Oración inaugural
que el día 18 de octubre de 1839 dijo
en la Universidad literaria de esta Corte
D. Félix Enciso Castrillón,
ex-Catedrático propietario del que fue Seminario de Nobles y luego Universidad de Vergara, y Catedrático interino de Literatura y Elocuencia sagrada y forense de la referida Universidad de Madrid.
[ El primer día del año literario debe ser llamado el gran día de las Universidades. ]
Madrid 1839
Imprenta de Don Eusebio Aguado
Impresor de la Universidad.
Señores:
La escolástica ceremonia que me proporciona el honor de dirigiros la palabra, será considerada por muchos como uno de aquellos actos insignificantes que se hacen y vuelven a hacer maquinalmente uno y otro año por no faltar al uso establecido, y a los cuales se asiste por mera ceremonia, sin prestar al orador sino la pequeñísima atención que se concede al que sabemos lo que va a decirnos antes de que pronuncie la primer palabra.
Al expresarme de este modo no imaginéis que os haga la injusticia de incluiros en el número de los que así piensan. Cuantos componen el Claustro de esta Universidad literaria son demasiado sabios para desconocer la oportunidad de esta ceremonia; aman demasiado sus honoríficas y útiles tareas para no mirar con gusto el día que vuelve a llamarlos a sus cátedras; y en fin, se interesan demasiado en la prosperidad de su nación para no desear verse de nuevo al lado de los cursantes, difundiendo entre ellos sus vastos conocimientos, y contribuyendo a que la patria tenga funcionarios dignos de servirla en las numerosas subdivisiones que, unidas, forman el ente moral que se llama Gobierno.
Estos sin duda son vuestros sentimientos; estas vuestras elevadas y filantrópicas ideas; y yo, al saludar en vuestro nombre el primer día del año literario, no solo me contemplaré como intérprete vuestro, sino que me atreveré a decir que este día, tan grato a vosotros y a cuantos aman las ciencias, debe llamarse como por excelencia el día de las Universidades.
Ni se crea que esta es una de aquellas ideas que el buen juicio desecha, aunque más la imaginación se empeñe en adornarla con sus mágicos pinceles. Si la moral, si la política, si la misma ciega fortuna clasifican los individuos de las naciones, distribuyéndolos en diversos y desiguales grupos, ¿por qué se ha de negar al observador filósofo dividirlos en dos grandes masas? Y admitida esta división tan natural y sencilla, ¿no se colocarán en un grupo cuantos para llenar su puesto en la escala social no necesitan adquirir conocimientos literarios, perteneciendo al otro grupo aquellos que no pueden prestar a la sociedad los servicios que se proponen si no se preparan con estudios preliminares?
Ah, Señores, ¡qué grupo tan escogido es este! ¡qué porción de hombres tan interesante! Aquí están los Téologos encargados de dirigir las conciencias y conservar en toda su pureza el sagrado depósito de la Fe; aquí los Magistrados en cuyas manos está la balanza de Astrea; aquí los Abogados a cuya voz tiembla el crimen, y la inocencia perseguida sale de su abatimiento viendo a lo lejos la consoladora luz de la esperanza; aquí el Matemático, el Físico, el Químico, el Naturalista... en una palabra, cuantos por diversos caminos se dirigen al suntuoso templo de Minerva.
Estas son las brillantes huestes que siguen los estandartes de la Diosa de la Sabiduría, o con más exactitud, esta es una verdadera nación independiente, aunque subordinada a la sociedad a quien dirige y adorna. Como Nación tiene sus diversas jerarquías, sus leyes particulares, sus armas, que en llegando la ocasión esgrime, no para herir como la lanza de Marte, sino para convencer al entendimiento y dominar la voluntad; como Nación tiene sus enemigos, sus victorias, sus peligros, sus vicisitudes y sus jefes, que unas veces defendiéndola y otras fomentándola atienden siempre a su conservación, a su integridad, y a proporcionarla épocas de honor y gloria.
Este ejército de Minerva levanta anualmente su bandera para alistar los nuevos soldados; esta pequeña nación, que con toda justicia merece el nombre de ilustrada, abre todos los años sus padrones convidando con el derecho de ciudadanos a cuantos quieran gozar sus fueros y sujetarse a sus leyes. Pero ¿dónde enarbola esta bandera y abre estos padrones? En las Universidades, que es su capital, donde existe su trono, donde está el foco de las luces que después han de brillar separadas, iluminando la sociedad entera.
Ved pues, Señores, que no sin fundamento he dicho que esta solemnidad es toda vuestra, y que el primer día del año literario debe ser llamado el gran día de las Universidades, pues en él estas sabias corporaciones vuelven de nuevo a ejercer sus elevadas funciones, y, permítaseme decirlo, vuelven a ejercer los actos de su soberanía.
Para justificar esta expresión, que tal vez parecerá aventurada, bastará fijar la vista en la marcha que sigue cada Universidad en su distrito. Ocupan los Profesores sus cátedras, y a fuer de cariñosos padres de sus alumnos, procuran ir acomodando a sus alcances los elementos de aquella ciencia. Preséntanles con oportunidad los frutos de sus largos estudios y doctas vigilias; animan al débil, fomentan la aplicación del estudioso, disipan sus dudas, y a modo del viajero que a fuerza de penalidades y peligros consiguió hallar el verdadero camino, de modo que luego sus instrucciones hacen fácil el paso de la montaña que antes parecía inaccesible, así cada Profesor guía a sus discípulos por la senda más llana, y en pocos minutos les da luminosos principios y útiles advertencias, cuyo hallazgo le costó acaso muchos días de meditación y lectura.
En tan útiles y laudables tareas emplea la Universidad los meses del año literario, y no limitándose a formar el corazón e ilustrar el entendimiento de los cursantes, espera con impaciencia la época determinada para elevarlos a la jerarquía literaria, ascendiéndolos por grados hasta condecorarlos con el título de Doctores, título de distinción no menos honorífico y apreciable que aquellos con que los Monarcas premian los servicios hechos al Estado. ¿Y habrá quien no vea cuánto se asemeja la cabeza de la nación literaria a los jefes de las sociedades?
Pero no es este el único punto de contacto que se observa entre las Universidades y los Gobiernos de los pueblos. La alegoría que forma el cuerpo de mi Discurso es tan abundante que, en vez de temer que me falten símiles para continuarla, me veré en la precisión de omitir muchos por no abusar de la atención que vuestra bondad me concede.
La nación literaria se halla expuesta a sufrir a su modo cuantas vicisitudes y peligros experimentan las sociedades políticas. Unas veces las nuevas doctrinas amenazan invadir los dominios del país de la verdad; otras el orgullo, envalentonado con algunos casuales y efímeros triunfos, se presenta decidido a desconocer toda autoridad, despreciar sin examen todo lo antiguo, e inventar sendas desconocidas y capaces de conducir a un precipicio, que tal vez se ocultó a los mismos guías; la insufrible pedantería que, mirando con cristales de aumento las débiles noticias que adquirió, se juzga superior a los más distinguidos sabios; la imaginación exaltada que, usurpando los derechos del entendimiento, empieza proponiendo dudas sobre las cosas más claras, sigue buscando demostraciones donde no puede haberlas, y concluye presentando ideas brillantes acaso, pero brillantes con aquella luz que, semejante a la que precede al trueno, da una claridad vivísima, seguida de las más espesas tinieblas. Estos y otros muchos son verdaderos enemigos, que en varias épocas ocasionaron trastornos considerables a la nación literaria. ¿Quién pudiera encontrar el verdadero camino del templo de Minerva, quién divisara la hermosa estatua del numen entre tantos grupos de nubes que la ofuscan?
Por fortuna los esfuerzos de todos estos constantes enemigos de las letras, se estrellan al chocar contra la circunspección y profundos conocimientos de estas sabias corporaciones. Compuestas de hombres veteranos en las lides académicas, poseedores de los conocimientos que adquirieron en una larga serie de bien entendidos y eslabonados estudios, ni se dejan deslumbrar por el falso brillo de la novedad, ni se intimidan al ver el aire de triunfo con que sus adversarios se presentan; e imitando al prudente piloto, que navegando entre sirtes y bancos de arena no suelta la sonda de la mano para no estrellar su nave en algún encubierto peligro, así cada Profesor en su cátedra nada aventura, nada decide sin que haya precedido un imparcial y detenido examen. La juventud oye de su boca que en la vida de la ciencia el más anciano es como un niño; tanta es la diferencia que hay entre los conocimientos que tiene y los que puede adquirir; de modo que a la luz de esta verdadera máxima aprende el joven a estudiar, y no se juzga en el término de su viaje cuando apenas anduvo las primeras jornadas. Los consejos de los Maestros enseñan al joven a no adherirse ciegamente a la autoridad, pues debe mirársela como un bastón para afirmar sus pasos en el camino que lleva, pero no como un guía infalible que precisamente nos ha de conducir al acierto. En una palabra, a las Universidades pertenece mantener la unidad de las doctrinas; poner la ciencia al nivel de los conocimientos del siglo; no esclavizar el entendimiento con la cadena de la antigüedad, ni mirar con prevención todo lo nuevo; hacer fácil y sencilla la ciencia, amenizar en sus explicaciones los pasos estériles, siguiendo constantemente los preceptos del buen gusto que todo lo hermosean y todo lo aclaran.
Temeroso de ofender vuestra modestia me hubiera abstenido de bosquejar el hermoso cuadro de vuestras diarias ocupaciones, si no me hubiese animado a ello el considerar que estas y no otras han sido en todos los tiempos las miras del Gobierno, este y no otro el espíritu que presidió al establecimiento de las Universidades. Como encargadas de la instrucción pública, a ellas pertenece establecer los sólidos principios, desvanecer los sofismas bajo cualquier forma que se presenten, y en fin, conducir como por la mano a los jóvenes en el sendero que lleva al alcázar de la sabiduría. El ilustrado Gobierno que felizmente logramos, atento a facilitarlas el desempeño de tan importantes funciones, no solo extendió el círculo de su dominio incluyendo en su plan las ciencias exactas, sino que dejó a los profesores en la más completa libertad de preferir un autor a otro, o no decidirse por ninguno; conociendo que el que ha de ocupar dignamente la silla del magisterio, debe estar familiarizado con todos los escritores, ha de haber comparado sus sistemas y profundizado sus ideas, a finde ofrecer a sus alumnos lo más puro, lo más escogido de ellas.
Sea pues solemne para las Universidades este día verdaderamente suyo: saludémosle con un placer muy particular cuantos tenemos el honor de pertenecer a tan ilustres corporaciones, y dediquémonos con todo esmero al desempeño de nuestras asignaturas, esperando que nuestra voz será oída con atención y nuestros preceptos seguidos con docilidad por los estudiosos jóvenes cuya instrucción nos está confiada. Todos nuestros desvelos, todas las tareas nuestras encontrarán el premio más digno en la satisfacción de ver a nuestros discípulos ciñendo el laurel de la sabia y benéfica Minerva. El templo de esta Diosa abre hoy sus puertas bajo los más felices auspicios; la oliva, su árbol predilecto, brota de nuevo en nuestros campos; el Iris de la paz se deja ver en nuestro horizonte disipando con sus luces el polvo de las batallas y las negras nubes que amontonó el envenenado soplo de la Discordia. Esta es la época del estudio: ahora es cuando las letras han de completar la obra, hermoseando el trono de Isabel, que con el más heroico valor defendieron y conservaron las armas; ahora en fin es la época de ilustrar la nación, fomentar de todos modos las ciencias y las artes, para que la nave del Estado navegue en un mar bonancible, dirigiendo constantemente y sin ningún obstáculo su dorada proa al puerto de la felicidad. Plegue al Cielo que los hijos de la Universidad Matritense sean unos de los que más contribuyan a las glorias de la patria, manteniendo la hermosa y honorífica nombradía que la dieron tantos varones ilustres como salieron de su seno, los muchos años que estuvo difundiendo sus luces desde las orillas del Henares.= He dicho.
[ Edición íntegra del texto contenido en un opúsculo impreso sobre papel en Madrid 1838, de 16 páginas más cubiertas. ]