Mario Méndez Bejarano (1857-1931)
Historia de la filosofía en España hasta el siglo XX
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Capítulo XVII
El siglo de las luces

§ VI
El kantismo

Precursores: D. Manuel y D. Ignacio María del Mármol. –Rey y Heredia. –El neo-kantismo. –Perojo y la «Revista Contemporánea». –Revilla. –Papel del neo-kantismo. –Decadencia de la filosofía.

Nada emerge sin precedentes en el mundo físico ni en el de las ideas. Corazón de inagotable generosidad, espíritu amplio y liberal, dotado de las más variadas aptitudes, el Dr. Manuel María del Mármol (1776-840), conocido por «el insigne sacerdote», era figura que destacaba, no sólo en la cultura hispalense, sino en la mentalidad española de principios del siglo XIX.

En 1823 desempeñó, por encargo del Gobierno, un establecimiento público de Gramática, Poesía latina, Francés y Matemáticas. Muy contra su voluntad, desempeñó cátedras de Teología, Filosofía, Taquigrafía, Geografía, Astronomía, Cosmografía, Literatura e Historia. Contrariado con tal diversidad de disciplinas, elevó en 1823 respetuosa exposición en solicitud de que se le volviese a su clase de [453] Filosofía, sin perjuicio de explicar cuantas materias dispusiese el Gobierno. La Filosofía era su afición, su vocación decidida. Durante su larga vida de profesor combatió el escolasticismo, entonces dominante en las aulas, sustituyendo, como decía Lista, «la enseñanza de las ideas a la enseñanza de las palabras». Su pensamiento se inclinaba a la Filosofía de Wolf, que había desenvuelto con originalidad el sistema de Leibniz.

Para uso de sus discípulos extractó la Lógica del Genuense, que, arrancando de Wolf, venía como a allanar el camino a la escuela escocesa, y redactó otros tratados filosóficos en abierta oposición al ergotismo escolástico.

Tampoco permanecía extraño a las ciencias físicas. Tradujo El Mundo físico y el Mundo moral de A. Libes, enriqueciendo con notas la versión. Publicó un cuaderno acerca de los rumores esparcidos entre el vulgo, y en su tiempo casi todo el mundo era vulgo en materias científicas, de peligrosas aproximaciones entre la Tierra y la Luna. Su folleto sobre El Barco de vapor, escrito durante una enfermedad, muestra la noble impaciencia del científico que se traslucía en su comunicación dirigida a la Universidad al remitirle el folleto en 25 de Agosto de 1817. «El barco de vapor, decía, que empieza a navegar por el Guadalquivir, es tan interesante y tan nuevo para nosotros, que exige un escrito en que se dé la idea de él, de su máquina, sus progresos y sus ventajas. Me parecería una falta de Sevilla y su Universidad que no hubiese un hijo o individuo suyo que desempeñase este asunto. Lo ansiaba con impaciencia, a causa del amor que tengo a mi patria y a mi madre la Real Universidad.»

La sinceridad de su corazón despreciaba la dialéctica ergotista; «porque era para él la verdad superior a todas las consideraciones de reputación literaria, a todos los cálculos de intereses» (Lista). Puede asegurarse que preparó el campo de la reflexión para la semilla kantiana que aún debía tardar en florecer.

Su hermano, el canónigo D. Ignacio María del Mármol, [454] fallecido en 1840, cuya bio-bibliografía he escrito en mi Diccionario de escritores hispalenses (t. II), nada filosófico dejó impreso, pero en la Biblioteca universitaria de su patria existe, primorosamente encuadernada, una elegante tesis latina de D. Ignacio sobre la entonces batallona cuestión del alma de los brutos (10 Maij. 1793).

D. José Rey y Heredia nació de paupérrima familia en Córdoba el 8 de Agosto de 1818; por su esfuerzo llegó a ocupar cátedra en los Institutos de Ciudad Real y Madrid y herido por la tuberculosis falleció en su patria el 18 de Febrero de 1861.

Apasionado de las Matemáticas, dio a la publicidad su Teoría transcendental de las cantidades imaginarias (1865), «sin duda la obra más original que el movimiento kantiano ha producido en España» (Menéndez y Pelayo), entusiastamente acogida por el público perito, y sus Elementos de Lógica y Ética, que casi monopolizaron la enseñanza oficial durante muchos años. La Ética es una verdadera creación para su tiempo, dado el atraso de los estudios filosóficos en España, y parece señalarla transición de la moral kantiana a la del filósofo de Nobitz.

Con las añoranzas de Kant sentidas en Heidelberg por el profesor Vischer y propagadas por Lange, vino de Alemania a España en pleno apogeo del krausismo el cubano D. José del Perojo y Figueras (1852-908), hombre activo, emprendedor y apasionado de la filosofía. Sus estudios sobre Kant y los filósofos contemporáneos, Schopenhauer, la antropología y el naturalismo y objeto de la filosofía en nuestros tiempos, fueron recogidos con otros de literatura y política en la obra Ensayos sobre el movimiento intelectual en Alemania (1875), obra incluida en el Índice de libros prohibidos por la Iglesia. De filosofía publicó además Haeckel juzgado por Hartmann (1876) y La ciencia española bajo la Inquisición (1877). A su bibliografía debe añadirse traducciones de Kant, Draper y otros autores.

Fundó la Revista Contemporánea, desde la cual riñó descomunal batalla, negando la realidad de la ciencia y la [455] filosofía española, secundado por el Sr. Revilla, con el entonces joven Menéndez y Pelayo. Al fin, ¡oh paradoja del destino!, el heterodoxo puesto en entredicho acabó sus días siendo diputado maurista, y su revista, heterodoxa y avanzada, murió en manos de D. José de Cárdenas, de un hombre de la derecha.

D. Manuel de la Revilla y Morera (1846-81), hombre de talento claro y no profundo, dotado de palabra tan fácil como su pluma, publicó estudios de filosofía islámica e india harto ligeros y se inició en la especulación dentro del cenáculo krausista. En esta época escribió libros en colaboración con González Serrano y un programa de literatura con D. Francisco Giner. De pronto, se desvió de la escuela y abrazó el neo-kantismo, dedicándose a zaherir cuanto pudo al krausismo y a negar la realidad de una filosofía española, en unión con D. José del Perojo, desde la Revista Contemporánea.

No parece extraña la defección: Revilla, con todo su talento, carecía de estructura cerebral metafísica y, a mi juicio, no llegó jamás a penetrar en la entraña del sistema de Krause. Su misma obra de Literatura en colaboración con Alcántara lo delata, pues el tomo I, redactado por él, donde trata la Estética y las generalidades de la ciencia literaria, no es más que la Estética de Krause, desnaturalizada por imperfecta visión de los principios, y la Literatura de don Francisco de P. Canalejas, despojada de su alto sentido y su brillante idealidad. Por eso siempre anduvo vacilante su criterio y de cuanto habló o escribió sobre filosofía no puede recoger la crítica una sola afirmación.

No tenía el neo-kantismo otro valor que el de un puente por donde los krausistas poco convencidos pudiesen derivar al positivismo, y así aconteció con muchos, incluso D. Nicolás Salmerón.

Firmes y consecuentes, los andaluces Giner de los Ríos, Federico de Castro y Francisco de P. Canalejas no siguieron a Salmerón, Sales y demás neo-spencerianos, permaneciendo leales custodios del credo panenteísta, sin [456] renunciar a su representación personal dentro de la escuela. Parecía que el racionalismo, como ejército derrotado que busca un punto de apoyo en que rehacerse, se replegaba sobre Kant para resistir y avanzar de nuevo.

En pos de aquel generoso movimiento, se apagó el amor a la filosofía. Los amores científicos arden desinteresados, y en la atmósfera positivista de la Restauración, donde todos los ideales políticos y morales se extinguieron; donde vimos egoístas e inmorales a hombres que en anteriores etapas habían por sus ideas y por su patria sacrificado el bienestar y expuesto hasta la vida; donde los romanticismos y heroísmos se vieron escupidos y ridiculizados por la concupiscencia y el cinismo, no podía florecer el árbol de la ciencia pura, que sólo vive con el riego de la abnegación, en el ambiente del amor y al sol de los magnos ideales.

Así como la vetusta Escolástica pidió al experimentalismo barniz idóneo para tapar sus venerables arrugas, así para encubrir las suyas, menos pronunciadas, el kantismo se desvió de la mater et magistra omnium scientiarum y se acercó a los laboratorios. Iniciado el movimiento por Renouvier, tomó cuerpo en Marburgo, merced a las aportaciones de Federico Alberto Lange y de Hermann Cohen, que basaron la Lógica sobre las matemáticas y la física, estrechando el contacto entre la filosofía y la ciencia experimental. Esta dirección, llamada neo-kantista, distinta del neo-kantismo anterior, aunque nacida de él, por no haber logrado hasta este siglo adeptos en España, queda cronológicamente fuera de nuestro cuadro.


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Historia de la filosofía en España
Madrid, páginas 452-456