Una poderosa fuerza secreta. La Institución Libre de Enseñanza Editorial Española. San Sebastián 1940

La Institución Libre y la Enseñanza. II. Los instrumentos oficiales

Los cursos de verano

Domingo Miral

Catedrático de la Universidad de Zaragoza

Respetos, prestigios, afectos y consideraciones personales deben desaparecer totalmente de la jurisdicción de Temis para dejar paso libre a la justicia y para que cada uno ocupe el lugar que le corresponde.

Sirva esto como de antecedente para justificar la posible dureza de algunos de los conceptos que se emitan.

Y vamos a la Institución. Para afirmar y robustecer su influencia en España necesitaba un ambiente de prestigio internacional, y para conseguirlo recurrió, entre otras cosas, a los Cursos de Verano. Desde hace un cuarto de siglo, aproximadamente, venían celebrándose apaciblemente estos cursos en Madrid.

Los católicos y gentes de orden seguían, como de costumbre, sin cuidarse de esas pequeñeces, y así cundía la especie de que la Institución era la única entidad española capaz de mantener relaciones culturales con el Extranjero.

Pero un buen día surgió en Jaca, como por ensalmo, una hermosísima Residencia para extranjeros, y en los tiempos de Royo Villanova la Universidad de Zaragoza se atrevió, sin pedir permiso a Madrid ni comunicar sus propósitos a las gentes de la Institución, a llamar a los extranjeros para que vinieran a Jaca a estudiar [182] nuestro idioma y a conocer nuestra literatura, nuestro arte, nuestras costumbres y, sobre todo, nuestros paisajes y las virtudes nativas de nuestra raza.

El primero y mayor éxito que obtuvo la Universidad de Jaca fue concitar en contra suya las iras de la Institución. Casi todas las Universidades españolas trataron de imitar a la Universidad de Zaragoza, y hubo alguna, como Salamanca, que pensó en fundar dos Residencias para extranjeros, una en Béjar y otra en Ávila. Pero el odio de la Institución se desencadenó únicamente contra la Universidad de Jaca; comprendió desde los primeros momentos que los aragoneses no desistirían de su empeño, y llegó a temer que la labor del profesorado y las excelencias del clima, del paisaje y de Jaca podían poner en trance de peligro los Cursos de Madrid.

Había que evitar este peligro, y había que castigar a quienes no respetaban los monopolios y se atrevían a pensar en estas empresas sin haber obtenido previamente la autorización correspondiente de la Institución. Los institucionistas no se contentaban con ser los primeros y los mejores; querían ser los únicos. El peligro llegó, y, mientras aumentaba la afluencia de extranjeros en Jaca, los Cursos de Madrid iban quedándose desiertos; y para asegurar su vida y para anular la Residencia de Jaca, surgió la magna idea de crear la Universidad de Verano, en Santander.

Centenares de miles de pesetas se consignaron en presupuestos para convertir en Residencia el hermoso palacio de la Magdalena, y centenares de miles de pesetas se destinaron a gratificar a conferenciantes y profesores, con generosidad no igualada en ningún otro país del mundo, ni siquiera en los Estados Unidos de América. [183]

El palacio de la Magdalena se convirtió en un magnífico escenario en donde exhibían sus vanidades los prohombres de la Institución y sus afines extranjeros, y en donde se daban pingues honorarios que facilitaban cómodos y fastuosos veraneos. Pero en esa misma opulencia radicaban las causas de su esterilidad, y, en breve plazo, de su muerte. El afán de lucro y el deseo de satisfacer vanidades atraían gran número de conferenciantes, que procuraban aumentar el número de sus conferencias, y de tal manera lo lograban, que no había oyentes para tantos maestros y tantas conferencias. Crecía la oferta de los maestros en la misma proporción en que aumentaba la ausencia de oyentes, y se veía llegar el momento en que las aulas iban a quedar completamente desiertas.

Para evitar este nuevo peligro, el ministro al servicio de la Institución ordenó al Magisterio, a las Escuelas especiales, al Instituto y a la Universidad, que enviaran becarios a Santander. Cada Universidad debía pagar de su patrimonio por lo menos dos becarios por Facultad; los demás recibían del Ministerio el importe de sus becas. Todos los becarios estaban obligados a asistir a tres o cuatro conferencias diarias y a las enseñanzas en que se hubieran matriculado; pero lo hacían de tan mala gana, que su asistencia era fiscalizada por profesores que presumían de eminencias. Con muchísima frecuencia los alumnos que entraban en las aulas por la puerta se salían por la ventana para no ahogarse en aquel mar de sabiduría.

En poco tiempo no hubiera habido alumnos que hubieran querido ir a Santander ni en calidad de becarios.

¿Qué hacían, entre tanto, los de la Institución con la pobre Residencia de Jaca? María de Maeztu fue severamente censurada porque había dado una conferencia [184] en Jaca. Menéndez Pidal, llegado apenas a la presidencia de la Junta de Relaciones Culturales del Ministerio de Estado, suprimió una subvención de 8.000 pesetas que dicha Junta había consignado, espontáneamente para la Universidad de Jaca. Desapareció la subvención de 6.000 pesetas que, después de muchos titubeos y no poca resistencia, nos había concedido don Eduardo Callejo, y se dejaron de cobrar las 5.000 pesetas que don Miguel Primo de Rivera había consignado en presupuesto para amortizar el capital con que la Residencia de Jaca había sido construida. Madariaga consiguió que fuera para el Instituto Vives, de Madrid, una beca que el profesor de Oxford Arteaga había destinado a Jaca. Pérez de Ayala interpuso toda su influencia de embajador para que no fueran a Jaca trescientos ingleses que una organización inglesa quería enviar allí, y lo consiguió, después de haber convenido con la Dirección de Jaca las enseñanzas que habían de recibir y la pensión que habían de pagar.

Jaca continuaba progresando a pesar de todo esto, y allá fue Américo Castro, hombre cerril, indiscreto, fanático y soberbio, en calidad de espía y con el auxilio de tres socialistas de Jaca y de un profesor francés, que al año siguiente fue a Santander a explicar Literatura, denunció ante el ministro que en Jaca se hacía política no republicana, porque el paño que cubría los pies de la mesa que la presidencia ocupaba en las conferencias del teatro era rojo y no tenía los colores de la bandera republicana; porque los extranjeros iban el día de Santiago a la villa de Ansó y al balneario de Panticosa en el día de su fiesta, y porque no había una cátedra destinada a explicar las sublimidades doctrinales de la Constitución de la República. El ministro [185] llegó a coger la pluma para suprimir airadamente la Universidad de Jaca, pero alguien le llamó la atención sobre la violencia del procedimiento y no se publicó el decreto{80}.

Todas estas cosas merecían una más larga exposición, pero, aun escuetamente referidas, bastan.

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{80} En cartas cruzadas por institucionistas, respecto a la residencia veraniega de Jaca, se leen cosas como las siguientes: «¿Cómo hemos podido consentir los republicanos, que sabemos las campañas hechas en aquella residencia contra la República, que puedan éstas repetirse un año más? Ni nuestras conversaciones ni nuestras cartas al ministro de Instrucción pública han sido tenidas en cuenta. Es lamentable, por nuestra República, que durante unos meses y ante unos centenares de extranjeros, será de nuevo escarnecida e injuriada por quienes dependen y cobran del Estado. No intentemos volver a Jaca, porque no seríamos admitidos en ella por ser republicanos, y aun si llegáramos a ir, no nos sería posible la convivencia con aquellos enemigos envalentonados ante la impunidad.» (Nota de los E.)

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  Una poderosa fuerza secreta
San Sebastián 1940, páginas 181-185