La phi simboliza la filosofía de tradición helénica, la ñ la lengua española Proyecto Filosofía en español
Inocencio María Riesco Le-Grand

Tratado de Embriología Sagrada
Parte Primera
/ Capítulo segundo

§. IV
De las razas


Hemos dicho en nuestra Geografía elemental, que los hombres, como descendientes de un mismo padre han sido en su origen semejantes en todo; mas que la diversidad de climas, los alimentos, y aun las enfermedades habían influido en su color, forma y demás accidentes notables, de suerte que sin dejar de pertenecer a una misma especie formaban distintas clases que se llaman razas. Dividíamos allí, y seguiremos ahora [75] la misma división, las razas humanas en tres clases principales de las que se derriban las demás a saber, raza blanca, raza negra, y raza de color.

La Teología y la historia nos enseñan juntamenle con el dogma sagrado, que el único protopadre del género humano, a quien el historiador divino llamó Adán, fue formado por el Omnipotente, y colocado en el estado de inocencia, desnudo, y lleno de lozanía bajo la agradable sombra de las palmeras de la zona tórrida. Allí rodeado de azucarados frutos, distraído, con la variedad de insectos, plantas, y animales, acariciado de su hermosa y virginal compañera, discurría por aquel paraíso de deleites, y se extasiaba en aquel Edén de santa voluptuosidad. Mas aquel estado de santidad, y de inocencia en que se hubiera confirmado la especie humana, si el hombre que la representaba hubiera resistido a la primera tentación; aquel estado en que se hubieran procreado todos los hijos, herederos de la justicia y santidad de sus padres, pero sujetos a la primera prueba como ellos, desapareció por desgracia por el pecado del primer padre. La creencia sobre el pecado y la degeneración del hombre es una tradición de todos los pueblos antiguos cuya verdad y universalidad no pudo menos de confesar Voltaire.

El pecado del primer hombre, su caída, la transmisión de esta mancha a toda su raza, la necesidad de un redentor, y la esperanza de obtenerle, fundada en la divina promesa, es digámoslo así el fundamento de toda la mitología, y teogonía de la antigüedad. Los hebreos en su talmud, los rabinos en sus comentarios, la [76] mitología en sus fábulas, la filosofía pagana en sus tradiciones, conservaron siempre el dogma de la caída del primer padre. Los persas, los indios, los chinos, los mejicanos, los habitantes de la Escandinavia, y del Japón, los pueblos más distantes, y diferentes, cuyas costumbres tan opuestas, y cuyo lenguaje tan distinto les separa y les aísla, están conformes en referir este hecho desfigurado si, pero el mismo en la esencia.

A medida que la propagación del género humano fue exigiendo multiplicar los alimentos, y aumentar los pastos de los ganados; los hijos de Noé se fueron dividiendo por las diversas plagas de la tierra, para procurarse nuevos medios de subsistencia, y aumentar los terrenos necesarios. El estado social principió por los derechos patriarcales, y la propiedad se midió por la necesidad y por el número de rebaños. Separáronse con este motivo las familias; varios terremotos, y cataclismos locales, aislaron a unas familias de otras, y tal vez algunos más osados se lanzaron al Océano, sobre alguna débil tabla, o pequeño bajel. El hombre ha impreso su huella, y hecho resonar su voz en toda la redondez de la tierra; pero el hombre que en su origen fue de un solo color y única raza, ha degenerado notablemente.

La raza blanca es la que conserva el tipo del primer hombre, su colores blanco, su rostro ovalado, su ángulo facial de ochenta y cinco, a noventa grados; su nariz generalmente es recta y grande, aguileña algunas veces; su boca hundida moderadamente, sus dientes bien colocados y verticales, por lo que su pronunciación es expedita clara y sonorosa. La raza blanca reúne toda [77] la dignidad, hermosura, y regularidad de que carecen las demás razas.

Divídese la raza blanca en varias ramas o familias primitivas, las cuales conservan sus respectivos idiomas, costumbres, y religiones que transportaron consigo en sus emigraciones, conquistas, e irrupciones, modificándolas o mezclándolas con las nuevas, costumbres, lenguas, y religiones de los países que atravesaban. La primera familia es la de los árabes del desierto, los drusos, hebreos, y habitantes del Líbano, los sirios, caldeos, egipcios, abisinios, fenicios, moros, marroquíes. Estos pueblos que tantas alternativas y vicisitudes han sufrido, cultivaron las ciencias, las artes; fueron poderosos, y guerreros; créese que su lengua originaria fue la arameana. La segunda familia, la forman los habitantes de Bengala, de la costa de Coromandel, del gran Mogol, los de Calecut, Candear, los malabares, y banianos. Estas naciones dulces y tímidas, se dividen en muchas castas, hay entre ellas clases privilegiadas, mas las demás yacen en el menos precio, y la miseria. Su lengua primitiva fue la sánscrita, hoy día lengua muerta, y sagrada para ellos como para nosotros la latina. De esta familia se originaron los antiguos Persas. Son dados al estudio de las ciencias y de las letras.

W. Jones nos ha dejado en su Historia de la lengua Persa muchísimas noticias curiosas que no queremos privar a nuestros lectores.» No tenemos noticias exactas, dice, de la lengua Persa hasta los reyes Sassanianos que florecieron desde el principio del tercer [78] siglo hasta mediados del séptimo, en cuyo periodo se fundó una academia de física en Gandisapor, ciudad, de Khorasan, la que declinando gradualmente de su instituto primordial, se convirtió en aula de poesía, retórica, lógica, y ciencias abstractas. En este excelente seminario no pudo menos de refinarse extremadamente la lengua Persa, y a la rusticidad de su antiguo idioma sucedió un dialecto puro, y elegante, el cual hablándose constantemente en la corte de Beharan Gur en el año 351, adquirió el nombre de Deri, o lenguaje cortesano, para distinguirle del Pehlevi, o lenguaje común del país.

Sin embargo, no parece que haya prevalecido enteramente este idioma más culto al uso del antiguo lenguaje, porque existen varias composiciones posteriores a Mahoma escritas en pehlevi, probablemente de orden de los príncipes sassanianos. Nushirvan, denominado el justo, que reinaba al fin del siglo sexto, habiendo oído a algunos viajeros que los monarcas Indios tenían una colección de fábulas morales que guardaban con mucho cuidado en sus archivos, envió a la india su primer médico Barzuieh con orden de aprender la lengua sánscrita, y no volver sin una traducción de estas fábulas. Sus órdenes fueron puntualmente ejecutadas: Barzuieh aprendió la lengua indiana y habiendo adquirido a gran precio un ejemplar de este libro, le tradujo en el dialecto pehleviano; a los 140 años fue vertida esta obra del pehlevi al árabe de orden de Almanzor, el segundo de los califas Abbasidas, y este es el volumen que hemos visto en todas las lenguas de [79] Europa, bajo el título de Calila wa Demna, o Fábulas de Pilpay. Hay un hermoso ejemplar de la versión árabe, en la biblioteca pública de Oxford; y si se encontrase la obra de Barzuieh podríamos recobrar una parte considerable del antiguo lenguaje persa, el mismo quizá que hablaban Temistótecles, y Jenofonte.

En el reinado de Nushirvan que protegía las artes, y las ciencias en sus propios dominios, nació Mahoma, el cual por la fuerza de su elocuencia y la ventura de sus armas, fundó un imperio poderoso y extendió su nueva religión desde los desiertos de la Arabia hasta las montañas de Tartaria y las orillas del Ganges; pero lo que pertenece más particularmente al objeto de este discurso es que afinó la lengua de su país, y la llevó a tal grado de pureza y elegancia, que ningún escritor árabe desde entonces acá ha podido sobrepujarle. La batalla de Cadessia en el año 650 dio el último golpe a la monarquía persa, y todo el imperio de Irán cayó al instante bajo el poder de la primera dinastía mahometana que puso la silla de su imperio en Bagdad, en donde la lengua árabe se habló largo tiempo con la mayor perfección; pero la antigua literatura de Persia que había sido promovida por la familia de Sassan fue expresamente aniquilada por los inmediatos sucesores de Mahoma por una razón que conviene expresar.

Antes de esta época los Árabes eran casi desconocidos, y despreciados por los persas, y griegos, mas desde las conquistas de Mahoma un gran número de tribus árabes quedaron bajo su poder. Abubeker principió las conquistas, y Omar su sucesor extendió el [80] califato desde Egipto; hasta las fronteras de la India. La Persia, dice Mr. Richardoon, fue una de las más nobles adquisiciones de las armas mahometanas. La decisiva victoria de Gadessia, continua el mismo, puso su poderoso imperio bajo el yugo árabe, como la de Arbela lo habla primeramente sujetado a Alejandro. Las consecuencias sin embargo, de estas dos revoluciones nada tienen de semejantes: la conquista macedonia produjo solamente una mudanza de príncipes en la cual la dinastía Cayana de los reyes de Persia cedió su puesto a los sucesores de los conquistadores griegos; en vez de que los Árabes trastornaron radicalmente todas aquellas cosas características que distinguen una nación de otra. El gobierno de los Persas fue destruido, su religión proscrita, sus leyes holladas, y sus transacciones civiles embrolladas por la forzada introducción de su calendario lunar en vez del solar; y su lenguaje al que las leyes de la naturaleza preservan de una inmediata y absoluta aniquilación, se vio casi sumergido por una inundación de palabras árabes. Los antiguos Griegos y Romanos tuvieron ideas más extensas de tolerancia que los Árabes; por lo cual adoptaban los dioses de todas las naciones que subyugaban, creyendo que todo pueblo, todo lugar tiene sus divinidades tutelares, a quienes tenían no poco cuidado de agradar procurando igualmente evitarles toda ofensa. Por Arriano sabemos que Alejandro sacrificó a los dioses babilonios y otras deidades asiáticas desconocidas entonces en Grecia. Alejandro, sin embargo, persiguió la religión de los Magos cuya razón no nos atrevemos a investigar. Los Parsis [81] de Surat en sus Ravaates o colecciones de tradiciones condenan a Alejandro a las regiones infernales, no tanto por haber destruido el país de sus antepasados como por haber arrojado a las llamas los Noskes o secciones del Zend Avesta.

En aquel tiempo que por primera vez se publicaba el Alcorán en la arabia, un mercader llamado AlNedar Ebn Al Hareth, que precisamente volvía de un largo viaje, trajo consigo algunos romances persas sobre las aventuras de Rustan y Idfendiar dos héroes antiguos de la Persia; los que interpretó a sus paisanos, y estos gustaron en extremo de ellos: acostumbraba a decir públicamente que las historias de los grifos y gigantes eran mucho más divertidas que las lecciones morales de Mahoma. Inmediatamente se escribió una parte de un capitulo del Alcorán para contener el progreso de semejantes opiniones. El capítulo es el 31 intitulado Lokman, y el pasaje el siguiente. Hay un hombre que ha comprado una historia graciosa que puede seducir y apartar del camino de Dios a los hombres faltos de conocimiento, y hacerlos reír hasta la burla: estos recibirán un castigo afrentoso. Y cuando nuestros cantos resuenen en ellos, ellos desdeñosamente volverán la espalda, como sino los oyeran, como si hubiera sordera en sus oídos; por lo que les declaro un terrible castigo. El mercader fue severamente amonestado, sus cuentos fueron calificados de fábulas perniciosas, odiosas a Dios y a su Profeta, y Omar por igual razón política determinó destruir todos los libros extranjeros que cayeron en sus manos. Así que la imprudente [82] locuacidad de un viajero árabe, pretendiendo hacer competir sus leyendas con los preceptos del poderoso legislador, fue la causa de aquel entusiasmo de los Mahometanos, que les indujo a quemar la famosa biblioteca de Alejandría; en cuya desgracia se suponen quemados quinientos mil manuscritos, habiéndose distribuido como leña a los cuatro mil baños públicos, e igualmente redujeron a ceniza todas las memorias del imperio persa.

Pasó mucho tiempo antes que los Persas se recobrasen del choque de su violenta revolución, y su lengua parece haber sido muy poco cultivada bajo los califas que dieron tan grande estímulo a la literatura de los árabes; pero cuando el poder de los Abbasidas empezó a declinar, y hacer independientes muchos príncipes en las diferentes provincias de su imperio, las artes elegantes y principalmente la poesía, revivieron en Persia, y apenas había un príncipe o gobernador que no tuviese en su séquito algunos poetas y literatos. La lengua persa por consiguiente se restableció en el siglo décimo; pero era muy diferente del Deri o Peblevi de los antiguos, estaba mezclada con las palabras del Alcorán y con las expresiones de los poetas árabes que los persas consideraban como los maestros, y afectaban imitarles en las medidas poéticas y en el giro de sus versos.

Los poetas más antiguos de que yo tengo conocimiento son los de Ferdusi. Su lenguaje está muy adulterado por la mezcla con el árabe, y es de toda probabilidad que se acerca mucho al dialecto usado [83] en Persia en tiempo de Mahoma, el cual es admirado por su extremada dulzura y del cual se dice, que se hablará de aquel modo en los jardines del paraíso. De estas dos lenguas se formó el dialecto moderno de Persia, el cual, siendo hablado con la mayor pureza por los naturales del Pars o Farsistan, adquirió el nombre de Parsi.

Casi al mismo tiempo que Ferdusi el gran Abul-Ola alias Alami por su ceguera; publicó sus excelentes odas en árabe, en las cuales hizo estudio de imitar los poetas anteriores a Mahoma. Este escritor tuvo una reputación tan extraordinaria, que varios persas de talento no común, ambicionaron el aprender el arte poética por un maestro tan capaz; sus discípulos más ilustres fueron Feleki y Khakani, que no fue menos eminente por sus composiciones poéticas persas, que por sus conocimientos en todos los ramos de las matemáticas puras, y mixtas, con particularidad de la astronomía; prueba muy fuerte de que un poeta sublime puede hacerse maestro en cualquiera especie de ciencia que quiera profesar; pues una imaginación hermosa, un ingenio vivo, y un estilo fácil y copioso no es posible que sean impedimento para adquirir una ciencia cualquiera, antes al contrario le ayudarán necesariamente en sus estudios, y le ahorrarán mucho trabajo. Ambos poetas fueron protegidos por Manucheher, príncipe de Shirvan.

Parece que los príncipes de Oriente llevaron su afición a los hombres de talento hasta un exceso singular; hasta aprisionarles cuando sospechaban que tenían [84] intención de retirarse. Y si alguno de ellos lograba la felicidad de escaparse, solía seguir en pos del hombre de letras una embajada con presentes y disculpas; y a veces se hacía una súplica perentoria cuando los medios más urbanos habían sido infructuosos. Estas súplicas, sin embargo rara vez se concedían, especialmente cuando el poder del principe a donde se refugiaban era casi igual al de su competidor. Khakani, poeta muy célebre, pidió permiso para retirarse a la orden de los Dervises; el sultán se la negó, y el se huyó; pero siendo perseguido, fue alcanzado y puesto en prisión, en la que permaneció algunos meses. Allí compuso una de sus mas hermosas elegías; pero al fin fue puesto en libertad y a poco obtuvo el permiso para poner en ejecución su designio.

Parecía subsistir una rivalidad literaria entre los príncipes mahometanos que habían desmembrado el califato, considerando cada sultán como un objeto de la mayor consecuencia el contar entre sus amigos a los mas célebres poetas y filósofos de su siglo. No se perdonaba gasto para atraerlos a sus cortes, ni se omitía atención alguna para fijar su residencia cerca de ellos. En comprobación del ejemplo de Khakani, ya referido, diremos que Mahmud, sultán de Ghazna, habiendo convidado algunos sujetos de conocido talento a la corte de su yerno el rey de Karezmi, el célebre Avicena, que era de su número rehusó el ir, y se retiró a la capital del sultán de Jorsan. Mahmud mandó sacar una gran cantidad de copias del retrato de este grande médico, y las distribuyó por toda la comarca con [85] orden de descubrir su retiro. La fama de estas pesquisas llegó al instante al sultán de Jorsan, el cual envió por él para que visitase a un sobrino suyo que era su favorito y cuya enfermedad había vuelto la cabeza a todos los facultativos. Avicena sospechó que había un amor oculto, y con la idea de que el hermoso objeto pudiera ser una de las señoritas del harén del rey, pidió al chambelán que le describiese todas las curiosidades del palacio mientras tomaba el pulso al príncipe. Al mentar cierta habitación, percibió una emoción no común en el paciente, pero al nombre de la señorita que vivía en ella, se conmovió enteramente y le sacó de dudas. Lo demás es una perfecta copia de la famosa historia de Antíoco y Stratónice; el príncipe logró la dicha que deseaba; y el rey concibió un fuerte deseo de ver un médico de tan penetrante ingenio, le hizo venir, y le conoció al momento que se le presentó por uno de los retratos que había recibido del sultán Mahmud; pero sus amenazas no pudieron conseguir que el rey de Jorsan se lo entregase; al contrario le recompensó con riquezas y honores; y le protegió todo el tiempo que quiso residir en su corte contra el poderoso resentimiento de aquel formidable monarca.

En este siglo, y el siguiente, la lengua persa se mezcló enteramente con el árabe, no porque se desusase del todo aquel estilo puro de los antiguos, sino porque se hizo de moda entre los persas el intercalar frases y versos enteros árabes en sus poemas, no como citas, sino como partes integrantes de la sentencia. [86]

Al concluirse el siglo onceno aparecieron tres patronos reales de la literatura persa, que son notables, no solo por sus prendas y liberalidad, sino por la singular y no interrumpida armonía con que se distinguió su correspondencia. Estos fueron Malec-Shah-Jilaleddin, rey de Persia, Keder-Ben-Ibraim, sultán de los Geznevidas, y Keder-Kan el KaKan o rey del Turquestán más allá de Jihon. (La corte de este principe era extraordinariamente espléndida; cuando salía en público iba precedido de setecientos caballeros con hachas guerreras de plata; y seguido de otros tantos con mazas de oro.) Mantuvo con sueldos muy considerables una academia literaria en su mismo palacio, la que consistía en cien hombres de la más alta reputación en el Oriente. El príncipe presidía frecuentemente los ejercicios del ingenio, en cuyas ocasiones tenia colocadas a los lados del trono cuatro grandes vacías llenas de oro y plata que distribuía liberalmente entre aquellos más sobresalientes. (Amak, llamado también Abul Nasib Al Bokhari, que era el jefe de los poetas, tenía a más de una pensión muy grande, una muchedumbre de esclavos y esclavas, con treinta caballos, ricamente encaparazados con una comitiva en proporción que le acompañaba donde quiera que fuese.)

Al principio del siglo once vivía Amari, natural de Abíurd en el Khorasan cuyas aventuras merecen referirse, porque demuestran hasta que alto grado de estimación eran las artes agradables en el Asia en el tiempo que el saber comenzaba a reinar en Europa. Anvari, cuando joven, estaba sentado a la puerta de [87] su colegio, cuando un hombre ricamente vestido pasó delante de él en un hermoso caballo árabe con una numerosa comitiva; habiendo preguntado quién era se le dijo que un poeta de la corte. Cuando Anvari reflexionó sobre los honores conferidos a la poesía, a la cual había sido inclinado desde niño, se aplicó con mucho más ardor que antes, y habiendo acabado un poema se lo presentó al sultán, el cual era un príncipe de la dinastía Selsukiana, llamado Sansaz, muy apasionado de las artes agradables, aprobó la obra de Anvari, a quien convidó con su palacio, y lo elevó después a los primeros honores del estado. Hizo establecer en la corte otros muchos poetas, entre los cuales fueron Selman, Zehir, y Reshidi, todos de ingenio y talento; pero eminente cada uno en diverso género; el primero por la delicadeza de sus versos líricos; el segundo por el fondo de moralidad en sus poemas, y el tercero por la castidad de sus composiciones, virtud que sus predecesores y contemporáneos altamente despreciaron. En el mismo siglo floreció Nezzami otro poeta eminente, y virtuoso.

Pero de todas las ciudades del imperio persa ninguna ha producido poetas tan excelentes como Siraz, a la cual llama justamente el barón de Revvizki la Atenas de Persia. Sadi, natural de esta ciudad, floreció a fines del siglo doce y principios del trece, cuando los Atabegs de Farsistan protegían en su principado a los literatos, y gastó casi toda su vida en viajes, pero ninguno de los que han tenido el tiempo por suyo dejó en pos de sí frutos de tanto valor, de talento y sabiduría. [88]

La misma ciudad ha tenido el honor de producir en el siglo catorce al poeta lírico más elegante del Asia, Mohammed Shems-Eddin, conocido generalmente por el sobrenombre de Hafis.

No hay nada que dé una prueba más fuerte de la excelencia de la lengua persa que el no haberse corrompido con las invasiones de los tártaros, que a diferentes épocas, y bajo diversos caudillos, se enseñorearon de la Persia. Pero los príncipes tártaros, y con especialidad Tamerlán o Timur que fue protector de Hafiz, estuvieron muy lejos de desalentar las letras humanas, como los godos, y los hunos, cuando llevaron sus armas a varias partes del mundo; porque ellos adoptaron no solo la lengua, sino la religión del país conquistado, y promovieron las artes elegantes con bondad y magnificencia, tanto que no se puede encontrar una cosa igual en la historia antigua y moderna, y uno de ellos que fundó el imperio Mogol en el Indostán, introdujo la literatura persa en sus dominios, donde ha florecido hasta el día de hoy, y todas las cartas de los gobernadores indianos están escritas en la lengua, ya que no en estilo, de Sadi. Los Turcos mismos mejoraron su áspero lenguaje mezclándole con el persa, y Mohammed II, que tomó a Constantinopla a mediados del siglo quince, fue protector de los poetas persas; entre otros lo fue de Noraddin Jami, cuyo poema de los Amores de José y Zelica es una de las más delicadas composiciones de su lengua; contiene cuatro mil dísticos y merece ser trasladado en todas las de Europa. [89]

En el mismo siglo de Fami floreció un poeta llamado Catebi que fue altamente honrado en la corte de Mirza Ibraim, uno de los descendientes de Tamerlán. Herbelot cuenta una graciosa aventura de este escritor que merece lugar en este discurso; pero para comprenderla bien es preciso tener presente que los persas acostumbran finalizar sus coplas o dísticos con la misma palabra todo lo largo del poema, en cuyo caso los versos impares no tienen rima, (al modo de los primeros romances castellanos). Catebi dice, habiendo compuesto una elegía cuyos dísticos acababan con la palabra gul, la rosa u otra flor, se la recitó al príncipe. Ibrahim su protector, quien, deleitándose en ella, no pudo menos de interrumpirle diciendo: ¿De qué bosque este sonoro ruiseñor ha emprendido su vuelo? O sin metáfora. ¿En qué ciudad naciste? A lo cual Catebi sin detenerse replicó con una copla de la misma medida y rima del poema, como si continuase leyendo la elogia: Como Altar vengo del vergel de Nishapor pero yo soy sólo la espina de aquel jardín, y Altar la flor más hermosa de él. Altar es el célebre poeta autor del Pendnamá. Este dístico, aunque hecho de repente, es igual a los demás en viveza y elegancia. El poema consta de treinta y cinco dísticos, el primero es este: Otra vez aparece en el bosque la rosa cercada de cien hojas, y es, como el narciso, un objeto delicioso para los ojos perspicaces.

En los siglos diez y seis, y diez y siete, bajo la familia de Sefi, la lengua persa empezó a perder su antigua pureza y a tomar algunos términos de la [90] turca, que era la de la corte. Puede servir de muestra del dialecto moderno la vida de Nadar-Shah, que se escribió poco ha en persa, y traduje yo (W. Zones) primero en francés, y después en inglés; consiste en una mezcla de persa, árabe, y algunas pocas voces turcas.

Hasta aquí W. Zones, a quien hemos tenido un placer en copiar, y estamos seguros agradarán a nuestros lectores, estas noticias de la literatura persa, que tan poco comunes son, y que deseáramos ver más generalizadas, para que nuestra literatura española tan fácil de amoldarse a todos los giros y bellezas de todos los países y lenguas, adoptase los encantadores transportes del lenguaje pérsico.

Efectivamente cuando vemos establecer cátedras de francés dotadas por el gobierno, que cualquiera puede aprender, y que no es absolutamente necesario para embellecer nuestro idioma, sentimos sobre manera no se establezcan y generalicen más las enseñanzas de las lenguas griega, hebrea, árabe, persa, y turco. En cuanto a la utilidad, y necesidad del griego para las ciencias que acuden a ella como al venero de palabras nuevas, y para la poesía, nadie lo pone en duda y nosotros nos ocuparemos pronto de él en otra obra que publicaremos después de esta. Dios mediante; el hebreo tan necesario al católico, y al literato si quiere hacer progresos en la poesía sagrada y seguir la senda que nos dejó trazada Herrera, tiene pocas cátedras en España, y estas poco concurridas; menos hay del árabe, ninguna del turco, ni persa. [91]

La lengua persa, dice Chardin, es la de la poesía y letras humanas y del pueblo en general; la turca, la de los ejércitos y de la corte, y el árabe el idioma de la religión y de las ciencias elevadas. Los persas dicen: El Persa es una lengua dulce, el árabe elocuente, el turco grave; las demás lenguas son una algarabía. Si comparamos estas lenguas con las vulgares de Europa, se puede asegurar que el persa tiene relación con las lenguas que vienen del latín, el turco con las que dimanan del esclavón, y el árabe con el griego. No puede menos de confesarse que el persa es un lenguaje dulce, lisonjero, lleno de suavidad, y de gracia; que el árabe es elocuente, lógico y persuasivo, y el turco amenazante, fuerte, e imperioso, y como dice W. Jones, el persa tiene suavidad, el árabe abundancia y fuerza, el turco maravillosa dignidad: el primero halaga y deleita, el segundo transporta con más sublimidad y arrebata en cierto modo con más energía; el tercero es elevado con elegancia y hermosura; parecen pues idóneos, el lenguaje pérsico para composiciones eróticas, el árabe para los poemas heroicos y la elocuencia, y el turco para los escritos morales. Bacon de Verulamio decía, por los lenguajes de los pueblos se pueden colegir sus costumbres e ingenio.

Los genios verdaderamente españoles amantes de la poesía, apreciarán esta digresión, y nos permitirán continuar nuestra tarea sobre las razas humanas, no sin repetirles que el estudio de la lengua persa y árabe daría nuevo impulso a nuestra literatura gastada ya, y próxima a una fatal decadencia. [92]

La tercera familia es la de los escitas y tártaros de Europa que comprende las naciones de la cordillera del Cáucaso, y de las inmediaciones del mar Caspio, son guerreros y valientes, los circasianos y georgianos y otros varios pueblos que recorren el Asia saqueándola. Los circasianos pueden considerarse como una nación constituida en república feudal, compuesta de caballeros independientes con sus leales escuderos y vasallos. La especie humana es hermosa en estos pueblos particularmente las mujeres, por lo cual es para ellos un ramo de comercio de que sacan grandísimas utilidades. Los antiguos moscovitas, y los turcos son también descendientes de esta tercera familia; a los que puede añadirse los húngaros y otros varios pueblos.

La cuarta familia es la que comprende los pueblos europeos; se compone de todas las familias célticas, con dos principales ramas, una boreal, y otra meridional. La céltica o teutónica comprende los pueblos de origen tudesco o gótico, estos hablan diversos dialectos de la lengua alemana o germánica, desde el golfo de Finlandia y la Bosnia hasta cerca del mediodía de la Europa. Los Celtas habitaron en lo antiguo casi toda esta región desde el norte hasta el estrecho de Gibraltar. Todavía se recogen algunos restos del lenguaje címbrico entre los bretones, los vascos, los gallegos y los cántabros. Estas castas se mezclaron y quedaron atravesadas en las repetidas e inmensas irrupciones de la raza goda desde los cimbros y teutones, hasta las inundaciones de los visigodos, de los getas, [93] lombardos, alanos, sajones, francos, normandos &c., y de todas las naciones salidas de las cavernas heladas de Escandinavia, del Quersoneso címbrico, y de las inmediaciones del mar Báltico con especialidad. De allí nacen los diversos dialectos germano o tudesco, el sueco, el danés, el alemán, el holandés, el inglés &c. Obsérvase que todos estos pueblos análogos a los cimbros derrotados por Mario, son generalmente muy blancos de piel, de alta estatura, tienen los cabellos rubios o colorados, y los ojos azules; son sencillos, francos, y valientes. Tácito decía de ellos: Nec arare terram aut expectare fructum tam facile persuaseris, quam vocare hostes et vulnera mereri: pigrum quinimo et iners videtur sudore acquirere quod posis sanguine parare. Son amigos de comidas, y bebidas que embriagan, acometen empresas arriesgadas, y algunas veces hasta temerarias, sobresalen en las artes mecánicas aborrecen la esclavitud, se dirigen por el honor, y en los excesos del pundonor admiten el desafío, aun cuando sus leyes lo prohiben, y su religión particularmente la cristiana lo anatematiza. La rama meridional se compone de hombres más morenos y más pequeños, de ellos son aquellos ilustres griegos, y romanos que tanta celebridad se han adquirido en otro tiempo por su valor, por sus ciencias, y por sus artes, los cuales con sus armas victoriosas extendieron su lengua a casi toda la Europa. La lengua pelasga original, aumentó la de lacio y las demás que se derivaron del latín, y con el tiempo hizo lo mismo con las lenguas italiana, española, francesa, portuguesa, cuyos pueblos tienen [94] unos más que otros mezcla de raza céltica con el tronco pelasgo. En estos pueblos particularmente desde que abrazaron el cristianismo, sus costumbres son dulces, pacíficas y sociales, al mismo tiempo que amantes de su libertad e independencia, por lo cual, y por la sabiduría de sus leyes han llegado entre ellos los conocimientos humanos a una elevación desconocida en los demás pueblos. La raza blanca europea se ha constituido por esta razón el centro y foco de la civilización, y con razón merece el dictado de señora y reina del universo. Las mujeres gozan de libertad, y son iguales en derechos a los hombres; así es que exceden a todas las demás de la tierra en donaire, discreción y hermosura; algunas se han hecho notables por su talento, tanto dirigiendo los asuntos del estado, como cultivando las bellas artes, y las bellas letras.

La casta blanca europea se halla al frente del género humano en la gloria de las armas, de las artes, y de la civilización. Sus colonias se extienden a todo el mundo, y ella sin duda es la elegida para anunciar el evangelio a todos los pueblos y naciones. Es verdad que los europeos bajo los climas abrasados de la América y de la India oriental amarillecen como los criollos perdiendo aquellos colores sonrosados y floridos de los europeos a causa de la mayor acción del aparato biliar, y de la mengua de la sangre, promovidas por el ardor de aquellos climas, de aquí nace su carácter altanero, y dominante que le hace ser algunas veces el tirano de sus infelices esclavos. El cielo permita que [95] la civilización europea, y el genio del cristianismo destierren para siempre la esclavitud, y no haya sobre la tierra más que padres en los que mandan, hijos en los que obedecen, y hermanos en unos y en otros.

La segunda raza que se nos presenta después de la blanca que hemos examinado es la negra. Si no fuera por el convencimiento que tenemos de que todos los hombres son hijos de un mismo padre, creeríamos como lo han hecho algunos naturalistas que los negros eran especie distinta de los demás hombres, y que su descendencia no era la de Adán; pero ciertos como estamos de que tienen un alma inteligente como la nuestra dotada de la misma actividad, y de que su degradación es debida a causas independientes de su naturaleza, no dudamos afirmar que esta raza como la blanca proceden de un mismo origen, y tienen el mismo fin sobrenatural. Es el negro según nos le presenta la fisiología el ser más digno de llamar la atención del naturalista, particularmente si quiere hacer un estudio comparativo de su naturaleza con la del blanco.

Aun cuando supusiéramos una tez blanca como se advierte en los albinos, dice Virey, su cara prolongada en hocico, que no presenta sino un ángulo facial abierto, de setenta y cinco hasta más de ochenta grados; su frente deprimida y redonda, su cabeza comprimida hacia las sienes, sus cabellos lanudos o rizados sus gruesos labios tan hinchados, una nariz ancha y chata, los ojos redondos y a raíz de la cabeza, la barbilla retirada hacia atrás, y los dientes colocados [96] oblicuamente, y hacia afuera &c., manifestarían al instante los caracteres del negro. Muchos tienen las piernas combadas, y casi todos menos pantorrilla que el blanco, las rodillas un poco dobladas, el modo de andar casi siempre derrengado, el cuerpo y cuello inclinados hacia adelante, al mismo tiempo que las nalgas salen mucho hacia atrás. Toda esta conformación manifiesta una gradación clara hacia la estructura del orangután y de los monos, y si es imposible desconocerla en lo físico, es igualmente palpable en lo moral. El negro tiene ordinariamente la inteligencia menos extensa que los blancos; es más inclinado a las afecciones de los sentidos que a las puras meditaciones del espíritu; apasionado a los ejercicios agradables, el baile, la pantomima, y los juegos; siente más que reflexiona, y existe todo entero en sus apetitos corporales.

El negro está convencido de la superioridad de talento que tiene el blanco sobre él, así es que le teme y le respeta más que por sus fuerzas físicas, vive contento con la esclavitud, porque es indolente, y perezoso, y a veces no quiere la libertad aunque se la concedan, porque su molicie y desidia natural le impiden procurarse por sí mismo las cosas necesarias a la vida, si no es obligado por el látigo del amo.

Los fisiólogos al examinar el color negro de esta raza, convienen en que reside no solamente en el fluido que colora el tejido mucoso colocado debajo de la epidermis, sino que también la sangre, la parte cortinal del cerebro, y otras muchas partes internas del [97] cuerpo, están impregnadas de una tinta negra, la cual se ha observado por variar disecciones como atestigua Virey y otros observadores.

La capacidad del cráneo del negro es mucho más estrecha que la del blanco, y los huesos de la cara del primero son mucho mas prominentes y desarreglados que los del segundo. Se ha hecho el experimento con dos cráneos uno de un negro y otro de un blanco y se ha observado que el cráneo del negro contenía cuatro onzas y media menos de agua que el de el blanco. Hasta la mujer blanca cuyo cráneo es como unas tres onzas menor en capacidad que el del hombre de su raza, tiene más extenso su cráneo en cerca de dos onzas, que el hombre negro.

Divídese la raza negra entres grandes familias, las de los etíopes, la de los cafres, y la de los hotentotes. La familia de los etíopes o negros propiamente dichos, se compone de los jalofes, de los fulahes, de las colonias del Senegal, de Sierra Leona, Fernando Pó, Anhobon, de la costa de oro, de Ardra, de Benin, de Mayombo, de la Nigricia, de las Mandingas, Loango, Angola, Congo, Lubolo, y Benguela; finalmente, toda la costa occidental del África, desde el Senegal hasta el cabo Negro, comprendiendo las islas del cabo verde.

Estos negros son muy sensibles al frío, y sufren el calor excesivo, parece que la naturaleza les ha destinado para sufrir los ardores de aquellos climas donde viven. Nosotros hemos conocido dos negros traídos de nuestras posesiones de Fernando Po, que se bautizaron en la corte, siendo su madrina la Reina, los cuales [98] se quejaban extremadamente del frío; pudiendo asegurar que su inteligencia estaba muy desarrollada, porque en muy poco tiempo aprendieron a leer, escribir y las obligaciones del cristiano.

Los etíopes exhalan un mal olor como de cebolla podrida, su piel es aceitosa, suave como la seda, y de un negro muy subido. Viven contentos en medio de su esclavitud, mas esto es efecto de que no conocen el bien de la libertad; sin embargo, jamas piensan en el porvenir, y son más amigos de sus danzas que del trabajo corporal.

Las mujeres son púberes a la edad de diez u once años, son bastante lascivas y fecundas, su religión es la idolatría, adoran ídolos, serpientes y a varios animales.

Sus guerras las promueve el deseo del pillaje, y de hacer prisioneros para venderlos a los europeos, los que a pesar de la actual civilización se ocupan más de atizar sus querellas que de instruirles, y civilizarles. Su carácter es sumiso, dócil, tímido; mas son atroces, y sanguinarios en sus venganzas.

La segunda familia negra es la de los cafres que habitan en la parte oriental del África desde la ribera del Espíritu Santo hasta el estrecho de Babelmandel. Esta vasta extensión comprende el Monotapa, la Cafrería, toda la costa de Zanguebar, y de Mozambique. Mongola, Melinda, el Monvemugi, Ancicos, los reinos de Alaba, de Ajan, y de Adel, así como Gales. Se presume que lo interior del África está habitado por naciones semejantes, la mayor parte antropófagas, y todas feroces. [99]

Esta familia tiene la piel menos obscura y lustrosa, la cara no tan prominente, las facciones más regulares y hermosas, y el olor menos fuerte, que los negros de rama etiópica. Son también mejor constituidos, robustos, y más delgados y ágiles. Se ocupan en pastorear sus ganados, viven errantes, y sus costumbres son sencillas; pero son más guerreros y valientes que los demás negros y forman grandes imperios como los de Tompbucto, de Macoco, Monomotapa, y de Mono-emuji. Los cafres son revoltosos, y poco sufridos en la esclavitud, obedecen con más facilidad los mandatos de sus padres que los de sus amos. Viajan generalmente en caravanas y en hordas con sus ganados, su comercio consiste en marfil, polvo de oro, huevos, &c. Su alimento consiste en leche, carnes, son poco amantes de la agricultura, llevan siempre armas que consiste en una azagaya o pica que arrojan con destreza y vigor. Los Felupes son melancólicos, pendencieros, particularmente después de haber bebido aguamiel; mas son agradecidos, y fieles, aunque son demasiado vengativos. Los Jalofes son activos y belicosos, y los Fulahes condescendientes, y apacibles, pero demasiado presumidos de sí mismos, se tienen por más que los otros negros y procuran imitar en cuanto pueden las maneras y modales de los blancos. Los mandingos son sociales, mansos, y benévolos, altos de cuerpo, bien dispuestos y de mucho aguante para el trabajo. Las mujeres son lindas, buenas, y de genio alegre. El traje de ambos sexos consiste en una tela de cotón colocada de varios modos. El país de los Mandingos, la Etiopía, Congo, Angola, Kalta, Truticui, [100] Monomotapa, Casati, y Mono-emuji; son riquísimos de oro, y plata, y otros varios metales; mas el artículo considerable de comercio es la venta de sus esclavos.

La tercera familia, de la raza negra es la de los hotentotes y de los papúes, que por sus muchos ramos de analogía parece que pertenecen a un mismo tronco. Algunos fisiólogos han pretendido entretener con las peregrinas relaciones que nos han dejado de los hotentotes; los que menos han querido colocar al hotentote como el término medio en la escala zoológica entre el hombre, y el orangután, pero como dice muy bien Levaillant, las apreciables cualidades que se observan en el hotentote, deben de retraer a todo naturalista de degradarle tanto. Su figura no es tan disforme como se ha querido asegurar, y hasta tiene cierta hermosura que le es peculiar, y su corazón es bueno, y bondadoso. No se puede menos de confesar que en sus facciones hay particularidades, que le distinguen hasta cierto punto de la especie humana.

Su piel es de un moreno negro, o color de tierra de sombras, sus ojos vivísimos apartados uno de otro se inclinan un poco hacia la nariz, así como los de los Chinos; su nariz chata apenas tiene pulgada y media en la parte mas elevada, y las ventanas o aberturas de su canon, que son en demasía anchas, de ordinario, exceden en altura la punta de la nariz; la boca es grande, los dientes pequeños, bien esmaltados y perfectamente blancos, los labios son mucho más gruesos, que los del negro: su cabello es muy corto y naturalmente ensortijado, que parece pelote, tan negro como el ébano. Además de no tenerle [101] espeso, aun de ese poco procuran arrancarse una parte; pero no hacen lo mismo con las cejas porque ya de suyo son bastantes ralas.

No tienen barba, y cuando les sale algún pelo en el labio superior, o en el rostro procuran arrancárselo al momento. De aquí proviene que el hotentote tiene un aire afeminado, lo cual junto con la mansedumbre natural de su carácter, destruye su apariencia altiva y feroz. Son naturalmente tímidos y poco emprendedores. Miran con indiferencia los negocios de la vida, y lo que únicamente llama su atención, es buscarse el preciso sustento, y pastorear sus ganados. A pesar de eso dice Levaillant, los Hotentotes son una nación bonísima muy apacible, e inclinada a la hospitalidad. Cualquiera que viaje por su país, puede estar seguro, que encontrará comida y albergue; y aunque ellos no se niegan a recibir regalos, jamas piden nada. Si el viajero tiene que hacer alguna travesía larga, y por las noticias que les pide, conocen que no puede encontrar en mucho tiempo otras tribus, le dan aquellas provisiones que sus medios les permiten, y todo lo necesario, para continuar el viaje, y llegar a su destino. Tales son estos pueblos, o a lo menos tales me han parecido, con toda la inocencia de las costumbres, y vida pastoril. Dan una idea del género humano en su estado de infancia.

Virey dice hablando de las hotentotas lo siguiente: «Nada puede darse más asqueroso y más repugnante que el atavio de las hotentotas; su cuerpo está cuajado de una mezcla de sebo y hollín, o boñiga; su traje [102] consiste en un pellejo y en brazaletes de intestinos de animales medio podridos: todas ellas viven en el mayor desaseo, arrojando un hedor intolerable con su transpiración y la hediondez de sus menstruos; sus formas son horribles, su nariz extraordinariamente aplastada, su boca es salida a modo de hocico, su cutis mugriento y atabacado; en vez de cabello tienen la cabeza cubierta de borra desaliñada y poblada de asquerosa comezón, que estas desdichadas hembras engullen sin reparo; su lenguaje consiste en una especie de clocleo parecido al del pavo; su carácter es absolutamente lelo y desidioso: tales son las hotentotas según nos las pintan los viajeros. Si a esta descripción agregamos unos pechos caídos a guisa de alforjas, y a los cuales están aferrados, unos niños tan puercos como sus madres; si consideramos que en el parto ellas mismas rompen con los dientes el cordón umbilical, y engullen a veces las parias; y que en todos tiempos están beodas por el abuso del tabaco y bebidas fermentadas, desde luego volcaremos estas mujeres al ínfimo escalón de la humana belleza.» Sin embargo esta raza antes de que por primera vez hubiesen visto hombres blancos estaban persuadidos de que eran los seres más hermosos del universo. Además están en la persuasión de que el color de los blancos es indicio de flaqueza, o enfermedad, así es que se creen más fuertes que ellos, y cuando representan al diablo, lo hacen dibujando un blanco.

Cuéntase de las hotentotas que la naturaleza las ha dotado de un delantal para cubrir su sexo, y sobre esto se ha exagerado mucho; lo que hay de cierto en esto es [103] que las mujeres tienen las ninfas o labios internos de la vagina muy prolongados, descendiendo por cada lado de la comisura superior de la hendidura de la vagina y cubre el clítoris en forma de capucha. Barrow, Degrandpré y otros viajeros han negado la existencia de tal delantal pero no han dicho la verdad. Lo cierto es que otros viajeros, dicen que el citado delantal tiene en algunas cerca de nueve pulgadas, y que es en ellas reputado como una perfección de la naturaleza, por lo cual ellas mismas procuran ponerse pesos para aumentar esta prolongación.

La familia de los hotentotes se componen de hordas que habitan toda la punta meridional de África, desde el cabo Negro, hasta el de Buena Esperanza, como los Namaqueses, Hesisaqueses, Gonaqueses, Chamoqueses, Goriqueses, Sonqueses, los habitantes de la tierra de Natal, los Huzuanos, y otros pueblos montarazes que se alimentan de sus rebaños, y otros que viven de sus presas, o de raíces silvestres, y se ocultan en cavernas. Los que habitan el cabo de Buena Esperanza son, si puede decirse así, los más civilizados.

Hay también entre los hotentotes ciertas tribus enteramente bravías a los cuales les han dado el nombre de Bosjesmanes viven en los bosques y cuevas, apenas conocen el uso del habla y andan enteramente desnudos. Desamparan a sus padres cuando llegan a viejos en las cuevas, o en los desiertos. Se gobiernan sin ley, sin rey, ni regla fija, mas viven en buena paz y compañía. Algunos toman dos mujeres a la vez, según dice Kolbe, aunque miran como un crimen el adulterio. [104] Tunbergo en sus viajes asegura que la hotentota que pare dos mellizos, arroja el que le parece más endeble, o tiene algún defecto como se hace con los perros. En fin son tan irracionales que los colonos de aquella parte salen a caza de ellos como si fueran alimañas.

Algunas hotentotas ofrecen aquellas lupias mantecosas, o almohadillas grasas situadas más arriba de cada nalga, vibrantes siempre que se mueven, y en las que se le afianzan los hijuelos sin que la madre tenga necesidad de aguantarles.

Los Papúes de Nueva-Guinea, y los salvajes de Australasia, y Nueva-Caledonia, y los de otras islas de los archipiélagos índicos que se hallan mezclados con malayos, son sin exageración los hombres más feos, y más parecidos al orangután. Su cabeza es abultada y prolongada desde la barba al occipucio, su cabello áspero y crespo, sus ojos pequeños y zahareños casi juntos, su nariz ancha y arremangada, con la ternilla horadada, y cuajada de huesos y plumas, su boca descomunal, sus espaldas anchas, su vientre abotagado, sus largos muslos y sus piernas cenceñas y rasas, tan delgadas como los brazos y las manos, un escroto abultadísimo, y disforme en los varones; pechos flojos y colgantes en las mujeres, que tienen cortada la última falange del meñique izquierdo, y las partes sexuales extraordinariamente pobladas; un vello lanoso, que cubre las espaldas de los niños de ambos sexos, y una piel de color pardo atabacado: tal es el retrato de estos infelices pueblos. Añádese a esto que acosados muchas veces del hambre devoran los cadáveres medio podridos [105] de sus compañeros, y engullen sin ningún género de aderezo, los animales, peces, mariscos, y raíces que se les presentan. Las mujeres son disolutas, y hasta las muchachas más tiernas están inficionadas de venéreo, se pintan el cuerpo de un encarnado muy vivo, otro tanto hacen los hombres.

Los naturales de Nueva-Guinea son achocolatados y muy parecidos en sus facciones a los negros africanos, exceptuando el pelo que es menos lanudo: sin embargo los isleños de Van-Diemen, se acercan más en esto a la casta africana. Los naturales de Nueva-Holanda se parecen en la forma del cuerpo, a los de Nueva-Guinea conjeturándose por esto que una de estas tierras fue poblada por los habitantes de la otra.

Los Papúes tienen el pelo crespo, el rostro seco, son débiles y cobardes, su casta está mezclada con las malayas blancas, en el interior de las islas Molucas, Formosa, Borneo, Timor, lo mismo que en Nueva-Guinea, Nueva-Holanda, y Nueva-Zelandia; de donde se ha derramado por casi todas las tierras del mar índico y del Océano Pacífico.

El interior de algunas islas del Archipiélago Malayo está habitado por salvajes de pelo lanudo y rizado, como son los Oran-Caboo y los Oran-Gorgoo, de sumatra, los Idaanes o Mootes y Benjós de Borneo, los Negros del Monte de Filipinas, Molucas y Azores. Los moradores de la Cochinchina llamados Moyes desde la invasión de los actuales dueños del país, viven en ásperas montañas, contiguas a Camboya, son unos verdaderos salvajes muy bravos y tiznados, y sus [106] facciones tienen mucha semejanza con la de los cafres. Los Alforas y los Haraforas son otros pueblos negros que habitan en el interior de las islas Molucas y de Nueva-Guinea. Son muy idiotas, odian el trabajo, permanecen todo el día acurrucados como monos, construyen chozas de ramaje muy bajas de techo en disposición que tienen que entrar a gatas donde permanecen echados; su arma es la azagaya.

Los habitantes de Nueva-Gales son quizá los salvajes más estúpidos de la tierra, andan enteramente desnudos, no tienen guaridas, ni quieren cubrirse sus carnes; con este motivo se les ve arrastrarse por el suelo y luchar para comer los alimentos más asquerosos; las mujeres procuran muchas veces el aborto por no criar los hijos. Finalmente por todas partes la raza negra, lleva esa vida salvaje, errante y vagabunda, y su diferencia es muy poca, la que únicamente es debida a la diversidad de climas suelos y alimentos. En todas las islas donde los papúes habitan con los malayos tienen estos cierta superioridad sobre aquellos, de suerte que parece que efectivamente la raza negra se puede considerar como la descendencia de Cam, maldecido por su padre, así como se dice de la estirpe blanca, que desciende de Japhet, y la de color de Sem.

La tercera raza según la división que hemos adoptado es la de color; la cual puede dividirse en tres familias principales, la Americana, la Tártara, y la Malaya. Esta raza cuyas familias vamos a describir, puede decirse que es la más numerosa del globo.

A fines del siglo decimoquinto, Cristóbal Colón, [107] concibió el atrevido proyecto de ir a la india por un camino desconocido y abrir de esta suerte a su país un nuevo manantial de poder y de riquezas. Su proyecto consistía en pasar a la india dirigiendo su navegación por el Oeste. Colón era genovés, por lo tanto era muy natural que se dirigiera primeramente a la poderosa república de Génova, rival de la de Venecia en riquezas y comercio. Sus compatriotas desecharon su proyecto como absurdo, y hasta condenaron como sospechosas sus doctrinas en principios religiosos. No desmayó Colón, sino que viéndose despreciado de sus paisanos y desatendido de la república de Venecia, se dirigió a las Cortes de Francia e Inglaterra donde despreciaron su proyecto, y se burlaron de su persona. Igual suerte le cupo en Portugal a pesar de fermentar en aquella época el espíritu de conquista y de nuevos descubrimientos. Ya no le quedaba a Colon sino recurrir a la corte de España, que se hallaba entonces ocupada en la conquista de Granada. Una carta de recomendación de un fraile Francisco, el padre Fr. Juan Pérez Guardián del convento de Santa María de Rábida o como quieren otros la compañía del buen religioso, era el único testimonial que acreditaba a Colón ante los reyes católicos D. Fernando y Doña Isabel. Con tan débiles auspicios pasó ocho años antes que consiguiese sus intentos.

El día 3 de Agosto de 1492 se hizo a la vela Colón con una pequeña escuadra de tres carabelas. La primera llamada Santa María, ocupaba Colón; la segunda llamada Pinta mandada por Martín Alonso Pinzón; y la tercera llamada Niña mandada por Vicente Yáñez. [108] Ufano y gozoso salió Colón del puerto de Palos, para su gigantea, y casi fabulosa empresa, calificada de temeraria por toda la Europa. La Reina Católica se desprendió de sus joyas, para proporcionar recursos a la escuadra que había de aumentar tantos florones a la corona de Castilla.

En el discurso de la navegación, ¡cuantas dificultades, y trabajos tuvo que vencer Colón! La variación de la brújula, lo incierto y penoso de una navegación que se hacía demasiado larga después de dos meses, amotinaron a la tripulación, e indudablemente le hubieran arrojado al agua, si felizmente, el estampido del cañón de la carabela Pinta, no hubiera anunciado tierra a la tripulación amotinada.

Colón desembarcó en una de las islas de Bahama, cuyos habitantes eran demasiado pobres, aun cuando reconocieron que la isla contenía gran cantidad de oro. En este viaje había adquirido Colon un conocimiento imperfecto de la América septentrional y meridional, porque ignorando que hubiese un océano entre aquel continente y la china, creía que era parte de la india oriental, de aquí es que se denominó aquel país indias orientales.

Ocho meses después de este suceso fue recibido Colón solemnemente por los reyes Católicos en la plaza de Barcelona acompañado de varios indios vestidos a la usanza de su país; llevando arcos, flechas, y varias producciones del arte y de la naturaleza en testimonio de sumisión, y de la realidad de aquel portentoso descubrimiento.

Los reyes católicos concedieron a Colón título de nobleza, y adornaron sus armas con este significativo, lema.

POR CASTILLA Y POR LEÓN
NUEVO MUNDO HALLÓ COLÓN.

Hízose segunda vez a la vela con una flota de diez y siete navíos, autorizado con poderes ilimitados. Fundó una colonia en Santo Domingo, tocó en la isla de Cuba, navegó a lo largo de la costa meridional y observando una multitud de hermosas islas las dio el nombre de Jardín de la Reina en obsequio de su protectora; descubrió la Jamaica, y retrocedió a la isla de Santo Domingo.

En la tercera expedición descubrió la Trinidad, y otras dos situadas a la embocadura del gran río Orinoco, cuya elevación de aguas, causada por el choque del flujo del mar con la rápida corriente del río, le sorprendió sobremanera.

El feliz éxito de Colón animó a las demás naciones a seguir su ejemplo; los Portugueses descubrieron el Brasil, Gabot descubrió las costas del N.E.; Américo Vespucio negociante de Florencia, se hizo a la vela para el continente meridional de América, y tuvo la arrogancia de dar su nombre a aquella mitad del globo que con más justicia debe llamarse Colombia.

Los Españoles por lo tanto, y también los Portugueses, son los que deben gloriarse de el descubrimiento de la América, y los que más han trabajado en [110] levantar y corregir cartas geográficas, de las que se han aprovechado las demás naciones, robándonos la gloria y el dinero. El depósito hidrográfico de Madrid puede considerarse, como uno de los establecimientos más útiles de Europa y todos los sabios han utilizado sus importantes trabajos.

Ya en 1286 eran en España más comunes que en otra nación las cartas marítimas, y los amantes de nuestras glorias, los pechos verdaderamente Españoles, deben de aprovechar cualquiera ocasión como lo hacemos nosotros al presente, para repetir en la prensa, y pasar a la posteridad, los nombres de Lulio, Valseca, Jaime, Chaves, Solía, Ponce de León, Ojeda, Medina, Enciso Sarmiento, Ortiz, Zamorano, Jorge Juan, Churruca, Galiano, Ulloa, Malespina, Lángara, Pérez, Mazarredo, Varela, Córdova, Tofino, Ciscar, Bauzá, Ríos, Valdés, Maurell, Barcaiziegui, Chacón, Bustamante, Pineda, Fidalgo, Cevallos, Hevia, Espinola, Goicochea, Ferrer, Laso de la Vega, &c., &c.

No queremos privar a nuestros lectores ya que vamos a examinar la raza Americana, de algunas noticias nacionales particularmente de dejar consignado que el primero que tuvo la dicha de dar la vuelta al mundo fue el Español Juan Sebastián del Cano natural de Guetraria: cuya relación tomada de documentos auténticos no queremos omitir, porque observamos en los escritores extranjeros ese incesante conato de robarnos nuestras glorias. Descubierto el mar pacifico, todo el empeño de los Españoles era hallar el deseado paso por medio del continente Americano. En esta demanda había [111] perecido Sebastián Solís, devorado por los indios del río de la Plata, pero nada era capaz de detener el espíritu de descubrimientos de aquella época. Fernando el Católico mandó aprestar una expedición de cinco carabelas, tripuladas con doscientos treinta y siete hombres, que se confió al Portugués Fernando Magallanes, siendo maestre de una de ellas, Juan Sebastián del Cano.

El primero de Agosto de 1519 salieron de Sevilla y el veinte y siete de S. Lucar, haciendo rumbo por Canarias, llegaron al Cabo de Santa María descubierto por Solís. Pasaron adelante y descubrieron la Bahia de S. Matías, la que reconocieron, y prolongando la costa, llegaron a la Isla de S. Julián. Allí perdió uno de los buques. Con los cuatro restantes siguió costeando, y el día de las once mil virgines descubrieron un cabo al que llamaron la Victoria, una de las carabelas fue la primera que descubrió un estrecho, que por eso algunos le llamaron de la Victoria. Entonces mandó Magallanes que tres embarcaciones hiciesen su reconocimiento; una de ellas se vio obligada a retroceder por causa del reflujo, y la tripulación amotinada aprisionó al capitán e hizo rumbo a España.

Magallanes con las tres naves restantes entró en el estrecho al que dio su nombre, y sin haber visto natural alguno desembocó en el mar pacífico al cabo de veinte y dos días. Haciendo rumbo al N. O. descubrieron la isla que denominaron S. Pablo, y después de cortar la equinoccial, avistaron los archipiélagos de los Ladrones S. Lázaro, y Filipinas, navegaron por entre estas islas, llevando indios prácticos; formando alianzas con [112] sus caciques. Algunos recibieron el bautismo, y prestaron obediencia al Emperador. Resistiéronse a ejecutarlo los indios de la isla de Matan; fue a ella Magallanes con cuarenta hombres, pero recibidos por una multitud, perecieron la mayor parte de los españoles, y entre ellos el mismo Magallanes. Eligieron entonces por jefe al Piloto Juan Serrano, este maltrató a un esclavo de Magallanes, quien por vengarse le malquistó con el rey de la isla, que en un convite hizo matar a 24 de los principales. Serrano herido quedó abandonado en la playa; los demás siguieron su rumbo.

En la isla inmediata de Buhol, de los tres buques que les quedaban, habilitaron dos y quemando el otro, siguieron su viaje, surgieron en Boruzo, trataron con los isleños, y después continuaron su ruta hasta las Montucas. En ellas establecieron alianzas principalmente con el rey de Tidora, cargaron de sus exquisitos frutos, y no pudiendo la Trinidad seguir el viaje se quedó para intentarlo después, y la Victoria, única que restaba habilitada, y cuyo mando se había dado en Boruzo a Juan Sebastián del Cano con cincuenta y nueve personas, dio la vela para Europa, y el diez y nueve de Julio de 1522 entraron en el puerto de la isla de Santiago de Cabo Verde: el cuatro de Setiembre avistaron el Cabo de S. Vicente, y por último entraron en S. Lucar el siete de Septiembre de 1522 con diez y ocho personas, después de haber andado quince mil leguas, y gastado tres años en la expedición. En el pueblo de Juan Sebastián del Cano se ve un monumento con esta sencilla inscripción. PRIMUS CIRCUMDEDITME. [113]

No solamente fue el descubrimiento de la América un manantial de riqueza para el mundo antiguo, sino un nuevo teatro que se le presentó al naturalista en todos los ramos de esta ciencia. Al momento se notó la gran diferencia que había entre aquellos habitantes, y los europeos y hasta no faltó quien dudase de que fueran descendientes de Adán. Los Europeos creyeron encontrar a los Americanos en una especie de idiotez, y vida salvaje, que en realidad no existía. Es verdad que aquellos habitantes no conocían las artes, y las ciencias de los Europeos, y hasta la agricultura estaba entre ellos atrasadísima, efecto sin duda de la feracidad del país, mas en realidad sus gobiernos eran muy libres, e independientes, y sus leyes nada tenían de bárbaras. Sus habitantes primitivos ocupados únicamente en la caza eran derechos y bien proporcionados; tenían sus músculos fuertes, y firmes; la cabeza, y el cuerpo algo achatados, efecto sin duda del arte; sus facciones regulares, el semblante feroz, los cabellos negros, largos, y erizados, duros como la crin del caballo. El color de su cutis de un negro rojizo, muy estimado entre ellos, y exagerado por el uso que hacían de varias unturas y colores postizos.

Como su única ocupación era la caza, y la guerra, su carácter era extremadamente serio, adusto, y melancólico; aunque comedidos, y respetuosos con sus amigos. Según las noticias de los viajeros rusos e ingleses de las costas al Noroeste de la América septentrional, las colonias americanas de aquella parte tienen muchísima afinidad con la raza mongola del norte del Asia, [114] y aunque los esquimales, y groenlandeses sean visiblemente del mismo tronco, es muy dificultoso creer que dimanen de la casta mongola, todos los americanos meridionales, hasta la patagonia.

No tenemos dificultad en admitir que ambos continentes estuviesen al principio unidos y que después algún cataclismo parcial, o algún terremoto los haya dividido; lo cierto es que son comunes a entrambos continentes el rengífero, el caribol, el carnero de América, el bisonte, el argali de Siberia &c., y según varios naturalistas, otros cuadrúpedos que transmigraron sin duda, o quedaron divididos; lo que también debe notarse es que las islas intermedias en el transito de Kamtschatka a las costas de América, las Curiles &c., están habitadas por descendientes de la Siberia cuya lengua conservan. Las tribus Americanas salvajes, los del Canadá, los hurones, y otros presentan las facciones del rostro de los mongoles, su color aceitunado, los cabellos y ojos negros, las mejillas anchas y salientes, casi ninguna barba &c. Se puede decir que las tribus salvajes de la América boreal, son un testimonio perenne de que proceden, o tienen su origen de los habitantes del Asia oriental o los tártaros mongoles, lo cual se deja notar muy bien, por su fisonomía, sus costumbres, lenguaje, y complexión. Robertson confirma nuestra opinión, y dice que todos los Americanos presentan notable semejanza con las tribus bárbaras desparramadas al Noroeste del Asia. Esta idea del progreso de la población de América concuerda con las tradiciones que en orden a su origen tenían los mismos Mejicanos; pues [115] suponían que sus antepasados, los Toltecas, procedían de un país remoto situado al Noroeste de su imperio. Indicaban además los sitios por donde aquellos extranjeros se habían internado poco a poco, y cabalmente son los mismos que debieron seguir suponiendo que habían salido del Asia. Además de lo dicho, es necesario tener presente que la descripción que hacían los mejicanos de la fisonomía, costumbres, y género de vida de sus antepasados ofrece mucha analogía con la que nos dan de las tribus salvajes de la Tartaria. No falta quien asegure que varias tribus oriundas del Nuevo Mundo se extendieron por una parte del Asia, mas esta es una opinión que aunque no imposible, no ha presentado hasta ahora, ningún dato, ni testimonio para que pueda admitirse.

Lo cierto es que los Americanos del Norte tienen la piel de color amarillento, como los Chinos, Tártaros Lascares, y Malayos que están viviendo en Asia, y en regiones mucho más meridionales. Obsérvase mucha semejanza con las facciones de los Americanos entre las tribus de los Moheganes, y de los Oneidas que viven en las inmediaciones de Nueva York; hasta los perros leales compañeros del hombre, son los del norte de América de la misma casta de los de Siberia; con sus orejas tiesas, su pelo largo y áspero, su índole bravía, indómita, y voraz.

«De aquí, dice Virey, se rastrea el entronque de los Americanos y Tartaromongoles o Tibetanos que ofrecen con ellos notabilísimas analogías. Es verdad que los más de los viajeros no han advertido hasta qué punto los [116] climas semejantes, y el estado correspondiente de civilización o barbarie arraigan en la especie humana costumbres, hábitos, y hasta una complexión análoga entre las naciones de origen más lejano. Es evidente que el mismo influjo físico no puede menos de estampar su sello característico en la organización humana, igualmente expuesta a su predominio. De ahí es que no siempre bastan todas las analogías físicas, para entroncar naciones que se parecen bajo los propios paralelos.

Sin embargo, échanse de ver diferencias sobrado palpables, entre estos Americanos del norte y los más meridionales, para que sea dable equivocarlos. Los cráneos de Mejicanos de estirpe verdadera son, según Humboldt, de mediana magnitud, con la coronilla muy salida y la frente baja y aplanada; cuando los cráneos de los Americanos del sur, traídos por otros viajeros, presentan en el vértice un surco a lo largo con los demás cortes comunes a esta casta.

Las bellas tribus de los Akansas, Illineses, Californios, Mejicanos, Apalaches, Chicacas, Yucatenses, Hondureños, y otras de Nueva España así como los caribes de las Antillas, exceptuando los colonos europeos y los negros, son de una casta particular; lo mismo que los habitantes de toda la América meridional, tales como los del Oricono, del Perú, de la Guayana, del país de las Amazonas, del Pará, del Brasil, del Río de la Plata, del Paraguay, de Tucumán, de Chile, de las tierras Magallanicas y de la Patagonia. Según D. Antonio de Ulloa, los Americanos meridionales tienen la frente pequeña cubierta de pelo hasta la mitad de las cejas; ojos [117] pequeños, labios abultados, nariz delgada, puntiaguda y encorvada hacia el labio superior; el rostro ancho, orejas desmedidas, pelo negro, liso y áspero; miembros bien trazados, el pie pequeño, y el cuerpo bien proporcionado; su cutis es liso y mondo, excepto en los viejos en quienes asoma algún vello, en la barba, aunque nunca en los carrillos.

Con todo, ciertas tribus americanas ofrecen en la constitución de sus cráneos, en el color de la tez, en la variedad de sus facciones y costumbres, algunas diferencias que denotan al parecer la de su origen, a pesar del aserto de los antiguos viajeros, según los cuales con solo ver un Americano, puede asegurarse que se han visto todos, tanta es según ellos su semejanza. No obstante, entre los Araucanos, indómitos montañeses, se ven muchos individuos blancos y rubios.

Los americanos son por lo común de frente corta, y sumida, de donde se ha inferido que la estrujaban como los omaguas; sus ojos que son de un negro castaño, están muy hundidos; su nariz es chata y muy abiertas las ventanas; su cabello es muy áspero y sin rizo; su cutis es de color de cobre rojo; arráncanse el vello que ya de suyo os claro; son casi redondos, de carrillos abultadísimos, de cuerpo rollizo, y su ademán bravío y desaforado. Sin embargo, no es igual el color de la piel en todos los americanos, puesto que también varía bajo los mismos climas; los montañeses tienen siempre el color menos subido que los que viven en terrenos hondos y pantanosos y en las orillas del mar. Los del estrecho de Magallanes, aunque [118] andan desnudos, parecen casi tan blancos como los europeos. También suelen realzar el viso rojizo de su cuerpo pintándose de achiote para guarecerse de los jejenes, especie de mosquitos, cuya picadura causa los más agudos dolores.

Todos los americanos eran naturalmente barbilampiños y se quitaban el poco vello que tenían. Muchas de sus tribus solían desfigurar la cabeza de sus hijos, otras les estiraban las orejas o les horadaban la ternilla de la nariz o los labios para adornarlos con plumas o abalorios; los hombres se teñían de rojo y otros colores, se pintarrascaban, se atusaban, dejando intacto un copete, se ataviaban con plumas, y eran generalmente polígamos, aunque en ciertas tribus podía la mujer tener muchos maridos. Trataban halagüeñamente al sexo y a la edad desvalida, pero la vida de la mujeres era sobrado atropellada y fatigosa. Así es que entre muchos americanos meridionales, como entre los guaicuros del Brasil, suelen las mujeres tomar abortivos hasta pasados los treinta años. Vense en estas mismas tribus hombres afeminados, a quienes llaman cudinos, que ejercen sin reparo las funciones propias de las mujeres; estos bárbaros son monógamos, y ambos consortes gozan el derecho de repudiarse uno al otro aunque la mujer no puede hablar el mismo idioma que los hombres, como sucede entre los caribes.

Los padres suelen matar o exponer a sus propios hijos, conservando tan solo uno o dos, a causa de la escasez de subsistencias, y el temor de que sean presos y devorados por el enemigo. A veces adoptaban [119] a los prisioneros, quienes en este caso son reputados como miembros de la familia. El hijo del salvaje habituado a padecer sin quejarse, se acostumbra a toda clase de privaciones, y muestra suma indiferencia al dolor, y extraordinaria constancia. Las mujeres quieren entrañablemente a sus maridos, son modestas, y su semblante se reviste de afectuosa melancolía.

Esta descripción de Virey, comprueba cuanto hemos dicho de la raza americana; algunos escritores extranjeros no han dudado afirmar que los americanos se hallaban en un estado de extremada barbarie cuando los españoles aportaron a aquel país; y que todo cuanto los españoles han exagerado de su civilización y cultura, es una prueba de la ignorancia de los mismos españoles. En prueba de su aserto, presentan como datos que los americanos no tenían moneda ni escritura alfabética, y que su traje consistía en varios ceñidores de plumas &c.; que sacrificaban víctimas humanas a sus divinidades, y que consagraban sus vírgenes al sol.

Justo será que tengan contestación semejantes sandeces, que por cierto no deben sernos extrañas, pues hace dos años que vino a esta corte cierto escritor de novelas; con motivo de las funciones reales, y cuando publicó su viaje en París, no dudó afirmar que en Madrid no había quien supiese hacer una levita, con otras necedades que el descaro y petulancia que semejante gente estampa en la prensa sin la menor aprensión, todo con el objeto de presentarnos [120] a la faz de la Europa como el escalón inmediato a la barbarie Africana. Si los escritores españoles no diesen tanta importancia a los extranjeros, si se dedicasen al estudio de la lengua alemana, y demás fuentes donde beben los franceses, pronto quedaría su vanidad abatida.

Los americanos tenían una civilización y una cultura quizá mayor que la que tuvieron los galos en igualdad de tiempo de población. Nadie negará que Montezuma era un príncipe rico y poderoso, que, como dice Solís, no solo podía sustentar los gastos y delicias de su corte, sino que mantenía continuamente dos, o tres ejércitos en campaña, para sujetar sus rebeldes o cubrir sus fronteras: tenían perfectamente organizadas sus contribuciones pagando de tres una al Rey de sus labranzas, y granjerías; hasta los pobres contribuían con su cuerpo reconociendo el vasallaje con un determinado servicio personal. Las leyes más rectas castigaban a los empleados que defraudaban la Hacienda pública, imponiéndoles la pena capital. Los nobles daban la guardia y contribuían con hombres y dádivas, en caso de guerra. Los tesoreros después de cubiertas las atenciones del estado, reducían lo restante a géneros que pudiesen conservarse, particularmente a oro. «Tenían, dice Solís, los Mejicanos dispuesto y organizado su gobierno con notable concierto y armonía. Demás del consejo de Hacienda, que corría con las dependencias del Patrimonio real, había consejo de Justicia, donde venían las apelaciones de los tribunales inferiores; ¿consejo de Guerra, donde se cuidaba de la [121] formación y asistencia de los ejércitos; y consejo de Estado, que se hacía las más veces en presencia del Rey, donde se trataban los negocios de mayor peso. Había también jueces del comercio, y del abasto, y otro género de ministros, como Alcaldes de corte, que rondaban la ciudad, y perseguían los delincuentes. Traían sus varas ellos, y sus alguaciles, para ser conocidos por la insignia del oficio, y tenían su tribunal donde se juntaban a oír las partes, y determinar los pleitos en primera instancia. Los juicios eran sumarios, y verbales; el actor y el reo comparecían con su razón, y sus testigos, y el pleito se acababa de una vez; durando poco más si era materia de recurso a tribunal superior. No tenían leyes escritas; pero se gobernaban por el estilo de sus mayores: supliendo la costumbre por la ley, siempre que la voluntad del príncipe no alteraba la costumbre. Todos estos consejos se componían de personas experimentadas en los cargos de la paz, y de la guerra; y el Estado, superior a todos los demás, se formaba de los Electores del imperio, a cuya dignidad ascendían los príncipes ancianos de la sangre real; y cuando se ofrecía materia de mucha consideración, eran llamados al consejo los reyes de Tescuco, y Tabuco, principales electores a quienes tocaba por sucesión esta prerrogativa. Los cuatro primeros vivían en palacio, y andaban siempre cerca del Rey para darle su parecer en lo que se ofrecía, y autorizar con el pueblo sus resoluciones.

Cuidaban del premio y del castigo con igual atención. [122] Eran delitos capitales el homicidio, el hurto, el adulterio, y cualquier leve desacato contra el Rey o contra la religión.

Continúa después Solís haciendo una descripción del modo con que era castigada la integridad de los Ministros, quitándoles la vida, sin admitirse culpa leve en esta materia; de las escuelas públicas, colegios y seminarios sostenidos por el Estado; de los colegios de niñas donde se educaban las doncellas de los nobles, hasta que tenían edad de tomar estado; de las ordenes militares con que se premiaba los hechos de armas, y las acciones heroicas, pudiendo repetir que los Galos no estaban tan civilizados en igualdad de circunstancias. He aquí el escritor africano, que describe, y los salvajes que son descritos...

La religión de los Americanos era la idolatría, daban culto a sus manitúes, otros adoraban al Sol, y a los astros, y a la luna, como los Mejicanos los incas Peruanos, adoraban al Sol; y los Nachez se decían descendientes de este astro. Las mujeres ancianas eran consultadas en asuntos religiosos, y tenían también sus juglares.

Los Akansas, pueblos del Canadá, y los Osajes, son muy parecidos a los Europeos. Los habitantes de los terrenos pantanosos de la Guayana, llamados Güayacos y Chiquitos, son los pueblos de más corta estatura, a los cuales pueden juntarse los Chaimos. En la extremidad de la América septentrional habitan los Patagones pueblos cuya talla es lo menos de seis pies. También son muy altos los Chileños. [123]

Por el contrario los habitantes de la Tierra de Fuego son de corta estatura, tienen la cabeza abultada, y presentan los caracteres comunes a todos los pueblos inmediatos a los polos; parece imposible que esta familia enana traiga su origen de la familia robusta, y agigantada de los patagones.

Hasta ahora no ha podido averiguarse si la familia Americana procede de alguna rama de las del antiguo continente; lo cierto es que los animales, y vegetales de aquel continente son enteramente distintos de los del nuestro; lo que no pasaremos en silencio es un hecho que debemos rectificar.

Al descubrirse la América por los Españoles dio motivo a varias cuestiones teológicas, la primera y principal, fue sobre la predicación del evangelio, y administración del bautismo. No faltaron teólogos que dudaban que los habitantes de aquellos países fueran descendientes de Adán, y de consiguiente eran de opinión que hasta que se estudiase su lenguaje, y se conociesen sus tradiciones no se les administrara el bautismo; otros que los consideraban de la misma especie que los Europeos no tenían dificultad alguna en administrarles el bautismo. Para dilucidar estas cuestiones se tuvieron varias juntas de Teólogos, y finalmente se consultó al sumo Pontífice. Este que era Paulo III, declaró por una bula que los Americanos eran verdaderos hombres, y no una casta de irracionales, o diverso linaje descendiente de otro primer Padre. Esta declaración ha sido puesta en ridículo por algunos detractores de la Santa Sede, y se ha querido citar como un testimonio [124] de los desmanes teológicos. Nosotros repetimos lo que dejamos sentado en la introducción, que el teólogo jamás aprueba el abuso que se haga de la teología; mas en esta cuestión tampoco puede concederse que lo ha habido. Los teólogos recurrieron a las ciencias naturales para cerciorarse de si eran o no descendientes de Adán, en esto lejos de haber extralimitación había demasiado tino, y prudencia; cuando la verdad se halló con las luces naturales, la Teología confirmó la misma opinión, y el Jefe de la Iglesia como oráculo viviente de cuyo labio debe salir la solemne sanción de estas verdades que se rozan con el dogma, dio su solemne aprobación.

La segunda familia de la raza de color es la Tártara; su ángulo facial es como de ochenta a ochenta y cinco grados; la mandíbula superior es plana, y ancha, las sienes hundidas; los ojos colocados oblicuamente, los abren muy poco como si los párpados estuviesen sujetos, y están muy separados uno de otro, y la barbilla muy avanzada. Esta familia tiene un color amarillo como de naranja seca: tienen los cabellos negros, largos y ásperos como crines, son claros como la barba que también es negra, así como el iris de los ojos. Su estatura es corta, y rechoncha el cuerpo musculoso, y las piernas cortas y combadas. Esta familia tiene varios troncos, el primero es el de los calmucos notables por su extremada fealdad, este tronco comprende una porción de hordas mongolas de la gran Tartaria. Su rostro representa una especie de cuadrado, la frente y la barba remata en punta: su tez no se altera [125] aunque varíe de clima. Sus mujeres son pequeñas y delicadas, y de blanca tez aunque el fondo es amarillento como los hombres.

Los Calmucos son trashumantes, habitan en gares o tiendas. Puede decirse que esta casta es la más numerosa y se puede subdividir en tres tribus principales, en Calmuco-mongola, la China, y la Lapona, comprendiendo los Ostiacos, Samojedos, Kamtschadales, y otros pueblos vecinos al polo ártico.

Aunque estas castas se las da el nombre genérico de tártaros, es necesario distinguirlos de los tártaros más occidentales, o cosacos que pertenecen a la rama escita de la raza blanca caucasiana, mas come estos pueblos viven siempre errantes se mezclan frecuentemente.

Los mongoles orientales y meridionales se componen en Asia de los Siameses, y Birmanes, de los Peguanos, Cochínchinos, Tonquineses, Chinos, Coreanos, Japoneses, Tártaro-Chinos, Tibetanos, y Mongües. Además pueden añadirse todos los pueblos situados allende el Ganjes, y las islas al sur y levante de Asia, hasta Nueva-Guinea. Los Javaneses deben referirse a los Malayos. Se dice que los mongoles del Asia superior, tienen muy flojos los músculos del párpado superior, y que mantienen los ojos cerrados por espacio de algunos días después de nacidos. La tez de los Tonquineses es de color aceitunado oscuro, los Cochinchinos son más atezados. En ambos países cuando estos individuos no se exponen a los rayos del sol tienen el cutis tan blanco como los Europeos. Los Tonquineses tienen el rostro bastante [126] agraciado, a pesar de que la costumbre de tiznarse los dientes, y de pintarse los labios de rojo les da un aspecto ridículo, y desagradable. Las mujeres son hermosas, sus ojos son negros, rasgados, y expresivos. Las Tonquinesas son más blancas y hermosas que las Cochinchinas; su cabello, es áspero parecido a la crin, y lo tienen en mucha estima. Los Chinos y Japoneses aprecian las mujeres por lo menguado del pie, para lo que tienen gran cuidado de fajárselo desde niñas.

Los Bucarianos son juanetudos como los demás mongoles; no son tanto los de Java, mas todos ellos ofrecen el sincipucio o coronilla de la cabeza realzado a manera de cono. Lo mismo se nota entre muchos japoneses según algunos viajeros, Los naturales de Aracan se aprecian por las orejas largas, y desmesuradas, otro tanto hacen los de Pegú y Laos.

El color amarillo es para los Cochinchinos, Coreanos, Tonquineses, Chinos &c., como color sagrado. Su alimento más común y principal es el arroz, y se precian de ser los pueblos más antiguos y civilizados del mundo.

La segunda tribus la componen los Tártaromongoles los Manchues, Calmucos, Basquires, Cosacos verdaderos, Kirquices, Chuvaches, Buriatos, Soongaros, Eleutos, y de las tribus Tanguticas, cerca del Tibet y de la China septentrional. Los tártaro-nogais del Kuban descienden de los antiguos Hunos, y de los tártaros que subyugaron el Asia y parte de la Europa a las órdenes de Chenjis Kan.

Se puede decir que estas naciones están destinadas [127] para renovar de cuando en cuando la faz del mundo civilizado, por lo cual los antiguos llamaron aquella parte de la tierra, oficina del género humano. También es probable que la casta mongola haya poblado gran parte de la América pasando por la península de Kamtschatka y por las islas Kuriles, o la de las zorras. Los isleños de las Aleutas que forman el tránsito entre los mogoles y los americanos, son de estatura mediana y de complexión robusta, su fisonomía es agradable y su carácter entero. Son apacibles mas no por eso dejan de ser vengativos y feroces cuando se ven perseguidos.

Las tribus de los Lapones, Ostiacos, Samojedos, y Kamtschadales del antiguo Continente y los Esquimales y Groenlandeses del Nuevo Mundo. Estas tribus apenas tienen cuatro pies de altura, viven en el círculo polar; tienen la cabeza muy abultada, los juanetes muy salidos, los ojos desviados, sesgos y casi sin cejas; el cabello es negro y tieso, la piel como curtida, la boca ancha, los dientes muy separados, la barba escasa, las ventanas de la nariz muy abiertas, los ojos medio cerrados, los pies pequeños, las espaldas muy anchas, y la frente espaciosa; son ágiles y pertinaces, en medio de su endeblez, y viven contentos con su suerte. Acostumbran arrancarse el vello del cuerpo, y se tiñen de negro con un hilo que pasan debajo de la epidermis por medio de una aguja. Su aspecto es montaraz, aunque medroso, su voz aguda, y chillona se asemeja a la del ánade.

Su religión es el chamanismo, y con dificultad se [128] ha podido convertirles al cristianismo. Tampoco se ha podido reglamentarles para soldados, porque al oír el sonido del tambor escapan a la carrera. Viven en rancherías, se alimentan de leche y carne de renjiferos y de peces medio podridos.

Los Esquimales tienen la cabeza desmesurada, los pies muy pequeños, y la estatura mediana y rehecha, son barbilampiños y muy atezados. Comen pescado podrido; lo mismo hacen los Samojedos; los Ostiacos viven del producto de la caza, de manteca de oso, y de raíces silvestres. Los Kamtschadales son incansables para la caza y diestros en la pesca. Suelen embriagarse con la infusión de una clase de seta, y con cerveza.

Son polígamos, y poco celosos de sus mujeres que suelen ceder gustosamente a los extranjeros. Las mujeres son poco fecundas, más feas que los hombres, llevan los pechos colgantes de color atabacado, con un pezón negro como tinta, no tienen vello en sus partes naturales, y es muy escaso su menstruo. Algunos viajeros afirman que llevan pesario en la vulva, que naturalmente es muy ancha, por lo que paren con mucha facilidad. Las mujeres de los Esquimales que no tienen hijos de su marido tiene derecho de elegir otro, y lo mismo los hombres pueden elegir otra mujer, cuando la suya es estéril.

Se nota entre los Samojedos, Tougusos, Kamtschadales, Jáculos, y Buriatos, que son de tal rigidez de fibras, debido sin duda a la excesiva frialdad del clima, que al menor ruido imprevisto, al más leve [129] tocamiento que los pille descuidados, un silbido inesperado, la caída o choque de un cuerpo cualquier los conmueve, y enajena de tal suerte que se arrebatan con una furia desenfrenada, en tal disposición que echan mano de la primera arma que encuentran para matar o vengarse en el que causó aquel inocente o casual ruido. Estos arranques espasmódicos, son análogos a los epilépticos, puesto que se atajan con olores animales, como cuerno, o plumas quemadas. Se cree que la causa de semejantes fenómenos procede sin duda de los malos alimentos, de la escasez que padecen durante sus largos inviernos, en medio de una noche de meses enteros, y de la ignorancia y aislamiento en que viven.

La tercera familia de la raza de color es la Malaya. Sus caracteres físicos son, frente deprimida y redonda, nariz llena, ancha y gruesa en su extremidad, las ventanas separadas, la boca muy ancha, y las mejillas medianamente elevadas. El ángulo facial no tan agudo como el del negro, es sin embargo menos abierto que en el calmuco y apenas tiene ochenta grados. Su cabellera es espesa, crespa, bastante larga, blanda y siempre negra, lo mismo que el iris de los ojos. Convienen los fisiólogos que esta familia, forma una gradación intermedia entre los Mongoles de Asia, y los negros de África, de Nueva-Holanda y los Papúes, o que procede de la mezcla de aquellas dos castas primitivas.

Esta familia malaya, o marítima, se encuentra desde la península de Malaca, a las islas más remotas [130] del grande océano Índico y Pacífico; de Madagascar a las Maldivias, en Ceilán; las islas de la Sonda, Sumatra, Java, Borneo, las Molucas, las Filipinas, y casi todo el archipiélago índico, hasta Othaiti; en las islas Santwich, las Marquesas, y en la nueva Zelanda.

Los habitantes de las costas de Borneo son una mezcla de Malayos, Javaneses, Bughis, Macasares algunos Árabes, y muchos Chinos. Habita también por aquella parte una casta mejor formada, más blanca y hermosa que los Malayos, la cual no tiene la frente, y la nariz tan achatada, y el pelo más largo y tieso: se dedican exclusivamente a la labranza, mas son feroces, y no se verifica que celebren sus fiestas, y ceremonias sin sacrificar víctimas humanas. Se les conoce generalmente con el nombre de Orang-Dayakes. Tienen la piel escamosa, o herpética, efecto de frotaciones que se dan con varias yerbas para ataviarse de esta suerte.

Los Malayos tienen el semblante feroz, son hipócritas, zalameros, audaces, emprendedores y vengativos: se puede decir que estos mulatos índicos, han tomado las cualidades más malas de sus troncos primitivos. Los Othaitianos y los de las islas de la Sociedad, y de los Amigos son de índole apacible. Los de las islas Marquesas y Washington, sobresalen a las demás en hermosura y en lo bien proporcionado del cuerpo. Son altos, vivos, afables, y cariñosos, aunque demasiado vengativos hasta el extremo de la antropofagia. Tienen el pelo largo, negro, y ensortijado, la barba negra, y lacia, y son bien formados de cuerpo. Las mujeres son [131] hermosas y carirredondas, de ojos negros, expresivos, y rasgados; su tez es fresca y sonrrosada, blanca su dentadura, y larga y negra su cabellera ondeante y rizada sobre sus espaldas. Son bastante libres en sus costumbres, lo que es de mayor mérito en las solteras, que son más apetecidas cuanto más relajadas; mas después de casadas son muy recatadas, y los maridos muy celosos. Algunos admiten el divorcio, y toleran el adulterio, de suerte que casi son comunes las mujeres, supliendo los criados la ausencia de sus amos sin que estos lo tomen a mal.

Usan con frecuencia del opio, por lo cual en su estado soñoliento cometen muchas atrocidades, cuyo castigo reciben con sangre fría.

Varios de estos pueblos han hecho progresos en la civilización, y se rigen por leyes, y estatutos; algunos malayos son hábiles mercaderes, y puede considerárseles como los corredores de toda la india a la manera que lo son, los Armenios en Oriente; y los Judíos en Europa.

Su idioma, o djehdai es de los más gratos al oído, casi todo se compone de vocales, se habla comúnmente en todas las molucas. Sus dialectos se han difundido por todas las islas de los mares del sur, y del Océano Pacifico, hasta la Nueva-Holanda, y Nueva-Zelanda; llegando a ser la lengua más extendida, así como las tribus malayas.

Los malayos civilizados, son circunspectos, aduladores, serviles, y amantes de la aristocracia; sus constituciones hacen distinción de nobles, que tienen todas [132] las prerrogativas, comen los mejores alimentos y están resguardados de la intemperie; y en pueblo que esta lleno de miseria, y que por lo tanto es descuidado y feo, y su talla menguada.

Los habitantes de las islas Segalien, son robustos, pero de baja estatura. Los de Tchoka, son barbados y velludos como los osos, aunque se asemejan mucho a los Europeos. Los de las islas de Mauna, y de Oyolava, descuellan por la robustez, y estatura de su cuerpo, por que los más pequeños tienen seis pies y dos pulgadas; encontrándose algunos que alcanzan seis pies y nueve pulgadas. Son coléricos y camorristas, y sus mujeres libres y licenciosas se ofrecen con el mayor descaro a los extranjeros. Se conjetura que estos proceden de colonias malayas, que en tiempos remotos conquistaron estas islas, y que por lo templado, y bonancible de su clima, la abundancia de alimentos, han adquirido esta robustez extraordinaria.

Obsérvase también entre los Malayos una estirpe negruzca de pelo lanudo y crespo, endebles y menguados de cuerpo, que se cree descienden de los Papúes, algunos de ellos como los Mallicoleses son los hombres más feos, negros, y disolutos, y que más se acercan a los monos: pero la casta malaya pura, es blanca, alta, y bien formada. La pubertad es precoz en esta casta; las mujeres se casan a los diez años, aunque son poco fecundas y propensas al aborto se entregan con frenesí a los placeres del amor, son celosas en extremo hasta matar con veneno, o con la daga al que las haya engañado, o despreciado; andan generalmente [133] desnudas, lo mismo que los hombres, se pintan el cutis de varios colores; usan mucho el betel, y otros vanos frutos acres, y aromáticos, que continuamente mascan. Su alimento consiste en arroz, meollo de palma, fruto del árbol pan, y varias especias. Sus armas son una especie de puñal y azagaya, frecuentemente envenenadas, y muchos de ellos son antropófagos.

Después de haber hecho esta pequeña reseña de las razas humanas, diremos algo acerca de los gigantes y enanos.

No cabe duda que la causa general de las altas estaturas puede fijarse en general en la índole de varios climas, particularmente en aquellos templados como sucede en varias regiones del Asia menor y de la Persia. En Europa se nota abundancia de hombres altos, en algunos pueblos de Dinamarca, Suecia, Irlanda, Prusia, Sajonia, y España. En Asia se nota mayor número de hombres de alta estatura en la China septentrional, que en la meridional. Se dice que los Tibetanos y demás pueblos del Asia superior que no están expuestos a los rigores de los fríos de la Siberia tienen hombres sumamente altos, y robustos.

En la América septentrional se halla la tribu de los Akansas; y en la América del Sur se encuentran en Chile, Patagonia y cerca de la Tierra del fuego hombres de extraordinaria estatura. Se ha exagerado mucho la estatura de los patagones, sin embargo es cierto que los de más corta estatura eran de seis pies y medio a siete. [134]

Se habla también de un negro medido por Vander-broeck, que tenía diez pies, y seis pulgadas.

No cabe duda que los primeros hombres serían de una estatura y robustez superior a la nuestra, efecto sin duda, de la mayor lozanía de la tierra, y de ser más alimenticios sus vegetales; lo cierto es que tanto la Sagrada Escritura, como la mitología nos presenta ciertos hombres de estatura extraordinaria.

Nosotros hemos visto hace pocos años en esta corte dos hermanos niño, y niña, que a la edad de nueve años o diez pasaban de los cinco pies, y sus padres eran de una estatura regular. De todo lo dicho no puede inferirse que haya una raza de gigantes que pueda perpetuarse por sí misma; sino que ciertos climas, unidos a los alimentos gelatinosos, y húmedos pueden contribuir, aunque no siempre, en todos los individuos a producir hombres de colosal estatura. Los que no usan de vinos, licores, y bebidas fermentadas están más propensos a tener mayor estatura; también el uso del café contribuye mucho, a que los hombres no medren lo que debían.

Se puede fijar la estatura media, y regular del hombre en cinco pies, y tres, o cuatro pulgadas. La medida de su dimensión puede tomarse extendiendo los dos brazos en cruz, la cual da exactamente la altura del hombre bien proporcionado; doblando esta medida por la mitad, corresponderá exactamente al ombligo. Si la medida se dobla en cuatro partes, cada cuarta parte se hallará desde el extremo de la mano al codo, o desde este al medio del pecho.

Por lo que hace a los enanos, tampoco se puede decir que constituye, una casta distinta, porque además de su conformación irregular, que no tendrían si fuera una casta independiente no vemos que esta se propague por sí misma. Los fisiólogos atribuyen la producción de los individuos de corta estatura a la estrechez del útero de ciertas mujeres, y al escaso alimento que alcanza aquella parte. En el mayor número de casos de esta especie suele suceder el aborto, y cuando no sucede así, el embrión permanece endeble, y enflaquecido, resultando algunas veces los enanos.


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Inocencio María Riesco Le-Grand, Tratado de Embriología Sagrada (1848)
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