Blas Zambrano 1874-1938 | Artículos, relatos y otros escritos |
Nuevos horizontes Embalsar, no; encauzar La Tierra de Segovia, 18 mayo 1919, página 2 |
Como «el mudar de las cosas» se ha definido el tiempo. No hay instante en que no se registre una mudanza. Y esto, que se considera ser verdad indudable en lo tocante al mundo físico, no lo es menos en el mundo moral y en esa múltiple convergencia de lo moral y lo físico; en ese hacer, deshacer y rehacer continuos, en esa constante integración y desintegración de fuerzas y agregados, que se llama vida social. Cuando oímos decir que estamos en un periodo de transición, respondemos invariablemente: La Humanidad y cada pueblo, como cada familia y cada individuo, está siempre atravesando períodos de transición; la Historia podría constar de un solo capítulo que dijera: «Exaevo anárquico-constituyente». Hay, sin embargo, ciertas épocas en que las ideas contradictorias de lo estatuido se hacen positivas; crean sentimientos e intereses, inventan fórmulas, trazan programas, y, con todo ello, dan la batalla a lo existente, y ganan la batalla. El lento mudar anterior se ha hecho visible; la gestación ha terminado en parto. Tales son las épocas revolucionarias. Los trastornos anárquicos, las luchas sangrientas, las crueldades de las mutitudes, los crímenes de los dictadores dictadores populares, son los accidentes, quizá innecesarios, de las revoluciones. Asistimos ahora a una revolución de marcadísimo carácter social-económico; lógica, indeclinable consecuencia de la revolución política de fines de siglo XVIII, complementada por todas las del siglo XIX. Quien no estuviese ciego por egoísmo o cobardía, o abúlico para mirar, tenía que prever esta revolución, como la han previsto sus teóricos informadores. ¿Será buena?... ¿Será mala?... ¿Será beneficiosa?... ¿Será justa?.. Será Llama ya a las puertas de los alcázares del Poder; solivianta a la ciudad con sus clamores; conmueve los campos con el confuso clamor de sus mesnadas en marcha... Y lo único hacedero es estudiarla, y ojalá lo sea también encauzarla y ordenada, aunando fuerzas de inteligencia y voluntad –de buena voluntad– si pretender amenguar su volumen, el conjunto de ideas que pugnan por realizarse, pacíficamente si pueden, violentamente si a ello se les fuerza; sin intentar disminuir tampoco la impulsión de su energía, más que en aquella cantidad precisa para evitar que sea devastadora. Encauzarla, sí; restarla, no; diferirla, apenas; sólo el tiempo necesario, para que, pacíficamente, ordenadamente, placenteramente, se vaya realizando, sin grandes esperas, sin irritantes e ineficaces regateos, sin corruptores acumulamientos transitorios. Encauzarla, sí. Ensombrece el espíritu, pone espanto en el ánimo menos cobarde, pensar lo que puede sobrevenir de ruina y desolación, de lágrimas amargas, de sangre culpable y de sangre inocente derramada, de tormentos de hambre, de negrura en las conciencias y desesperanza en las almas, sí, por torpeza, por egoísmo, por altivez impertinente, no se hacen cargo los gobiernos, los políticos, los escritores, los plutócratas, de que el mundo ha de transformarse rápidamente, se quiera o no se quiera por algunos, puestos que los más se lo han propuesto. No la violencia, la ley; no el odio de la lucha, añadido al odio anterior a la lucha; sino el respeto ante la suprema autoridad de los hechos y la justicia, para acomodarla a la realidad existente. La realidad nueva es como un joven viajero, fuerte y ágil, que llama a una casa grande para los que en ella viven. Si dentro no abren, el viajero echa las puertas abajo, y trastorna cuanto a su paso encuentra. Es mejor abrir de par en par las puertas, y dar al caminante un sitio en el hogar. Y si en vez de personas vivas, hay todavía algunos cadáveres sentados al fuego, enterrarlos, y poner en su lugar al joven huésped lleno de vida. ¡Qué hermoso ejemplo de serenidad de ánimo, de espíritu de justicia, de prudencia oportunísima y de delicada, de verdadera fortaleza; qué gloria sería para España resolver el problema social contemporáneo, sin que ni una vida, ni una riqueza; sin que nada de nuestra casa nacional padeciera; nada, ni la misma institución monárquica, ni el ejército en cuanto brazo armado de la nación, ni la Justicia, como poder coactivo del Estado, ni la enseñanza pública, como memoria de la civilización y fuego ciudadano en el hogar de las almas; sin que nada, en lo justo de la función y en el respeto al funcionario, sufriese menoscabo, aunque reformándose todo, con arreglo a las normas generales del nuevo vivir!... |
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Edición de José Luis Mora Badajoz 1998, páginas 238-240 |