Filosofía en español 
Filosofía en español

[ Juan José Bueno ]

Apuntes biográficos del Reverendo Padre Maestro Fray Fernando de Cevallos

(Fernando de Cevallos, La Sidonia Bética, Sevilla 1864, páginas v-xxxv.)


Si la Religión jeronimiana en España no ha tenido abundancia de escritores, los Anales literarios recuerdan con la estima y respeto debidos los nombres de Fray Fernando Talavera, Fray Pedro de Alcalá, Fray Francisco de Torres, Fray Hermenegildo de San Pablo, Fray Diego de Yepes, y sobre todo de Fray José de Sigüenza, docto, elegante y castizo historiador de su orden, digno de uno de los puestos más elevados entre nuestros clásicos. Después de este insigne varón, cuyas virtudes y sabiduría no lo libraron de las persecuciones del Tribunal apellidado Santo, sigue acaso en mérito literario y general nombradía el célebre filósofo del siglo décimo octavo, el enemigo acérrimo del jansenismo, adornado de varios y profundos conocimientos, el reverendo padre maestro Fray Fernando de Cevallos, infatigable defensor de los principios católicos, martillo de los incrédulos, y azote de los propagadores de falsas doctrinas.

Nació este ilustre y venerable sacerdote en Espera, villa de la provincia de Cádiz, distante 14 leguas de la capital, en 9 de Setiembre de 1732, y en el mismo día fue bautizado en la Iglesia de Sta. María de Gracia, por el Cura más antiguo y beneficiado D. Francisco Javier Ferrete y González, siendo su padrino Fernando Pérez de Mier, el que, a juzgar por sus apellidos, debía de ser deudo del privilegiado infante. Consta así de la copia autorizada de su partida bautismal, que tiene a la vista quien estos borrones escribe. Sus padres Manuel e Ignacia Pérez de Mier, pertenecían a familias honradas de humilde clase, y contrajeron matrimonio en 25 de Marzo de 1713 en la villa y parroquia citadas. Ignórase quién intercaló una D mayúscula, muy estrecha, de novísimas tinta y mano que revela la falta de previsión y la torpeza del suplantador, el cual sin duda creía que necesitaba ese tratamiento el distinguido anticuario, siempre respetable por su ciencia y sus virtudes, importando nada la condición de sus padres. El sencillo o preocupado autor de aquella inocente o pueril adición, olvidó, como apunta el ilustrado párroco D. Gabriel María Domínguez, que firma la copia de la partida, en el oficio adjunto a la misma, que personas muy humildes fueron por su virtud y saber notabilísimas y que sus nombres se cuentan en el catálogo de los romanos pontífices, reyes y emperadores; como si hubiese recordado las hermosas frases que Cervantes pone en boca de D. Quijote, cuando daba consejos a su escudero, antes que fuese a gobernar la ínsula: «Haz gala, Sancho, de la humildad de tu linaje y no te desprecies de decir que vienes de labradores, porque viendo que no te corres, ninguno se pondrá a correrte, y préciate más de ser humilde virtuoso, que pecador soberbio. Innumerables son aquellos que de baja estirpe nacidos, han subido a la suma dignidad pontificia e imperatoria, y desta verdad te pudiera traer tantos ejemplos, que te cansaran.»

Muy niño aun cuidaron sus padres de darle la primera enseñanza, y en breve adelantó a los demás alumnos, distinguiéndose en la forma singular de su letra, y manifestando en la aurora de su entendimiento aplicación e ingenio. Era el párvulo tan aficionado al estudio y daba a conocer desde su tierna edad tanta circunspección, que nunca se entregó a los pasatiempos propios de sus años. Cuando sus condiscípulos se entretenían en ellos, Fernando se apartaba de su lado y buscaba lugares donde no le interrumpiesen.

Conociendo su excelente disposición, trasladáronle sus padres a Sevilla, para que siguiese su carrera literaria, y lo pusieron al cuidado de su hermano mayor D. Manuel, beneficiado de la parroquia de Sta. Ana. Cursaba en el Colegio de Sto. Tomás gramática latina, cuando un funesto accidente vino o infundir serios temores de su pérdida. Un día al salir del aula hubo de suscitarse entre los estudiantes deshecha riña en que menudeaban los golpes, valiéndose los luchadores como de armas ofensivas de los libros que según costumbre llevaban, atados con correas. No salió indemne nuestro escolar de la contienda; antes recibió numerosas contusiones, entre ellas una recísima en la espalda, que le ocasionó grave daño. Sufriólo con rara firmeza, y cuando apareció la gangrena, supieron el caso sus hermanos, quienes acudieron al auxilio de los más hábiles facultativos. En vano emplearon estos los medios adecuados para cortar el mal; había progresado tanto que por la úlcera se veían las entrañas del paciente y desesperaron de su cura, creyendo que duraría brevísimo tiempo su vida. Cuenta el religioso que extendió su partida de defunción en el libro del monasterio, de donde tomamos gran parte de estas noticias, que su hermano, viéndolo ya desahuciado de los médicos y puesta en Dios su última esperanza, tomó un cántaro y se dirigió al pozo que se encuentra en las cárceles donde, según la tradición, estuvieron encerradas las Santas Vírgenes Justa y Rufina, y que aun hoy se veneran en el suprimido convento de PP. Trinitarios; llenólo de agua y volvió a su casa, aplicando en seguida un paño empapado en aquel líquido a la horrorosa llaga del niño, ya agonizante. Sobrevínole un profundo sueño, y sanó con solo este medicamento usado con la fe más íntima. «No es, añade aquel, relación de mujeres crédulas; al mismo P. Cevallos se lo oí yo, refiriendo los motivos de su devoción a las Santas Justa y Rufina. Del hecho se tomó información y juraron los cirujanos y médicos las circunstancias de su enfermedad y su curación milagrosa.»

Salvo de la mortal dolencia, continuó sus estudios de Artes y Teología, ciencia esta última en que se aventajó tanto que según el testimonio de un veraz contemporáneo, a poco era uno de los más notables teólogos. Ciertos sus padres de que había nacido para el estudio de las letras, procuraron darle toda la instrucción posible, y cursó en la Universidad Literaria de Sevilla Derecho Civil y Canónico. Deseaban que hubiese seguido la carrera del foro; pero siempre le mostró invencible repugnancia, viendo en ella lo abusivo y malo, y no granjeándole su afición lo noble y generoso de su ejercicio. Tenía tan prodigiosa memoria que en unión de un condiscípulo se propuso aprender de coro la obra que les servía de texto para el estudio del Derecho Canónico, empresa que acabó sin gran fatiga, no teniendo igual suerte su compañero. A los veinte y dos años de edad era Doctor en Teología, Jurisprudencia y Cánones.

Llamábale el estado eclesiástico, y a título de unas capellanías que le nombró el Cardenal Solís tomó las órdenes de menores. Por fallecimiento del Dr. D. Alfonso Tejedor, quedó vacante la Canonjía Magistral de la Metropolitana de Sevilla, y se convocó a concurso en 1755, para proveerla según derecho. Uno de los once opositores que firmaron fue Cevallos: y aunque sus ejercicios merecieron la aprobación del Cabildo y el aplauso de los doctos, otro se llevó la palma, el Dr. Don Marcelino Félix Doye, natural de Sevilla, en 14 de Marzo. Al saber los demás opositores que era aspirante Don Fernando, desconfiaron de la justicia, procurando ganarse la gracia de los jueces, temerosos del merecido ascendiente que la fama del saber de su contrincante había de tener en su ánimo. Algo debió de alcanzar de estos manejos el sabio opositor; asegurósele que antes del certamen estaba conferida la prebenda, y diólo así a entender en su argumentación, y más en sus posteriores hechos; por que saliendo del teatro, donde había lucido sus peregrinas dotes, en vez de ir a su casa a esperar el resultado, dirigióse más bien que a impulsos de un doloroso desengaño, movido de sobrenatural llamamiento al Monasterio de San Isidro del Campo, para solicitar que le diesen el hábito. Era este el género de vida que cuadraba a su carácter taciturno y circunspecto, a su pasión por el estudio, el recogimiento y el retiro, a la afición de contemplar a la naturaleza en el campo, libre del ruido y del tráfago del mundo, y a su genial modestia y compostura. Logró su deseo; y siendo prior el P. Fr. Juan de S. Lorenzo, cuya benevolencia era extremadísima, fue recibido por la comunidad en 27 de Marzo de 1758. Puso en manos de su superior los documentos que acreditaban sus títulos y grados literarios, manifestando así que se desapegaba de las vanidades mundanas, para entregarse de todo en todo a la práctica de los deberes monásticos. Durante el año de noviciado fue modelo de virtudes, y no desaprovechaba ocasión en que mostrar su ardiente deseo de perfeccionarse en las cualidades propias de un religioso. Amábalo más de día en día el Prior a medida que iba conociendo sus raras prendas. ¡Amistad ternísima que duró hasta el sepulcro, en cuyos bordes lo despidió el Dr. Cevallos, su espiritual auxiliante!

Profesó; y cumpliendo las constituciones de la Orden, le mandaron a Salamanca, no a estudiar, sino a residir allí, para obtener las preeminencias correspondientes; que mal podía aprender quien desde que pisó los umbrales del Colegio fue el maestro de los maestros, los cuales se consideraban inferiores al alumno. Así es que indicaron al General, la conveniencia de que permaneciese allí con la categoría de Maestro, excusando la oposición, supuesto que nadie podía disputarle semejante honra. Movido de tales instancias el Reverendísimo Fr. Juan, a la sazón general de la orden, escribióle, permitiendo que se quedase de maestro en el Colegio; pero le contestó que en su Monasterio escaseaban los predicadores, y había cercano un pueblo entero a quien asistir espiritualmente, añadiendo otras razones modestísimas que convencieron al superior de que no debía resistirse a su intento.

Ya colegial, diéronle celda aparte del noviciado. Se ocupaba constantemente en escribir. El primer fruto de su laboriosa pluma fue la obra intitulada: «Paráfrasis de los salmos en tres sentidos, Moral, Místico y Literal», que no ha parecido entre los numerosos manuscritos pertenecientes a escritor tan estimable, que por suerte han venido a poder de mi querido compañero, catedrático de árabe en la universidad Literaria de esta Ciudad y fecundo y florido escritor; el Sr. D. León Carbonero y Sol, que con loable desprendimiento y celo de la buena memoria del P. Cevallos ha presentado a la Comisión Arqueológica la obra que en seguida se imprime.

Contínuo era el afán con que el venerable monje se daba al estudio, frecuente su predicación, innumerables las consultas de todo linaje a que contestaba, y diaria la correspondencia que seguía con gentes de varias clases de estudio, deseosas de saber su dictamen en materias arduas o de guiarse por su consejo en los casos difíciles.

Aunque las constituciones de la Orden mandaban que tuviesen veinte años de hábito los que hubiesen de ser elegidos Priores, el P. Cevallos obtuvo este nombramiento a los diez, por los oficios del referido Fr. Juan de San Lorenzo, «fenómeno, dice su biógrafo, que jamás se había visto ni se ha repetido en esta Comunidad.» Cómo cumplió los deberes propios de su honroso cargo, dícenlo las obras que llevó a cabo en el Monasterio, conciliando las mejoras con la economía, y dando así clara muestra del acierto de su elección. Construyó oficinas costosas y utilísimas, decoró la iglesia, compró ricos ornamentos y alhajas para el culto, e hizo el aljibe, para evitar la molestia ocasionada a graves males, que padecía la Comunidad, la cual antes bebía el agua del río Guadalquivir, que pasaba entonces junto al Garrotal, conservándola en tinajas, a riesgo de que se corrompiese, después de cuantiosas expensas para acopiarla; proporcionando al mismo tiempo líquido saludable que templase el ardor y extinguiese la sed de infinitos trajinantes y viajeros que acudían a beber al Monasterio, «mesón, según el gracioso dicho del monje ya citado, donde se comía y no se pagaba.» Emprendió importantes obras en el edificio, algunas de las cuales dan todavía testimonio de su celo y de su buen gusto, no sin vencer los numerosos obstáculos que suelen contrariar la ejecución de las grandes empresas, y sobreponiéndose a los sinsabores que siempre granjea el mando a quienes lo ejercen.

Era grande, sin embargo, su espíritu, y no detenían sus generosos impulsos rivalidades y envidias que acaso hubieran atajado los pasos de otro sujeto menos firme. ¡Pasiones miserables que suelen en todos tiempos y lugares tomar incremento, aun en los asilos de la virtud, de donde parece que debían estar desterradas!

Hermanaba con la dirección de aquellas obras infatigable constancia en el desempeño de las virtudes monásticas, y en procurar el bien de sus hermanos. Asistía al coro día y noche, entregábase sin descanso al estudio, y procuraba que no empañase la relajación más mínima el esplendor de su orden. Era en esto rigurosísimo.

Transcurrido el trienio, nombráronlo en el capítulo general siguiente Prior del Colegio de Ávila, donde principió a escribir su conocida obra La falsa Filosofía crimen de Estado, y obtenidas las licencias para imprimirla, marchó a la corte, donde empezó a comunicar con el Conde de Campomanes, fiscal entonces del Consejo, deseoso de aligerar el logro de su propósito. Examinó el libro el sabio jurisconsulto y magistrado, quien se prendó tanto de la originalidad de su plan y de la manera de desempeñarlo, que hubo de manifestar a varios amigos el gusto con que había leído la obra, y el que tendría en que su autor se la dedicase. Llegó este a entenderlo y satisfizo el deseo de Campomanes con tanta mas honra para el célebre fiscal cuanto que el P. Cevallos había elegido para su Mecenas al mismo rey Carlos 3.º Por indicación de aquel repúblico, acogida favorablemente por el autor, escribió este un Aparato a dicha obra, que forma la materia del tomo 1.º y algunas disertaciones sobre la necesidad de nuestra religión, asunto de los dos siguientes. En el 4.º comienza la polémica con los falsos filósofos; contenía una impugnación del libro De los delitos y de las penas. Apasionado de su lectura era Campomanes, y esta circunstancia le desagradó hasta el punto de que se detuvo la impresión de la obra. Estampóse al fin; y siguiéronle el quinto y el sexto, que vieron la luz pública a duras penas. Preparado el séptimo para darlo a la imprenta y aprobado por la censura, no pudo sin embargo verificarse, porque al decir de los amigos del P. Cevallos y de algunos de sus contemporáneos, que frecuentaban su trato, se suscitó contra él una deshecha borrasca promovida por Voltaire y los filósofos de su escuela, mal hallados con que se sacudiesen golpes tan terribles contra las doctrinas que sustentaban, y que tenían aquende los Pirineos prosélitos y favorecedores aun de elevada jerarquía. Era el P. Cevallos, y lo mostró en todas las épocas y sucesos de su vida, de un carácter firmísimo y valeroso, y ni se intimidaba ni cedía fácilmente de sus propósitos. Permaneció en la corte un año, donde escribió la obra intitulada: Observaciones sobre la Reforma eclesiástica hecha en Europa, para que sirva de advertencia a la que se trata en España. Solicitó que continuase la impresión de la Falsa filosofía durante aquel espacio de tiempo, trató de remover obstáculos, de conciliar opuestos pareceres; instó hábilmente para conseguir su designio, y como último recurso avistóse con el monarca, quien le recibió benigno, mostrándose, al parecer, convencido de la justicia con que el escritor solicitaba la rotura de los lazos que impedían dar cima a su extensa obra. Pero todo fue en vano. El P. Cevallos tuvo que retirarse de Madrid y volvió a su Monasterio, obedeciendo al mandato del gobierno, extensivo a que no continuase escribiendo de la manera que lo había hecho.

Convirtió entonces su atención a las melancólicas y próximas Ruinas de la antigua Sancios, que visitaba frecuentemente, allegó noticias, estudiando con atención cuantas obras y documentos podían dar cuenta de las vicisitudes de la famosa Colonia, y escribió la Historia de Itálica, sus principios, medios y fines. De esta obra se conserva una buena copia en la Biblioteca Colombina hecha por D. Francisco de Paula Dherbe, en dos tomos en cuarto. He aquí cómo refiere el copista la adquisición del original y la causa de trasladarlo.

«Una rara casualidad hizo llegar a mis manos el presente manuscrito. Ya había algún tiempo que tenía noticia de que se hallaba en poder de un religioso del Monasterio de S. Isidro, que se había ausentado de él cuando la extinción de los Monacales en la época del gobierno constitucional; y a pesar de las eficaces diligencias que practiqué entonces para adquirirlo, no pude lograrlo hasta el presente año. Mi gran afición a esta clase de escritos hizo que emprendiese el copiarlo sin embargo de las muchas ocupaciones que me rodeaban y de lo dilatado de su contenido; pero aun enmedio de mis continuas tareas y trabajando con constancia en los ratos que debía destinar para descanso o recreo, logré concluirlo en menos tiempo del que pensaba haberlo verificado.

Protesto que nada he alterado en lo sustancial de esta obrita, copiándola con la posible exactitud a excepción de alguna otra palabra que claramente se conocía estar equivocada por el que la escribió, o que formaba mal sentido en el caso de la narración; y que a pesar de que las inscripciones romanas que se citan en ella no acompañaban al original que se me franqueó, he puesto al fin algunas de las que conservo en mi poder copiadas por las originales (que ya no existen en el Monasterio de San Isidro del Campo, como se dirá en cada una) para que se juzgue de lo que alega el autor en las que señala como pruebas de su opinión.

Por último la particularidad de ser la única historia que hasta el presente se haya escrito de la antigua Itálica y el deseo de que se propaguen estas noticias, y que no se logren con el fin de oscurecerlas los que juzguen que su mérito consiste en hacerla rara, me ha movido también a copiarla, contribuyendo de este modo por mi parte a la aclaración de algunas dudas que pudiera haber sobre los diferentes puntos de que en ella se trata.»

El P. Cevallos pretendía buscar alivio a las amarguras que obras de distinto género le habían causado entregándose a disquisiciones históricas y al estudio de las antigüedades, de que fue tan benemérito. Pero oigámoslo en la introducción de esta obra inédita:

«Como hubiese yo leído muchas cosas grandiosas de la antigua y soberbia Itálica, me sentí movido a venir a verla; porque en las relaciones de la historia y en las descripciones de los lugares va tanto de lo verdadero a lo falso como de los oídos a los ojos.

Llegué al pequeño collado, que hoy llaman Sevilla la vieja, sito a las orillas del Guadalquivir hacia el Poniente, y después que rodeé su antiguo y grueso muro siguiendo algunas veces sus vestigios a tientas, me senté sobre las ruinas que más sobresalen, y son las de su célebre Anfiteatro. Había ya observado su planta en Justo Lipsio y su alzado y perspectiva en cuadros antiguos (que se conservaban en el Monasterio de San Isidro.) La vista de aquellos destrozos despertaba en mí la memoria de los horribles espectáculos que en algunos siglos se gozarían en el circo de su arena. Allí me parecía que estaba oyendo el clamor de un vasto pueblo asentado por aquellas gradas, que aun duran a la redonda; y que veía a la nobleza más augusta del mundo, a los caballeros romanos, a los venerables magistrados llenando todos el Podio, que hoy está casi al nivel del campo arado, se me representaba aquella ambición por lucir y sobresalir con que cada dama y cada caballero entraba por aquel circo, y lo mostraba en la brillante pompa y en el séquito de muchos esclavos. Como si lo viera así me figuraba por una parte la bárbara ferocidad de los gladiatores corriendo con desesperada alegría a matarse recíprocamente, por otra: la ciega tenacidad de los Andábatas cayendo unos contra otros sin verse: acá los miembros humanos, chorreando sangre caliente en las bocas de los leones que salían hambrientos de la cavea; y allá por todos lados un pueblo sabio embriagado en el placer de ver la ruina de los humanos. Esto me hacía dar, sin repararlo, con la mano en la frente, y me decía: cesado ha aquel espíritu que henchía de emulación, de gloria y de inquietud este silencioso lugar. ¡Vé aquí el fin de las antiguas y soberbias ciudades! ¡Vé aquí la cuna y sepultura de las casas augustas que por mucho tiempo mandaron al universo! ¡Vé aquí el silencio con que estas ruinas predican la vanidad de las cosas humanas y demuestran que es un loco error el grito de la fama que llena los oídos de los hombres y los saca de sí: vanidad de vanidades son todas las solicitudes, industrias, delicias y fábricas porque se anhelan los mortales debajo del sol! Me cogió en esta reflexión el fin de la tarde, y las aves nocturnas que salían de entre las roturas del edificio y comenzaban a llorar a coros sobre aquellos derrocados muros, me hicieron sentir más el peso de mis reflexiones.»

Segunda vez eligiéronlo Prior del Monasterio de San Isidro del Campo, después Visitador general de Castilla y por último se le confirieron los honores de Ex-general de su orden.

Dícese que Voltaire recibía por la posta los libros que daba a luz el P. Cevallos, de quien sin embargo nunca habló indecorosamente en público, respetándolo como a su más erudito y formidable impugnador. Cuando murió aquel Príncipe de los filósofos franceses escribió el P. Cevallos su vida en solo un verano, tarea para la cual tuvo que analizar los 52 tomos de que constaban sus obras, manifestando sus errores dogmáticos, morales, históricos, políticos, sociales y poéticos. El juicio final de Voltaire es una de las obras más originales y eruditas que el lector puede imaginarse. Son jueces Luciano, Sócrates, Epicuro, Virgilio y Lucrecio, y lo condenan después de haber mostrado que gran parte de las ideas del filósofo de Chatenay, lejos de ser originales, habían aparecido muchos siglos hacía, siendo victoriosamente impugnadas.

Decía el elocuente e incansable misionero Fray Diego José de Cádiz: «es preciso confesar que en el P. Cevallos alentaba un espíritu superior que dirigía todas sus operaciones:» Por indicación del mismo célebre capuchino fue dos veces a Lisboa, una en 1800, por ver si conseguía imprimir en el vecino reino todas sus obras. Al principio mostrósele propicio el Gobierno; dio a la estampa la Falsa filosofía hasta el tomo 7.º, es decir, uno más de los publicados en España; pero el Consejo se opuso a que la obra continuase y hubo de producirle sinsabores tan crueles la impresión en aquella Capital del Discurso apologético por la devoción del corazón de Jesús, hecha en la oficina de Antonio Rodríguez Gallardo, e introducida en España, lo cual dio motivo a que el Gobierno ordenase al Regente de la Audiencia de Sevilla que la recogiese a mano real, e hiciese información sobre el caso, que postraron su ánimo, produciéndole tan profunda melancolía, que desde entonces, pudo presagiarse seguramente su fin próximo. Conociólo el P. Cevallos y se dispuso de un modo edificante a recibir el último golpe. Confesó con el P. Fray Juan de Oliva, entonces prelado del Monasterio de San Isidro del Campo y religioso de eminente virtud; recibió los santos sacramentos inundado en lágrimas y afectos fervorosísimos que conmovieron a sus hermanos, leyósele a ruego suyo una y otra vez la pasión de Ntro. Señor Jesucristo según el Evangelista San Juan, que el moribundo meditaba tierna y devotamente, hizo los actos de fe, esperanza y caridad, pidiendo a Dios perdón de sus culpas, y despidiéndose de los que rodeaban su lecho, al fin rindió al Criador su alma, blanda y sosegadamente, el 1.º de Marzo de 1802 a las 9 y cuarto de la noche y a los 72 años de edad, dejando en todos respetuosos recuerdos, honda amargura por el sentimiento de su pérdida, y la convicción de que le había recibido el Señor en el seno de los justos.

Antes de morir encargó al Prelado que su numerosa y escogida librería se llevase a la Biblioteca de la comunidad, construida, así como sus estantes, por su cuidado; y se cumplió su voluntad, sin embargo de la disposición de que el ajuar de los monjes difuntos se repartiese entre los demás, señalando el Prelado las misas que habían de aplicarse por su descanso eterno.

Era el P. Cevallos, según la descripción que nos ha dejado uno de los monjes de San Isidro, de pequeña estatura, como lo acreditó a nuestros ojos la vista de su esqueleto, frente espaciosa, los ojos vivos y graciosos, nariz larga y algo corva, boca grande pero bien hecha, enjuto de carnes, cerrado de barba y de color muy claro. Su continente era modesto y majestuoso, su vista recatada, su silencio tal que nunca lo rompía sino cuando le preguntaban; ordinariamente colocaba sus manos debajo del escapulario y ponía respeto al par que ganaba el ánimo con su humildad y benevolencia. Para decir misa diariamente se preparaba con mucha detención; después de celebrar el Santo Sacrificio daba gracias durante largo tiempo. Todos sus hermanos estaban seguros de que a sus demás virtudes acompañaba la de la penitencia, nadie sin embargo lo vio en su ejercicio. Decía que de las maceraciones solo debía ser sabedor el que había de premiarlas. Leer, escribir, orar fue el continuo empleo de su vida. Muchas veces oyéronle decir: «Dios ante todo: después de Dios mis libros.»

Valíase para escribir de amanuenses: y estos aseguraban que dictando parecía otro hombre. Entusiasmábase, pronunciaba las palabras con énfasis enérgico, como animadas por un fuego celestial que encendía el corazón de los escribientes, siempre clavados los ojos en el crucifijo que tenía sobre la mesa.

Además de las obras ya mencionadas escribió:

Respuesta a la censura que dieron contra La falsa filosofía.

Análisis del libro intitulado Delitos y Penas.

La insania.

Noche de la Incredulidad.

Ascanio. Discurso de un filósofo vuelto a su corazón.

Discurso de un teólogo a los filósofos irreligiosos.

El filósofo, o análisis de la educación de J. J. Rousseau.

Causas de la desigualdad entre los hombres.

De restituenda religione in partibus infidelium. 2 tomos en 4.º impresa en Amsterdam.

Traducción de los tres tomos primeros del tratado de la opinión por el Marques de Saint-Hubin.

Crisis sobre la enajenación de bienes eclesiásticos.

Reforma eclesiástica 1.ªy 2.ª parte. Diólo a luz en Madrid (1812) Fray Andrés Villagelin, del orden de San Francisco. Consta que la obra fue escrita en 1766 y dirigida al Ilmo. Sr. Fray Joaquín de Osma, confesor de S. M. para evitar en la mayor parte la Reforma proyectada en el Consejo extraordinario.

Examen físico del nitro y otras misceláneas.

Plan de estudios para las Universidades.

Discurso sobre el Maná que cayó en Cumbres Mayores y otros pueblos de esta Serranía en 6 de Diciembre de 1764. Escribiólo hallándose de tránsito en aquella villa. Impreso por D. Gerónimo de Castilla en 1765.

Impugnación del libro intitulado: Año de 2240.

El Deísmo Estático.

Discurso sobre enterramientos en las Iglesias.

Refutación al Juicio Imparcial sobre el Monitorio de Parma del Sr. Campomanes; obra voluminosa en que revela gran ciencia y erudición canónica.

Defensa de la Falsa filosofía crimen de Estado, con motivo de haberse opuesto el Consejo de Portugal a que continuase la impresión de esta obra.

La que se publica a continuación.

El Sr. Carbonero y Sol ha impreso, El juicio final de Voltaire, la 2.ª parte de la Reforma eclesiástica y dos Discursos sobre la Reforma de las Universidades y sobre el enterramiento en las Iglesias. Y porción de papeles sueltos, y sermones, de los cuales se imprimieron uno predicado en Bornos el 26 de Diciembre de 1761 con motivo del Patronato de Ntra. Señora, Sevilla, por D. Gerónimo de Castilla, 1762; y el otro en desagravio de las sagradas imágenes de Jesucristo crucificado, predicado en Madrid a la Real Esclavitud del Cristo de las Injurias de San Millan el 8 de Julio de 1770, Sevilla: Imprenta Mayor, 1771, e infinito número de respuestas a consultas de todo género.

El mismo Sr. Carbonero y Sol regaló a la Santidad de Pío IX la obra De restituenda religione in partibus infidelium, que el Romano Pontífice acogió con sumo aprecio.

Propio sería de estos apuntes hacer un breve análisis de tantos escritos y de materias tan diversas; pero ni el autor los ha examinado todos, ni se considera competente para emitir su juicio acerca de ciertas obras cuyos asuntos desconoce. Las que ha hojeado ligeramente revelan que el P. Cevallos, con cuyas opiniones no siempre está conforme, era un escritor fácil, fecundo, erudito, instruido en lenguas muertas, correcto y castizo. En su estilo campean la claridad y la llaneza, salpicaba sus obras de sarcasmos decorosos y sabía elevarse a veces a lo sublime. Su dialéctica era sutil e ingeniosa.

El cadáver del P. Cevallos, fue sepultado en el claustro cercano a la puerta de la iglesia, y en la losa de su sepulcro se grabó el epitafio copiado en el acta de la exhumación de sus restos que más adelante se inserta.

Después de medio siglo las vicisitudes de los tiempos han convertido el antiguo monasterio de San Isidro del Campo, fundación de los ilustres y valerosos Guzmanes, depósito de preciosas obras artísticas, algunas lastimosamente maltratadas, sepulcro del Abraham español y de su esposa, digna corona de los Coroneles, en casa-galera de mujeres; y no parecía decoroso que los restos de escritor y anticuario tan estimable permanecieran en aquel sitio. Por su instituto cumplía a la Diputación Arqueológica cuidar de su traslación a lugar más digno; y excitada en la Sesión de 18 de Diciembre de 1862 por su laborioso secretario D. Antonio Ariza, acordó unánimemente llevar a cabo tan loable empresa. Solicitó y obtuvo la ayuda de la Excma. Diputación Provincial, del Excmo. Ayuntamiento, y de otras beneméritas corporaciones y el permiso de las autoridades civil y eclesiástica; y vio al fin cumplido su deseo, verificándose la exhumación con la solemnidad y pormenores que constan de la siguiente:

ACTA

«En la villa de Santiponce, diócesis y provincia de Sevilla, jueves 16 de Abril de 1863, estando en la sacristía de la iglesia parroquial, antes monasterio de San Isidro del Campo, de la orden de San Gerónimo, su cura ecónomo el presbítero D. Agustín Martínez y Vázquez y presente yo el infrascripto notario mayor de la curia eclesiástica, comparecieron los Sres. D. Juan José Bueno, doctor en Jurisprudencia, ex-decano del Ilustre Colegio de abogados, individuo de la Academia de Buenas Letras y de la de Bellas Artes de primera clase de Sevilla, correspondiente de la Real Academia de la Historia, director y socio fundador de la Diputación Arqueológica y miembro de otras varias corporaciones científicas y literarias: el Licenciado D. Eusebio Campuzano y Marentes, presbítero, Deán de la Metropolitana y Patriarcal de Sevilla, Comendador de Isabel la Católica, académico correspondiente de la Real de la Historia y vice-director de la Diputación Arqueológica: D. Francisco Mateos Gago, presbítero, doctor, catedrático y decano de la facultad de Sagrada Teología de la Universidad literaria de Sevilla, socio fundador y censor de la Diputación Arqueológica: D. José María de Hoyos y Hurtado, doctor en Jurisprudencia y regidor del Excelentísimo Ayuntamiento constitucional de Sevilla a quien representaba: D. Jorge Díez, presbítero, doctor en letras y catedrático propietario de Historia universal de la Universidad de Sevilla, académico de la de Buenas Letras de dicha ciudad, y de la Greco-latina matritense, examinador sinodal de este Arzobispado y representante de la Universidad literaria para este acto: D. José Treiuller Alcalá Galiano, Marqués de la Paniega, doctor en Jurisprudencia y vice-presidente de la Sociedad Filarmónica Sevillana a quien representa: D. Francisco Díaz Parra, presbítero, licenciado en Jurisprudencia, abogado de los tribunales de la nación y del Ilustre Colegio de la ciudad de Sevilla, examinador sinodal del Arzobispado de Santiago y otras diócesis, socio fundador de mérito y de número de varias corporaciones científicas y literarias: el Excmo. Sr. D. Ignacio María Martínez de Argote y Salgado, Marqués de Cabriñana del Monte, caballero gran cruz de la Real y distinguida orden española de Isabel la Católica, licenciado en Jurisprudencia, individuo de la Academia Sevillana de Buenas Letras y de la Diputación Arqueológica: D. León Carbonero y Sol, doctor en Jurisprudencia, licenciado en filosofía y letras, catedrático de árabe en la Universidad de Sevilla, socio de mérito de la Academia española de Arqueología, de número de la de Buenas Letras de Sevilla, académico de número de la de Poetas Arcades de Roma, caballero de la ínclita y militar orden de San Juan de Jerusalén y director de la revista religiosa La Cruz: D. Francisco Collantes y «Caamaño, socio fundador y vice-presidente censor de la diputación Arqueológica: D. Andrés Cortés y Aguilar, de la Academia de Bellas Artes de Sevilla, socio de número fundador de la Diputación Arqueológica y presidente de la sección de artes y monumentos: D. Antonio del Canto y Torralvo, académico de número de la de Bellas Artes de primera clase de Sevilla y de la de Quirites de Roma, socio fundador de la Diputación Arqueológica de Sevilla y de la de Amigos del País, correspondiente de la Española de Arqueología matritense y de otras varias del reino: D. Francisco M. Tubino, caballero de la Real y distinguida orden española de Carlos III, director del periódico La Andalucía y socio de la Diputación Arqueológica: D. José Lamarque de Novoa, caballero de la ínclita y militar orden de San Juan de Jerusalén, académico de número de la de Poetas Arcades de Roma, socio de la Diputación Arqueológica, presidente de la sección de Ética y Literatura de la misma, correspondiente de la de Almería, y vice-cónsul de las dos Sicilias: D. Vicente Luis Hernández, Profesor de escultura e individuo de la Academia de Bellas Artes, socio de número y Secretario segundo de la Diputación Arqueológica: el Dr. D. Manuel Pizarro y Jiménez, Médico titular de Sevilla y socio de número de la Diputación Arqueológica: D. Joaquín González, Presbítero, Monje Gerónimo del de Buena vista de Sevilla, Abogado del Colegio de la misma ciudad y Regente de Geografía: Don José María Ruiz, Presbítero, Maestro de Ceremonias de la Santa Metropolitana y Patriarcal Iglesia de Sevilla, Beneficiado electo por S. M. de la misma, Catedrático de Liturgia Sagrada del seminario conciliar de esta Diócesis, y Capellán de sus altezas reales los Serenísimos Señores Infantes Duques de Montpensier en el Real Santuario de Valme: D. José María Roby, Dr. en Medicina y Cirugía de Montpeller, y Cádiz, miembro de diferentes sociedades científicas del extranjero y del Reino, Bachiller en ciencias físicas de la Academia de Montpeller, Cirujano agregado de Beneficencia Provincial, Médico honorario de Ejército &c.: D. Joaquín Emilio Guichot, catedrático propietario del instituto provincial de Sevilla, y Profesor auxiliar de la escuela superior industrial Sevillana; y D. Antonio María Ariza Montero Coracho, Licenciado en Jurisprudencia, socio fundador y de mérito de la Diputación Arqueológica, Secretario primero de la misma, corresponsal de la Academia Española de Arqueología, de las de Córdoba y Almería, de número y Secretario primero de la de Amigos del país de Sevilla, y Académico fundador de la Sevillana de Jurisprudencia y Legislación. El Sr. Bueno como presidente de la Diputación Arqueológica requirió al expresado Cura, para que en cumplimiento de una orden del Señor Gobernador Eclesiástico del Arzobispado fecha catorce del corriente, que le mostró, permitiera y autorizara la exhumación de los restos mortales del R. P. M. Fr. Fernando de Cevallos, firmando el acta que debía extenderse por mí el infrascripto notario. El Cura se manifestó dispuesto a cumplir la orden del Sr. Gobernador Eclesiástico expresando que podía desde luego procederse al acto; pero acordado previamente por la Diputación Arqueológica y Comisión mixta que entiende de esta ceremonia que ante todo se celebrase una solemne misa de Réquiem por el alma de Fr. Fernando de Cevallos, todos los individuos presentes, el Alcalde, Síndico y Secretario del Ayuntamiento de Santiponce, se constituyeron en la Iglesia, ocupando el lugar que les fue señalado, donde se verificó aquella solemnidad religiosa, a la que concurrió gran parte del pueblo, cantándose la misma por el Presbítero D. José María Legonías, de la orden de San Gerónimo y de aquel monasterio, asistido de D. Joaquín González y D. José Morgado que hicieron de Diácono y Sub-diácono. Concluida la misa se trasladaron todos los individuos de la Comisión y Cura párroco al claustro contiguo a la puerta de la Iglesia y en el suelo se encontró una losa con la inscripción siguiente:

Hic jacet. RR. P. F. Ferdinandus Zevallos
filius, et non semel parens, et prior
hujus monast. vitæ cœnoviticæ
cultor integerrimus: vir omnigenæ eruditionis
refertissimus: impiorum philosophorum malleus:
catholicæ veritatis strenuus vindex;
et disciplinæ tam ecclesiasticæ
quam monasticæ zelator indefessus.
– Scripta Legito. –
Obiit kalendas martías anno domini
MDCCCII. Hic etiam jacet F. Bened. Ortega.
Anno MDCCXXIII. R. I. P. A.

En este acto se invitó a el Alcalde de Santiponce D. José Marcelino García para que hiciese comparecer a los vecinos más ancianos del pueblo, con objeto de dirigirles las preguntas oportunas respecto al enterramiento del Padre Cevallos, y ante la Comisión, cura párroco y autoridades, en la sala llamada de Capítulo se presentaron dos, que dijeron llamarse Vicente y Antonio Vega, de ochenta y setenta y tres años de edad, casados, trabajadores del campo, quienes interrogados por el infrascripto notario, contestaron: que habían conocido al R. P. M. Fr. Fernando de Cevallos, cuya estatura era baja y enjuto de carnes, con cejas muy pobladas; que sabían fue enterrando en el año de mil ochocientos dos en el mismo sitio donde está la referida losa, la cual han visto constantemente sin que haya vuelto a levantarse por ningún motivo. D. José María Legonías, Presbítero, de edad de sesenta y seis años, exclaustrado del mismo monasterio, se presentó después asegurando la segunda parte de la declaración de los hermanos Vegas, que confirmaron también muchos vecinos del pueblo; dispúsose por tanto la exhumación, valiéndose de los trabajadores José María Alvarez, Manuel Fuentes menor, y Juan Antonio Silva.– Seguidamente fue reconocida la losa por el expresado Cura y por el infrascripto, encontrándose sin fractura alguna y con manifiestas señales de no haber sido movida en muy dilatado tiempo; circunstancia que se hizo notar a todos los presentes. Levantada la losa, se procedió con el mayor cuidado a la excavación en la forma siguiente: –A flor de tierra empezaron a descubrirse huesos muy deteriorados, extraordinariamente frágiles, diseminados e incompletos, declarando los Profesores D. Manuel Pizarro y D. José María Roby, que los conceptuaban de más de un siglo, y que entre todos podría reunirse escasamente un esqueleto, a excepción del cráneo. Que esto venía a confirmar su opinión, manifestada a la Sociedad, supuesto que no puede ofrecer dificultad alguna el distinguir dos esqueletos de épocas muy distantes una de otra, por la notable diferencia en la alteración de los huesos, y por la circunstancia de que para colocar los restos del P. Fr. Fernando de Cevallos, debieron sacarse los de Fr. Benito Ortega, poniéndolos en las capas superiores de la tierra, según se advertía en aquel momento. –Siguióse la excavación y como a medio metro de profundidad se encontró una superficie caliza y más compacta, que parecía preparada exprofeso, notándose acto continuo en el centro de la fosa un pequeño hundimiento, que se hizo advertir a los circunstantes, confirmándose entre ellos la creencia de que en aquel sitio había estado el terreno en hueco y que debajo iban a descubrirse los restos de otro cadáver. –Los trabajadores, advertidos oportunamente, redoblaron el cuidado, y apareció a los pocos instantes la parte anterior de un cráneo, descendiendo a la fosa el facultativo D. José María Roby, quien al separar la tierra que cubría las partes laterales del referido cráneo, hizo observar a los presentes que la base del mismo estaba muy oscura, signo de ser humóides, o de contener restos orgánicos, resultado de la descomposición de las partes blandas, circunstancia que, según dijeron los citados profesores, era muy importante para comprobar que aquel sepulcro no se había removido después de la inhumación del cadáver; advirtiendo además que en la región temporal derecha existía algún cabello sin destruir, dato que hicieron constar, porque era en su sentir la prueba irrecusable para la distinción de las épocas, y por consiguiente para acreditar que el cráneo pertenecía al esqueleto que buscaban. Continuando la exploración a presencia de su comprofesor, de la comisión y de una concurrencia numerosa, descubrió el esqueleto entero, según dijo, anatómicamente colocado, y sin que ninguna mano extraña hubiese trastornado aquel sitio desde la época del sepelio. –Recogidos todos los restos y declarando los Doctores expresados que eran del esqueleto más moderno, dedujeron, disponiendo que constase solemnemente, que en su opinión era el del P. Fr. Fernando de Cevallos, supuesto que hasta sus dimensiones concordaban con la estatura averiguada del mismo, dictamen que se enunció públicamente, sin que por nadie fuese contradicho, a pesar de que el Sr. D. Juan José Bueno, excitó a todos para que emitiesen sus dudas, y unánimemente se manifestaron convencidos de estos juicios, siendo general entre los profesores e individuos presentes la persuasión de haber hallado los restos del referido Monje, que fueron colocados con respetuoso esmero en una caja de zinc, preparada al efecto, conduciéndose a la Iglesia donde había un túmulo para recibirlos. El expresado Cura y los demás ministros cantaron un solemne responso, y concluido este, yo, el infrascripto notario mayor, vi cerrar la caja, recibiendo de mano del Vice-Censor de la Diputación Arqueológica las tres llaves que la aseguraban, conservando la primera para entregarla al Sr. Gobernador del Arzobispado, poniendo la segunda en manos del Sr. D. Jorge Díez, representante del Sr. Rector de la Universidad literaria, y la restante en poder del Sr. D. Juan José Bueno, Director de la Diputación Arqueológica. –Llevada la caja por dos individuos de dicha corporación a la Sala de capítulo, inmediata a la Sacristía por los Secretarios de la misma y el Sr. D. José María de Hoyos y Hurtado, se precintó con fajas de papel y lacró, depositándola en la capilla de reserva que está en dicho aposento, bajo la custodia del referido Cura, ofreciendo este entregarla en los mismos términos que la recibía cuando fuese requerido para ello, con lo cual se dio por terminada esta diligencia, en que se invirtieron desde las ocho de la mañana hasta la una y doce minutos de la tarde, firmando con el referido Cura todos los señores presentes y testigos de que doy fe.– Joaquín Álvarez de La Miyar

El día 6 de Noviembre del año 1863 se verificó la traslación de los restos mortales del anticuario ilustre al magnífico templo de la Universidad Literaria, donde reposan los del gran poligloto Arias Montano, los del célebre poeta lírico Arguijo, los del sabio Lista y los de otros insignes varones. Erigióse un modesto y elegante túmulo de pequeña altura, y encima se colocó la caja que contenía los huesos del venerable monje, cubierta con un rico paño fúnebre, sobre el cual se divisaba un libro y una corona de laurel debida a la memoria del escritor respetable, dispuestos artísticamente. Cuatro blandones brillaban en los ángulos. En el lugar preferente había sitiales para las autoridades, y desde las gradas del presbiterio hasta cerca de las puertas de la iglesia, formóse un estrado para el convite con los lujosos bancos de la Universidad forrados de terciopelo carmesí. Ricas alfombras cubrían el pavimento del presbiterio, donde se colocó el trono para SS. AA. RR. y el espacio destinado a los demás concurrentes. Era el aparato sencillo, grave, majestuoso.

Autorizaban el acto con su presencia S. A. R. el Serenísimo Sr. Duque de Montpensier, el Rector de la Universidad, los Profesores, las Corporaciones eclesiásticas, civiles, militares, científicas y literarias, el clero, escritores, artistas y personas distinguidas, que formaban un brillante y numerosísimo concurso, el cual acudió a rendir homenaje a las cenizas del famoso anticuario, y a tomar parte en las devotas preces que se dirigían al cielo por el descanso eterno de su alma.

A las once comenzó la misa de Réquiem en que ofició el Sr. Deán asistido de dos capitulares; y la Sociedad Filarmónica compuesta de personas principales dedicadas al cultivo y fomento del arte encantador de la música, tocó admirablemente la gran misa compuesta por el célebre Don Hilarión Eslava, cuyas notas melancólicas y sublimes resonaban en el espacioso templo con solemnes y misteriosas armonías.

Concluida la ceremonia se depositaron los restos en una sepultura abierta en el centro del crucero, la cual cubrirá un mármol costeado por nuestro querido compañero el Excmo. Sr. Marqués de Cabriñana, tan ilustre por sus títulos como por sus letras y magnificencia con la siguiente inscripción latina de la docta pluma del Sr. D. Jorge Díez:

Curante Hispalensi Archeologiæ conssesu
Provinciæ Senatu necnon Municipali Curia
impendia suffragantibus
R. P. Ferdinandi á Cevallos
eruditissimi scriptoris eximiæ virtutis sacerdotis,
ossa ex antiquo Divi Isidori Italicensi Monasterio
ubi vir clarissimus sepultus fuerat
in hanc sacram ædem solemni ritu translata sunt.
Postridie nonas Decembris an. MDCCCLXIII.

La lápida que cubría el sepulcro del P. Cevallos en el claustro del Monasterio de S. Isidro, y que evidentemente está formada de un enorme fragmento de algún edificio romano, se trasladará al sitio que ocupaba, agregándose esta otra leyenda:

La comisión Arqueológica de Sevilla
auxiliada por la Excma. Diputacion Provincial
y el Excmo. Ayuntamiento
cuidó de exhumar los restos mortales
del R. P. M. Fr. Fernando de Cevallos,
que yacían en este sepulcro,
en 16 de abril de 1863
trasladándolos con solemne pompa
en 6 de Noviembre del mismo año
a la iglesia de la Universidad Literaria
donde descansan los de otros ilustres varones.

Cualesquiera que sean las ideas de quien registre las numerosas obras del P. Cevallos, no podrá menos de reconocer prendas superiores en el escritor eminente que dotado de profundo juicio, de gran copia de conocimientos, ha ilustrado la república literaria de su patria, siendo al par modelo de sacerdotes en la soledad del claustro. Si defendió en sus obras errores, de que nadie está exento, es innegable que escribía sinceramente, cosa rara en los tiempos actuales, lo que juzgaba útil al Estado y a la Iglesia. Respetemos sus opiniones y plausibles intentos, diciendo a los que duden del mérito del P. Cevallos la frase grabada en el epitafio de su antiguo sepulcro: Scripta legito.

J. J. BUENO.

[ Transcripción del texto contenido en las páginas v-xxxv de “La Sidonia Bética, o disertaciones acerca del sitio de la colonia Asido y cátedra episcopal asidoniense, escritas a solicitud del Excmo. Señor D. Alonso Marcos Llanes, Arzobispo de Sevilla, por el R. P. Mtro. Fr. Fernando de Cevallos, Prior del monasterio de S. Isidro del Campo, en obsequio de la verdadera antigüedad y de la Sta. Iglesia Metropolitana Hispalense, para contestar a las demandas de Xerez de la Frontera que pide la restitución de aquel obispado antiguo, o que se le instituya otro nuevo. Impreso a expensas de la Diputación Arqueológica Sevillana, auxiliada por el Excmo. Ayuntamiento”, Imprenta de La Andalucía, Sevilla 1864.]