Mario Méndez Bejarano (1857-1931)
Historia de la filosofía en España hasta el siglo XX
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Capítulo XVI
El siglo XVIII

§ III
Los sensualistas

Introducción del sensualismo francés e inglés. –Empeño en armonizarlo con la ortodoxia. –Verney. –El P. Monteiro. –El P. Eximeno. –El P. Andrés. –El P. Nájera. –Avendaño. –López de Zapata. –Pereira. –Campos. –El P. Alea. –El P. Ignacio Rodríguez. –El P. José Rodríguez. –El P. Tosca. –Andrés de Santa Cruz.

Como el espíritu humano no podía ya descansar sobre el artificio escolástico y los sistemas idealistas se habían oscurecido en España, la inquietud investigadora acogió sedienta el sensualismo inglés y francés, cuyas doctrinas prendieron con tal vigor que, sin reparar su índole materialista y atea, la aceptaron eclesiásticos de todas las órdenes y personas religiosas que juzgaban, sin duda de buena fe, cohonestar la profesión de doctrinas irreligiosas con alardes de ortodoxia y aparente respeto a la revelación. La sinceridad que presidiera a sus declaraciones materia es que, oculta en el interior de la conciencia, no permite ajena inspección.

Dos traducciones de la Lógica de Condillac aparecieron al final del siglo: una literal en 1784, debida a D. Bernardo María Calzada, procesado por la Inquisición; otra puesta en diálogos y seguida de un apéndice sobre la crítica de los conocimientos, por D. Valentín Foronda, en 1794.

En la difusión del sensualismo por España, influyó no poco el portugués Luis Antonio Verney, que en su Verdadero método de estudiar para ser útil a la república y a la Iglesia (1760) combate el aristotelismo, deprime la silogística, rechaza la ontología y los fundamentos de la ética, refiere las ideas a las sensaciones, presenta la reflexión [350] actuando únicamente sobre los datos sensibles, forma las ideas relativas por la comparación de las simples, y las universales por la consideración de cosas semejantes en conjunto, prescindiendo de las diferencias. «Metafísica intencional es pura lógica. Metafísica real es pura física, y todo lo demás son puerilidades».

El jesuita P. Ignacio Monteiro (probablemente portugués, pues con tal carácter figura en la bibliografía de la orden), motejado por Menéndez Pelayo de «desertor de todos los campos», desterrado con toda su orden, militó en su juventud en la falange aristotélica, pasó rápidamente por el atomismo, saltó al cartesianismo y al fin paró en el experimentalismo. Él creyó de buena fe que su tránsito por tan varios sistemas le concedía patente de ecléctico y tituló su libro Philosophia libera seu eclectica (Venecia, 1766). Se comprende que reivindique la libertad de pensar en las materias no religiosas, porque nadie usó ni acaso abusó más que él de ese derecho. En el informe conjunto de ideas que constituyen su Lógica, sigue a los escolásticos y de pronto propugna las ideas innatas al modo de los platónicos, atribuyendo a los sentidos la formación de las ideas inferiores y otras a la meditación. Divide la Filosofía en pneumática, moral y física, clasificación que no comprendo cómo Menéndez y Pelayo dice «que se aparta de todos los preceptistas», antes bien, carece de novedad por coincidir poco más o menos con la división tradicional de las escuelas griegas. Si su lógica reúne en absurda mezcla el experimentalismo y el innatismo, su moral se inspira en el sensualismo, declarando haber aceptado teorías de Helvecio, y su física, parte la más recomendable de su Curso, brinda la sorpresa de no admitir sino en parte la teoría de Newton sobre la atracción. Sus doctrinas físicas se basan en la observación, la experimentación y el cálculo. Dos años después, dio a la publicidad su Principia Philosophica Theologiae atque religionis naturalis (Venecia, 1778).

El jesuita valenciano Antonio Eximeno y Pujades (1729-808), entusiasta de Locke y de Condillac, [351] anatematiza el aristotelismo y cae de lleno en la lógica sensualista que anima su tratado De studiis philosophicis et mathematicis instituendis (1789), librito de unas 300 paginas, y en sus Institutiones philosophicae et matematicae (1796), sólo parcialmente conocida, pues sólo se imprimieron dos volúmenes que comprenden la dialéctica, la metafísica, la moral y el derecho. No obstante sus aficiones sensualistas, asienta que el alma humana es substancia, es decir, entidad subsistente por sí y distinta del cuerpo (II, 1. IV, c. I). Mas no puede evitar su repugnancia a la metafísica, como se nota en el título del Tractatus Primus de la Dialéctica: De rebus quas vulgo metaphysicae vocant.

La idea es para Eximeno una sensación renovada, pues todo acto anímico va unido a una sensación placentera o desagradable. Ninguna idea, incluyendo la de Dios (¿Quid a sensibus magis alienum quam Deus? &c.), procede de otras fuentes que los sentidos. Todas las percepciones permanecen en la retentiva y se enlazan unas con otras, y con todas las impresiones recibidas en el cerebro. La actividad del espíritu consiste en comparar, enlazar y ordenar las sensaciones elevadas a ideas. Comparadas las ideas individuales, el espíritu abstrae la nota común y extrae las ideas generales. Entiéndase que se refiere al espíritu humano, pues los animales, aunque juzgan y, por tanto, piensan, carecen de la facultad de generalizar (Inst. II, 152 Y sig.), puesto que el alma de los brutos non est entitas absoluta ab omni materia prima entitative distincta (II, prop. IV) y caret cognoscitiva (pr. X).

De semejante lógica fácil es comprender la índole de la moral que se desprende. La voluntad se determina por razón del placer o del dolor actual y, por eso, los actos humanos tienen por fin la utilidad, pues la vida misma se nos ofrece como finalidad halagüeña hacia cuyo disfrute conspiran todas las actividades humanas.

Sigue las huellas de los anteriores el P. Andrés (1740-817), conviniendo con Condillac en que los sentidos brindan la única fuente de conocimiento y reduciendo las [352] funciones anímicas a la metamorfosis de la sensación. Prospectus de Philosophia universae disputatione (1773).

En dos campos opuestos figuró el franciscano Juan de Nájera. Acérrimo atomista en su primera época, defendió la doctrina en su libro Maignanus redivivus (Tolosa, 1720), mas, arrepentido de sus opiniones, se revolvió contra la escuela de Descartes y formuló una completa retractación en aras de la escolástica con su segundo libro Desengaños filosóficos (Sevilla, 1737). El Maignanus es una disertación fisicoteológica, dividida en tres partes, una general, otra de disputaciones referentes a la Eucaristía y dos apologías en que responde a las objeciones del P. Palanco y a las Dr. Lessaca.

En la palinodia titulada Desengaños filosóficos, nos dice arrepentido: «La Philosophia de Aristóteles procede satisfaciendo a los sentidos y al entendimiento... La experiencia también ha convenido que el estudio de las Escuelas es el que ha permanecido, y que los otros apenas nacen cuando mueren. Y si los Escolásticos no hicieran algunos imprudentes empeños por contradecirlos, se hubieran dissipado mas presto... Cierro éste y los otros Desengaños. Lo que se sabe de Philosophia, es poco; y ello se sabe por el abstracto systema de las Escuelas» (Desengaño III, p. 105).

Un teólogo atomista, Alexandro de Avendaño, decidido innovador, publicó los Diálogos philosoficos en defensa del atomismo y respuesta a las impugnaciones aristotélicas del R. P. M. Francisco Palanco, &c. (Madrid, 1716), precedido de extenso prólogo o censura, escrito por el Dr. Diego Matheo Zapata, que, en el párrafo 182, proclama a Platón «príncipe de nuestra filosofía atomística». En pos del preliminar firmado con el nombre de Francisco de la Paz, «profesor teólogo» y la respuesta, conversan Aristotélico y Atomista, dedicando los siete primeros diálogos a refutar las tesis del Sr. Palanco y los cuatro últimos a vindicar la doctrina maignanista. Vencido, al fin, Aristotélico se rinde con estas palabras: «No puedo resistirme [353] ya a vuestras sólidas razones y agudezas; y assí contadme por vno dé los muchos apassionados, que tiene esta doctrina, infamada quizás por inteligencias siniestras».

D. Diego Matheo López de Zapata, médico murciano, autor de varios libros de su facultad, enconado adversario del estagirismo y franco atomista, dio a la estampa El Ocaso de las formas aristotélicas, cuyo título excusa de indicar su índole filosófica. De esta obra póstuma sólo vio la luz el primer tomo. Perseguido por la Inquisición, Zapata, acaso el más serio crítico del aristotelismo en su época, sufrió prisión en Cuenca y salió a la vergüenza en solemne auto público de fe.

Podría agregarse a este grupo Luis José Pereira, autor de Teodicea o religión natural, pequeño libro que podemos referir a 1771, aunque carece de año de impresión. Nació en Evora, estudió en Leiden y pasa por español a causa de haber ejercido en Madrid. Se propone en esta obrita defender a los médicos de la nota de materialismo, procediendo, después de justificar la legitimidad del acceso de los médicos a la filosofía, a establecer definiciones, postulados y 43 proposiciones, infiriendo la idea de la espiritualidad de Dios, la inmortalidad del alma humana y la esencia del derecho natural, cuyos preceptos obligan a todos. Trata de elevarse desde el conocimiento de la anatomía al de la causa primaria. La inteligencia activa, la eternidad de la materia y la esencialidad del movimiento y cuanto transcienda a idealismo debe ser rechazado por Pereira, para el cual no existe más que un elemento lógico, los sentidos, y uno biológico, la Providencia.

Ramón Campos, nacido en Burriana y fallecido en 1808, publicó Sistema de Lógica (Madrid, 1790) y, ya en el siglo XIX, El Don de la palabra (1804), inspirados en el escolasticismo nominalista. Una de las curiosidades de la doctrina de Campos, explanada en su libro, consiste en reducir las facultades intelectuales a la imaginación y la memoria y en sostener que la abstracción no es función del entendimiento, sino del lenguaje articulado, de suerte que no [354] hay medio de infundir ideas abstractas a los sordomudos de nacimiento. Coincide en el fondo de la doctrina con la tesis del tradicionalista Bonald: «L'homme pense sa parole avant de penser sa pensée.»

El P. José Miguel Alea, también sensualista, rebatió, no obstante, la exageración de Campos en artículos que publicó en Variedades de Ciencias, Literatura y Arte y recogió luego al final de sus Lecciones analíticas destinadas a los sordomudos (1807).

Hollando en el sendero abierto por Alonso de Fuentes y seguido por Sabuco, Huarte y Pujasol, el P. Ignacio Rodríguez (1763-808), de las Escuelas Pías, dio a la estampa su tratadito, poco más de 300 páginas in 4.º, titulado Filosófico discernimiento de ingenios para artes y ciencias (1785). En los veinte artículos de que consta este libro, estudia la etimología y significación de la palabra ingenio; la conformidad del ingenio con la naturaleza; las clases de ingenio y el modo de descubrirlo; las diferencias por razón de naciones, edades y otros accidentes; el ingenio que funda la Poesía, la Oratoria, la Jurisprudencia, la Medicina y la Milicia, y los medios de conservar el ingenio. No hay novedad en los temas dilucidados por sus antecesores, a los cuales sigue también en el criterio sensualista. «Que el ingenio y despejo del alma se rastree por el temperamento del cuerpo a ninguno debe causar maravilla si considera que aun los dotes morales del alma, que son más ocultos, se conocen a veces por las señales corporales, por la fisonomía y por el ademán.» La sumisión de la psiquis a la fisiología, se declara sin ambages: «Quatro condiciones pienso yo que deben acompañar a la substancia interior de la cabeza: 1ª Buena organización y contextura. 2ª Unión de partes. 3ª Que ni el calor sobrepuje a la frialdad, ni la humedad a la sequedad. 4ª Que conste de partes sutiles y delicadas. A estas quatro calidades podemos añadir como la principal, que su substancia sea en bastante porción.»

Si en el fondo nada añade, su estilo fluye con más elegancia que el de Huarte y, aunque no escatima las citas [355] clásicas, a fuer de distinguido humanista y traductor de las Instituciones oratorias de Quintiliano (1799) en colaboración con el P. Sandier, no las acumula con la pesadez y presunción de su modelo.

Más que filósofo puede llamarse apologista, aunque decidido prosélito del método experimental, el cisterciense P. José Rodríguez, pues su Philoteo (1776) se propone demostrar la forma y finalidad de la creación, inferidas de la naturaleza. No se muestra intransigente. Salvando el dogma de la creación, que «era lo necesario y por eso está claro en las Sagradas Letras», el hombre puede lícitamente investigarlo todo y discutirlo según sus luces. Las pruebas físicas que se alegan en el diálogo, que tal es la forma socrática del Philoteo, entre los dos católicos y los dos librepensadores, pudieron tener algún valor en su tiempo; hoy ya no convencen a nadie. Al modo de los experimentalistas coetáneos suyos, se desposa con la revelación y este mismo soplo anima la Palestra crítico-médica y el Nuevo aspecto de teología moral, mas embiste contra Newton y Fontenelle, sobre todo contra la teoría de la pluralidad de mundos habitados.

Atomista moderado y ecléctico, el P. Tomás Vicente Tosca, del oratorio de San Felipe Neri, distribuye los cinco tomos de su Compendium Philosophicum (Valencia, 1721) en forma semiaristotélica. En primer lugar estudia la Lógica, sive Philosophia rationalis y siguen los tratados De Metaphysica intentiotiali, donde estudia el Ente y sus cualidades; De Physica generali et commanioribus Corporis naturalis affecfionibus; los tratados cosmológicos, o sea los relativos al Mundo, Cielo y Cuerpos celestes; el De Elementis, ac Mixtis, quae ex ipsis componuntur; los de los Meteoros, fósiles, minerales y plantas; el de los animales, sive de robas vita et sensu praeditis, y termina con el de Metaphysica reali que comprende el estudio del alma humana, los ángeles, los demonios y Dios. Aunque parezca extraño, dada su condición eclesiástica, propugna la doctrina atomística por la imposibilidad de subdividir hasta [356] lo infinito, frágil argumento, ya esgrimido en De rerum natura, pues la imposibilidad del procedimiento para el hombre, ser finito, no supone su imposibilidad para la Naturaleza infinita. En el debate acerca del alma de los brutos, considera la forma brutorum material, perecedera y sin facultad de conocer (V, 10 y sig.). Por más que se busquen atenuantes, si no por declaración de la Iglesia, al menos por exigencia de la lógica, el atomismo será siempre hijuela de la filosofía materialista.

Palpable ejemplo de los extremos a que arrastra el prurito de conciliar ciertas doctrinas científicas con el sentimiento religioso, nos ofrece D. Andrés de Santa Cruz, natural de Guadalajara. Pasó este pensador la mayor parte de su vida en el Extranjero; fue preceptor de los hijos de un príncipe alemán hasta 1790 y se instaló en París durante los tormentosos días de la revolución. Cuando Robespierre intentó poner dique al imperante ateísmo con aquellas palabras «No hay más Dios que el Ser Supremo; su templo, el universo; su culto, la virtud», fundó Santa Cruz la Sociedad de Theofilántropos, entre cuyos socios figuraron personalidades tan señaladas como Bernardino de Saint Pierre. No obstante la mofa de la prensa, la comunidad reclutó prosélitos en el Norte de Francia y llevó próspera existencia hasta que la división de sus miembros la escindió en dos grupos: uno, fiel al deísmo idealista; otro, que exigió un culto e inventó una liturgia, afirmando la vida futura en este lema colocado en su templo: «La muerte es el principio de la inmortalidad». Esta nueva iglesia brindó refugio a los tímidos contra el desconsuelo ateísta. El movimiento de reacción política perjudicó a la comunidad, pues si se respetó su derecho a la vida, se le prohibió congregar, cual antes, a los adeptos en edificios nacionales. Santa Cruz regresó a España, presentándose en Bilbao derrotado y famélico sin más bagaje que una maleta con dos o tres ejemplares de su obra Le culte de l'humanité, impresa el año V de la República. Es un libro de poco volumen, inspirado en las [357] doctrinas del Barón de Holbach. El catolicismo, dice Santa Cruz, está ya gastado, se ha convertido en enemigo de la libertad humana y las pocas ideas útiles que propaga se desprestigian al encerrarlas en símbolos incomprensibles. Para la felicidad de los hombres, basta la moral universal. La ley natural puede suplir con ventaja a la religión. Esta crea egoístas y la tolerancia es, sin duda, la mayor de las virtudes.

Cuando sólo se admite el conocimiento experimental sensible, hay que rechazar todo lo que no cae bajo la jurisdicción de los sentidos, se impone la concepción materialista, y las ideas, el espíritu, Dios, se desvanecen como el humo en los horizontes de la conciencia.


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Historia de la filosofía en España
Madrid, páginas 349-357