La phi simboliza la filosofía de tradición helénica, la ñ la lengua española Proyecto Filosofía en español
Inocencio María Riesco Le-Grand

Tratado de Embriología Sagrada
Parte Primera
/ Capítulo segundo

§. I
La preñez


Entendemos por preñez, el estado fisiológico de la mujer, desde que concibe por la cópula con el hombre, hasta que expele fuera de sus órganos, el producto de la concepción.

Hemos dicho que la preñez es un estado fisiológico [53] o natural en la mujer, por lo tanto su tratamiento debe ser más bien higiénico, que patológico. Efectivamente, así sucedería las más de las veces, y la mujer seguiría en esto la marcha de todos los animales hembras, que se hallan en estado de gestación. Mas a pesar de eso, vemos frecuentemente que la preñez va acompañada de trastornos en la economía animal, y de varios fenómenos simpáticos o generales, locales y parciales, que ya afectan uno o muchos órganos pertenecientes a un mismo aparato de órgano; ya se manifiestan en aparatos orgánicos diferentes.

El teólogo y el médico necesitan en muchas ocasiones saber apreciar los signos propios de la preñez, y aun aquellos que son comunes con diversos estados patológicos. El segundo debe hacer un estudio asiduo de la medicina legal, y en los autores que tratan de esta materia encontrará cuanto pueda desear; mas el primero, cuyo voto se reserva en el tribunal de la penitencia, y que no puede apreciar mas circunstancias que las manifestaciones verbales del penitente, debe tener presentes, algunos datos, en la resolución de varios casos de conciencia.

Con todo, los signos de la preñez son muchas veces inciertos, y los facultativos más experimentados han caído en error, cuando han querido determinar y fijar sus reglas a ciertos casos particulares. De Avenzoar, famoso médico árabe, se cuenta que se engañó en su propia mujer.

Desde el instante en que la mujer ha concebido, la matriz es obligada por el instinto conservador a [54] desempeñar un juego de operaciones, que más tarde vienen a ser el complemento de la función para que ha sido destinada por el supremo Hacedor. Así es que esta víscera parece que adquiere una nueva vida, modifica la sensibilidad, aumenta sus simpatías: se hace en fin el centro de continuas irradiaciones, que se trasmiten al organismo, y que algunas veces alteran más, o menos las principales funciones.

Son pocas las mujeres que dejan presentar los fenómenos subsiguientes a este estado enteramente nuevo. Con dificultad las que han parido alguna vez, dejan de notar las alteraciones que las hacen conocer el estado en que se encuentran.

Cuando los fenómenos que se presentan dependen de la acción simpática ejercida por el útero, sobre los diversos órganos de la economía, reciben la denominación de signos racionales; cuando consisten ya en las modificaciones experimentadas por el útero, y por los órganos que le rodean; ya en los movimientos del feto, se llaman signos sensibles.

Moreau, divide los signos racionales, en signos que hacen presumir, que la concepción acaba de efectuarse, y signos que indican que la preñez existe hace algún tiempo, más o menos largo. Los médicos señalan varios signos racionales, pero ellos mismos confiesan que son inseguros, y que faltan muchísimas veces. Dicen que la mujer experimenta una sensación de placer en el desempeño del acto generador, mayor que el que ha experimentado otras veces; que a esto se sucede la retención del esperma, la sensación de un [55] movimiento vermicular en una de las regiones ilíacas. Únese a esto el abatimiento, y tristeza que la mujer experimenta por algunos días, la coloración azulada, y laxitud de los párpados, un mirar lánguido y triste.

Por lo expuesto se deduce que es imposible marcar signos seguros de una concepción reciente. No obstante, las mujeres que han tenido algunos hijos, y experimentan en el acto conyugal las mismas sensaciones que en las concepciones anteriores, pueden tener razones para creer que han concebido.

Los signos que indican que la preñez existe hace algún tiempo más o menos largo, se dividen en locales, generales, y simpáticos. Entre los locales, se coloca la supresión de la menstruación; pero esta supresión puede confundirse con un estado patológico; no obstante, puede decirse, que el embarazo coincide con la falta de menstruación; aunque se citan mujeres que han menstruado durante su embarazo.

Refiérense a los signos generales las modificaciones del pulso, y del sistema nervioso; se dice que el pulso adquiere mayor fuerza, frecuencia, y dureza; y que al fin del embarazo se presenta contraído e intermitente. Pero estas modificaciones son tan poco marcadas que son difíciles de apreciarse, y pueden encontrarse en otras circunstancias. El Sr. López, nuestro discípulo de filosofía, nos ha asegurado que jamás ha podido apreciar semejantes modificaciones en su práctica; y esto mismo hemos oído a varios facultativos más antiguos en la profesión. [56]

Las del sistema nervioso se echan de ver por esa exquisita sensibilidad y esa impresionabilidad, a los agentes físicos, y morales. De buenas, confiadas, y alegres, se hacen iracundas, celosas, y taciturnas; en fin, cambian digámoslo así de carácter. Tengan esto presente los confesores, para apreciar la voluntariedad de los actos de ciertas mujeres embarazadas.

Los signos simpáticos se manifiestan por los fenómenos del tubo digestivo. Hay mujeres que pierden el apetito, y tienen el gusto depravado, desean mascar sustancias acres, ácidas, y algunas veces refractarias a la acción de los órganos digestivos. Manifiéstase en otras un tialismo o salivación continua, y abundante. Preséntanse náuseas y vómitos, dependientes en los primeros meses de una irradiación nerviosa que se trasmite desde la matriz a los órganos inmediatos; y en los últimos meses dependen de la compresión, que ejerce la matriz con el producto de la concepción sobre el estómago.

Ninguno de los signos racionales enunciados, puede dar una certeza del embarazo; todos reunidos harán presumir su existencia; porque como asegura Capuron en su Tratado de las enfermedades de mujeres; nada hay más difícil que coordinar las enfermedades que sobrevienen desde el momento en que concibió la mujer hasta que pare.

Siguiendo la división de Moreau, los signos sensibles pueden subdividirse en tres series. Los que podemos apreciar por la vista; los que suministra el oído; y los que se aprecian por el tacto. [57]

Entre lo signos que se aprecian por la vista, el primero que se presenta, es el aumento de volumen del vientre, que en unas mujeres es más manifiesto que en otras. Este aumento de volumen se puede confundir con varias enfermedades, ya con un derramen de serosidad en el peritoneo; ya con el desarrollo de gases; ya con la presencia de tumores desarrollados en el útero, &c.

Existiendo relaciones tan simpáticas entre la matriz y los pechos, es claro que estos han de manifestar la presencia del producto de la concepción en la matriz. Efectivamente, cuando la mujer ha concebido siente comezón en los pechos, su volumen se aumenta, se distienden, endurecen, y redondean: se presentan como aislados de los músculos pectorales, y son más móviles delante del pecho; el pezón se hace más sensible, propinante, y dolorido; se nota en ellos una exudación serosa, amarillenta, o lechosa; la aureola se aumenta en proporción del volumen adquirido por la glándula y toma un color más subido, se distiende la piel, se adelgaza, y se vuelve más trasparente; las venas se manifiestan al exterior, y aparecen como líneas azuladas.

No obstante convienen los médicos en que ciertas mujeres llegan hasta el último mes del embarazo sin sentir estos fenómenos en sus pechos. El señor Mata en su Medicina legal, dice: «No cabe duda que las mamas aumentan en general de volumen con el embarazo; órganos destinados a la secreción de la leche, luego de concluida la gestación, tienen que aumentar [58] sus dimensiones para poder trabajar y dar cabida al material que han de elaborar y hayan elaborado. Pero ¿quien aprecia el mayor volumen de las mamas de una mujer? Se necesita una comparación, y para esto saber cual era el volumen anterior. ¿Y estará en este caso el facultativo? la secreción de la linfa láctea es un buen signo, mas en algunas preñeces falsas, en varias afecciones del útero se ha presentado también. Hay mujeres que no la tienen. El color de los pezones y de la aureola es un hecho sumamente accidental. La primeriza puede presentar un color moreno de estas partes a consecuencia del embarazo, mas si es de morena tez, si la mujer ya ha parido otras veces ¿qué significa el color de los pezones y de la aureola? Rara es la mujer que mas o menos pronto no ofrezca estas partes morenuscas.

El señor López de quien hemos hecho ya mención, nos ha referido el hecho siguiente:

«Hace poco tiempo que visitó una señora que no había tenido alteración alguna en sus mamas durante el embarazo, siendo así que estaba habituada a que sus pechos se hinchasen, por cuyo motivo dudaba de hallarse embarazada; pero habiendo sido llamado para que la propusiera los medios que le parecieran oportunos, para unos dolores que sentía; le llamó la atención, la circunstancia de haber arrojado por el orificio vulbar cierta cantidad de líquido, no pudiendo menos de reconocerla; siendo el resultado del reconocimiento, encontrarse con la presencia de la cabeza de un feto. El aumento de volumen de los pechos no es [59] pues, un signo cierto de preñez, porque falta unas veces, y otras es sintomático de alguna afección de la matriz.

En las mujeres embarazadas suele aparecer alguna vez la piel de la cara de un color morenusco, térreo amarillento, que llaman vulgarmente paño; este signo no es constante ni general, y se presenta también en varios estados patológicos.

Examinaremos los signos que dan certeza de la existencia de la preñez, que encontrándose estos se puede asegurar con exactitud matemática, que la mujer se halla embarazada. Los médicos los aprecian en medicina legal, y según ellos, resuelven los casos cuando son llamados como facultativos a los tribunales. Estos son los que nos suministran el oído, y el tacto. Veamos los que nos suministra el oído.

Hacia fines del tercero o cuarto mes, se manifiestan dos ruidos, uno que procede de la placenta, y otro del corazón del feto. El primero llamado placentario o ruido de fuelle, porque es comparable al ruido de este instrumento; es isócrono con las pulsaciones de la madre. Basta para apreciarle aproximar el oído desprovisto, o armado de estetoscopio a cualquier punto del abdomen, y particularmente hacia las partes laterales del útero. Es menester no confundir este ruido con el que producen los gases intestinales.

»Los ruidos del feto, dice Mata, son igualmente muy significativos. Los latidos del corazón del feto, y la circulación de la sangre en los vasos placentarios constituyen estos ruidos. Percíbense aplicando la oreja [60] sin intermedio, o por medio de estetoscopio en el espacio que separa el ombligo de la espina anterior y superior del ilion del costado izquierdo. Este último medio es el preferible según Kergaredec, el primero que ha distinguido aquellos dos ruidos. Ya se emplee el instrumento de Laennech, ya la oreja sola, el observador percibe latidos dobles iguales a los del adulto, pero más rápidos, de ciento y veinte, a ciento y sesenta por minuto, efecto de las contracciones y dilataciones del corazón del feto; al mismo tiempo una especie de ruido de fuelle sacudido, e isócrono con el pulso de la madre; resultado, según Kedgaredec, del paso de la sangre desde las arterias uterinas a las venas umbilicales por entre los senos uterinos y placentarios, al paso que Dubois cree que depende este fenómeno tan solamente de la mayor anchura de las arterias uterinas y de la mayor actividad circulatoria de la matriz, y Bouilland de la presión de los vasos arteriales. Tal vez ni unos ni otros han dado en la verdadera causa de ese ruido de fuelle. ¿Por qué no ha de depender ese ruido del paso de la sangre del feto por el agujero de botal? ¿No es el ruido de fuelle uno de los síntomas mas notables de la cianosis? Estos ruidos bien apreciados, prueban el uno la existencia del feto; el otro la de la placenta. Los ruidos del feto no pueden confundirse con ningún fenómeno. Los de los vasos placentarios pueden ser imitados por los latidos de la aorta desarrollada de una manera anormal: pero un poco de práctica en este diagnóstico disipa todas las dudas: el ruido de fuelle sacudido no se [61] percibe, y esto más que el ser isócronos los latidos con el pulso de la madre es lo que debe buscarse.»

El segundo llamado ruido del corazón del feto, consiste en un doble latido precipitado que se asemeja al ruido producido por un reloj. Se pueden contar ciento treinta, a ciento cuarenta latidos por minuto. Este ruido en algunas mujeres desaparece en los últimos meses del embarazo.

Los signos sensibles, que nos suministra el tacto, los unos se refieren a la matriz, y los otros al feto mismo. Los que se refieren a la matriz consisten, ya en la disposición de su cuello, ya en la situación de esta misma víscera. En un tratado de partos pueden verse con mas latitud. Los que son relativos al feto mismo consisten en movimientos que este ejecuta, que se han dividido en activos y pasivos, según que sean espontáneos, o según que estos movimientos sean independientes de la vida, y acción muscular del feto.

Estos signos, no solamente nos dan una certeza de hallarse embarazada la mujer, como llevamos dicho, sino también de la existencia o vida del feto.

El Teólogo debe tener presente que las facultades del entendimiento de la mujer preñada padecen un desarreglo notable; se las observa abatidas, tristes, acometidas de pensamientos lúgubres; otras veces su imaginación se exalta, se despiertan las pasiones, particularmente los celos, el odio, y siendo de carácter dulce son ásperas, y recelosas. Con facilidad varían en sus determinaciones, y pasan instantáneamente de la alegría a la tristeza, de meditaciones religiosas, a [62] pensamientos profanos. Muchas degeneran en crueles, aborrecen a sus hijos, y al marido, habiéndose verificado alguna que ha pretendido asesinarles.

Los sentidos externos padecen también estas irregularidades; la vista se les turba, se les figura ver espectros, chispas, e insectos; muchas veces no pueden resistir la presencia de la luz, los oídos padecen alteraciones, les zumban algunas veces, y sienten golpes a cada paso que las asustan; el olfato padece también, y sus sueños son agitados, y visionarios. Finalmente, otros muchos desarreglos de que trataremos más adelante, cuando hablemos de las enfermedades de la preñez; sin embargo llamamos la atención de los confesores para saberlos apreciar en el tribunal de la penitencia.

Es materia esta tan delicada para confesores y médicos, que a pesar de los prodigiosos adelantos de la ciencia sobre esta materia, aún no se atreven los naturalistas a fijar límites a la influencia que puede ejercer la preñez en la moral de la mujer. Se citan casos de mujeres que han robado, asesinado, y hasta han cometido actos de antropofagia. Cítanse también casos de androtomía; casi todos los autores repiten el caso de aquella mujer que se empeñaba en comer el hombro de un panadero a quien había visto desnudo; otras han deseado morder en el pescuezo, el brazo, o la cara a ciertas personas determinadas. Hemos oído referir a la que nos dio el ser, el hecho siguiente, que aunque no es de androtomia, es casi igual. Hallábase embarazada de su primera hija en ocasión que tenían en ceba un hermoso cerdo. Todas las tardes a [63] la hora de dar un pienso al animal, bajaba la señora con una exactitud admirable a verle comer, y después de contemplarle con la vista fija gran rato, se retiraba entristecida, y se ponía a llorar; su esposo que la amaba tiernamente, procuraba con halagos investigar la causa de aquel llanto y tristeza, mas era en vano porque duplicaba el llanto y enmudecía. Pasados muchos días de tan desagradable escena, su esposo la exigió con alguna entereza y resolución le dijese la causa de tan inexplicable tristeza, y entonces tuvo la señora que confesar que su tristeza provenía de que apetecía comer una tajada bien cuadrada, del lomo del cerdo, pero que había de cortársele estando vivo, al tiempo de comerse el pienso. Riéronse todos del capricho, y padre le ofreció que al día siguiente se mataría el cerdo; pero nada menos que eso, porque se opuso tenazmente diciendo que no permitiría que de ninguna manera se quitase la vida a un animalito que ella quería tanto, por lo manso que era. Pasaron algunos días, y la tristeza de madre iba en aumento, lo cual observado por padre; una mañana temprano la llevó a la cama la tajada del cerdo perfectamente cuadrada, del sitio que ella había señalado, afirmándola que se le había cortado estando comiendo el pienso de la mañana; aunque en realidad había sido después de haberle degollado. Con esto desapareció aquel estado lastimoso de la señora, y cosa particular, a su debido tiempo parió una niña la cual tenía cerca del hombro derecho un lunar de una pulgada cuadrada con toda la forma y aspereza del cuero del cerdo, con [64] su correspondiente cerda larga, parecía que estaba dibujado a pincel. Aquí en Madrid hay personas que viven aún, y conocieron a hermana doña Carmen Riesco; y tratan personalmente a madre doña Rosa Le-Grand, la cual no obstante de tener cerca de ochenta años refiere este suceso. A pesar de que cuando murió la hermana teníamos ocho años, conservamos muy viva la idea de aquel raro lunar, que llamaba la atención de todas las personas que por primera vez nos visitaban. La hermana sentía bastante este capricho de la naturaleza, pues se hallaba imposibilitada de llevar vestidos escotados según era moda entonces, y poder lucir su hermoso cuello, y blanca tez.

Hemos oído contar varios casos parecidos a este y que quizás tengamos ocasión de examinar en otro lugar.

Es verdad que no puede, ni debe admitirse en todas las mujeres esta influencia, porque muchas abusan de la credulidad para ocultar sus crímenes, o para conseguir lo que de otra suerte no les sería concedido, mas esto no quita para que se tenga presente, que el útero recibe muchos plexos del nervio trisplánico, o gran simpático, que le relacionan con todas las vísceras, y notablemente con el cerebro, y que como dice muy bien Mata, siempre que el útero es sitio de alguna afección congestional, la inervación sufre notablemente: todas sus relaciones entran en juego. Durante la preñez están expuestas a estos y otros mayores desarreglos, y las enfermedades reinantes, y las epidemias se ceban en ellas con facilidad. Este estado, dice Moreau, nos [65] ha hecho comparar muchas veces una mujer embarazada, y sobre todo una mujer de parto a una plaza desmantelada y abierta que se ofrece sin resistencia al primer enemigo que quiere ocuparla.

Concluiremos llamando la atención con este motivo sobre los signos que preceden a la pubertad de las doncellas, y que a pesar de no ser el objeto primordial de esta obra, deben tenerse presentes para obrar con prudencia en la práctica del confesonario, y para varias cuestiones legales. Muchísima precaución necesitan los médicos, y confesores para dirigir la salud y la conciencia de una organización tan frágil, y movible como la de la mujer en todas las épocas de su vida. El útero se interesa en casi todas las afecciones de la mujer; aquellas emociones vivas, y ardientes, de celos, o de amor desordenado, que se verifican por una influencia secreta del órgano sexual, tienen una conexión maravillosa con el orgasmo uterino, y sus dependencias.

Se ponen descoloridas, tristes, y sus ojos se hunden, notándose alrededor de ellos un círculo aplomado; suelen tener tos, y la voz ronca: se exalta su imaginación, ocupada de ideas lascivas; se abaten de repente, abochornan, y degeneran en una especie de estupidez; todo las incomoda, hay en ellas una mezcla de alegría, tristeza, agitación, inquietud; lloran, ríen, saltan, y otras veces se abaten con una languidez extremada. En esta situación tan delicada ¡Cuánta precaución necesitan los padres! ¡Cuánta prudencia el confesor! ¡Cuanta sagacidad el médico!.. [66]

Muchísimas en esos momentos críticos se entregan a desiguales, y hasta denigrantes amores, otras han regado con lagrimas los tapizados salones donde buscaban su felicidad, hasta los asilos religiosos han sido también humedecidos con lágrimas de desesperación, cuando fueron elegidos no por una vocación santa y perfecta, sino por una repentina resolución, hija de aquella melancolía, y fastidio del trato de las gentes que muchas experimentan en esta época. Toda la economía de la mujer se afecta cuando se anuncian los albores de la pubertad, y aquella virgen antes tímida y pudorosa, se ve devorada por una fiebre, y delirio erótico o sumergida en la clorosis, y languidez más profundas.

Tal es la naturaleza de la mujer, que tanto estudio necesita, de parte de sus dos médicos, espiritual y corporal; hasta que llegada la edad crítica, cesando de concurrir al útero las fuerzas vitales, y la evacuación menstrual; la inteligencia aumenta sus facultades, y su talento más claro, y despejado, adquiere aquella rectitud, solidez, y firmeza que tanto las distingue, en muchas ocasiones, y que no pocas veces es, tan útil en resoluciones de familia, y aun en consejos de la más alta política.

Los padres de familia son los que están en la mayor obligación de observar las inclinaciones que se descubren en sus hijas al llegar la época de pubertad; ellos principalmente son responsables al señor, porque como dice San Pedro los que no tienen cuidado de su familia han negado la Fe, y son peores que infieles. Aquí convenía muy bien hacer aquella pregunta que hizo aquel [67] Ateniense al senado. Preguntó a todos los senadores, qué medio sería más a propósito para restaurar una manzana podrida, y volverla sana; y no habiendo sido contestado satisfactoriamente por ninguno añadió. El único remedio de restaurar una manzana podrida es sacarla las petitas y sembrarlas cuidando mucho de su cultivo. La manzana podrida es la república de Atenas que se halla viciada, y el único remedio es criar bien los hijos en adelante.

La mala o descuidada educación de las hijas, produce malas madres de familia, y estas jamas podrán dar buenos ciudadanos a su patria.


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Inocencio María Riesco Le-Grand, Tratado de Embriología Sagrada (1848)
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