Mario Méndez Bejarano (1857-1931)
Historia de la filosofía en España hasta el siglo XX
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Capítulo V
Época visigótica

Esterilidad de la etapa visigótica. –División espiritual del reino. –San Martín Dumiense. –Liciniano y Severo. –San Isidoro: su patria; su vida y su muerte. –Las Etimologías: su importancia. –El acefalismo. –El concilio II hispalense. –Antístites.

No menos estéril que las anteriores, la etapa visigótica, a pesar del libro De natura rerum, mandado escribir por Sisebuto, y del poema astronómico, cuya versión publiqué años ha, atribuido al mismo antisemitísimo monarca, pasaría inadvertida sin la colosal figura de San Isidoro.

Antes del arzobispo de Sevilla no se registra en la esfera del pensamiento más que apasionadas controversias teológicas. Una acallada propaganda maniquea en tierra de suevos y en Extremadura, leves retoños de agapetismo, asomos de materialismo y la enconada pugna entre arrianos y católicos que escindió el reino en dos bandos con dos cortes y dos capitales, la arriana en Toledo y la católica en Sevilla.

No siendo español ni gran filósofo, sino a lo sumo moralista del siglo VI, no vale la pena de detenerse en el húngaro San Martín Dumiense o Bracarense, fundador del monasterio de Dume en Galicia, de donde, no sintiéndose a gusto, se trasladó a Braga.

Las cartas de Liciniano, Carthaginis Sparthariae Episcopus, y de Severo, obispo de Málaga, acusan el primer monumento filosófico del reino visigótico. El diácono [38] Epifanio les escribió pidiéndoles las obras de San Agustín para combatir a un obispo materialista, y ellos contestaron excusándose de enviar las obras y remitiendo, en cambio, una completa refutación del materialismo con argumentos teológicos y de razón. «No pueden comprender, dicen, la espiritualidad del alma aquellos cuyo pequeño ingenio no les permite separar lo corporal de lo incorpóreo.»

El sistema filosófico de estos dos obispos andaluces podría resumirse diciendo que en la realidad coexisten tres naturalezas: la de Dios, sin cualidad ni cantidad, sin espacio ni tiempo; la de los espíritus, que son cualitativos y no cuantitativos, tienen tiempo y carecen de espacio, y la de la materia, que tiene espacio y cantidad. No deja de ser curioso el argumento extraído de la relación extensiva, y fundado en la imposibilidad de medir la grandeza del alma por el tamaño del cuerpo, porque las almas de los pequeños no podrían contener tantas imágenes de ríos, montes astros, etc. Quis etiam locus tan grandis animae, quum tanta spatia locorum confinet? Las doctrinas de estos prelados parecen ser el tránsito de la patrística a la escolástica.

Pero ni Menéndez Pelayo, cegado por el aspecto teológico; ni Amador, circunscrito al literario; ni el P. Flórez meramente erudito, se han detenido en el interés filosófico de la doctrina de Liciniano y Severo, los cuales inyectan el olvidado platonismo en Occidente, renuevan la teoría unitaria de Moderato, consagran el orden material sin adjudicarle la dirección y concuerdan el Dios, razón del mundo, con el Dios personal, razón del cristianismo.

Además de la epístola Ad Epiphanium Diaconum se conocen otras dos del prelado de Cartagena.

Faro en las tinieblas; espíritu portentoso que logró recoger entre los escombros de la barbarie las partículas encenagadas de la cultura antigua y alzarse con ellas, ya limpias y esplendentes, para preparar el nuevo ideal de la civilización humana; representación del cristianismo tolerante y progresivo, San Isidoro abre fúlgidos horizontes al pensamiento nacional. [39]

No hay necesidad de extensa biografía, porque él solo es una página gloriosa de la Historia de España. Unicamente diré algunas palabras acerca del error, propalado por devocionarios y libros ayunos de critica, de suponer a San Isidoro nacido en Cartagena. San Isidoro nació probable, casi seguramente en Sevilla hacia el año 570.

«Comúnmente se cree, dice D. Nicolás Antonio; que nació en Sevilla, porque es público que Severiano, su padre, desterrado de Cartagena, vino a Sevilla, antes de haber nacido San Isidoro.» Esta noticia, aunque común, y esta fama, aunque pública, no hubo de llegar a oídos del autor de la moderna Biblioteca Española, pues sin hacer mención de ella, supone con palabras tomadas de un M S. Anónimo que dice hay en El Escorial, cuya letra indica ser del siglo XV, haber nacido San Isidoro en Cartagena, porque aquel M S. es traducción de una obra de San Braulio, impresa en el principio del libro de las Etimologías de San Isidoro. No dudo de la existencia del MS. Anónimo, porque lo individua el autor al folio 286 del segundo tomo con tanta menudencia, que sería temeridad sospechar de su verdad; pero no puedo convenir que sea fiel traducción de la introducción del libro de las Etimologías, hecha por San Braulio, y que se advierte comúnmente preceder a dicho libro en todas sus ediciones. En la de Colonia Agrippina, hecha el año 1617, precede a la obra del Santo una prenotación de sus libros hecha por San Braulio y empieza así: «Isidorus, vir egregius, Hispalensis Ecclesiae Episcopus, etc.» y refiriendo después sus virtudes, sabiduría y escritos, del lugar de su nacimiento nada dice. Pues ¿cómo será traducción suya la que empieza: «Isidoro, noble varón, natural de Cartagena, etcétera»? «Ser, como escribe el Sr. Castro, más circunstanciada esta traducción que el original latino, y por no poner la patria que aquél calla, convence que en estas y otras cosas que San Braulio no dixo, y el traductor añade, no se debe atender como expresión de un coetáneo, discípulo, [40] etcétera, sino como de un escritor que vivió muy posterior a los tiempos en que floreció San Isidoro. Ni yo comprehendo cómo pueda llamarse traducción la que extiende a lo menos cuatro tantos más que el original, pues aunque no es forzoso que se haga la traducción tan a la letra, sí es preciso que no se aparten de ella tanto que digan lo que el original no dice ni insinúa, y varía el orden con que aquél está escrito, ésta la tendría yo por obra diferente y no por traducción.»

A tales juicios del P. Valderrama añade D. José Alonso Morgado en su erudito Episcopologio (pág. 96 y siguientes):

«Como ha sucedido con otros muchos héroes de la antigüedad, se ha disputado su patria, y Sevilla y Cartagena pretendieron la gloria de haber sido su cuna» (1).

{(1) El Breviario antiguo del Rito hispalense decía que era originario de Cartagena, Ex civitate Carthaginensis, Provinciae Hispaniae originem duxit. De ser oriundo de Cartagena no se infiere que había nacido San Isidoro en aquella ciudad, sino únicamente que procedía de ella.

El P. Flórez, en el tomo IX de su España Sagrada, refiere que, según algunos Breviarios antiguos, y su biógrafo Rodrigo el Cerratense, fue natural de la ciudad de Cartagena. A lo cual replica el P. Faustino de Arévalo, autor imparcial que escribió en Roma la mejor biografía de nuestro santo: Que los padres de Leandro... obligados por las circunstancias, salieron para el punto del destierro hacia el año de 552; que, después de esto, cree que nacieron Fulgencio e Isidoro; pero no puede formarse inicio cierto ni del año ni del lugar, sino solamente de que en Sevilla, según la fama, nació el último de ellos.

No hallo razón alguna para que el P. Flórez, en el tomo X de la España Sagrada, defienda como cosa cierta que Isidoro hubiese nacido en Cartagena. Dupin asegura lo contrario.}

El erudito D. Nicolás Antonio, en su Biblioteca hispana vetus, dejó consignado que había nacido en Sevilla porque generalmente se cree que su padre Severiano vino a esta ciudad antes de ver la luz Isidoro, el último de sus hijos. «Hispali natus vulgo creditur. In eam enim Urbem fama est exulem venisse, nondum eo nato, Severianum.» (Bibl. Hisp. vetus. Tomo I, libro V, cap. III.) [41]

En prueba de esto se citan dos testimonios de San Leandro, que se leen en la Regla monástica que escribió para su hermana Santa Florentina; el primero dice que, al salir de Cartagena, su patria, era tan pequeña todavía que no podría acordarse de ella: «Ea aetate abstractam fuisse a Patria, scilicet Carthagine, ut quamvis ibidem nata fuerit, recordari ejus haud posset.»

En el segundo, que se halla hacia el fin de la citada Regla, le dice: «Postremo, charissimam te germanam quoeso, ut mei orando memineris nec Junioris fratris Isidori obliviscaris: quem quia sub Dei fuitione, ei tribus germanis superstitibus parenies reliquerunt communes, loeti et de eius nihil formidantes infantia ad Dominum commearunt.» Cuya traducción es como sigue: «Ruégote, por último, hermana amadísima, que te acuerdes de mí en tus oraciones, sin que te olvides de Isidoro, nuestro hermano el más joven, a quien dejaron nuestros padres bajo la protección de Dios y cuidado de los tres hermanos que sobrevivimos, entregando sus almas gozosos al Señor y sin temor alguno de su infancia.»

Ahora bien: si los padres de Isidoro murieron cuando el niño se hallaba todavía en los años de la infancia; si, por otra parte, Florentina estaba ya en edad conveniente para atender a su educación, según se deduce de todos los biógrafos del Santo; si, por último, Santa Florentina salió de Cartagena cuando no podía recordar su patria, ¿cómo es posible que San Isidoro viese la primera luz en Cartagena? De ser así, tendríamos que admitir que, tanto Isidoro como Florentina, salieron de Cartagena durante su infancia y, por consiguiente, que Santa Florentina fue maestra de un hermano que contaba casi la misma edad, y que sus padres habían dejado a éste bajo la tutela de quien todavía la necesitaba.

Debemos, pues, sostener, si no queremos incurrir en tan evidentes contradicciones, que Sevilla, y no Cartagena, meció la cuna de San Isidoro.

De aquí es que ya los modernos publicistas no han [42] vacilado en afirmar que San Isidoro es hispalense. En el novísimo Diccionario de Ciencias Eclesiásticas se lee que «San Isidoro vio la primera luz en Sevilla, según la opinión más autorizada, aunque el erudito Flores, fundado en los Breviarios antiguos y en el Cerratense, atribuya esta gloria a Cartagena».

En un notable discurso, leído en la Universidad Central, consigna ya su autor, D. Carlos Cañal, de un modo definitivo, que San Isidoro, hijo de Severiano, natural de la provincia cartaginense, nació en la ciudad de Sevilla, y lo mismo sostiene el P. Bourret en su admirable obra Saint Isidore et l'Ecole de Seville.

De lo expuesto hasta aquí puede deducirse que los autores antiguos han opinado por Cartagena y los modernos por Sevilla, sin duda por hallarse mejor informados, en vista de las razones alegadas.

Mas los sevillanos han llegado hasta fijar el sitio de la casa de nacimiento del santo en el área donde está hoy su iglesia titular, cuya tradición se decía haberla recibido de los muzárabes. Durante la dominación agarena la convirtieron en Mezquita, y después se erigió templo cristiano del cual escribió el Jesuita extremeño P. Quintana-Dueñas: «Su insigne parroquial, erigida en el sitio que presumen fue del palacio de sus padres y de su nacimiento, es fundación del Santo Rey D. Fernando.»

Respecto al año del natalicio, ha existido también variedad de opiniones. La generalidad de los autores suele referirlo al año 560 próximamente, como el P. Arévalo y el señor Aguilar, obispo de Segorbe, en su Historia eclesiástica general, pero no faltan algunos otros, respetables también, que proponen la fecha hacia los años 570 como la más ajustada a la cronología. Si este nacimiento hubiera acaecido en el expresado año, se confirmaría una vez más que Sevilla fue la patria de San Isidoro, el cual rigió su archidiócesis durante cuarenta años y falleció en el 636, rodeado de la admiración y el respeto de todos.

Cuando la Iglesia creyó necesitar una enseñanza [43] uniforme para la juventud, todas las miradas se volvieron a Isidoro, cuya autoridad era universalmente reconocida. De este deseo general, interpretado concretamente por su discípulo Braulio, arzobispo de Zaragoza, nació las Etimologías, suma colosal y perfecta de la ciencia contemporánea, el testamento de un mundo y la cuna intelectual de otro.

No pudo el sapientísimo sevillano corregir su obra pro invalitudine; mas no por eso dejó de legar un monumento asombroso a la posteridad. Comienza en las Etimologías u Orígenes por la exposición del trivium y el quatrivium; trata luego de la Medicina, de Legislación, de Cronología y de Bibliografía; expone la doctrina católica, la división de las lenguas; bosqueja una constitución social; traza un largo catálogo de palabras de oscuro sentido; se emplea en las ciencias naturales y en la Cosmografía; plantea los principios de la Agricultura, y concluye hablando de la indumentaria y de las costumbres.

Las Etimologías resume las explicaciones que el santo arzobispo daba a sus discípulos. «El sabio obispo español todo lo sabe y todo lo enseña; artes, ciencias, humanidades, gramática, retórica, dialéctica, metafísica, política, aritmética, geometría, astronomía, física y hasta la náutica, la construcción naval, la táctica militar, la arquitectura, la pintura y la música.» (Romey. Hist. de Esp.)

«La verdad es que el tratado de las Etimologías se considerará siempre como la expresión más acabada de la ciencia, tal cual se ocultó en los siglos bárbaros. Tal es el inicio de ese libro reformado en la Edad Media, que lo adoptó como obra de texto en sus escuelas. El venerable Beda lo imitó, Alcuino lo leía y Raban Mauro tomó de él. Los filólogos del Renacimiento, que tan severos se mostraban con todo lo que no tenia el sello de Roma o de Atenas, acudían con frecuencia a él para fundar sus explicaciones y comentarios. Vossius, Turnebe y Gil Menaje lo citan con elogio, y por más que Saumaise lo califica con severidad, es lo cierto que lo consultaba con provecho» (P. Bourret); y añade Ozanam: «La Edad Media supo [44] apreciar todo el valor de aquel ímprobo trabajo; por eso no cesó de estudiar y reproducir el libro de los Orígenes», (Civil, chrét. chez les Francs, p. 403.)

En su admirable libro Sententiarum, modelo de Pedro Lombardo, se contiene la filosofía sincrética del autor y se condensa todo el pensamiento cristiano de la época. Dios, sumo bien, se halla en todo y lo contiene todo, siendo, por lo interno, el creador del Mundo y, por lo externo, su conservador. Coincide Isidoro con San Agustín en que el tiempo comienza con la creación. «Tempus igitur non ad eas creaturas, quae supra Coelos sunt, sed quae sub Coelo sunt, pertinere» (1. I. c. VII). El varón fue creado a imagen de Dios, la mujer a semejanza del hombre, al cual, por ley natural, está sujeta (c. XI. núms. 3, 4 y 5).

¡Y qué máximas tan profundas!

«El colmo de la culpa es saber uno lo que debe saber y no querer seguir lo que se sabe.»

«Incierta es la amistad en la próspera fortuna. No se sabe si se ama la prosperidad o la persona.»

«¿A qué admiras, hombre, la altura de las estrellas y la profundidad de los mares? Penetra en tu alma y admírate si puedes.»

La obra eminentemente civilizadora del arzobispo de Sevilla esparció la luz por todo el reino visigodo, inclinó a los magnates al cultivo de las letras e inspiró a la fiereza goda el respeto que merecían los españoles.

Incalculables beneficios recibió la ciencia de Isidoro. En sus libros teológicos se crea el método y surge una ciencia nueva de los antes dispersos estudios; los famosos Concilios de Toledo no son desde entonces más que el desenvolvimiento de su idea, el reflejo de aquella luz que desde Sevilla iluminaba el mundo; todos los glosarios de la Edad Media se calcaron en el modelo isidoriano y la Filología extrae aún en nuestro siglo algo provechoso de monumento tan antiguo cual las Etimologías.

En medio de su carácter enciclopédico, muestra originalidad filosófica el genio del maestro, pues su manera de [45] concebir la substancia y el accidente (Et. II, XXVI) penetra más profundamente en ambos conceptos que la mayoría de los escolásticos y le da cierto matiz español.

Además, su escolasticismo, sin la sequedad de las escuelas, derrama cierta penumbra de misticismo (1), acaso antecedente histórico de nuestra gran literatura mística nacional.

{(1) Rursus, Philosophia est meditatio mortis, quod magis convenit Christianis, qui saeculi ambitione calcata, conversatione disciplinabili, similitudine futurae patriae vivunt. (Et. II, XXIV.)}

San Isidoro fortificó a la Iglesia contra la herejía, inició la unidad legislativa, sometió la monarquía a la Iglesia, despertó en los nobles visigodos el amor a la ciencia, mejoró las costumbres de los clérigos y compendió toda la ciencia de Europa. Consistió la misión de San Isidoro en salvar todo el saber de una sociedad expirante y transmitirlo a otra nueva sociedad, aún no educada ni instruida. Su enorme sabiduría fue la soldadura de dos edades.

La Escuela de Sevilla, primer faro encendido en Europa para iluminar la mente y los pasos de la humanidad sumida en la barbarie, tuvo carácter enciclopédico, porque todo había que enseñarlo a pueblos que todo lo ignoraban. Tal renombre adquirió en el mundo, que jóvenes de lejanos países acudían a sus aulas y hubo necesidad primero de ampliar el edificio destinado a la enseñanza, y posteriormente de edificar nueva, vasta y suntuosa fábrica donde pudiera albergarse su numerosa clientela discente. Gracias a San Isidoro y a la Escuela de Sevilla, España precedió a todas las naciones europeas en la extirpación de la barbarie y en señalar al mundo los caminos de la civilización.

Los discípulos de Isidoro, o sea todos los prelados de aquella etapa, dieron preferencia a los temas teológicos o disciplinarios, sin dejar nada de valor para la indagación filosófica. [46]

En el II Concilio hispalense (619), interesantísimo para la historia religiosa y presidido por Isidoro, se refutó el acefalismo, herejía así denominada por ignorarse quién fuera su jefe, la cual negaba la doble naturaleza atribuida a Cristo por la ortodoxia.

Aunque el prelado sirio, sostenedor de la doctrina condenada, abjuró de ella en el mismo Concilio, la idea se fue imperceptiblemente infiltrando para reaparecer dos siglos más tarde.

«Este concilio –dice el P. Flórez– es de mucha erudición en ambos derechos, y en letras divinas y humanas, según demuestran las especies que se ven en su texto; por lo que notó Loaysa que se conocía haber sido formado por varones muy doctos en ambas literaturas. Yo creo –continúa– que todo se debe deferir a la sabiduría del ínclito metropolitano San Isidoro, que estaba presidiendo.»

También por este tiempo (VI) floreció Antístites, sevillano emigrado de su país y arzobispo bracarense, autor del tratado De animabus hominen non initio inter ceteras intellectuales naturas, neque semel creatis, adversus Origenem, cuyo titulo apunta su índole filosófica y carácter polémico. [47]


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Historia de la filosofía en España
Madrid, páginas 37-46