Una poderosa fuerza secreta. La Institución Libre de Enseñanza Editorial Española. San Sebastián 1940

Origen, ideas e historia de la Institución Libre de Enseñanza

A modo de compendio

Menéndez y Pelayo
y la Institución Libre de Enseñanza

Miguel Artigas

Director general de Bibliotecas y Archivos,
Director de la Biblioteca Nacional y Académico

Vamos a tratar del origen y contenido ideológico de esta entidad tan traída y llevada, y, en realidad, muy confusamente conocida.

La Institución es un organismo creado por y para una dirección filosófica que desde mediados del siglo pasado viene ejerciendo gran influencia en la vida espiritual de España.

Algunas líneas serán necesarias para que el lector sitúe históricamente su origen.

La unidad de creencias en España, que, como otras, era previa e indispensable en los últimos años del siglo XV y primeros del XVI, para llegar a la unidad nacional, no se vio combatida de un modo claro y directo –salvo las herejías esporádicas, poco importantes– hasta bien entrado el siglo XIX.

Las ideas enciclopedistas primero y las de la Revolución francesa más tarde, sólo se propagaron en reducidos círculos de España, y muchas personas simpatizantes con las nuevas ideas no creían que existiese una incompatibilidad entre éstas y las creencias tradicionales. [26]

La guerra contra la invasión francesa demostró con el heroico entusiasmo de la gran mayoría, de casi la totalidad de los españoles, que existía una conciencia y un pensamiento nacional.

En las famosas Cortes de Cádiz se manifestó de un modo ostensible y elocuente que si se había ganado la guerra, el espíritu de la revolución había a su vez ganado no pequeña parte de los hombres notables que representaban la Nación. Se volvía a repetir lo de «Groecio capta romanum victorem coepit». De todos modos, en la Constitución se asienta que la Religión Católica era la de los españoles. Las disparidades y diferencias que en las Cortes se manifestaron, continuaron acentuándose durante el reinado de Fernando VII, que tuvo la rara destreza de irritar alternativamente a constitucionales y absolutistas.

Las guerras civiles –guerras de religión en el fondo– ahondaron aquellas discrepancias, y sólo cuando terminaron y pasó el período desastroso de la primera República y de la revolución, la Restauración monárquica trajo a España cierta normalidad y sosiego.

En este largo período de agitación, con bruscos sacudimientos y alternativas, no fue mucha la actividad intelectual en nuestra patria, ni el movimiento filosófico tuvo gran importancia en las clases sociales.

Los que después se han llamado derechas siguieron con desmayo y rutina –salvo casos de excepción, como Balmes– los viejos métodos y sistemas, y los que por contraposición se llamaban izquierdas se limitaban a copiar o imitar algunos de los modelos franceses que tenían más a mano. En realidad, no tenían éstos un cuerpo de doctrina fundamental, una filosofía, que oponer a la clásica y escolástica de antaño, capaz de agrupar y mantener en un sistema sus opiniones individuales, esporádicas y poco firmes.

A mediados del siglo XIX, don Julián Sanz del Río [27] fue , pensionado por el Gobierno, a estudiar Filosofía a Bélgica y Alemania. Allí se entusiasmó con la filosofía de Krause, especie de racionalismo armónico, que luego trasplantó a su cátedra de la Universidad de Madrid.

Sistema el krausismo poco brillante, y opaco en comparación con los de Hegel y Kant, por ejemplo, tuvo Sanz del Río, y tuvieron sus discípulos, la desdicha de exponerlo en un lenguaje abstruso y bárbaro: «El que conoce siendo el mismo tal y en así, se une con el conocido, como siendo el mismo objeto y en sí tal.» «Lo puro todo a saber o lo común es tal, en su puro concepto (el con en su razón infinita desde luego) como lo sin particularidad y sin lo puro particular», etcétera.

Este sistema, más que como contenido filosófico, tuvo importancia porque en torno suyo y profesándolo en todo o parte se agruparon los disidentes, los que no aceptaban el Catolicismo como creencia y norma de vida.

Los políticos, que de todo se aprovechan, aprovecharon el sistema buscando en él prestigio y fuerza intelectual para sus ideas. Influyó también en otras ciencias, sobre todo en las jurídicas y sociales. De esta manera, si aquella filosofía indigesta no floreció ni dio frutos propios de valor, injertada en otras actividades ganó influencia difusa.

El krausismo, que atacaba los fundamentos católicos de la vida tradicional, se vio alguna vez perseguido por sus doctrinas contrarias a las del Estado, y en 1865 se formó expediente a Sanz del Río y a alguno de sus discípulos, entre ellos a Giner de los Ríos.

Pero vino la revolución del 68, volvieron a sus cátedras, y entonces se legalizó la más amplia libertad de enseñanza, y, es claro, en nombre de ella se persiguió a las doctrinas que sus contrarios profesaban.

Cuando llegó la Restauración monárquica en 1875, [28] el ministro de Fomento pasó una orden a los Rectores para que no tolerasen en las Cátedras ataques contra el dogma católico y las instituciones vigentes. Salmerón, Giner, González Linares, Calderón, Azcárate, Castelar, Montero Ríos, Moret, etcétera, no se conformaron y fueron separados en virtud de expediente. «La separación fue justa –dice Menéndez y Pelayo–, no los destierros y tropelías que la acompañaron. Siempre fue la arbitrariedad muy española.»

Los catedráticos separados crearon entonces, para seguir cultivando su filosofía, la Institución Libre de Enseñanza. Fue, pues, el krausismo el origen y el sistema filosófico de la Institución, y alma y animador de ella don Francisco Giner de los Ríos.

Así lo retrataba Menéndez y Pelayo en 1882: «Catedrático de Filosofía del Derecho y alma de la Institución Libre de Enseñanza, personaje notabilísimo por su furor propagandista, capaz de convertir en krausistas hasta las piedras, hombre honradísimo, por otra parte; sectario convencido y de buena fe, especie de Ninfa Egeria de nuestros legisladores de Instrucción pública y muy fuerte en Pedagogía y en el método intuitivo, partidario de la escuela laica que nos regalará pronto, si Dios no lo remedia.»

No lo remedió, es cierto, pero también lo es que Dios no nos ha dejado de su mano.

En las de Giner, el krausismo dejó su férula de fríos conceptos y salió a más ancho y ameno campo: la estética, la difusión de la cultura, la pedagogía y la sociología; pero no perdió, no renunció al punto esencial: a su desprecio o poco aprecio de la cultura tradicional y al prejuicio de que nuestra incultura provenía de nuestro Catolicismo.

Claramente apareció este juicio en la polémica que se entabló en 1876 entre Menéndez y Pelayo y algunos krausistas e institucionistas como Azcárate y [29] Revilla. Esta afirmación de Azcárate dio ocasión a la polémica: «Según que, por ejemplo, el Estado ampare o niegue la libertad de la ciencia, así la energía de un pueblo mostrará más o menos su peculiar genialidad en este orden y podrá hasta darse el caso de que se ahogue por completo su actividad, como ha sucedido en España durante tres siglos.»

Esto quería decir, en claro castellano, que en España no había ciencia porque el pensamiento científico es incompatible con el catolicismo de la nación y del Estado. Menéndez y Pelayo refuta en sus tomos de La ciencia española tan peregrina y sectaria afirmación; es más, toda su obra ingente, a la que es preciso volver ahora para tomar pie y alientos en la presente cruzada patriótica, tiene por eje y fundamento la rehabilitación y renovación de la tradición científica española. Los krausistas, que abandonaron el lastre del sistema filosófico, no han insistido directamente en refutar a Menéndez y Pelayo. Han callado y hecho el vacío todo lo posible a sus doctrinas, no han hablado de sus libros, han lanzado de vez en cuando canecillos ladradores a roerle los zancajos; pero, prácticos y oportunistas, emprendieron otros caminos. Cuando el desastre del 98, la palabra europeísmo salía de todas las plumas y de todas las bocas. Y había un fondo de razón, de verdad: era preciso ganar el terreno perdido en un siglo de luchas y de disputas; pero lanzados desatentadamente a copiar y a imitar, se perdían en el aire las advertencias del Maestro, que invitaba a todos a cultivar su propio espíritu, a renovar su ciencia sin despreciar lo de fuera, pero atendiendo con especial cuidado a reanudar su tradición; decía que un pueblo nuevo podía improvisarlo todo menos la cultura intelectual, y que un pueblo viejo no puede renunciar a la suya sin extinguir la parte más notable de su vida. Pocos le oyeron. Era más fácil traducir y trasplantar reformas y [30] planes. Y en esto Giner sobrepasó todas las esperanzas. Con habilidad insuperable supo monopolizar y conseguir que el Estado hiciese suyos todos sus proyectos, y, es claro, él y sus discípulos, directa o indirectamente, los realizaban y realizan.

Sería injusto decir que todos eran malos y equivocados; no, no puede negarse el esfuerzo y la actividad de la escuela que ya no filosofa ni casi existe. Aquella fratría quedó reducida a una escuela privada, a una sociedad de antiguos alumnos y a una modesta revista o boletín. Ni aun creo que como tal Institución haga gran cosa. Son sus miembros dispersos los que se mueven y agitan y politiquean con la cultura. La Institución es una especie de mito, una palabra terrorífica para muchos, y no son sus impugnadores los que menos han contribuido a rodearla de ese nimbo omnipotente. Lo grave, la verdadera desgracia para España es que no filosofen ya, que ni siquiera hablen ni quieran hablar de religión. Con sutiles y engañadoras artes, han hecho cundir un indiferentismo religioso que ha asfixiado el pensamiento español con ciencia importada de acarreo, sin espíritu español ni católico, con todos los espíritus, en cambio, que no sean españoles y que de lejos o de cerca favorezcan la indiferencia religiosa. Casi habían ahogado el alma de España, que ahora anhela respirar aires que la tonifiquen.

<<   >>

filosofia.org Proyecto Filosofía en español
© 2006 filosofia.org
  Una poderosa fuerza secreta
San Sebastián 1940, páginas 25-30