Blas Zambrano 1874-1938 Artículos, relatos y otros escritos

Nuevos Horizontes
Contra el sistema de quietud
La Tierra de Segovia, 9 agosto 1919

Aparece también en Nuevos Horizontes con el título de La moral conservadora

 

No sabemos si el descontento de la realidad engendra el ideal de lo futuro, o si es la causa de aquel la comparación entre lo ideal y lo real.

Sí declararé mis simpatías por la hipótesis segunda, que presupone más espiritualidad en el hombre, mayor eficiencia en sus facultades nativas.

Pero el hecho es que la humanidad no se habría arrancado de la caverna prehistórica, donde convivía con el oso y disputaba al león su alimento, si siempre le hubiese parecido todo bien; si el espíritu conservador, quietista, enemigo de novedades, hubiese imperado en todos los cerebros.

En este sentido, es conservador todo hombre o colectividad que ha triunfado; llevando ya, por consiguiente, el triunfo, el germen de esa gran inmoralidad esencial que consiste en contrariar la naturaleza del hombre en la más elevada de sus tendencias, el ansia de «lo mejor», y, llevando también, como secuela de ese principio, como raicillas nacidas de esa raíz, la desigualdad, el exclusivismo, la parcialidad en pro de lo existente y en contra de lo que pretenda derrocarlo, la inmoralidad, en fin, corriente y moliente a todo ruedo.

Pero refiriéndonos a los conservadores históricos, a los partidos políticos propia y genuinamente conservadores, como el tory inglés y como las clases conservadoras españolas –que no son un partido, pero que influyen en todos los partidos gobernantes– podemos decir que el espíritu conservador se ha espesado en ellos hasta petrificarse, según lo prueba la enorme resistencia de aquel partido contra las reformas tributarias de Llody George, y la resistencia de roca, propia del egoísmo más bajo, combinado con la incomprensión más fanática, con que los españoles adinerados acogen ideas y doctrinas, ya sobre la propiedad territorial, ya sobre los deberes de los ricos para con los pobres, que se hallan expresadas en los escritos de los primeros padres de la Iglesia, en los Hechos de los Apóstoles, en el Evangelio de Cristo, en las leyes de Esparta, Atenas y Roma, y, posteriormente en hombres tan católicos y tan eximios en ciencia y virtud como Fray Alonso de Castrillo, Luis Vives, Martínez Marina, Fray Domingo de Soto, el Padre Mariana, fray Pedro de Valencia y tantos y tantos más.

Decirle aquí a un terrateniente que no tiene derecho a dejar improductivas sus tierras, ni a exprimir brutalmente a sus colonos, cediéndoles sólo lo estrictamente indispensable para que no mueran de hambre –y esto no llega a lo que insignes padres de la Iglesia y los ilustres varones citados han dicho– es, según las figuraciones de su obtuso cerebro y de su corazón embotado, hablar el lenguaje del Infierno.

Y es que el espíritu conservador, en esos partidos y en las fuerzas sociales que son su núcleo, se caracteriza por el cariño a lo existente y el miedo –un miedo pánico– a lo nuevo.

Esta característica sentimental es casi la única. Lo conservador está en el corazón. Más que un credo declarado, es una fe en bloque; más que crítica de posibilidades, es rotunda negación a ceder el paso a la realidad que se avecina; no destruye los gérmenes de lo inminente con el conjuro de la razón; se limita a cerrar los ojos, para no ver los resplandores del sol nuevo. ¿No es una verdad incuestionable que los partidos conservadores se caracterizan por su pobreza ideológica?

Claro es, que los entendimientos privilegiados que toman esa posición, la justifican con razones más o menos especiosas y combaten lo anticonservador con crítica más o menos feliz. Pero esto viene después. Lo primero es un movimiento de la sensibilidad, del instinto de conservar los bienes, títulos y derechos heredados o adquiridos.

* * *

Parece que la idea del «mantenimiento del orden» es una cosa esencialmente conservadora. Pero no es así. El orden es condición necesaria a la existencia de toda constitución social y política desde el despotismo más absoluto, al más acabado comunismo ácrata.

Y en este sentido, todo gobierno y toda clase directora es conservador. ¿No lo es, acaso, el bolcheviquismo en Rusia? Fusilan los bolcheviques igual que los autócratas, solo que en cantidades mucho mayores, en cuanto el orden se altera contra ellos y contra el estado político-social que allí han impuesto.

Pero en el revolucionario que acaba de triunfar, aún bullen ideas de reformas, ansias de mayores avances, perfilamientos de lo establecido; mientras que el verdadero conservador quisiera prolongar la vida de lo existente por los siglos de los siglos.

La moral conservadora, o de lo conservador, la que se desprende con lógica incontrovertible de las ideas que pretenden mantener, contra la corriente natural de los hechos, un estado político y social como inmutable, es perfectamente inmoral. ¿Qué mayor inmoralidad que ir contra la naturaleza del hombre y contra las leyes de la vida universal? ¿Qué mayor violencia injusta que pretender paralizar el lógico desenvolvimiento de principios ciertos y suprimir las consecuencias de los hechos, erigiéndose sin ninguna razón y contra toda ley, en una Providencia, que sería ridícula si no estuviera henchida de soberbia sacrílega?

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  Edición de José Luis Mora
Badajoz 1998, páginas 263-265