
Marcelino Tobajas López
Vida y obra de don Modesto Lafuente
Tesis doctoral
Universidad Complutense de Madrid
Facultad de Filosofía y Letras
1974
Extracto de la tesis doctoral del mismo título, redactada por don Marcelino Tobajas López, bajo la dirección del Catedrático Doctor don Joaquín de Entrambasaguas y Peña. Fue leída en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Complutense de Madrid el día 5 de julio de 1974, ante el Tribunal formado por los Catedráticos Doctor don Joaquín de Entrambasaguas y Peña, Presidente; Doctor don Santiago Montero Díaz, Doctor don José María Jover Zamora, Doctor don Francisco Yndurain Hernández y Doctor don José Simón Díaz.
Obtuvo la calificación de Sobresaliente cum laude.
Autorizada la publicación en extracto por la Junta de Facultad, con arreglo al artículo noveno del Decreto de 25 de junio de 1954 («B. O. del Estado» del 12 de julio).
Depósito Legal: M - 28479 - 1974
Impreso en España por: Gráficas Dante, S. L. Antonio Ruiz Soro, 12 - Madrid 28
Infancia y juventud (1806-1823) ❦ Un hombre de juventud partida (1823-1831) ❦ Astorga (1831-1836) ❦ Empleado del Gobierno (1836-1838) ❦ «Fr. Gerundio.» Lafuente (1837-1849) ❦ Don Modesto, hombre público ❦ La «Historia General de España» (1850-1866) ❦ Fuentes manuscritas inéditas ❦ Extracto bibliográfico
A la Sección de Historia de la Facultad de Filosofía y Letras, en la persona del Catedrático Doctor don Santiago Montero Díaz.
Las únicas citas que encontramos en libros actuales sobre don Modesto Lafuente se refieren a su labor de historiógrafo liberal del reinado de Fernando VII. Para el resto de su obra, para su vida misma, continúan tomándose los datos del estudio biográfico de Antonio Ferrer del Río, publicado el año 1867 en el tomo XXX de la «Historia General de España» del propio don Modesto. El estudio, tan extenso como deliberadamente parcial e impreciso, considero que resulta invalidado en muchas de sus partes fundamentales con los documentos e investigaciones de que es fruto el presente trabajo.
La actividad política de don Modesto corre paralela a la de escritor, si bien, y muy en honor suyo, hay que decir que pese a aquélla jamás traicionó su vocación de literato, como se decía en su época picando más alto.
A través de los documentos inéditos estudiados por mí en varios archivos, a través de los restos del propio archivo de don Modesto –papeles que se publican ahora por vez primera–, a través de sus obras impresas, olvidadas o desconocidas las más veces, nos encontramos con datos curiosísimos del vivir español de sus días, y por lo que a él respecta, con una vida sorprendente, rica en sucesos y en ocasiones de perfil «aviranetesco», porque como don Eugenio, don Modesto es fiel hijo de su época.
Infancia y juventud (1806-1823)
«Modesto Antonino Fuente» nació en Rabanal de los Caballeros (Palencia) el 1 de mayo de 1806 y fue bautizado el día 10 del mismo mes, según se lee en el Libro de Bautismos correspondiente. Se llamaban sus padres Manuel Fuente, natural de Olea de Boedo (Palencia), y María Francisca Zamalloa, de Bilbao. Dos hermanos más aparecen inscritos en el mismo libro: Cándida (1797) y Manuel (1799), acompañando a las tres inscripciones las frases «residentes en este lugar» y «residentes en este pueblo» al referirse a los padres. No queda duda, pues, de que el nacer Modesto en Rabanal está lejos de ser un hecho casual, como se ha pretendido.
Según Ferrer del Río, Manuel Fuente ejercía su profesión de médico en Cervera de Río Pisuerga, donde «era médico de nota», frase equívoca con la que Ferrer quiere encubrir la posición humilde y lo que yo supongo, basándome en escritos impresos y muy posteriores de don Modesto: que era médico homeópata, credo éste tenido entonces cuando menos por extravagante. Si tal era, no hay duda de que se trataba de un médico inquieto e investigador, ilustrado en suma, apartándose, por tanto, de la ignorante y rutinaria forma con que era ejercido el sacerdocio hipocrático por la mayor parte de los médicos. Homeópata o alópata, Manuel Fuente era uno de los tantos «médicos de espuela» que, caballeros en sus mulas, habían de recorrer diariamente varios pueblos atendiendo enfermos y conseguir así los emolumentos que mal cubrían siempre las necesidades familiares.
En septiembre de 1808, camino de Aguilar de Campóo, pasa por Cervera la 4.ª División del Ejército de Galicia, mandado por Blake. Rabanal dista unos 4 kilómetros de Cervera; sin duda, pues, derrotado Blake en Espinosa de los Monteros y en Reinosa, algunas de sus fuerzas en dispersión pasaron por Rabanal y Cervera, acosadas y envueltas por las tropas napoleónicas. Es a raíz de estos hechos, quizá en medio de ellos, cuando sitúo el traslado de Manuel Fuente y su familia a Cervera. Consta en el correspondiente Libro de Bautismo de esta villa, que el 16 de febrero de 1809 nació Perpetua, nueva hija del matrimonio Fuente Zamalloa.
Cervera y tierras aledañas quedan en la retaguardia de las fuerzas francesas, mas no gozarán de tranquilidad muchos meses, porque van a ser, en el verano y el otoño de 1809, escenario de las operaciones de la «Partida de guerrilla» o «División Franca» que manda Juan Díaz Porlier. Las operaciones que prepara contra Cervera y otros lugares, tienen como objetivos impedir que Bonnet ataque Asturias y liberar Santander en combinación con las fuerzas del general Llano Ponte. Las operaciones de Porlier son admirables por todos conceptos. Sus partes casi diarios al general Mahy, Comandante General del Principado de Asturias, encierran muy curiosas y variadas noticias; la ostensible suciedad de alguno de estos papeles nos cuenta las dificultades que hubo de vencer el correo de turno para entregarlos. Desde su «Cuartel General de Boñar» unas veces, desde Guardo otras, Porlier da cuenta a Mahy de que la unidad francesa situada en Cervera se compone de 500 hombres, número elevadísimo para guarnición, demostrando así a las claras que la villa es considerada como base de operaciones. De alguno de los partes de Porlier:
«…entrando un Regimtº de los de la divsn. del General Llano Ponte por esta parte para atacar conmigo a los enemigos de Guardo, y enseguida por la misma línea a los de Cervera…» (Boñar, 26-IX-1809).
«Continúo mi marcha para Guardo, en donde no hay enemigos; dicen los hay en Cervera; si es así los atacaré.» (s. l., 2-XI-1809).
«El fuego continúa contra el Convtº, y se han tirado algunas valas Rojas y algunas Palanquetas que han acribillado el edificio; pero no le han incendiado, y no han hecho la operación decisiba.» (Cervera, 9-XI-1809).
Se refiere Porlier al convento de agustinos calzados, sito en las afueras de Cervera, entonces cuartel fortificado de los franceses. Es curioso observar que en las faldas de la cordillera cantábrica, por falta de otra artillería, Porlier tiene que valerse de dos proyectiles típicamente marinos: la bala roja y la palanqueta.
La operación contra Cervera fracasa por no recibir desde Buelna la ayuda que esperaba de Llano Ponte. Además, las derrotas de Ocaña y Alba de Tormes, unidas a la llegada a España de las numerosas fuerzas que envía Napoleón para la gran campaña de la primavera de 1810, cambian totalmente el planteamiento estratégico de la lucha. Cervera y las tierras palentinas entran en una época muy discutida y peor estudiada: la de la convivencia entre invadidos e invasores. Encarándose con el problema sin patrioterías, hay que decir que de mal grado, pero también de buen grado, hubo convivencia y hasta entendimiento.
Con su R. D. de 17 de abril de 1810, José I organiza la administración civil de España; dentro de ella la Prefectura de Palencia se descompone en tres Subprefecturas, una de las cuales es Cervera, con su correspondiente Junta General, compuesta por diez vecinos. ¿Acaso Manuel Fuente sería uno de ellos? ¿Cómo pudo eludir, si es que lo hizo, los más que posibles encuentros con las «guerrillas»? En pura hipótesis es seguro que le tocaría asistir a más de un francés herido o enfermo. Debieron ser estos años difíciles para el «médico de espuela». En el cerrado e incomprensible mutismo que guarda don Modesto creo ver algo doloroso en la vida de su padre, el enigmático Manuel Fuente.
El 14 de junio de 1813 pasan el Ebro, por Polientes, las fuerzas españolas mandadas por don Pedro Agustín Girón, «que formaban –dice Toreno– el extremo del costado de Graham», ala izquierda del ejército hispano-inglés. Unos 40 kilómetros al Oeste ha quedado Cervera, lugar que con la familia de Modesto forma parte de la «sórdida España del siglo XIX». El niño, según Ferrer del Río, «aprendió las primeras letras y la lengua latina con singular despejo». No quiere decir más el biógrafo; yo tomo de una carta, escrita a don Modesto en 1854 por un amigo: «¿Creías, por ventura, que la gramática que enseñaron los Padres Agustinos de Cervera era de paso en el día?…»
Manuel Fuente seguiría recorriendo pueblos. El hospital de Cervera, incendiado durante la guerra, no fue reedificado hasta 1847, según Madoz.
Provisionalmente situaré en 1815 la marcha de Manuel de la Fuente Zamalloa (el médico escribirá así y desde ahora su apellido) al Seminario de León. Sobre las vocaciones dirá Godoy: «…mala suerte de ambición que descendía hasta las clases inferiores, donde las más de las familias, sujetándose a economías y privaciones extremadas, consumían sus ahorros en dar al menos a alguno de sus hijos la carrera de legista o teólogo». Por otra parte, los prelados de la época eran adictos a Fernando en grado sumo (Roda, el de León, fue uno de los «Persas») y «no estaban preparados para asimilar reformas liberales». Revuelta, autor de estas palabras, considera que las riquezas de la Iglesia española estaban «demasiado desligadas de su fin específico», y que la espiritualidad era «demasiado externa, cargada de elementos folklóricos y supersticiosos».
Todo esto no se escaparía al fino espíritu del «médico de espuela» y, sin embargo, una Cédula fechada en León, el 20 de octubre de 1819, nos dice que «Don Modesto de la Fuente, de edad de catorce años, poco más o menos, pelo castaño y ojos garzos» […] «fue examinado y aprobado para oír facultad…» en el Seminario Conciliar legionense. Al año siguiente su padre solicita para él la Orden de Prima Tonsura, confiriéndosela Roda el 20 de agosto de 1820 en Cervera. ¿Sentía Modesto, como su hermano Manuel, la llamada del sacerdocio? Difícil es la contestación. Pienso que el padre no ve otra salida para su segundo hijo varón. De seguir en Cervera, lo ataba a la tierra. Algo aclara un artículo cabalístico que en 1845 publicó don Modesto en su «Teatro Social del siglo XIX». Artículo autobiográfico, sin duda, se cuenta en él que un loco, al que don Modesto visita en su celda, tiene pintada en la pared la esfera de un reloj que señala las doce del día. Pregunta el loco a sus visitantes: «¿No es verdad, señores, que estaños en el 15 de agosto de 1820 a las doce del día?». Agrega el loco que su edad es de «25 hechos, y 26 no cumplidos». Después de asegurarse de que «el tiempo se está quieto», vuelve a pasear «apresuradamente mirando hacia atrás». Si al año en que se publicaron estas palabras, 1845, se le restan 25, nos situamos en 1820; como don Modesto nació en mayo, lo identifico con el personaje. Aparece bien clara, pues, una renuncia a sus primeros catorce años de vida sin razón aparente. El 20 de agosto se le confiere la tonsura; don Modesto, en el artículo, detiene el tiempo antes de que se produzca la ordenación. Por tanto, en 1845, se arrepiente en escrito publicado –¿para quiénes escribirá?– de su vida de seminarista. Todo esto es desconcertante. Me aventuro a suponer que algo ocurrió en la vida de Manuel Fuente antes de 1820 que su hijo deseaba borrar. ¿Es que se liberaba su padre, con el recién inaugurado Trienio Constitucional, de alguna persecución? Creo que con el nuevo tonsurado debió marchar a León toda la familia, porque otra hermana de don Modesto, Beatriz, no figura en el Libro de Bautismos de Cervera. En esos momentos en que el joven tonsurado va a incorporarse al Seminario de San Froylán, el panorama de la Iglesia española es triste: las camarillas fernandinas y el propio rey –por este orden– fomentan en el clero y órdenes religiosas el espíritu de bandería política antes que el evangélico, enfrentando las dos tendencias existentes. El alto clero –y son palabras de don Modesto– hacía «ruda y desconsideradamente» […] «una tenaz oposición al sistema constitucional, valiéndose para ello de todo género de armas, inclusas las de la fe y la conciencia». Agreguemos a esto que el profesorado de los seminarios adolecía de deficiencias intelectuales de peso.
En 1821, año de las deposiciones de los obispos partidarios del rey absoluto –Roda entre ellos–, Modesto sigue la tónica general de la juventud: ser liberal. Los estudiantes se alistaban en la Milicia Nacional o en las compañías de «Literarios», pero Modesto no fue miliciano por esos días, aunque otros de su edad lo fueron. Dos certificados nos dicen que «fue tildado por adicto al sistema Representatibo» (Certificado del Ayuntamiento de León, 1840). El capitán de la Compañía de Cazadores de León, también en 1840, dice que «su opinión política» le era «particularmente conocida en el mismo sentido –liberal– desde la época de 1820 al 1823…».
Falta en su Cédula de estudios, y allí debía constar obligatoriamente, la matrícula del curso 1822-23. No hay error en el documento; ello nos lo confirma el certificado del obispo Torres Amat en 1836. Como en la referida cédula siguen las inscripciones y pruebas desde noviembre de 1823 a junio de 1828, no hay duda de que no se matriculó en el otoño de 1822. Precisamente en enero de tal año es cuando Espoz y Mina llega a León, destinado allí, de cuartel, por Fernando VII. Pese a que la ciudad «encerraba muy poco liberalismo», tal habían asegurado a Mina, éste fue objeto de calurosa acogida. El general se inscribe como simple miliciano y con ellos «hice dos salidas en busca de facciosos que habían invadido la provincia…». Es Mina quien logrará detener «las intenciones poco pacíficas» de los leoneses liberales, a quienes la autoridad prohibió que cantaran en el teatro un himno patriótico. Fue en León donde Mina publicó su «Manifiesto a la Nación española»… Por último, los sucesos madrileños del 7 de julio produjeron la alarma en León, donde «a pesar de la deshora –dice Mina–, mucha gente había en vela, y la mayor parte de los milicianos se reunían». Agreguemos a estos datos uno de la mujer de Mina, valioso por estar relacionado con los leoneses absolutistas: «algunos jóvenes, en particular estudiantes, adoptaban como señal de bandera un sombrero de forma especial». Es muy difícil suponer que el joven Modesto estuviera al margen de todos estos acontecimientos, si bien no justifican cronológicamente su ausencia de los estudios en el otoño de 1822, cuando aún le resta un año de vida al régimen constitucional. Proféticamente dirá Moratín en carta de junio de 1823: «No acierto a imaginar otra cosa que calamidad, discordia y largas miserias». Así van a comenzar los años más dramáticos de la juventud partida de don Modesto; él mismo dirá el año 1841, cuando va a cruzar el puente sobre el Bidasoa, recordando la entrada de los cien mil hijos de San Luis, que «vinieron aquel año a lo que todo el mundo sabe y yo no he podido olvidar…»
Un hombre de juventud partida (1823-1831)
«El gobierno y las Cortes de 1823 acabaron con la libertad en 1823.» Es Andrés Borrego quien nos define así la desatentada política liberal. Del clero absolutista dirá Donoso Cortés que derramó «sobre los míseros vencidos todos los tesoros de sus venganzas y sobre los vencedores inclementes todos los tesoros de su misericordia». Pues en esta sociedad se encuentra Villavicencio de los Caballeros, a pocos kilómetros de la actual carretera a León. El lugar tenía, el año 1824, 900 habitantes, tres parroquias y hospital. En éste actuaría Manuel Fuente. Su hijo Modesto, según una Súplica, fechada en León el 26 de mayo de tal año y dirigida a los «Señores Governadores de este Obispado», se declara «domiciliado en Villavicencio de los Caballeros, cursante en Teología en el Seminario de Sn. Froylán». Lo que pide Modesto es sin duda el certificado necesario para evitar el servicio de las armas. El Rector del Seminario certifica en la misma Súplica que «continúa estudiando…» y agrega: «información de buena conducta, buena vida y costumbres…». No hay en el documento la menor alusión a sus padres. La fecha en que Manuel Fuente llegó a Villavicencio la ignoro de momento. La única prueba documental que sobre él he encontrado está en el Libro de Bautismos de la parroquia de San Pedro el Real, donde el 30 de abril de 1827 se bautiza a un Agustín Gorge, siendo «testigos Dn. Manuel de la Fuente y Josef Calleja este Albeitar y Aquel médico en esta villa».
El curso 24-25 Modesto «prueba» Teología Escolástica, según la Cédula, apareciendo ahora un documento fundamental para entender su vida posterior. Está fechado en «Villavicencio tres de Julio de mil ochocientos veinte y cinco». Lo suscribe «Modesto de la Fuente, Clérigo Tonsurado» […] «y domiciliado en Villavicencio de los Caballeros…». En el cuerpo del texto se lee: «Que hallándose deseoso de llegar al Estado Eclesiástico, a que desde su niñez ha aspirado, y temeroso por otra parte de que algún contratiempo de los que a cada paso se vé detienen el fin de las carreras literarias le impida continuar la suya», solicita que se le agregue a alguna de las parroquias de Villavicencio «y al mismo tiempo mandato expreso para continuar cursando las aulas de dicho Seminario…» La Súplica, modelo de sencillez y humildad, la intención de tocar el corazón del obispo con un arrepentimiento finamente expresado, todo, en suma, me hacen suponer que el autor fue Manuel, el médico.
La asignación del obispo Abarca figura en el mismo folio (vuelto) de la Súplica: adscribe a Modesto a la parroquia de San Pelayo para que ayude en los oficios divinos, «lo que nos hará constar por certificación anual en esta nrª Secretaría de Cámara…», también le da su licencia para «incohar o proseguir sus Estudios en alguna Universidad o Seminario», debiendo presentar certificación «de su conducta moral y política…». La asignación debe ser registrada por el párroco y por el «Caballero Correjidor del Partido para su registro; y demás efectos según lo prevenido por RS. disposiciones». La asignación pierde su validez «sino viste rigurosamente este interesado hávitos clericales, y lleva corona abierta». Las diligencias prevenidas están registradas en folio unido. Solamente he logrado encontrar la inscripción parroquial en folio arrancado de algún libro e intercalado, suelto, en el de fábrica correspondiente.
Estamos ante los documentos de un proceso de «purificación» y su castigo. Dirá don Modesto en 1866: «Alumno entonces el que esta historia escribe, alcanzáronle, con detrimento de su carrera, los efectos de la exagerada extensión a que las juntas llevaban tan despóticas medidas». Efectivamente, una R. O. de 5 de marzo de 1825 dice que para los alumnos externos de los seminarios, «se crea una Junta compuesta del Corregidor o Alcalde Mayor, del Rector y Síndico Procurador». El Plan General de Estudios de 1824, ordena en su artículo 318 que aun cuando «no haya delitos justificados», el alumno sospechoso debería ser «expelido» de la Universidad y enviado a su pueblo, «dando aviso a sus padres o tutores, y a la justicia para que vele sobre su conducta».
Los certificados de 1840 del Ayuntamiento de León y del capitán de la M. N. hablan de dificultades para continuar sus estudios en el seminario. ¿Fueron causadas estas dificultades por la delación de algún compañero absolutista, que guardó rencorosamente el recuerdo del entusiasmo liberal de Modesto, seguidor de Espoz y Mina? Es lo más probable. Mi búsqueda de sus papeles en el Archivo Histórico Diocesano de León ha resultado prácticamente infructuosa: sólo he encontrado el certificado de su confirmación y la solicitud paterna para la Prima Tonsura. No existe el resto del expediente. Quizá logró don Modesto, muchos años después, que le fuera entregado. No veo otra explicación plausible. Queda claro, a través de su Cédula, que no perdió curso y que continuó en el seminario legionense; y es ahora cuando surge el dato desconcertante, inesperado: en un «Libro de Matrículas y Revalidaciones» existente en el Seminario de Astorga, se leen varias inscripciones de Modesto, entre ellas las de los cursos 22-23, 23-24 y 24-25. ¿De dónde sale la primera inscripción? Sin duda de la buena voluntad de una persona amiga que, con las dos siguientes, quiere salvar a Modesto de la difícil situación de 1825, ya que aunque Abarca no le niega el «mandato expreso» para su seminario, tampoco se lo otorga. Creo que la clave de este embrollo reside en que las inscripciones del asturicense están hechas en último lugar de las relaciones nominales de los cursantes y bajo la raya que las cierra. Es más, sostengo que las tres inscripciones fueron sentadas de una sola vez, precisamente el 4 de diciembre de 1825, deduciéndolo de la «Nota» que con tal fecha se lee en el mencionado Libro y firmada por «Eugenio Lobón. Prof. y Secretario»: «Las agregaciones de cursos que se han hecho en esta Srª, aunque suenan incorporaciones no son más que unas meras presentaciones de documentos que acreditan haberse ganado en otros estudios los tales cursos anteriores a aquel en que se han matriculado para seguir en éstos». Lobón, o persona influyente, pretendía amparar a Modesto si Abarca volvía de su tolerancia; y el que lo mandó hacer sin duda era amigo o guardaba gratitud al padre de Modesto, quien tres años después, el 14 de mayo de 1828, dirige nueva Súplica pidiendo «gozar del Mandato episcopal prª la continuación de su carrera en dicho Seminario» legionense. El doctor don José Adanez, gobernador del obispado, se lo concede. La Súplica de Modesto precede en once días al indulto general de 25 de mayo. No sé si es coincidencia casual.
Ultima Súplica al doctor Adanez, en León, el 13 de diciembre de 1828; dice en ella Modesto «que teniendo su residencia en compañía de sus Padres en la Vª de Villavicencio» […] «mas habiéndose trasladado dhos. sus Padres a la Villa de Mansilla de las Mulas con el destino de Médico titular de ella…», pide que se le adscriba a la parroquia de San Martín. Por primera vez, desde 1824, Modesto declara que vive con sus padres, y lo que es más importante: aquél ha sido nombrado «médico titular»; veo en el texto de la Súplica un alborozo mal contenido. ¿Estaría relacionado el nuevo lugar de trabajo del médico con el indulto general otorgado por Fernando en el pasado mayo?
Hay entre los papeles de don Modesto muchas poesías suyas. Cito en este lugar la «ODA a la prematura muerte de la Reina Nuestra Señora DOÑA MARIA JOSEFA AMALIA acaecida en 17 de mayo de 1829», la firma «M. de la F. y Z.», y «CON LICENCIA», se imprime en «León, Ymprenta de Pedro Miñón. 1829». Canta la Oda las bellas prendas morales de la reina. Es en las páginas 6 y 7 donde Modesto nos depara colosal sorpresa: olvidándose de purificaciones y destierros, brillan en los puntos de su pluma los adjetivos más laudatorios dedicados a Fernando: «pecho AUGUSTO», «Rey idolatrado», «FERNANDO AMADO», &c. Dice en una de sus estrofas: «Quizá éste mismo [el Cielo] te enviará algún día / radiante antorcha fulgida, risueña: / que a tempestades calmas se suceden, / luz a tinieblas». Si estos cuatro versos se escribieron a raíz de la muerte de María Amalia, antes de que se supiera el compromiso matrimonial entre Fernando y Cristina de Nápoles, y tal creo, encierran una intención política contraria al infante Carlos María Isidro: «Viviendo la Reina Amalia –dice F. Suárez– la sucesión del infante era inevitable, fatal; su fallecimiento, por el contrario, abría la posibilidad de un nuevo matrimonio…» y quizá la nueva reina sería menos afecta a los principios carlistas. Hay, pues, una esperanza para los liberales, a cuyo grupo «activista» leonés pertenecía indudablemente Modesto.
En este año de 1829 «probó» curso en León. En el de 29-30 aparece inscrito en el seminario asturicense, sin calificación. Simultáneamente nos lo encontramos en la Universidad de Santiago de Compostela, extremo confirmado por Torres Amat en su certificado de 1836. Sobre este punto, envolviéndolo en nebulosas intencionadas, dice Ferrer que pasó a «Santiago, en cuya universidad cursó algunos años de leyes». No cursó más que uno, puesto que en 1830 Calomarde ordena el cierre de las universidades. Los datos más curiosos los da un amigo de Modesto, José Santiago, quien le escribe en 1838, identificándose: «…que por el 29 al 30 estudió con V. 1er. año de Leyes en la universidad de Santiago de Galicia…». Sabemos que el estamento discente no brilla a mucha altura por «la abundancia de libros malos» (M. P.). Larra, por esos días, habla de «novelitas fúnebres y melancólicas», lamentándose de las traducciones, «el todo», y de la falta de una literatura nacional.
Pues una de estas novelitas era la preferida de Modesto, según la carta de su amigo: «Aún me acuerdo de cuando estaba V. leyendo el Solitario del Monte Salvaje sentado en las gradas del púlpito…». Lectura que don Modesto, en 1842, recuerda al visitar en la iglesia de Notre Dame, de Brujas, la tumba de Carlos el Temerario, visita muy ajustada, con nocturnidad y todo, al patrón romántico: «Y agolpáronse seguidamente en mi imaginación las amorosas escenas y extrañas aventuras de Carlos el Temerario» […] «que tan bellamente nos pinta la florida pluma del vizconde de Arlincourt en su “El Solitario del Monte Salvage”».
Junto a este solaz se conspiraba «casi públicamente en las universidades, a cuya sombra florecían las logias…» (M. P.). «La masonería hacía estragos entre los estudiantes» (V. de la F.).
Astorga (1831-1836)
«1831.– 25 de enero.– Nombrantº de Bibliotecario en el Semº Conciliar de Astorga. Sustituto de Cátedras y Moderante de la de Oratoria, por el Obispo D. Leonardo Santander y Villavicencio» (según nota autógrafa de don Modesto). Según Torres Amat estos cargos gozaban de «sueldo, honores y prerrogativas de Catedrático». Agradecido, Modesto compone una Oda en honor del obispo Santander. La última estrofa, tachada en el original, es autobiográfica.
El año 1832 Modesto gana una cátedra de Filosofía en el seminario. En noviembre de 1833, cuando menos se podía esperar, aparece matriculado en el seminario legionense: «Theologia Moral.– 2.ª Mª». En la Cédula no figura probanza; hay que suponer que no se presentó a examen en 1834. La muerte de Fernando VII, en 1833, debió hacerle esperar camino ancho que la guerra civil transformó en vericueto áspero y tortuoso. En ese itinerario sorprendente le guiará don Félix Torres Amat, nuevo obispo de Astorga, quien ya en 1821 había sido preconizado obispo de Barcelona, pero el Papa «hizo inviable la pretendida preconización» (Revuelta). A Torres Amat, tajantemente, Comín Colomer lo califica de masón. A su promoción al obispado asturicense le dedica Modesto una Oda en 1831. Algunas alusiones al sol y al Oriente no hacen imposible una identificación con la logia. Habla de sí mismo y de sus alumnos: «Alguno en prematura lozanía / verás quizá: que el jardinero esparto, / cuando frutos precoces ambiciona / al árbol más querido de su huerto / con riego de artificio le sazona». De estos versos parece desprenderse que Modesto ha cuidado de que no se pierda la savia liberal. Ignoro si tuvo amistad con don José María Arias, del que encuentro en los «Papeles Reservados» de Fernando VII: «Capellán de la Milicia activa de Astorga (Masón)».
Don Modesto trató de licenciarse en Teología, tal se dice en una carta fechada en Astorga el 8 de mayo de 1834, firmada por don Juan Manuel de Bedoya, canónigo de Orense, y dirigida a un «D. Francº González Griª», a quien no he podido identificar. Modesto va «por la primera vez» y a licenciarse, a una ciudad que no se nombra; «es sujeto de las más bellas prendas, y que merece particular estimación a S. Ilmª y toda la confianza de esta casa». Bedoya había «salido con este Ilmº nrº común amigo el mes pasado para Madrid con la comisión de que V. tiene noticia…». No hay duda de que el «Ilmº» es Torres Amat, y la «comisión» las reuniones de la Junta eclesiástica que por R. O. había de entender en el Plan de mejoras del clero. De esa Junta formaban parte Torres Amat y Bedoya. Ambos se volvieron «desde Valladolid por el mal estado sanitario de la capital»; se refiere al cólera, que había hecho su aparición en Madrid el 16 de julio. La carta no fue entregada, puesto que don Modesto la conservaba entre sus papeles. El viaje a Oviedo, que para mí es la ciudad innominada, no se realizó. Aparte razones familiares que ignoro, pudieron ser causa el miedo a una partida carlista que por aquellos días operaba en las proximidades del camino de Oviedo, o el cólera, que venía pisando los talones a Torres Amat y a Bedoya.
De este crítico año de 1834 es el sermón que «compuso y predicó, el Br. D. Modesto de Lafuente». Aparece la segunda variante de su apellido. En este sermón del catedrático de Teología no he visto concepto interesante. Dos notas encuentro en los libros asturicenses del curso «35-36»: firma «como secretario de estudios», «el Br. Modesto Lafuente», tercera y definitiva variante de su apellido, «8º año de Instituciones Canónicas». No creo que pretendiera seguir la carrera eclesiástica, suspendidas como estaban ordenaciones y dimisorias, preludio de lo que iba a suceder, y de lo cual debía estar enterado don Modesto por Torres Amat. El hallazgo de una poesía suya, autógrafa, «Los Pretendientes», me hace pensar que trataba de conseguir algún cargo público; éste le vendrá por camino inesperado: Modesto, el alguacilado de 1824, se convierte ahora en alguacil al colaborar con el gobernador de León, facilitándole informes de los sacerdotes de la diócesis de Astorga, según mandaba una Circular de Gracia y Justicia (22-XI-1835), en orden a la conducta política. Es un problema éste que ha de tomarse con toda cautela, porque no sería justo achacarle contestaciones que no he podido encontrar. Hay en sus papeles cinco Oficios (enero-febrero, 1836), en los que se indica su carácter reservado, y dirigidos a su nombre. Del relacionado con el sacerdote Herbella he encontrado la contestación de don Modesto, dirigida al «subdelegado de Policía de Astorga y su partido», en la que razona su negativa a intervenir. El cuarto documento es una carta particular, firmada como los dos primeros por Juan Antonio Garnica, diciéndole que sobre el asunto Herbella «pr. ahora no se hace novedad alguna». Después de la firma, todo de su puño y encabezado con un «Muy reservado», dice a don Modesto: «El Sr. Gobernador me encarga diga a V. que tiene noticia de que varios jóvenes de ese Colejio tratan de fugarse, y que muchos de ellos tienen armas…». Le pide que indague, y agrega: «de todos modos conviene qe. tanto V. como los demás comprometidos vivan en la mayor vigilancia…». ¿En qué estaban comprometidos tanto don Modesto «como los demás»? Probablemente nos encontramos ante una fracción de la sociedad secreta «La Isabelina», creada años antes por Aviraneta, y que por entonces, son palabras del fundador, se había unido «a los masones, sacrificándome y dejándome sin prestigio». Los jóvenes seminaristas tratarían, sin duda, de unirse a las partidas carlistas que operaban en tierras leonesas.
Desde el 3 de enero de 1836 don Modesto tiene en su poder un extenso certificado de Torres Amat. El certificado, muy laudatorio, recomienda a don Modesto «para cualquier beneficio, dignidad o prebenda con que S. M. tubiese a bien agradarle». Muchos años después don Modesto dirá: «Me sentí estrecho en la tranquila morada en que vivía consagrado a la enseñanza de la juventud, y me lancé a la vida procelosa del escritor político». Es una justificación a posteriori. Ya hemos visto que no era una vida tranquila ni la del seminario asturicense ni la del tonsurado. Tampoco empezó como escritor político la nueva vida de don Modesto, quien como todo hombre cela cuanto le conviene. Las dudas que pudieran quedar al tonsurado se disipan con el cierre de la facultad de conferir Ordenes –ya debía saberlo– y la secuela: descenso muy considerable de alumnos en los seminarios.
Empleado del Gobierno (1836-1838)
«1836.– 15 de nove. Id. Secretº de la Junta Diocesana de León», según nota autógrafa de don Modesto.
Con estas juntas diocesanas («dioclecianas» las llamaban los párrocos) trata el gobierno de resolver los problemas administrativos que se planteaba al suprimir las casas de los institutos regulares. El R. D. (10-III-1836), en su artículo 53, establece que se nombrarán secretario y oficiales «para el desempeño gratuito de los trabajos que se les encarguen. El Gobierno tendrá muy presente estos méritos para la colocación y ascensos de los interesados». Don Modesto, aparentemente, se ha convertido de catedrático en meritorio. Debe ser en estas fechas cuando desempeña el cargo de «Juez de hecho» y «otros encargos de confianza», según se lee en el certificado del Ayuntamiento de León, en 1840. Sin duda se le eligió para secretario de la junta como la persona más idónea por sus ideas liberales y por su conocimiento del mundo de la Iglesia en León. En el verano de este 1836 debió compartir las angustias de muchos habitantes de la capital cuando ocupó la ciudad el general carlista Miguel Gómez.
El 15 de agosto de 1837 los diputados de la provincia, Luis de Sosa, Pascual Fernández y Juan Antonio del Corral, escriben al ministro de la Gobernación pidiéndole que se nombre a don Modesto oficial primero del Gobierno Civil, porque «su actitud manifiesta en el Periódico de que es Redactor, cuyos sentimientos afabor de la Livertad nos son conocidos, y cuya colocación en el puesto indicado interesa vajo de todos aspectos». «De Real Orden», nota del propio don Modesto, es nombrado el 2 de septiembre de 1837. Los empleados públicos «pertenecían en su totalidad a lo más decidido y ardiente del partido», dirá A. Borrego refiriéndose al progresismo. Creo que por tal razón don Modesto se ve obligado a inscribirse en la Milicia Nacional: «…que ínterin estubo inscrito como tal miliciano nacional cumplió bien y esactamente…» (Cert. del capitán de la Ciª de Cazadores, 1840). Encontré estas curiosas palabras referentes a don Modesto en un «Manifiesto electoral» (León, 1839): «…saben todos el orden y subordinación de la Milicia en el día en que su conciencia le hizo ver visiones…».
esde el 4 de abril de 1837 don Modesto se ha transformado, y ya para el resto de sus días, en «Fr. Gerundio». Es increíble la difusión y fama que alcanzó su periódico en un país donde el índice de analfabetismo alcanzaba el 90,79 por 100 en 1840. La idea de llamar «Fray Gerundio» a su periódico se origina sin duda al recordar la lectura de la obra del P. Isla, obra que debió leer por primera vez viviendo en Villavicencio, precisamente cuando estaba prohibida por la Inquisición, si bien no eran los sacerdotes los más reacios a su lectura. Villavicencio dista 30 kilómetros de Villagarcía de Campos, lugar en que residió el P. Isla, creando así una doble afinidad entre ambos: la comarcal y la de perseguidos por ideas innovadoras aunque fueran dispares. Las figuras de Fray Gerundio y Tirabeque se encuentran, algo distintas, en la obra del P. Isla: el abad benedictino, primo del escribano Conejo, y su «socio predicador», de «genio abierto, festivo y desembarazado». Tengo para mí que estas palabras de Larra, publicadas en 1835 en la «Revista Mensajero», fueron las que le abrieron los ojos: «…y dejando los estudios, como Fray Gerundio, se metía usted a predicador».
«Enderezador universal de entuertos políticos» considerará don Modesto a su «Fr. Gerundio», y para la mayoría de los lectores no será otra cosa. Juvenal y Cervantes son citados por él como sus modelos satíricos; no citará, en cambio, a Larra, pese a que intenta seguirlo bien que inútilmente. No se equivoca Mesonero Romanos al hablar de «la frailuna chocarrería de “Fr. Gerundio”». Según mi criterio, este periódico que principia ahora, en 1837, no acabará hasta 1849, pues sus reapariciones siguen, en las figuras de Fray Gerundio y Tirabeque, el espíritu de las etapas precedentes. Es la fidelidad a sí mismo, a sus ideas, lo que don Modesto mantendrá rígidamente a lo largo de diez años de incesante escribir, tocando todos los asuntos que él quiere, no los que le pueda sugerir una gárrula actualidad periodística.
No he logrado encontrar la primera edición del «Fr. Gerundio» leonés. En un tomito titulado «Obras Escogidas» (Madrid, 1874) he podido leer algunos artículos suprimidos en la segunda edición. Menciono uno, irreverente y soez –nada se debe callar–, cuyo título transcribo literalmente: «Teresa, vete a la M…», diálogo entre Santa Teresa y Jesús. No sé si hay relación entre este artículo y su cese como empleado del Gobierno Civil. Pasará a ocupar el puesto de «Oficial mayor, Gefe de la Sección de Contabilidad de la Diputación provl. de León con 7.000 rs. vn.» (24-II-1838).
Por carta que le escribe Antonio M.ª Segovia, «El Estudiante» (31-III-1838), sabemos que don Modesto vacilaba en instalarse en Madrid. Se deduce de esta carta que en una anterior don Modesto se justifica por las «afecciones» que lo retienen: estaba enamorado y la amada se llamaba Carmina, según he podido leer en una poesía autógrafa que recuerda las composiciones de Piferrer. En su carta, «El Estudiante» le propone nuevamente que marche a Madrid, y si escribe para él «a lo menos tres buenos artículos por semana» –Segovia era propietario del periódico «Nosotros»– «tendrá una limosnita mensual de cien pesos fuertes». Don Modesto irá a Madrid, pero sin comprometerse con nadie. Santiago Alonso Cordero, el diputado maragato, también le ha hecho ofertas en nombre de Mendizábal y en el suyo para que colabore en la prensa progresista madrileña.
«Fr. Gerundio.» Lafuente (1837-1849)
Debió ser «El Estudiante» quien puso en relación a don Modesto con Francisco de Paula Mellado, joven granadino y humildísimo impresor en Madrid, propietario de «La Estafeta», periodiquito que incluía anuncios. Ambos debieron entenderse desde el primer momento para lanzar de nuevo, en Madrid, al leonés «Fr. Gerundio». La reaparición tuvo lugar el 1 de julio de 1838. «Mereció estrepitosa acogida…» y el público «llevó su extravagancia hasta convertir su persona en un verdadero ídolo», palabras de Mesonero Romanos en las que me parece ver una chispa de envidia.
La sátira política es el denominador común de este periódico de redactor único, don Modesto, que sigue una clara tendencia progresista sin nombrarla; «causa que con tanta lealtad defiende V. en su periódico», le dirá Linage en carta fechada en Cervera (Lérida) el 27 de julio de 1840. Las cartas cruzadas entre ambos nos permiten saber que el artículo publicado en «Fr. Gerundio», el 3 de julio, describiendo la etapa Tárrega-Cervera del viaje de la reina Isabel II y de su madre, Cristina, fue obra de Linage, quien se lo remitió a don Modesto aterciopelando su intención con un «creo que gustará V. de saber lo ocurrido en la marcha de hoy». En uno de los borradores de carta dice don Modesto a Linage: «…espero carta del Duque, y la espero con ansia por saber el resultado que haya tenido su conferencia con la Señora sobre mi asunto». No consiguió que Cristina supiera lo que él deseaba. Tampoco yo he conseguido aclararlo; pudo estar relacionado con alguna de las criptointervenciones políticas de don Fernando Muñoz.
Fue para don Modesto una merma en su fe progresista la actitud de Espartero, mediatizado por Linage. Mayor será aún cuando se vea desamparado por el ya Regente en su reclamación contra el diputado Prim, al que había llamado «Pringue» en el «Fr. Gerundio» del 20 de julio de 1841. Prim le envió los padrinos –Espronceda era uno de ellos–, pero don Modesto se negó razonablemente al duelo. La reacción de Prim fue propinar unos bastonazos a don Modesto a la puerta del teatro del Príncipe. En «Fr. Gerundio» don Modesto deriva el asunto por caminos políticos. Proclama el elevado concepto que tiene del periodismo: «la libertad de imprenta ha sido escarnecida por quien está llamado á protegerla». Pese a todo, las Cortes no concedieron el suplicatorio necesario para procesar a Prim, y don Modesto, desengañado de Gobierno y Cortes, escribe que es mejor suspender la publicación de su periódico, «en vista del estado a que queda reducida la libertad de imprenta» […] «admitido y sancionado el principio de la fuerza bruta…». Con suma habilidad, en el último número de su revista vuelve el suceso del revés y lo aplica a toda la clase periodística, de la que se proclama víctima propiciatoria. Don Modesto, camino de Francia y otros países, abandona Madrid, no sin calificar a Prim de «chafarote». Las crónicas de este viaje se publicaron parcialmente en el periódico diario «Boletín de Fr. Gerundio», lanzado por Mellado el 17 de agosto de 1841 como suplemento de la revista suprimida.
En esta época de la vida de don Modesto se aprecia una muy decidida tendencia a actitudes extremas. Si se estudian cuidadosamente sus crónicas viajeras se aprecian intenciones ocultas. Habilísimo es el artículo «El infante D. Francisco de España»: «¡quién sabe si la mano misma de la Reina de nuestra España estará destinada por la providencia para un individuo de esta familia!».
Al hablar de Jansenio dice que algunos, frente a los jesuitas, «sostienen que Jansenio y los Jansenistas son quinta esencia del más puro catolicismo». Sobre la vida de Descartes en Suecia: «Así todas las Cristinas se entretuvieran con filósofos como Descartes». La alusión, feroz y magistral, ha desaparecido pocos meses después en la edición en tomos de los «Viajes de Fr. Gerundio». Y es que ya empezaban a tejerse las alianzas entre Cristina y algunos grupos progresistas para derribar a Espartero.
Un artículo curiosísimo, que ni el mismo Carlos Seco ha citado, es «El Príncipe de la Paz»; en él se narra el encuentro en París, en 1841, entre don Modesto y Godoy, a quien califica de «documento que no sé si ha sido juzgado con exactitud por la generalidad de los españoles». No escapará de sus ataques irónicos la «Iglesia Católica Francesa», del abate Chatel, a través de la cual se enfrenta con la secta masónica española de «Los Templarios», organizada por el sacerdote José María Moralejo, masón según los «Papeles Reservados» de Fernando VII.
Fourier y sus doctrinas, el «Falansterio» de Beloy en los campos jerezanos de Tampul, merecen un par de crónicas muy favorables, con lo cual don Modesto se adelanta a los escritos de 1846 de Garrido y de Cámara.
Reaparece la revista «Fr. Gerundio» el 2 de enero de 1842 y concluye el 26 de junio del mismo año. La «Era Segunda» –respeto la clasificación del autor– principia el 5 de junio de 1843 y termina el 30 de enero de 1844.
El 1 de mayo de 1843 don Modesto se convierte en cuñado de su editor, Mellado. Después de infructuosas investigaciones en varias parroquias madrileñas, encontré en el archivo de la castiza y literaria parroquia de San Sebastián la inscripción. En el índice del tomo figura mal su apellido: «Fuentes». La novia se llamaba «María Concepción Mellado, soltera, de edad de veinte y cinco años, natl. de Granada, hija de don Pedro, natl. de Antequera y de D.ª Francª Sabador, natl. de Granada». Por el borrador de las capitulaciones matrimoniales sabemos que don Modesto, en muy diversos valores, tenía una hacienda de 1.414.889 reales de vellón, que sus padres eran difuntos y que vivía en el «n.º 42 de la calle Infantas».
La tercera de las series gerundianas, el «Teatro Social del Siglo XIX», comienza a publicarse en 1845. Ferrer del Río afirma que en esta serie hay «poca política militante». No es cierto, hay mucha y poco costumbrismo. Un personaje simbólico de vida fugaz, «Don Magín», se une a Fr. Gerundio y Tirabeque. Han desaparecido los chistes «frailunos» para dejar paso a conceptos que se escaparían a la masa de los antiguos lectores. La obsesión antifernandina, casi enfermiza, reaparecerá en el artículo «Fr. Gerundio al hermano Jovellanos», del que tomo: «…la Majestad del señor don Fernando VII (a quien vos debisteis tantas finezas, como la de haberos encerrado en la Cartuja de Mallorca, y otras semejantes)…». No hay tal error histórico en don Modesto; lo que pretende es acumular culpas de otros sobre Fernando. También creo intencionado omitir la larga prisión de Jovellanos en el castillo de Bellver. Y es que la Cartuja era eso: un convento.
Como este pretende ser un estudio crítico de su vida y obra, transcribo: «Pues lo que a mí se me apareció ni fue la Divinidad, como a Moisés; ni siquiera la Madre de Dios (que sin duda ni aún tengo la fortuna de ser bastante tonto para que esta Señora se me aparezca)…». Prescindiendo del indudable fondo irreverente, creo que con estas palabras alude a sor Patrocinio y de paso a Isabel II, para el matrimonio de la cual se apuntaba ya como candidato más inofensivo a don Francisco de Asís. La madre de éste, la infanta Luisa Carlota, muerta un año antes, había tenido a su cabecera la imagen de N. Sª del Olvido, del Triunfo y de las Misericordias, «que –son palabras de Isabel II en 1904– tantas veces había hablado a nuestra santa madre Sor María de los Dolores y Patrocinio…».
Con su nombre, y con un apodo que dejaría pálido de envidia a Prim, Mosén Claret: Moisés Clarete. A él y a su «Sociedad Espiritual de María Santísima» ataca ferozmente don Modesto. Hemos de tener presente que, en aquellos años, el P. Claret no podía ser considerado más que como un clérigo de ideas opuestas. Tampoco escaparán de sus ataques Sixto V y Gregorio XVI; refiriéndose a Pío IX, exclama: «¡Bendito sea Dios que tenemos un papa liberal!».
El 30 de agosto de 1846 acabará la publicación del «Teatro Social», «por dedicarse a otra clase de trabajos literarios…». Don Modesto comienza sus investigaciones para la proyectada «Historia General de España». En el verano de 1847, según «El Fomento», periódico de Barcelona, se encuentra en el Archivo de la Corona de Aragón.
«Fr. Gerundio. Revista Europea», cuarta serie gerundiana, comenzará a publicarse el 15 de mayo de 1848. Divide cada una de sus entregas en dos partes: «Histórica» y «Crítica», precedente del sistema que seguirá en su «Historia»; en la Advertencia propina duro zurriagazo al periodismo de pane lucrando: «…comprendemos que este método no satisfará a aquellos que por su genio o por su posición padecen necesidad de un alimento diario de noticias; para éstos son los periódicos diarios». Y es que la posición intelectual de don Modesto se ha hecho más exigente. Por otra parte, anuncia que no se ocupará de los sucesos españoles del 48, «…a fin de evitar el que nuestras palabras puedan ser interpretadas ni por unos ni por otros en sentido que no haya entrado en nuestra intención…».
Este proceso evolutivo de don Modesto, en cuanto a la posición, no en cuanto a las ideas, se confirma al incluir, casi íntegro y junto al de Cortina, el discurso de Donoso Cortés sobre la Dictadura, si bien advierte que no está conforme «con muchas de sus ideas.»
El 30 de abril de 1849, antes de la fecha anunciada, don Modesto suspende la «Revista Europea». Las causas fueron muy otras de las que, con superficialidad incomprensible, da Gómez Aparicio. La verdad es que se le había muerto Federico, un hijo de tres años, y que –figura en el texto del 30 de abril– se iba a dedicar exclusivamente a la investigación histórica para su obra magna. No mucho tiempo después encontramos a don Modesto trabajando en el Archivo de Simancas.
No dejaré de mencionar su efímera colaboración en «La Risa» (seis artículos en 1843), periodiquito festivo dirigido por Wenceslao Ayguals de Izco. Colaboró en el «Clamor Público» a instancias de una carta de veintitrés firmantes, la flor y nata del periodismo progresista. Veintisiete artículos suyos he contado (1844) eminentemente políticos y muy virulentos.
Don Modesto, hombre público
Fue político; de otro modo no habría sido hombre de su tiempo. En 1838 fue detenido en Madrid, acusado de haber tomado parte en el asalto a la casa del marqués de Montevirgen.
José Rúa Figueroa le escribe, el 31 de agosto de 1854: «…yo creo que V. debía salir de su retiro y de su mudez para servir a la patria…». Lo hará al lado de O'Donnell. A partir de este año de 1854, ininterrumpidamente hasta 1866, año de su muerte, figurará como diputado por Astorga.
Creo ver en la actitud pública de don Modesto una búsqueda agónica de la verdad. Por eso se afilió a la Unión liberal, definiéndola así: «¿Véis esos dos extremos? Pues para huir de ellos nos hemos reunido en el centro, para resistir a los extremos…». De «traidora decepción», según Borrego, calificaban esta actitud «los progresistas de ideas más extremadas».
Las intervenciones capitales de don Modesto en las Cortes tuvieron lugar en el mes de febrero de 1855, al discutirse la Base 2.ª de la nueva Constitución. La «Cuestión Religiosa», como se la llamó en la época. Las ideas básicas de estas intervenciones serán: regalismo a ultranza y catolicismo tolerante con los que profesan otras creencias. No se escapa de los inevitables ataques a la Inquisición. Hará justicia histórica: el odio que sentían los cristianos «viejos» contra los judíos españoles tuvo bases económicas más que religiosas.
Para don Modesto el culto consiste en «la simbolización de una creencia», palabras éstas inaceptables si pensamos en la presencia real de Jesucristo en la Eucaristía.
Entre los papeles de don Modesto encontré una «plancha» masónica, catorce páginas escritas de su para mí inconfundible letra. La encabeza, con caligrafía que denota haber sido escrita muchos años después, esta enigmática frase: «(Esta disertación es obra de circunstancia»). Se propugna en el texto que la Masonería sea «la piedra angular del gran taller universal político…». Y más adelante: «La esencia de una sociedad de tanta transcendencia ha de consistir en disponer y ejecutar.
Para disponer y ejecutar son necesarios: Ingenio, opinión y Riqueza; por consiguiente, la divisa de esta sociedad como las condiciones de admisión serán el talento; la reputación y la fortuna.» El solicitante, además de masón, había de reunir una de estas tres cualidades «para ser admitido en este gremio político». Se propugna «un Grande Oriente central de la Nación, compuesto únicamente de Dignidades masónicas y de las personas de mayor talento, opinión y riqueza». Uno de los objetivos «de esta masonería reformada» será «apoderarse del gobierno en España» y promover en el extranjero «igualmente el liberalismo de los demás pueblos en los intereses de la libertad universal». Termina el escrito: «no me cansaré de encarecer y repetir: hágase todo pr. los Masones y todo para los Masones».
Algunas frases nos permiten fechar el documento: «…preconizando la integridad de nuestra libertad de Imprenta la hemos envuelto enteramente en restricciones». Líneas después: «…primeros momentos de una revolución…». Creo, por tanto, que nos encontramos en octubre de 1842, mes en que el Regente Espartero firma el nombramiento de una comisión que ha de redactar la nueva ley de imprenta «que el abuso de la prensa reclama».
Clavel, hablando de estas reorganizaciones, más políticas que masónicas, criticará las «excentricidades que estos hermanos han cometido respecto al derecho común masónico…». Si son ciertas las luchas masónico-políticas de que habla Flórez en su «Espartero», no cabe duda de que esta «plancha» fue escrita por un hermano perteneciente a la facción masónica de los «Caballeros Kadosch», enemigos de la de «Los Templarios». El curioso documento que he citado no se tomó, sin duda, en consideración. Comín Colomer dice que los estatutos definitivos del «Grande Oriente Hespérico» fueron redactados, en 1843, por «fray Félix Torres de Amat y fray Juan de Safón y Ferrer».
La «Historia General de España» (1850-1866)
Pudo ser idea de Mellado, águila caudal de los editores decimonónicos, el publicar una Historia escrita por un español. Se ha valorado en demasía la especie lanzada por Ferrer del Río, atribuyéndolo todo a una reacción patriótica de don Modesto al leer la Historia escrita por Romey. Es de admirar la capacidad de trabajo que hubo de desarrollar don Modesto en casi veinte años de dura labor. Hoy, casi todos los tomos de su Historia resultan mera curiosidad para el investigador. Pérez Bustamante cree que «todavía están vigentes en buena parte» los que se refieren al siglo XVIII. Es en el «Discurso Preliminar» donde residen las claves de su concepto de nuestra Historia: contraposición a ultranza entre patria y extranjero, regalismo a flor de piel y un providencialismo que no hace mucho honor a Vico, pese a que lo cita como guía.
Los tomos XXVII a XXIX (el reinado de Fernando VII) son puro material historiográfico. En el «Discurso Preliminar» (tomo I, 1850) nos hace saber su propósito de historiar incluso la parte que estime conveniente del reinado de Isabel II, pero en 1862, después de publicar el tomo XXVI, cesa la aparición de nuevos tomos hasta que el diciembre de 1865 publica el tomo XXVII. Manuel de Bofarull, en carta desde Barcelona (26-I-1866), le dice que la «…aparición me ha sorprendido muchísimo, porque sabía que no trataba V. de dar a la estampa la época contemporánea por los compromisos que trae consigo el poner el espejo frente la cara de los feos». Durante tres años, pues, luchó don Modesto con la duda. Creo que el estado de España le hizo considerarse relevado de todo compromiso de respeto hacia Fernando VII, el padre de Isabel II, su reina, la que reconoció sus méritos y lo hizo hombre público. No hacía falta ser un lince, y don Modesto lo era, para ver que el reinado de Isabel era cada vez más calamitoso, que el trono iba a la deriva. Además, don Modesto sabía que iba a morir, y antes deseó ver impresas sus inculpaciones a Fernando VII, guardadas en el alma y en el papel durante muchos años. Dos tomos más, XXVIII y XXIX, saldrán a la luz en pocos meses, aun en vida de don Modesto, contando lo que él, un protagonista, consideraba la verdad histórica de un rey y su reinado; verdad que todavía hoy no se ha logrado esclarecer por completo.
Don Modesto leyó su discurso de ingreso en la Academia de la Historia, el domingo 23 de enero de 1853. Versó sobre «Fundación y vicisitudes del Califato de Córdoba, causas y consecuencias de su caída». No se ha escapado a la penetración de Guillén un hecho curioso: Cavanilles, al contestar al discurso de don Modesto, no hizo ninguna alusión «a su primitiva vocación religiosa» […] «ni a sus estudios de Teología en León» […] «ni mucho menos a sus tareas literarias de escritor festivo en aquel su periódico Fray Gerundio…». Creo que no resulta muy aventurado suponer que Cavanilles respetó un deseo de don Modesto.
Como académico de la de Ciencias Morales y Políticas, fue primer propietario de la medalla número 21.
Don Modesto falleció en Madrid en el cuarto principal de la casa número 4 de la calle de la Puebla. La falta actual del libro de fallecimientos correspondientes en la parroquia de San Ildefonso, la suplo con un certificado del teniente mayor de la parroquia, don Jaime Marroig y Barceló, expedido en Madrid a 10 de abril de 1913. Sabemos por él que la inscripción se hizo en el «libro noveno de Difuntos al folio trescientos nueve vuelto»; que se mandó darle «sepultura de nicho en el cementerio de la Sacramental de San Lorenzo», que «falleció a las cinco de la tarde» del día 25 de octubre de 1866 «a consecuencia de un catarro pulmonar crónico según certificación del facultativo Dn. José Antonio Moñino». Desde 1854 tenía otorgado testamento, en el que «instituyó por sus únicos y universales herederos a sus tres hijos legítimos llamados Dn. Justo Pastor, Dn. Modesto José y Dn. Ramiro Lafuente y Mellado, y a los demás que tuviera en lo sucesivo».
Fuentes manuscritas inéditas
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«COLECCION de Documentos de la Guerra de la Independencia». Leg. 10. Carpeta XXIX. Archivo Histórico Militar. Madrid. De los «partes» de Porlier ha publicado un fragmento (Guardo, 20-VIII-1809), J. Repollés de Zayas.
«LIBRO de Bautismos» (1801-1824). Parroq. de Sta. María del Castillo. Cervera de Río Pisuerga (Palencia).
«LIBRO de Bautismos de la Parroquia de San Pedro». Libro 3.º (1786-1851). Archv. Parroq. de Villavicencio de los Caballeros (Valladolid).
«LIBRO de Difuntos de la Parroquia de Santa María de la Plaza» (1852-1899). Archv. Parroq. de Mayorga de Campos (Valladolid).
«LIBRO de Matrículas y Revalidaciones». (Se abre el 15-X-1815); carece de signatura. Secretaría del Seminario de Astorga (León).
«LIBRO de Matrimonios». Libro 41. Archv. de la Parroquia de San Sebastián. Madrid.
«LIBRO de Nacimientos de Rabanal de los Caballeros» (1723-1852). Archv. Parroq. de Santa María del Castillo. Cervera de Río Pisuerga (Palencia).
«PAPELES de don Modesto. Mayg.», según mi denominación. Muy incompletos y sin clasificar. Propiedad de sus nietas. Mayorga de Campos (Valladolid).
«PAPELES Reservados» de Fernando VII. Tomos 66 y 67. Archivo de Palacio. Madrid.
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