Blas Zambrano 1874-1938 Artículos, relatos y otros escritos

¿Educación integral...?
El Heraldo Granadino, 8 diciembre 1899

 

No pretendemos negar aquí la existencia teórica de la educación integral, ni su posible realización en un medio adecuado; aunque mucho pudiera decirse sobre la gran complejidad de ideas que integran ese concepto; complejidad que si es reductible a una síntesis lógica en el libro tal vez no lo sea en la realidad; pues es muy difícil que obra tan delicada, a la vez científica y artística, metódica y variable, intencionada y sumisa (sequere naturam), donde no hay materia inerte sobre que actuar, donde el agente educativo –el educador– no es sino un medio, mientras el sujeto, el objeto y el fin se compenetran en una sola unidad –el educando– o en ella cruzan, al menos, las esferas respectivas de su contenido ideal, llegue a cumplirse de una manera cierta, no en la universalidad de los casos, en uno solo.

Y, apartándonos de las generalidades, tampoco queremos decir cómo están todavía en litigio multitud de cuestiones inseparables de la práctica de toda educación y que exigen ser resueltas definitivamente y a gusto de todos, antes de plantearse un régimen de educación integral. El laicismo, o el catolicismo; el juego o la gimnasia; el castigo como expiación, o las consecuencias naturales como correctivo; el cesarismo del Estado, o la libertad del individuo; cuestiones sobre las que cada uno puede emitir su opinión, precisamente porque nada hay resuelto sobre ellas.

Dicen los ateneístas de Valencia que los pedagogos fácilmente se avienen a una transacción entre tan importantes extremos. ¡Si no pueden avenirse, aunque quieran! ¿Cómo ha de conformarse un católico con que no se enseñe su religión en las escuelas? ¿Cómo de salir de manos de un discípulo de Spencer el niño, como saldría de manos de un correligionario de monseñor Dupanlour?

Y con respecto a las varias esferas en que la educación, sin perder su unidad, se considera dividida, se nos ocurre preguntar: ¿A quién seguimos en la cultura de la inteligencia; a los ingleses o a los alemanes? ¿a los filántropos o a los egoístas, en la dirección de los sentimientos? ¿en la formación de la voluntad, a los deterministas o a los arbitristas? Finalmente, ¿excitamos el vuelo de la fantasía, o lo cortamos?

Yo opino... ¿pero qué importa lo que yo opine, ni lo que opine nadie? Se trata de hacer algo, y de hacer algo desde las alturas del poder, desde el Sinaí del Estado. Nosotros preguntamos: ¿qué va a hacer, qué va a decretar el Estado sobre una cuestión, cuyos términos empiezan ahora a ordenarse?

Mas pasemos de esto. Supongamos que todo el mundo está conforme en los principios, leyes, métodos, procedimientos, modos, formas y maneras de una educación integral. Se trata ya solamente de realizar en la práctica lo definido en la teoría.

* * *

No se negará que tiempo y espacio, en ajuste adecuado a la obra de que se trate, son condiciones esencialísimas para la realización de la misma. Determinemos, pues, la cantidad respectiva de ambos medios; o lo que es igual, la amplitud de esas formas para que puedan contener la traducción en lo real de las ideas que implica esta palabra; educación integral.

Esta educación, por dirigirse al cuerpo y alma, con todas sus múltiples funciones tiene que ocupar todo el tiempo del educando.

Al cuidar del desarrollo físico, ha de intervenir en el alimento, el vestido, el sueño, el juego; al excitar el desarrollo intelectual, ha de constituir la enseñanza; al dirigir el desarrollo moral, ha de guiar los efectos, ha de regular las emociones, ha de contribuir a la formación del carácter; por encauzar el desarrollo estético, ha de alimentar y depurar el gusto de lo bello, ha de despertar la aspiración a lo sublime, ha de auxiliar las manifestaciones del arte. ¿Cómo realizar todo esto, si el educando no está constantemente sometido a la influencia educadora? Tiene que ser la educación integral –su nombre lo dice– tiene que ser única pues no puede ser total, si no es sola. Consiste tal educación en el desarrollo intencionado y metódico de todas las fuerzas de naturales del niño, conservando en estas su natural armonía. ¿Cómo ha de conservarse la armonía de todas las facultades del niño, cómo ha de realizarse la intención de la obra educativa, si al lado de eso obra existe un cúmulo de influencias contrarias? Y es indudable que el educando come, y duerme, y permanece varias horas del día alejado del centro educativo, recibe necesariamente otra educación distinta, y a veces contraria, a la supuesta educación integral de la escuela.

Y en cuanto al espacio en medio del cual la obra educativa se realice, ha de ser tan amplio, ha de ser tan amplio cuanto se necesite para la total vida del niño, ha de reunir condiciones higiénicas casi perfectas, y ha de estar poblado de utensilios y toda clase de objetos propios de la educación y la enseñanza.

Terminaremos con una pregunta: ¿Creen los señores del Ateneo de Valencia que es posible decretar, hoy, en nuestra patria ni en parte alguna, la educación integral obligatoria?

Nuestro humilde parecer sobre tan importante cuestión es que no puede realizar tan hermoso pensamiento sino una república socialista y autoritaria.

Blas J. Zambrano

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  Edición de José Luis Mora
Badajoz 1998, páginas 107-109