Adolfo Bonilla y San Martín · Historia de la Filosofía española · Madrid 1908
IV. Época goda
8. Filosofía de San Isidoro
Así como Quintiliano niega el nombre de orador al que no sea de vida honesta (aceptando la definición catoniana: vir bonus, dicendi peritus), así San Isidoro niega el calificativo de filósofo al pensador que no sea de vida moral y pura. «Est enim Philosophus –dice– qui divinarum et humanarum rerum scientiam habet, et omnem bene vivendi tramitem tenet»{1}. Admite la tradición pitagórica en cuanto al origen del vocablo, y distingue, como Séneca, tres géneros de filosofía: natural, moral y racional.
En el capítulo VI del libro VIII Etymologiarum, hace San Isidoro una breve historia de las escuelas filosóficas que habían llegado a su noticia. Ese capítulo es, en verdad, interesantísimo, no sólo porque mediante él nos damos cuenta del estado de conocimiento de la España cristiana en cuanto a la filosofía greco-latina, sino también porque los juicios que en él se emiten pasaron por artículos de fe durante buena parte de la Edad Media. Y ¡qué juicios!, ¡cuánta superficialidad!, ¡cuánta inexactitud!
Los platónicos dicen «que Dios creó las almas, pero los cuerpos fueron hechos por los ángeles, y que aquéllas, después de muchos círculos de años, vuelven a diversos cuerpos» (confunde San Isidoro, como se ve, la doctrina de Platón con la de algunas sectas gnósticas). Los estoicos afirman «que todo pecado es uniforme, y que lo mismo da robar oro que paja»; aseguran también que «el alma perece con el cuerpo». Los académicos «dipútanlo todo por dudoso». Los aristotélicos sostienen que «cierta partecilla del alma es eterna, pero lo demás en gran parte mortal». Los cínicos son unos sucios que «suelen cohabitar en público (in propatulo) con sus mujeres». Epicuro fue un filósofo «más amante de la vanidad que de la sabiduría, para quien el sumo bien consistía en el placer del cuerpo». Los gimnosofistas son unos señores que andan filosofando por las soledades de la India, sin más trajes que taparrabos (adhibentes tantum genitalibus tegmina). Arrio es un hereje que, bajo el nombre de Trinidad, habla de ciertos «αίώνες et formae nescio quae». Virgilio es un filósofo como Cicerón, Thales o Platón. Et sic de ceteris.
Pero si estos juicios revelan ligereza, el estilo y las citas de San Isidoro son prueba inequívoca de su afán de restaurar la cultura clásica. Él transcribe versos de Horacio, de Ovidio y de Virgilio; él menciona a Suetonio, a Salustio, a Plauto, a Terencio, a Persio y a Juvenal, y él, en ocasiones, lleva la imitación formal hasta la copia{2}.
Tratando de Dios, dice San Isidoro que ese nombre viene del griego «θεòς, quasi δέος», que significa miedo, porque le tienen realmente (en racional sentido) los que le adoran. Dice que es creador, porque nada existe que no le deba origen; y que es, además, omnipotente, inmortal, incorruptible, inconmutable (porque carece de materia, causa del devenir), eterno, invisible, impasible, simple, infinitamente bueno (porque es inconmutable), incorpóreo, inmenso, perfecto y uno{3}. Está dentro de todas las cosas sin estar incluido, y fuera sin estar excluido{4}. Su grandeza ningún sentido puede comprenderla, ni siquiera el angélico.
Formula San Isidoro la idea de la creación. «La materia –dice– fue hecha de la nada» (materia facta est de nihilo). Así proceden (por creación) el mundo, los ángeles y las almas; pero todas las demás criaturas, por ejemplo, el hombre, proceden de otra cosa{5}. «Homo –añade– est animal ex corpore animaque vivente compositum, atque spirituali compactione formatum, subsistens ratione, liberique arbitrii voluntate, vitiorum capax, atque virtutum»{6}.
Los grados o diferencias de las cosas son seis: no vivientes, vivientes, irracionales, racionales, mortales e inmortales.{7}
El alma, para San Isidoro, es una substancia incorpórea, intelectual, racional, invisible, móvil, inmortal, de origen desconocido (habens ignotam originem), pero que no tiene en su naturaleza mezcla alguna de cosa concreta, terrena, húmeda, aérea o ígnea{8}.
Entiende San Isidoro por hombre al compuesto de cuerpo y alma. Esta última no es aire ni viento, sino algo de naturaleza especial e incorpórea, a que llamamos espíritu. Sin embargo, puede decirse que el hombre es doble: hay un hombre interior (el alma) y un hombre exterior (el cuerpo); propiamente, el hombre exterior es el verdadero, porque homo viene de humo (ex humo factus est, dice el Génesis){9}. Este elemento que constituye al hombre interior es uno, pero recibe diversos nombres, según la clase de operaciones que ejercita:
En cuanto vivifica al cuerpo… alma.
En cuanto sabe… mente.
En cuanto quiere… ánimo.
En cuanto recuerda… memoria.
En cuanto juzga de lo recto… razón.
En cuanto espira… espíritu.
En cuanto siente… sentido{10}.
En la cuestión acerca del origen del mal, San Isidoro sigue la doctrina agustiniana, como la siguió Boecio en su hermoso libro De consolatione philosophiae{11}. El mal no es nada (nihil est malum), porque nada se ha hecho sin Dios, y Dios no hizo nada malo. El vicio no es naturaleza, porque daña, y nada natural daña{12}. En virtud del pecado del primer hombre, todos los males se originaron en el género humano. Por la gracia divina, nuestro libre arbitrio (o sea la facultad de apetecer espontáneamente el bien o el mal) fue restaurado; así que podemos decir que el bien que hacemos es de Dios propter gratiam praevenientem et subsequentem, y es nuestro propter obsequentem liberi arbitrii voluntatem{13}.
El alma no preexiste a su unión con el cuerpo, sino que es creada al mismo tiempo que él, sin formar parte de la substancia divina{14}.
Acepta San Isidoro la teoría de los cuatro elementos (fuego, tierra, aire y agua), y da un concepto de la materia prima que preludia la doctrina de la materia y de la forma, tan capital en el escolasticismo: «ύλήν –dice– Graeci rerum quandam primam materiam dicunt, nullo prorsus modo formatam, sed omnium corporalium formarum capacem, ex qua visibilia haec elementa sunt.»
Pero los cuatro elementos citados son lo visible, lo que cae bajo la jurisdicción de los sentidos. Hay, además, otros principios invisibles que reciben el nombre de átomos, partecillas indivisibles de los cuerpos, que entran en la composición de los cuatro susodichos: así, la letra es el átomo en la palabra, la unidad en el número, en la línea el punto{15}. ¡Así se conservaba la hipótesis de Demókrito Abderitano, que no había de entrar en el cauce general de la ciencia hasta el siglo XVII!
Son notables los capítulos que a la Filosofía del Derecho dedica San Isidoro en el libro V de las Etymologias, no por lo que en substancia tengan de originales, sino porque algunos de ellos se repitieron, como catecismo de Derecho Natural, durante toda la Edad Media y buena parte de la moderna. Examinemos su contenido.
Ius es vocablo de carácter general, que indica lo justo. El ius consta de leyes (leges) y de costumbres (mores). Ley es el decreto escrito; costumbre, la ley no escrita, por que lex viene de legendo. Las leyes pueden ser divinas o humanas. El Derecho (ius) puede ser natural, de gentes o civil. Es natura] el común a todas las naciones, por cuanto no existe en virtud de decreto humano, sino por instinto de la naturaleza (instinctu naturae), como la unión del varón y de la mujer, la sucesión y educación de la prole, la posesión común de todas las cosas, la libertad de todos (omnium una libertas), la repulsión de la fuerza por la fuerza, la restitución de los depósitos, &c. Es derecho civil el que cada pueblo o ciudad estableció para sí propio por causa humana o divina. Es derecho de gentes aquel de que usan todos los pueblos, como el respeto a los embajadores, los tratados de paz, las guerras y servidumbres, &c.
El concepto que de la ley tiene San Isidoro es muy democrático. No es ley lo que el pueblo no ha decretado. «Lex est –dice– constitutio populi, qua maiores natu simul cum plebibus aliquid sanxerunt.» Toda ley produce uno de estos tres resultados: permitir, prohibir o castigar, y su objeto no es otro que reprimir la audacia de los malos con el temor de la pena. Son condiciones de la ley: honestidad, justicia, posibilidad, conformidad con la naturaleza y con la costumbre de la patria, conveniencia con el lugar y con el tiempo, necesidad, utilidad, claridad (a fin de que no resulte capciosa por ser obscura), y propósito de favorecer, no la utilidad particular, sino el interés común de todos los ciudadanos.
Estas doctrinas, inspiradas en las leyes romanas, y especialmente en la Instituta de Gayo (que figuraba en la biblioteca de San Isidoro.){16}, fueron adoptadas por los escolásticos, y siguen inspirando hoy muchos tratados de Derecho Natural. Santo Tomás de Aquino, en la Summa Theologica, cita con frecuencia a San Isidoro{17}, y amplía sus consideraciones, haciendo ver que el primer precepto de la ley natural es hacer el bien y evitar el mal, cosa que la razón práctica percibe naturalmente (quae ratio practica naturaliter apprehendit).
También trata San Isidoro en las Etimologías del mal y de su origen. Dice que aquél es de dos géneros: uno que se hace (pecado), otro que se padece (pena). Metafísicamente considerado, el mal no es naturaleza o esencia, porque todas las substancias creadas son buenas; el mal procede únicamente del defecto de la voluntad{18}.
A la Dialéctica dedica San Isidoro los capítulos XXII a XXXI del libro II de las Etymologías. Define la filosofía en general como «rerum humanarum divinarumque cognitio, cum studio bene vivendi coniuncta», y distingue la ciencia de la opinión, juzgando que lo característico en la primera es la certeza sobre la cosa conocida, y en la segunda, la incertidumbre. Partes de la filosofía racional o Lógica son la Dialéctica y la Retórica.
El concepto que San Isidoro tiene de las siete, disciplinas liberales puede sintetizarse del modo siguiente:
TRIVIUM
Grammatica Peritia loquendi.
Rhetorica Bene dicendi scientia, in civilibus quaestionibus, ad persuadendum iusta et bona, in rerum personarumque negotio et causa.
Dialectica Disciplina ad discernendas rerum causas inventa.
QUADRIVIUM
Arithmetica Disciplina quantitatis numerabilis secundum se.
Geometria Disciplina magnitudinis immóbiliumque formarum{19}
Musica Disciplina quae de numeris loquitur, qui ad aliquid sunt his qui inveniuntur in sonis.
Astronomia Disciplina quae cursus coelestium syderumque figuras contemplatur omnes, et habitudines stellarum circa se et circa terram indagabili ratione percurrit.
Confunde San Isidoro, en el capítulo XXII del segundo libro citado, la Lógica o filosofía racional con la Dialéctica, que es una parte de aquélla. En la mente de Aristóteles, la Dialéctica (Tópicos) es el tratado del silogismo probable (διαλεκτικός δε συλλογισμός ο εξ ενδόξων συλλογιζόμενος); pero San Isidoro entiende que la Dialéctica es la misma Lógica. Después estudia sucesivamente: la Introducción a las Categorías, de Porfirio; las Categorías o predicamentos; la Hermeneia; los Primeros Analíticos (De syllogismis dialecticis); los Últimos (De divisione diffinitionum), y los Tópicos. Nada dice del tratado De sophisticis elenchis, última parte del Organon aristotélico.
Examinados atentamente los capítulos que a la Lógica dedica San Isidoro, creemos, contra la opinión de Bourret y del Sr. Cañal{20}, que aun cuando nuestro doctor, según todas las probabilidades, sabía el griego, no llegó a conocer nunca por completo el Organon. La fuente de San Isidoro, en materia dialéctica, es Boecio{21}, el cual había traducido la Introducción de Porfirio y todo el Organon{22}, había comentado la Introducción, las Categorías, la Hermeneia y los Tópicos, de M. T. Cicerón, y había escrito tratados originales sobre la definición, la división, las diferencias tópicas y los silogismos categóricos e hipotéticos. El mismo San Isidoro cita (capítulo XXV) la traducción hecha por Boecio de la Introducción de Porfirio, y el comentario adjunto. Es evidente, además, que las Categorías no las conoció San Isidoro directamente, porque, deseando seguir la doctrina aristotélica, dice en ocasiones lo contrario, lo cual no hubiese hecho de tener a la vista el texto{23}. De la Hermeneia apenas dice nada; siguiendo también a Boecio, afirma que es un tratado muy sutil y difícil de entender. Para el estudio de los silogismos categóricos recomienda «librum qui inscribitur Peri Hermenias Apulei»{24}, y para los hipotéticos y la definición, las obras de Mario Victorino{25}, cuya doctrina resume. En cuanto a los Tópicos, sigue a Cicerón, a quien menciona. En parte alguna, por consiguiente, se observa que San Isidoro conociese directamente los escritos aristotélicos.
En el capítulo XIII del libro III de las Sentencias, San Isidoro prohíbe al cristiano que lea las ficciones de los poetas, para que la dulzura de sus fábulas no sirva de incentivo a la sensualidad. «Su elocuencia externa –dice– responde a una vacuidad interna de sabiduría»{26}.
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{1} Mejor es vivir bien que valer mucho, escribe en el primer capítulo del libro II de las Sentencias. Y en el mismo lugar manifiesta: «Primum est scientiae studium quaerere Deum, deinde honestatem vitae cum innocentiae opere.»
{2} Véanse, por ejemplo, estos pasajes:
Etymologiarum liber XI, cap. I.
«Qui ideo erectus coelum aspicit, ut Deum quaerat, non ut terram intendat, veluti pecora, quae natura prona et ventri obedientia finxit.»
Sallustii: Catilina, I.
«Omneis homines, qui sese student praestare ceteris animalibus, summa ope niti decet vitam silentio ne transeant, veluti pecora, quae natura prona atque ventri obedientia finxit.»
La imitación y el esfuerzo que revelan, indican que la buena latinidad se ha perdido y que un erudito trata de restaurarla. ¿Qué más se pudo hacer en el Renacimiento? Recuérdese, por ejemplo, el Coniurationis Pactianae Commentarium, de Angelo Policiano:
Policiano.
«Pactianam coniurationem paucis describere instituo, nam id in primis memorabile facinus tempestate mea accidit. etc.»
Sallustii: Catilina, IV.
«Igitur de Catilinae coniuratione, quam verissumè potero, paucis absolvam. Nam id facinus in primis ego memorabile existumo, sceleris atque periculi novitate.»
Y, sin embargo, San Eugenio de Toledo hace buenos versos en el mismo siglo que San Isidoro, y San Valerio y San Ildefonso manejan con soltura el latín; pero se ve bien que los tiempos han cambiado, y que no estamos en el siglo de Augusto. Prueba de ello son las insufribles cartas del Rey Sisebuto (España Sagrada, tomo VII).
{3} Etymol., VII, 1.
{4} Sententiar., I, 1, 2 y 3.
{5} Differentiarum lib. II, 11.
{6} ídem id., 16.
{7} ídem id., 13.
{8} ídem id., 27.
{9} Las etimologías son otra flaqueza de San Isidoro. Las tiene estupendas: Kalendas proceden de colendo, porque los antiguos «semper mensium princidia colebantur» (De natura rerum, IV, 6); pueritia, viene de pura, porque esa edad no es apta para la generación; mors viene de morsu, porque el hombre mereció la muerte por el bocado (morsu) que dio a la manzana en el Paraíso, &c. En la Edad Media, el Papias, el Hugutius, el Catholicon y demás diccionarios por el estilo, se encargaron de aumentar ese caudal isidoriano. Y, sin embargo, San Isidoro no tenía tan lejano el ejemplo de Varrón, cuyos libros De lingua latina son aún hoy en muchas partes modelo de investigación filológica, y a quien el mismo San Isidoro cita (Etymol., XIII, 1).
{10} Etymol., XI, 1. Cf. Differentiarum lib. II, 29.
{11} Véase la excelente versión castellana de D. Agustín López de Reta, publicada en Madrid, en 1805, por D. Vicente Rodríguez de Arellano.
{12} Sententiarum lib. I, capítulo IX.
{13} Differentiarum lib. II, 32.
{14} Sententiarum lib. I, capítulo XII.
{15} Etymol., XIII, 3 y 2: De natura rerum, IX y XI.
{16} No consta que San Isidoro conociese las compilaciones justinianeas (el último código que cita, Etymol., V, 1, es el Theodosiano), pero parece probable que sí. Por lo menos, es seguro que conoció a Justiniano (537-565), pues le menciona en el tratado De viris illustribus (capítulo XXXI).
{17} Prima Secúndete, quaest. XC, XCII, XCIV, XCV, XCVI, C, &c., &c. Los artículos 3.º y 4.º de la cuestión XCV se intitulan, respectivamente: Utrum Isidorus convenienter qualitatem legis positivae describat. –Utrum Isidorus convenienter ponat divisionem humanarum legum. Cito a Santo Tomás por la edición madrileña de 1827 (Ex regia Typographia).
{18} Etymol., V, 27; Sententiar., II, 17, &c. Schopenhauer parece considerar la doctrina de la insubstancialidad del mal como una originalidad de Escoto Eriúgena. Como se ve, la expuso antes San Isidoro, y aun tampoco es original de éste, sino que se encuentra en la filosofía griega.
{19} Acerca de la representación de San Isidoro de Sevilla en la historia de las Matemáticas, consúltese el capítulo VIII del tomo I de la notable Histoire des Mathématiques, de W. Rouse Ball (traducción francesa).
{20} El cual, por cierto, confunde (página 72 de su citada obra) las Categorías con la Hermeneia, entendiendo que a la palabra castellana categorías responden las griegas περὶ ερμηνείας.
{21} Nació por los años de 470.
{22} La Edad Media, sin embargo, ignoró las versiones de los Analíticos, de los Tópicos y de la Refutación de los sofistas, hasta el siglo XII, en que fueron descubiertas. (Cf. M. De Wulf: Op. cit., pág. 156.) En el índice de la biblioteca del Monasterio de Ripoll, del siglo XII (Villanueva: Viage literario, tomo VIII), figuran la Isagoge de Porfirio, las Categorías y la Hermeneia. La mejor edición moderna de los comentarios de Boecio a la Hermeneia es la de Meiser (dos volúmenes), en la colección Teubner.
{23} San Isidoro, por ejemplo, define la cantidad: mensura, per quam aliquid vel magnum vel minus ostenditur (Etymol., II, 26). Ahora bien: Aristóteles dice expresamente que la segunda propiedad de la cantidad consiste en no ser susceptible de más ni de menos (ού δοχει δέ τό ποσόν έπἰδεχέσθαι τό μάλλον χαί ήττον), porque tres no es más tres que cinco es cinco, ni menos.
{24} Apuleyo de Madaura (África) (114-191?). La obra Perihermeneias, perdida hoy,, se considera apócrifa. (Cf. OEuvres completes d'Apulée, traducción V. Bétolaud, I, xxxi; París, Garnier.)
{25} Claudio Mario Victorino, filósofo africano del siglo V, convertido al catolicismo, y de quien hablan San Agustín y San Jerónimo. Consérvanse varias obras suyas, entre las cuales figuran dos libros contra los maniqueos, y cuatro acerca de la Trinidad. Tradujo, además, al latín varios escritos platónicos. (Cf. A. Bourgoin: De Cl. M. Victore, rhetore christiano quinti s.; París, 1883.)
{26} «Nihil aliud agit amor mundanae scientiae, nisi extollere laudibus hominem. Nam quanto maiora fuerint litteraturae studia, tanto animus arrogantiae fastu inflatus maiore intumescit iactantia. Unde et bene psalmus ait: Quia non cognovi litteraturam, introibo in potentias Domini.» (Loc. cit.) Andando el tiempo, esta última cita había de parecerles de perlas a los supuestos autores de las Epistolae obscurorum virorum.
(Adolfo Bonilla y San Martín, Historia de la Filosofía española, Madrid 1908, páginas 239-249.)