Enrique Suñer Ordoñez Los intelectuales y la tragedia española

Al lector

España sufre la más horrenda de las catástrofes de su Historia. Ríos de sangre corren por todos los ámbitos de la Península, afluyendo en caudal tan inmenso, que bastarían para formar un verdadero mar. ¿A cuántos metros cúbicos ascenderá el rojo licor derramado de los vasos heridos de nuestros hermanos? Espanta la simple hipótesis de una concreta valoración.

Hay en esta sangre perdida procedencias muy diferentes: en unos casos –los menos– viene de conscientes criminales, autores de las hecatombes que padecemos; en otros, de viles brutos, con instintos peores que los de las fieras; en muchos, de hidalgos pechos españoles –militares y milicianos–, jóvenes generosos, llenos de abnegación y de heroísmo tan inmensos, que sus heridas los elevan a la altura de los semidioses de las leyendas helénicas. Hay sangre, también, de muchos mártires, sacrificados villanamente por su amor y lealtad a la Patria, a la Religión, a la mera decencia de un vivir honesto. No nos queremos olvidar tampoco del [6] liquido perdido por muchos de nuestros enemigos, víctimas del veneno inoculado en su espíritu, incomprensivo de la verdad, por los taimados dirigentes que los conducen, como corderos, a las líneas de fuego. Y toda esta espantosa mortandad ¿ha de quedar sin el justo castigo?... Nuestro espíritu se rebela contra una posible impunidad de los despiadados causantes de nuestra tragedia. No es posible que la Providencia y los hombres dejen sin castigar tantos asesinatos, violaciones, crueldades, saqueos y destrucciones de la riqueza artística y de los medios de trabajo. Es menester, con la más santa de las violencias, jurar ante nuestros muertos amados la ejecución de las sanciones merecidas. ¿Quiénes son los máximos responsables de tantos dolores y de tantas desdichas? Para nosotros no cabe la duda: los principales responsables de esta inacabada serie de espeluznantes dramas son los que, desde hace años, se llaman a sí mismos, pedantescamente, «intelectuales». Estos, los intelectuales y pseudo intelectuales interiores y extranjeros, son los que, tenaz y contumazmente, año tras año, han preparado una campaña de corrupción de los más puros valores éticos, para concluir en el apocalíptico desenlace a que asistimos, como negro epílogo de una infernal labor antipatriótica que, por serlo, pretendía desarraigar del alma española la fe de Cristo y el amor a nuestras legítimas glorias nacionales. Deseo, con estas páginas, descorrer una parte del velo encubridor de los autores trágicos que nos han llevado [7] al caos en que vive una gran parte de España: busco el señalarlos con el dedo, delatando con todo valor, duramente, sin eufemismos ni atenuaciones, sus turbias actividades y los planes de que se valieron. Mi calidad de profesor en convivencia con ellos en los Centros de enseñanza, me ha permitido conocer su psicología y descubrir muchos nudos de la trama con que envolvieron a la sociedad española.

Ojala sirvan estas páginas de lección para el futuro; que ellas permitan afirmar la absoluta necesidad en que estamos, si queremos vivir con honor, de eliminar de nuestro suelo patrio a los culpables. No son, las del presente, horas de benevolencia, sino de radicales y enérgicas medidas defensivas.

Destruida por los rojos la documentación personal que había acumulado sobre la materia de la cual escribo, he tenido que confiar a mi memoria la relación de los hechos fundamentales. Ello me obliga a no seguir siempre una rigurosa marcha cronológica. Mas esto ¡qué importa!

Lo esencial es que el alma española, vibrante de indignación y de coraje, sepa también recoger en la memoria las figuras execrables de los agentes de nuestro daño, para que no queden olvidadas a la hora en que deba tener lugar una justicia tan implacable como el perjuicio que nos han causado.

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Enrique Suñer Ordoñez Los intelectuales y la tragedia española
2ª ed., San Sebastián 1938, págs. 5-7