Mario Méndez Bejarano (1857-1931) Historia de la filosofía en España hasta el siglo XX | <<< índice >>> | ||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||
Capítulo XI
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Principios Transcendentales | Cuestiones | Sujetos |
B. Bondad | ¿Si es? | Dios |
C. Grandeza | ¿Qué es? | Ángel |
D. Eternidad | ¿De qué es? | Cielo |
E. Poder | ¿Por qué es? | Hombre |
F. Sabiduría | ¿Cuánto es? | Imaginativa |
G. Voluntad | ¿Cuál es? | Sensitiva |
H. Virtud | ¿Cuándo es? | Vegetativa |
I. Verdad | ¿Adónde está? | Elementativa |
K. Gloria | ¿De qué modo y Con qué es? | Instrumentativa [103] |
Principios Instrumentales | Reglas | Virtudes |
B. Diferencia | Posibilidad | Justicia |
C. Concordancia | Quiddidad | Prudencia |
D. Contrariedad | Materialidad | Fortaleza |
E. Principio | Formalidad | Templanza |
F. Medio | Cuantidad | Fe |
G. Fin | Cualidad | Esperanza |
H. Mayoridad | Temporalidad | Caridad |
I. Igualdad | Lugarilidad | Paciencia |
K. Minoridad | Instrumentalidad. Modalidad. Sociedad | Piedad |
Vicios | Opuestos de los Principios Transcendentes | Opuestos de las virtudes |
B. Avaricia | Malicia | Injusticia |
C. Gula | Pequeñez | Imprudencia |
D. Lujuria | Privación del bien | Debilidad o flaqueza |
E. Soberbia | Impotencia | Destemplanza |
F. Pereza | Ignorancia | Infidelidad |
G. Envidia | Aborrecibilidad | Desesperación |
H. Ira | Vicio | Odio del prójimo |
I. Mentira | Falsedad | Impaciencia |
K. Inconstancia | Pena | Impiedad |
Opuestos de los vicios | Opuestos de los Principios Instrumentales | Los Vicios |
B. Liberalidad | Confusión | Prodigalidad |
C. Sobriedad | Discordia | Insobriedad |
D. Continencia | De lo que concuerda los males | Incontinencia |
E. Obediencia | Ocio | Desobediencia |
F. Fervor de obrar lo bueno | Vacuo | El que obra mal de corazón |
G. Amor del prójimo | Inquietud | Odio del prójimo |
H. Suavidad | Minoridad del mal | Burla o fisga |
I. Testimonio verdadero | Desigualdad | Contradicción de la mente |
K. Reposo | Mayoridad del mal o de la culpa | La inquietud del ansia [104] |
Rompiendo la costra de la apariencia, sin dificultad nos percatamos de que no se trata de grosero mecanismo, sino de la eterna sed de una ciencia única y universal, donde se funden la Lógica y la Metafísica como en la realidad el Ser y el Conocer «La idea en Dios es Ente... y es el mismo Dios». Idéntico propósito que después abrigó Fernando de Córdoba, un platonismo espontáneo, una dialéctica platónica sin conocer a Platón.
Por la fusión del Ser y del Conocer, la Teología y la Teodicea descansan en la prueba ontológica de la existencia de Dios, y se inicia en su libro De audito kabbalistico una teosofía cristiana, habitus animae rationalis ex recia ratione divinarum rerum cognitivus.
No asiste razón a Bonilla para fustigar esa laudable amplitud de miras, esa alteza de ideal, llamando «absurda confusión de lo real y lo ideal» y calificando de «monstruosamente ridícula» la gigantesca concepción del pensador mallorquín. Y con no menor injusticia escribió Perojo: «Que Raimundo Lulio discurriera sobre la infinita combinación de nombres, no es decir que fundara un sistema filosófico, pues no hay en él nada que fundamentalmente se separe del realismo de la época» (Rev. Cont. 1887).
A mi entender, el contenido místico del lulismo procede de la escuela andaluza iniciada en Córdoba por Ibn Masarria. No sólo lo indica la índole de la doctrina, sino que lo confirma el hecho de que Lulio no dominaba el latín y poseía el árabe, siéndole poco familiares los escritores occidentales.
Atribúyese a Lulio extraordinarias previsiones, entre otras, la invención de la aguja náutica, punto que tocó en Félix, de las maravillas del orbe y en su Astronomía, así como la afirmación de la redondez del planeta en su libro Cuestiones resolubles por el arte demostrativo, estableciendo el principio Terra et mare sunt sphaericum corpus.
Lulio es, además, una figura interesantísima en la literatura catalana, porque rompe con la tradición latina y vierte su pensamiento en el idioma patrio, siendo el primer [105] poeta catalán, por imprimir sello nacional a su inspiración sin quebrantar bruscamente la unidad de la tradición provenzal, y de igual suerte procede en filosofía, prescindiendo de citas, desdeñando el bagaje erudito y tratando de colocarse por su claridad, por sus gráficos, sus formas novelescas y hasta versificadas, al nivel de la cultura popular cual exigía su complexión catequista. Y acaso por no invocar autoridades y hablar siempre por su cuenta, cual si llevara una iluminación interior, mereció pasar a la Historia con el nombre de Doctor Iluminado.
El lulismo se difundió rápidamente, arrollando la tenaz resistencia tomista, y aun se percibe en los modernos pensadores. La identificación de la Lógica con la Metafísica ¿no ofrece un precedente de la filosofía de Hegel?
Estableciéronse cátedras en Palma, en Montpellier y en la misma Roma. Sin embargo, en Barcelona no las consiguió hasta fines del siglo XV. Las frondas del arbor scientiae, arrebatadas por el viento de la admiración, volaban por toda Europa.
Entre los primeros lulistas catalanes se distinguieron Llovet o Luvetus (†1460), autor de los De Logica et Metaphysica libri duo: Pedro Daguí, sucesor de Llovet en la cátedra luliana de Mallorca, autor de una Metaphysica, impresa en Sevilla (1500) y otra en Jaén, primer libro editado en esta ciudad, indicio de que el lulismo interesó a los filósofos andaluces, y el mallorquín Arnaldo Descó, que en el siglo XV ocupó la cátedra luliana y escribió Defensorios de la doctrina del Maestro.
Tuvo Lulio numerosos discípulos, imitadores y aun plagiarios. No libó poco en sus obras el inquieto infante D. Juan Manuel ora en El Caballero y el escudero, que reproduce en esencia el Libro del Ordre de Cauayleria; ora en el Libro de los Estados, que no disimula sus analogías con Blanquerna; ora en el Conde Lucanor, donde se hallan huellas de todos los didácticos, y en diversos lugares.
Figuran entre sus discípulos un descendiente llamado Antonio Lull (¿1510?-82). vicario de Besanzon y distinguido [106] humanista; Jaime de Oleza, jurisconsulto mallorquín, autor de Commentaria super arte Raymundi Lulli y del escrito De erroribus philosophorum Jacobi de Olesia contra errores Martini Luteri, que le valió una cariñosísima felicitación de León X; Arnaldo Alberti, que en el siglo XVI escribió Commentaria Super Artem Magistri Raimundi Lulli, y el erudito, poeta y filósofo sevillano Alonso de Proaza, editor de la Celestina, que imprimió: Disputatio Raimundi Lulli et Homeri Saraceni (1510), al cual siguen en el mismo volumen los tratados lulianos Disputatio quinque hominum sapientum (1510) y De demonstratione per aequiparantiam, y en 1512 publicó el Liber correlativorum innatorum de Lulio, de cuya doctrina se convirtió en fervoroso propagandista.
No sé si contar a Pedro Ciruelo, canónigo fallecido a mediados del siglo XVI, entre los peripatéticos o entre los lulianos. Al explicar De Arte Lulli in Metaphysica sigue el método luliano, lo mismo que en otro opúsculo sobre Lógica y Física, mas, por otra parte, dio a la publicidad un compendio de Aristóteles, Prima pars Logicae adveriores Aristotelis sensus (1519), Paráfrasis de las categorías de Aristóteles (1529) e In Summulas Petri Hispani (1537), en todos los cuales resaltó el anhelo de purificar y simplificar la escolástica.
Pedro de Guevara, sacerdote a cuya pericia entregó Felipe II la educación de las infantas Isabel Clara y Catalina, entusiasta expositor, publicó Arte general y breve en dos instrumentos para todas las ciencias, recopilada del Arte Magna y Arbor scientiae del Dr. Raymundo Lulio (Madrid, 1581) y Declaración muy copiosa para las obras de Raimundo Lulio (1618).
El aragonés Pedro Jerónimo Sánchez de Lizarazo (†1614), deán en Tarazona, escribió Defensa de la doctrina de Raimundo Lulio (1604) y Methodus generalis et admirabilis ad omnes scentias facilius et citius addiscendas, in qua eximii piisimi Dr. Lulli Ars Brevis explicatur (1613 y 19). [107]
Juan Seguí, canónigo y procurador de Mallorca en la causa por R. Lulio, relató la Vida y hechos del admirable doctor y maestro R. Lull (Palma, 1606); el presbítero mallorquín Jaime Custurer (1657-715) escribió Epistola Custureri vitae veteris (R. Lulli) autenticam probans, &c.; el carmelita cordobés Agustín Núñez Delgadillo comentó al maestro en su Breve y fácil declaración del artificio luliano (Alcalá, 1622); Juan de Riera, franciscano mallorquín, lector de filosofía y teología, con motivo de la beatificación, escribió Transumptum memorialis in causa pii eremitae et martyris Raimundi Lulli (Palma, 1627); Francisco Marzal, a quien debe la bibliografía luliana dos ediciones comentadas del Ars generalis et ultima (1645) y del Ars brevis (1669) y cumplidas exposiciones De arte inveniendi medium (1666), Epistolas familiares pro arte generali (1668), Nova et connaturalis discurrendi methodus ex principiis artis Lullianae deductae et metamorphosis logica refórmata (1669), Summa Lulliana (1673), Lectura super Artem Magnam y Certamen dialecticum: el militar Alonso de Cepeda, traductor del Libro de la Concepción Virginal de Lulio y autor de Árbol de la ciencia del Ilustrísimo Maestro Raymundo Lulio, nuevamente traducido y explicado (Bruselas, 1664), y Damián Cornejo, que refirió la Vida admirable del ínclito mártir de Cristo B. Raimundo Lulio (1686). Juan B. Soler dio a la estampa Acta B. R. Lulli (1708), los capuchinos PP. Tronchón y Torreblanca apologizaron el Arte luliano y Luis de flandes, de quien se hablará más extensamente, procuró en su Defensa del caos luliano (1740) y en El antiguo académico, demostrar la ortodoxia de la doctrina, continuando la labor del jurisconsulto Juan Arce de Herrera, que había dirigido al cardenal Federico Borromeo, primo de San Carlos y arzobispo de Milán, una extensa carta latina en defensa del Doctor Iluminado. Completan la legión luliana el cisterciense, también mallorquín y acaso el más fiel intérprete del concepto transcendental del maestro, Antonio Raimundo Pascual, en cuya abundante bibliografía se halla El [108] milagro de la sabiduría del B. R. Lulio (Palma, 1744); Vindiciae Lullianae (Aviñón, 1778), con briosa refutación a Nicolás Eymerich; Descubrimiento de la aguja náutica, de la situación de América, del arte de navegar y de un nuevo método para el adelantamiento de las artes y las ciencias. Disertación en que se manifiesta que el autor de todo lo expuesto es el B. Raimundo Lulio (1789); Demostración del origen del sistema copernicano sacada de las obras del B. Raimundo Lulio; Vida, virtudes y milagros del B. Raimundo Lulio; De cultu et Scientia B. Lulii ab ejus obitu, usque ad presentem diem; Opúsculos de Raimundo Lulio traducidos del lemosin al latín y otros del latín al castellano: otro compatriota, el franciscano mallorquín Bartolomé Fornés, autor del Liber apologeticus Artis Magnae (1746); el prelado de Beja, fray Manuel de Cenáculo y Villaboas, que dio a los tórculos Adversarias críticas y apologéticas sobre Raimundo Lulio (1752); el canónigo Pedro Bennazar, que casi en nuestros días publicó Breve ac compendiosum rescriptum nativitatem... (Mallorca, 1868) y Salvador Bové, el cual en El sistema científico luliano (1908), considera la doctrina del Doctor Iluminado como la filosofía nacional de Cataluña.
A estos y otros de categoría inferior podría agregarse Las doctrinas del Doctor Iluminado (1872), por mi ilustre deudo D. Francisco de P. Canalejas, a quien en cierto modo se juzgaría lulista; los trabajos también modernos de Weyler y Laviña, Gerónimo Roselló, el Dr. Guardia y la copiosa bibliografía extranjera.
Fallecido Lulio, se recrudeció la campaña antiluliana de los tomistas. Llevó la voz el dominico gerundense Nicolás Aymerich o Eymerich (1320-99), a cuya acerba pluma se debe el Fascinatio Lullistarum, cuajado de agravios contra la persona del insigne mallorquín, y Dialogus contra lullistas, argumentando en ambos opúsculos con evidente mala fe e insertando una Bula apócrifa atribuida a Gregorio XI. Su Directorium Inquisitorum sirvió de pauta o vademecum a los inquisidores, que en sus folios hallaron [109] la apología del tormento. No hablemos de su propugnación de la Sede Pontificia sobre el Trono, porque nadie ha exagerado más el ultramontanismo.
La doctrina luliana encontró también en posteriores tiempos decididos adversarios, desde Fernando de Córdoba hasta el padre Juan de Mariana y el judío Isaac Orovio de Castro. En el capítulo XXIII de las constituciones de la Universidad de Sevilla se lee: «Por último, prohibimos, bajo amenaza de excomunión, en que por el mismo hecho incurrirán así los que lean como los oyentes, que de ningún modo se enseñen jamás privada ni públicamente en este Colegio las doctrinas de los nominalistas o de Raimundo Lulio, las cuales varían de las verdaderas sagradas y fructuosas y a los ingenios leves de muchos los perturban, embotan y corrompen. Porque sus sectarios son como aquellos vanos de quienes dice el apóstol que están siempre aprendiendo y nunca alcanzaron la sabiduría».
«Raimundo Lulio, dice con su habitual superficialidad y tosco estilo el P. Feyjóo, por cualquiera parte que se mire es un objeto bien problemático. Hácenle unos santo, otros hereje, otros doctísimo, otros ignorante, unos iluminado, otros alucinado. Atribúyenle algunos el conocimiento y práctica de la crisopeya o arte transmutatorio de los demás metales en oro. Otros se ríen de esto como de todos los demás cuentos de la piedra filosofal; y finalmente, unos aplauden su Arte Magna, otros la desprecian; pero, en cuanto a esto último, es muy superior el número como la cualidad de los que desestiman a Lulio al número y calidad de los que le aprecian. El arte de Lulio, con todo su epíteto de magna, no viene a ser más que una especie nueva de lógica que, después de bien sabida toda, deja al que tomó el trabajo de aprenderla tan ignorante como antes estaba, porque no da noticia alguna perteneciente al objeto de ninguna ciencia y sólo sirve para hacer un juego combinatorio muy inútil, de varios predicados, o atributos sobre los objetos de quienes por otra parte se ha adquirido noticia. Podrá decirse también que hay algo de [110] metafísica en el artificio luliano; pero así en lo que tiene de metafísica como en lo que tiene de lógica, es sumamente inferior a la lógica y metafísica de Aristóteles. Así la Arte de Lulio, en ninguna parte del mundo logró ni logra enseñanza pública, exceptuando la isla de Mallorca, de donde fue natural el autor, por donde es claro que acaso debe esa honra, no a la razón, sino a la pasión de sus paisanos». Hecho inexacto según hemos visto.
No menos duro en el fondo, si bien con más cultura de forma, añade D. Juan Pablo Forner: «Lo que no puede negarse es que el talento de Lulio fue en sumo grado inventor y combinador y que, en mejor edad, acaso hubieran recibido de él las ciencias y artes algunos auxilios que facilitasen su adquisición o mejor uso. El convencimiento de la verdad no entra ciertamente en la jurisdicción de las combinaciones lulianas por más que griten sus sectarios para persuadirlo. Por su Arte jamás se averiguará la causa del más mínimo fenómeno (¿Puede existir, me permito preguntar al autor de las Exequias de la lengua castellana, algo «más mínimo» que otro mínimo?) de la naturaleza ni se convencerá el entendimiento de la realidad o falsedad de la mayor parte de las cosas».
En fin, hasta en nuestros días el obispo Torras y Bages en su Tradició Catalana, sin respeto siquiera a la canonización, le tacha de utopista, calificando su obra de esfuerzo desesperado e inútil, de algo extraño al alma nacional de Cataluña. El polo opuesto a la opinión de Bové.
Contemporáneo de Lulio, brilló el médico Arnaldo de Villanova. prudens et sapiens, vir luminis et virtutis, al cual no puedo aquí tributar la atención que su varia producción merece. Clasifícanse en tres grupos sus libros y opúsculos, a saber: teológicos, médicos y alquímicos, clara indicación de que no se trata de un filósofo, sino de un heterodoxo.
Quince proposiciones extractadas de sus obras sufrieron condenación, y él falleció a bordo del buque en que [111] marchaba a Roma para conferenciar con Clemente V. Había pronosticado el fin del mundo para 1335.
Predecesor de Lutero, sólo aspiró, como el agustino alemán en sus comienzos, a reformar las costumbres de los cristianos y traerlos al estudio de los sagrados libros, acusando al clero de preferir la Summa a la Escritura. A esta idea responde su Gladius jugulans thomistas, pero jamás renegó de las ideas fundamentales del cristianismo: se sentía espíritu Dei fervens y, como decía Federico II de Sicilia, gelós de ver Christianisme.
Ilustra el siglo XIV Francesch Eximeniç (†1409), espíritu general que revistió un fondo escolástico de formas populares e intentó en Lo Crestiá una enciclopedia para explicar científicamente la vida según la ley del dogma cristiano. «Buscad allí apologética cristiana; sobre todo en el Primer libre, filosofía ético-política con defensa del sistema monárquico paccionado y de las libertades públicas: pero no le pidáis más. Eximeniç, he dicho en otro lugar {(1) Méndez Bejarano: Alfonso X, polígrafo.}, os dará mezclada la teología con los conceptos populares en su Vida de Jesucristo; moral y sociología en su Libre dels Angels; política en su Doctrina compendiosa; hasta feminismo en su Libre de las Dones, pues contra la opinión que había de sustentar Luis de León propugnando la mujer casera y sólo casera, Eximeniç aboga por la mujer ilustrada; todo en pura y abundante prosa; pero no se oirá la voz de la Naturaleza ni la revelación de la Historia.»
En el Libre dels regiments de Princeps e de Comunitats, que forma la segunda parte de Lo Crestiá, aunque muestra amplitud de criterio defendiendo a los hebreos e infieles poseedores de hacienda en territorios de cristianos y sosteniendo que los pueblos se gobiernan mejor por la voluntad popular que «por poder absolut... sens ley e pacte ab los vasalls», decae al afirmar, como casi todos los tratadistas sus contemporáneos, que el Pontífice debe ser «monarcha sobre tot lo mon e aso per dret divinal e temporal». [112]
Diez años después que Eximeniç sucumbía decapitado en Túnez el mallorquín Fray Anselmo de Turmeda, franciscano que renegó del cristianismo y adoptó en África por nombre Abd-al-lah. Dejó un Libre de bons amonestaments o consejos morales, otro de Profecías (Ms. en El Escorial) y en su famosa Disputa del asno con fray Anselmo Turmeda acerca de la naturaleza y nobleza de los animales, expone las proporciones de los animales; trata de los sentidos corporales, de la memoria, naturaleza y gobierno de las abejas, avispas y hormigas, y termina reconociendo la superioridad de la especie humana merced a la inmortalidad del alma.
Este diálogo, traducido al francés e impreso en Lyon en 1548, resultó un plagio de una narración o apólogo árabe titulado Disputa o reclamación de los animales contra el hombre. Los místicos de Basora, llamados Hermanos de la Pureza, lo divulgaron a la vez que otras obras de propaganda y no se ha conocido en Europa hasta su impresión y la de varios escritos análogos en el Cairo el año 1900.
En el siglo XV, y ahora, cual otras muchas veces, hemos de agradecer la revelación a un extranjero, brilla un filósofo español llamado a enlazar el lulismo con la filosofía renacentista, el barcelonés Ramón Sabunde, nombre que probablemente seguiría ignorado por los españoles si un eminente escritor francés de la segunda mitad del siglo XVI, nada menos que Miguel Eyquem de Montaigne, no hubiera traducido su obra y escrito una apología de su autor. El azar tomó su parte en la empresa, según el traductor nos informa: «Quelques jours avant sa mort, mon père ayant de fortune rencontré la Théologie naturelle de Raimond Sebond, sous un tas d'autres papiers abandonnés, me commanda de la lui mettre en français... C'etait une occupation bien étrange et nouvelle pour moi, mais, étant de fortune pour lors de loisir et ne pouvant rien refuser au commandement du meilleur père qui fût oncques, j'en vins à bout comme je pus; à quoi il prit un singulier plaisir et [113] donna charge qu'on le fît imprimer; ce qui fut exécuté aprés sa mort». Y en verdad no debió de costarle poco trabajo, porque Sabunde no pasaba de mediano humanista y nada tenía de literato.
Raimundo Sabunde o Sebunde profesó en Toulouse la medicina, la filosofía y la teología; terminó su obra en Febrero de 1436 y dos meses después, como quien ha cumplido su misión terrena, sucumbió. La edición primera, o al menos, la más antigua conocida, de la Teología natural o Libro de las criaturas, es la de 1484. Dorland redactó el extracto titulado Viola animae, traducido al español, y Comenio, tan insigne humanista como Dorland, el llamado Oculus fidei, prohibido en 1707 por la Inquisición española. También el prólogo de la Theologia naturalis se prohibió por los padres tridentinos.
¿En qué consiste la originalidad de este libro? Propónese el autor construir el organismo de las ciencias divinas y humanas, dando de lado a la revelación y al principio de autoridad. No reniega de ambos elementos, pero cree que se puede llegar al mismo fin sólo por la razón, y de esta suerte el convencimiento de los cristianos será más firme e inquebrantable. Su obra debe considerarse como un ensayo de Ontología o teología racional.
Sabunde milita en el campo de los realistas, aunque no disciplinado, y procede del lulismo, según delata el intento constructivo a la vez que el hecho de reproducir las pruebas lulianas de la verdad de los dogmas.
No difiere mucho de Santo Tomás en las cuestiones psicológicas, pero funda Sabunde el conocimiento, no en las autoridades, sino en la experiencia, principalmente en la interna. El testimonio de la propia conciencia supera a todo otro y produce tan íntimo convencimiento, que no se puede rechazar. «Nulla autem certior cognitio quam per experientiam, et maxime per experientiam cujuslibet intra se ipsum, principio que refuerza añadiendo: «Así no tiene necesidad esta ciencia más que del mismo hombre para testigo y prueba de su certeza, porque es él quien conoce [114] estos medios y no puede dejar de asentir a las verdades que de ellos se infieren. La constante recomendación de entrar y habitar en sí nos presenta a Sabunde como un continuador de San Agustín (in te ipsum redi, in interiore homine habitat veritas) y del Doctor Iluminado. Por otra parte, parece anunciar el Discours sur la méthode y hasta vislumbrar a Krause en cuanto establece la analítica o ciencia subjetiva como obligado preliminar de la suprema intuición que legitimará el conocimiento del no yo.
En pos de la etapa introspectiva, el espíritu, dice Sabunde, apartándose de Lulio, debe salir al exterior, leer el libro de la naturaleza, con cuya instrucción volverá sobre sí y adquirirá más perfecto conocimiento de sí propio. Liber naturae... omnibus communis et generalis e naturalis... omnibus patens... quilibet in eo legere potest. La naturaleza le parece irrecusable. «Las demás escrituras, por santas que sean, pueden ser torcidas de su verdadero y perfecto sentido; pero ningún hereje hay de secta tan detestable que pueda falsificar el libro de la Naturaleza.» Intenta demostrar la existencia de Dios por la llamada prueba moral y pretende no menos construir una teodicea por el procedimiento psicológico Cognitio de Deo quae oritur ex propria natura est nobis certior et magis familiaris. Sólo Dios es infinito y excluye de su esencia todo no ser. Las cosas en Dios son Dios. El hombre sólo es infinito en potencia y no puede dudar de su inmortalidad sin equipararse al bruto. Como Dios es uno y trino, el alma, imagen de Dios, es una y trina en sus facultades, las cuales se distinguen entre sí, pero no de la inteligencia. El hombre no puede considerar suyo más que una cosa, el amor.
Puede calificarse el sistema de Sabunde de teología natural ética sometida al dogma cristiano, aunque opuesto al occamismo en cuanto pide argumentos a la razón para probar la revelación y representa una reacción contra el nominalismo.
Desde el tiempo de Ramón Lull, la prosa catalana [115] adquiere su carácter castizo y popular y el pensamiento nacional, de suyo poco idealista, no se levantó en el siglo XIV del menguado nivel del empirismo, no obstante el esfuerzo de los franciscanos y de Bernat Metge, escritor de transición entre el período catalán y el italiano, que exornó con todas las galas del estilo sus Quatre llibres de somnis, hermoso diálogo acerca de la inmortalidad.
Arreció por entonces el anhelo de traducir filósofos extranjeros, empresa a la cual siguió no exigua copia de moralistas, tales como el jurista valenciano Domingo Mascó (†1427); el mallorquín Pax con su Doctrina moral collida de diverses actes, de la cual queda un códice del siglo XIV y otros de no mayor interés. [116]
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Proyecto Filosofía en español filosofia.org |
Historia de la filosofía en España Madrid, páginas 97-115 |