Lorenzo Hervás Panduro
 
Doctrina y práctica de la Iglesia en orden a las opiniones dogmáticas y morales

 

Lorenzo Hervás Panduro

Tratado sobre la doctrina y práctica de la Iglesia
en orden a las opiniones dogmáticas y morales

 
§ I. Idea fundamental de la cuestión,
que forma todo el espíritu de la presente obra

El probabilismo, y el probabiliorismo, como la material significación de sus nombres lo indica claramente, no tratan de cosas ciertamente verdaderas, o falsas, o de cosas evidentemente ciertas, o inciertas; mas de las que son más o menos probablemente verdaderas, o falsas, ciertas, o inciertas. Entre la verdad, o falsedad cierta, o evidentemente conocidas hay una esfera, o intervalo en que está situado lo probable, lo cual en sí será más, o menos probable a proporción, que más, o menos se acerque a las extremidades de su esfera, que son la verdad, y la falsedad; y respecto de nuestro juicio será más, o menos probable a proporción, que lo creamos tal, aunque nuestra creencia sea falsa. Lo que en sí es probable, fácilmente se conoce: pero lo que llamamos más, o menos probable, suele depender de la impresión varia, que en la mente de cada hombre hacen las razones de mayor, o menor probabilidad, y según esta impresión cada hombre lo coloca en diversos sitios de dicha esfera.

En esta esfera entramos siempre, que ignoramos ser ciertamente verdaderas, o falsas las cosas, que pensamos. En tal caso tenemos duda o sospecha, o formamos opinión. Cuando puramente dudamos, nada juzgamos. Cuando sospechamos, [1v] empezamos a juzgar con gran duda: y cuando resueltamente{1} juzgamos, adoptamos una opinión con conocimiento de no ser ciertamente verdadera: y consiguientemente con temor de que pueda ser falsa. El que opina, forma juicio; mas éste no es, ni puede ser{2} perfecto, porque conoce, que opina sobre cosa, que no es evidentemente cierta o verdadera: por tanto el juicio debe ser siempre con temor de la incertidumbre, o falsedad. Este temor es inevitable al que adopta cualquiera opinión; porque es efecto necesario del conocimiento que tiene de la intrínseca incertidumbre de ella.

Las cosas, cuya verdad, o falsedad no se sabe con certidumbre, se llaman opinables: y las opiniones, [2] que sobre ellas formamos, se llaman opinables. Por lo que opinión verdadera, y propiamente probable es un juicio incierto, que embebe dos condiciones: la primera es, que contra él no haya razón alguna convincente: y la segunda es, que tenga grave fundamento, el cual respecto del que examina la opinión, es la razón sólida, y respecto del idiota, como también del sabio, que no la examina es la autoridad de los escritores, que la defienden.

Desde que en el mundo hubo hombres, hubo necesariamente variedad de opiniones probables sobre las cosas, que no se conocían ser evidentemente ciertas, o inciertas, verdaderas, o falsas. Tales opiniones son gajes necesarios de toda criatura racional; pues solamente el supremo Hacedor tiene por esencia saber la verdad, o falsedad de cada cosa. Las opiniones entre los hombres crecieron a proporción, que crecían sus ciencias, en las que el número de las cosas inciertas excede infinitamente el de las ciertas. Las ciencias se pueden reducir a tres clases, que son físicas, metafísicas y éticas, y todos los escritos de paganos, y no paganos sobre estas ciencias están llenos de opiniones, cuya respectiva defensa en la mayor parte de los hombres depende de la suerte del maestro, que les tocó para aprenderlas de ellos en su niñez, y juventud. [2v]

Las opiniones éticas, que no dejaron de llamar la atención de los antiguos paganos, como lo demuestran las obras de Platón, Plutarco, Cicerón, y de otros insignes autores, merecieron la mayor entre los cristianos, porque la ética es parte esencial de la ciencia del cristianismo. Al principio de éste, y en los tiempos posteriormente sucesivos hubo disputas, y opiniones morales: las hubo teológicas sobre los dogmas, sobre las tradiciones, y sobre las leyes divinas, y eclesiásticas: y estas opiniones crecieron con las ciencias, y con las dudas nuevas, a que daban motivo las herejías, los cismas, las nuevas legislaciones, los escrúpulos, y la ignorancia de muchos cristianos. De las innumerables opiniones morales, dogmáticas, y eclesiásticas, que de la historia, y de las obras de los autores antiguos nos consta haber habido entre los cristianos, algunas merecían la atención de la iglesia para decidir su verdad, o falsedad, y otras innumerables se dejaban correr, como hasta ahora corren, sin que la iglesia se declarase en favor más de unas, que de otras, mostrando con su silencio, que las dejaba en la clase de probables abandonándolas a la disputa, y respectiva contrariedad decisiva de los escritores, y profesores de las ciencias. Esta práctica ha tenido siempre la iglesia, e invariablemente la conserva; y sus padres, doctores, y teólogos siguiendo [3] su ejemplo han enseñado constantemente ser ella lícita, aunque siempre hayan aconsejado a obrar según la opinión, que conduce a lo mejor, o a lo más conveniente para nuestra salvación eterna. En el uso de las opiniones probables han enseñado lo que es lícito, o bueno, y han aconsejado lo perfecto.

Yo pues demostraré la realidad, o práctica de esta enseñanza produciendo documentos claros, o autoridades de padres, doctores, y teólogos de la iglesia desde el principio de ésta hasta el tiempo presente; y después alegaré casos prácticos, con que haré ver, que a dicha enseñanza ha correspondido la práctica de los concilios, papas, y obispos en el gobierno, e instrucción de los fieles. De este modo presentaré una prueba, que contenga lo que sobre el uso lícito de las opiniones probables enseñan la autoridad de la iglesia, y la ética cristiana: y sobre este fundamento incontrastable en materia de costumbres no menos, que lo es en la de fe, estableceré con seguridad la fábrica, que el discurso formará con la pura razón.

He insinuado el método claro, y fácil, con que procederé presentando, y manifestando aun a la mente menos perspicaz la naturaleza, y calidad de la cuestión ruidosa del probabilismo, que ya por malicia de no pocos autores, y ya por ignorancia, o preocupación de otros el año 1656 [3v] se empezó a enmarañar, confundir, y querer sepultar en las tinieblas, que en las ciencias sagradas, y principalmente en las morales esparcen siempre la malicia de los impíos, y la contradicción de los buenos ignorantes, o preocupados. La verdad simple, y claramente propuesta quitará a la dicha cuestión todas las marañas, con que la malicia pretendió ocultarla, y ahuyentará las tinieblas, en que la preocupación quiso confundirla: y esta verdad respecto de las mentes cristianas, a las que la presento, se hallará clara y pura en la doctrina y práctica de la iglesia: se hallará también respecto de la mente de todo hombre, que ceda a la razón; porque lo más acendrado de ésta se contiene en la ética cristiana.

Esta breve prolusión debe bastar para que cualquiera entienda bien, y perfectamente penetre la naturaleza de la cuestión, que trato, y el modo, que tendré en tratarla. Los teólogos, que la tratan facultativamente, la presentan adornada con sus términos facultativos: y éstos la ocultan algo a la perspicacia vulgar: mas yo a ésta la presento clara con la simple, verdadera, y vulgar idea, que he dado de lo que es probable. Todos a la menor reflexión conocen, y saben, que lo probable está en una esfera, cuyos confines son la verdad, y la falsedad conocidas, o notorias. Lo que no se demuestra verdadero, ni falso, pertenece a [4] dicha esfera. Esta falta de demostración es el fundamento de la probabilidad, la cual sobre él se va elevando a proporción, que crecen las razones, que lo prueban verosímil. Una mente tosca no sabe hallar en favor, ni en contra de una probabilidad las razones que fácilmente halla la mente ilustrada: por lo que respecto de ésta podrá ser probabilísimo lo que respecto de aquella es puramente probable. Así mismo a mentes igualmente ilustradas, o toscas no siempre hacen la misma impresión unas mismas razones: esto vemos práctica, y cotidianamente en los tribunales en que todos sus miembros leen los mismos alegados de un pleito, y no convienen en la sentencia, por que a unos parece menos probable, lo que otros juzgan ser probabilísimo. La pura probabilidad fácilmente se conoce, y como tal se afirma con uniformidad de pareceres: pero la mayor, o menor probabilidad suele hacer relación a la diversa ilustración de las mentes, y a la varia impresión, que en ellas causan sus pruebas.

Esta simple, y clara idea de la probabilidad basta para entender bien los textos, que de santos padres, doctores, y teólogos de la iglesia alegaré para probar lo que han enseñado sobre el uso lícito de las opiniones probables. Para su mayor inteligencia vuelvo advertir, que tal vez en ellos se propone, o aconseja lo más seguro o perfecto: pero según el dogma cristiano, y la razón natural ninguno está obligado a hacer lo más seguro, o perfecto sino [4v] en el caso preciso de peligrar su salvación eterna. Para lograr ésta con mayor seguridad conduce más la vida de religioso anacoreta, que la del casado empleado en oficios públicos de la sociedad civil: mas no por esto se dirá, que haya obligación de retirarse a un desierto para vivir muerto al mundo. Es generalmente irracional, y herética la doctrina llamada raciorismo, que enseña haber obligación de hacer siempre lo más seguro: esta obligación se da en pocos casos, en que se exponga a peligro la salvación eterna: y de uno de estos casos hablaba san Agustín, cuando dijo: en lo dudoso haz lo cierto, y deja lo incierto. Yo, por ejemplo, dudo si tal obra es pecaminosa: con esta duda no la puedo hacer, aunque en sí fuera buena; porque dudo, si es pecaminosa. Para hacerla lícitamente debo salir de la duda; si de ella no salgo, no la puedo hacer sin pecar: por tanto debo omitirla; y esto es lo más seguro, o cierto, que debo hacer. Sobre un caso leo, por ejemplo dos opiniones contrarias, y verdaderamente probables de cien autores, que dicen ser pecaminoso, y otros ciento, que niegan ser pecaminoso. En estas circunstancias no puedo sin duda adoptar la opinión, que quiera. Yo no sé, ni jamás sabré, cuál de estas dos opiniones sea falsa en sí: por tanto en ninguna de ellas puedo descubrir verdad, que me dirija. Conozco asimismo, que puede ser falsa en sí la opinión, que doscientos autores contra ciento defienden ser verdadera. [5] Estas reflexiones me hacen conocer, que para dirigir mi obrar lícito cualquiera de las dos opiniones es buena: pues las dos me dan la certidumbre moral, o prudente, que puede lograr, y desear una mente racional. Por tanto podré obrar lícitamente según cualquiera de las dos opiniones: y así no obraré con duda de hacer pecado, aunque no sepa cuál de ellas sea verdadera: pues este conocimiento es superior a la inteligencia humana: y sería imprudente la ley, que me quitara la libertad lícita para obrar prudentemente. En este sentido literal el beato Clavario adoptando, e ilustrando la explicación, que a las palabras de san Agustín citadas habían dado antes el venerable{3} Nyder, y san{4} Antonino, dijo{5}: «en el caso de determinarse a obrar según una opinión probable no hay pecado: se logra estar cierto con certidumbre moral, y se abandona la duda: esto es, la opinión contraria».

Esta advertencia, que después se ilustrará con los discursos de la verdadera idea de la probabilidad, y certidumbre de las opiniones probables, da luz para conocer la máxima fundamental de la doctrina, que para probar el uso lícito de ellas alegaré en los discursos siguientes, en [5v] que sucesivamente expondré el parecer de los padres, doctores, y teólogos de la iglesia, y la práctica de ésta sobre dicho uso. La doctrina práctica fundamental de los probabilioristas se declara, y contiene en el siguiente caso práctico. «Si las pruebas de una opinión comunísima entre los teólogos me parecen menos eficaces, que las de la contraria, deberé seguir esta opinión, y pecaré obrando según la comunísima: porque debo obrar según la opinión más probable a mi parecer». Este caso sólo basta para idea clara de la doctrina y práctica del probabiliorismo.

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{1} S. Thomas 2.2. quest. 2. art. 1. Quinam actus intellectus habent cognitionem informen absque assentione sive in neutram partem declinent, sicut accidit dubitanti, sive in unam partem magis declinent, sed tenentur aliquo levi signo, sicut accidit suspicanti: sive uni parti adherent, tamen cum formidine alterius, sicut accidit opinanti.

{2} S. Thomas in 3. distinct 13. q 2. art. 1. Opinans habet cogitationem sine assensu perfecto: sed habet aliquid assensus in quantum adheret uni magis, quam alii…. Questio 14. de veritate art. 1. Accipit quidem (intellectus) unam partem, tamen semper dubitat de opposita, et hec est dispositio opinantis, qui accipit unam partem contradictionis cum formidine alterius.

{3} Véanse en el apéndice a este tratado el número 28 letra P.

{4} Número 32. letra L.

{5} Número 40. letra N.

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Transcripción, realizada por Sergio Méndez Ramos, del manuscrito
conservado en la Biblioteca Complutense (BH MSS 503), folios 1 a 5v.


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