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Cooperativas de vacaciones
En aquel venturoso año que pasé en París adquirían, al fin, substancia de instituciones los vagos proyectos que venían agitándose en el seno de las Universidades populares. Comenzaba 1902 cuando Gustavo Téry hizo en las columnas de La Petite République Socialiste los primeros llamamientos. Era menester que las obreritas parisinas, las Mimí Pinson, sin más asueto que el paro, «esa ironía de las vacaciones», durante el verano entero (la mortesaison), sin más refugio que su caldeada mansarda, o errantes y perseguidas por la tuberculosis, el alcohol y el vicio, a través de los barrios populosos de la ciudad luminosa, pudieran, como las «hermosas damas», sus clientes, descansar revoloteando al borde de las olas y gozar de sus placeres de ensueño. «Los poetas nos han prometido que un día vendrá en que tengan todos los hombres pan y rosas. Hoy mismo, ¿no es la Naturaleza bastante amplia y generosa para ofrecer a todos una pequeña parte de sus beneficios? Nada cuesta el sol, ni el mar, ni el buen viento salubre...»{1}. [229]
La idea, como digo, no era nueva. M. Weinreber había comunicado en 1900 a La cooperación de las ideas un proyecto de vacaciones en común para los trabajadores. M. Sylvain Pitt, el mismo año, se había aventurado a ensayar una colonia en Bretaña. El entusiasmo que su buen éxito produjo en las Universidades populares, especialmente en la Solidarité y la Voltaire, y en algunos otros medios radicales, habían hecho asociarse a algunos obreros en una «cooperativa de vacaciones». He aquí algunas de sus bases: «Las vacaciones, que permiten al trabajador vivir como hombre, sencillamente como hombre, dejarse penetrar lentamente por el reposo, gozar de los maravillosos panoramas de la vida, no figurar en ella como una rueda de máquina, estrechamente prisionero de su función; las vacaciones son uno de los bienes más preciosos de la vida... El descanso continuado, que hace más soportable y más fecundo el largo trabajo, no existe para una categoría de funcionarios... No lo disfrutan ni los aprendices del trabajo manual ni los obreros... Los societarios se comprometen a trabajar activamente para obtener de las compañías de ferrocarriles los precios más reducidos; de los patronos, el que sus aprendices y obreros tengan la facultad de tomarse vacaciones; de la Cámara de los diputados, una ley obrera que consagre el derecho a las vacaciones para todos los trabajadores...»
Tres tallistas de madera, dos comunistas holandeses, vegetarianos, un aprendiz del Faubourg Saint-Antoine, un obrero de ferrocarriles... fueron los primeros colonos de Kerninon en 1901. Algunos llevaron a sus mujeres e hijos. La casa, admirablemente situada al borde de un derrumbadero en la península de Larcouest, daba vista al mar y a [230] la isla de Bréhat. Fue amueblada por los mismos colonos. Sus primeras camas fueron unas planchas de madera, sencillamente tendidas de paja; después las planchas se convirtieron en unos bastidores de lona, pero la paja siguió haciendo de colchón, y al decir de los colonos, realmente insuperable. ¡Es tan grande el placer de organizarse con casi nada! Lo que no pudo faltar en uno de los cuartos más poéticos fue una biblioteca. La alimentación también fue espléndida. Sin embargo, el viaje y la estancia de quince días a cada uno de los catorce colonos que pudieron disfrutarlos sólo les costaron sesenta francos. Los que pudieron estar el mes completo, que fueron también algunos, lograron mayores beneficios.
El misticismo libertario de los colonos, entre los cuales pasó algunos días Paúl Robin, hízoles organizarse para los servicios de la casa en puro régimen comunista. A la comida, generalmente al aire libre, solían asociar a algunos campesinos bretones. El tiempo transcurrió alegre entre paseos, excursiones, baños de mar y juegos en pleno campo. Tengo a la vista las notas de los colonos. ¡Cómo les ve estremecidos de emoción ante aquella Naturaleza bravía, ruda y melancólica, que les entraba por todos los poros del alma! ¡Qué sorpresas y cuántas divinas enseñanzas! Los habitantes del país, como las casas y los monumentos, les parecían tallados en la masa granítica que lo invadía todo; los pozos de los descampados y de los patios, ofrecíanseles como dólmenes galos. Las visitas a la isla de Bréhat, a Loquivy, puertecillo pesquero, a la playa de Lannay, a la bahía de Paimpol, fueron otras tantas revelaciones de vida. El mar azul, sembrado también de multitud de rocas de granito rojo, su principal encanto. «Un aspecto [231] saIvaje se extiende sobre todo el paisaje –dice uno de ellos– gracias a las aulagas espinosas, apenas ondulantes bajo la furiosa borrasca del aire salado...»
El ensayo convidaba a que los llamamientos de Téry fuesen escuchados. Además, hacía tiempo que en el fondo de este próvido movimiento social de nuestro tiempo latía la tendencia a conceder vacaciones, a ser posible retribuidas, naturalmente, a los obreros. No demandan de consuno otra cosa la educación, incluso la de sus hijos, el trabajo, el bienestar, la justicia. La tendencia sigue todavía pugnando por cuajar, ayudada por los patronos del Social Welfare{2}, por los socialistas, que al lado de su jornada de las ocho horas, reclaman un mes de vacaciones, por el mismo Estado. Mientras tanto, las obreritas de París, no sólo sin salario en las vacaciones, mas también sin trabajo en los veranos, contestaban a La Petite République que estaban dispuestas a seguirla en su encantadora empresa; ellas economizarían los diez céntimos diarios de su ramito de violetas... Respondían con entusiasmo los alumnos de la Escuela Normal Superior, antiguos compañeros de Téry: abandonarían en beneficio de la obra los productos de su edición de Víctor Hugo. Millerand, ministro, también contribuiría con su apoyo en lo que concierne al viaje...
Sin embargo, hubo que trabajar mucho todavía para salvar el intento; fue menester que echaran sobre sí la empresa otros dos espíritus generosos, que fueron su alma: la señora Damiaud y la [232] señorita Danel, preocupadas desde hacía tiempo de la educación y de las vacaciones del pueblo. Eligieron playa donde veranear por poco precio; alquilaron una elegante villa en Chatelaillon, a algunos kilómetros de la Rochela; se procuraron, en almonedas y ventas de desecho, un modesto ajuar. «Pintaron ellas mismas las camas de hierro, repararon los objetos que habían comprado, hicieron, en fin, hasta cajas y embalajes para evitar gastos...», nos dice un colono. No sólo dieron a la obra toda su persona: a ella consagraron también sus economías en gran parte. La Petite République pudo anunciar, en Abril, constituida la cooperativa, preparar los primeros grupos de colonos, organizar los que iban a sucederles. El primero fue exclusivamente de obreritas de Paris; los otros fueron ya de familias enteras. Más de 250 demandas no han podido ser atendidas por falta de espacio; las condiciones eran tentadoras: quince días de fiesta y excursiones a las orillas del mar, viaje, comida suculenta, servicios y casa por cuarenta y cinco francos, y los escolares a mitad de precio.
Vino el otoño. Una noche, una multitud compacta se apiñaba cantando la Internacional en la Bolsa del Trabajo de Paris... Íbamos a oír a los colonos referir sus impresiones, proclamar las bases de una «Cooperativa de vacaciones»{3} que permitiese veranear el año próximo siquiera a 1.200 [233] obreros y a sus familias, que permitiera adquirir los muebles adecuados para una obra de educación y confort. Las acciones serían pequeñas, de diez francos; las cotizaciones periódicas, tan menguadas, que estuviesen al alcance de los más pobres. La fe y el entusiasmo hacían la empresa fácil. Era cuestión de educación, de bienestar y de mayor rendimiento de trabajo, de mejoramiento de la raza, de justicia, de socialismo. La Nature pour Tous estaba constituida, y seguiría progresando. El aparato de proyecciones hacía entrar por los ojos las excelencias que pregonaban, en animada literatura, los diarios espontáneos de los colonos: los espectáculos de la Naturaleza, los juegos, las poblaciones recorridas, las veladas de propaganda practicadas entre cánticos y música... Después creció la obra. Las revistas y los periódicos siguen contándonos todos los años sus progresos.
La educación social de los adultos, y no sólo la de éstos, sino la de los niños, que no puede nunca olvidar la de sus familias; que resulta poco menos que nula si no se cuenta con un medio de cierta elevación para ellos, fuera de la escuela, vieron que se les abrían luminosos horizontes... [234]
Notas
{1} Véase Pages Libres, de París, número del 27 de Septiembre de 1902.
{2} Véanse los libros de M. G. Bonoit-Levy, La cité-jardin, París, 1904, y Cités-jardins des Etats-Unis, París, 1906.
{3} En Inglaterra hace mucho tiempo que existen, y con un enorme desarrollo, instituciones de este tipo. The Cooperative Holidays Association, fundada hace diez y seis años, cuenta más de 5.000 miembros. Véanse algunas apreciaciones acerca de ella en L'Emancipation, de Nimes, Octubre 1908, página 155.
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Leopoldo Palacios Morini (1876-1952) |