Mario Méndez Bejarano (1857-1931)
Historia de la filosofía en España hasta el siglo XX
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Capítulo XIV
El siglo de Oro

§ XI
Conatos de armonismo

Gabriel Vázquez. –Cardillo de Villalpando. –Andrés Laguna. –Sebastián Fox Morcillo y su hermano Francisco.

Entre los aristotélicos que presintieron la posibilidad de la concordia entre la Academia y el Liceo, podríamos colocar al jesuíta Gabriel Vázquez (1551-606), que escribió [260] sus Disputationes Metaphysicae, obra póstuma, impresa en Alcalá (1618), en cuya Aprobación se le aplican las palabras viri, ab incomparabilem doctrinam magni et absolutissimi... En las XXXII disputaciones, iniciadas con el estudio de Analogia Entis, que comprende ontología y teodicea, discute la existencia de Dios con las pruebas ontológica, física y moral y apenas se separa de la escolástica corriente, salvo en el tema de la distinción entre la esencia y la existencia en el mundo y en el concepto propio de la unidad transcendental, pues para él todo cuanto está en el entendimiento divino posee una existencia real, puesto que Dios, atendiendo a la posibilidad, puede hacer las cosas o dejar de hacerlas. En las disputaciones XVI y XVII se desliza de la esfera metafísica para probar la verdad de la fe católica. Un año antes, había impreso la Orden los Opuscula moralia, también póstuma, que abarca los tratados De Eleemosyna, Scandalo, Restitutione, Pignoribus et Hypothesis, Testamentis, Beneficijs y Redditibus Ecclesiasticis. Lo más curioso me parece el dubium V de los Testamentos, encabezado así: An rerum omnium dominium, quod habet haereticus, ante iudicis sententiam amittat: ita vt in conscientia fisco teneatur illa bona statim deferre?

Gaspar Cardillo de Villalpando (1527-81) refuta los argumentos aducidos por Vives y Pedro Ramus contra el estudio de las categorías en la Lógica, distinguiendo esta ciencia de la Dialéctica.

Publicó una Suma de las Súmulas de Pedro Hispano, citada por Cervantes en el Quijote; Apología Aristotelis adversus eos, qui ayunt sensisse animam cum corpore extingui (Alcalá, 1660); Isagogen sive Introductio in Aristotelis Dialecticam (Alcalá, 1557); Eloquentiae et libelarium artium Compluti professore. Breve compendium artis Dialecticae (1599); In praedicamenta, et categorias (1558); In libros de priori resolutiones (1561); Octo libros Physicorum Aristotelis praesertim Questiones quae ad eosdem libros pertinent in contrariam partern disputatas [261] (1567); In libros duos de generatione et corruptione (1568); In topica Aristotelis (1569); In quator libros de Coelo (1576).

El principal mérito de este escritor consiste en fijar la doctrina aristotélica acudiendo a las fuentes. Sus ideas no son muy originales, pero influyeron considerablemente en la cultura española, porque las obras de Cardillo sirvieron de texto largo tiempo en la Universidad complutense. No obstante, su entusiasmo aristotélico sueña en conciliar la doctrina del maestro con la platónica. Ergo peripatetici ab accidenti ita nominati sunt, cum re ipsa cum his qui academici dicebantur, consentirent. La intención merecía loa, pero faltó el talento de Fox Morcillo. Poco influyó en la mentalidad española el médico Andrés Laguna (1499-560), que pasó parte de su mocedad en París y los últimos y más provechosos veinte años de su vida en Alemania. Buen humanista, tradujo del griego al latín los libros aristotélicos De Fisonomia, De Mundo, el tratado de plantas y el De virtutibus, que comenta con respeto, y nos legó larga copia de obras médicas y traducciones. Considerando en conjunto su pensamiento, pues ningún trabajo especialmente filosófico compuso, se le clasifica entre los naturalistas, pero, en realidad, no se aleja del maestro de Alejandro.

Tantas y tan variadas manifestaciones logró la conciencia reflexiva en el siglo XVI que se impuso la necesidad de una síntesis o al menos de un sincretismo racional que recogiese tan múltiples direcciones para fecundar con ellas la formación de una conciencia temporal colectiva.

Con verdadero instinto científico acometió la empresa Fox Morcillo, a mi juicio, la más alta encarnación de la filosofía áurea española.

Menéndez y Pelayo y Bonilla, por su desaforado «vivismo», se obstinan en presentar a Fox en categoría de satélite de Vives, señalando con encarnizamiento lo que en opinión de ambos maestros debió al filósofo valenciano. Ahora bien: ¿existe algún escritor de cualquiera disciplina que no [262] haya tenido precursores y no haya aprovechado algo de su labor preparatoria? La vida es continuidad y nada se pierde, antes bien, enlaza al pasado con el presente y previene el futuro. Sin mermar un ápice los méritos de Vives, no se podrá negar que, si fue el crítico más formidable de su tiempo, anduvo menos feliz al construir que al derruir. No enfocó la exigencia del momento, saltó bruscamente del aristotelismo al campo contrario, sin aprovechar lo correspondiente a ambos, y no dejó un amplio camino abierto a la especulación. Yo no creo que valga más un filósofo por su erudición ni por su crítica, sino por abordar con valentía el problema de su época, con plantear la cuestión y mirarla frente a frente, procurando resolver la incógnita con los medios que le brinden su tiempo y el ambiente en que respira, y tal fue la intención de Fox Morcillo al intentarla conciliación entre los dos momentos de la reflexión socrática, el dialéctico y el lógico; el divino Platón, resucitado por los esplendores del Renacimiento, y el «sotil Aristotil», dictador de la Edad Media, que libraban una definitiva batalla en los albores de una nueva edad.

Sebastian Fox Morcillo nació en Sevilla el año 1528, en la calle de las Palmas, y se bautizó en la parroquia de San Miguel. Fox Morcillo era de nobilísima alcurnia provenzal, pues descendía de los Condes de Foix, según él mismo declara en su obra sobre el estilo. Aprendió a la perfección el latín y el griego en su ciudad natal, trasladándose luego a los Países Bajos y terminando sus estudios en la célebre Universidad de Lovaina, en cuyos libros de matrícula aparecen inscriptos su nombre y el de un hermano suyo, según afirma Menéndez y Pelayo. Tuvo por maestros en aquella Universidad al célebre matemático Jerónimo Frivio y de humanidades a Pedro Nanio y a su sucesor Cornelio Valerio. Este último consultó con Fox Morcillo los libros que escribía, honor que suponía en el filósofo español extensísimos conocimientos porque comprendían magnas de varias facultades. Apenas contaba diez y nueve [263] años de edad cuando terminó una obra sobre los Tópicos de Cicerón, escolios y paráfrasis, lo cual nadie había hecho después de Boecio, y por esto Baillet lo menciona entre los niños célebres por su precocidad. La reputación del filósofo se formó y consolidó tan rápidamente, que Felipe II lo eligió para maestro de su hijo el Príncipe Don Carlos, prefiriéndole a otros ilustres varones que honraban las letras españolas.

Cuando regresaba de los Países Bajos para tomar posesión de su cargo, el mal tiempo que batía el mar del Norte hizo naufragar la nave que lo conducía a España y desapareció para siempre, cuando aún no había cumplido los treinta años y podían esperarse mayores frutos de aquel privilegiado cerebro en todo el apogeo de su genio y la madurez de la reflexión. La Nouvelle Biographie de Hoefer, tomo XXXVI, página 703, apunta la hipótesis de que Fox Morcillo murió el año 1560, coincidiendo con los cálculos de Baillet, aunque Boros señala el 1559 como fecha de tan irreparable infortunio.

Escoto le compuso este digno elogio sepulcral:

Ante diem quid me raptum fugetis, amici?
Fallor? An ingenium docta per ora volat?
Coelo anímam condis, doctis tua scripta Sebasti
Committis, corpas quis tonet? Oceanus.
Spiritus astra tenet, Morsilli scripta diserti
Tellus: corpus ubi est? heu, rapit Oceanus.

De los libros que dejó escritos se han repetido las ediciones y al autor se le otorgaron los honoríficos y singulares epítetos de filósofo prestantísimo, doctísimo, sólido, fundado, &c., en años posteriores a su muerte por críticos de tanto peso como Auberto Mireo, Gabriel Naudé, Gerardo J. Vosio y Mr. Boivin, «para quien su obra de la concordia platónica aristotélica era la mejor y más sabia que se había escrito desde el Renacimiento hasta el siglo XVIII». El malogrado filósofo sevillano dejó escritas unas notas [264] marginales que puso a la aritmética de Boecio firmadas por él que poseía Matute.

Expuso su Física y su Metafísica en las admirables obras In Platonis Timaeum seu de Universo Commentarius (Basilea, 1554), seguida de magnífico y detallado índice y en cuyos cinco libros comenta con independencia la teoría platónica; In Platonis dialogus que Phaedo, seu de animorum immortalitate inscribitur (Basilea, 1556), conocido por In Phaedonem Platonis seu de Animarian immortalitate a causa de viciosa transcripción en la «Biblioteca Nova», donde, como en la anterior, se obstina en exponer el platonismo con fondo cristiano, y más concretamente en su De Naturae Philosophia, seu de Platonis et Aristotelis consensione (Lovaina, 1554).

Dedicó a la lógica De usu et exercitatione Dialecticae (Basilea, 1556), rarísimo libro en que combate la lógica peripatética; De Demonstratione, ejusque necessitate ac vi (Basilea, 1556), donde al tratar del origen del conocimiento rechaza los exclusivismos tanto de Platón cuanto de su discípulo.

Estableció su Moral y su Política en los breves diálogos De Juventute y De Honore, el segundo vertido al francés por Francisco Baraud (París, 1759) y el primero al español por González de la Calle, autor de una excelente monografía sobre Fox Morcillo; en su Compendium Ethices Philosophiae ex Platone, Aristotele, aliisque auctoribus collectum (Basilea, 1554), obra de opulenta erudición; In Platonis X libros de Republica Commentarius (Basilea, 1556), donde esclarece y fija con acierto los conceptos jurídicos y políticos de Platón; y en De Regni Regisque institutione (Amberes, 1556), coloquio entre Aurelio, Antonio y Lucio, según Godoy, torpemente imitado por el profesor aragonés Dr. Juan Costa.

De Philosophici studíi ratione (Amberes, 1621), dedicado a su hermano Francisco, donde recomienda el estudio del griego y la retórica, sirve de introducción general y como de propedéutica a la doctrina filosófica. De situ [265] elementorum, citado por Nicolás Antonio con referencia a Gessner, no me es conocido, así como tampoco Duodecim locorum, &c., citado por él mismo con referencia a Alfonso Chacón.

Al grupo literario corresponden In Topica Ciceronis paraphrasis et Scholia, primer ensayo de Fox Morcillo, compuesto a los veintidós años, dedicado a Don Perafán de Ribera (Amberes, 1550), donde en la indecisión de su pensamiento y estilo aún no formados, ya luce lo que su detractor Baillet apellida bonté d'esprit; De imitatione sive de informandi styli ratione, libro duo (Amberes, 1554), donde campea su rumbosa y ciceroniana latinidad y se adelanta a la célebre frase de Buffon: el estilo es el hombre, y el no menos bello coloquio De Historiae institutione Dialogus (París, 1557), calificado por el batallador bibliógrafo mantuano Antonio Possevino en su Biblioteca selecta de grave y docto (XVI, V, página 225) y por Godoy y Alcántara de «el más didáctico y metódico de todas las Artes de Historia». Impone por primera obligación al narrador el culto a la verdad. «Todo debe narrarse por árido y desagradable que sea». No se ha de omitir circunstancia esencial geográfica, cronológica, de antecedente o consiguiente y el tono debe ser un término medio entre la poesía y la filosofía. Tal es la importancia de la Historia, que «en rigor, todas las ramas científicas son y pueden apellidarse historias».

Mr. Boivin le Cadet, dice de nuestro autor en su memoria presentada a la Real Academia de Inscripciones de Bellas Artes de París con el título de Querelle des Philosophes du quinzième siècle (Tomo III. Historia de la Academia, París, imprenta Real, MDCCXVII): «Vers le milieu du mesme siecle, un auteur Espagnol composa aussi en latin un ouvrage divisé en cinq livres, qu'il dédia a Philippe II pour lors Infant d'Espagne & Roy d'Angleterre. Cet ouvrage qui a pour titre Sebastiani Foxii Morzilli Hispalensis de nature Philosophia seu de Platonis e Aristotelis consensione libri V, fut imprimé a Louvain en l'anne MDLIV. [266] C'est peut-etre ce qu'il y a de plus solide & de mieux ecrit sur cette matiére; & je ne croy pas que personne ait jamais parlé plus elegamment.»

La contradicción entre Platón y Aristóteles, según Fox, consiste en que el Maestro eleva la ciencia a los principios y el discípulo viene a las cosas sensibles, en la doctrina platónica de la idea y la peripatética de la forma. Fox ataca el problema unificando la idea con la forma en un principio superior, pero no los identifica, sino que afirma su distinción en el hecho de buscar un principio de unidad para resolver la antinomia.

Ambos conceptos se presuponen, pues la distinción entre ellos, en cuanto elementos integrantes de la substancia, no pasa de constituir una abstracción. Materia sin forma es tan inconcebible como forma sine materia.

No sin razón asegura Menéndez y Pelayo que Fox planteó el problema en sus verdaderos términos y sobre más sólida base que Pico de la Mirándola.

Si Platón separa la idea de las cosas y Aristóteles la une a ellas, la idea platónica contiene las ideas de los singulares, y si el estagirita reconoce una forma divina, origen de las particulares, ambas fórmulas se confunden; la materia y la forma requieren para razón de ser un principio unitario y superior que las abrace, la idea divina. Podría decirse que Aristóteles comunica la vida a la ontologia platónica y que Platón da fundamento y razón a la biología de Aristóteles. La ciencia puede referirse a la contemplación o a la acción. La contemplación concierne a las ideas fundamentales (Teología o Metafísica), a la magnitud (Matemática) o a los cuerpos y las fuerzas (Física). La ciencia de la acción es la Ética.

El dato suministrado por el sentido no es en sí el objeto del conocer: éste recae sobre el ente (tò'òn o ens). La inteligencia, como facultad adecuada a su objeto, no puede equivocarse en lo relativo a la esencia de los seres.

Los sentidos no conocen, puesto que no disciernen; pero sus datos son indispensables. La especulación y la [267] experiencia se completan mutuamente; por eso, aunque entusiasta de Platón, recomienda la eficacia del procedimiento inductivo. Methodi autem est... universam rem propositam ordine apto et convenienti tractare ac ponere. Cree que los sentidos corresponden a los elementos y, si en la teoría de la visión conviene con Vives, nadie podrá negar que la expone con mayor exactitud que el valenciano y el cono de los rayos luminosos responde a la realidad mejor que la pirámide de Vives.

Nihil est in intellectu quod prius no fuerit in sensu, decían las escuelas, pero mucho antes de que naciera el filósofo que había sabiamente de añadir nisi intellectus ipse, había añadido el español: excepto las nociones naturales del mismo entendimiento.

Así se apartaba de la absurda teoría de las especies sensibles y de la no menos absurda del conocimiento directo que había profesado Gómez Pereira. Nec sensus sine iisdem notionibus satis ad scientiam pariendam sunt, nec sine sensibus ipsae notiones.

No le repugna la idea de las localizaciones cerebrales, pues cree que la animae sentienti facultas o sentido común, se halla in anteriori cerebri parte posita, enlazando así el platonismo con el materialismo sevillano de Alonso de Fuentes, que, como queda dicho, proviene de fuente mística y por ende de raíz platónica.

Admite con Platón las ideas innatas (ser, esencia, accidente, modalidad, axiomas matemáticos e ideas fundamentales de moral), «pero estas nociones, escribe Menéndez Pelayo, en Fox no son meras formas subjetivas como en Vives ni ideas innatas virtualiter como en Leibniz», sino proyeciones de la idea divina.

A los dos modos del conocimiento, ascendente y descendente, corresponden los dos procedimientos, analítico y sintético.

«El sistema de Fox, decía el Dr. Laverde, implica una verdadera revolución en la dialéctica tradicional y el regreso a la platónica, pero ensanchada en términos de caber [268] dentro de ella hasta la inducción de Vives y de Bacon, a la cual nuestro filósofo confía la tarea de demostrar a posteriori las mismas verdades per se notas.

El hecho mismo de haber planteado con tanta precisión y claridad las dos cuestiones capitales de la filosofía, en un tiempo en que la erudición, desbordándose, anegaba lo esencial bajo la balumba de los pormenores, es ya indicio seguro de un soberano talento filosófico.»

Verdadero pensador, relega el principio de autoridad, y en el tratado de Studii philosophici ratione señala una de las principales fuentes de error, el jurare in verba magistri. «El método, dice, que siempre me propuse en mis estudios filosóficos fue no seguir por sistema a ningún maestro, sino abrazar y defender lo que me parecía más probable... Juzgo que el amor a la verdad debe anteponerse a toda autoridad humana».

Sin embargo, existe una autoridad a la cual ni Fox ni ningún pensador de su tiempo podía sustraerse, el dogma cristiano. Esta entonces inevitable sumisión obliga a nuestro filósofo, pese a la sinceridad de su independencia, a separarse de Platón, su predilecto guía, en ciertas cuestiones relativas a la creación ex nihilo, como observa justamente Bores, a las ideas divinas, a la creación y a la causa del mal que no puede residir en Dios: «Quaequmque ait ille in hoc mando facta sunt a Deo bona sunt, mala vero ab ipso provenire nequeunt mali enim auctor non est». También corrige a Vives en la afirmación agens preaecipuum habitans in corpore apto ad vitam. Fox no cree que el alma sea una actividad habitando en un instrumento idóneo, sino sostiene la unidad humana, In corpus descendente integro animal constituere, si bien ambos no disfruten de la inmortalidad, reservada al espíritu en virtud de las razones que aduce, creencia que tropieza con la grave dificultad de conciliar una distinción esencial con una unidad integral. Esta diferenciación hecha por Fox, esta secretio animi a corpore, podrá en la crisis de la muerte respetar el alma; pero ¡ay! no respeta al hombre. [269]

Muestra Fox un ánimo perfectamente equilibrado, sediento de hallar la verdad y poco dócil a las sugestiones de menudos exclusivismos; por eso no se dejó arrebatar del misticismo, peligro de todos los platónicos de su era, y mantuvo en su justo límite los derechos del método experimental. De igual suerte, al cerrar contra el formalismo escolástico, no incurre en las procacidades de Vives, censura a los decadentes con mayor severidad que a los grandes escolásticos, y tanto aprovecha de éstos en el método, cuando ha lugar, que mi excelente y llorado amigo don Eduardo Badía, quizá con más ingenio que exactitud, calificó a nuestro filósofo de «un buen escolástico en los malos tiempos de la escolástica».

Con perfecta justicia pensaba Cánovas del Castillo que Sebastián Fox «no tuvo entre los filósofos españoles de su tiempo iguales, ni dejó tampoco quien siguiese su ejemplo en esto de aplicar el poder de la razón, fortificada por el estudio profundo de la madre de las ciencias, al análisis y exposición de las cuestiones políticas».

Ética es «el arte de informar rectamente los costumbres». Los hombres, siendo libres, contraen responsabilidad por sus acciones. Al tratar de los deberes, de la familia y de la mujer, se expresa con una nobleza y clarividencia digna de un sublime moralista. La pasión se define: impetus animae appetitoriae sentientis ex imaginatione boni aut mali ortus.

En materia político-social, arranca Fox de la sociabilidad humana que, por ser esencial, desenvuelve un instinto al cual deben su origen las agrupaciones humanas. Las sociedades requieren un principio de autoridad. La forma de la organización constituye el derecho. No comprendiendo la política divorciada de la moral, rechaza con indignación la mentira y la perfidia disfrazadas con el nombre de razón de Estado. Las leyes, dice, como Krause en el siglo XIX, son las formas del Derecho. Su contenido es quam recta ratio praescribens quae agenda ex virtute sint, prohibensque contraria. [270]

El Estado carece de capacidad para definir en materia científica. La enseñanza religiosa corresponde al clero y no al Estado. González de la Calle, en su preciosa monografía, observa con justicia que en el libro De Rege del P. Mariana, se hallan ideas muy semejantes a las de Fox sobre las formas de gobierno «con la particularidad de que el célebre jesuíta acalla sus dudas declarándose monárquico y el filósofo de Hispalis, cuando sus convicciones vacilan, siente marcadas preferencias por la forma republicana, «en lo que no menos acreditó su buen juicio, abandonando intransigencias, «se inclina a creer que la república conviene a los pueblos más cultos y la monarquía a los menos civilizados». (Comp. Ethices, t. III, c. IX. G. de la Calle, p. 203.) En fin, condena la esclavitud, pide la abolición gradual de los mayorazgos y discurre con increíble acierto para su tiempo acerca de los impuestos, gastos y temas financieros.

En el paralelo trazado por G. de la Calle entre las ideas económicas de Fox Morcillo y el P. Mariana, resalta el claro sentido del primero hermanando aquellos dictados de la general sindéresis, que pudiéramos llamar humanos por cernerse sobre las contingencias geográficas y cronológicas, con los apotegmas circunstanciales adaptados a la necesidad de los tiempos.

Defiende Fox la implantación de nuevas industrias; censura la exportación de primeras materias laborables en el país; pide una ley de vagos con magistratura ad hoc y una racional distribución de la riqueza, adelantándose a las modernas legislaciones en indicar la supresión de mayorazgos, convirtiendo en vitalicios todos los honores, progreso a que no hemos llegado todavía; propone que se evite la compra de grandes cantidades de granos, debiendo adquirirse subsistencias por cuenta del Erario; traza una reforma de la tributación, sobre la base de la universalidad y proporcionalidad del impuesto, y propugna la organización administrativa de la Hacienda.

Tantas luminosas ideas y anticipaciones contenidas en [271] el libro De regni reg. inst., justifican la razón con que el autor citado lo considera sembrador de ideas económicas y, yendo más allá que él en mi juicio, sostengo que no podrá escribirse la historia de las doctrinas económicas en nuestra patria, sin que figure en primer lugar el nombre de Fox Morcillo.

La labor llevada a cabo por Fox Morcillo merece legítima admiración, y su personalidad como filósofo tiene un relieve marcadísimo en la historia. En sus comentarios del Fedon y del Timeo había trazado con segura mano las analogías y las diferencias entre el platonismo y el aristotelismo. El profundo conocimiento de estos dos eternos polos de la especulación, le sugirió la idea de que la verdad pudiera hallarse en la congruencia de ambas doctrinas, y tan magnífica obra de sincretismo fue la que emprendió en su De natura philosophiae seu de Platonis et Aristoteles consensione, adelantándose a la intención de Leibniz.

También en la teoría literaria se anticipó a Buffon, estableciendo la personalidad como sello de estilo; pero más filósofo que aquél, concedió a la objetividad lo que de derecho le corresponde, partiendo de este aforismo capital: «Ha de acomodarse el estilo al asunto, no el asunto al estilo», doctrina tan perfectamente reforzada con el ejemplo en sus escritos filosóficos, y más aún en sus gallardas dedicatorias, que Gabriel Naudeo cuando hablaba de él afirmaba «que dijo mucho en poco» y Auberto Mireo le llamó «el filósofo más elocuente de su edad».

Hermano del eximio pensador Sebastián, que le dedicó su tratado De Philosophici siudii ratione, Francisco Fox Morcillo dejó manuscritos trabajos de Derecho. Era además cultísimo literato y humanista, pues poseía el latín y el griego, lenguas que estudió en Sevilla bajo la dirección del famoso maestro Alonso de Medina. Adquirió tan exquisita erudición en las escuelas de su patria, emporio de la civilización española, y estuvo después en Lovaina.

Profesó en el histórico monasterio de San Isidoro del Campo y, como todos los monjes de aquella comunidad, [272] se convirtió al protestantismo. Perseguido y preso por sus ideas religiosas, abjuró; mas habiéndole afeado su debilidad Fray Fernando de León, correligionario y compañero en la prisión inquisitorial, se retractó de su abjuración y pereció en el auto de fe de 1559.

Menéndez y Pelayo en su Historia, de los heterodoxos españoles, habla de Morcillo sin sospechar que fuese hermano del filósofo. Inconvenientes de la costumbre castellana de preferir el apellido materno y suprimir el paterno. En las notas a la traducción de la obra de Reinaldo Montano De Inquisitionis Hispanicas Artes, por Skinner, se le llama Foxio Morcillo, y se añade que era el hermano de Sebastián Foxio Morcillo, escritor de filosofía.

¡Trágico y prematuro fin tuvieron ambos esclarecidos hermanos con la complicidad de los elementos y el fanatismo!


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Historia de la filosofía en España
Madrid, páginas 259-272