Fernando de Ceballos ❧ La Falsa Filosofía, o el Ateísmo, Deísmo, Materialismo… crimen de Estado ☙ 1 2 3 4 5 6 7
Tomo 2 ❧ Libro primero ☙ Prefacio
Prefacio a este libro
Núm. I. Se debe combatir a los impíos en sus fundamentales principios.
Siendo tenebrosos los principios aun de las verdades, ¿cuánto lo serán los de los errores? Quisiera por esto poderme entrar desde luego en el designio que me hizo emprender este trabajo, y mostrar al instante las máximas sediciosas, sanguinarias, y turbativas de los Ateístas, Deístas, y demás Sectas aliadas. Cuanto más se funda este asunto en pruebas de hecho otro tanto es más claro, fácil, y de la esfera de todos cuantos leyeren. Pero como los impíos que aquí combatimos, no osaron llegar desde el primer paso a estos funestos extremos, sin abrirse antes camino por algunos principios perversos, que les sirven de dogmas, me pareció siempre necesario comenzar también por el examen de los mismos principios. Sin este orden nunca haría ver la amarguísima raíz de las máximas de su maligna política y moral, que debo combatir después.
II. ¿Cuál debe ser el fin principal, o esencial de esta nueva controversia? No es probar defectos personales en los Filósofos.El punto principal de la causa que yo hago, no es probar que hay Deístas, Ateístas, Filósofos, y Libertinos que son sediciosos: esto es poco, y les dejaría una evasión muy fácil por donde escapar. Luego al instante me querrían poner delante, que no han faltado estos ni algunos otros delitos entre los Cristianos: declamarían, como suelen, contra los excesos y males morales que hay en el gremio de la Iglesia Católica, y aun entre sus Ministros. Aunque no ponderaran ni fingieran tantas culpas, como suelen acusarnos, yo confieso que somos realmente culpables muchas veces en nuestra conducta. Mas esto solo es en apartándonos del camino de la Religión santa, en que andamos.
III. Con esto se responde a su recriminación, de los defectos personales de los Cristianos.No conoceríamos, ni acusaríamos nuestros mismos pecados, si no viéramos la rectitud de las reglas y sanas doctrinas de que nos apartamos en pecando. Esto mismo prueba la santidad de nuestra Religión, y hace también la diferencia entre un pecador Cristiano, y un Hereje o Apóstata. El Cristiano, que confiesa el crimen que cometió, y conoce su culpa, justifica al mismo tiempo la ley de donde declinó, y da gloria a Dios{1}: pero el Hereje o Infiel, diciendo a lo malo bueno, y a lo bueno malo, se glorifica en su malicia, y acusa a la ley donde siente embarazo. De sus pasiones y apetitos se forman leyes, y se creen justos en satisfaciéndolas. No hagamos pues cuestión de casos singulares. En todos los hombres hemos de suponer las mismas inclinaciones, y unos mismos principios de corrupción. Todos pecamos; y el que dijere que carece de culpa, aunque sea nacido de un día, miente, y no hay en él verdad.{2}
IV. Si faltaran culpas, no quedára materia a las más de las leyes.Esta malicia ha sido universalmente conocida por todos los hombres, y es el sujeto, o la materia, que han procurado refrenar o destruir todas las leyes y preceptos morales. No es culpa de estos, si todavía, abusando el hombre de su libertad, a que no pueden hacer fuerza, los quebranta, y obra mal. Lo más que se infiere es, que las leyes son ineficaces, y que no bastan: que solo mandan lo bueno, y prohíben lo malo, pero sin dar fuerzas ni socorros para cumplir lo mandado.
V. Ventaja que lleva sobre todas la ley de Jesucristo.Esta es una de las grandes ventajas que hace la ley de Jesucristo a las leyes de todos los otros Legisladores y Filósofos. Los preceptos de estos acertaban, cuando más, a mostrar el camino que se había de seguir, y los extravíos que se habían de dejar; pero sin dar ni más luces, ni más fuerzas interiores para correr. De aquí venían a quedar tan poco reformadas las costumbres de los pueblos. Haremos alguna vez el horrendo retrato de la torpeza de las Naciones Paganas, aun las llamadas sabias. Pero la ley que nos ordenó Jesucristo, y tiene en su depósito la santa Iglesia Católica Apostólica Romana, no solo manda lo que se debe obrar, sino que provee de mil géneros de auxilios, ya de luces exteriores, ya de gracias interiores, con que hace fácil y dulce lo mandado.
VI. Da para hacer lo que manda.Aquí sentimos a Dios cerca de nosotros, y dentro de cada uno mismo, que nos lleva sobre sus manos por donde nos ordena ir. Digan los experimentados, ¿para qué acción buena no le hallaron pronto? Si yo decía, (así se explica uno{3}) quiero mover este pie, él me ayudaba, y me daba formado el paso. Si nos ordena hacer un camino, él nos ciñe, y nos nutre con un viático, que nos llena de fuerzas y de fuegos para correr, y aun para volar. Si nos manda pelear, nos unge para la lucha, y nos cuelga mil escudos, que son impenetrables a todos los golpes.
Esto añaden los Sacramentos a los Misterios y a los Preceptos. Los Preceptos ordenan, sin algún error, lo que se debe obrar; los Misterios corren la cortina a unos motivos magníficos, y a unos fines eternos, que nos excitan exteriormente a obrar; los Sacramentos derraman en nosotros arroyos de gracia y de virtud para acometer con eficacia a la obra ordenada. Además de esto el Espíritu de santificación, que habita en todos los Fieles que no le resisten, inspira siempre mil géneros de gracias extraordinarias, que los llevan con alegría y con deleite a las obras más arduas y penosas. Si el amor lo hace todo fácil, no se admire alguno de que por un amor celeste e invencible guarden los Cristianos unos caminos duros, trazados por las palabras que salieron de los labios del Señor{4}.
VII. De aquí se forman tantos buenos en nuestra Religión.Esta es la razón de que en la santa Iglesia se hayan visto tantos hombres portentosos y divinos, que en número y en virtud obscurecen cuanto se ha querido decir y fingir de los héroes formados en otras Religiones. Como la malignidad no quiera desfigurar los hechos ciertos, se demostrará siempre, que ninguna Religión, ni todas juntas, tuvieron tantos hombres perfectos y bienhechores como la ley de Jesucristo; y también, que en ninguna Religión hubo tan pocos delitos y tan pocos hombres malos como en el Cristianismo. Pero al fin, si hubo o hay más o menos defectos, examínese si estos toman su principio o su fomento en alguna doctrina o dogma de la santa Iglesia. Si de verdad hallaren nuestros adversarios algún principio o regla cristiana que lleve a delito, o lo mande, o lo escuse, triunfado han del Cristianismo. Yo, y cuantos ahora vivimos contentos en su gremio, lo dejaremos desde luego, y nos tendrán en su partido los Pseudo-filósofos, y demás Incrédulos. Mas si en efecto no lo hay, como lo sabemos bien (pues no somos Neófitos, ni se nos oculta algún secreto en esta ley), y si, por el contrario, las sectas se fundan en principios errados, y se adornan de máximas perniciosas, y de consecuencias funestísimas; ¿por qué serán tan tercos e indóciles, que no se rindan a la verdad? ¿Por qué en conociendo, como deben conocer la justicia de nuestra causa, no arrojarán las armas, y cesarán de impugnarla, ya que no tengan la felicidad de participar en ella? Digan, para justificar su aversión y su guerra, ¿qué iniquidad hallaron en Dios{5} o en la Religión que nos reveló? ¿Por qué pues se alejaron de él, y anduvieron tras de las vanidades? ¿Qué inconstancia hubo semejante? ¿Pasad a las Islas de Cethin, enviad a Cedar, y ved si hubo caso igual, de que alguna gente mudase tan presto sus Dioses, que no eran Dioses?
VIII. Resulta, que la inobservancia del Evangelio se debe temer, casi como la observancia del Deísmo.Con que siempre debe comenzarse la controversia por los principios de doctrina; después vendremos a las máximas que en ellos se fundan: y finalmente, a las consecuencias que de dichos principios se producen. Esto hará ver que aun cuando se hallen excesos y defectos en los Católicos, la santa Religión triunfa por ellos mismos; y exige de los Prelados y Magistrados Cristianos, que se le vengue, y hagan observar sus reglas, por cuya transgresión solamente hay pecados entre nosotros. Esto hará ver también, que en cuanto hay Cristianos desobedientes al Evangelio y a los preceptos de la santa Iglesia, hay Cristianos desobedientes a sus mayores; rebeldes a sus Jueces, Magistrados, y Príncipes; infieles a sus Señores; tiranos para con sus súbditos; injustos para con todos. Esto demostrará por fin, que en razón precisa de los buenos Católicos que haya serán los buenos ciudadanos, los fieles y seguros súbditos, los Ministros y Jueces íntegros, los padres de familias perfectos, los casados fieles, los Sacerdotes santos, y los Reyes moderados y solícitos de la paz y de la justicia para sus estados.
IX. Esto se verá por el examen de unos y otros principios.¿Pero cómo sufrirán este examen, ni se ofrecerán a esta prueba los principios, máximas, y consecuencias necesarias del Deísmo, Filosofismo, y todas las sectas aliadas? Así como no teme la Religión Católica el argumento de algunos o muchos pecadores singulares que haya en su gremio, tampoco aprovechará nada a estas Sectas, si en ellas hubiere algunos o muchos Filósofos de una conducta exteriormente reglada. Esto no quitará que sus partidos, en cuanto forman cuerpos coligados por semejantes principios y reglas, no sean detestables y temibles, si dichos principios son de su naturaleza malos, y fundan máximas contra el orden público, y contra todas las sociedades y gobiernos.
X. Luego debe comenzar por aquí el negocio.El amor al buen método me dejó sin arbitrio para no comenzar el asunto por los principios ateológicos y metafísicos de los Deístas, y cuantos pretenden llamarse Filósofos. Mas por ser estas materias metafísicas tan abstractas, y sobre la esfera del común de los hombres, pensé todos los medios para rehusar el comenzar por ellas, o para omitirías. Pero no hallando alguno por donde no se faltase al orden esencial que pide el plan propuesto, procuraré exponer sus pretendidos sistemas con la claridad posible. Perdonad, mis Lectores, el ceño que no podrá faltar a este primer libro: los siguientes son más fáciles; allí correréis sin cuidado.
A dos clases pueden reducirse todos los escritos en la manera de tratarse: unos son del género geométrico o demostrable; otros son del género aritmético, armonioso, o persuasorio. En los primeros se busca la verdad, o se convence, y todo debe ser luminoso: en los segundos se canta e inspira la bondad, y todo debe ir animado y encendido. En los primeros todo debe calmar, para que no se perciba sino a la razón; como cuando vemos ir a la Luna llena en una noche sosegada y clara: en los segundos todo se conmueve con los movimientos del corazón; las pasiones le siguen, y todo arde y se resiente. En estos reina el gusto, y aun el desorden; en los primeros todo sirve a la precisión y justicia de las ideas.
De este segundo género es el argumento que se trata especialmente en algunas partes de este primer libro. En todo él se prueban ciertas verdades relativas a los tres objetos o artículos; conviene a saber: de Dios; de Dios Criador y Rector; y de Dios Salvador y Glorificador; y por consiguiente el género siempre debe ser demostrativo. Mas en esta primera parte, cuando se trata de la existencia de Dios contra los Ateístas, o de su providencia contra los Deístas, o de su libertad contra los Espinosistas y Fatalistas, hay más necesidad de apretar los convencimientos.
Para dejar ver estas razones en toda su luz, es necesario descarnar los discursos, ahorrar de digresiones, no dar mucho lugar a los sentimientos, y escasear todos aquellos ornatos que visten con decoro las ideas, y no dejan ver su cuerpo, y mucho menos su esqueleto: en una palabra, se debe hacer aquí en lo principal una disección más que una oración. Esta análisis debe ser tanto más formal y precisa, cuanto las verdades que se han de justificar fueren más abstractas; pues la vista de las ideas sublimes y espirituales es desmontada y apartada por la interposición de cualquiera otra especie que no sea necesaria a percibir el objeto que se contempla.
Entramos en esta discusión, aunque se nos proponga árida por la totalidad del plan que conviene seguir, observando al Deísmo desde sus principios hasta sus fines. Hasta ahora, cuantos escribieron en esta materia, no se han hecho cargo sino de artículos singulares. Wolfio, prolijo sobremanera en fijar y discernir las nociones e ideas que corresponden a las voces, apenas ha considerado en los Deístas otros errores, que los que se refieren al artículo de la providencia.
XI. No se trata pues de algún Deísta, sino del Deísmo.Los demás Escritores más bien han procurado responder a este o aquel Deísta, que combatir al Deísmo. Estos, notando los extravíos de algún Filosofo impío, han seguido sus pasos, desvaneciendo precisamente sus calumnias y blasfemias. Aquellos solo han pensado en los errores que miran a la revelación, a los misterios, o a ciertos hechos singulares de la Escritura, o de la historia de la Iglesia. Unos infieren que son irreligionarios; otros, que son impostores, y emisarios del Anti-Cristo; otros concluyen contra sus costumbres. Todo es verdad, y mucho más. Pero aún era necesario hacer ver, que estos y otros males domésticos y públicos, principalmente la perturbación de los estados, y su rebeldía a todas las Potestades legitimas, la tienen por instituto, o por obligación de su Secta: finalmente, que estas son consecuencias de sus principios.
Para prescribirme el orden en que debo combatir dichos principios, conviene distinguir las clases de impíos que impugno en este primer libro.
XII. Diferentes clases y nombres de Filósofos.De estos, unos niegan la existencia de un Dios, al menos, que sea distinto de este mundo o de la materia. Tales son los Ateístas, que se llaman con mejor máscara Filósofos Materialistas.
De ellos (como ya queda prevenido) se distinguen en el nombre los Deístas; porque dejan la idea de Dios para impugnarla de diversas maneras. De los Deístas, unos niegan a Dios como autor natural; otros le desconocen solamente como autor sobrenatural.
En el orden natural hay quienes le niegan absolutamente la creación y la obra del Universo; otros solamente su conservación y su régimen.
De estos últimos, unos niegan solamente la providencia en cuanto al cuidado de las cosas humanas y viles, y la excluyen de entre las acciones libres de nuestra voluntad: otros solamente se embarazan en la distribución de los bienes y males físicos que caben en esta vida a los hombres: y todos conspiran a negar o limitar a Dios el gobierno del mundo.
Wolffio dio una sumaria relación de las clases de Deístas que yerran acerca de Dios corno autor natural, compendiándolas en solas cuatro hipótesis. Seguiré esta breve reducción, porque ayuda a proceder con método; pero las debo proponer en un orden algo diferente. La primera (que es en Wolffio la tercera) trata de los que niegan a Dios la creación del Universo, y hacen a éste en un todo independiente de él. La segunda hipótesis solo niega a Dios la libertad en haber criado al Universo. Esta es en Wolffio la cuarta. La tercera mira a la independencia que quieren tener de Dios en las suertes buenas o malas de los hombres. La cuarta trata de substraer del régimen soberano a las cosas humanas y viles. Esta es en Wolffio la primera.
Además de estas cuatro hipótesis de Deístas, nos haremos cargo de otra quinta, en que entran los que hacen independientes de la providencia soberana y libre a nuestras acciones humanas y arbitrarias, sujetándolas a la tiranía del hado, o a la extravagancia del acaso.
Los Deístas, que yerran acerca de Dios como autor sobrenatural, y sus cómplices, se parten en diferentes errores, que son continuaciones de haber negado la providencia. Porque quitada a Dios la inspección de las cosas humanas en lo que mira al orden natural, estaba abierto el camino para negarle el cuidado de nosotros en cuanto a una vida sobrenatural. Así dejan a Dios para los hombres como un Ídolo, que ni ve, ni oye, ni anda en nuestro socorro; ni nos habló alguna vez, ya en la naturaleza, o ya en las voces de los Profetas, y en las demás Escrituras.
De aquí no cesan de desacreditar a los libros sagrados, ya por parte de los personajes de la historia sagrada, que los escribieron; ya por parte de la inspiración con que los escribieron; ya por algunos pretendidos errores de física, de cronología, y de historia que les imputan.
Pensé reducir esta variedad de errores a tres clases. Primera, los que niegan a un Dios: segunda, los que niegan a un Dios Autor y Rector: tercera, los que niegan a un Dios Mediador y Glorificador. Los primeros son los Ateístas; los segundos los Deístas; los terceros los Filósofos Gentilizantes, o Naturalistas.
Porque seré muy breve contra los Ateístas, y estos se refunden en los Deístas, y también porque la impugnación de ambas Sectas se hace con una misma doctrina, comprehenderé a unos y a otros en la primera parte de este libro; y en la segunda se tratará principalmente contra los Naturalistas, y Filósofos que niegan a un Dios Mediador, y Glorificador.
Así me ciño al orden y plan que nos quedó trazado en la Epístola Católica, cuya exposición se hizo en el Aparato: porque en dos palabras comprehende allí el Apóstol estos dos géneros de errores, contra quienes nos previene a los Fieles de estos últimos tiempos. De los primeros dice, que negarán a un Dios Rector y único Gobernador del Universo. De los otros añade, que negarán al Mediador nuestro Señor Jesucristo. Unicum Dominatorem, & Dominum nostrum Jesum-Christum negantes.
Tomo con tanta mayor satisfacción este mismo orden y camino, cuanto más claramente lo veo trazado por la boca del Señor, y por las santas palabras de su Apóstol. Ojalá que el mismo espíritu de verdad y caridad que lo diseñó en los primeros tiempos, quiera llenarlo y perfeccionarlo en estos fines de los siglos, para nuestro desengaño, y servicio de Dios, de quien es el honor, la gloria, y el imperio por siglos de siglos. Amen.
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{1} Josué cap. 7. ℣. 19. Confitere, & da gloriam Deo.
{2} I. Joan. cap. 1. ℣. 8. 9. 10. 3 Reg. 8. 46. Proverb. 20. 9. Eccles. 7. 21. Non est homo justus in terra, qui faciat bonum, & non peccet.
{3} Psalm. 93. ℣. 18.
{4} Psalm. 16. ℣. 4.
{5} Jerem. 2.
{Transcripción íntegra, renumerando las notas, del texto de este prefacio, tomo segundo, doce páginas sin numerar, Madrid 1774.}