Una poderosa fuerza secreta. La Institución Libre de Enseñanza Editorial Española. San Sebastián 1940

La Institución Libre y la Enseñanza. I. Los procedimientos

La formación del Profesorado

Miguel Allué Salvador

Catedrático y Director del Instituto de Zaragoza

No es un prejuicio profesional, ni una preocupación de hombre dado a la vida del estudio, sino una realidad evidente, basada en el convencimiento que producen en mi ánimo, a un mismo tiempo, la lógica y la experiencia.

Creo firmemente que España será lo que sean su Educación y su Enseñanza. Y la Educación y la Enseñanza públicas serán lo que sea su profesorado.

De nada servirán las más sublimes orientaciones pedagógicas, los métodos más modernos y el material docente mejor seleccionado, si el profesorado nacional no se halla a la altura de su misión y la vibración patriótica del momento no ha repercutido en su corazón con emoción gozosa y sana alegría.

Los institucionistas se preocupan del problema

Es innegable que la Institución Libre de Enseñanza, comprendiendo desde el primer momento la importancia capital de este problema gravísimo de la formación del profesorado, le concedió en todo tiempo la atención que se merece.

Tanta importancia le dio y tanto cundió ésta entre los amigos de la Institución, que muchos se procuraban esta amistad pensando con criterio positivo que ella podía ser el medio más adecuado para ganar una cátedra [132] y asegurarse un tranquilo porvenir al amparo de un escalafón oficial.

En efecto, los profesores institucionistas no perdían nunca el contacto entre ellos mismos y con la Institución. En forma descarada unas veces, de manera más disimulada otras, se ayudaban entre sí, con firme eficacia, en todos los trances de su carrera.

Las oposiciones

En la recluta del profesorado se consideró casi unánimemente durante mucho tiempo que el sistema de las oposiciones era el medio mejor, o, en otro caso, el menos malo.

Las oposiciones se hacían ante siete jueces, designados con cierto automatismo, que garantizaba su independencia; y en sus cinco ejercicios, que se desdoblaban en algunos más por el sistema de trincas que se aplicaba a alguno de ellos, abarcaban una extensión de materias y un detalle de conocimientos en verdad extraordinarios.

Se consideraba por las gentes que la oposición era el método más puro, es decir, el que ofrecía más garantías de seriedad en la selección del profesorado.

Todo esto es verdad, a tal punto, que, comprendiendo la Institución Libre de Enseñanza la imposibilidad de reaccionar contra aquel ambiente, a pesar de contar en su seno con hombres de mérito, se dedicó a buscar el procedimiento de adaptación más viable y más conforme con sus fines particulares.

Así resultaba algunas veces que el presidente del tribunal, que era un consejero de Instrucción Pública, el vocal académico y el catedrático de Madrid eran institucionistas, constituyendo desde el comienzo de las oposiciones una pifia difícil de deshacer.

Si a ello se agrega que los siete jueces quedaron [123] reducidos a cinco, y que el automatismo en la designación fue sustituido por elecciones, bien se comprenderá la facilidad con que los institucionistas lograban formar un bloque que se erigía en árbitro, dueño y señor de la situación dentro del tribunal.

Los concursos

Es natural que el profesor sienta el deseo de mejorar de población, y esto no por capricho, sino por razones atendibles: acercarse al país de origen, necesidad de cambiar de clima, establecerse en población donde poder atender a la carrera de sus hijos, etcétera. Y para esto, después de realizado el esfuerzo terrible de la oposición, se acudía al llamado turno especial de concurso de traslado.

Entonces la Institución desplegaba sus alas de otra manera, buscando siempre la mayor eficacia.

La batalla se daba en el Consejo de Instrucción Pública; y se procuraba que el ponente fuese de la Institución; luego, en la Comisión permanente, se preparaba el informe, y, por último, en la sesión plenaria del Consejo el grupo institucionista, apiñado y compacto, acababa por imponerse.

Como aparentemente los preceptos legales se habían cumplido, era muy fuerte para el ministro separarse del parecer del Consejo en un asunto de personal. La conclusión en definitiva no era otra que el triunfo del concursante institucionista.

El cursillismo

Claro es que no siempre pasaban las cosas de esta manera, y también a eso se debe el que llegaran a las alturas de la cátedra hombres estudiosos que no pertenecían a la Institución. Pero es lo cierto que ésta hizo [134] cuanto estuvo a su alcance para extender su dominio y su influencia entre el profesorado español.

Ahora bien; como la característica de la Institución en sus actuaciones prácticas fue siempre una capacidad portentosa de adaptación a todos los climas políticos, cuando la República puso en manos de aquélla los destinos de la Instrucción pública española, se apartó de las antiguas actuaciones esporádicas y subrepticias, levantando el guión de enganche en masa, por el procedimiento del cursillismo.

Bastaban unos cuantos días de asistencia a unas lecciones, para ingresar en el profesorado. Consta positivamente que mientras se daban esas lecciones se practicaban toda clase de averiguaciones sobre las ideas políticas que hubieran profesado los cursillistas; y ya se comprenderá que el resultado de tales averiguaciones no consistía en favorecer a los católicos y perjudicar a los elementos laicos.

Los cursillos tienen razón de ser para ampliar conocimientos o para adiestrar rápidamente a cierto personal que es necesario reclutar con urgencia. Pero utilizar el cursillismo como sistema normal de formación del profesorado es algo tan absurdo y tan monstruoso que no necesita de refutación.

Aun practicando el sistema con pureza, tienen los cursillos los inconvenientes de las oposiciones, y carecen de todas sus ventajas. Si a esto se agrega el sectarismo con que el sistema se aplicó, no es de extrañar la terrible bancarrota de que ese ha hecho víctima al profesorado español en estos últimos años de República laica y pseudo europeizante.

A ideales nuevos, rumbos nuevos

La formación del profesorado es un problema cuyo resultado depende de estos tres factores: vocación, aptitud y ciencia.

Vocación, porque sin ella la obra de la educación deja de ser un apostolado para convertirse en una rutina falsa y estéril.

Aptitud, porque la enseñanza es un arte, y así como el escultor para esculpir la piedra necesita cierta destreza, así el profesor, para esculpir las almas, ha de ser un artista de la pedagogía, llegando a la conciencia del alumno por el camino más fácil y del modo más grato posible.

Y ciencia, porque el que nada sabe, nada puede enseñar; sin que haya temor de que el profesor sepa mucho, pues con aptitud y vocación, la ciencia, como decía Quintiliano, nunca estorba.

Pero el profesor no es un ente abstracto, sino que tiene por misión preparar hombres útiles a la sociedad de su tiempo y a la Patria de que forma parte. Por ello todas esas cualidades han de hallarse armonizadas en el ambiente nacional.

De aquí que un profesor laico no se conciba en una nación católica, ni un maestro internacionalista, en el seno de una nación de fuerte y glorioso abolengo.

Si el nuevo Estado ha de ser totalitario, ha de cuidar preferentemente de la enseñanza nacional, y el Cuerpo de los educadores del Estado ha de ser el depositario y el sembrador en la juventud de los nuevos ideales.

Este es, para mí, el primer resorte en el mecanismo del nuevo Estado. Ni la victoria en los campos de batalla, ni el esfuerzo generoso de los ciudadanos para [136] adelantar la reconstrucción económica del país nos llevarán al puerto de salvación definitiva de España, si no nos preocupamos de forjar los nuevos ciudadanos, infiltrando en sus almas aquellas virtudes que han de ser el cimiento de la paz y la salvaguardia de la prosperidad de la Patria.

Es necesario, por tanto, atender, antes que nada, a la formación del profesorado, pues si el Estado acierta en la selección de sus educadores, el acierto en todo lo demás será fácil, hacedero y expedito.

No desconocemos todas las sutilezas pedagógicas que giran hoy alrededor de la idea del esfuerzo personal del educando y de su autoformación. Pero creemos con devoción sincera que la sugestión de un buen maestro será siempre un valor inestimable en la obra de la educación; y que sólo a los grandes maestros les es dado el poder de engendrar pueblos como aquellos que, en medio de las circunstancias más adversas, sabían sobreponerse a ellas sin más que levantar su vista a la esplendente Acrópolis o al Alto Capitolio.

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  Una poderosa fuerza secreta
San Sebastián 1940, páginas 131-136