Blas Zambrano 1874-1938 Artículos, relatos y otros escritos

Bibliografía
Al pie de la Alhambra {1}
El Heraldo Granadino, 29 noviembre 1899

 

Vino a Granada... e hizo versos. ¿Qué otra cosa iba a hacer un hombre joven, rico de ideas y sentimientos, y que venía padeciendo la noble manía de escribir?

Allá en su tierra, en medio de la exuberante vida tropical, donde el sol vibra con amor furioso raudales de luz y calor, y la tierra enternecida, despide suaves vapores que la envuelven como mínimo de santa fecundidad, y donde, en las claras noches de diamantinas estrellas, el alma se espacia por paisajes dulcemente majestuosos, que la hacen estremecerse en sensaciones enérgicas pero indefinibles, que la hacen soñar extraños amores en espacios radiantes de luz y esmaltados de eterna verdura, allí, en la excelsa, ya que no virgen tierra americana, se formó el poeta.

Y al llegar a Granada, después de atravesar las ondas del oscuro mar Océano, que separa y une tierras tan desemejantes como pueden serlo dos edenes de diferentes mundos, y al vivir aquí, en esta ciudad al par mediterránea y alpina, asiento un día de raza soñadora que nos dejó las fuentes vivas de su sangre y las perennes muestras de su genio; aquí, al contacto y roce de un pueblo que al indudable sentido práctico español –mil veces manifestado en la historia, digan cuanto quieran novísimos regeneradores y quijotescos heraldos de un practicismo exótico-une aquí el magnífico colorido de la poesía árabe; en comunicación con espíritus incesantemente movidos por el ritmo, ya cadencioso, ya arrebatado, de pasiones satisfechas o insaciables, pero siempre nobles y viriles, siempre despertadas o excitadas al fuego a un tiempo inextinguible y dulce, ardiente y pudoroso, pío y burlón, despertador de sentimentalismo melancólico, que parece en algunos de los múltiples matices en que se descompone, como nativas añoranzas de otros mundos, y brilla en otros matices irisadas promesas de un cielo; heraldo de dichas, premio de glorias, consuelo del entristecido, espoleador del cansado, fe en la que todos comulgan; fuego semidivino, que brota en raudales inagotables de los claros ojos de estas mujeres, que parecen encarnar los fantasmas soñados por imaginación calenturienta; y luego al recorrer los encantados patios de la Alhambra, y contemplar desde sus labrados ajimeces la magnífica diadema de verdura en que se engarza esa cristalización del genio, y al discurrir la atónita vista por esa dilatada vega, teatro un día de hazañas inenarrables, hoy campo dócil en que la ciencia y las artes útiles labran de consuno el pan de tanto desvalido y derraman por doquiera el oro vivificante; aquí se manifestó el poeta. El alma preñada de poesía en las regiones de la luz rojiza –la luz que caldea– tuvo feliz parto en las regiones de la luz blanca, la luz que inspira.

Dice el autor que nunca hizo versos en su tierra. Pues si no lo dice, nadie lo creería. Rectifico. Cualquiera que tenga el buen gusto de leer Al pie de la Alhambra y no se fije en la declaración del prólogo, lo creerá no ya poeta –pues hemos convenido en que el poeta nace– serio escritor poético consumado; sin que sean obstáculo a esa creencia tal cual lunarcillo retórico que se advierte en algunas composiciones, muy pocas, de las que forman el precioso libro de que nos ocupamos.

Y por cierto, que esto de meterme yo a criticar un libro y un libro de versos es cosa harto atrevida. Sírvame de disculpa el indiscreto encargo del Director interino de este periódico, Don Miguel Martínez.

* * *

A mi me gusta el libro por una cualidad que lo caracteriza en conjunto y que da la nota original del poeta; la delicadeza unida a la energía, la dulzura del fuerte, recuerda a uno la figura bíblica de aquel panal, de miel dulcísima, construida en las poderosas mandíbulas del león.

En casi todas las poesías se notan estas cualidades o la síntesis de estas cualidades, que podemos definir con una palabra: grandeza. Pero hay algunas composiciones donde uno de los elementos aparece prepotente: la energía en el soneto

no llegará el momento en que a tu lado

la delicada, la más exquisita delicadeza en el madrigal que termina

que si es dichosa el ave cuando vuela
es más dichosa cuando está en el nido.

Pensamiento feliz, y hasta sublime, pues, si no en el sentido literal, en el figurado, o mejor dicho, en el comparativo en que se emplea, deja entrever un mundo de ideas y sentimientos. Este pensamiento sólo bastaría a honrar el libro. Mas no hace falta; pues si bien «Desengaño» expresa un pensamiento mil veces expresado, aunque en correcto estilo no sucede así con «Fragmento» que dedica al cultísimo literato señor Valladar, en donde se bebe el modernismo a raudales; un modernismo de fuerte colorido, que parece creado por aires de un estilo exótico, extraño, de asonancias lejanas en un metro desusado; pero modernismo nuevamente descriptivo; lo psicológico está indicado por discretas líneas de puntos. Se conoce que el poeta más inclinado al amor espiritual que al otro, o siente todavía los pudores de la virginidad recién perdida (en literatura exótica, modernista, se entiende). Algo asoma el erotismo, aunque clásico y muy velado por una delicada figura; en «Pasional»: «hoy me acerco hasta ti como la abeja», que se duerme en el cáliz y no deja ni perfume, ni savia, ni color. Galantería campoamorina respira «tú y yo», y el más puro romanticismo, tal cómo vulgarmente se entiende esa palabra, se ve retratado en «El Triunfo», composición magistralmente trazada. En las rimas, brillan de igual modo la gracia y la delicadeza. Preciosa, preciosísima, pues hay en ellas dulzura apasionada, esbeltez en la construcción, abundancia en ideas y galanura de forma, es la despedida a su rubia en el «Adiós»; y entre paréntesis, es una rubia la rubia de Llorens, que merece ser rubia y ser amada de un poeta tan rubio; es decir, tan cándido, tan dulce, tan rendido y tan espiritual como el autor de Los poetas de mi tierra, América y Etimologías americanas. Nada he de decir de «Granada», en alejandrinos, donde se cumple la armonía imitativa de un modo perfecto, y de «Sierra Nevada», más perfecto, si cabe, que la anterior, y en donde la frase, magistralmente cortada, asemeja a los bruscos accidentes de la sierra y donde las fuertes consonancias ayudan a producir el efecto más apetecible. Soberbia composición es ésta, que firmarían muchas plumas ilustres, sin desdoro.Lo mismo hay que decir de La Alhambra. Si en las composiciones cortas se revela al corazón del poeta, aquí se retrata su espíritu varonil, culto, de amplios horizontes iluminados, por donde se cierne sin tropezar con sombras de viejas preocupaciones. No vacila en decir «he recorrido triste sus salones –los de la Alhambra– donde la pena del silencio habita». Y en Granada, a tu Alhambra me entristece, porque en sus tronos reales ya altivo no se sienta el brazo musulmán. De las tres composiciones de que nos ocupamos, la última,«La Alhambra», es acaso la mejor que guarda en su libro. Hablamos al principio, del libro y del poeta. Añadiremos algo. Es el autor de Al pie de la Alhambra un espíritu que tiene hambre y sed de vivir su vida presente. Así no canta al pasado. Cuando se dirige al porvenir está temeroso, por virtud de lo que pudiéramos llamar presentimiento del cambio, que otros dicen terror de lo desconocido. Su preocupación es el presente. De él está lleno; pero quiere saturarse más y más en un afán hidrópico insaciable, lo cual se manifiesta en anhelos de compenetración con la naturaleza, la sierra, los bosques, con las obras artísticas, la Alhambra. Y con los seres vivos su rubia. Es un poeta cosmomístico. Y como en todo misticismo hay algo de tristeza, por la contrariedad entre el anhelo y su realización, no es el joven poeta, á pesar de encontrarse dichoso, un poeta alegre. Algo de esta melancolía se nota en «La mejor tumba», una de las mejores composiciones del libro, y en «La reja». La cual tristeza la creo yo una añoranza supuesta en el futuro; un castillo de naipes, negro. El poeta, en uno de esos momentos en que se tiene el corazón acongojado, pensó que pudiera en algún día encontrarse desvalido de amor, escarnecido, abandonado, llorando solo sobre el sepulcro, aún tibio, de su propia alma. Dos palabras sobre el prólogo. Está dedicado a los escritores granadinos. Entre ellos incluye a este pobre articulista. Ha hecho mal. Yo no soy escritor, sino principiante de aprendiz (aspirante a pretendiente, &c.). No se crea, sin embargo, que la gratitud ha movido mi pluma. La gratitud oblígame aquí a darle las gracias y a desearle muchos triunfos y muchos días felices al lado de la bella inspiradora de sus versos.

Blas J. Zambrano

{1} Luis Llorens Torres, Al pie de la Alhambra, Granada, Ed. Viuda e hijos de Sabatel, 1899. En la primera página dice: «Al pie de la Alhambra. Versos precedidos de un estudio crítico acerca de GRANADA Y SUS PRINCIPALES LITERATOS por Luis Llorens Torres. Está dedicado «Al ilustre literato D. Francisco de Pº Valladar». Y a este personaje le dedica un poema, pp. 65-67. En el prólogo se refiere a varios escritores granadinos y concretamente a Zambrano como «escritor correcto y fecundo». (N. del E.)

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  Edición de José Luis Mora
Badajoz 1998, páginas 93-96