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Cómo se estudia en París la cuestión social
Finalizaba el año 1901 cuando gané en la Universidad de Oviedo una pensión para ampliar mis estudios en el extranjero. Nada más de mi gusto: debía trabajar en educación social y en derecho obrero, estudiar la cuestión social y sus posibles soluciones en Francia y Bélgica.
A los pocos días, ya provisto de mi livret de l'étudiant, comenzaba en Paris a asistir a las clases. Vencida la natural desorientación de los primeros pasos, vi en seguida que mis estudios no podían consistir tan sólo en la manifestación teórica de lo que se llamó la «Pedagogía social», y el «Derecho industrial»: necesitaba ir a las cosas, a las instituciones que, emergiendo incesantemente del fondo de la evolución, hacen emerger de sus entrañas la doctrina{1}. Lo primero que me enseñó París fue ese vivir en la historia, en el momento actual, en la fuente generadora de la civilización, donde acciones y reacciones del progreso vienen [12] como de la corriente intrínseca de la vida, y simultáneamente a la acción y al pensamiento sociales. Pues si es sabido que dondequiera se produce así la vida, en los pueblos separados de la corriente universal de la evolución así como en los individuos de personalidad poco desenvuelta, el ideal, cuando a él se mira como a algo superior, no se produce como viniendo de dentro, de la propia substancia, sino esperando recibirlo de algo exterior en que los dictados del pensamiento, las imposiciones de la razón, tienen la pobreza y la secura de un mandato.
Referentes a mi especial asunto, encontréme en París conferencias y cursos en todas partes{2}, principalmente, en la Universidad, en el Collége de France y en las Escuelas Libres. Las Facultades donde encontré materiales más adecuados fueron la de Letras y la de Derecho. Véase cómo en ellas está organizado lo relativo al estudio del ideal moral y social y de la enseñanza. Por lo que se refiere a ésta, tiene la Facultad de Letras una hermosa cátedra que, con el titulo de «Ciencia de la educación», explicaba M. Buisson, desempeñada después por M. Durkheim, por dedicarse el primero preferentemente a la política; había otras [13] enseñanzas especiales, como las de M. Seignobos de «Pedagogía de las ciencias históricas», la de monsieur Lemmonier, que en su curso de «Historia del arte» consagraba mucha atención a la cuestión pedagógica, &c. En lo que atañe al estudio y formación del ideal moral, la organización de la enseñanza de la filosofía es cumplidísima en la Sorbona. Nada más curioso que un estudio de cómo consuenan los principios predicados con el carácter de la educación en todas sus manifestaciones y con el grado de desenvolvimiento del pueblo. Por de pronto, me encontré con una cátedra de «Filosofía» a cargo de uno de los hombres a quien más debe la educación popular en Francia, M. Séailles, que precisamente versó aquel año sobre «El ideal moral». Después con las dos de «Historia de la filosofía», la de «Historia de la filosofía antigua» profesada por M. Brochard, que estudiaba la moral de Aristóteles, y la de «Historia de la filosofía moderna», de M. Boutroux, consagrada a la «Filosofía de A. Comte en su relación con la metafísica». También había un curso complementario hecho por M. Egger y unas conferencias muy interesantes de M. Levy Bruhl acerca de la «Historia de la filosofía antigua». L'Ecole practique des Hautes Etudes de la Sorbona, en su sección principalmente de estudios religiosos y la Facultad de Teología protestante, son los centros en que la filosofía idealista, en cierto modo trascendental, tenía todavía asiento. En cuanto al ideal propiamente social, apenas nos encontramos en la Facultad de Letras más que con dos cátedras; una, fundación graciosa del señor conde de Chambrun, de «Historia de la economía social», y otra de «Historia de las doctrinas políticas». La primera, desempeñada por M. Espinas, se dedicaba aquel año muy particularmente [14] las teorías sociales de 1848, sobre todo a las de Cabet y Proudhon; la segunda la profesaba el poco después malogrado Enrique Michelet; se ocupaba en el desenvolvimiento de la idea democrática en las obras de E. Quinet y Michelet. Tampoco dejó de ofrecerme interés la cátedra, fundación de la ciudad de Paris, de «Historia de la Revolución francesa», pues en ella se estudió la historia del primer imperio y con detenimiento la fundación de la Universidad imperial, tan discutida aquellos días por la opinión en Francia, a propósito de la cuestión del monopolio universitario (defendido por los socialistas) y la libertad de enseñanza (que principalmente defienden los revolucionarios a la antigua, los católicos y las congregaciones). La desempeña M. Aulard.
La otra Facultad a que me referí, también concede gran importancia al objeto de mi particular estudio. La Facultad de Derecho tiene entre sus maestros a M. Gide, sugestivo espíritu de sabio y educador que hace cursos de «Economía social comparada» (otra de las liberalidades del señor conde de Chambrun); a M. Jay en «Legislación y economía industriales», que trataba la «Protección legal internacional de los trabajadores», y a M. Pedro de Maroussem, profesor libre, que en su cátedra de «Cuestiones agrarias y coloniales» se ocupó en «Los grandes comercios del algodón y la lana», según el método monográfico. Lo referente al método fue lo que más me interesó de sus estudios{3}. [15]
En el Collège de France no había referente a la Pedagogía propiamente tal, enseñanza particular alguna; en cambio, en cuanto concierne a la formación y estudio de los ideales mencionados, topábase una verdadera profusión de cursos profesados por los hombres de más predicamento de Francia. Por no citar más que los que me han sido más útiles, haré sólo mención de la cátedra de M. Bergson acerca de la «Filosofía griega y latina». Es uno de los filósofos más eminentes y escuchados de Francia; conocida es de cuantos estudiamos en Oviedo su doctrina de los «Datos inmediatos de la conciencia» y la devoción que inspiraba a Leopoldo Alas. Se ocupaba entonces en las ideas de Plotino y en el estudio de la formación de la idea de tiempo. Su fama creció recientemente con la publicación de su libro L'évolution creatrice. En lo que se refiere al ideal social, cuenta entre otras el Colegio de Francia con la cátedra de «Economía política», de M. Leroy Beaulieu, que aparte de otros asuntos estudiaba las «Contradicciones económicas de Proudhon»; la de «Geografía, historia y estadística económicas», de M. Levasseur, donde se trataba de la «Historia económica de Francia en los siglos XVII y XVIII»; la de «Filosofía social», desempeñada por M. Izoulet, sobre «La metafísica y la Economía política de Voltaire», y la de «Filosofía moderna», que, profesada por M. Tarde, también malogrado ha poco, versaba acerca de «Psicología moral y criminal».
Dependientes de otros ministerios que no son el de Instrucción Pública, halléme también en París con otros centros oficiales que conceden a las materias sociales preferente atención. Es uno el Conservatoire National des Arts et Metiers, que pertenece al ministerio de Comercio; en su [16] programa figuraban las siguientes materias, tan aprovechables para mi objeto: Beauregard, «Economía social» (el seguro obligatorio); Levasseur, «Economía y legislación industriales»; Liesse, «Economía industrial y estadística» (circulación de las riquezas); Mabilleau, «Seguros y previsión social»; Renard, «Historia del trabajo». La institución es de lo más interesante; a oír a sus maestros acuden alumnos de todas partes; cuenta excelentes materiales de enseñanza y buen número de museos especiales. Por lo que se refiere a nuestro objeto, cuenta el Conservatorio con un Museo social, el primero que se formó en Francia con las instalaciones de la Exposición de 1889; el que casi al mismo tiempo fundaba el conde de Chambrun reparte hoy con él instalaciones y materiales, auxiliándose diligentemente. También en L'Ecole de Ponts et Chaussées, que depende del ministerio de Trabajos Públicos, hay una cátedra admirable de «Economía social», que explica el maestro Gide.
Lo primero que se ocurre ante la cantidad de estudios enumerada, es considerar la atención con que se miran en Paris, aun oficialmente, asuntos que entre nosotros se ven privados hasta de la mínima. Mientras que en nuestras diez universidades no contamos una sola cátedra de «Legislación obrera» (por no llamarla industrial, que a veces se confunde aun entre los escritores franceses con la legislación acerca de patentes, marcas, &c.), hace cerca de quince años que ha sido creada en Paris la que en la Facultad de Derecho desempeña M. Jay, y cuando en 1895 el doctorado de Derecho se dividió en dos especies, doctorado en ciencias jurídicas y doctorado en ciencias políticas y económicas, [17] tuvieron que elegir los estudiantes, y siguen eligiendo, los que se deciden por el último, entre la «Legislación colonial», la «Legislación rural» y la «Legislación industrial», para completar sus estudios con las tres asignaturas obligatorias de «Economía política», «Historia de las doctrinas económicas, y «Ciencia financiera»{4}. Aquí no sólo no tenemos cursos organizados de ninguna de esas asignaturas voluntarias: tampoco llegaron a formar cuerpo de doctrina en la opinión científica, si se exceptúa alguna que otra manifestación aislada. ¡Ojalá no vayan nuestros campos ni nuestra organización del trabajo por donde fueron nuestras colonias!... Pero lo que se estudia con verdadero ahínco en Francia, y ya en todas partes, es el «Derecho obrero». En tanto que la «Legislación rural» y la «Economía agrícola» se estudian sólo en algunas universidades y en pocas más la «Legislación» y la «Economía coloniales», la «Legislación industrial» se estudia en todas las de la nación, en las escuelas especiales que señalamos, en la «Escuela de minas», y en muchas «Escuelas de comercio» se consagra a ella una verdadera élite de profesores, que mantiene en su estudio el más elevado sentido democrático. Y no es más que un ejemplo. La «Economía social», entendiendo por tal, como el profesor Gide, «el estudio de las reformas sociales y de los medios prácticos de realizarlas (mutualidad, cooperación, asistencia, intervención del Estado, instituciones patronales, &c.»{5}, vimos también [18] lo adelantada que se halla en los estudios oficiales.
La forma y número de clases en Paris permiten seguir con atención muchos cursos. Cada profesor no hacía más que dos lecciones semanales; a veces tres, como en la Facultad de Derecho; los del Colegio de Francia sólo una{6}. En la Universidad, una de las lecciones es de exposición, y abierta a todo el mundo. Una verdadera multitud acude a todas horas, sobre todo a las amplias y confortables salas de la Sorbona, y a las más modestas, pero si se quiere más íntimas, más consagradas por la elevación de los maestros, del Colegio de Francia: señoras de todas las edades; estudiantes de todos los países; hasta camelots del barrio Latino. En este sentido son los cursos de la Universidad de París cursos de verdadera extensión universitaria. En ellos se ocupan los maestros en el desenvolvimiento de su programa especial dentro de su objeto, pues en esta, como en tantas universidades más (y tengo a la vista más de treinta programas de las principales de Europa y América), nunca se ocupa un profesor en el desenvolvimiento de lo que aquí llamamos una asignatura entera. Los asuntos que dejamos enumerados fueron los pertenecientes a este género de lecciones. El otro día que consagran los profesores a su trabajo de clase todas las semanas, ya no le consagran a la exposición, sino a trabajar directamente con un número, generalmente reducido, de alumnos; es lo que se llama la conference o cours fermé. No asisten más que los [19] matriculados o los autorizados debidamente; versa por lo general sobre bibliografía, procedimientos pedagógicos, lectura y comentario de autores, etcétera, y todas las cuestiones se discuten por profesor y alumnos ampliamente. Esta labor suele durar dos horas, dedicada una a corregir los devoirs, o sean los trabajos de los estudiantes, y la otra a ofrecerles libros y horizontes nuevos y a oír sus discusiones y desenvolvimiento de cuestiones muy especiales, &c.
Buen ejemplo de sus tareas fue aquel año la cátedra magistral de M. Buisson, y para, mi una de las de mayores enseñanzas. Ocupábase este señor, en su cátedra de «Ciencia de la educación», en la educación de lo que él llama el sentido social o de solidaridad, conforme a la corriente de los tiempos y con las exigencias de la moderna pedagogía. Era su curso de exposición, accesible al público numeroso, heterogéneo y hasta muy variable, a quien hablaba de la esencia de la educación solidarista y de las etapas por que pasó, así como de su especial contenido. En el seminario (como podría llamarse su curso cerrado, en el sentido alemán de la palabra) distaba de ser semejante su tarea. Comenzaba por corregir los trabajos por escrito de los alumnos con vista a las pruebas oficiales (una hora reservada sólo para los que llevaban devoirs), después ofrecía a cuantos acudían a sus lecciones una reseña de los libros más importantes publicados en la semana, o de las cuestiones palpitantes a la sazón. Luego se discutía. Nunca faltaba alguna persona eminente, un profesor, un publicista, un hombre de letras a quien oír al lado de los estudiantes. El mismo Buisson tenía buen cuidado de invitar y llevar a su cátedra a las personalidades más salientes en las cuestiones discutidas. Todos [20] emitían sus opiniones absolutamente libres, y he podido columbrar, por los destinos de la pedagogía, los destinos de la futura Francia. Por casualidad se oía una voz que no clamara por ideales revolucionarios o socialistas entre tantos maestros y maestras de las generaciones que comienzan. No se me olvidará la extrañeza con que se recibió a un joven elocuente que defendía la Edad Media{7} como hija de su tiempo, porque la mentalidad y la conciencia sociales evolucionan con la vida. Se discutió con pasión y acaloradamente... El joven se apresuró a decir que era socialista. Después, gran parte de los trabajos del seminario versaron sobre Pestalozzi, a propósito del libro de M. Pinloche Pestalozzi et l'education populaire moderne. Un gran pedagogo anarquista de la primera época de la Internacional, historiador erudito de la educación durante la Revolución en Francia, M. Guillaume, nos hizo acerca de ese gran carácter hermosas conferencias de una alteza moral incontrastable{8}. [21]
Si la enseñanza oficial suministra tantos materiales para el estudio de la cuestión social, la enseñanza libre los ofrece, si cabe, más interesantes. Hállase ésta sumamente extendida, aunque, como dice el profesor Gide, de hecho existe un verdadero monopolio de la enseñanza, pues sólo la Universidad concede títulos. A enumerar las enseñanzas empezaremos por su centro clásico, por L'école libre des sciences politiques, que, nacida a raíz del desastre en 1871, continúa cada vez con mayor empuje su obra educativa, en la que se adelanta y muchas veces sirve de modelo a las academias oficiales. En ella las enseñanzas pertinentes a nuestro asunto fueron el curso de M. A Leroy Beatilleu acerca de la «Historia política de los principales Estados de Europa, durante los veinticinco últimos años», y el de M. Halevy sobre la «Evolución de las doctrinas económicas y sociales en Inglaterra y Alemania en la segunda mitad del siglo XIX», por lo que respecta a la formación del estado social en que educación y legislación sociales se engendraron; y estos otros dos, debido uno al eminente M. E. Cheysson, el infatigable propagador del mutualismo, titulado de «Economía social»; debido el otro a M. Paulet, sobre «Legislación obrera». El primero es otra de las liberalidades de la condesa de Chambrun, que lo fundó en 1893. M. Cheysson divide sus lecciones en dos partes, después de una introducción en que trata del alcance y sistema de la Economía social, insistiendo, sobre todo, en el interés que tiene el estudio internacional de estas materias. La primera parte titúlase «El trabajo y la vida doméstica». En ella [22] trata lo que son uno y otra, la cuestión de la libertad y la reglamentación, la del salario, auxilios y subvenciones, de las cooperativas y sindicatos en estos respectos, de las casas baratas para obreros, de los conflictos en la organización del trabajo y de su solución. En el segundo año estudia la segunda parte, que denomina «Crisis de la familia obrera», a saber: los males que la amenazan, así como lo que para remediarlos significan la iniciativa particular y la reglamentación del Estado, la previsión, la asistencia y los seguros, M. Paulet hace su curso de legislación casi sobre el mismo programa. Lo apuntado manifiesta un poco el carácter práctico y administrativo, si se quiere, de esta enseñanza, que tiende, según el objeto de la escuela, a preparar buenos ciudadanos, hombres de Estado y grandes empleados públicos, diplomáticos, cónsules, empleados en la Administración interior o colonial, &c. Sus tareas se dividen en cinco secciones: administrativa, económica y financiera, económica y social, diplomática y general (de Derecho público e Historia), integradas por un número considerable de cursos fundamentales, regulares y facultativos, todos de muy pocas lecciones y semanales para poder abarcar muchos. Pero no es el curso su único género de enseñanzas; a la exposición práctica que por ahora cree insustituíble, añade otras verdaderamente prácticas, que no consisten tan sólo en meras visitas y excursiones de todas clases para estudiar en vivo las instituciones de que se habla dentro de los recintos de la escuela. Tiene también lo que allí se llaman «Conferencias de revisión y de interrogación», «Conferencias de aplicación» y «Grupos de trabajo». Redúcense las primeras a la labor compartida por el profesor con sus alumnos respecto a asuntos muy [23] concretos, tratados ya en los cursos fundamentales (generalmente versan sobre una o dos de sus más importantes cuestiones). Celébranse una vez por semana y sólo durante el período de la escolaridad. Las conferencias de explicación y los grupos de trabajo son reuniones de profesores con alumnos de la escuela que salieron ya de ese período, o a lo sumo con los más adelantados en el último año (el tercero) de la carrera; consisten las primeras en la resolución rápida, de asuntos administrativos ordinarios, y los segundos en el estudio en común, y a ser posible sobre las fuentes, de asuntos que ofrezcan dificultades más profundas e intrincadas. No hay que añadir que la escuela, como casi todas las de todas clases en el extranjero, tiene una «Sociedad de antiguos alumnos» en que se continúan las tradiciones de estudio y educación de la casa; sus miembros siguen aprovechándose de su hermosa biblioteca, compuesta de más de 25.000 volúmenes, de su elegante jardín, de sus soberbias salas, de su magnífico material de enseñanza. El periódico de la escuela, Annales des Sciences Politiques, publica cada dos meses sus más interesantes trabajos{9}.
Otra escuela libre, muy importante por su alcance y significación, es el Institut Catholique, conocido generalmente por la «Universidad católica». Mis relaciones con ella se redujeron a las mantenidas con M. Lepelletier, uno de sus profesores de Economía, que me dirigió en el estudio de los Sindicatos agrícolas en lo que tienen de órganos de educación social. Esta universidad, que no sé si cuenta con más enseñanzas que las [24] del Derecho, modela el plan de sus estudios sobre el de la facultad de Derecho de la Universidad de París{10}.
Dos escuelas libres tienen para nosotros gran importancia, en París, además de las citadas. Es una el College libre des sciences sociales, fundado en 1895 con un espíritu muy amplio; reúne gente de las más opuestas opiniones: G. Blondel, E. Fourniere, Keüffer, obrero, Le Dantec, el P. Naudet, etcétera, &c. En él hace siempre un curso breve M. Maroussem, y el suyo de aquel año sobre la manera de hacer monografías, reducido a la exposición de parte de su interesante libro{11}, es lo único que de la escuela conozco. La otra es L'Ecóle des hautes études sociales con sus tres escuelas interiores, Ecole de morale et pédagogie, Ecole sociale y Ecole de journalisme. Apenas cuenta ocho años de existencia, pues nació de una escisión de la anterior en 1.900, y sin embargo, es una de las grandes palancas de la cultura en París y adonde más extranjeros concurren. De mí sé decir que en ella he aprendido mucho.
Su objeto, como el de la anterior es reunir [25] sobre cuestiones sociales las opiniones más opuestas; elige siempre las más palpitantes y los maestros más competentes y sinceros; cada cual expone en ella lo que estima la verdad, y la «Escuela» reputa cumplida su misión con esparcir las nuevas luces y contribuir a la armonía de los que realmente piensan. Podría decirse que, aunque con el mismo objeto, el Collège de que hablamos anteriormente tiene, un tinte conservador ligeramente progresivo y L'Ecole un sello pacíficamente revolucionario. De sus tareas recogidas en su programa, de 1901-02, voy a dar muestra sucinta. En su «Escuela de moral y pedagogía» me interesaron los trabajos que con relación a la primera hicieron bajo la presidencia y dirección de M. León Bourgeois, M. M. Duclaux, Boutroux, Gide y Buisson, entre otros, acerca de la «Solidaridad»{12}; las «Teorías sociales y morales de la Iglesia», curso debido al padre dominico Maumus, que con un sentido sumamente simpático e imparcial trató su asunto, cuya tesis iba contra el absolutismo y en pro de la concordia de la Iglesia con los modernos ideales; las conferencias del pastor Wágner acerca de la «Lucha contra el dolor», en que estudió las enseñanzas del dolor, el cómo debe comportarse el cristiano con los que lo explotan y la educación consoladora, liberadora y reveladora del dolor. «Nuestra hambre les mantiene, nuestra muerte les hace vivir, nuestros tormentos constituyen su paz, nuestro miedo la seguridad suya», he ahí uno de sus temas. En la sección de «Pedagogía» se hizo un estudio muy interesante acerca de las «Universidades populares», curso que no [26] podía caer más dentro de mi objeto, bajo la dirección de M. Croisset; en él se estudiaron la definición de Universidad popular, sus relaciones con los cursos de adultos, la extensión universitaria de Inglaterra y Bélgica y con los SettIements y colonias universitarias, así como su significación en la propaganda de las sociedades cooperativas y de seguros, sus métodos, su público, &c. Buisson, Gide, Bardoux, Mantoux, Hausser, &c., fueron los maestros de estas lecciones, a las que todo el público podía añadir las observaciones que creyera prudentes. También aproveché en esta sección, ya fuera de mi objeto directo, casi todas las lecciones de «Historia del arte». En la «Escuela social», los programas de las lecciones de E. Fourniére y M. Pareto fueron muy interesantes acerca el del primero de las teorías sociales en Francia en la primera mitad del siglo XIX, el del segundo sobre la doctrina de la «Economía política pura», en la sección titulada «Exposición de doctrinas». En la que titula esta escuela «Estudio histórico crítico de los hechos sociales» fue interesante el curso de M. Cailleux sobre la «Evolución del régimen legal del trabajo» en Bélgica. En la titulada «Cuestiones prácticas» era interesantísima la información acerca de «Las huelgas» (su estadística, conducta de los obreros en ellas, discusión con los patronos, si es medio adecuado para la solución de los conflictos sociales, la cuestión de la huelga general, &c.), a la cual aportaban sus opiniones pensadores tan competentes como M. M. Fontaine, director del Office du Travail, conde de Seilhac, Briand, diputado socialista, al lado de obreros como Keüffer y Coupat, de gran predicamento en los sindicatos. En la «Escuela del periodismo», que también consta de varias secciones aparte de [27] alguna conferencia como la de M. Buisson acerca de la «Misión social de la prensa», no me interesaron más que el curso corto de M. Seignobos sobre las condiciones de la vida política en Francia bajo la tercera República y las lecciones de M. Friedel sobre las aspiraciones regionalistas de Cataluña, hechas a instancia de sus alumnos{13}. En cuanto al método, es el corriente de que ya hice mención varias veces: cursos, conferencias, discusiones, visitas de establecimientos, de exposiciones, de fábricas... La escuela congrega también a profesores, alumnos y a amigos de sus labores en reuniones íntimas, en que campea la más franca cordialidad y se pactan amistades eternas.
Todas las escuelas libres tienen títulos y diplomas para sus alumnos regulares, para los que siguen lo que llaman «sus carreras».
Vino el verano. A la desbandada de estudiantes en busca de sus hogares, siguióse la de profesores en busca del campo, del mar... Cerráronse institutos, facultades, laboratorios, bibliotecas, escuelas... Todavía encontramos los extranjeros un [28] lugar curioso de trabajo... Abriósenos L'Ecole Coloniale con los cursos que la «Alianza Francesa» organiza para propagar la lengua, la literatura, las artes, las instituciones, las costumbres, en una palabra, el espíritu de Francia, entre gentes de todo el mundo. Duran estos «cursos de vacaciones» para extranjeros dos meses del estío. Procedimientos de enseñanza, cursos, conferencias, excursiones, todo como en la universidad y en las escuelas. Una multitud de oyentes alemanes, holandeses, turcos, italianos, japoneses... sobre todo rusos, se agolpaba a la puerta de las alegres aulas de la Avenida del Observatorio... Los cursos para mí más interesantes fueron los que sobre las «Instituciones de Francia» hicieron M. M. Debidour y Thalamas; excursiones, las dirigidas por M. Carl, a los lugares más consagrados por el arte. M. Debidour habló de las conquistas políticas y administrativas de Francia durante el siglo XIX; M. Thalamas estudió todo cuanto significa un elemento de vida en la sociedad francesa contemporánea: la patria y la nación en sus relaciones, la población, la evolución de la sociedad francesa en el siglo XIX, las clases directoras, las clases obreras industriales, la vida de sociedad, la vida corporativa, las libertades individuales y colectivas, las riquezas sociales, el crédito nacional, las instituciones de previsión, las relaciones de la Iglesia y del Estado, los tres órdenes de la enseñanza oficial; en fin, lo que representa esta sociedad en el mundo, su expansión material y su influencia moral... La «Alianza Francesa» concede también títulos, y por ellos acuden casi todos los profesores de Francés en el extranjero{14}. [29]
Para terminar con esta ya larga reseña, recogeré una nota de simpática solidaridad. En todos esos parajes, lo mismo en la Universidad que en las escuelas, nunca faltó un recuerdo para las víctimas de la desgracia, del egoísmo de los gobiernos y de los pueblos, de las tiranías de toda laya...
¡Cuántas listas y manifiestos y protestas hemos suscrito en pro de los judíos perseguidos, de los armenios, de los confinados en Siberia!...
Notas
{1} Véanse Giner de los Ríos, La función social de la ciencia, en el Boletín de la Institución Libre de Enseñanza, año 1899; M. de Unamuno, Tres ensayos, La ideocracia, Madrid, 1900.
{2} Todo el mundo hace allí cursos y educación social. Unas veces en el Bon Marché, otras son los condecorados de la Legión de Honor, sin contar la infinidad de sociedades y grupos que se dedican exclusivamente a eso. Véanse en este sentido los Rapports de todas las Exposiciones desde 1867 hasta 1900, el de ésta sobre todo, redactado por M. Gide. En otro orden, basta citar las conferencias hechas en los teatros antes de las representaciones de Tolstoi, Hauptmann y los grandes literatos revolucionarios o de los grandes maestros.
{3} Cf. Le Livret de l'étudiant à París, 1901-2, para otros cursos que más o menos tienen relación con nuestro objeto, y no he conocido.
{4} Ya se estudian aquellas materias también en la Licenciatura.
{5} Véase el rapport de M. Gide al Congrès de l'Enseignement des Sciences sociales (Alcan, 1901, pág. 76). Sobre este concepto, consúltese también lo que dice el mismo profesor en su reciente libro Economie sociale, París, 1907.
{6} Y sin embargo, las carreras, como en todas partes, son mucho más cortas que en España. La de medicina, por ejemplo, dura cuatro años, la de derecho, tres. Véase L'Université de París, 1908.
{7} Todavía se nota mucho en Francia cierta preocupación, muy de los revolucionarios de un siglo ha, en contra de ese período de la historia humana, que hace tiempo en otras partes es objeto de grandes simpatías de los escritores más avanzados; por ejemplo, Kropotkine, Ruskin, William Morris, etcétera. En Francia, olvidando las enseñanzas de Comte, de Quinet y Michelet, de Víctor Hugo y los románticos, etcétera, cada vez se acercan más los estudios sobre la Edad Media en los liceos y colegios, circunstancia que motivó una enérgica protesta de la parte más conservadora del país al discutir en el Congreso de la sociedad de economía social» (1902) el rapport de M. Funck-Brentano. Se acordó hacer folletos con sus principales acontecimientos y repartirlos casi de balde. Véase La Reforme Sociale, Julio 1902, págs. 61 y siguientes.
{8} Véase su obra Procés-verbaux du comité de l'Intruction Publique, durante la revolución, en varios tomos, y su libro [21] Pestalozzi (París, 1890). Véanse también sus artículos acerca del mismo objeto en la Revue Pédagogique (1902).
{9} Véase L'Ecole Libre des Sciences Politiques, 1871-1889. (París, Chamerot, 1889.)
{10} Y lo mismo ocurre en todas las católicas de Francia, que no sé si pasan de cuatro. Una, la de Lila, creó en 1893 una «Sección de Ciencias morales y políticas», donde se estudian los problemas sociales de más actualidad. En ninguna de las escuelas especiales de su clase se olvida, este género de estudios, ni en las más técnicas. Consúltese, por ejemplo, el programa de la «Escuela superior de Agricultura», de Angers, dependiente de la universidad católica de esta misma ciudad; se encontrará en él un curso de «Instituciones sociales agrícolas» hecho por M. du Plessis de Grenédan, doctor en Derecho. Véase Etudes, la revista de la Compañía de Jesús, 1894, artículo del padre Burnichon, Retour aux champs, sobre la importancia que atribuyen a las «cuestiones sociales»
{11} Les Enquétes (practique et theorie), Paris, Alcan, 1900.
{12} Véase Essai d'une Philosophie de la Solidarité, París, Alcan, 1902.
{13} No fueron estas las únicas que pude oír acerca de cosas de España en París, donde hay muchas cátedras hasta de chino. En la Facultad de Letras de la Universidad hace M. Gebhart un curso sobre «Literaturas de la Europa meridional», en el cual se estudió aquel año el «Teatro de Calderón», y monsieur Morel Fatio, en una cátedra análoga en el Colegio de Francia, estudió la «Sátira en la literatura española» (el arcipreste de Hita principalmente). Y por supuesto, sobre los textos. Lo cual contrasta dolorosa y vergonzosamente con lo que suele ocurrir en nuestras universidades, donde raramente se leen nuestros grandes autores. Tal es al menos el testimonio de un alumno de la Escuela Normal Superior de París: enviado para estudiarlos, apenas pudo lograr su objeto.
{14} L'Allinaze Française no perdona medio de llenar su [29] misión, que es la propaganda de la lengua y del espíritu franceses en las colonias y en el extranjero. Parece que la universidad donde más importancia tienen estos cursos de vacaciones es la de Grenoble, una de las que más hicieron en Francia por la extensión universitaria. En ella duran desde el 1º de Julio al 31 de Octubre; además, tiene organizados cursos del mismo tipo durante todo el año, y hasta los ordinarios de sus facultades oficiales se hacen en armonía con los de las vecinas universidades de Alemania, Italia y Suiza, para que los extranjeros que a ellas acudan no se vean perjudicados al regresar a su patria. Había un Patronage des étudiants étrangers, presidido por el conocido crítico de arte M. Reymond, que facilitaba noticias, hospedajes baratos, vida de sociedad, &c.
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Leopoldo Palacios Morini (1876-1952) |