Filosofía en español 
Filosofía en español

Juan Huarte de San Juan · Examen de ingenios, para las ciencias · 1575

Capítulo tercero donde se declara, qué parte del cuerpo ha de estar bien templada para que el muchacho tenga habilidad


Tiene el cuerpo humano tanta variedad de partes y potencias (aplicadas cada una para su fin) que no será fuera de propósito, antes cosa necesaria saber primero, qué miembro ordenó naturaleza por instrumento principal, para que el hombre fuese sabio y prudente, porque cierto es, que no raciocinamos con el pie: ni andamos con la Cabeza, ni vemos con las Narices, ni oímos con los Ojos, sino que cada una de estas partes tiene su uso, y particular compostura, para la obra que ha de hacer.

Antes que naciese Hipócrates y Platón, estaba muy recibido entre los filósofos naturales, que el Corazón era la parte principal, donde residía la facultad racional, y el instrumento con que nuestra ánima hacía las obras de prudencia, solercia, memoria, y entendimiento. Y así la divina escritura acomodándose a la común manera de hablar de aquel tiempo, llama en muchas partes corazón a la parte superior del hombre: pero venidos al mundo estos dos graves filósofos, dieron a entender que era falsa aquella opinión: y probaron con muchas razones y experiencias, que el cerebro era el asiento principal del ánima racional, y así lo recibieron todos, si no fue Aristóteles el cual, con ánimo de contradecir en todo a Platón, tornó a refrescar la primera opinión, y con argumentos Tópicos hacerla probable. (Quapropter cor quidem et praecordia maxime sentiunt, sapiencia tamen minime participant sed omnium horum cerebrum causa est. Hip. lib. de sacro morbo.) Cuál sea la más verdadera sentencia, ya no es tiempo de ponerlo en cuestión: porque ningún filósofo duda en esta era, que el cerebro es el instrumento que naturaleza ordenó, para que el hombre fuese sabio y prudente: sólo conviene explicar qué condiciones ha de tener esta parte, para que se pueda decir estar bien organizada: y que el muchacho (por esta razón) tenga buen ingenio y habilidad.

Cuatro condiciones ha de tener el cerebro, para que el ánima racional pueda con él hacer cómodamente, las obras que son de entendimiento y prudencia. La primera es, buena compostura. La segunda, que sus partes estén bien unidas. La tercera, que el calor no exceda a la frialdad: ni la humedad a la sequedad. La cuarta, que la sustancia esté compuesta de partes sutiles y muy delicadas.

En la buena composición se encierran otras cuatro cosas. La primera es, buena figura. La segunda, cantidad suficiente. La tercera, que en el cerebro haya cuatro ventrículos distintos y apartados, cada uno puesto en su asiento y lugar. La cuarta, que la capacidad de éstos no sea mayor ni menor de lo que conviene a sus obras.

La buena figura del cerebro, arguye Galeno (Lib. artis medici. capi. xi.) considerando por de fuera la forma y compostura de la cabeza: la cual dice, que sería tal cual conviene, tomando una bola de cera (perfectamente redonda) y apretándola livianamente por los lados, quedaría de esta manera la frente, y el colodrillo, con un poco de giba: de donde se sigue, que tener el hombre la frente muy llana, y el colodrillo remachado, que no tiene su cerebro la figura que pide el ingenio, y habilidad.

La cantidad de cerebro que ha menester el ánima, para discurrir y raciocinar es cosa que espanta, porque entre los brutos animales ninguno hay, que tenga tantos sesos, como el hombre. De tal manera que si juntásemos los que se hallan en dos bueyes muy grandes, no igualarían con los de solo un hombre, por pequeño que fuese, y lo que es más de notar, que entre los brutos animales, aquellos que se van llegando más a la prudencia y discreción humana (como es la mona, la zorra, y el perro) éstos tienen mayor cantidad de cerebro que los otros: aunque en corpulencia sean mayores.

Por donde dijo Galeno (Lib. artis medicinalis, cap. xi.) que la cabeza pequeña era siempre viciosa en el hombre, por tener falta de sesos: aunque también afirmó, que si la grande nacía de haber mucha materia y mal sazonada, al tiempo que naturaleza la formó, que es mal indicio: porque toda es huesos y carne, y muy pocos sesos; como acontece en las naranjas muy grandes, que abiertas tienen poca medula, y la cáscara muy canteruda. Ninguna cosa ofende tanto al ánima racional, como estar en un cuerpo cargado de huesos, de pringue, y de carne. Y así dijo Platón, (Dialogo de natura.) que las cabezas de los hombres sabios, ordinariamente eran flacas, y se ofendían fácilmente con cualquiera ocasión: y es la causa: que naturaleza las hizo a teja vana, con intento de no ofender al ingenio (cargándolas de mucha materia) y es tan verdadera esta doctrina de Platón, que con estar el estómago tan desviado del cerebro, le viene a ofender, si está lleno de pringue y de carne. En confirmación de lo cual, trae Galeno un refrán que dice. (Dos géneros hay de hombres gruesos, unos hay llenos de carne, huesos y sangre: otros son gruesos de pringue, estos son muy ingeniosos.) El vientre grueso engendra grueso entendimiento: y en esto no hay más misterio, de que el cerebro y el estómago están asidos y trabados con ciertos nervios, por los cuales el uno al otro se comunican sus daños, y por lo contrario siendo el estómago enjuto y descarnado, ayuda grandemente al ingenio, como lo vemos en los famélicos y necesitados, en la cual doctrina se pudo fundar Persio cuando dijo: que el vientre era el que daba ingenio al hombre. Pero lo que más se ha de notar en este propósito es: que si las demás partes del cuerpo son gruesas y carnosas, por donde el hombre viene a tener gran corpulencia (dice Aristóteles) (Lib. iiii. de part. animalium.) que le echa a perder el ingenio. Por donde estoy persuadido, que si el hombre tiene gran Cabeza (aunque haya sido la causa estar naturaleza muy fuerte y por haber tenido cantidad de materia bien sazonada) que no tendrá tan buen ingenio, como siendo moderada.

Aristóteles (xxx secti. probl. iii.) es de contraria opinión preguntando: qué es la causa, que el hombre es el más prudente de todos los animales: a la cual duda responde, que ningún animal hay que tenga tan pequeña Cabeza como el hombre, respecto de su cuerpo: y entre los hombres, aquéllos (dice) son más prudentes que tienen menor cabeza pero no tiene razón porque si él abriera la cabeza de un hombre, y viera la cantidad de sesos que tiene: hallara que dos Caballos juntos no tienen tantos sesos como él. Lo que yo he hallado por experiencia es, que en los hombres pequeños de cuerpo, es mejor declinar la cabeza a grande, y en los que son de mayor corpulencia, a pequeña; y es la razón, que de esta manera se halla la cantidad moderada, con la cual obra bien el ánima racional.

Fuera de esto son menester cuatro ventrículos en el cerebro, para que el ánima racional pueda discurrir y filosofar, el uno ha de estar colocado en el lado derecho del cerebro, y el segundo en el izquierdo, y el tercero en el medio de estos dos, y el cuarto, en la postrera parte del cerebro, como parece en esta figura. De qué sirvan estos ventrículos, y las capacidades anchas o angostas al ánima racional, adelante lo diremos, tratando de las diferencias de ingenio que hay en el hombre.

Pero también no basta que el cerebro tenga buena figura, cantidad suficiente, y el número de ventrículos que hemos dicho: con su capacidad, poca o mucha, sino que sus partes guarden cierto género de continuidad, y que no estén divisas. Por la cual razón hemos visto en las heridas de la Cabeza, unos hombres perder la memoria, otros el entendimiento, y otros la imaginación: y puesto caso que después de sanos volvió el cerebro a juntarse, pero no a la unión natural que él tenía de antes.

La tercera condición (de las cuatro principales) era estar el cerebro bien templado, con moderado calor, y sin exceso de las demás calidades. La cual disposición (dijimos atrás, que se llamaba buena naturaleza) porque es la que principalmente hace al hombre hábil, y la contraria, inhábil.

Pero la cuarta (que es, tener el cerebro la sustancia o compostura de partes sutiles y muy delicadas) dice Galeno, (Lib. artis medi. cap. xii.) que es la más importante de todas: porque queriendo dar indicio de la buena compostura del cerebro, dice que el ingenio sutil, es señal que el cerebro está hecho de partes sutiles y muy delicadas, y si el entendimiento es tardo, arguye gruesa sustancia: y no hace mención del temperamento.

Estas condiciones ha de tener el cerebro, para que el ánima racional pueda hacer con él sus razones y silogismos, pero hay de por medio una dificultad muy grande y es, que si abrimos la cabeza de cualquier bruto animal, hallaremos que su cerebro está compuesto de la misma forma y manera que el del hombre: sin faltarle ninguna condición de las dichas. Por donde se entiende que los brutos animales, usan también de prudencia y razón, mediante la compostura de su cerebro, o que nuestra ánima racional no se aprovecha de este miembro, por instrumento para sus obras, lo cual no se puede afirmar. A esta duda responde Galeno (In oratione suasoria ad bonas artes.) diciendo: In animantium genere quod irrationale appellatur nulla omnino data ratio sit: sane dubium est. Nam & si caret ea quae in voce versatur (quem sermonem nominant) quae tamen animo concipitur (quam ratiocinium dicunt) eius fortase particeps omne genus animalium est: quamque aliis partius aliis liberalius tributa sit. Sed profecto quam caeteris animantibus homo sit hac ipsa ratione praestantior; nemo est qui dubitet. Por estas palabras da a entender Galeno (aunque con algún miedo) que los brutos animales participan de razón, unos más y otros menos: y dentro de su ánimo usan de algunos silogismos y discursos, puesto caso que no lo puedan explicar por palabras. Y que la diferencia que les hace el hombre consiste en ser más racional, y usar de prudencia con más perfección.

También el mismo Galeno, (ii. metho. cap. vii.) prueba con muchas experiencias y razones, que los Asnos (siendo entre los brutos animales los más necios) alcanzan con su ingenio, las cosas más sutiles y delicadas, que Platón y Aristóteles hallaron: y así colige diciendo: Ergo tantum abest ut veteres philosophos laudem tamquam amplum aliquid magnaeque subtilitatis invenerint quod idem ac diversum unum ac non unum non solum numero, sed etiam specie sit in audiendum ut etiam ipsis asinis (qui tamen omnium brutorum stupidissimi videntur) hoc in esse natura dicam.

Esto mismo quiso sentir Aristóteles (xxix. seeti prob. vi.) cuando preguntó, qué es la causa, que el hombre es el más prudente de todos los animales; y en otra parte torna a preguntar, qué es la razón que el hombre es el más injusto de todos los animales, por donde da a entender lo mismo que dijo Galeno. Que la diferencia que hay del hombre al bruto animal, es la misma que se halla, entre el hombre necio, y el sabio: no más de por intensión. Ello cierto no hay que dudar, sino que los brutos animales, tienen memoria, imaginativa, y otra potencia que parece al entendimiento, como la mona retrae al hombre: y que su ánima se aproveche de la compostura del cerebro, es cosa muy cierta. La cual siendo buena y tal cual conviene, hace sus obras muy bien y con mucha prudencia, y si el cerebro está mal organizado, las yerra. Y así vemos que hay asnos, que lo son propiamente en el saber: y otros se hallan tan agudos y maliciosos, que pasan de su especie. Y entre los Caballos se hallan muchas ruindades y virtudes, y unos más disciplinables que otros todo lo cual acontece por tener bien o mal organizado el cerebro, la razón y solución de esta duda, daremos luego en el capítulo que se sigue, porque allí se torna a tocar esta materia.

Otras partes hay en el cuerpo, de cuyo temperamento, depende tanto el ingenio, como del cerebro. De las cuales diremos en el postrer capítulo de esta obra pero fuera de ella y del cerebro, hay otra sustancia en el cuerpo, de quien se aprovecha el ánima racional en sus obras. Y así pide las tres postreras calidades, como el cerebro, que son cantidad suficiente, delicada sustancia, y buen temperamento. Éstos son los espíritus vitales, y sangre arterial los cuales andan vagando por todo el cuerpo, y están siempre asidos de la imaginación, y siguen su contemplación. El oficio de esta sustancia espiritual es, despertar las potencias del hombre, y darles fuerza y vigor, para que puedan obrar. Conócese claramente ser éste su uso, considerando los movimientos de la imaginativa, y lo que sucede después en la obra: porque si el hombre se pone a imaginar en alguna afrenta que le han hecho, luego acude la sangre arterial al corazón, y despierta la irascible, y le da calor y fuerzas, para vengarse.

Si el hombre está contemplando en alguna mujer hermosa, o está dando y tomando con la imaginación, en el acto venéreo, luego acuden estos espíritus vitales a los miembros genitales, y los levantan para la obra: lo mismo acontece cuando se nos acuerda de algún manjar delicado y sabroso, luego desamparan todo el cuerpo, y acuden al estómago: y hinchen la boca de agua y es tan veloz su movimiento, que si alguna mujer preñada tiene antojo de cualquier manjar, y está siempre imaginando en él, vemos por experiencia que viene a mover, si de presto no se lo dan. Y es la razón natural, que estos espíritus vitales, antes del antojo, estaban en el vientre ayudándole a tener la criatura, y con la nueva imaginación del manjar, viénense al estómago, a levantar el apetito: en el ínterin si el útero no tiene fuerte retentriz no la puede sustentar, y así la viene a mover.

Entendiendo Galeno, (1 apho. com. vii.) la condición de estos espíritus vitales, aconseja a los médicos, que no den de comer a los enfermos (estando los humores crudos y por cocer) porque en sintiendo que hay manjar en el estómago, luego dejan lo que están haciendo, y se vienen a él para le ayudar.

Este mismo beneficio y ayuda recibe el cerebro, de estos espíritus vitales, cuando el ánima racional quiere contemplar, entender, imaginar y hacer actos de memoria: sin los cuales no puede obrar, y de la manera que la sustancia gruesa del cerebro y su mal temperamento, echan a perder el ingenio, así los espíritus vitales y sangre arterial (no siendo delicados y de buen temperamento) impiden al hombre su discurso y raciocinio. Por esto dijo Platón, (Dialogo de sciencia.) que la blandura y buen temperamento del corazón, hace el ingenio agudo y perspicaz (habiendo probado atrás, que el cerebro y no el corazón era el asiento principal del ánima racional) y es la razón que estos espíritus vitales, se engendran en el corazón: y tal substancia y temperamento toman, cual le tenía el que los formó. De esta sangre arterial se entiende, lo que dijo Aristóteles (Lib. ii. de partibus animalium.) estar bien compuestos los hombres que tienen la sangre caliente, delicada y pura, porque juntamente son de buenas fuerzas corporales, y de ingenio muy acendrado. A estos espíritus vitales, llaman los médicos (naturaleza) (Hipp. i. apho.) porque son el instrumento principal, con que el ánima racional hace sus obras, y de éstos también se puede verificar, aquella sentencia, Natura facit habilem.

[ Baeza 1575, hojas 32r-41v. ]