pues coinciden geógrafos, antropólogos e historiadores en afirmar que el tipo ibero, llamado también bereber, es aún hoy el fondo de la raza española en la mayor parte de las comarcas peninsulares. Pues allí donde es más numeroso y está más adaptado al suelo absorbe y se traga todos los elementos que se ponen en contacto con él. Aragón, Navarra, las Castillas, Extremadura superior, León, el Centro y Sur de Portugal, Canarias y parte de Cataluña son sus zonas más características. Hay un gran bloque ibérico apoyado en las tierras más o menos altas del centro peninsular. Al Sur (Andalucía, Murcia, Valencia, Badajoz) predomina también lo ibero, aunque se nota a simple vista la huella profunda de las emigraciones de árabes y razas afines. En otras zonas que no son iberas se estudia seriamente su posible contacto con lo ibero-bereber. Por ejemplo, entre los vascos, de los que algunos investigadores sospechan conexiones bereberes en la lengua e incluso en la raza (que ha dado lugar a tantas hipótesis sobre su origen, aún oscuro). Pero esto de los vascos es un poco nebuloso. Por último, está la zona Noroeste de Galicia, Portugal septentrional y Asturias, que parecen libres de influencia ibera.

Dentro del bloque ibero hay algunas comarcas particularmente curiosas. Tal es la notable provincia de Soria, cuyos límites coinciden exactamente con los de la antigua Arevaquia o Estado de Numancia. Opina Schulten que por haber estado esta provincia fuera de las rutas generales de emigraciones, capitalidades de reinos, colonizaciones exóticas, zonas industriales, comerciales, &c., ha mantenido absolutamente puro el tipo ibero primitivo. Algo parecido pudiera suceder en la Alcarria y las comarcas carpetanas y del Aragón montuoso. Hay otras comarcas donde hasta época muy reciente los habitantes han mantenido una instintiva organización casi tribal propia de las primitivas confederaciones bereberes. Teniendo trajes y usos peculiares, a la vez que se distinguían de sus vecinos por un nombre especial de origen familiar; no un nombre geográfico, sino un nombre de grupo humano. Tales son, por ejemplo, los charros, los maragatos, &c. Es posible que estos grupos no procedan del primitivo fondo ibero, sino de tribus iberas venidas en la época musulmana y establecidas en la meseta como una especie de lo que en Marruecos se llama guix. O sea colonos militarizados.

 
Llegada a España de los iberos

Los primeros iberos entraron en España al terminar el largo período glacial. Que había durado desde el 30.000 antes de Cristo hasta el 5.000 antes de Jesucristo. Hasta entonces, Europa y el Mediterráneo habían sido muy fríos. En cambio, el Sahara era un país templado, fértil y abundante en caza. Una especie del Far-West antes de las películas de “cow-boys”. Cosa muy parecida era también Arabia, que es un Sahara más pequeño y más montuoso. Sahara y Arabia se empezaron a secar a la vez. Más rápido el primero que la segunda. Los enormes ríos se hicieron ramblas. Entonces salieron de allí tribus blancas de guerreros y cazadores, que se derramaron sobre las tierras mediterráneas vecinas y semejantes. La expansión humana salida del Sahara se derramó sobre las tierras norteafricanas. Luego pasó el Estrecho de Gibraltar. Al fin y al cabo, menos ancho que muchos ríos americanos.

Creen las teorías más recientes que los iberos no se establecieron de un golpe en su doble patria hispano-marroquí. Sino en oleadas sucesivas. Acumulándose repetidamente en las zonas más propicias y con dificultad en las otras comarcas. Zonas propicias fueron en España el bloque central y el Sur, y en el Norte de África otro bloque central, con las tierras altas del Oriente marroquí, Centro argelino, Atlas central, Rif, montes Ores, &c. Quedando fuera otras comarcas, como las del Gran Atlas.

 
El bereber verdadero y el falso bereber

Lo más curioso de los estudios bereberes actuales, emprendidos minuciosamente por los sabios franceses más serios, es el descubrimiento de la existencia de dos tipos raciales diferentes (e incluso opuestos a veces) entre las gentes que hablan o han hablado las lenguas del grupo bereber. La existencia de estos dos pueblos, confundidos hasta ahora bajo el común nombre de bereberes, estaba ya atestiguada por autores tan célebres como Salustio en la Edad Antigua y Ibn-Jaldun en la Edad Media. Pero ahora se comprueba experimentalmente. El primer tipo pudiera ser llamado ibero verdadero. El segundo sería, probablemente, una raza más antigua iberizada.

El primero es un pueblo de origen sahariano. Fue nómada en sus orígenes y dedicado a criar ganado. Tiene aún tendencia a ser ganadero cuando puede. Es el que fue llamado libio por faraónicos y griegos, númida por los romanos, botr por Ibn-Jaldun. Su idioma se llama tamazig. Modelo de esta raza es el rifeño, y en ella abundan los individuos rubios. Esta parece que es la misma raza ibero-bereber de España.

La segunda raza es menos pura. De agricultores pacientes que se agarran a cualquier puñado de tierra y de pequeños comerciantes muy tenaces. Emigrantes con facilidad y prontos a los más rudos trabajos, vuelven en cuanto pueden a su pobladillo, que es su verdadera patria. En sus orígenes vivió en cuevas, y tiene tendencia a volver a usarlas. En la mayor parte de las regiones asocia a las cuevas sus fiestas locales. Los griegos y latinos llaman a este tipo humano getulo; Ibn-Jaldun le llamaba branes. También se le ha llamado mazmuda. Su idioma se llama chelja o xelja. Modelo típico de esta raza es el susi (que cualquiera puede ver en las tiendas de Tánger). Es más delgado y más bajo que el rifeño, y frecuentemente se notan en él fuertes mezclas de negro, incluso en la forma del negro de tez blanca, del mulato pálido, tan conocido en América.

Hay, por último, un tercer tipo de origen no bien definido que se clasifica como branes, pero tiene aspecto más parecido al botr. Puede ser un mestizo. Es el llamado senjaya en Marruecos, el kabila de Argelia. Es un problema oscuro. Como lo es también el origen de las lenguas bereberes, que aunque divididas en dos grupos, el tamazig y el xeija, no por eso dejan de ser derivaciones de una lengua común.

 
Coincidencias entre bereberes y españoles

Volviendo al iberismo de España, hay que recordar las coincidencias de folklore y de psicología entre los españoles y la mayor parte de los bereberes. Danzas comunes de palos y saltos, calzados de esparto, pañuelos a la cabeza en forma de venda, antiguo sagum o capa de la Celtiberia que sobrevive en el Suljam y el Burnus marroquíes. Figurillas de bronce encontradas en las excavaciones de Despeñaperros, que parecen rifeños de hoy. Curiosa experiencia de Argelia moderna, donde bereberes de Argelia y Rif españoles de Alicante y Almería trabajan juntos. Vestidos muchas veces unos y otros con el mismo traje azul de mecánico y la misma boina, es imposible diferenciarlos.

En la psicología se notan también muchas coincidencias entre el carácter español y el fondo del carácter marroquí y argelino. Todos ellos se han distinguido siempre por su particularismo, a veces exagerado. Y por la tendencia a las formas políticas minúsculas, a la atomización en lo social y en las costumbres. La guerrilla, la tertulia, la partida, la comisión, el grupo de amigos. También es típico del español y del marroquí el extremismo y falta de términos medios. O ideales pequeños y muy caseros, o ideales elevadísimos y caballerescos. Cada español medio y cada marroquí medio no cuenta en las grandes ocasiones sino consigo mismo. Eso le infunde conciencia desproporcionada de su propio valer, en más o en menos. A veces también tiene la tendencia de referir todas las opiniones a la propia dignidad. Es decir, que se empeña en mantener la propia opinión y no ser contradicho, aunque se opine sobre temas de especialización que él desconoce. De aquí viene también aquello de creer en la “real gana” de cada cual. Y el no hacer a veces lo que se puede hacer, contentándose con saber que puede hacerse; exceso de personalidad que impide cristalizar muchas fórmulas magníficas en obras definitivas. Todo absoluto. Riqueza que tiende a realizar sus fines en formas azarosas. Frases tan típicas como aquella de “tirar la casa por la ventana”. Paradoja de ver (¡precisamente en España, tierra de tan antigua y honda civilización!) un entusiasmo de rehacerlo todo a cada paso, como si fuese un país virgen. Pues es muy corriente en el español el reorganizar sin cesar. Esa doble realidad de Don Quijote y Sancho, distintos, pero inseparables.




 
II
Los siglos sirios

Al final del período neolítico llegaron al Sur español influencias orientales que inauguraron un contacto permanente entre Andalucía y las tierras de Siria y Asia Menor. Contacto con Siria que llegó a ser enorme bajo los Estados sirios de fenicios y cartagineses. Y que siguió bajo el Imperio romano, época en que los mercaderes sirios acaparaban el comercio de los puertos andaluces. El Cristianismo llegó a España predicado y organizado por sirios. Y los primeros musulmanes que vinieron eran sirios también.

 
Llegada a Andalucía-Murcia de los primeros orientales

El final del período neolítico se llama eneolítico. En él aparecen de repente las primeras influencias orientales en suelo español, influencias venidas directamente de Siria y comarcas vecinas. Hasta entonces (o sea en el período ibero primitivo) se había observado un cierto parecido entre objetos encontrados en España y objetos encontrados en el Oriente próximo. Pero desde este momento se puede comprobar que existe mucho más, es decir, el transporte de objetos de uno a otro confín y el comercio con Oriente. Se han encontrado en quinientas tumbas de esta época excavadas en el Sur de España una gran cantidad de objetos de arte oriental construidos con materiales de Arabia, Egipto y tierras semejantes. Son vasos de piedras egipcias, estatuitas de alabastro, turquesas y amatistas, objetos de marfil de rinoceronte. Y sobre todo, perfumes y ungüentos que procedían directamente de Arabia. Se ven botellitas para contenerlos semejantes a las que se encuentran en Chipre, Susa y Siria. Aparecen dibujos de triángulos superpuestos que corresponden a las palmeras místicas de las culturas mesopotámicas. De este Oriente ha tomado también España su sistema de fortificación, que repite el modelo de las fortalezas sirias junto a las corrientes de agua y con sus mismos fosos, terraplenes, murallas y torres.

O sea que casi al mismo tiempo que los iberos, o poco tiempo después, llegaron al Sur español influencias sirias en cantidad enorme. Esto está absolutamente probado. Lo único que aún no se conoce es quién las trajo y si vinieron acompañadas por una emigración maciza de una raza siria o fueron obra de comerciantes sueltos. La tesis de la llegada de inmigrantes en masa se basa en el hecho de que precisamente el 4000 antes de Jesucristo salió del desierto arábigo la mayor y más famosa oleada de emigrantes árabes, empujados por la sequía y derramándose por las comarcas vecinas, sobre todo por Siria, donde se mezclaron con otras razas semíticas. Se sospecha que muchos de ellos pudieran venir a España por el camino del Sahara, junto con los iberos; así lo ibero primitivo tendría ya mezcla de árabe, al menos en el Sur español. Otra tesis supone una emigración siria venida acaso por mar, pero no de origen árabe, sino turco. Pues los sumeros e hittitas (que ahora se  ha descubierto que proceden de los turcos, e incluso se ha fundado alrededor de este descubrimiento una nueva ciencia histórica, llamada la Turcología) poblaban entonces en gran número el Norte de Siria y el Asia Menor, y tenían en su folklore evidentes coincidencias con los iberos. Además, el corazón del Cáucaso turco, probable origen de aquella raza, es precisamente la región llamada Iberia, es decir, el mismo nombre que griegos y primeros latinos dieron a nuestra Península. Y allí hubo un riachuelo llamado Ebro. Hay, además, la persistencia de las raíces tur y tart para designar los pueblos habitantes en Asia Menor turca y en el Sur español. Tartar, Turk, Turkiye, Turkestán, Tartis, Turdetán, Túrdulos, Turbuletas, &c.

La tesis de que los objetos los trajesen inmigrantes sueltos tiene relación con las primeras emigraciones fenicias, es decir, las de Biblos y Sidón. Siret, que fue el descubridor de la mayoría de los objetos, decía: “En la época del neolítico reciente, líneas de navegación enlazaban el Sur de la Península y el Oriente. Así, en la edad de la piedra pulimentada los fenicios habían conquistado una parte del mundo mediterráneo occidental, conquista puramente comercial.” Esto pudiera ser cierto, pero hasta ahora no hay datos que permitan atribuir a los fenicios una antigüedad tan dilatada, pues la fecha fenicia más antigua conocida es la de 2900 antes de Jesucristo, fecha en que comerciaban con el Egipto del faraón Snefru.

 
Civilización tartesia y raza de Tartis

Fuese cual fuese el origen de las influencias orientales eneolíticas, es evidente el hecho de que se concentraron en la zona del Sur. Y que esa zona era precisamente la zona removida por los movimientos penibéticos. (Salvo la pequeña excepción del Algarbe portugués, que tiene relación con la Mariánica.) Es decir, que esas influencias se acumulaban y limitaban en la zona comprendida entre el Cabo Nao y el Guadiana.

Y precisamente entre el Cabo Nao y el Guadiana se acumularon poco después los restos de esa gran civilización tartesia descubierta por el sabio alemán Schulten, y que fue la primera y más remota civilización del Occidente. Civilización recogida en el valle del Guadalquivir y las cordilleras que le limitan. Todas las civilizaciones primitivas nacían así, a orillas de un gran río en llanura cerrada. Así fue Egipto en su valle del Nilo y Mesopotamia a orillas del Tigris y Éufrates, ambos países rodeados de desiertos. Tartesos no tenía desiertos, pero los matorrales que hasta hace poco cubrían Sierra Morena y hacían de ella un paso peligroso eran un buen aislador.

Tampoco se sabe nada exacto sobre el origen de estos tartesios. Acaso fueran una variante de los iberos. Acaso tuvieran entronque oriental. Los primeros griegos que llegaron a España, catalogándolo todo según su costumbre, distinguieron tartesios e iberos, dando el nombre de tartesios a los que vivían al Sur del Cabo de la Nao e iberos a los que estaban al Norte de este Cabo y al interior.

Tuvieron los tartesios una magnífica civilización. Inventaron el bronce, y fue este invento algo original y típicamente suyo. Utilizando el abundante cobre de las minas de Huelva, que desde entonces están en explotación. Fueron célebres muchas producciones de la industria tartesia, como la alabarda, el puñal triangular, la copa de doble cabida, &c. También descubrieron el aprovechamiento de la miel. Y fueron los inventores de la navegación de altura, pues sus grandes barcos de vela fueron los primeros que se atrevieron a recorrer el Océano. Saliendo de las mismas costas sevillanas y onubenses de que siglos después saldrían las expediciones descubridoras y colonizadoras de América. ¡Milenaria tradición marina del Guadalquivir! Llegaban por arriba a Inglaterra y Bretaña, llegaban por abajo al Senegal y Guinea. Traían de aquellas tierras estaño, oro, pieles, &c. Y difundían por todas partes sus característicos dólmenes de corredores y galerías cubiertas, magnífico invento que ahora resulta ser un invento español.

 
El gran reino de los tartesios

El año 2500 antes de Jesucristo se fundieron las tribus tartesias en una nación civilizada y poderosa. Se creó una capital, Tartis o Tartesos, cerca de la orilla del Guadalquivir, y se inventó una escritura, según parece, pues afirma una tradición muy arraigada hasta Roma que los tartesios tenían leyes en verso de remota antigüedad. En esta época nacional aparece un segundo tipo más perfeccionado de sepulcro, que no irradió fuera y su uso se limitó al país tartesio. Fue el sepulcro de falsa cúpula circular y con una especie de bóveda de escalones que se apoyan y van reduciendo el círculo. Circunferencias de piedras pequeñas que sobresalen unas de otras y suben en círculos concéntricos cada vez menores. Los tartesios atribuían el origen de su Imperio a unos reyes míticos. El primero de ellos era Océano, fundador de la dinastía y adorado luego como un ídolo.

Rasgo característico y famoso de la civilización tartesia eran sus enormes rebaños de toros, que pastaban en las orillas del Guadalquivir. Y era célebre su carácter hospitalario y amable, aunque exagerado y lleno de ampulosidad y de abundante palabra. Fácil es reconocer en este tartesio al andaluz actual, y aún existen los famosos rebaños de toros junto al Guadalquivir.

Es muy posible, casi seguro, que este reino tartesio comprendiese y englobase el actual territorio del Marruecos jalifiano. Pues en Mzora (Yebala) hay un dolmen típico. Y en el Museo Arqueológico de Tetuán puede verse una efigie de bronce encontrada en Larache y que representa al dios local de Marruecos, que era Océano. ¡Precisamente Océano, el dios local de Tartesos! Tampoco sería imposible un origen tartesio de Tamuda, es decir, de la ciudad que precedió a Tetuán, y que está próxima.

 
Arabia del Sur, cuna de los fenicios

El año 1600 apareció con claridad el pueblo fenicio en las costas peninsulares, y precisamente en las costas de Tartesos. Ese año penetró en las tierras de Siria y Palestina una gran invasión de tribus semitas pertenecientes a razas diferentes de la fenicia. Los fenicios que ocupaban el Líbano se vieron empujados por este gran movimiento emigratorio, y tuvieron que intensificar su expansión marina fuera del estrechísimo recinto de sus montañas libanesas. La ciudad de Tiro se hizo entonces centro y capital de todas las ciudades autónomas e inquietas que formaban la Fenicia.

Todos conocen desde el bachillerato al fenicio de este período. A ese hombre comerciante y civilizador que inventó un alfabeto fonético, el vidrio de colores, la púrpura, la industria y el comercio en gran escala. Ese fenicio hábil, paciente, halagador y sensual. Al navegador hábil que recorría el mundo en una cáscara de nuez. Al mercader por instinto, que en cualquier peñasco edifica una factoría y en cualquier hueco (aunque fuese un armarito) metía una tienda. El que amaba las islitas litorales, sobre las que levantaba casas altas y estrechas de cinco pisos. El fenicio de gorro encasquetado.

Pero nadie sabe sin ver Arabia la relación estrecha que el fenicio tiene con la geografía de esa península ardiente. Modernísimas teorías ponen en Arabia el origen evidente de la raza y el pueblo fenicios. Sus costumbres también parecen ayudar esta teoría. Puesto que parece que los fenicios se esforzaban en reproducir instintivamente el paisaje de Arabia del Sur en todas sus emigraciones.

Arabia es una alta meseta de tierras esteparias propicias a la cría de ganado. Pero alrededor de ella el mar ha arrojado millones y millones de islitas coralianas que, agolpándose unas sobre otras, rodean y aprietan a la Arabia continental y maciza del centro con una red de arrecifes y canalillos. Así, hay dos Arabias diferentes y complementarias. La central, del nómada y el caravanero. La litoral, del mercader y el marino, donde se levantan sobre islillas y canales pequeñas ciudades de casas muy altas y estrechas, hechas con piedra coraliana y agujereadas por millares de huecos. Estos huecos se cubrían y se cubren con complicados miradores y celosías de madera traída de India y Malasia.

Todos los que oyen hablar de Arabia se acuerdan de la Arabia pintoresca del camello y la palmera. Pero nadie piensa en esta Arabia de coral y rascacielos que fue célebre entre los griegos y romanos, que la llamaban país de mercaderes y representantes de comercio. La Arabia que desde el principio de la Historia enviaba sus barcas frágiles hacia la India para traer de allí las joyas con que se engalanaban los faraones y los reyecillos mesopotámicos y egeos. La Arabia de los reyes de Saba. La de los pescadores de perlas y de Simbad el Marino.

Es curioso observar que al llegar los fenicios a Siria desdeñaron las llanuras y huertas del interior y se metieron en el sitio más estrecho y estéril, donde entre la costa llena de altos acantilados y el mar apenas queda sitio para amontonar unos cuantos poblados-fortalezas, muy estrechos y hechos a base de casas muy altas que parecían salir del mar. Y cuando, más tarde, fundaron ciudades en Occidente (Cádiz, Argel, Melilla, Cartago), siguieron con la manía de la islita litoral y de las casas altas amontonadas.

No se puede acabar con esta afirmación del arabismo fenicio sin citar el célebre texto de Herodoto: “Los fenicios han venido del mar Rojo a establecerse en el Mediterráneo dos mil trescientos años antes de mí.” De ahí arrancan las investigaciones sobre ese arabismo fenicio que terminan hoy con trabajos tan notables como los del geógrafo orientalista E. F. Gautier, que dice: “Los viejos faraones de Egipto enviaron misiones comerciales al país de Pun o de los aromas. Este nombre de Pun ha sido comparado con el de Puni, que es el nombre de los púnicos de los fenicios. Se ha emitido la hipótesis, bastante verosímil, de que la marina fenicia tenga su origen en el mar Rojo. En todo caso, la identidad del género de vida es evidente entre los púnicos mediterráneos y los himyaritas (árabes del Sur), que fueron los fenicios del Océano Índico.”

 
Llegada de los tirios a la Península Ibérica

Tiro había nacido a la sombra del santuario de un célebre héroe divinizado llamado Melkart, al que los griegos llamarían Hércules varios siglos más tarde. Melkart era el símbolo y el tótem de los tirios, que eran conocidos por eso como los “hijos de Melkart”. Por eso, al ocupar un país se decía que lo había ocupado Melkart, y de aquí nació la leyenda de que Hércules fue el primer conquistador de España.

Tiro convirtió la expansión comercial fenicia (que hasta ahora era dispersa) en un verdadero Imperio marino hecho con un plan maduramente meditado y defendido por fuerzas navales armadas. Para apoyarlas fundó bases navales. Su capital era una verdadera Babilonia naval rodeada de una muralla de cincuenta codos de alto y batida por el oleaje. Alrededor de esa isla-ciudad se extendió su imperio con una gradación parecida a la del Imperio inglés: primero, concesiones o barrios especiales; segundo, bases en los pasos de gran circulación; tercero, colonias de explotación con indígenas dominados con el sólo objeto de obtener primeras materias; cuarto, países de poblamiento, “dominion” más o menos autónomos.

El año 1200 se presentaron los tirios en las costas tartesias, y fueron bien recibidos. Los tartesios les permitieron fundar pequeñas factorías en el país. Especialmente desde el 1100 antes de Jesucristo. Fueron Málaga, Motril, Adra, Cádiz, Alicante, Melilla, Ceuta, Tánger, Larache, Arcila, Sale.

Los tirios llevaban al Oriente los productos que los tartesios obtenían gracias a su antiquísimo comercio con el Senegal e Inglaterra. Pero llegó un día en que quisieron participar en este comercio. Los tartesios se opusieron, y estalló una guerra el año 800 antes de Jesucristo. Los tartesios fueron vencidos después de una batalla naval en las bocas del Guadalquivir. Vencidos merced a unos cristales o juego de espejos con el que los fenicios incendiaron la flota de Tartesos. Después de apoderaron los fenicios de Tartesos y crearon un “dominion” con su capital en Cádiz. Poniendo después en los dos lados de Gibraltar marcas para prohibir e impedir a otros navegantes (especialmente los griegos) el paso al Atlántico. Era el “Non Plus Ultra”. Verdadero “Se prohíbe el paso”, complicado con un “No tocar; peligro de muerte”, pues echaban a pique a todo barco que pasaba el límite, diciendo luego que se lo habían tragado los monstruos del Océano.

Esto dio origen a que la desbordante fantasía de los griegos forjase después mil leyendas sobre la civilización tartesia perdida de pronto. Fue la más célebre de esas leyendas la de la Atlántida, de que habla Platón. Y que Schulten ha demostrado que corresponde a Tartesos.

 
Griegos y cartagineses

El año 700 fue Tiro destruida por Nabucodonosor después de un sitio de trece años. La mayor parte de sus habitantes habían huido previamente a Cartago, antigua colonia tiria que ahora heredaba el poder. “¡Quién reservó un tal destino a la ciudad de Tiro, distribuidora de coronas y cuyos mercaderes fueron como soberanos!”, decía el profeta Isaías, que se apresuró a felicitar a los tartesios por ser independientes otra vez. Pues los tartesios habían vuelto a crear su reino, al cual incorporaron Cádiz y las ciudades fenicias del litoral. Nuevo reino tartesio que ahora apareció en la Historia con el nuevo nombre de Turdetano o Túrdulo. A pesar del nuevo nombre, es el mismo Tartis, pues llegaba al Cabo de la Nao, según costumbre.

Entonces aparecieron en la escena andaluza nuevos personajes. Eran los griegos, ese gran pueblo charlatán y danzarín que tiene siempre los ojos muy abiertos para enterarse de todo y catalogarlo todo. El griego que hace juegos malabares con las ideas y con el dinero. Los griegos se encontraron en Tartesos con un pueblo abierto, hospitalario y de buen humor. Fue breve el contacto, pero nunca se sintió tan a gusto el hombre de las islas de mármol blanco como frente a las salinas de Cádiz y bajo la luz filtrada de Sevilla. Amistad corta, pero fecunda, que culminó en el reinado del rey tartesio Argantonio, “el hombre de plata”.

En esta euforia vivieron los tartesios doscientos años. Pero el 500 volvieron a llegar los tirios. Eran tirios de África, neotirios, o sea cartagineses. Atacaron Tartis y destruyeron su capital milenaria después de un sitio largo y empeñado, durante el cual se inventó el ariete o viga de derribar murallas a golpes. Y ya Tartesos no existió más. Schulten la ha buscado en el coto de Doñana, junto a las bocas del Guadalquivir. Helen M. Wishav, en Huelva. César Pemán la busca ahora entre Jerez y la isla de León. Pero aún no se ha hallado rastro de esta “grande y opulenta ciudad en épocas antiguas, ahora pobre, ahora abandonada, ahora un campo de ruinas…”

 
Invasión de los celtas y reconquista de los iberos

En época próxima a la de la conquista cartaginesa por el Sur (acaso al mismo tiempo, como cree Ballesteros) entró por el Norte una gran invasión o emigración maciza, la de los celtas. Emigración que Martínez de Santaolalla califica de primera invasión bárbara conocida. Y la escuela francesa dice: “Il ne faut pas oublier que la Peninsule Iberique était peuplée dans toutes ses regions, dans son centre même depuis des millenaires lorsque les celtes l’ont atteinte et que ceux-ci n’ont pas pu modifier considerablement la composition de la race espagnole.”

Los griegos, que el año 500 habían fundado numerosas factorías desde Valencia (Sagunto) hasta los Pirineos, hablan de que en aquella época numerosas tribus celtas ocupaban la meseta central. Por ejemplo, los saefes y los cempsi. Pero cuando el 240 llegó Amílcar Barca a conquistar la meseta, sólo encontró en ella iberos puros. Es que en ese intervalo los celtas habían sido acorralados al Noroeste por una reconquista ibera que había tomado como punto de apoyo a Aragón y como fuerzas de refresco a los iberos que después de ocupar el lado francés de los Pirineos por la parte de Perpiñán regresaban a la Península empujados por otras tribus celtas de Francia. Se cree que en esta época hubo otra segunda emigración de iberos de África que había pasado por el Estrecho a Tartesos ayudando a los tartesios a derribar el poder de Tiro y reconquistar una breve independencia tartesia que duró desde el 350 al 348. Después de ayudar a los tartesios pasaron estos iberos de Marruecos a la meseta, ayudando a los otros iberos que bajaban de los Pirineos.

 
Iberismo de los celtíberos

Las investigaciones modernas demuestran que después de esta reconquista ibera de la España central quedaron los celtas limitados al ángulo Noroeste, más arriba del Duero (Galicia, Tras-os-montes, Douro, Minho, &c.). Y que los celtíberos no son, como hasta ahora se creía, una mezcla de celtas e iberos, sino una nueva Iberia rehecha con la aportación de nuevos contingentes aragoneses y marroquíes. Prueba evidente eran sus nombres de tribus, su traje, basado en una gandura marroquí de color encarnado y un burnus de lana negra. A la cabeza un pañuelo aragonés. Montados en caballos con herraduras (invento suyo que no conocían los romanos). No hay que olvidar que los latinos pronunciaban la c como k. Y Kel-t-Iberia viene a querer decir en bereber Castilla, pues kel o kal es castillo y la t es señal del femenino. Hoy día, las tribus del Sahara que hablan bereber distinguen sus tribus con la partícula kel, Kel-t-rela, Kel-t-ui, Kel-t-antasar, Kel-t-ruel.

Fueron famosos los poblados fortificados o pequeñas ciudades de estos celtíberos o kel-t-iberos, iberos de los castillos, de Castilla. Todos del tipo de Numancia. Con muros de piedra de hasta seis metros de grueso con cantos enormes, a veces sin labrar. Pueblos que eran como nidos roqueros en los altos cerros. Allí criaban mulas, caballos, toros, ovejas. Su gobierno era el típico de los pequeños Estadillos espontáneos de la montaña marroquí. O sea unas veces el régulo o amegar (Amghar). Una mezcla del cacique y del alcalde heroico, tan célebres en la vida más reciente de la meseta. Y otras veces la yemaa, con poder colectivamente municipal. Viriato fue el ejemplo más sublime del amegar. Numancia, el ejemplo más sublime de la yemaa.

El Sur seguía siendo tartesio. Pero después del primer empujón cartaginés no se pudo reconstituir el reino, y se hicieron varias pequeñas taifas. La turdetana, la túrdula, la bastetana, la mastiena, la contestana. Todas vivían en buena relación, pero su desunión les impidió poder resistir a la segunda conquista cartaginesa de Amílcar Barca, el 240 antes de Jesucristo. Pero entonces produjo el arte tartesio su obra más bella bajo el influjo de las técnicas griegas, pero con una expresión netamente tartesia, andaluza, hispano-oriental. Es la maravillosa Dama de Elche, hallada en el territorio de los tartesios mastienos, y que hoy está en el Museo del Prado. De ella cuentan los franceses que la encontraron que al verla resucitada la llamaron los obreros excavadores “Carmen”. De tal modo les impresionó su evidente andalucismo. Y es, además, muy notable y significativo que esa estatua recuerde el traje de las mujeres árabes de Belén, en Palestina, y lleve las alhajas de las zenetes del Sahara. Prueba evidente e indiscutible del arabismo milenario del país mariánico-penibético.

 
Cartago, Roma y las guerras púnicas

No es éste sitio para contar las guerras púnicas, que están en todos los libros del bachillerato. Sólo se pueden destacar algunos hechos esenciales que tienen relación con las dos tierras gemelas del Sur español y Norte marroquí. Por ejemplo, observar que la zona que sirvió de punto de apoyo a Amílcar, Asdrúbal y Aníbal Barca fue precisamente Tartesos. El antiguo Polibio dice, que Amílcar trató de readquirir un poder anterior, de restaurar la soberanía de Cartago en la costa meridional de la Península hasta el Cabo de la Nao. Y el moderno Ballesteros Beretta dice que “el dominio de los Barcas se extendió por toda Andalucía, comprendido el territorio de Granada, la región de Murcia y la parte meridional del reino de Valencia”, y luego; “En la costa, Asdrúbal no pasó, según todos los indicios, de la antigua frontera del Cabo de la Nao.”

Después de morir Aníbal y de entrar las tropas romanas en la Península se observa que los ejércitos romano y cartaginés se mueven siempre entre Sierra Morena y Sierra Nevada, como en una estrecha calleja. Eso indica que la fuerza cartaginesa era el antiguo país del Sur, cargado de recuerdos púnicos y saturado de inmigraciones orientales. Por eso Amílcar, Asdrúbal y Aníbal se casaron con mujeres andaluzas y los tartesios llegaron a guerrear bajo las banderas de los Barcas en Sicilia, en Roma y en Zama.

Respecto a las luchas de los Barcas con los iberos del interior, se observa que fueron muy cortas en comparación de la desesperada resistencia de siglos que después hicieron los iberos contra Roma. Contra los Barcas apenas hubo el episodio de Orison y el de Indortes. (Istolacio no cuenta, porque era un jefe celta del Noroeste.) Después, los iberos fueron casi la totalidad del ejército de Aníbal, e ibéricas fueron las tropas que le dieron sus triunfos en Italia. En cambio, Roma estuvo luchando, dos siglos contra tartesios y contra iberos, con episodios como Estepa en Tartesia y Numancia en la meseta, y con largas guerras, como la de Viriato. (No tiene nada que ver con España el caso de Sagunto, que era una colonia griega, siempre en pugna contra los indígenas, que eran los turbuletas. Y el ejército de Aníbal que la tomó era en su mayoría ibérico.) La última desesperada resistencia de España contra Roma fue la rebelión general de Tartesos, el 195. A consecuencia de esta rebelión tomó Roma la precaución de dividir el país tartesio, incorporando el trozo occidental a la España Ulterior, con el nombre de Bética, y el trozo oriental, con Granada, Almería, Murcia, Alicante, la agregaron a su España Citerior.

Pero, como han demostrado Gautier, el Padre Lammens y otros muchos, no desapareció el orientalismo del Sur español bajo su capa romana superficial y oficial. Los fenicios, que habían dado su nombre más ilustre a la Península (España, nombre fenicio) y a la Penibética (Peni = fenicios), no dejaron nunca de estar presentes en España durante el período de Roma. Incluso vinieron nuevas y continuas emigraciones sueltas, pero constantes, de comerciantes sirios hasta la mitad del período de los godos.

 
Andalucía, romana, y Marruecos, provincia andaluza

Al partir en dos la Tartesia agregaron los romanos el Norte de Marruecos al trozo tartesio, llamado desde entonces Bética. Estas tierras marroquíes habían pertenecido al Imperio tartesio y luego a Cartago. Al caer Cartago surgió en el Rif un jefe local que fundó un reino el 106 antes de Jesucristo. Fue el rey Bocus. El 33 antes de Jesucristo se agotó esta dinastía, y Roma puso una dinastía nueva con un jefe llamado Yuba, dinastía que se agotó en 42 de nuestra era.

El 69 creó Otón la provincia marroquí de Tingitania o Transfretania, que agregó a Sevilla en lo político y administrativo y a Cádiz en lo jurídico. Así quedó hasta el 117, en que Adriano hizo de Tingitania una provincia militar especial, una especie de marca fronteriza para proteger a Andalucía contra las tribus de la falsa raza bereber o xeloj al Sur. Para defender esta frontera trajo Adriano de Oriente tribus árabes armadas de purísima raza beduina. Eran los arqueros de Palmita y Nabatea.

La provincia militar andaluza del Norte marroquí tuvo numerosas y ricas ciudades. “Provinciae Baeticae Maurorum Civitates”, que decía Tácito. Fueron Russadir (Melilla), Oppidum Novum (Alcázar), Septem-Frates (Ceuta), Tamuda (junto a Tetuán), Tingis (Tánger), Zilis (Arcila), Taber-nis y Ad-Novas, entre Tánger y el Lucus. Ad-Mercurios y Sala-Colonia, junto a Rabat. Volubilis, Banasa, Gilda y Tamusida, en el valle del Sebu. La relación entre todas estas ciudades y Roma se hacía a través de la Bética y por vía marítima, pues la frontera con Argelia estaba cortada.

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Común destino de Andalucía y Siria bajo Roma

No perdió la antigua Tartesia sus relaciones estrechas con lo oriental. Al contrario. Los emperadores sevillanos Trajano y Adriano realizaron en Oriente la unión perfecta de las culturas greco-romana y árabe-siria. Las bailarinas tartesias de la Bética, “Puellae gaditanae”, entusiasmaban a los romanos con sus danzas orientales de brazos y castañuelas. Séneca lanzaba de pronto un grito del desierto con su filosofía fatalista, seca y austera, semejante a la del árabe y arabísimo Job que aparece en la Biblia. Y esa filosofía no era inventada ni creada eruditamente (a pesar de que Séneca se había formado en Egipto). Sino qué había nacido de su sangre cordobesa, pues se da en el país cordobés espontáneamente ese tipo de hombre estoico y serio con palabras cortas y sentenciosas y con acento árabe del desierto. Luego, Lucano, sobrino de Séneca, reproducía el tipo del poeta exuberante y ampuloso, típico de la literatura árabe de siempre. Los escritores locales frecuentaban Egipto y Cartago, mientras en el Líbano se reconstruía Tiro y una verdadera invasión de comerciantes libaneses llenaba las ciudades de Andalucía y Marruecos.

Vino luego el Cristianismo, y llegaron con el Apóstol Santiago los Varones Apostólicos para predicarlo. ¡Casi todos estos Varones Apostólicos eran árabes! Y no ya fenicios, es decir, árabes más o menos dudosos. Sino purísimos e indiscutibles árabes del interior. Especialmente San Cecilio, patrón de Granada; San Tesifonte, su hermano, y San Eufrasio, patrón de Andújar. Todos de Damasco y la Nabatea. Después se organizó la Iglesia española, dependiendo de Cartago, como ciudad más afín y semejante. Y este Cartago no estaba latinizado, pues dice nada menos que San Agustín (que allí cerca vivía ya al acabarse el Imperio, llegando los bárbaros) que la lengua del pueblo no era el romano, sino el púnico. ¡Esto, siete siglos después de Escipión y de Zama! Luego la afinidad que unía a España meridional con Cartago era una afinidad púnica. Hay que fijarse también en que los Varones Apostólicos actuaron precisamente en Tartesia nada más, seguramente por las afinidades con su patria árabe-siria. En Granada, Almería, Andújar, Guadix, Cieza. Las primeras iglesias levantadas en Bética no fueron de tipo basilical latino, sino de tipo cruciforme sirio. Y la figura más ilustre del Cristianismo en aquella Bética fue el cordobés Osio, autor del Credo o símbolo de la fe cristiana. Osio, que era, según Zósimo, “un egipcio de España”.

 
Béticos, bizantinos y árabes

Los tartesios romanizados de la provincia que ahora se llamaba Bética continuaron su relación estrecha con Oriente aun después de las invasiones bárbaras. El emperador Justiniano unió a su Imperio griego-arabizado o sirianizado de Bizancio todo el país que va desde Denia hasta Málaga. Este país siguió contento y unido a Bizancio por propia voluntad hasta 621, fecha en que lo conquistaron violentamente los visigodos. En cambio, la parte de Tartesia que cayó en poder de los visigodos, desde el primer momento estuvo en continua rebelión. Sevilla fue siempre una ciudad hostil a lo godo con San Hermenegildo y Osio, nombres de godos que servían de pretexto para las revoluciones del partido local, hostil a los bárbaros, pero afecta a todo lo que venía de Oriente.

Por afecto a Oriente dejaron entrar con alegría a los bizantinos. Y por ese mismo afecto dejaron entrar y acogieron con alegría a los árabes de Tarik y Muza, en los que ellos no vieron los adeptos de una religión nueva, sino simplemente un grupo de orientales que venían a ayudarles, como Justiniano había venido pocos años antes. Pues, al fin y al cabo, Muza era un sirio del país de donde en aquellos momentos había miles de comerciantes en España. Según demostró el sabio jesuita P. Lammens, que ha estudiado “cómo los sirios conquistaron los mercados desorganizados de Europa, invadida por los bárbaros. En todos los puertos del Mediterráneo eran famosos los syri de Tiro y de Beirut, cuyos barcos cubrían el Mediterráneo y tenían factorías en África y España”. ¡Todavía Tiro y sus mercaderes! ¡Ya en tiempos de los visigodos! Y poco antes de llegar el Islam.

Esto explica cómo el Imperio Omeya de Damasco pudo establecerse con tanta facilidad. Y se queda el lector de estas investigaciones jesuitas perplejo pensando cómo ha podido llamarse invasión enemiga a una ocupación del país facilitada por un obispo sevillano para que gobernase en España un Estado cuyo presidente del Consejo, o al menos consejero privado y de toda confianza del Jalifa, era el padre de San Juan Damasceno. El Jalifa de Damasco, que vivía rodeado de monjes y teólogos y que mantenía amistosa correspondencia con los Papas, llegando incluso a realizar con la Sede de San Pedro una política común en contra de los cismáticos griegos.




 
III
Damasco y Córdoba

El 710 llegó a España la religión musulmana, traída por un grupo de árabes. Esto ha dado origen frecuentemente al error de confundir lo árabe y lo musulmán. Sin embargo, hace mucho tiempo que los sabios orientalistas han demostrado que la raza y la cultura árabes eran ya muy célebres desde largo tiempo antes del Islam. Y que el Imperio de los Omeyas en Damasco fue el último episodio de esa civilización árabo-egipcio-greco-romana que se llamó Alejandría. Por eso llaman a los Omeyas de Damasco lejanos sucesores de Alejandro. Y a los Omeyas de Córdoba les llaman reyes de España. Pues fue su ideal nacional y no religioso. Ideal de fusión de razas, de unidad, grandeza y libertad en las tierras españolas.

 
Origen de los árabes

El origen de los árabes es el problema más estudiado en las investigaciones más recientes sobre la historia del Próximo Oriente. Como ya dijimos al hablar de los fenicios, se sabe que la sequía del desierto lanzaba periódicamente fuera de sus fronteras a grupos y tribus de árabes que se derramaban sobre las comarcas que bordeaban ese desierto, y muy especialmente sobre Siria. A veces, las tribus árabes se fundían y confundían con las razas hermanas del grupo semítico, contribuyendo a reforzar el factor étnico semita, que las emigraciones y conquistas de todos los Imperios de la antigüedad debilitaba o dominaba de vez en cuando. Otras veces, las tribus árabes conservaban su personalidad independiente y fundaban pequeños Estados puramente árabes hechos a base de costumbres de la Península arábiga, pero que ostentaban el nombre de tribu y sólo eran conocidos con ese nombre de tribu, y no con el general de árabes.

Naturalmente que esa multiplicidad de nombres tribales o locales no quiere decir que las tribus que los usaban no fueran árabes. Decirlo sería hoy anticientífico. Pues a nadie se le ocurriría negar, por ejemplo, la existencia de la magnífica y bien definida raza alemana solamente porque los alemanes hayan hecho muchas de sus obras maravillosas bajo los nombres locales de austríacos, bávaros, prusianos o sudetas. Algo parecido es el caso de los árabes en sus orígenes, disfrazados bajo los nombres de fenicios, sabeos, ismaelitas, &c.

El nombre colectivo “árabes” apareció por primera vez el 858 antes de Jesucristo. En los textos del rey asirio Salmanasar II, que habla de sus luchas contra los “aribi” en suelo de Siria. El 668 fue la famosa guerra del asirio Assurbanipal contra el jefe árabe Wait-Ben-Bir-Dabba. Representada en pinturas y relieves, donde se ve a los árabes nómadas con sus camellos y sus jaimas. Pero los mismos textos asirios cuneiformes dicen que los árabes no eran todos nómadas, sino que tenían al interior sus depósitos comerciales y sus ciudades.

 
Referencias célebres sobre los árabes

Después aparecen los árabes en la Biblia bajo su nombre tribal más ilustre, que es el de los ismailitas, o sea la rama de la que proceden la tribu de Coreix y la familia de los Omeyas muchos siglos más tarde. Es en el episodio de José vendido a la caravana de los ismailitas que se dirige a Egipto cargada de mercancías. El profeta Ezequiel habla, siglos después, de otras caravanas árabes que llevaban al puerto de Tiro ganado, oro y piedras preciosas. En otros sitios de la Biblia se elogia la sabiduría de los “Bene-Kedem”, hombres juiciosos que viven al Oriente de Palestina, en el desierto árabe. Y en la Biblia está incrustada también una magnífica historia árabe de casticísimo sabor árabe. Es la del patriarca Job, cuya vida fatalista y estoica constituye un verdadero símbolo del arabismo de siempre.

Otro pasaje bíblico muy conocido habla de una reina llamada de Saba que visitó a Salomón. No se sabe con exactitud si era de Saba. Pero sí es cierta la existencia de ese país de Saba en el Sur de Arabia. Existía desde tiempo remotísimo bajo el nombre de Magan, de donde dice la tradición que vinieron los fenicios. Desde el 2000 reinaban allí monarcas que vivían en un palacio de 20 pisos. En lo alto, una azotea rodeada de galerías y cubierta con placas de alabastro que filtraban la luz. Desde ella dominaba el rey todas las rutas que conducían a la capital. De este palacio ya no queda nada, pero las ruinas de una ciudad gigante que pudiera ser Saba han sido visitadas por varios arqueólogos y exploradores. Allí cubren el suelo enormes ruinas de formas cúbicas y extraña modernidad. Prodigiosa Nueva York árabe en pleno desierto, destruida por la despoblación forestal y el consiguiente desecamiento de los manantiales.

Después de la Biblia vinieron los griegos. Los curiosos, averiguadores e investigadores griegos. Homero, que en la Odisea habla de los árabes “eremboi”. Hesiodo y Esquilo, que citan unos jefes de guerra venidos de Oriente y llamados “arabos”. En Grecia fue también donde de pronto aparecieron unos comerciantes orientales que fundaron factorías, vendiendo perfumes e incienso. La más célebre de estas factorías fue Hadrumeto, nombre en el que se reconoce fácilmente al Hadramaut o Hadramuto, región de Arabia del Sur que produce los perfumes y el incienso. Estos comerciantes introdujeron en Grecia el culto de sus dioses Apolo, Leto y, sobre todo, Hermes. Apolo, el sol, ídolo típico del paganismo árabe y de otros paganismos semitas. Leto es la “diosa madre” de los beduinos paganos. Hermes (llamado Mercurio por los romanos) es el dios del comercio. Ídolo muy importante, porque su origen árabe y exótico a Grecia es frecuentemente citado en textos helénicos. Ese Hermes tan árabe con su gorro o sombrero tan encasquetado y su mercantilismo inquieto. Todo esto de los árabes y los griegos tiene como magnífico resumen aquella famosísima frase de Strabon: “Todos los árabes son comisionistas y comerciantes.

 
Los árabes del período helenístico

Poco después de morir Alejandro Magno (aquel hombre prodigioso que consagró su mayor esfuerzo a la empresa de fundir lo oriental y lo occidental del Mediterráneo, lo helénico y lo semítico) se inició una emigración muy vasta de árabes a Siria. Cubrieron allí los restos de otros pueblos semitas anteriores y se establecieron en masa sobre algunas comarcas. Por ejemplo, sobre Galilea, donde absorbieron los restos de las diez tribus del reino de Israel. O sea de aquel reino (formado por los descendientes de José y nueve de sus hermanos) que se había puesto en contra del nuevo reino de los judíos. Naturalmente, los judíos odiaban a los galileos y no les concedían el derecho a tener la menor relación con ellos. No sólo por el odio antiguo, sino por el odio nuevo de ser los galileos ya mestizos de árabes. Ya que el judío de Judá sólo consideraba a su raza judía la raza digna de existir, la raza nacida para mandar.

Estos galileos, descendientes de Israel y de árabes a la vez, llenan gran parte de la historia siria, con sus largas melenas flotantes por la espalda (señal que en todo Oriente ha distinguido y distingue siempre al beduino, pues es sólo el beduino el que usa la melena). Nacido entre estos galileos y rodeado de estos galileos quiso Nuestro Señor Jesucristo aparecer entre los árabes. Para dar gloria eterna a su raza y a su lengua. Ya que las palabras que el Señor pronunció en la cruz: “Elli Elli lamma sabatanii”, son sencillamente un dialecto-árabe de Siria que aún se conserva en la aldea árabe de Malula, poblada por nazarenos.

Otra emigración árabe instalada más al Norte sobre el país de Damasco reavivó el fondo árabe de aquel territorio, tan árabe desde los tiempos de Asurbanipal y sus guerras con los árabes. Estos árabes de Damasco, puestos bajo la soberanía de los reyes helenísticos sucesores allí de Alejandro, y llamados los seléucidas, constituyeron la base social del reino. Toda la armazón intelectual, administrativa y comercial del reino seléucida estuvo entre las manos de los árabes de este nombre y de su variante anterior los arameos.

 
Los árabes, amigos de Roma

Junto a la nación árabe con reyes griegos hubo otra nación árabe con reyes árabes. Fue el magnífico reino nabateo, que floreció al lado oriental del Jordán y llegó hasta muy cerca de Medina. Teniendo su capital en Petra. Una extraña ciudad con templos tallados en las paredes rojizo-violetas de un estrecho barranco o cañón. Allí se desarrolló una magnífica civilización de aspecto helenístico, pero de raza y lengua purísimamente árabes. Turbada de vez en cuando por los ataques de los persas llamados partos.

Contra estos partos se realizó en el año 106 una alianza de árabes y romanos. Esto lo realizó el emperador andaluz Trajano, que se presentó personalmente en el país nabateo hablando a los árabes en su misma lengua. Esto les produjo tal impresión, que no dudaron en aliarse con él y en ponerse bajo su mando militar. El año 116 hizo Trajano lo que nunca habían podido antes ni pudieron después los emperadores de pura raza romana: ¡ocupar Ctesifon, la capital de los partos, tierra adentro de Persia! Es que las legiones romanas, a pesar de su magnífica organización, no estaban acostumbradas a la guerra del Oriente, que exige rapidez y movilidad. Y el ejército local árabe, organizado por Trajano a base de caballería muy ligera, era superior en velocidad y resistencia física al de los caballeros partos, con sus cotas de mallas.

¡Qué original espectáculo fue el de este Trajano, caballista y buen jinete de Sevilla, galopando por el desierto sirio a la cabeza de la masa de caballeros árabes, que blanden sus cimitarras y avanzan en confuso vocerío! Como habían de ser muchos siglos después los Omeyas, sobre aquellos mismos desiertos primero y sobre la “patria chica” de Trajano más tarde.

A su regreso se detuvo Trajano en Egipto para fundar la primitiva ciudad del Cairo (Cairo Viejo). Después de él vino Adriano, que se llevó guerreros árabes a Andalucía para que guardasen la frontera Sur, o sea la de su provincia sevillana de Tánger.

Los historiadores y escritores de la Siria actual panárabe y juvenil llaman a Trajano y Adriano “emperadores sirios de España”, pues creen que a su origen andaluz entreverado de tartesio, fenicio, &c., debían los dos emperadores sevillanos su conocimiento de la psicología árabe, e incluso el manejo de la lengua, que pudiera acaso explicarse por supervivencias sirias en las lenguas habladas en el pueblo bajo, el latín oficial y literario de la Bética. Ya que consta formalmente, ¡nada menos que por el testimonio de San Agustín!, que en Cartago y Argelia oriental todo el mundo hablaba fenicio poco antes de acabarse el Imperio romano. Si esto pasaba en una región a pocas horas de Roma y ya casi cerca de la Edad Media, ¿qué pasaría en la Andalucía del siglo II, tan próxima aún a los tiempos fenicios?

Pero esto del arabismo de Trajano es ahora una simple hipótesis. Lo que sí es cierto es que con Trajano se iniciaron las mayores infiltraciones sirias en el corazón del Imperio romano. Estas infiltraciones alcanzaron su apogeo del 192 al 235, época en que una racha de emperadores de origen fenicio reinó en Roma. Inició la serie Septimio Severo, sirio-fenicio de Trípoli del Sahara que chapurreaba el latín. Septimio Severo es famoso por haber introducido en el Sahara el camello, que era hasta entonces desconocido en África, y haber plantado los primeros grandes oasis de palmas. Él y sus sucesores reconstruyeron Cartago, como una reivindicación sorda de lo fenicio. Llevando, además, a Roma tal cantidad de prácticas de Cartago y de Fenicia, que los satíricos latinos decían que el Tíber era ya un afluente del Orontes sirio. También era en aquella época cuando Tiro había vuelto a ser una ciudad floreciente que centralizaba el comercio de todo el Levante Mediterráneo. Y cuando participaban en la literatura latina sirios de Siria y de Cartago, como Luciano, Porfirio, Máximo, Yamblico, Tertuliano, San Cipriano, San Agustín, Apuleyo, &c.

Para acabar con el período árabo-romano hay que recordar tres cosas: primera, la existencia de un emperador de origen nabateo, Felipe el Árabe; segunda, la ayuda eficaz que las tropas árabes de la Nabatea prestaron a Roma en el sitio y toma de Jerusalén por Vespasiano y Tito; tercera, el reino árabe de Palmira, a orillas del Éufrates, que fue mucho tiempo aliado de Roma, hasta que pereció después de una contienda entre el emperador y la reina árabe Zenobia, viuda del rey árabe Odeinat.

 
Bizancio y la Meca

Vino luego él período bizantino, que duró en Siria y Palestina hasta la aparición del Islam. Durante él, los sirios alcanzaron un papel preponderante en la organización del nuevo Estado, que era el resto de la civilización y el poder romanos. Los dos jurisconsultos árabes Papiniano de Homs y Ulpiano de Tiro crearon nuevas formas de Derecho bajo el reinado de Justiniano. Papiano y Ulpiano fundaron el Derecho romano de las postrimerías y crearon en Beirut (capital de Fenicia en aquel tiempo) la primera Facultad de Derecho conocida.

Del 500 al 550 fue el apogeo de las influencias sirias sobre el Imperio greco-romano de Oriente. Dos arquitectos sirios, Isidoro Mileto y Antemio Tralles; construyeron Santa Sofía, en Constantinopla, llevando al apogeo de la belleza el viejo arte sirio de las cúpulas repetidas. Arte popular muy antiguo en el país desde los tiempos que aparece en las pinturas asirias. Arte sirio que bajo los bizantinos se disfraza con el nombre de arte bizantino, mezclando lo sirio con todo lo romano. Y bajo los primeros musulmanes, aún más puro, se disfraza con el nombre de arte musulmán.

Esta fue la época en que apareció en el interior de Arabia el nuevo Estado comercial de la Meca. La famosa “República mercantil” de la tribu de Coreix, cuyas glorias pretéritas han sido resucitadas por los estudios del sabio jesuita P. Lammens. La Meca se convirtió en una gran ciudad al fundarse el Imperio bizantino. Porque estaban cortadas las rutas de Mesopotamia a Siria y sólo quedaba libre la ruta que pasa por la Meca en el litoral del mar Rojo.

Era la Meca una ciudad de casas altísimas, según moda y estilo de la Arabia litoral desde los tiempos lejanísimos de los reyes de Magán. Pequeños rascacielos con doce pisos de miradores calados como encajes de madera. En el interior, apartamentos con cocinas y baños de vapor. Calles rectas y seguidas. Frescura y sombra, que en el clima de Arabia son tesoros. Y por todas partes vida bulliciosa y llena de ruido  de un Broadway de las estepas. Pues la Meca era el emporio del comercio. Traían los de Coreix, del Yemen y la India, en dirección al Mediterráneo, pasas, tapices, oro, plata, piedras preciosas, ungüentos, perfumes, sedas, lacas, esclavos negros, café de Meka, marfiles, tejidos bordados y estampados. Llevaban en dirección contraria, del Norte al Sur, cereales, aceite, telas de lino y algodón, púrpura, armas, etcétera.

Todo esto iba y venía por caravanas de miles de camellos. En la Meca lo cambiaban y redistribuían las grandes casas de comercio exportadoras. Y las Compañías que pudiéramos llamar navieras, que aseguraban el contacto por mar con la India, Java, Sumatra, Filipinas y el África oriental por medio de los famosos barcos veleros de Arabia, los daus y los sambuks. Estas Empresas comerciales y financieras eran casas muy fuertes que tenían capitales de varios millones, libros de contabilidad, capital en acciones y obligaciones, letras de cambio, Bolsa de Comercio, representantes y viajantes en países lejanos, &c. La Meca llegó a ser el paraíso de los corredores, comisionistas y banqueros. Allí afluían las monedas de oro persas, bizantinas e indias en cantidades enormes. Todo esto lo manipulaban los árabes de Coreix, tribu única de la ciudad. Y los Omeyas eran precisamente la familia más saliente de Coreix.

 
El Jalifato Omeya de Damasco

La revolución religiosa y social que trajo consigo la nueva doctrina del Islam desplazó el centro de la vida económica y cultural árabe, que hasta entonces estaba en la Meca. Se filtraron, además, en el seno del nuevo Estado musulmán tendencias netamente hostiles a la civilización árabe y a todo lo que los árabes habían representado hasta entonces. Por ejemplo, los persas, que se dedicaban a minar el prestigio árabe. Y los ambiciosos de Medina. Toda esta gente se dedicó a acabar con lo que quedaba de la cultura de Coreix, de la Arabia nabatea y de la Siria árabe helenística. Propagando la especie de que la civilización árabe había comenzado con el Islam, pues antes los árabes eran salvajes del desierto. Y lograron que durante siglos mucha gente creyese ese disparate. Especialmente desde que estas tendencias bárbaras y fanáticas triunfaron al triunfar en Bagdad los Jalifas abasíes, representantes de la doble tradición del sectarismo medinés y del orgullo de los emperadores persas, enemigos del clásico Mediterráneo.

Pero antes de triunfar la soberbia de los abasíes tuvo tiempo el arabismo de vivir por última vez sus glorias milenarias. Precisamente en la tierra siria, que era el alma de la raza. Creando ese gran Imperio árabe de Damasco que se llamó el Jalifato Omeya. Su capital era la gran ciudad, alma de Siria, que había sido corazón del arabismo bajo Seléucidas, Roma y Bizancio. Su Imperio fue la última etapa de la cultura alejandrina, una continuación de la labor de Trajano, el andaluz. Llegando el Estado Omeya hasta los últimos límites a que habían llegado las colonizaciones fenicias.

Se inauguró ese Imperio Omeya el 660. De la siguiente manera, relatada por un testigo contemporáneo: “En el año 660, un gran número de árabes y de emires se reunió en Jerusalén para elegir a Moawia como rey. Este príncipe subió a rezar en el Calvario. Después se dirigió a Getsemaní, al huerto de las Olivas. Y a la tumba de la Bienaventurada Virgen María, donde rezó de nuevo. En seguida fue a establecer su trono en Damasco. Posteriormente, otro Omeya hizo en Damasco su gran mezquita, protegiendo y rodeando el sepulcro de San Juan Bautista, al que se honraba.

Los católicos españoles no deben tampoco ignorar el gran afecto que la Escuela Damasquina de Teología tuvo a los Omeyas. Incluso el mismo San Juan Damasceno, figura cumbre de dicha Escuela, desempeñó cargos de importancia en palacio. También deben saber los católicos españoles que los Omeyas apoyaron con entusiasmo y energía a los patriarcas católicos de Antioquía en su labor para someter los cristianos locales al Papa y separarlos de la obediencia a los patriarcas ecuménicos de Constantinopla. La dinastía Omeya aseguró el triunfo en Siria de la Iglesia católica, en contra de las cismáticas. Por eso los Sumos Pontífices de aquella época mantuvieron relaciones de gran afecto con los Omeyas. Muy especialmente cuando cinco Papas árabes ocuparon la silla de San Pedro. Fueron Juan V, Sergio, Sisinius, Constantino y Gregorio III.

 
Abderramán I y los rifeños

Abderramán I vino a España con el deseo de rehacer aquí un Imperio más pequeño. Pero con igual plan que el de Damasco. A base de comerciantes sirios, guerreros beduinos, nobles de Coreix y monjes cristianos. Pero encontró aquí una gran dificultad. Que durante el tiempo transcurrido desde 710 hasta 756 se había llenado España de ansaríes, es decir, de miembros del llamado “partido medinés”, que había sido el principal dificultador de la instauración del Imperio damasquino. Derrotados y despreciados en Oriente, habían huido a España, donde constituían la base de la población árabe. Eran una nobleza de grandes terratenientes armados hasta los dientes.

Para contrarrestar esta fuerza hostil y defenderse al mismo tiempo de la posible agresión de los abasíes necesitaba Abderramán una fuerza grande y fresca. Las vecinas montañas del Rif se la daban preparada. Los regulares y las mejalas del actual Protectorado español y las comarcas vecinas hasta el Sebú y hasta Tremecén. El ejército rifeño fue la espina dorsal de la dinastía Omeya en España. Porque Abderramán era hijo de madre rifeña y rifeñas fueron las madres de varios de sus sucesores. Por ese lazo de sangre estaban unidos al Rif. Y además por la religiosidad seria del rifeño, en el que no podían entrar teorías disolventes, como eran las de la herejía xita (de que luego se habla).

Leví Provençal, que es la máxima autoridad marroquista, dice de estas tropas marroquíes:

“Un pasaje citado por Al-Makkari dice claramente que el fundador de la dinastía Omeya de Córdoba se apoyó desde el principio de su reinado sobre los bereberes, y envió mensajeros para reclutar sus milicias en el Magreb. Tuvo así un gran número a su servicio, para poder hacer contrapeso, gracias a ellos, a la influencia y la agitación de los elementos árabes de la Península… Además, no hay que perder de vista que si la población árabe se estabilizó en España desde el siglo IX y ya no volvió a recibir más que individuos sueltos y numéricamente débiles, la emigración berebere, en cambio, se prolongó del otro lado del Estrecho de Gibraltar, prácticamente, hasta la época de los almohades. La política africana de los Jalifas Abderramán III y Alhaquén II favoreció singularmente estos éxodos de la Berbería hacia la Península en el momento en que el peligro fatimí no podía dejar indiferente al Gobierno de Córdoba. El cual deseaba, por otra parte, constituir cuerpos de mercenarios africanos para oponerlos, ante todo, la aristocracia árabe, a la vez aristocracia militar y terrateniente, y después a la aristocracia eslava. Según Ibn Jaldún, las cuatro confederaciones bereberes que fundaron confederaciones en España fueron los Matghara, Madyuna, Miknasa y Hawwara. Este testimonio es interesante, porque en la época de la conquista de España estas confederaciones tenían grupos fijados en los macizos montañosos mediterráneos del Magreb. Los montañeses marroquíes transportados a España no podían acomodarse por gusto, sino por necesidad, más que en la montaña española, y esto es lo que les pasó.”

 
El peligro de los fatimíes

El principal papel desempeñado por los rifeños y por todos los demás bereberes de su raza, que era la llamada botr, fue proteger a España, Marruecos, Argelia e incluso Europa, del gran peligro de la secta feroz llamada de los ismailitas. Que fundaron un grande y peligroso Estado desde Argel a Palestina.

Eran los ismailitas la rama más exaltada de la herejía musulmana conocida con el nombre de xiismo. El xiismo era una mezcla extraña y monstruosa del monoteísmo musulmán con las cosas más opuestas a él, o sea con el Oriente de la magia negra, los magos adoradores del fuego, los restos paganos de los aquelarres y los ritos demoníacos que vienen de la India. Este mundo delirante y feroz de los bajos fondos orientales, que son casi siempre bajos fondos de superstición. El ismailismo era un xiismo clandestino que se había desarrollado después del triunfo abasí en forma de sociedades secretas. Había otros xiismos clandestinos, además del ismailita (Cármata, Batini, &c.).

Todas estas sectas representaban un gran peligro para la civilización. Pues basaban sus ideales en creencias disparatadas y blasfemas. Como aquella de que Dios Nuestro Señor, Creador del mundo, había reencarnado en la persona de un nieto de Mahoma llamado Husein. Y la de que Husein había muerto voluntariamente para salvar la Humanidad. Creían, además, en la transmigración y en el trato con las fuerzas infernales.

Esta secta monstruosa tenía su propaganda muy bien organizada. Incluso influyó en Europa, donde se infiltró en las enseñanzas esotéricas de muchos herejes medievales. Era, por tanto, el ismailismo el mayor peligro que amenazaba tanto al mundo católico como al mundo musulmán. Peligro que se hizo más agudo cuando los ismailitas se apoderaron de Túnez y de la pequeña Kabilia, poniendo allí la dinastía Fatimí.

 
El imperio andaluz en Marruecos

Desde 756 hasta 1015 fueron los Omeyas emperadores de Marruecos y Orán. Para contener el xiismo.

La primera época de esta dominación, o sea del llamado “Imperio andaluz en Marruecos”, fue la de la marca protectora del Necor. Es decir, la conversión del Rif en un reino tributario. Esta labor estaba ya preparada desde los tiempos del Jalifato de Damasco por una política de infiltración de tribus botr en todo el Norte marroquí, echando a las tribus branes que los ocupaban anteriormente. (Las tribus botr que entraron en el Rif y lo ocuparon hasta hoy se llamaban zenetes.) El general Salih Ben Mansur inició este empujón contra los branes a la vez que Muza atacaba por Tánger y Ceuta a los mismos branes, que eran afectos al conde don Julián. En tiempos del Jalifa Al Walid se completó esta ocupación del Rif por los rifeños actuales. Importa no olvidar que los rifeños son zenetes, según han demostrado las investigaciones del Instituto de Altos Estudios Marroquíes.

El jefe de los rifeños fue en tiempos de Al Walid un árabe llamado Abdessalah. El Jalifa de Damasco le concedió en feudo aquel territorio en calidad de tributario. El nieto de este Abdessalah se llamaba Said. Concluyó la edificación de la ciudad de Necor, en la actual vega de Alhucemas. Capital de un Estadillo autónomo que llegaba hasta la frontera de Argelia. Este país de Necor, que había sido el mejor apoyo del omeyismo damasquino, fue también el mejor apoyo del omeyismo cordobés, continuando su papel de cliente y satélite. Los príncipes de la familia reinante en Necor venían a Córdoba para servir como oficiales en el ejército andaluz.

El 917 empezó una segunda época de dominio cordobés en Marruecos. Época de dominio directo en que estos reyes de España eran a la vez emperadores de Marruecos y casi toda Argelia. Fue porque el 917 llegaron las tropas de los fatimíes a Necor, matando al rey Said. Los hijos de Said se refugiaron en Málaga, de donde volvieron con tropas y barcos andaluces para reconquistar el país. Eran tres hermanos, y se pusieron de acuerdo para que ganase el trono el que llegase antes. Llegó el más pequeño, y después de derrotar a los ismailitas fue proclamado rey. En seguida se apresuró a reconocer un protectorado directo de Abderramán III sobre Necor. Una especie de Alto Comisario cordobés protegía y ayudaba a los rifeños desde la ciudad de Melilla, ocupada por Abderramán III, y que desde entonces empezó a formar parte de la Andalucía musulmana. Fuera ya del Rif, que era un reino amigo y aliado, otras tropas andaluzas ocuparon Ceuta y Tánger, que también fueron convertidas en dos ciudades de la Andalucía de Abderramán.

Ese mismo 917 fue proclamada la soberanía Omeya sobre la región de Oran. Y años después, otro jefe zenete de Argelia central, Mohamed Ibn Jacer, jefe de los magraua, lo reconoció también como Jalifa. Así, el Jalifato de Córdoba llegaba desde el Atlántico hasta casi la frontera tunecina.

Vino luego una reacción de los ismailitas, que con nuevas fuerzas llegaron hasta el pequeño reino de Fez (fundado el 788 por Muley Dris I), destronando al último descendiente de Muley Dris, que se llamaba Yahya IV. Pero no pudieron penetrar en el Rif, que se defendió apoyado en las plazas españolas de Ceuta, Melilla y Tánger. Incluso esta agresión dio más fuerza al Imperio de Abderramán III, porque al desaparecer el pequeño reino de Fez (que era amigo de Córdoba, pero absolutamente soberano e independiente) se quedó Abderramán III como único soberano en Marruecos.

El tercer período del Jalifato cordobés en Marruecos y Argelia fue el del “hombre de la burra”, que era un maestro de escuela de raza botr. Sublevó todo el país de Argelia oriental y Trípoli contra los fatimíes, llegando incluso a conquistarles casi todo Túnez y sitiarles en su capital de Mahdía. Fue fulminante el éxito de este Abu-Yezid, montado en un asno gris del Cairo tan rápido, que cuando cogía el trote los caballos tenían que galopar para seguirle. Igual de fulminante fue el fin de Abu-Yezid al caer en poder del rey fatimí, que le desolló vivo.

Ultima etapa del Jalifato cordobés en Marruecos y Argelia fue la de las tribus Magraua y Beni-Ifren, célebres ya en la historia antigua bajo los nombres de Númidas Massoesyli. Ellos mantuvieron intacto el poder andaluz después de la caída del hombre de la burra. Con ellos alcanzó su apogeo aquel entusiasmo de toda la raza botr por la causa Omeya de que habla Ibn-Jaldún (el más célebre historiador en lengua árabe), diciendo: “Todas las tribus zenetes se consideraban cómo clientes de los Omeyas. Consagrados exclusivamente a estos coraixies (de Coraix), los zenetes testimoniaban su respeto de los deberes que les imponía la clientela, sosteniendo con celo la causa de los Omeyas españoles.” Y el mejor geógrafo francés moderno del África Norte dice: “La Zenetia era un anexo de la Andalucía.” La citada Zenetia era todo el país botr. O sea todas las zonas argelinas, con las únicas excepciones de la Kabilia y el extremo Sur sahariano. Y en Marruecos, todo el Norte y el Centro, con Rif, Atlas central, Marruecos oriental, &c., o sea todo menos el país de los xeloj, en el Atlas central.

Durante el Jalifato cordobés entró la magnífica civilización andaluza en el África vecina. Se fundó Uyyda. Se embelleció Fez con magníficos edificios. Vivieron andaluces y zenetes en amable hermandad. Ambos eran de la misma tradición. Bética y Numidia. Dos asociadas de Roma… Después desapareció bruscamente la dinastía Omeya, víctima de las sutiles intrigas del partido medinés y su mayor representante, el célebre Almanzor, que pareciendo un gran ministro del Imperio, fue en realidad su destructor. Pero los zenetes permanecieron fieles al recuerdo de Córdoba jalifal, hasta que el 1062 fueron destruidos por la invasión almoravid.

 
Los Omeyas, reyes de España

Como resumen del Imperio andaluz en África del Norte puede decirse que fue el salvador de la civilización. Y del respeto al nombre de Dios contra los blasfemos ismailíes. Además, fueron el escudo de la Iglesia y de Europa, pues el Estado Omeya actuó como Estado tapón. Los textos de Historia al uso escolar debían reconocer esta verdad. Que no es una afirmación caprichosa del autor de este folleto. Sino que se apoya en investigaciones de los jesuitas de Beirut, demostrando que el Origen de las Cruzadas fue precisamente los atropellos cometidos por los fatimíes contra los peregrinos cristianos. Cosa que jamás hubieran pensado en hacer los musulmanes verdaderos, o sea los sunnitas. ¡Imagínese lo que hubiera pasado si los monarcas cordobeses no hubiesen impedido el pasó al ismailismo cuando éste estaba en el apogeo de su fuerza frente a una Europa dividida por el feudalismo!

Los Omeyas fueron también los creadores de un concepto de unidad, grandeza y libertad de España. Patriotismo peninsular más completo que el de los visigodos, basado en separación de razas. El omeyismo defendía la fusión de todas las razas, para hacer con los visigodos, hispano-romanizados, árabes de Arabia, bereberes de arabas razas, &c., España una. Con un solo tipo de español. Esa España estaba basada en Andalucía, en vez de basarse en Castilla, como la España actual. Pero España, al fin y al cabo. Hoy es precisamente cuando se comprende que no es ningún disparate el empeño de los Omeyas de hacer una España que tuviese como centro el Estrecho. Al contrario, es un motivo de enorgullecimiento para todo el que piense en gran escala.

No puede el autor de este folleto elogiar a los Omeyas. Es acaso el único que no debe hacerlo descaradamente. Por eso se termina aquí este período con un párrafo magnífico de la joven España. Es el de Antonio Tovar, que dice:

“Reclamamos también como nuestra la gloria del Califato musulmán de Córdoba. Todavía la Córdoba actual, callada, junto a su río, con los muros dorados de su mezquita, sus praderas, donde pacen potros; sus estrechas calles andaluzas, blancas y con rejas; sus colinas oscuras, en que los hundidos palacios de Medina Azahra fueron como una flor de almendro, es una de las más españolas entre las ciudades… El Califato cordobés ha sido no el momento, pero sí uno de nuestros grandes momentos universales, imperiales. En Córdoba tuvo su centro un Imperio español que, a no haber tenido una entraña no española, pudo haber sido –ya– nuestra fórmula definitiva. Porque en la cultura árabe de Andalucía hubo mucho de español. Mejor dicho, fue una cultura española bajo formas extrañas. Y, naturalmente, en cuanto genuina española, una cultura imperial, expansiva… En este momento, España logró uno de sus instantes imperiales, meridianos, claros y fuertes. En el siglo X, embajadores de Bizancio y de Otón de Alemania vienen y contemplan admirados los esplendores y refinamientos de la corte de Córdoba, del Califato occidental, que conserva la tradición brillante y abierta de los Omeyas de Damasco frente a los heréticos Abásidas de Bagdad, que cada vez se sumen más en lo oriental, en lo oscuro de sus banderas negras, asesinas de la raza Omeya… Alhaquén II, casi como un Carlos V, pudo sentirse en su Córdoba emperador español.”




 
IV
Taifas y Sultanatos

Al deshacerse el Imperio cordobés llegaron a España tribus y gentes de las razas norteafricanas más primitivas y bárbaras. Esta rudeza provocó el disgusto de los andaluces. Disgusto que facilitó la incorporación de Andalucía a Castilla. Por eso, la cultura del Jalifato de Córdoba se vertió entera en lo español, y no en lo africano. Hasta que la toma de Granada provocó una emigración de musulmanes granadinos, pudiendo así heredar África su parte de cultura andaluza.

 
Fin y terminación de los cinco mil años sirios en Andalucía

El Imperio Omeya es la época esencial y decisiva en la historia del Sur. Porque marcó el fin de una etapa y principio de otra. La que terminaba era la de los cinco mil años de influencias venidas de Oriente. La que empezaba era la de España, nación peninsular unida y creada a base de una idea de unidad geográfica peninsular. Últimos reyes de Tartesos podían llamarse los Jalifas cordobeses, puesto que habían basado su poder civil en la zona penibética y mariánica que había servido de asiento a Tartesos. Y podían llamarse reyes de España iniciales, porque su reinado no se basaba en prejuicios de tribu o de secta, sino en una ancha idea de unidad entre todos los habitantes de todos los orígenes y clases.

Creyendo ser sólo sirios, habían preparado sin darse cuenta la Monarquía peninsular. Despues de destruidos los bárbaros del Sur, que con su fanatismo habían derribado los restos de lo jalifal, sólo tendría San Fernando que limitarse a seguir el ejemplo de Abderramán III para fundar su reino castellano-andaluz con base sevillana. Reino el de San Femando que recogió todo el tesoro oriental acumulado por los Omeyas y lo vertió en el seno de la nueva España que ahora vivimos.

Era todo lo que había quedado de los restos de objetos con materiales egipcios encontrados en las tumbas neolíticas. Del Imperio tartesio posterior. De los miles y miles de emigrantes libaneses que venían año tras año, siglo tras siglo, lentamente, pero sin interrupción. Del Estado tirio dirigido por Cádiz sobre su isla, batida por el oleaje como segunda Tiro neoyorquina de lo antiguo en Occidente. De los Barcas, medio cartagineses, medio andaluzados, con su ejército personal español, que no era el ejército de Cartago. La Andalucía de Trajano y Adriano, tan enlazados con Siria y Arabia. La de los Varones Apostólicos, árabes predicadores del Cristianismo, y de Osio, “egipcio de España”. La de los miles y miles de más comerciantes libaneses que acaparaban el comercio de los puertos andaluces bajo Roma. La de los otros millares y millares de comerciantes libaneses que seguían acaparando el comercio de los puertos andaluces bajo los visigodos. La del tolerante Muza y sus caballeros sirios, que se apresuraron a casarse con andaluzas apenas, llegaron…

Andalucía, segunda Siria. Sin dejar de ser tierra ibera y tierra española. Pero inseparable en el recuerdo de los sirios, pues ella está unida a los mejores momentos de las razas de Siria y de los pueblos de Siria. Razas y pueblos que han sido semejantes, pero varias. Árabes seguros de tipo beduino o de tipo arameo. Probables árabes del Sur que se cree y es muy posible que fuesen los fenicios. Turcos llamados hititas, sefardíes, &c. Pero todos de Siria y todos dejando en la España del Sur algunas huellas de su paso. Así, España tiene con Siria una estrecha relación que pudiéramos llamar territorial. No una relación de tal o cual pueblo, sino una relación total de país a país, pareciendo a veces la misma cosa separada por miles de millas.

 
Zona civil y zona militar en el Imperio cordobés

Ese recuerdo sirio fue conservado con afán hasta última hora, es decir, hasta que vino la descomposición del Jalifato bajo la presión de los elementos fanáticos medineses. Así, ya hemos dicho que el Jalifato fue una Monarquía española que tenía su base en Andalucía en vez de tenerla en Castilla; pero al fin y al cabo, una Monarquía peninsular, y no extranjera, ni mucho menos, pues los cinco mil años que tenía detrás le daban suficientes méritos para su peninsularismo españolísimo.

Esa base andaluza de su Estado español musulmán y cristiano no la obtuvieron con elementos exclusivos del ideario islámico. Sino con elementos orientales sacados de la propia tradición local. Así, la mezquita de Córdoba se basa en elementos decorativos y constructivos de una antigua iglesia de aspecto sirio dedicada a San Esteban. Y el arco de herradura es de origen oriental, pero ya usado en España varios siglos antes del Islam. Y el entusiasmo por los toros, que venía de Tartesos. Y las mantillas de la Dama de Elche.

Con toda esta zona meridional orientalizada desde lo más antiguo de la Historia formaron los Omeyas su llamada zona civil o zona de vida ciudadana y de refinada civilización urbana. Con las zonas más pobres de tierra adentro formaron su zona militar. La zona civil estaba llena de huerta y cultivada como un precioso jardín. La zona militar era un país solamente de ganadería y cereal. La primera zona estaba dividida en provincias. La segunda, en gobiernos militares.

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Las provincias de la zona civil se llamaban coras. Eran Elvira (Granada), Sevilla, Jaén, Murcia, Sidonia, Málaga, Córdoba, Niebla, Badajoz, Mérida, Tacorona (Ronda), Ocsonoba, Pechina, Alicante. Cada cora tenía su capital en una ciudad llamada hadra, y su gobernador civil se llamaba wali (guali). Aneja al gobernador civil había en la mayor parte de las ciudades una especie de fuerza de colonos militarizados que eran todos de origen sirio y constituían una fuerza árabe de toda confianza y afecta al soberano, que procuraba contrarrestar con ella el peligro del otro partido árabe hostil de los medineses. Gente esta última que nunca se fundía con los andaluces y que vivían con orgullo en calidad de nobleza terrateniente.

Las regiones militares eran tres y estaban guarnecidas por tropas ibero-bereberes del país o de África. Las capitales de estas zonas militares, casi despobladas, llamadas marcas, eran Zaragoza, Medinaceli y Coímbra. Otras ciudades importantes de esta zona militar eran Toledo y Madrid, con sus respectivos alcázares. Pero ni Toledo ni Madrid eran capitales. Toledo era célebre por la gran cantidad de judíos que allí vivían como intermediarios entre Córdoba y los caminos que de allí arrancaban para Europa a través del Norte.

Hay que terminar aquí con Siria y sus cinco mil años citados. Con dos párrafos ajenos:

“El territorio de Tartesos se extendió hacia Oriente hasta el Júcar y el Cabo de la Nao. La parte fenicia de España es la Andalucía moderna, la Bética romana, la Turdetania, Tartesia o Tartis prehistórica. Su eje es la cuenca del Guadalquivir.” (Ballesteros Beretta.)

“Es curioso notar cuáles han sido en el Mediterráneo occidental los límites extremos del Imperio árabe. Es exactamente el límite del Imperio cartaginés. Andalucía había sido desde Cádiz, y acaso desde el misterioso Tartis, un país de huella púnica. Había sido la base militar de los Barca. Para el conquistador árabe fue también la base militar. Allí estuvo en su casa durante muchos siglos. Tuvo tiempo de hacer brotar una civilización, un estilo arquitectónico. Y no fue más lejos. Se paró en el límite preciso, más allá del cual no habría encontrado en el cimiento humano ni en el cimiento potente de los muertos huellas de antepasados.” (Gautier.)

 
Taifas y destrucción del Imperio Omeya

El Imperio Omeya, cuyo españolismo está ahora demostrado y conocido hasta sus más nimios detalles (incluso la lengua, pues allí había nacido, al lado del árabe, una primera forma embrionaria del español), fue la nación más brillante de su tiempo. Sólo Bizancio podía comparársele en el Oriente de Europa. El resto era rudo y aun sin formar o medio deshecho. Y este paralelismo entre Córdoba y Bizancio no era un paralelismo casual, de coincidencia en la importancia. Sino una identidad de civilización, pues tanto Bizancio como Córdoba eran dos Imperios hechos a base de una síntesis y fusión entre lo griego y lo árabe local de Siria. De Córdoba precisamente dice Leví Provençal:

“Lo que impresiona cuando se ensaya de hacer evocar la Córdoba de Abderramán III y Alhaquén II son todos los rasgos comunes que ella presenta con Constantinopla, la gran metrópoli del Imperio bizantino. Más que con las grandes ciudades musulmanas de la misma época. En los siglos oscuros de la alta Edad Media en la Europa occidental, Córdoba parece haber jugado el mismo papel, y haber gozado del mismo prestigio que la ciudad de Santa Sofía y del palacio sagrado. Tuvo, como ella, sus filósofos, sus hombres de ciencia, sus médicos. Como Constantinopla, tuvo Córdoba una plebe turbulenta y ávida de placeres. Ella fue también una gran ciudad comerciante, célebre por sus objetos de lujo y por las materias preciosas de que era depósito… Además, los cristianos, la lengua romance, las relaciones de Córdoba con los reinos del Norte, &c.”

El deshacerse de ese haz de flechas que fue el Imperio cordobés trajo un período triste y absolutamente ineficaz en lo vital social y político. Sin embargo, aquella época tuvo la ventaja única de que los elementos de la gran civilización cordobesa, hasta entonces concentrados en el Sur, se dispersaron por toda la Península, contribuyendo rápidamente al adelanto cultural de los reinos del Norte pirenaico, hasta entonces muy rudos y desde entonces muy adelantados.

 
La invasión de los almorávides

En esta época llegó la que verdaderamente puede llamarse invasión. Fue la ocupación de gran parte de España por los almorávides. Gente a la vez bárbara en las costumbres y fanática en su interpretación de la religión musulmana. Gente a la que no es posible comprender sin ambientarles, sin verles en su paisaje y en su forma de vida. Lo mismo pasa con los almohades, que les destronaron y sucedieron. Unos y otros pertenecían a la falsa raza bereber delgada y del Atlas mayor. Eran los que los romanos habían llamado gétulos y garamantas, y para contener a los cuales habían levantado en Argelia, Marruecos, Túnez y Libia una verdadera muralla, el limes, detrás de la cual velaban las legiones romanas y los rápidos jinetes árabes que habían traído Adriano y Septimio Severo. Eran los gétulos, los bárbaros del Sur. Contra ellos habían hecho esfuerzos de contención después los bizantinos, los reyes idrisíes de Fez, los reyes zenetes de Tiaret, los Jalifas de Córdoba y sus clientes zenetes del Rif, Tremecén, Fez, &c., &c.

Rota toda muralla, los bárbaros del Mediodía desbordaron sobre Marruecos, Argelia, Túnez, España. Brotaron los primeros los almorávides. Venían del Sur, como una nube de langosta destructora. Hombres muy delgados, vestidos con cortos blusones azules y pantalones largos azules también, calzados con sandalias de madera, tapada la cara y la cabeza por una larga faja negra que sólo dejaba ver los ojos. Blandían largas espadas, en forma de cruz y se cubrían con escudos de enorme tamaño. Precedidos por enormes tambores-timbales, cuyo uso inventaron en la historia militar, corrían como el viento sobre el ganado motorizado de sus camellos enjutos, formando una tropa de movilidad exagerada. Sus mujeres, tan delgadas como ellos y muy libertinas, les seguían, formando la retaguardia.

Su jefe era Yusuf Ben Texufin, el de los pelos de punta y revueltos como un león. El 1062 pasó las cumbres del Atlas y fundó en las llanuras secas del Tensif un campamento permanente y amurallado que se convirtió poco a poco en una ciudad. Los almorávides acampados se alimentaban de dátiles, y con los huesos que tiraban se creó un gran oasis de cien mil palmeras, que aún existe. Pasó a España Yusuf Ben Texufin llamado por el pueblo andaluz, que veía en él un freno posible contra la orgullosa nobleza medinesa y una posible vuelta a un Imperio como el Omeya con una fuerza nueva. Pero aquellos guerreros bárbaros y enmascarados pronto desengañaron a los andaluces. Su mahometismo era tan exagerado, que desterraron a África a la mayor parte de la población cristiana andaluza (mozárabes). Y al destruir definitivamente a la nobleza medinesa la imitaron en su orgullo, su lujo y sus orgías.

 
La invasión de los almohades

Después vinieron los almohades. Bajaban de las cumbres del Gran Atlas. Igual que bajan hoy, envueltos en sus chilabas amplísimas, con sus turbantes en equilibrio y sus recurvadas gumías pendientes de un grueso cordón. Hablando un idioma agudo y afónico con voz de carnaval. Pero con una gran aptitud para asimilar todo lo nuevo y con una poderosa resistencia para el trabajo. Era su tierra el país de Gundafa, tierra de campos en escaleras sostenidos por paredes y de desfiladeros tan estrechos que las monturas cargadas apenas pueden pasar. País muy raro. Ríos Nfis y Amizmiz en el fondo de sombríos cañones. Nieve arriba y enfrente sobre lo alto de todos los horizontes. Poblados colgando al borde de los montes con nombres enrevesados. Tizi-N-Taguramts. Tinek-Ait-Hassin, Iguer-N-Kuriis, In-dzenamts, Tarqa-N-Ait-Irats.

Bajaban los almohades con sus puñales curvos y retorcidos, bajaban al son monótono de sus guimbris, laúdes de dos cuerdas y de forma muy ruda. Bajaban animados por un cierto ideal de vida austera que su fundador, Ibn-Tumert, había traído de Oriente como una idea nueva. El 1130 tomaron los almohades Marrakex. Y su rey Abdelmumén fundó el Imperio más grande que la historia musulmana de África ha conocido, pues llegó desde Cirenaica al Tajo.

Como los almohades eran sólo gente rural de vista muy corta, como cortos son sus valles, estrechamente medidos metro a metro, tuvieron que utilizar técnicos andaluces. Del Guadalquivir fueron a Marrakex los médicos, los arquitectos, los poetas, los predicadores, los jueces. Andaluces fueron también los obreros que se derramaron por todo el Norte de África, creando miles de industrias que eran totalmente desconocidas. Andaluces los que trasplantaron a África las industrias de los cueros de colores y de los guadamaciles o cordobanes, cueros dorados y policromados. Otros crearon en Marrakex un barrio entero de libreros. Y otros, por fin, levantaron cien maravillas arquitectónicas. Y andaluces (y muy especialmente sevillanos) fueron los arquitectos que hicieron en Sevilla la Giralda, en Marrakex la Kutubía y en Rabat la Hasan, tres torres hermanas y bellísimas.

Maravilloso arte creado por los finos obreros de Triana bajo el mando de los rústicos reyes almohades. Tinmal, Taza, Marrakex y Alcázar vieron levantarse mezquitas y puertas magníficas de arte sobrio y bien proporcionado. Monumentos nobles y grandes, hechos según fórmulas muy sencillas. Arte lleno de majestad y esplendor, paralelo del que por entonces empezaba en Europa a levantar las primeras catedrales góticas. Arte digno y serio que es un producto típicamente sevillano y que representa lo más severo y “herreriano” (valga la comparación) que ha hecho el arte musulmán.

Después de los arquitectos hay que citar a los escritores y filósofos. En Marrakex vivió el gran zaragozano Aben-Pace hacia 1138. Médico del emperador almohade fue en Marrakex el célebre granadino Aben-Tofail, autor del libro El filósofo autodidacto, del cual se habla en todos los manuales de literatura. Al morir Aben-Tofail le sucedió como médico del emperador almohade nada menos que Averroes, el cordobés, una de las dos cumbres filosóficas de la Edad Media en todo Occidente. También vivieron en Marrakex Ibn Aljatib de Granada y Abenzoar.

 
Revuelta andaluza contra los almohades y huelga de andaluces

Poco a poco, pero sin cesar, fue naciendo una cierta hostilidad del pueblo andaluz contra los almohades. Acaso nacida esa hostilidad de la misma causa que había nacido la sentida hacia los visigodos. O sea, el disgusto de ser mandados por gentes menos cultas. También contribuía el hecho de que muchas emigraciones de andaluces a Marruecos eran forzadas. Acaso también porque la sequedad de los almohades repugnaba al carácter festivo de los hijos del Guadalquivir. Esta doble protesta tuvo asiento organizado y violento en Sociedades rebeldes semisecretas, como las de los muridin o masarristas armados del Algarbe.

Otra protesta más disimulada fue la callejera y satírica de las coplas del cordobés Aben-Guzmán. Y la más suave del literato cortesano Al-Saqundi, que, desesperado ante la barbarie almohade, la comparaba con todo aquello que quedaba de esencialmente andaluz, con aquello que aún se conservaba de la Andalucía Omeya. Esa Andalucía Omeya añorada y que Saqundi creía ver en sus últimos momentos ¡es nada menos que la Andalucía que hoy vemos! Pues Saqundi ve a Sevilla “con sus casitas limpias, que parecen, de encaladas que las tienen, estrellas blancas en un cielo de olivos”. Citando sus chistes, su vino, sus amoríos (tierra de Don Juan), sus burlas, sus guitarras. Córdoba se ve callada y solemne al pie de su mezquita (“Córdoba lejana y sola” del moderno poeta), tierra de caudillos, de retóricos y filósofos. Jaén, con su polvo, su viento y sus bailarinas. Granada, triste y romántica, con sus apasionadas poetisas. Málaga, célebre por sus higos, sus pasas y su vino. Murcia, fecunda y alegre, “donde una novia puede comprar entero su ajuar”…

El período almohade acabó con una huelga de todos los andaluces contra el poder de aquellos reyes atrasados. Al entablar batalla el rey de Castilla y sus aliados de Aragón y Navarra en las Navas de Tolosa, los andaluces dejaron de pronto el ejército almohade, y sin llegar a entrar en la lucha se fueron. Por esa abstención triunfó en las Navas el rey Alfonso VIII, y el poder almohade se derrumbó. Cuando San Fernando quiso ocupar el país no encontró resistencia de los andaluces, y sólo tuvo que combatir contra los almohades y sus clientes.

 
San Fernando y la andalucización del reino castellano

Al conquistar San Fernando Andalucía occidental y unirla al reino de Castilla, trasladó a Sevilla la capitalidad del doble reino con carácter definitivo. Y una vez allí se puso a reproducir fielmente la política de Abderramán III. Creando un Estado cristiano-musulmán donde Abderramán III había creado un Estado islamo-cristiano. Pero con idénticos procedimientos e idéntica psicología. Incluso en su política marroquí, donde luchó más contra los almohades que contra Marruecos. Y donde entabló ciertas relaciones de afecto con los zenetes, que entonces ya no tenían poder, pero seguían sintiendo rencor contra la raza branes y recuerdo constante de Andalucía.

El hijo y sucesor de San Fernando pudo perfeccionar la labor de su padre, pues al fin y al cabo había crecido en Sevilla y estaba más hecho al ambiente. Como San Fernando había desempeñado el papel de Abderramán III, su hijo Alfonso el Sabio desempeñó el papel de Alhaquén II. Erudito como Alhaquén, fue Alfonso el Sabio quien elevó a la dignidad de lengua nacional la española después de unas Cortes reunidas en Sevilla. Y no se sabe hasta qué punto influyeron en el nuevo idioma los usos de la lengua romance hablada por los andaluces ya desde el Jalifato. Pues hay teorías muy autorizadas que sospechan la existencia de una mezcla de dos formas neolatinas para formar el español actual, una la castellana y otra la local. Debiendo notar la aparición brusca de la escuela sevillana de poesía con una pujanza y una riqueza tales que sólo pueden explicarse por la existencia de tendencias literarias en romance. Tendencias que ya aparecen evidentes en las coplas de Aben-Guzmán, donde con el árabe se mezclan muchas palabras y giros de origen romance andaluz.

De todos modos, y aun dejando a un lado el problema de la lengua, es evidente que la civilización refinada del Sur se vertía entera en la vida del doble reino castellano-sevillano, primero, y en la vida de España una, más tarde. Desde este momento representarían los pintores al españolismo con traje andaluz y los toros se llamarían la fiesta nacional. Lo mismo que el misticismo ardiente de los musulmanes sevillanos de que habla Aben-Arabí se iba a traducir al catolicismo con el entusiasmo delirante de su Semana Santa. La Giralda se ponía una montera con un muñeco que da volteretas y las mujeres de Las mil y una noches se quitaban el velo para ponerse flores en la cabeza.

Mientras el Islam de Oriente se sumía en un caos de sectas y de invasiones, de xiismo y de pereza, la España de la meseta ibérica era quien recogía íntegro el tesoro acumulado por el omeyismo con todos los restos de las culturas clásicas y de las culturas orientales, acumulados en masa sobre el suelo andaluz. Alfonso el Sabio lanzaba sobre estos tesoros montones de traductores en su famosa Escuela de Toledo. ¡Un mundo nuevo y desconocido u olvidado era así revelado a Europa asombrada! No solamente aparecían a la vista de todos los grandes autores árabes, como Rhasis Abulcasis, Aben Arabí, Aben Hazam, Averroes, Avicena, &c., sino los autores griegos fundamentales, cuyas obras se habían conservado solamente en Andalucía, gracias al esfuerzo de Alhaquén II para reunir a precio de oro todos los manuscritos antiguos que se encontrasen en Oriente y en Occidente. Galeno, Hipócrates, Platón, Aristóteles, Euclides, Ptolomeo, Arquímedes, &c., &c. Además se recogía la música musulmana andaluza en las Cantigas, y por este camino llegaba la influencia musical andaluza hasta la Alemania de los trovadores y los minnesinger (investigaciones de Julián Ribera).

 
Restos andaluces en Marruecos

Entretanto que Castilla tomaba aires imperiales gracias al injerto sevillano, Marrakex, ya vacía de andaluces, volvía poco a poco al polvo. Típico y característico polvo morado, fino como la harina. Pero entre el polvo se levantaba, y se levanta aún, la airosa torre Kutubía, hermana de la Giralda (piedra rojiza y bolas doradas en lo alto). En sus anchas y desoladas calles, llenas de bardas y tapiales, se ocultan las tumbas de Averroes el cordobés, de Sidi-Soheili de Málaga, de Alkasar de Granada, de Sidi-Bel-Abbas de Ceuta y de muchos sabios andaluces. Pero es difícil encontrarlas en este Marrakex sucio, que es desde el pasado siglo el campamento general de los mendigos de toda el África Norte. Amontonados en su enorme plaza, la “Asamblea de los Ajusticiados”, donde los sultanes colgaban cabezas cortadas de enemigos, y donde hoy pululan los encantadores de serpientes, los vendedores de saltamontes fritos y los mendigos acurrucados que parecen montones de trapos.

Pero aun en medio de toda esta cochambre puede encontrarse el recuerdo de Andalucía. No es fácil hallarle. Se esconde tras los murallones espesos y rojizos como fortalezas de Babilonia. Está en las mezquitas amplias y frescas de la Kutubía y la Alcazaba; en las tumbas saadianas metidas dentro de un amplio salón ricamente decorado; en el alegre jardín de la Mamunía, lleno de encanto y de naranjos; en el moderno palacio de la Bahía, que es el resumen enciclopédico de todo lo que el arte andaluz produjo en sus mejores momentos.

El encanto de los monumentos andaluces de Marrakex reside en su abandono, en su tranquilidad, en el silencio que los rodea, en el laberinto de tapias y más tapias que hay que atravesar para llegar hasta ellos, en su extraño colorido, de suaves, suavísimos tintes morados, sonrosados y rojos desvaídos. El de sus sevillanos paseos de azulejos en jardines, dignos del Generalife, que sólo habitan hoy los pájaros. El del contraste de su majestad con el griterío exterior de los zocos, llenos de gentes con cara agresiva y mendicidad aterradora, pobre y desventurado Marruecos del Sur.

 
Granada, Fez y Tremecén, reinos semejantes

Los almohades fueron derrotados en África por una reacción reconquistadora de los botr, es decir, de la raza ibera pura que había ayudado al Imperio de Abderramán en otros tiempos. Formándose dos reinos, en Argelia y en Marruecos, con sus capitales en Tremecén y Fez. La primera, con una dinastía fundada por Yag-moracen. La segunda, con una dinastía fundada por Abu-Yahia el Merini. Una y otra se inspiraron para su vida en Granada, donde Aben-Alhamar el Nazarí había conservado un pequeño reino de taifa, de acuerdo con San Fernando, por reconocimiento a la ayuda militar que los granadinos le habían prestado contra el poder almohade.

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Así, los siglos XIV y XV fueron los siglos de Granada. Antonio Tovar los ha definido exactamente diciendo:

“Los años que siguen hasta el 1492 son en Andalucía de retroceso, de agonía, de refinamiento y decadentismo. Los jardines de Granada saben mucho de la tristeza de estos últimos reyes moros, que se encierran en patios de castillos, en maravillosos jardines, en rumores de fuentes, en romanticismo de favoritas. Si en Córdoba la mezquita de los Omeyas es algo invencible, sólido, en Granada la Alhambra tiene un ser pálido de yeserías… Granada es el ejemplo de lo que le pasa a España en cuanto deja de ser Imperio y se pone a suspirar, es la lección de voluntad enérgica que necesitamos. Ese es el secreto silencioso que Granada guarda en sus patios quietos, sus fuentes decadentes, sus alicatados de yeso, sus intrigas novelescas.”

Y el arqueólogo francés Terrasse, que es la máxima autoridad en arquitectura marroquí, termina su célebre historia del arte musulmán andaluz en pleno período almohade por creer que lo posterior, o sea lo granadino, carece de valor arquitectónico, siendo su belleza solamente decorativa.

Sin embargo, no puede negarse a la taifa final granadina el valor de haber mantenido el andalucismo en Marruecos y Argelia hasta nuestros días. Pues las modas y usos que Granada creó desde el siglo XIII al siglo XV han sido hasta hoy modas y usos marroquíes. Ahora empiezan a desaparecer, sustituidas por modas egipcias. Pero han resistido durante más de seis siglos. Esto lo logró Granada gracias al esfuerzo organizador de sus dos discípulas, las cortes de Fez y Tremecén, que procuraban reproducir fielmente el modelo granadino y llamaban a todos los obreros, artistas o escritores que en Granada adquirían renombre.

Claro está que Fez y Tremecén ya existían desde hacía siglos y habían recibido numerosas y continuas inmigraciones andaluzas; pero fueron las influencias granadinas de estos siglos XIII, XIV y XV las que les dieron su forma definitiva. Los tres reinos de Granada, Fez y Tremecén vivieron paralelos, cambiando ayuda militar, financiera y política, casando mutuamente los hijos e hijas de sus sultanes, organizando las cortes, los ejércitos, la sociedad, la vida de los gremios, la vida municipal de idéntico modo. Y siendo Granada la más culta de estas tres cortes, ella era la que daba el tono al conjunto.

Granadinos eran los albañiles que hacían los monumentos de los tres reinos. Granadina la cerámica dorada y los tejidos de doble dibujo por las dos caras. Granadinas las ferrayias de gasa y la colección de albos ropajes en que se envolvían sultanes y visires los días de ceremonia. Exacta y maravillosamente granadino el actual traje de las mujeres marroquíes, con su caftán de colorines, su mansuria, sus babuchas de hilillo dorado, su cinturón ancho. Todo según el modelo y la moda de las mujeres que vivían en la Alhambra. Esa Alhambra a cuya puerta daban a veces guardia de honor los ghuzat, tropa de nobles marroquíes y argelinos formada por segundones de aquellas cortes y por posibles pretendientes al trono a quienes se quería alejar. No hay que olvidar, por último, que, según Pérez de Hita, la mayor parte de la nobleza argelina era de origen marroquí.

Así, Fez y Tremecén, estando bajo el reinado de sus dinastías de origen zenete botr, eran naturalmente afectas a lo andaluz y deseosas de empaparse de todo lo que en Andalucía se pensase, produjese o fabricase. Desde estas ciudades capitales irradiaba lo andaluz por todo el país y transformaba poco a poco la vida de los rurales marroquíes y argelinos según un andalucismo algo atenuado. En lo político también ejerció gran influencia el andalucismo de esta época. Pues desde entonces empezaron a existir los tres países separados, independientes unos respecto de otros y diferentes en vida y en deseos que se llaman Marruecos, Argelia y Túnez. Los Estados marroquí, argelino y tunecino organizados en los siglos que van del XIII al XV han perdurado hasta hoy, incluso en plena época francesa.

 
Origen andaluz del Islam marroquí

Aparte de la influencia directa ejercida por las ciudades andaluzas sobre las zonas que las rodeaban y sobre el Estado marroquí, que estaba moldeado según las normas andaluzas, hubo en Marruecos dos influencias andaluzas dispersas, que, aunque no se observan a simple vista, son las que definitivamente y de modo hondo han hecho de Marruecos el heredero del Jalifato musulmán occidental inventado a orillas del Guadalquivir. Una de ellas es la forma local del Islam. Otra es el arte.

La huella más profunda de España en Marruecos es el Islam. Esto parece un disparate, casi una locura. Y, sin embargo, está ya científicamente comprobado. Naturalmente que el Islam es una religión de carácter universalista que tiene su origen en Arabia. Pero hay en Marruecos un cierto estilo de practicarle. Y ese estilo tiene su origen en las orillas del Guadalquivir.

Lo primero fue porque, gracias al esfuerzo de Abderramán III y Alhaquén II, se paró el peligro ismailita y se le alejó de Marruecos. Después vino el traslado a Marruecos de la escuela jurídica malekí, que hasta entonces había tenido su centro en Córdoba, y que se distingue por lo tradicionalista, lo meticuloso y lo reposado. Tercera etapa de la expansión en Marruecos de los juristas y pensadores musulmanes de Córdoba fue la llegada a Marrakex; en tiempo de los almohades, del cordobés Averroes, el sabio medieval que más influencia ejerció en la filosofía europea de aquellos siglos. Averroes, de quien nada menos que Santo Tomás de Aquino puede, en cierto modo, considerarse como discípulo. Averroes, enterrado en Marrakex.

Frente a esta escuela de Averroes se alzaba en Andalucía la escuela de Aben-Masarra, el cordobés, que en tiempo de los primeros Omeyas había fundado un sistema filosófico, neoplatónico y místico. La posterior escuela del otro cordobés, Averroes; fue, en cambio, racionalista y aristotélica. Ambas escuelas tuvieron en la Europa cristiana sus continuadores y discípulos: la de Aben-Masarra, en los franciscanos, con, Duns Scoto, y la averroísta, en el citado e insigne Santo Tomás.

El masarrismo llegó a Marruecos acaso más tarde que la otra escuela, pero apenas llegado prendió como un incendio en los corazones marroquíes, más propicios al entusiasmo, repentino que a la reflexión fría. Del masarrismo y sus derivaciones procede toda la enorme cantidad de cofrades que en sus zauias viven un frenesí místico que les hace delirar de entusiasmo sólo con pronunciar el nombre de Dios. El Marruecos arrebatado de morabitos y zauias que tiene sus raíces en los barrios más sencillos del Campo de la Verdad y de Triana.

El guía insustituible y seguro para lanzarse a través de esta enrevesada cuestión del misticismo musulmán en Andalucía y Marruecos es Aben-Arabí. O sea, el discípulo más ilustre de Aben-Masarra y al mismo tiempo el místico de más autoridad en todo el Islam. Este Aben-Arabí, llamado Mohiddin, nació en Murcia el 28 de julio de 1165 y murió en Damasco el 16 de noviembre de 1240. Está enterrado en Damasco, y su tumba es un lugar de peregrinación.

 
Superioridad de los místicos andaluces sobre los de Oriente

Aben-Arabí de Murcia había recorrido España, África y el Oriente musulmán. Conocía personalmente a casi todos los místicos del Islam entero. Después de un estudio comparativo dice y demuestra en sus libros que, a pesar de que en Oriente había muerto en 1111 el célebre Al-Gazali, las ideas místicas no habían llegado a ser comprendidas, sentidas ni mucho menos asimiladas en su emoción de amor fortísimo a Dios. Los llamados místicos de Oriente eran unos simples intelectuales profesionales para los que esto del misticismo representaba una idea de moda, una ficha para sus catálogos, una actitud elegante en su vida, hecha de lentos refinamientos. En cambio, para los andaluces islámicos el misticismo era un fervor que les hacía lanzarse de cabeza en la adoración. Aben-Arabí acusa a los más ilustres místicos orientales de tartufos, fariseos e hipócritas. Y frente a ellos pone el ejemplo de los místicos andaluces que vivían entonces en Sevilla y ciudades vecinas. En su librito Epístola de la santidad (editado por la Escuela de Estudios Árabes de Madrid). Resumen viviente y pintoresco de la vida popular sevillana en 1203.

Por las páginas de este librito desfilan en abigarrada multitud una infinidad de místicos, ascetas, videntes de toda edad, sexo, oficio y profesión social. Aparecen como en una cinta cinematográfica, con sus rasgos físicos y morales. Hay allí tipos muy reales de ese campo andaluz serio y filosófico, tipos que parecen verse de carne y hueso. Como el campesino iletrado Abugiafar al Urxani, que siempre estaba ejercitando la oración mental; como el maestro Yusuf el Kumi, que, poseído por el entusiasmo místico, andaba entre espinas y abrojos sin sentir sus punzadas; o el arisco Salih el Adawi, que no hablaba con nadie ni asistía a ninguna reunión por no gastar el tiempo, que necesitaba entero para pensar en Dios; o Abul-Haxax de Subarbol, tan abstraído en la contemplación que no había visto nunca un olivo plantado en la puerta de su casa; o Mohamed Ben Asraf de Ronda, que nunca dirigió una palabra violenta contra un prójimo; o la anciana Nuña Fátima, que vivía tan absorta en la contemplación de Dios que parecía tonta, pero decía: “¡El tonto es el que no conoce al Señor!” Y muchos más, muchísimos.

Todos estos eran los populares. Pero había también los grandes sabios del misticismo. Como el citado Aben-Arabí de Murcia. Como Ibn Ab-bad de Ronda, a quien don Miguel Asín Palacios considera como un precursor hispano-musulmán de San Juan de la Cruz. Y como el sevillano Abu-Madyan el Andalusí, conocido por Sidi-Bu-Medin, enterrado en Tremecén. Aben-Arabí le llama “quintaesencia, de los santos”, y le considera como su maestro.

Este Abu Madyan tuvo como discípulo y continuador al célebre místico marroquí Muley Abdesselam Ben Maxix, enterrado en Beni-Aros y considerado como patrón por toda la parte occidental del Protectorado español. De Abu-Madyan se deriva también la escuela mística marroquí del célebre Ex-Xadili, nacido en la cabila de Gomara, cerca de Xauen. Y de este Xadili se deriva a su vez el Yazuli, muerto en Marrakex el 1465 y creador del movimiento místico que trajo al poder a los sultanes jerifianos. Del Xadili y del Yazuli se derivan casi todas las cofradías a las que pertenece la mayoría de la población marroquí (a excepción de las cofradías espiritistas de los Qadiris y los Guennanauas).

 
Los morabitos guerreros en el Sahara

Después del misticismo sumido en el pensamiento de Dios vino otra forma de islamismo político-militar, surgido en 1492 como eco y rebote de la toma de Granada. De esto dice Gautier, el geógrafo:

“Parece que los conocimientos humanos, y particularmente los históricos, no tienen realidad si no han sido enseñados en los bancos de la escuela. Sabemos que Granada fue tomada por Fernando el Católico, y el emir Boabdil es un personaje bastante popular por sus lágrimas novelescas. Sabemos también que ésta victoria está en relación con enormes acontecimientos, como el descubrimiento de América y la hegemonía española. Todo esto está en el programa del bachillerato. Pero nuestra educación ha dejado en la sombra el punto de vista de los vencidos, y necesitamos un esfuerzo de imaginación para darnos cuenta de que la derrota de Boabdil tuvo necesariamente una repercusión al lado allá del Mediterráneo. Aún hoy, en Fez, en las familias andaluzas se conserva preciosamente guardada y transmitida de padre a hijo la vieja llave de la casa ancestral en Sevilla y Granada… Es un sentimiento y un recuerdo tan fuerte, que ha sobrevivido a cuatro siglos y que en sus orígenes ha hecho milagros.

“Esos andaluces constructores de la Alhambra y paisanos de Averroes eran precisamente el cerebro del Islam occidental. Al refugiarse en Marruecos, ellos le han dado un alma, los trozos esparcidos de Andalucía han fermentado por todas partes y de ellos ha salido un hormigueo de monjes predicadores. En los paisajes norte-africanos es muy corriente apercibir una mancha blanca deslumbrante sobre un punto del horizonte. Es una kubba, es decir, una tumba de santo. Cada uno de esos mausoleos recubre la tumba de un santón del siglo XVI o el XVII. Es la marca exterior de la influencia andaluza.

“En todos los rincones de África, estos monjes predicadores han hecho a las costumbres, a la lengua y a la heterodoxia berebere una guerra de fagocitos. Han descompuesto las viejas tribus hasta en sus nombres. ¡Los viejos nombres étnicos, que habían permanecido tal como Ptolomeo los había conocido, desaparecieron, arrancados como mala hierba pagana! Cerca de Miliana, los maghraua se convirtieron en los hijos de San Almanzor (Beni-Menaser)… Algo así como si los guipuzcoanos, perdiendo su nombre geográfico, se llamasen de pronto hijos de San Ignacio.

“Es así como solamente en el siglo XVI el África del Norte llegó a ser musulmana hasta el corazón… Por una vuelta paradójica, las influencias orientales han venido de Occidente, y el camino de la Meca a Marruecos ha pasado por Granada.”




 
V
Colonias andaluzas en Marruecos

En 1492 y en 1610 se fueron a Marruecos la mayor parte de los musulmanes salidos de Andalucía-Murcia. Allí fundaron barrios y ciudades, donde conservaron, fielmente reproducidas, todas las costumbres de su tierra de origen. Fez, Tetuán y Rabat son las tres grandes capitales andaluzas. Las que por su refinamiento y su cultura son llamadas Hadrias. Ellas dieron una organización hispano-musulmana al Estado y al Gobierno marroquíes, y al Islam marroquí, un airecillo local que no existe en los países de Oriente, porque tiene su origen a orillas del Guadalquivir. Gracias a Fez, Tetuán y Rabat llegó Marruecos a convertirse en un museo vivo, donde existe intacta la Andalucía de la Edad Media.

 
Separación de Andalucía y Marruecos

La desaparición del pequeño reino de Granada fue un corte brusco que separó Andalucía de Marruecos, produciendo efectos muy diferentes en ambos territorios, que habían tenido hasta entonces absoluta unidad de costumbres, política, modas, &c. La primera sirvió de base a la maravillosa empresa de la colonización de América, hecha desde los puertos de Huelva, Cádiz y, sobre todo, Sevilla. Por lo tanto, se puso en contacto con muchos mares y con muchas tierras. Todo esto atenuó el parecido con Marruecos. En cambio, éste se concentró sobre sí mismo, cerrando todas sus puertas y prohibiendo entrar a todos los extranjeros. Se formó ese Marruecos arrinconado en que en 1920 había ciudades, como Xauen, desconocidas totalmente, a pesar de estar al lado del Estrecho.

Ese aislamiento riguroso fue más acentuado por el hecho de que los sultanes marroquíes se pasaron los tres siglos XVI, XVII y XVIII guerreando a la vez contra los tres Imperios de los Austrias, los portugueses y los otomanos. Resistencia militar excesiva para un Estado tan pequeño, y que le impidió dedicar ninguna atención a las ciencias, las artes y las letras todas, las cuales fueron decayendo lentamente.

En cambio, respecto a las formas de la vida usual familiar y social quedaron como cristalizadas precisamente gracias a ese aislamiento. Sobre todo, porque tenía una base fija a la sombra de las murallas de las grandes ciudades, donde los artesanos andaluces seguían los viejos oficios. Esas murallas eran el estuche que encerraba escondida la joya de la vieja civilización andaluza del Jalifato.

Hoy, en 1941, empiezan a desaparecer lentamente esos viejos usos de la tierra de “Alandalus”. Los van barriendo nuevos usos que vienen de “Misr”. Es decir, de Egipto, el gran país de lengua árabe, con grandes Universidades, Bancos y todas las comodidades de la vida moderna, pero hechas por árabes. Egipto ha heredado de Córdoba el papel de maestro. Por eso urge ir a ver el Marruecos andaluz antes de que el progreso moderno se lo lleve. Ese Marruecos que era un delirio de armonía, de luces y de colores.

 
Fez, la sentimental

Fez es la ciudad marroquí que conserva más puro ese arcaísmo propio de una ciudad-museo. Por eso los hermanos Jerome y Jean Tharaud, escritores franceses célebres, han dicho de ella que es “Fez donde se conserva embalsamada en cedro toda la civilización de la Andalucía mora”. Sobre Fez se han ido depositando siglo tras siglos las capas de andalucismo y las capas de polvo. Clima húmedo que da pátina gris a las paredes de las oscuras callejuelas. Sentimentalismo que da pátina a las almas sentimentales de los hijos de Fez.

El primer Fez había sido el que fundó Muley-Dris II en 818, dedicando media ciudad a barrio andaluz y metiendo en él 8.000 familias de obreros cordobeses. Estos cordobeses fueron quienes introdujeron la agricultura de regadío en la región. No eran árabes, sino conversos de la gente que antes se había llamado hispano-romanos, es decir, andaluces latinizados. Yusuf-Ben-Texufin, el almoravid, llevó en 1069 más obreros andaluces, que introdujeron las actuales industrias de molinos, alfarería y, sobre todo; los célebres cueros de Fez, que son de origen cordobés. De 1248 a 1548, o sea bajo los meriníes, llegaron los talladores de yeso, los talladores de madera y los ceramistas. Ellos hicieron las maravillosas medarsas iguales a la Alhambra en la decoración. Por último, en 1492 llegaron los músicos y las célebres bailarinas las “chejas”.

Resultado de esto es el Fez de hoy. Todo en cuestas y en todas partes el ruido del agua. Como en Granada. Cármenes interiores, baños cerrados y jardines secretos. División típica en dos ciudades: la alta, del rey, y la baja, de los ciudadanos. Ríos corriendo por las calles. Casas que casi se tropiezan por los techos, como se tropezaban las de Granada morisca. Vías que suben en rampas, inverosímilmente estrechas. Túneles a cada paso, acuchillados por rajas de luz.

La gente es tan evocadora como la ciudad. Aire contenido, personas pálidas. Delirio amoroso. Borrachera de música. Reflejo de colores añiles, púrpuras y verdes apagados, como en los cuadros de Morcillo; Mercaderes de cara muy blanca y barba muy negra, que parecen salidos de un romance fronterizo. Familias de Abencerrajes y de Zegríes. También es característico de Fez ese dominio de la economía qué ha hecho llamar a Granada “la tierra del chavico”.

Y ese amor de los granadinos a las cosas pequeñas y finamente acabadas. Y las melodías nocturnas. Y las fuentes que gotean “… en la noche de estrellas perfumada… ¡Las fuentes de Granada!…”

Andalucismo triste de “cante jondo”. Cosas que han muerto, que se han perdido; odios, deseos, suspiros… Corazones revueltos como las calles de su ciudad. Ese dédalo de pasajes abovedados con puertecillas bajas y rejas muy pequeñas afuera. Paredes desnudas. Celosías tupidas. Pisos que salen sobre las cabezas y parecen colgar en el aire, sostenidos sólo por unos palos muy largos. Todo en tinieblas, todo lleno de rincones. Pero el lujo y la comodidad están dentro; cada casa está edificada en un jardín. Apenas pasado el zaguán, se goza de la delicia de las flores. Allí viven los fasis la vida muelle y refinada de Las mil y una noches. Techos de cedro oloroso, alfombras muy gordas y espesas, fuentecillas, perfumes mareantes de jazmines y rosas, esclavas negras muy amables, pebeteros que queman suaves inciensos, pastelillos de miel y almendra. Todo muy educado, muy lujoso, muy dulzón. Claro es que este Fez interior no lo ven los turistas. Y deben contentarse con la parte monumental de medarsas y museos.

 
Andaluzamiento intensivo de Yebala

Una gran cantidad de andaluces, acaso la mayoría, se derramaron por los campos, poniendo tallercitos y tiendecitas en los más remotos poblados. Poco a poco se mezclaron por matrimonios con los cabileños y se vistieron como ellos, produciéndose una fusión perfecta. La zona principal de este andalucismo invisible es Yebala, en la actual zona española, y una prolongación por Uazan y el Uarga hasta cerca de Fez. Los campesinos de estas zonas hablan el árabe andaluz de las ciudades, aunque, naturalmente, con un vocabulario limitado por lo sencillo de su vida rural. Las chilabas cortas, carteras de flecos y turbantes ladeados de estos montañeses tienen un aire jacarandoso que a pesar de todo revela su origen del lado arriba del Estrecho.

De estas inmigraciones no quedan siempre datos. Se recuerdan las de los malagueños al país de Vélez de la Gomera; las de Algeciras a Tánger; las de Ronda, Baza y Motril a Tetuán; las de Loja, Alfacar, Maracena; algunas de Granada, otras de Berja y Andarax a Gomara; las de Alcalá la Real a Alhucemas, ya en el Rif. Y, sobre todo, los granadinos que se fueron a Xauen. Todas estas emigraciones datan del 1492. De las posteriores quedan pocos datos. Pero, se sabe algo muy interesante que no se puede olvidar. Es la afluencia de los llamados renegados, fugitivos políticos que escapaban de España por distintos motivos y al llegar allí se hacían musulmanes para avecindarse en el país. De ellos dice la indiscutible competencia de Tomás García Figueras: “Como el número era relativamente crecido y se trataba, en general, de personalidades bien destacadas, cualquiera que fuese la modestia de su medio de origen, influyeron en el país, llevando al interior de él usos, costumbres y palabras españolas.” Esta afluencia de renegados duró hasta final del siglo pasado.

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Xauen es la metrópoli y símbolo de estas emigraciones perdidas por las montañas. Había sido ya fundada en 1471 por un famoso místico granadino llamado Ali-Ben-Rechid. Pero la forma actual de Xauen data de 1492, fecha en que Muley Ali Ben Musa Ben Rechid (primo de ese Ali-Ben Cherif) le dio su actual emplazamiento y construyó una alcazaba casi tan grande como la ciudad. Hoy se ha instalado, en esa alcazaba un carmen granadino que ayuda a darle carácter. Pero no es la Granada de Xauen esa Granada triste que se ve en Fez, la Granada de Boabdil el llorón, los tesoros escondidos y las infantas cautivas de las leyendas. Sino una Granada sencilla y casi actual, de talleres, telares, industrias de chilabas y tapices, cuestas entre tapias, escalerillas de piedras gordas, influencia de sierras… un rincón del Albaicín, con sus tejadillos. Un “nacimiento” de Navidad infantil, donde las casitas trepan por las rampas.

 
Tetuán, la tranquila

Tetuán es otra cosa muy distinta. Tetuán es la síntesis estilizada de todo el andalucismo marroquí antiguo y moderno. Porque las influencias recibidas de la orilla de enfrente han sido sucesivas e ininterrumpidas. Las más antiguas coinciden acaso con Tartesos. Tetuán es la heredera de la antigua Tamuda, cuyas ruinas están próximas. El año 1312 fue fundado el primer Tetuán en el sitio del actual. Parece ser que poco antes había sido un pueblecillo sobre las ruinas de Tamuda. El primer Tetuán lo hizo un sultán meriní, que la pobló con sevillanos. Tetuán, que vivió próspero con una escuadra anclada en el río, que era entonces más hondo. Hasta que en 1400 fue destruido por Enrique III de Castilla, que se volvió a llevar los habitantes a Sevilla.

El 1492 volvió a hacerse Tetuán. Por el general granadino Sidi-Mandri o Al-Mandari. De acuerdo con el rey Wattasida de Fez, Mohamed Xej, que concedió a Al-Mandari todo el territorio de Tetuán y su alfoz. Se pobló la nueva ciudad con gentes de Ronda, Baza y Motril. Aquel Tetuán era muy pequeño, y comprendía solamente el barrio actual de la gran mezquita y Metamer. De él quedan restos en la alcazaba vieja que se ve por el zoco del pan y por Garsaquivira. Al-Mandari atacó a los portugueses de Ceuta, cogiéndoles prisioneros, que encerraba por las noches en mazmorras. Con estos prisioneros levantó las murallas de esta ciudad, cuyo nombre bereber quiere decir “manantiales”.

En 1501 y 1502 llegaron más andaluces. Tetuán creció hasta el Tala por Zozo el Fuki. Hacia 1670 llegaron moriscos de las sierras granadinas, que ya sólo hablaban español; uno de ellos era discípulo indirecto de Lope de Vega, y fundó un teatro, donde representaban comedias en español. Pues los tetuaníes hablaban por entonces español y siguieron hablándole hasta muy entrado el siglo XVIII, según testimonio de todos los viajeros por Marruecos en ese siglo. ¡Curiosa época la de esos tetuaníes de capa y espada con aire de don Juan Tenorio!

Después del 1610 creció Tetuán, formando el barrio del Ayun y agrupando ya los barrios de la ciudad en torno a la plaza de España. Entonces se convirtió en una especie de nacioncita andaluza autónoma respecto a los sultanes y gobernada por la familia Naqsis. Este Estadillo fue sometido al poder de los sultanes alauitas el año 1727, después de derrotar a Oomar Lukax, jefe de los tetuaníes. No por esto terminaron las inmigraciones andaluzas, pues en 1830 llegó un grupo de familias andaluzas procedente de Tremecén y Argel.

Tetuán fue desde 1727 a 1912 una ciudad de lujo. Cuna de hombres eminentes que desempeñaron los primeros puestos en el Imperio marroquí. Los Torres, Lukax, Medina, Erzini, Lebbadi (de Úbeda), Salas, Aragón, Ruiz, Delero, Zegri, Ercaina (Requena); Bennuna (originarios de Córdoba), Aljatib (los Aljatib de Granada); Baeza, Castillo, Conde, García, &c., &c. Familias de nombres conmovedores. Por todos ellos se le ha llamado a Tetuán la ciudad del señorío. Señorío único e inconfundible. Señorío en todas las clases sociales. Corrección. Amabilidad. Hospitalidad.

Ahora es Tetuán una gran ciudad. Cubre la vega con sus casas de recreo y se asoma al mar por Río Martín. Pero no puede olvidar los tiempos en que era pequeña y callada. Cuando todos sus habitantes eran parientes, pues se casaban siempre en el pueblo y en un grupo de familias. No puede olvidar la vida tranquila de los siglos en que sus murallones apretaban las casitas encaladas de azul y blanco azulado, abiertas muchas veces a la alegría interior de los Riads. A lo largo de los pasillos silenciosos que eran sus calles se aspiraba el aroma de los jardines cerrados y sólo se oía el gotear de alguna fuentecilla o el grito aislado de algún chiquillo panadero. Calles apenas animadas por el paso blando de los gatos. En Tetuán se deslizaba la vida tranquila y sencilla.

Los habitantes hacían juego con la ciudad, por lo reposados. La superioridad de su saber hacía de ellos una aristocracia burocrática en cuyas manos estaban casi todos los cargos técnicos del Imperio. Ellos introdujeron en los decretos sultanianos y en la literatura administrativa bastantes frases y fórmulas españolas o inspiradas en la lengua española. Después de largos años de servicios volvían a su ciudad para gozar de una jubilación tranquila. Aquel Tetuán es resumido por la Enciclopedia del Islam con las palabras siguientes:

“Ella no será más que una ciudad de moros andaluces, deseosos, ante todo, de acrecer sus riquezas por el negocio y de disfrutar en paz de los placeres de las letras y las artes.”

No se ha perdido todo en Tetuán. A pesar de un ensanche mal planteado. A pesar de los cuarteles que han sustituido a huertas dentro de murallas para quitar el espacio a los viejos barrios y estropear todos los panoramas. Y a pesar de haber destruido calles enteras en Trankats, la Sueca, Rabat es Sefli, la calle del Aiun, la Mesalla, &c. Quedan las nuevas evocaciones andaluzas hechas por el cónsul Cajigas en la plaza de España y en las murallas. Queda la gran maravilla, andaluza también, de la Escuela de Artes Indígenas, donde el gran pintor granadino Mariano Bertuchi ha vuelto a hacer resurgir las puras industrias de la época de la Alhambra, incluso los azulejos de reflejo metálico. Y de lo antiguo quedan rincones evocadores. En el Jarrazin y Garsaquibira, llenos de sombras verdes. En el viejo barrio de la gran mezquita, con sus palacios de ensueño y sus regios patios. En las callejuelas  laterales de Trankats y el Aiun, techadas a ras de las cabezas.

 
Rabat, la alegre

Rabat es una tercera fórmula de andalucismo. La deslumbrante de los pueblos de la Andalucía baja que da cara al Atlántico. Rabat y su apéndice, Sale, son dos ciudades gemelas o una ciudad partida que han vivido siempre cubiertas por una espesa capa de cal blanquísima. Sus calles son abiertas y rectas en muchos casos. Sus casas son lisas, apenas sin salientes ni bóvedas sobre la calle. Sólo destacan en los muros los salientes de sus típicas chimeneas, que vienen de Sevilla, Huelva y Badajoz. Rabat es una Andalucía marinera, alegre y sencilla. De Juan Ramón Jiménez. Brillante, salinosa y limpia, como una poesía de Juan Ramón Jiménez. Calles de arena encarnada. Puertecillas en portalitos. Cigüeñas sobre los techos. Maravilloso jardín de los Udaias, instalado en una antigua escuela de navegación de los moriscos. Torre Hasan, sevillana y hermana rota de la Giralda.

El primer Rabat había sido fundado por los almohades para servir de capital militar y campo de reunión de sus contingentes. Pero se quedó sin terminar y parados sus enormes trabajos dentro de la larga muralla de cinco kilómetros. Allí estaba esa citada torre Hasan, hermana de la Giralda, y que se quedó parada al llegar a los 44 metros de altura. Después de los almohades quedó vacío el sitio hasta 1610, fecha en que llegó una gran inmigración de moriscos que reconstruyeron la ciudad.

Unos eran de Huelva, y venían incluso entre ellos familiares de los Pinzones. Otros eran de Hornachos, en la provincia de Badajoz. Estos moriscos de Hornachos eran la mayoría. El rey Felipe II les había concedido el privilegio de llevar espada, como caballeros. Al hacerles emigrar de España Felipe III, se fueron en masa a Rabat. Levantaron una pequeña muralla acotando una parte del antiguo recinto almohade. Y allí iniciaron su nueva vida, conservando, como los de Tetuán, el uso del idioma español durante largo tiempo. Y de los usos andaluces modernos, incluso el de estar las mujeres destapadas, lo cual producía horror a los musulmanes de otras ciudades no moriscas. Los hombres siguieron llevando algún tiempo espada al cinto.

A pesar de este andalucismo actual y del predominio de la lengua española, usaban, también el árabe. De este árabe local dice el Instituto de Altos Estudios Marroquíes: “El dialecto de Rabat es el heredero más directo de los dialectos árabes andaluces, al menos en lo referente al vocabulario.” Se conservó tan puro porque Rabat estaba rodeada de regiones poco pobladas, de bosques, de llanuras casi estériles.

En lo político hubo igual aislamiento. Desde su fundación tuvo este Rabat morisco más de un siglo de independencia. Los andaluces de Rabat y sus hermanos de Sale (venidos en 1492) formaron una nacioncita absolutamente soberana que se llamó “República de las dos orillas”. Fue una República marinera y corsaria, que vivió sin obedecer a los sultanes hasta el tiempo de Muley-Ismail, ya en pleno siglo XVIII. Pero los sultanes les concedieron ciertos derechos autónomos en su administración municipal, y aún hoy sus gobernadores son de origen morisco.

Así, Rabat, como Tetuán, estuvo poblada de andaluces hasta 1912. Todos amigos, parientes y semejantes. Sin embargo, Rabat tenía desde 1757 algunas familias de origen no andaluz; eran los hanifiin, que en gran parte descendían de soldados de la tribu de los Udaya, que guarnecía la alcazaba de Rabat. Pero la mayoría era andaluza, y andaluces siguieron siendo la administración, las industrias, el comercio y la intelectualidad. Hoy, en 1941, los andaluces de Rabat son descritos así por el Instituto de Altos Estudios Marroquíes:

“Los andaluces se distinguen de los hanifiin por más de un rasgo: ellos son generalmente muy blancos de piel y tienen una fisonomía netamente europea; son muy limpios y muy urbanizados; sus casas son muy lindas, sus mujeres son muy hábiles en bordados. Se reconocen los andaluces en sus nombres de procedencia española. Palambo, Crisebbo, Ronda, Cortobi (de Córdoba), Malgui (de Málaga), Almodóvar, Liabori (Álvarez), Carrasco, Chamorro, Palomino, Chiquito, Moreno, Jesús, Balfrex (Palafox), &c., &c.… La opinión está repartida sobre los andaluces: unos, pensando en su grado de civilización, ven en ellos gentes superiores; otros, impresionados por sus nombres españoles, ven en ellos extranjeros… Los andaluces habitan el centro de la ciudad, es decir, los barrios de El Alu, Muley-Brahim y Bucrun, entre el bulevar El Alu, la calle Sidi-Fetah, la Suika y la calle de los Cónsules.”

 
Emigraciones sueltas a Argelia y Túnez

Aunque ajenas al tema marroquí, no pueden dejarse de citar las emigraciones sueltas de moriscos al resto del Norte de África, especialmente a Argelia y Túnez. Fue la más importante la gran expulsión de moriscos en 1610. La mayor parte eran moriscos de Aragón, Cataluña y Valencia, que se agolparon en las regiones africanas más hacia Oriente. Bajo el nombre de tagarinos (moriscos de los reinos aragoneses quiere decir esta palabra). También fueron algunos andaluces. Aunque estos últimos prefirieron, como hemos dicho, pasar a Marruecos, por la vecindad y por las antiguas relaciones, nunca interrumpidas. Este núcleo andaluz se nota mucho en Tremecén, que está sobre la frontera de Marruecos y puede considerarse como si fuese una ciudad marroquí.

Túnez es la más sorprendente muestra resumida de la España musulmana. No sólo de la local del Sur, sino de todas las comarcas españolas. A pesar de estar cerca de Italia, Grecia, Turquía y Egipto, es lo español lo que más fácilmente se observa en Túnez. Túnez, que es la más desconocida de las Españas que se han ido sembrando por el esfuerzo colonizador de la raza a través del mundo. Lo hispano-musulmán se agolpa en la capital y en los pueblecillos de Solimán, Korbus, Nabel, Zaguan, Marsa, Meyez el Bab y todas las aldeas de las riberas del Meyerda. La ciudad de Túnez es, desde luego, la más evocadora, con su pequeña Giralda colgando en el aire sin base y apoyada en los tejados por sus ángulos. Zocos tapados con arcos cordobeses y en medio la tumba de un monje catalán (fray Anselmo de Turmeda). Túnez, célebre por sus “cantaoras”, que entonan canciones del estilo “cante jondo”. Célebre también por sus buñuelos, sus sombrerones y sus patios de mármol.

España, perdida ya, como la otra España de la Argelia mora que tuvo su centro en aquel Argel en cuesta del barrio de la Alcazaba. Barrio de casas pequeñas como juguetes y de calles que se llamaban de Granada, de Sevilla, de los Abencerrajes… Hoy todo roto por la piqueta demoledora y esparcidos sus hijos en la miseria del bajo pueblo argelino.

Queda una expansión. La más prodigiosa de todas. El Imperio marroquí de África central. El Imperio andaluz del Sudán. Fue creado por una columna de 3.000 moriscos que hicieron la heroicidad increíble de pasar el Sahara a pie, entre el infierno de su calor incomparable y a través de la inmensidad enloquecedora de sus arenas. Eran hermanos en lo heroico de sus compatriotas cristianos los exploradores españoles de América, que a pie también atravesaban las selvas del Continente nuevo para ir a conquistar los Imperios bárbaros.

Hernán Cortés en Méjico y Pizarro en el Perú dominaron a enormes Imperios indígenas con su superior táctica, su valor heroico y el fuego de sus mosquetes. La misma historia y los mismos episodios aparecen en la empresa realizada por Yuder de Cuevas de Vera, jefe de los conquistadores del Sudán. Allí había un gran Imperio negro que cubría una zona de un millón de kilómetros. Se llamaba el Imperio songai. Tenía su capital en Gao, extraña ciudad de barro cocido, con paredes torcidas y arquitectura de aspecto faraónico. La riqueza de sus habitantes eran sus enormes rebaños de búfalos. En la batalla contra los españoles lanzaron esos búfalos contra ellos, pero acogidos a descargas de mosquetería, se volvieron atrás, sembrando la confusión entre los negros. Atacaron entonces los españoles y deshicieron, siendo sólo 3.000, a un ejército de 100.000 negros. Dominando el país ellos y sus descendientes desde el 1590 hasta el 1748. Todo ese tiempo duró el Imperio del Sudán, reforzado por sucesivas emigraciones de más andaluces: Imperio que tuvo el español como idioma. Empresa magnífica que debiera ser un motivo de orgullo para los españoles, pues, al fin y al cabo, de España eran aquellos moriscos.

 
Supervivencia de la música de corte granadina

La emoción mística del Islam iluminado y masarrista no es la única emoción que agita las almas marroquíes. Hay también la grande, la intensa emoción de la música. Que es, en ciudades grandes y pequeñas, la mismísima música de corte andaluza. Aquella que las orquestas de Alandalus ejecutaban ante los soberanos islámicos. Música que sobrevive hasta nuestros días bajo el nombre de música “garnati” (granadina).

El erudito franciscano P. Patrocinio García, que es quien más sabe de estas cosas, dice que el arte musical se fue concentrando en Granada a medida que los señoríos islámicos iban desapareciendo. En Granada se perfilan más y más los estilos musicales y allí toma forma definitiva ese cuerpo de música que ahora se conoce con el nombre de “garnati” o “nubas granadinas”. A la desaparición del reino granadino, este arte musical se refugió en Fez y Tetuán. El nombre de “nubas” quiere decir “vez” o “turno”. En este sentido, los músicos de palacio se servían de este vocablo para indicar el turno que a cada artista correspondía de tocar ante el soberano. De ese significado primitivo de turno se derivó después el significado de darle nombre a la música que cada artista ejecutaba cuando le correspondía su vez, y se derivó otro significado de referirse a la sesión musical que algunos reyes tenían semanalmente. Así, pues, la palabra “nuba” significó a la vez el conjunto de lo cantado, la sesión musical y el repertorio del artista.

En Marruecos, las “nubas” empezaron por ser usadas exclusivamente por los andaluces emigrados, que las tocaban en momentos tristes y simbólicos, llorando al oír estos armoniosos recuerdos de la Andalucía perdida. En una última y más reciente etapa salieron de los andaluces, extendiéndose entre los demás marroquíes. Y al extenderse se diferenciaron, no se sabe si por esta extensión o por proceder de distintas comarcas andaluzas los que las llevaron a los distintos puntos de emigración. El P. Patrocinio García ha encontrado y distinguido cuatro repertorios diferentes de “nubas” andaluzas en Túnez, Argel, Fez y Tetuán, siendo más puros los dos últimos.

Pero al dispersarse los músicos por toda África se perdió la fuerza de la escuela y el contacto entre ellos, dando esto origen a que poco a poco se perdiesen muchas de esas “nubas”. Por ejemplo, de las veinticuatro que llegaron a Tetuán y Fez sólo quedan once. Y éstas se han salvado gracias al esfuerzo de un insigne músico andaluz natural de Tetuán, nombre ilustre del maestro Mohamed Ben el Hossin el Haik el Andalusi el Tetuani, que vivió en Tetuán y murió allí el año 1792, J. J. Él reunió las músicas, que hasta entonces sólo se conservaban de oído, y las dividió en once series de a dieciocho canciones cada una.

El P. Patrocinio ha demostrado que este ala es una música hispano-islámica, que no es árabe ni oriental, sino exclusiva y propia de los moros andaluces y formada en contacto estrecho y bajo el influjo del arte de los cristianos españoles. Así, pues, no se puede llamar música árabe a esta música de los moros andaluces emigrados. Pues toda la contextura técnica del arte musical oriental importado en España en tiempos del cantor Ziryab (bajo Abderramán III) cambió totalmente su modología en las cortes de los soberanos andaluces, simplificándose para adaptarse a lo más común, que era la modología religiosa de los cantos gregorianos.

 
Amor de los marroquíes a la música andaluza del “ala”

Esta música cortesana, que era oriental sólo en el lejano origen, pero de coro en su técnica y sucesivo desarrollo, fue pronto un molde en el que se vertió la sensibilidad marroquí, que se lanzaba de cabeza en el entusiasmo por ella, como si fuese una embriaguez, un delirio. Desde el siglo XV hasta hoy no se ha concebido en Marruecos ninguna fiesta pública ni privada en la que no tomasen parte los músicos andaluces o andaluzados de Fez, Tetuán y Rabat. Sobre todo en las bodas, que eran un delirio musical de aires andaluces repetidos sin cesar, en una magnífica profusión. Los mismos sultanes marroquíes subvencionaban varias orquestas andaluzas de corte.

Los músicos que ejecutan las “nubas” se llaman los aliin, orquesta que se compone generalmente de laúd, violín puesto de pie y tamboril. Los músicos tocan y cantan a la vez. Algunas veces se junta al grupo un cantor escogido, que por sus canciones tiernas y apasionadas o sus modulaciones personales añade valor al conjunto. Cantos y modulaciones cuyas sílabas se arrastran sobre varias notas. Cantos que encierran toda la poesía y la emoción de los jardines de Andalucía. La dicha de poseerlos, la inmensa amargura de haberlos perdido, el encanto de las palabras de amor pronunciadas bajo sus ramajes, la embriaguez de sus aromas… Y de repente, en medio de la evocación, se para la música en seco con una extraña nota breve.

Es creencia tradicional que cada “nuba” tiene relación con una determinada pasión o estado de ánimo. Todas ellas tienen, sin embargo, esa técnica de bordado y minuciosidad que caracteriza a lo granadino, con una asombrosa complejidad de divisiones y subdivisiones, medias notas, centésimas de notas, ritmos que se entrecruzan y superponen, intervalos imperceptibles. Es una música que embriaga los sentidos, un arabesco en movimiento.

Y siempre con un ritmo lento de canto religioso. Y con esa pena elegiaca de la evocación. Así, es la más célebre y estimada de todas las canciones del Ala la titulada Ya Assafi, llanto sobre la pérdida de Granada. Canción de Ya Assafi que encierra la melancolía de las puestas del sol desde la torre de la Vela y la sensación de algo que perece:

Granada, Granada, de tu poderío ya no queda nada…

 
Salvación de la música del “ala” en Marruecos

Esta música magnífica, que es uno de los tesoros más espléndidos del arte andaluz, se iba a perder a la llegada del Protectorado francés. Fue salvada por M. Prosper Ricard, sabio francés que merece la admiración y el respeto de los españoles, pues él salvó todos los tesoros de arte andaluz que agonizaban en la zona francesa. Como director del “Service des Arts Indigenes”, cargo del que ha hecho un apostolado. El fue quién salvó los cueros célebres de Fez, los tapices de Rabat, las cerámicas de Fez y Safi, los tejidos de seda bordados de mil colores, las encuadernaciones, los paños y mantas…, y, sobre todo, la música, no sólo el Ala, sino otros géneros de música andaluza y de música rural. En esta labor de la música le ha ayudado técnicamente el profesor A. Chottin, que ha recogido las “nubas” en libros y discos, procurando, además, la formación de nuevas orquestas que la conservasen con exacto conocimiento musical y amor a su labor de ejecución.

Pero nada de esto hubiera sido posible sin la ayuda de los eruditos marroquíes y argelinos. Como los que crearon en Uyyda la orquesta de cámara compuesta por distinguidos aficionados y llamada “Andalusia”. Y como el grupo musical creado en Rabat por S. Mohamed Ben Gabrit. Sin olvidar a los señores Ben-Smain y Abura de Tremecén. Ni a algunos concienzudos maestros profesionales de Rabat y Fez.

En la zona española se empezó a trabajar más tarde en la salvación del Ala. Pero, en cambio, se ha trabajado más a fondo. Con la labor única del P. Patrocinio. Con el esfuerzo del músico señor Bustelo, que recogió con paciencia más de mil composiciones musicales. Sólo falta en esta zona educar a los músicos del país, para que no se pierdan ni terminen los buenos ejecutantes.

 
Emigración a Marruecos de la arquitectura andaluza

Saliendo de ese arte sin cuerpo y casi espiritual que es la música, y entrando en la materia, hay otro prodigioso andalucismo marroquí repartido por todas partes. Es el de la arquitectura. Todos los edificios antiguos de Marruecos, absolutamente todos, estaban construidos en un estilo andaluz, y la mayor parte de las veces hechos por obreros de origen andaluz. Hoy mismo, después de transcurrir tantos años, todavía se encuentran los mejores carpinteros, ceramistas y albañiles entre los de Tetuán, Fez y Rabat, las tres ciudades llenas de andaluces.

Empezó esta construcción de Marruecos urbano por manos andaluzas ya en el siglo X, siendo Fez dominio andaluz de Abderramán I y Alhaquén II. Entonces se elevaron los alminares del Andalus y el Karuin, hechos según una regla fija de que la altura fuese cuatro veces la base. En el siglo XI llevó el almoravid Yusuf-Ben-Texufin obreros que terminaron el Karuin, dándole su forma y dimensión actuales. Después vino ese arte maravilloso que algunos llaman equivocadamente “arte almohade”, y que debiera llamarse arte sevillano musulmán, pues fueron los sevillanos quienes construyeron todos los edificios de este estilo, absolutamente todos.

A la cabeza de este arte está la Giralda, reina de las torres y reina de lo airoso; vecina a ella, el patio del Yeso y muchas iglesias. Pasando el Estrecho están la Kutubia de Marrakex (alta torre con su mezquita), mezquita y torre de la Kasba, en Marrakex, puertas de murallas. En Rabat, la torre Hasan, sin terminar, y puertas de murallas. Y otras mezquitas en Tinmal, Taza, Argel, Tremecén. Arte sevillano de fórmulas simples y líneas majestuosas. Torres de agradable pátina ocre adornada con manchas de cerámica. Anchas estalactitas y dibujos amplios. Arte de robustez y proporciones distinguidas.

Vino luego el período meriní, y los sevillanos fueron sustituidos por la minuciosidad de los granadinos miniaturistas. Surgió la finura decorativa de las madrasas de Fez, de las infinitas fuentes, baños, posadas, hospicios, puentes, tumbas, murallas… repartidas por todo el Imperio de los sultanes, con la doble preocupación de la belleza y la utilidad. Los soberanos meriníes daban agradables mansiones a los artistas granadinos, les obsequiaban con ropas de lujo, les distraían de su trabajo por músicos y cantores y llegaban incluso a darles como salario un peso de oro igual al peso de las partículas de yeso, madera y azulejo que caían de sus cinceles.

El arte granadino tuvo un radio de expansión mayor que el cordobés del período del Jalifato o el sevillano del período almohade. Pues sus materiales principales no eran ya la piedra y el mármol, duros y lujosos, sino materiales blandos, como ladrillos, azulejos, maderas tiernas, yesos, &c. Por eso resultaba un arte que por una parte era más barato y por otra permitía la creación de modelos repetidos y de decoraciones “standard”. Además, era un arte que podía aplicarse a cualquier uso. Lo arquitectónico era en él pobre y casi inexistente, pues se basaba en la macicez de los muros compactos y gruesos como fortalezas. Para encubrir esta pobreza o simplicidad exagerada se extendía sobre el muro la magia minuciosa y entrelazada de los arabescos. Así puede decirse que el arte granadino cubría las puertas, las rejas, los muros y los techos de bordados. Y lo mismo las ropas, los muebles. Todo el arte granadino es un arte de encajes.

 
Los cuatro tipos de la casa mora

En esta época tomó la casa marroquí su forma definitiva, que conserva hasta hoy. Dividida en tres tipos diferentes. El primero es el dar, o casa alrededor de un patio interior. El segundo es el riad, o casa alrededor de un jardín interior. El tercero es el menzeh, o casa de campo sin patio, pero rodeada de huertas. Cada tipo de casa tiene su distribución acomodada al plan y siempre según forma fija. Pero estos tres tipos tradicionales y un cuarto tipo accesorio (que ahora está tomando mucho desarrollo), llamado duiria, o casita sin patio, responden a normas de una estética común.

La mayoría de las casas pertenecen a los dos primeros tipos, es decir, las casas de patio. Son las más bellas y las más numerosas. El patio y su emplazamiento es lo primero que se estudia antes de hacer una casa. Las habitaciones principales se abren al patio. En la decoración del patio se agotan todos los recursos imaginativos y económicos del dueño de la casa. Tener un buen patio es la principal ambición de todo marroquí acomodado. Reunir en el patio todos los elementos que hagan amable la vida.

Una regla tradicional de la estética local dice que “para hacer una casa se coge un puñado de aire y se le sujeta con unas paredes”; esto demuestra lo esencial del patio, que guarda en su recinto la vida del hogar, tan importante en una civilización que, como la árabe, hace de la familia el principal eje de la vida. Una familia muy amplia que debe bastarse a sí misma y exige amplios espacios para que pueda moverse cómodamente. El marroquí ama el patio y odia la fachada, por deseos de preservarse del cambiante clima (pues se ha llamado a Marruecos “país frío de sol caliente”). Otras veces, para preservarse en caso de revoluciones montañesas o de invasiones extrañas a Marruecos.

El muro, la pared, es lo esencial en este tipo de casa. Tapias y paredes están dispuestas concéntricamente alrededor del patio. Es una arquitectura con sentido de plaza de toros o de plaza mayor en torno a la abertura central. Patios cerrados, jardines cerrados, pasillos cerrados, sombras que, aislando el sol en el centro de la casa, le realzan y le dan todo su valor. En el centro, la canción del surtidor o el chorro del pilón. Esta casa enseña el encanto de la paz, de la vida íntima, del reposo.

Las casas marroquíes de estilo andaluz son las más frecuentes en todas las ciudades. Alineándose silenciosamente a lo largo de las callejuelas estrechas y recatadas. Las separan de la calle las puertecillas claveteadas. Luego, a través del tortuoso zaguán, se llega al patio, con sus pilares y columnas y con la serenidad de su silencio. Patios abiertos al sol o cerrados por monteras de cristales. Todos llenos de maravillas en mármoles y azulejos. Al menos en las casas ricas, en las centenares de Alhambras en miniatura que se encuentran por todas partes. Donde rodean al patio espléndidos salones llenos de tapices, telas bordadas, colchonetas y espejos. Donde muchas veces se convierte ese patio en un dilatado y maravilloso jardín de ensueño, con sus plantaciones hundidas en lo hondo y encerradas entre altos paseos de azulejos que parecen diques.

 
Las casas pobres andaluzas en Marruecos

Naturalmente, todas las casas no son Alhambras ni Generalifes en miniatura. Las casas más frecuentes son aquí, como en todas partes, las casas pobres. Que tienen en su mayoría el aspecto de las casas de pueblo en Andalucía, Murcia, Extremadura, la Mancha, &c. Es decir, casas de patios-corrales cuyo lujo y alegría reside en la profusión de la cal. Casas de blancura resplandeciente (sustituida a veces por un fuerte colorido azul, rosa). Con sus patios lisos, sin fuentes ni cerámicas, sólo cubierto el suelo por espeso cemento pintado de cal roja y cubiertas las paredes con cal blanca deslumbradora. Así, la casa pobre es una masa blanca espesa y compacta en que desde fuera sólo resaltan las manchas de color de las puertas, y en el interior, lo rojo del suelo y lo verde de las plantas, modestamente colocadas en macetas y cajones enjalbegados también.

Las habitaciones pobres no están cubiertas por el lujo de la tapicería ni las llenan las enormes camas de alto dosel que parecen tronos y palios. Pero tienen también una belleza modesta de ruedos amarillos, algún gran arcón pintarrajeado, camas bajas con telas muy limpias, brillo dorado de cacharros de cobre. Y, sobre todo, perfecta higiene de paredes lisas y grandes planos. Resultando, a pesar de su modestia, habitaciones que corresponden a las recientes reglas de la arquitectura, el urbanismo y la higiene. Sin embargo, están hechas según reglas tradicionales de artesanía medieval andaluza.

La belleza, la comodidad y el reposo los obtiene la casa pobre con el mínimo de elementos. El principal de ellos es el color, empleado con profusión y con derroche. Colores francos en puertas, mantas y muebles de madera. Rosas y verdes muy fuertes, amarillos de limón y naranja, encarnado rabioso, añil, lila, ocre violento… Y, sobre todo, el adorno de algún frutal en un rincón y de la cal por todas partes.

 
Industrias artísticas andaluzas en Marruecos

Cuando el arquitecto andaluz había hecho la casa venía el decorador andaluz a llenar sus huecos. El maravilloso decorador andaluz, que en sus oscuros talleres de Fez, Tetuán, &c., aprendía a hacer maravillas a pulso, es decir, sin apenas más instrumentos que un punzón y unos pincelillos o un horno pequeño. Ese decorador llenaba (y llena todavía) las paredes de los palacios con azulejos hasta metro y medio del suelo, e incluso el mismo suelo; los techos, con artesonados pintados y tallados; el espacio intermedio, con yeserías talladas a mano y a ojo en forma de minucioso encaje.

Luego venían las industrias destinadas al amueblado. Eran las más importantes las destinadas a vestir las paredes, pues el palacio musulmán andaluz no se amuebla, sino que se viste. Casa adornada como una novia. Con pesadas alfombras en tierra, con jaitis en las paredes, una cama turca continua y seguida que da la vuelta alrededor de la habitación, almohadones a docenas, camas, altas con doseles, cortinas, &c. Las personas, también: tan vestidas y envueltas como sus casas. Con caftanes y ferrayias, mansurias, chilabas, albornoces, jaiques, almalafas, zaragüelles. Puestas a veces por parejas. Hechas de telas muy curiosas, como las gasas flotantes y los maravillosos paños de chilaba, fuertes como corazas de paño. Y los característicos cueros de colores, que los franceses llaman cosa de Marruecos (“maroquinerie"), pero que son los célebres cordobanes de Córdoba, y que en Marruecos producen maravillas bordadas de oro o estampadas de oro.

Cada ciudad tenía sus especialidades. Tetuán, los bordados de colores con dibujos florales, los alicatados de pedacitos de un solo color que se combinan a mano como un rompecabezas y que tienen a veces un reflejo metálico, los cueros de arte y la babuchería, los muebles tallados y pintados, los paños de chilaba. Xauen, esos mismos paños de chilaba y además las alfombras. Fez, tejidos de seda, bordados de un solo color, cueros de arte, cerámica azul y de color en cuadros y cacharritos. Rabat, otro tipo de bordado en colores diferente del de Tetuán y sus famosos tapices. Salé, sus mantas y esteras. Mequínez, maderas pintadas. Marrakex, otro tipo de cueros y sus gumías cinceladas. Ifni, sus curiosas alhajas geométricas, con discos, rectángulos y triángulos de plata con esmaltes verdes, amarillos y azules, y que son simplificaciones rurales de un complicado modelo granadino.




 
VI
Origen árabe del casticismo andaluz

Al perder el Sur español su contacto permanente con Marruecos y con Siria, se convirtió Sevilla en la capital del Imperio castellano-leonés-andaluz de San Fernando y sus sucesores. Posteriormente pasó la capitalidad a Castilla; pero, en cambio, Andalucía se hizo la base de la colonización americana entera. Hasta el extremo de que los hispanoamericanos hablan con acento andaluz. Sin embargo, no perdió Andalucía la nota árabe. Hoy día, casi todo lo que tiene de original, castizo y genuino es de origen oriental. Esto provoca el entusiasmo y el asombro de los turistas árabes y de los sabios arabistas europeos.

 
Andalucía, puente entre lo español y lo árabe

Marruecos no se llevó toda la originalidad de lo andaluz. Quedó mucho en Andalucía. Ese fondo antiquísimo de orientalismo que venía desde el eneolítico no desapareció de pronto al entrar España en la uniformidad de ropas y tipos de vida que caracteriza la monótona civilización moderna. Donde todos los pueblos y todas las razas visten con el mismo traje de americana. El Sur de la Península ha conservado hasta época reciente un tipismo muy acentuado, que ha hecho de Andalucía la zona preferida por los viajeros y los artistas. Pues ese tipismo es de origen árabe en un 80 por 100. Entendiendo la palabra árabe en su sentido más amplio, es decir, todo lo que ha venido de Arabia por sus caminos intermedios de Siria y el Líbano. Acumúlanse en capas que reforzaban el arabismo inicial de la época prehistórica.

Ese orientalismo de Andalucía es precisamente lo que le permite ejercer su papel de hermana mayor de los árabes, sin dejar por eso de ser una comarca española. Pero es que la España oficial de los Ministerios madrileños, la Academia de la Lengua o las bellezas arquitectónicas de las ciudades próximas a la capital no interesa a los árabes. Es absolutamente imposible que se pueda ejercer influencia sólida y permanente sobre ellos a través de estas fórmulas centrales. En cambio, el Sur de España representa para todos los árabes (incluso para los de Marruecos) algo muy emocionante, algo muy suyo, algo sin lo cual no pueden concebir su historia ni su civilización. La tierra donde el genio de su raza ha dado sus mejores frutos desde miles de años antes de Roma. Y no es esa emoción por el islamismo español, por el recuerdo de que la Península haya sido un día musulmana. Porque el hecho de que Turquía, Albania o gran parte de Croacia lo sean hoy les deja completamente indiferentes. Y tampoco se acuerdan casi nunca de los musulmanes de Malasia, China o el Asia central. Ni de los de Polonia. Ni de los de Finlandia.

Esto quiere decir que hay otra cosa oculta que no es el Islam. Es que la razón de esta emoción es el Imperio. Porque allí estuvo la entrada del Imperio árabe en Europa. O porque aquello fue el último resto del arabismo primitivo después de caer Oriente en manos de otomanos y mongoles. O porque es el último sitio en que el arte árabe ha conservado su vitalidad. O por el recuerdo de que a través de tantas inmigraciones de gentes de Siria en suelo andaluz los muertos se han acumulado bajo ese suelo en proporciones ingentes. O porque estando Andalucía lejos de las rutas de invasiones, los restos árabes que en ella quedan están menos adulterados, más puros.

 
Andalucía, museo vivo de orientalismo perdido en Oriente

Hay que destacar aquí con especial empeño el hecho curiosísimo de que muchas veces se encuentran en Andalucía tesoros artísticos o demosóficos del Oriente que en el mismo Oriente se han perdido ya o están a punto de perderse. Por la presión de las invasiones venidas del Asia central y por la exportación a aquellos países de muchos desechos de modas y costumbres europeas que en Europa no servían ya y vendedores poco escrupulosos (generalmente judíos) se las colocaban a los pobres árabes orientales. Los cuales abandonaban sus bellos usos y su comodísima arquitectura por cosas inadaptadas a su clima y a sus gustos solamente porque eran “la moda”. Y en su afán de ser modernos, para poderse emancipar de las intervenciones extranjeras, los árabes orientales aceptan muchas veces todo lo que ven nuevo, sin pararse a pensar si esa imitación exagerada no convierte ciertas zonas de su sociedad en sucursal de las Américas del Rastro. Ni tener en cuenta que una adopción tan exagerada de todo lo extranjero estropea la tradición y el sentido de continuidad que son indispensables a la conservación del patriotismo.

En Andalucía no se ha perdido tanto elemento bello. Porque las supervivencias orientales que los sirios la habían dejado se habían extendido desde allí por el resto de España, incorporándose a su alma nacional. Ejemplos son la jota, la boina y otras cosas sin las cuales no concebimos Aragón ni el país vasco, a pesar de tener su origen en el Sur. O sea que Andalucía ha sido, simplemente, el centro de distribución de lo árabe. Y a la vez el sitio donde lo árabe ha absorbido elementos de otras culturas, mejorando con el cruce. Ejemplos de esta segunda afirmación son los estilos arquitectónicos plateresco-andaluz y barroco-andaluz, que en Granada y Sevilla han dejado y están dejando ahora mismo maravillas, donde lo árabe se adorna con influencias renacentistas.

Un ejemplo claro y terminante de la superioridad andaluza en lo árabe lo tenemos en El Cairo. ¡Nada menos que en El Cairo! O sea en la capital indiscutible de todo el mundo árabe. Que es a la vez la ciudad más importante del mundo musulmán. Y la puerta principal del Oriente entero. Pues ese Cairo, cargado de recuerdos de Las mil y una noches, se ha convertido durante el pasado siglo y principios del actual en una especie de ciudad norteamericana. Desbordándose en torno con barrios y más barrios, estirándose hacia arriba con casas de hasta catorce pisos, abriendo avenidas tremendas para el paso de los camiones y metiendo fábricas entre las piedras doradas de sus quinientas mezquitas.

Naturalmente, ha habido un momento en que las más recientes generaciones egipcias de profesores y de estudiantes han formado un tipo fino de intelectual, retórico y observador muy oriental, el ustads. Viajero, muy estudioso y reflexivo, incluso nacionalista más organizado en algunos grupos nuevos. Ha nacido con el desarrollo del intelectual fino un deseo de renovar las tradiciones, adaptándolas a los nuevos tiempos, sin perderlas. Restaurando monumentos. Vulgarizando su historia por medio del “cine”, la radio y el libro. Publicando todos los manuscritos inéditos de sus archivos. Pero aunque les queda un enorme tesoro monumental, les falta ya el tipo de la antigua vivienda árabe y mediterránea de patio y jardín interior, pues todas se las llevó la piqueta demoledora. Para sustituirlas por los grandes inmuebles, que dan un aspecto uniforme a todas las ciudades modernas. También desaparecieron palacios y parques, con sus arbolados y azulejerías.

Pero a veces llega al Cairo un ilustre personaje a quien se quieren mostrar las bellezas del Oriente evocador. O se quiere impresionar una película de sultanas y emires de leyenda. O realizar un acto simbólico de amistad oriental. O se quiere, simplemente, recordar lo pasado. En todos estos casos se va solemnemente a la orilla del Nilo, donde un bellísimo jardín de azulejos, mármoles, arcos y alicatados da la sensación de evocación y ensueño buscada. Bajo las palmeras, entre azahares y jazmines. ¡Ese jardín ha sido construido en Sevilla! Y enviado al Cairo por piezas sueltas que luego se volvieron a montar allí. Y no fue fabricado por un artista especial y según un modelo único. Sino que cualquiera puede comprarse otro igual, pues figura en los catálogos y sale de los talleres de una conocidísima fábrica de azulejos sevillanos.

 
Aspectos árabes en Andalucía y en los andaluces

Así, vemos que si lo marroquí es tan emocionante y evocador porque corresponde a la conservación actual de una realidad que fue viva en la Andalucía medieval, lo andaluz tiene el valor de evocación de ser la mismísima fuente de donde salió lo bello de Marruecos, Argelia, Túnez y Libia. Siendo, además, la flor y el fruto magníficos de aquello de que el Oriente era raíz y tronco.

Naturalmente, esto, al pronto, no lo nota el observador superficial. Pues falta en Andalucía-Murcia el aparato decorativo exterior de turbantes, &c., las mujeres se han quitado velos y mantos. Las callejuelas frescas y reposadas han sido, ¡demasiadas veces!, sustituidas por horribles ensanches… Todo esto es decisivo para el turista superficial, siempre dispuesto a buscar las odaliscas cautivas, y furioso si no las encuentra. Pero nada de eso importa al conocedor del Oriente moderno, en el que tampoco hay velos ni callecitas ni casi ya turbantes. El Oriente árabe del petróleo, las camisas verdes totalitarias, el algodón, las bancas nacionalistas, las estrellas de “cine” que se llaman Fátima o Bahiya. Pues hay que saber ver el Oriente sin velos y la España del Sur sin velos.

La diferencia más esencial de ambos sitios está en los diferentes idiomas español y árabe. Sin embargo, hay veces en que no parece que existe esta diferencia. Esto ocurre cuando se oye desde lejos el español de Andalucía, con sus sonidos a la vez guturales y silbantes. Con sus jotas y haches aspiradas, su ceceo y su cadencia, con el mismísimo tonillo del árabe más fino y más literal.

El hablar cordobés tiene el acento reposado y solemne del hablar caballero y noble de los beduinos en la derecha y erguida Arabia. Tierra de donde salieron las gentes cordobesas de Emirato y Jalifato. El hablar granadino es suave y deslizado, acaso un poco ronco, como el árabe de Damasco, ciudad madre de Granada. Y si el cordobés es filosófico y serio y el granadino es un poco sentimental y perezoso, esas coincidencias existen en el beduino y el damasquino. Pasando a Sevilla (¡tantas veces capital de Marruecos!) se ve el mismo hablar rápido e inquieto del marroquí, con sus letras que se contraen y se atropellan. En Linares y Andújar hablan con el más purísimo acento arrastrado del habitante del Cairo. En el país de Murcia hay mucho de Palestina…

Después del acento, que es general, hay los detalles corporales, que no son generales, pero sí frecuentes. Hay en el antiguo país púnico-jalifal muchísimos tipos de aspecto árabe puro, pero al lado de otros muchos de aspecto general ibero-bereber. Por otra parte, hay también mucho tipo árabe en Valencia, Baleares, la Mancha, Aragón, &c. Pero la mayor abundancia de tipos árabes se da siempre en el Sur. Y aun en los andaluces de aire ibero y en algunos que hay de aire europeo queda casi siempre del arabismo ese andar derecho y contoneante de pasodoble en los hombres y del garbo llamado “salero” en las mujeres.

Quedan incluso restos árabes en ropas, comidas y aficiones. Cabezas de hombres con sombrero cordobés, que es un tarbux con alas. Cabezas de mujeres con peinetas y peinecillos. O con la mantilla, que tiene su origen en las árabes cristianas de Belén (Palestina). Un gran viajero árabe moderno ha dicho:

“Si escucháis una canción en la calle, es una canción árabe; si os convidan en una casa andaluza, comeréis platos de Siria y Egipto. A las gentes que veis sentadas en los cafés las reconoceréis fácilmente, y encontraréis entre ellas rostros familiares de Beirut, Damasco y El Cairo. ¡Viendo, asombrados, que estos señores con caras de amigos y parientes vuestros se han quitado el tarbux!”

Otro árabe visitante de Andalucía ha dicho: “¡País hermano de árabes católicos, como el Líbano! ¡Luminosa e incomparable Andalucía!”

 
Entusiasmo árabe por Andalucía

Es tan enorme, tan prodigiosa la semejanza entre muchos aspectos de Andalucía y otros del Oriente, que la admiración de los árabes que la visitan llega a veces al delirio. Esta afluencia de viajeros árabes es muy reciente. Desde la expulsión de los moriscos, en 1610, hasta el 1900, habían estado cortadas las comunicaciones. Con la única excepción de algún que otro viaje de embajador marroquí y, sobre todo, el curiosísimo del Ghassani (publicado por el Instituto General Franco; de Tetuán). El Ghassani cuenta cómo en tiempos de Carlos II encontró aún Andalucía llena de gentes que recordaban su origen árabe. E incluso pueblos enteros, como el interesantísimo Andújar, cuyos habitantes eran descendientes de los Abencerrajes. Sale Ghassani en defensa de la Inquisición, pues dice que se hizo para atajar los abusos de los judíos, y que sólo quemaba a judíos brujos y gentes por el estilo, todas peligrosas. Pero que no tenían, ni la Inquisición ni la Iglesia, el menor prejuicio hacia el origen árabe de nadie, pues lo que estaba prohibido era el culto musulmán, no el origen. Al contrario, era de origen árabe toda la aristocracia del Sur, y estaba muy orgullosa de ello, pues el descender de árabes era una cosa muy digna y respetada. Respecto a la conversión de éstos andaluces al catolicismo, que era generalmente sincera, Al Ghassani lo deplora, pero sólo como un accidente casual. No le echa la culpa a la Iglesia; al contrario. E incluso trató amistosamente con varios sacerdotes y visitó un convento de religiosas en Linares.

Al empezar el siglo actual llegaron en masa los viajeros árabes. Venían de Egipto y Siria, vestidos según el último figurín y provistos de Baedeker y Kodak. Llegaban a España con ese aire frío y un poco hastiado del viajero constante que es a veces casi profesional de la vida en los “palaces”. Pasaban por nuestro país para completar un circuito turístico o simplemente porque les cogía de paso. Y de repente, sin saber cómo, se encontraban con el color y el perfume de los viejos tiempos de la leyenda dorada que fue un día realidad en el viejo arabismo de los cuentos infantiles… Y rompían en gritos, en poesía, en libros, a veces hasta en alguna furtiva lágrima.

Es Chauki el príncipe de los poetas y el más célebre de estos viajeros árabes. Estuvo en Andalucía hacia 1915. Dio nueva vida en sus poesías maravillosas de asunto andaluz a la mejor tradición poética árabe. Resultando en ellas Chauki tan andaluz como egipcio por la forma y el sentimiento. En todas las ciudades de Oriente se ven los retratos de Chauki hechos en la Alhambra, y en todas las antologías aparecen sus poesías escritas en la Alhambra. Pues Chauki ha sido el mejor poeta de la literatura árabe contemporánea.

También fue muy notable la visita en 1925 del orador Habib Estéfano. Visita doblemente significativa, por tratarse a la vez del primer árabe católico y del primer árabe de Hispanoamérica. De Habib Estéfano se ha dicho que habla el árabe como un bardo de la leyenda y habla el español como Castelar. Estéfano llegó a España en calidad de intelectual célebre en toda América por sus discursos y sus conferencias, para actuar en los medios americanistas y universitarios de Madrid. Después de hacerlo fue a Granada para desempeñar el papel del perfecto turista. ¡Y allí brotó de pronto el manantial de entusiasmo de un damasquino desterrado por los extranjeros (fue presidente de la Academia Árabe de Damasco), y que al abrir el balcón de su hotel en la Alhambra (después de llegar a Granada de noche) se encontró de repente en su Damasco, patria chica añorada! Estéfano volvió a América, loco de entusiasmo, como representante oficial de la Exposición de Sevilla, después de descubrir a Beirut en Málaga.

Hacia 1930 hubo otro viaje célebre. Acaso el de mayor trascendencia. Fue el del emir Chekib Arslan, que es la figura más insigne y respetada del arabismo mundial. Alma del panarabismo. Principal orientador del movimiento nacional sirio, libanés y palestino. Posteriormente también presidente de la Academia Árabe de Damasco. Historiador. Escritor muy ilustre en su lengua. Presidente de honor de todas las colectividades árabes de América. Modelo respetado y hasta reverenciado por todas las juventudes del Norte Africano, especialmente de Marruecos. Y, además, hombre célebre y admirado por su bondad. En Oriente, el emir es el símbolo del tradicionalismo árabe. Y en Europa ha tenido relaciones de amistad con muchas de sus personalidades más salientes, como el Káiser, el Duce, &c., siendo posteriormente el representante auténtico del mundo árabe ante la fría, inútil y hostil Sociedad de Naciones, vendida al oro judío. El emir visitó Andalucía y otras comarcas españolas con detenimiento y competencia. Y después se convirtió en el más serio y razonado paladín del acercamiento entre España y los árabes. Este viaje del emir puede considerarse como una fecha histórica.

Del 1933 al 1938 hubo una gran afluencia de árabes. Ricos comerciantes sirios de América. Profesores de árabe en Sevilla y otros sitios en relación con un movimiento de cultura andaluza. Catedráticos y alumnos de la Facultad de Letras del Cairo venidos en excursión científica bajo la dirección del catedrático de Historia musulmana y notable investigador hispanista Abdulhamid Abbadi Bey. Hubo también entre los diplomáticos egipcios acreditados en Madrid una figura de gran valor. La de Mohamed Hamada Bey (hoy chambelán en los palacios reales del Cairo), el cual recorrió minuciosamente Andalucía y Murcia pueblo a pueblo, empapándose del alma andaluza y aprendiéndose de memoria la más fina poesía moderna de la Andalucía esencial, interpretada por Villalón y García Lorca. En 1938 llegó un gran grupo de periodistas sirios y libaneses para visitar la España nacional. Eran los cristianos Chej Yusef el Jasen, Yusef el Aisa, Michel Abu Chahala, Elías el Huais. Y los musulmanes Hamdi Babil y Taki Ed Din Es Sulh. Recorrieron Marruecos y toda la España nacional, y a su regreso condensaron sus opiniones en párrafos entusiastas repetidos en infinidad de artículos. Por último, el principio de la guerra europea hizo atravesar por España nutridos grupos de árabes que estaban veraneando en Francia y Bélgica. En todos ellos dejó Andalucía honda impresión, que expresaron al llegar a sus países.

 
El folklore andaluz, heredero del Oriente

La impresión general de estos viajeros sueltos coincidía con la de los viajeros célebres, como Chauki, Estéfano, el emir Chekib, &c. Ante todo, se fijaban en las ropas, el aspecto y, sobre todo, las caras y la pronunciación. Luego, en la Historia (al menos los más eruditos). Y todos, en muchos objetos y escenas callejeras. Botijos, alforjas, fajas, bufandas, mantas, alhajas de filigrana, trajes de luces de los toreros (que son bien árabes), pañolones de flecos, peinetas. Los citados cafetitos, con la gente muy quieta; los portalillos-tiendas, los pregones musicales de los vendedores; el vino, con sus “tapas”, que en el Oriente árabe se llaman mezes; la juerga castiza, con sus “bailaoras” y su música melancólica; las recuas de borriquillos, &c. Entre los árabes musulmanes, el recuerdo del Islam, visible en una cantidad enorme e insospechada de detalles exteriores y psicológicos. Entre los árabes católicos, los espectáculos tan conmovedores como la Semana Santa de Sevilla y la Semana Santa de Puente-Genil. Y la pasión filial por la Santísima Virgen, recordando el estilo cristiano del Oriente, donde el cristianismo es más de la Virgen que de la Teología. ¡De la Virgen, cuyo recuerdo está vivo y actual entre las mujeres árabes del pueblecillo de Malula, que descienden de los nazarenos y, por tanto, paisanas de María Santísima! El que Andalucía sea llamada “tierra de María Santísima” llena de emoción a estos cristianos árabes, que no olvidan nunca aquello que en España se desconoce y que es esencial para el catolicismo oriental: el que la Virgen y su Hijo, Nuestro Señor Jesús, vinieron al mundo entre árabes y vivieron como árabes.

Emociona también a todo árabe (especialmente si viene de Europa) verse de pronto sumergido en una vida tan usual y agradable. Sobre todo si este árabe es de Beirut la fenicia, de Jerusalén, Belén y Nazaret, las arabísimas de tipo cristiano; de Damasco, la de los Omeyas; de Alejandría, donde fueron tantísimos andaluces. Sentarse en las terrazas de los cafés en Sierpes, Gondomar, Larios o Puerta Real. Comprarse cartuchos de pescado frito. Entrar en las barberías de los Fígaros locuaces que ya habían visto en Las mil y una noches consabidas. Atravesar entre el vocerío pintoresco de los mercados. Hablar con esos campesinos que comen en mesitas bajas y saludan diciendo “¡A la paz de Dios!” O sea Salam Alaikum.

No olvidemos las comidas. Y, sobre todo, los dulces, esos dulces compactos que son tan característicos del arabismo. Y que en España se llaman turrón, mazapán, carne de membrillo, dulce de dátil y albaricoque, bizcocho negro de Córdoba, alfajores. Y los dulces empapados en miel de tipo pestiños. Y los polvorones, roscos de Loja, roscos de Caucín, almíbar, alajú, tortas de hojaldre, bizcochos borrachos, &c., &c.

Luego, el cante “jondo” y el flamenco. Formas actuales de la música andaluza que son la exacta correspondencia de los dos géneros de música árabe que se usan en el Oriente. Y que tienen hoy incluso dos símbolos vivientes en dos mujeres del Cairo, en dos grandes artistas que se llaman Um-Kulzum para lo “jondo” y Badia-Masabni para lo flamenco. Sin olvidarnos de citar el bolero y la zambra, dos danzas beduinas de pandero que fueron muy usadas entre los últimos moriscos y que no tienen nada que ver con los gitanos, como erróneamente se cree.

Después, la arquitectura. Los patios con columnas, arcos, macetas y flores. Las callejuelas curvas, revueltas, blancas y tranquilas. Los azulejos, los farolillos y las rejas. Las puertas con clavos y postigos. Las celosías y los miradores, que son nada menos que los famosos muxarabiah del viejo Cairo y la Meca. La cal. Las formas rectas y limpias. Los jardines cerrados. El empedrado de piedrecillas. Las cancelas. Las tejas de colores… ¡Toda la belleza que el Oriente ha perdido y empieza a añorar!

Por último, las industrias. Asombro de ver en Alcoy las primeras fábricas de papel que hubo en Europa, hechas por los musulmanes; en Manises, la cerámica dorada de Málaga, que luego pasó a Valencia; en Motril, las primeras fábricas de azúcar; en Murcia, las primeras de seda; en Granada, las primeras de pólvora. Encontrarse con los muebles incrustados del Cairo en los talleres de Granada y con las alhajas doradas en Córdoba. O con los hierros incrustados en oro, otra industria andaluza que se ha mudado a Toledo.

Y el campo. Ese campo andaluz que da aún el aceite traído por los árabes de Fenicia y el puro caballo árabe traído por los árabes del Neg. Donde los primeros toreros fueron caballeros musulmanes. Donde dan dátiles las altas palmeras de Elche y naranjas de origen árabe las ricas vegas.

 
Un arabista español confirma el entusiasmo de los árabes

Tan grande, y a veces delirante, es el entusiasmo de los árabes por todo lo suyo que ven en Andalucía, que acaso parecerá exagerado al lector no familiarizado con el problema. Por eso hay que citar en apoyo de esto, y como glosa indispensable, un texto español de autoridad y categoría. Sea éste el del catedrático y arabista Ángel González Palencia, después de regresar de un viaje que hizo a Oriente:

“Paso por Córdoba después de varios años de haberla conocido con ocasión de los actos dedicados a conmemorar el centenario del Jalifato occidental. En el transcurso de este tiempo he visitado varias ciudades musulmanas, desde el Magreb el Aksa hasta Istambul; he andado por los zocos de Fez, la misteriosa ciudad de los idrisíes; he contemplado absorto la visión medieval del estupendo, único, zoco de Marrakex la roja, la que habla todavía del poderío almohade y guarda en su seno monumentos imaginados y pensados en Andalus; he visto Túnez…, he admirado en Susa el Ribat, acaso el mejor conservado del mundo islámico…; he subido a la torre-fortaleza de la mezquita de Cairuán, desde donde se domina la gran ciudad y se admira el famoso patio. En El Cairo me he perdido por el laberinto de callejas, he entrado en innumerables mezquitas suntuosas, en que el arte del Renacimiento venía a enriquecer los motivos constructivos y decorativos de épocas anteriores… En Jerusalén me ha maravillado el lujo de la mezquita de Omar y me ha impresionado la sencillez de la mezquita Al Aksa… Y en Istambul, como quiere el nacionalismo turco que se llame ahora a la antigua Bizancio, a la Constantinopla de antes, he mirado las basílicas convertidas en mezquitas, las mezquitas hechas como las basílicas, con el aditamento de los alminares turcos como lanzas enhiestas… Y donde más en Oriente me he encontrado ha sido en Córdoba. No sé la causa, pero al andar por sus calles limpias y retorcidas, al recorrer los soportales del mercado central, los callejones adyacentes, me parece siempre que va a surgir el tendero vestido con turbante y nos va a ofrecer ruidosamente su mercadería. Todas estas tiendecillas estrechas y apretadas por la falta de espacio; todas estas casas que ofrecen al viajero posada y comida, en cuyos zaguanes se ven todavía gentes que hacen sus tratos, soldados que recogen los encargos de sus pueblos, trajinantes que cuidan de sus bestias, son seguramente como lo eran en la época famosa de Alhaquén II o Almanzor, cuando a ellos acudían gentes de todas las partes del mundo, cuando las caravanas traían a la ciudad de la Mezquita todos los productos que la industria humana ponía en circulación y se llevaba hasta los puntos más remotos del planeta todo lo que el Andalus producía, natural o artificialmente.”

 
Movimiento arabófico del campo andaluz

Así, sin saberlo, la vida del Sur español ha conservado un estilo marcadamente oriental en los siglos más recientes. Estilo que fluía naturalmente. Algunas formas se iban empujadas por las modas y por el paso del tiempo. Nacían para sustituirlas otras formas que aparecían ya con estilo oriental, brotando espontáneas de la vieja solera. Si se marchaba la música del Ala, venía a sustituirla el “jondo”, que era puramente árabe (cosa que no le pasaba al Ala). Si se iban los recargados poetas cordobeses del Jalifato, surgía Góngora, que era también recargado y cordobés. Cuando ya no toreaban los caballeros Abencerrajes y Aliatares, lo hacían los toreros profesionales. Si no se hacían ya edificios en el cubismo lineal de la Alhambra, nacía en Málaga Pablo Ruiz Picasso, que metía el cubismo en la pintura de figuras. Las mujeres morenas y tristes de los palacios islámicos reaparecían en los cuadros de Romero de Torres. Y hasta el vanguardismo literario, al llegar a Andalucía, tomaba formas tan locales y castizas como la poesía de Juan Ramón Jiménez, Villalón y García Lorca.

El campo era el sitio en que la tradición milenaria del arabismo andaluz vivía pura y en bloque. Lo púnico se destacaba sobre un fondo verde de olivos. Era un casticismo muy pegado a la tierra, a la trágica tierra del campo andaluz, que producía cuadros patéticos y problemas sombríos relacionados con la vida diaria de sus habitantes. Era la época en que corrían por los montes la inquietud política del monfi y la inquietud social del bandido generoso. Muchas veces producían estas situaciones tristes los problemas agrícolas y económicos agudos, que nacían del género de cultivos (extensivos y exigiendo, por tanto, trabajo sólo en ciertas épocas del año) y de la escasez de zonas regadas. Incluso había ciertos residuos feudales.

Este estremecerse hambriento del campo tuvo su centro en Córdoba. Acaso porque Córdoba, habiendo sido la antigua capital intelectual y política, conservaba desde lo jalifal la tendencia a dirigir los movimientos vitales de grandes masas. Sevilla, en cambio, seguía siendo el centro de conservación de lo demosófico, del arte y las fiestas. Granada, la de moriscos secretos y jardines cerrados, seguía siendo la ciudad de las evocaciones y los sentimentalismos. Repartida entre las tres capitales de la Andalucía mora vivía el alma local con la misma especialización de los tiempos musulmanes, cuando Al Sacundi las definía y elogiaba.

Síntesis y resumen de estas tres tendencias fue el llamado “regionalismo andaluz”. Este movimiento fue mal conocido, pues su nombre hacía parecer que era antiespañol. En realidad fue un esfuerzo local para hacer contrapeso contra el exclusivismo de algunos catalanes, utilizando para ese contrapeso lo que tenían más a flor de piel y más a mano, es decir, lo árabe. Tenían la intención aquellos regionalistas andaluces de quitar a España todo lo que había copiado de una Europa enciclopedista, materialista y escéptica, trayendo en auxilio de lo español la fuerza entera y virgen de Marruecos y el arabismo. En el fondo, querían hacer lo que se ha hecho ahora, es decir, traer los moros para defender el nombre de Dios y la continuidad de la raza española frente a lo internacional disgregador. Los regionalistas veían en Europa un amasijo plutócrata y egoísta, y por eso rechazaban con empeño la idea europea. Así decía su principal orientador:

“Nosotros los andaluces no queremos, no podemos, no llegaremos jamás a ser europeos. Externamente, en el vestido, en ciertas costumbres ecuménicas, impuestas con inexorable rigor, hemos venido apareciéndolo. Pero jamás hemos dejado de ser lo que somos de verdad: andaluces. Que es tanto como decir euroafricanos, euroorientales, síntesis armónicas de hombres.”

Realizaron los regionalistas muchas cosas. Casi todas acertaban con el corazón, pero se equivocaban con el cerebro. Crearon clases de árabe, revistas arabistas, series de publicaciones; quisieron reavivar el folklore local, mejorar las condiciones de vida por reformas de “urbanización del campo”, entablar una relación directa con Marruecos, que es muy sensible a lo andaluz, pero un poco insensible a lo español puramente oficial. Para halagar a los árabes y animarles a colaborar con España idearon poner al lado de la bandera nacional un estandarte de colores árabes que recordase los tiempos del arabismo (haciendo así lo que se hace en Tetuán cuando al lado de la bandera nacional se iza el estandarte de Marruecos o el del Jalifa), &c., etcétera.

Pero cometieron el error suicida de confundir un poco lo oriental y hacer con ello un revoltijo disparatado sin sentido geográfico. Pues viendo hebreos por las calles de Tetuán, se les ocurrió meter en su programa la simpatía a los hebreos o judíos, que confundían con los marroquíes. ¡Confusión que ningún católico ni ningún musulmán puede tolerar! ¡Mezclar al judío, que es el responsable de toda la decadencia y todas las degeneraciones; al sionista, al doble enemigo de la Iglesia y del Islam! Este error de bulto fue la ruina de aquel regionalismo, eco romántico de una Andalucía irreal.

 
Movimiento arabófilo de los intelectuales granadinos

Poco antes del episodio regionalista se había dado otro grito árabe desde Granada. Grito de amplia resonancia. El que dio Ganivet desde el Veleta por boca de su Pío Cid (que era el autor mismo):

“Pío Cid se sintió nuevos deseos de encaramarse en la cima para contemplar el vago y confuso panorama de la lejana ciudad, entregada aún al sueño, y la ancha vega granadina, cercada por fuerte anillo de montañas, recinto infranqueable como el huerto cerrado del cantar bíblico. Luego se sentó y se quedó largo tiempo absorto, con los ojos fijos en las costas africanas, tras de cuya apenas perceptible silueta creía adivinar todo el inmenso Continente, con sus infinitos pueblos y razas; soñó que pasaba volando sobre el mar y reunía gran golpe de gente árabe, con la cual atravesaba el desierto, y después de larguísima, oscura odisea, llegaba a un pueblo escondido, donde le acogían con inmenso júbilo. Este pueblo se iba después ensanchando, y animado por nuevo y noble espíritu atraía a sí todos los demás pueblos africanos y conseguía, por fin, libertar a África del yugo corruptor de Europa. “¡África!”, gritó de repente, y el eco de su voz, alejándose hacia el Sur, chocaba en las costas vecinas.”

A este grito de Ganivet despertó Granada, que dormía al borde de sus fuentes. En 1860 se había fundado allí la Escuela de los arabistas españoles eruditos e investigadores. Ganivet, con su palabra dinámica, dio nueva vida a lo árabe granadino. Su cofradía de bebedores de agua en la fuente del Avellano es el tuétano mismo de lo árabe. Su libro Granada la Bella es la más patética defensa que se ha escrito en pro del arte árabe. La tristeza de sus versos a los torreones de la Alhambra rima con la música nostálgica del Ala.

Luego vinieron muchos nombres granadinos preocupados por lo árabe. Los arqueólogos y sabios de fama mundial Manuel Gómez Moreno y su padre. Arquitectos Contreras y Leopoldo Torres Balbas, restauradores de la Alhambra. Literatos como Villaespesa y Fernández y González. Salvadores de las industrias locales como Mariano Bertuchi y Miguel Álvarez Salamanca. Pintor de evocaciones legendarias como Morcillo. Músicos como Ángel Barrios. Y nombres de múltiples actividades, como el de Antonio Gallego Burín, que estuvo a punto de hacer una gran Exposición Hispano-Árabe y que ha hecho y hace muchos actos árabes. Y muchos más: los Seco de Lucena, padre e hijo; Navarro Pardo, García Lorca, &c. Todo ese arabismo local basado en la cultura y el arte ha hecho que se establezca en Granada la Escuela de Estudios Árabes, instalada en un antiguo edificio musulmán y que realiza una acción científica muy seria desde 1932. En ella estudian y viven muchachos marroquíes, que dan a Granada otra vez el necesario espectáculo de chilabas blancas y el eco de palabras árabes que reclaman su paisaje y su Alhambra.


[ Versión íntegra del texto contenido en un libro de 208 páginas, más seis láminas, impreso sobre papel en Madrid 1942. ]