La phi simboliza la filosofía de tradición helénica, la ñ la lengua española Proyecto Filosofía en español
Inocencio María Riesco Le-Grand

Tratado de Embriología Sagrada
Parte Segunda
/ Capítulo tercero

§. III
De la axfisia de los recién nacidos


La asfixia de los recién nacidos es un género de muerte aparente ocasionada por la privación de sangre roja u oxigenada. Se observa en los partos dificultosos, sobre todo en los que tienen lugar por los [278] pies, las rodillas, o las nalgas. Se la observa también en el parto por la cabeza, cuando va precedido de la salida del cordón umbilical. La compresión del cordón umbilical, o tirantez de la médula espinal son las causas de este accidente. En el primer caso interrumpiéndose la circulación de la madre al niño, no recibe sangre roja el corazón de éste; porque la que envía al cerebro, y a los otros órganos, es negra e impropia para conservar la vida. El cerebro entorpecido por la sangre negra, no refluye sobre el corazón, que a su vez, cae en entorpecimiento y en la inacción. Este estado persiste después del nacimiento, porque no percibiendo el cerebro sensación alguna, no puede poner en juego los órganos colocados bajo su cuidado.

Las contracciones ejercitadas sobre el cuello, cuando la cabeza experimenta dificultades para franquear el estrecho de la pelvis, puede dar lugar a la muerte aparente. Entonces hay complicación, compresión del cordón, y tirantez de la médula espinal, en la región cervical, asfixia, y parálisis.

Aunque el cordón no fuese comprimido, la parálisis de los nervios, que parten de la médula espinal, y dan movimiento a los músculos agentes de la respiración, no pudiendo dilatarse el pecho para recibir el aire vital, sobrevendría la asfixia, y el corazón cesaría pronto de contraerse.

En fin, una nueva causa puede dar lugar a la asfixia de los recién nacidos, y es la oclusión de las vías aéreas por mucosidades, o por algunos líquidos acuosos, y sanguíneos, que puedan penetrar en el parto. [279]

Depende pues la asfixia de una lesión vital del cerebro, de suerte que no se la debe confundir con el síncopa como hace Gardien. Tampoco debe clasificarse como apoplejía según quieren otros, porque en el accidente que nosotros describimos, la sangre negra, o no revificada por su contado con el oxígeno es la que mata o suspende la vida, mientras en la apoplejía la sangre roja continúa afluyendo al cerebro, mientras obstruye los grandes vasos, y los vasos capilares.

Así no incluimos en el número de las causas de la asfixia a la comprensión de la cabeza por la pelvis estrechada, o por el fórceps; ni la comprensión del cuello por el cordón, que son causas de apoplejía.

Los síntomas de la asfixia son los siguientes.

La piel no está encendida como en la apoplejía, a menudo está pálida, la mucosa labial y vocal, suele ser azulada, el rostro no está tumefactado: los miembros se presentan débiles, no se restablece la respiración, y la circulación está casi aniquilada. Algunas veces, no obstante, se notan algunos débiles, y raros latidos del corazón. Pronto se hacen más fuertes, y regulares, si el aire penetra en los pulmones: mas cuando algún obstáculo se opone a la introducción de este fluido no tardan en extinguirse estos latidos.

Cuando un niño nace asfixiado quieren algunos, que se le corte inmediatamente el cordón umbilical, otros aconsejan conservarle en toda su integridad, con la intención de restablecer, por este medio, la circulación de la madre al hijo, como se verificaba cuando estaba en el útero, juzgando que la sangre que le llega por la vena [280] umbilical está suficientemente oxigenada para excitar la irritabilidad del corazón, y reanimar la vida. Chaussier es de opinión que si se apresura la sección del cordón umbilical, se sacrifica al infante, que aún es muy débil para ser el mismo agente de su circulación, por esto quiere que se retarde la sección de este cordón, y que se espere para ver si la circulación se restablece. Fréteau aconseja también conservar la integridad del cordón, y manda meterle, lo mismo que a la criatura, en un baño templado roborizado con vino u licor espiritoso. Coloca a este efecto entre los muslos de la mujer una cubeta para servir de baño. Varios prácticos aconsejan sumergir la placenta después de su desprendimiento en un baño templado propio para reanimar la acción vital en los vasos umbilicales. Petit, y Levret habían aconsejado este medio, y Dorthal lo ha empleado con buen éxito.

De todos modos será siempre muy prudente no apresurarse a cortar el cordón, y emplear el baño que hemos dicho, porque no siendo perjudicial, puede aprovechar muchas veces. Mas si no se notan pronto señales de restablecimiento de la circulación de la madre al hijo, y si la placenta tarda en desprenderse, será necesario hacer la sección del cordón, y llevar al niño sobre una mesa, donde se le administrarán más cómodamente los cuidados siguientes:

Se le acuesta de lado, a fin de que si las aguas del amnion se han introducido en las vías aéreas, puedan salir por su propio peso. Se comprime ligeramente el pecho para favorecer su salida. Se introducen las [281] barbas de una pluma, o un pincel de lino en las fauces y en las narices para extraer las viscosidades que pueden obstruir las vías aéreas. Se puede empapar el hisopillo en una disolución de muriato de sosa (sal común) que tiene la propiedad de disolver, y desprender estas viscosidades.

Se hacen cosquillas en las narices con las barbas de una pluma, o se frota la región del corazón y las sienes con paños empapados en aguardiente, o vinagre. Se fricciona el espinazo, y los demás miembros con paños calientes, y secos, o con un cepillo; que se pasa al mismo tiempo sobre la planta de los pies, y las palmas de las manos.

Se procura introducir el aire en los pulmones, sea por las narices, sea por la boca; la primera vía parece la más segura, sirviéndose del cañón de una pluma que se coloca en una nariz, teniendo cuidado de cerrar la otra nariz y la boca de la criatura para estorbar la salida del aire por la una, o por la otra de estas vías; se comprime ligeramente, al mismo tiempo la laringe para bajar el conducto de los alimentos, en el cual podría entrar el aire sin esta precaución. Otras veces se prefiere un fuellecito al cañón de la pluma, pero es preciso tener sumo cuidado de que el fuelle no tenga polvo, ceniza, u otro cuerpo extraño porque sería muy perjudicial.

Finalmente cuando no hay medio alguno, se recurre a colocar la boca, con la del infante y comunicarte aire, que aunque no es el más a propósito para excitar los pulmones de la criatura, y procurar los [282] latidos del corazón por haber servido ya a la respiración; sin embargo, no deja de producir su efecto.

Luego que los pulmones estén llenos de aire es necesario procurar su salida comprimiendo las paredes del pecho: proponiéndose introducir en las vías aéreas del niño, gas oxígeno puro, como el más propio para excitar la irritabilidad de los órganos respiratorios. También recomiendan algunos el electricismo y el galvanismo. Las fricciones no deben dejarse por causa alguna, y hacerlas con licores fuertes, procurando sean siempre que se puedan con buen aguardiente. También es bueno tomar en la boca un poco de aguardiente y rociar la cara del niño, como cuando se rocía la ropa para planchar, y después con el aliento cargado de vapor alcohólico, soplar en la boca del recién nacido. De todos modos se necesita mucha perseverancia en el uso de estos medios, porque las más de las veces no se reanima la vida, sino después de muchas horas de trabajo


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Inocencio María Riesco Le-Grand, Tratado de Embriología Sagrada (1848)
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