Blas Zambrano 1874-1938 Artículos, relatos y otros escritos

Nuevos horizontes
La mujer
II. La mujer del porvenir

La Tierra de Segovia, 12 junio 1919

 

Demos de lado a conceptos pesimistas sobre el progreso real de la humanidad. Supongámoslo.

En tan favorable supuesto, ¿qué será la mujer del porvenir?

Hay que separar, primeramente, los caracteres naturales, propios de la mujer, de aquellos otros debidos a superposiciones artificiosas, a una educación viciada y a otros elementos variables.

Y lo primero que surge en el pensamiento es la idea del sexo. La mujer es el ser humano hembra.

¡Gran noticia! diréis. Pues sí, gran noticia, quizá, para muchos, que hablan de la mujer prescindiendo del «género próximo» de la definición y para otros, que se olvidan de la «última diferencia».

Los feministas exaltados apenas si se acuerdan de que la mujer es hembra. Los de la opuesta banda casi niegan que la mujer pertenezca a la humanidad.

Y no decimos que es la mujer «la hembra humana», porque esta definición pudiera inducir a considerar lo hembra como un «universal» y querer obtener, por deducción lo que a la mujer, por ser hembra, le tocaba. No creemos que a todas las hembras de la escala zoológica le correspondan notas semejantes. No hay «géneros de hembras», sino hembras de los géneros.

Sentado esto, creemos que debe procederse en la cuestión con método deductivo. El inductivo, con procedimientos experimentales, es un gran método, el único, a veces, y en tanto que sus conclusiones no se salgan de la esfera empírica.

Mas ¿cómo resolver con ese método la cuestión feminista? El feminismo es asunto de moral y de derecho, de política y de economía. ¿Qué nos puede decir la psico-física de definitivo en la cuestión? Esta ciencia no puede ahondar en la naturaleza del espíritu humano, por escaparse al cuantum lo cualitativo de nuestra vida anímica –nuestro quid divino es inmensurable. Y aunque los experimentos de psicología nos descubriesen equis diferencias y zeda semejanzas entre el hombre y la mujer ¿no podrían unas, u otras ser debidas a influjos de la educación y de la herencia sexual?

* * *

No creemos aventurado decir, comenzando nuestras deducciones que si la mujer es hombre, ha de tener el carácter fundamental y privativo de la especie, la racionalidad, y ha de serle aplicable todo el contenido de dicha idea.

Y si la mujer es hembra, se infiere lógicamenmte que a función tan primordial y compleja como la feminidad, han de corresponder importantes diferencias psíquicas, aunque no podamos establecerlas claramente.

La primera objeción que siempre se nos ha ocurrido para contradecir a un exaltado feminista es la siguiente perogrullada: «Fíjate bien ¡oh amado Teótimo! en que la mujer... es mujer, y no hombre» ¡Hermosas perogrulladas! Vosotras revelais, si en los oyentes hay clara visión intelectual, las entrañas de las cosas.

Y, en efecto, la mujer posee mayor belleza física que el hombre y es más sensible. La primera cualidad corresponde a los preliminares de la función maternal, el atractivo al varón; la segunda, a la maternidad misma, los cuidados del hijo. La mujer es también más débil. No conviene que exponga en luchas cruentas su vida, que es exponer la de la prole.

Pues de estos caracteres se deduce que la mujer ha de ser naturalmente propensa a la sumisión, se deduce la domesticidad de su vida, se deduce, como es ley general, la monoandria.

Pero, ser racional, su sumisión no debe asemejarse a la del perro; ni llegar hasta la ultratumba su monoandrismo, ni la domesticidad apurarse tanto que haya de ocuparse en los asuntos domésticos veinticuatro horas largas cada día.

La inmolación de la esposa en la tumba, aún abierta, del marido, la reclusión del gineceo griego, el no salir apenas a la calle las mujeres musulmanas y andaluzas, son las exageraciones de las consecuencias prácticas que, como derivadas de la naturaleza femenina, hemos acabado de señalar.

* * *

La racionalidad de la mujer pide las mismas condiciones de ejercicio que pide la del hombre. No creemos que haya dos clases de racionalidades ni sabemos de nadie que lo crea.

Así, pues, la libertad, la dignidad personal, el cultivo de la inteligencia, los derechos y deberes del hombre como ser racional, corresponden plenamente a la mujer.

Y en cuanto a la dirección de sus facultades, que la ley biológica y social de la división del trabajo le señala, parece excusado marcarla. Así como el mayor atractivo de la mujer para el hombre del porvenir será, con la belleza física, la salud, el desarrollo intelectual, un gran corazón sensible y la cultura, y los elementos repulsivos, el lujo, la coquetería, la insensibilidad, la ignorancia, así la ilustración de la mujer aparte la fundamental, habrá de consistir en la higiene y la economía doméstica, en teoría y prácticas de educación, en nociones de arte, en todo cuanto pueda referirse al cuidado de la familia y del hogar; y sus ejercicios físicos, aquellos que, dándole salud, no le quiten belleza, su belleza, la belleza femenina, ya que la mujer por si lo habéis olvidado, es la hembra del hombre.

Y el ser más bello del Universo para satisfacción de Dios, para alegría del niño, para embeleso del anciano, para asombro del artista, para transfiguración de amor en el impúber; para encanto del hombre viril, que sería tan mísero si la mujer se le igualase en todo, como lo es el que en todo la quiere imitar.

Ese es el feminismo que concebimos; Feminofilismo, siempre. Feminismo, bien, discutiendo extensión y pormenores. Marimachismo, ¡jamás!

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  Edición de José Luis Mora
Badajoz 1998, páginas 246-248