Filosofía en español 
Filosofía en español


Julián Sanz del Río

La ideología española contemporánea, es indudable que quienes contribuyeron más directamente a orientarla, fueron los krausistas, que durante más de medio siglo han representado una corriente integralmente renovadora de la vida de nuestro país. A medida que transcurre el tiempo, se agiganta la labor de don Julián Sanz del Río, don Fernando de Castro, don Francisco Giner de los Ríos, cuya muerte constituye un duelo nacional, Sales y Ferré, González Serrano, Leopoldo Alas y tantos otros varones insignes que en la cátedra, el libro, la acción social y aun la política, tanta y tan beneficiosa influencia ejercieron en la cultura patria.

La crítica española, si en alguna ocasión ha pecado de injusta, ha sido al valorar la significación que tuvo en nuestra cultura la personalidad del insigne Sanz del Río. En los Diccionarios biográficos y Enciclopedias de carácter general, solo se mencionan algunos datos, harto incompletos, acerca de la vida y de la obra del famoso filósofo castellano, que fue, por así decirlo, uno de nuestros primeros espíritus europeizadores en la primera mitad del siglo pasado. Las dos últimas generaciones intelectuales tuvieron un concepto erróneo, insuficiente y mezquino, de lo que representó en la vida del pensamiento español el señor Sanz del Río, y hasta hace próximamente ocho años, con ocasión de celebrarse el centenario de su nacimiento, no se había publicado un estudio biográfico completo del importador del krausismo en España.

Don Julián Sanz del Río nació en Torrearévalo (Provincia de Soria) el 10 de Marzo de 1814. [74] Era hijo de una familia de humildes labriegos que apenas tenían lo indispensable para atender a las más apremiantes necesidades de la vida. El hermano de su madre, don Fermín, virtuoso sacerdote, lo acogió bajo sus auspicios, encargándose de su educación. Cuando Sanz del Río contaba diez años quedó huérfano de padre, trasladándose con su tío a Córdoba, donde cursó latín y humanidades. Siempre bajo la tutela de don Fermín, que era prebendado en aquella ciudad andaluza, siguió tres cursos de Filosofía, de 1827 a 1830, en el Seminario Conciliar de Santa Pelagia. Tales estudios equivalían en aquella época a la actual segunda enseñanza de los Institutos. De 1830 a 1833 estudió Sanz del Río tres cursos de instituciones civiles en el colegio del Sacro Monte de Granada, obteniendo el grado de bachiller en aquella universidad. En 1834 cursó el cuarto año de Instituciones, el primero de Canónicas y el grado de bachiller en Cánones en la Universidad de Toledo. En 1835 y 1836, instalado de nuevo en Granada, siguió el sexto y séptimo años de Cánones en el Sacro Monte, recibiendo los grados de licenciado y doctor en la Universidad de aquella población. En el último de los citados años fue nombrado catedrático de Derecho romano y presidente de Leyes en el referido Colegio. De 1836 a 1838 siguió Sanz del Río el sexto y séptimo años de Jurisprudencia civil en Madrid, a donde había sido trasladada en 1836 la célebre Universidad de Alcalá. En 1840, mediante oposición, gratuitamente por ser pobre, y con la calificación de sobresaliente, obtuvo la licenciatura en Jurisprudencia y poco después el grado de doctor en la propia Facultad. De 1840 a 1843 desempeñó el cargo de substituto pro Universitate del sexto año de leyes, ejerciendo a la vez la abogacía. Uno de sus amigos y condiscípulos, don Ruperto Navarro y Zamorano, yerno del famoso político y orador progresista don Joaquín María López, tradujo y publicó en 1841 la primera edición del curso de Derecho Natural, de Enrique Ahrens, que este célebre jurista alemán había dado a la estampa en francés en 1830, a título de resumen de las lecciones que desde 1834 explicaba en la Universidad de Bruselas.

Algunos biógrafos de Sanz del Río se han preguntado si esta traducción castellana de la obra de Ahrens debióse a la iniciativa del que con el tiempo había de ser [75] uno de los tipos representativos de la mentalidad filosófica hispana. No se ha podido dilucidar la influencia que cerca de Navarro Zamorano tuviera Sanz del Río; pero parece indudable que este insigne pensador y sus amigos llegaron a constituir un núcleo de personalidades ilustres y de espíritu cultivado que por aquel tiempo se interesaron por cuanto guardaba relación con los problemas éticos y de Filosofía política. Entre otros, formó parte de aquel grupo de laborantes don José Álvaro de Zafra, que como Navarro Zamorano, pertenecía al partido progresista y fue diputado a Cortes. Este luchador falleció siendo relativamente joven, habiendo colaborado en la Enciclopedia jurídica que por aquel entonces se publicaba bajo la dirección del reputado jurisconsulto don Lorenzo de Arrazola que fue ministro con los moderados. Álvaro de Zafra y Arrazola tradujeron al castellano la Enciclopedia jurídica de Falck, que vio la luz en 1845.

Sanz del Río había solicitado en 1840, sin poderlo conseguir, que le fuese encargada con carácter interino la cátedra de Filosofía Moral que quedara vacante en la Universidad de Madrid por haber pasado su titular a la magistratura. En 1841 Sanz del Río elevó al ministerio de la Gobernación, de cuyo departamento dependió a la sazón la Instrucción un proyecto de establecimiento de una cátedra de Derecho en la que se refundieran el Derecho Natural, los Principios de Legislación Universal y los de Derecho Público general. Es de advertir que en la redacción de aquel proyecto revelaba Sanz del Río un profundo conocimiento de la lengua alemana, de la literatura filosófico jurídica germánica en este orden de estudios y una franca inclinación hacia la doctrina de Kant. Afirma uno de los biógrafos de Sanz del Río que tal vez a un deseo del grupo de amigos suyos se debió que el libro de Ahrens llegase a conocimiento del famoso profesor español allí por los años de 1837 a 1840. También parece que la lectura del curso de Derecho Natural de Ahrens despertó en el espíritu de Sanz del Río no solo el deseo de aprender el alemán, sino el propósito de dar a conocer en España la Filosofía jurídica alemana. Al discurrir acerca del kantismo y de la concepción Krausiana, estudió Sanz del Río las tres direcciones que por aquella época predominaban en la Filosofía del Derecho, o sea la teológica; [76] la histórica y la individualista del siglo XVIII, y dentro de ellas las teorías de Hugo, Fries, Stahl, Hegel y otros. A la vez citaba Sanz del Río las dos traducciones de Folck y Ahrens, esta última, en aquella fecha, todavía en curso de publicación. Añadía Sanz del Río que para la creación de la nueva cátedra estimaba que debía atenderse a la formación de un personal adecuado.

En 1842 el claustro universitario y el rector, don J. Gómez de la Coruña, aplaudieron en sus informes el proyecto y demostraron sentir por el autor un gran aprecio. No obstante ser Sanz del Río muy joven, recomendáronlo para que desempeñase la interinidad de la nueva enseñanza. Don Manuel José Quintana, presidente a la sazón de la Dirección general de estudios, en un dictamen que, según parece, redactó por su propia mano, dan su aprobación al proyecto, considerando que la nueva cátedra debía formar parte de los estudios del doctorado en Derecho que todavía no se habían establecido, aunque existía el grado.

A consecuencia de la agitación política que durante aquellos años inflamó el espíritu público, los gobernantes no pudieron preocuparse de las cuestiones de enseñanza y el proyecto no llegó a prosperar. Por aquel tiempo don Julián Sanz del Río compartió su actividad intelectual entre los trabajos literarios y filosóficos y la enseñanza privada, dirigiendo la educación de dos jóvenes de familia distinguida, don Frutos y don Ramón Álvaro Ruiz, a los que después dedicó su traducción del libro de Weber.

En 1843, don Pedro Gómez de la Serna, siendo ministro del Gabinete Gómez Becerra, al acometer la reorganización de la Facultad de Filosofía, nombró a don Julián Sanz del Río catedrático interino de historia de esta ciencia, confiándole el encargo de estudiar el estado de tales conocimientos en las Universidades extranjeras durante los dos años que tardaría en abrirse la matricula de dicha asignatura según el nuevo plan. Por indicación de don José de la Revilla, padre del malogrado filósofo positivista y crítico eminente don Manuel, eligió la Universidad de Heidelberg, en la cual, a mediados del siglo pasado, enseñaban algunos de los más reputados discípulos de Krause, entre ellos el naturalista y metafísico Leonhardi, el jurista y penólogo Röder y Schlieghake. [77] Durante su estancia en Alemania, Sanz del Río trabó amistad afectuosa con los insignes historiadores Gervinus, Weber, Schlosser y otros.

Al año y medio de haber fallecido en Toledo su tío Fermín, que a la sazón era canónigo de aquel cabildo, volvió Sanz del Río a España, permaneciendo en la imperial ciudad una larga temporada, después de renunciar a terminar su comisión en el extranjero. Sus biógrafos no han logrado reunir datos que permitan creer que regresara a Alemania hasta 1863-1866, en que parece probable que estuvo en Praga, en cuya Universidad profesaba su antiguo maestro Leonhardi, con quien había trabado relaciones de amistad cuando el profesor alemán desempeñaba una cátedra en Heidelberg. Sanz del Río, poco después de crearse en 1845, en virtud de una nueva reforma, la cátedra de ampliación de Filosofía, fue nombrado en propiedad para desempeñarla; pero rehusó el nombramiento por estimar que no se hallaba en condiciones para aceptarlo por no haber terminado sus estudios y no considerarse, por lo tanto, suficientemente preparado. El ministro señor Pidal accedió a los deseos de Sanz del Río, pero entendiendo que la renuncia había de revestir carácter absoluto. Sanz del Río, para continuar sus estudios, retiróse a Illescas, donde vivían sus dos hermanas. Allí compartió su vida sencilla y austera con sus estudios e investigaciones, alternando el trabajo con las excursiones por el campo, pues siempre sintió un gran amor por la Naturaleza. De Illescas se trasladaba una vez al mes a Madrid, donde solía permanecer varios días, visitando con preferencia a don Simón Santos Lerín, que con el tiempo fue un famoso abogado, el cual logró congregar a su alrededor a un grupo de jóvenes entusiastas de la Filosofía. Entre los asistentes, además de Navarro Zamorano y Álvaro de Zafra, figuraban Manuel Ruiz de Quevedo, Luis Entrambasaguas, Manuel Ascensión Berzosa, Francisco Calloso Larrúa y el que más tarde fue ministro de la República, Eduardo Chao. En aquellas reuniones se conversaba acerca de los problemas filosóficos, habiendo sido aquel anhelo el origen del Círculo filosófico y Literario, que tanto prestigio llegó a adquirir y tanta influencia ejerció en la juventud intelectual.

Durante aquella época escribió Sanz del Río su Metafísica analítica, primer esbozo acerca del Sistema de la Filosofía de Krause, que comenzó a imprimir en 1849, [78] viéndose en el caso de tener que solicitar que el Gobierno le subvencionase para poder terminar la publicación, sin que fuera su súplica atendida.

En 1853, considerándose ya suficientemente preparado, pidió que se le concediera la cátedra de ampliación de Filosofía que se le había otorgado ocho años antes. Como méritos contraídos presentó la versión castellana de la Historia Universal, de Weber, de la que llevaba publicados por suscripción popular, desde 1851, el tomo primero y parte del segundo, considerablemente ampliados, con introducciones, observaciones críticas, suplementos especiales acerca de España, &c.; el Manuscrito de una teoría de las sensaciones; la versión al castellano de la Psicología, de Ahrens; la refundición de El ideal de la humanidad de Krause, como ampliación práctica de la doctrina de este filósofo a la vida; la de una Historia de la literatura alemana, hecha sobre la obra clásica de Gervinus, y el Compendio de Historia Universal, de Weber, con notas comparativas de nuestra Historia; Un estudio acerca del concepto, división y relaciones de las ciencias de la Naturaleza; los Resúmenes de sus lecciones y de las sesiones filosóficas celebradas con sus amigos en el domicilio de don Simón Santos, y, por fin, algunos artículos publicados en el Semanario Pintoresco Español.

Los acontecimientos desarrollados en 1854 obligaron a Sanz del Río a interrumpir la impresión del libro de Minutoli intitulado España y sus adelantos hasta 1856, cuya traducción, terminada por completo, ya había entregado a las cajas. Llevado de su gran modestia, pidió que fueran examinados por personas competentes todos sus trabajos, por si se les podía considerar como méritos para ser repuesto en el profesorado. El Consejo de Instrucción pública creyó atendible la petición, declarando que Sanz del Río debía volver a la cátedra. Así fue como en 1854 reanudó el ilustre filósofo sus enseñanzas, ocupando la cátedra que entonces se denominaba de Ampliación de Filosofía y su Historia, y que se cursaba en el preparatorio del Doctorado. Teniendo en cuenta sus merecimientos, la superioridad confió también a Sanz del Río la cátedra de Historia crítica y filosófica de España, cuyo profesor titular era Eugenio Moreno López, a la sazón director de Instrucción Pública, a quien con el tiempo hubo de suceder don Emilio Castelar. [79]

De 1854 a 1860, Sanz del Río recibió por fórmula los grados de licenciado y doctor en su Facultad, publicando durante aquel periodo, en varias Revistas, ensayos y artículos dedicados a estudiar la personalidad de Kant y Krause, la literatura alemana, el Renacimiento de los siglos XV XVI, una Antología de Moral, varias tesis de Filosofía, opúsculos y con regularidad algunas de las lecciones que explicaba en cátedra. En la apertura del curso académico de 1857-58 tuvo a su cargo el discurso inaugural de costumbre, desarrollando como tema «La obra moral y científica de la Universidad». Por aquella fecha, le había sido encargada una tercera cátedra: la de literaturas Germánicas, que, según alguno de sus biógrafos, dominaba el docto maestro a la perfección. El discurso universitario de Sanz del Río motivó que se acentuara la campaña que contra él realizaba desde hacía algunos años el periódico carlista La Esperanza, que dirigía don Pedro de La Hoz. Los elementos ultramontanos comentaron con violencia las notas y los suplementos que Sanz del Río había puesto a la Historia de Weber, siendo instigadores de aquella campaña Ortí Lara, Torre Vélez y otros publicistas, que entonces constituían el núcleo neocatólico derivado de Donoso Cortés y que tenían como órganos en la Prensa, entre otros periódicos, El Pensamiento Español, La Regeneración y La Esperanza, ya citado.

A la cátedra de Sanz del Río asistían, juntamente con los alumnos, gran número de escritores, académicos, catedráticos, políticos y, en general, cuantas se interesaban por los problemas de la cultura superior. En sus explicaciones, eliminaba cuanto tuviera relación con las cuestiones políticas y religiosas, siendo su única preocupación el infundir entre sus discípulos el ansia de investigar y el dar a conocer en España las corrientes ideológicas que predominaban en las naciones del Continente. Fueron alumnos de Sanz del Río, en su primera época, entre otras personalidades distinguidas, Luis María Pascual, ex ministro del partido moderado; Agustín Pascual, inspector de ingenieros de montes; Ruiz de Quevedo, con los demás concurrentes a la tertulia filosófica, y Fernando de Castro, ya profesor en la Facultad de Letras de Madrid. Después desfilaron por la cátedra de Sanz del Río, entre otros hombres eminentes, Francisco de Paula Canalejas, Emilio Castelar, Fernández Ferraz, Fernández y González, [80] que después fue rector de la Universidad de Madrid, y Miguel Morayta.

En la década de 1860 a 1870, fueron discípulos de Sanz del Río, Federico de Castro, Juan Uña, Romero Girón, Ríos Portilla, Nicolás Salmerón, Segismundo Moret, González Garbín, Moreno Espinosa, Francisco Giner de los Ríos, su principal continuador; José María Maranges, Sáinz de Rueda, Hermida, Matilla, Gumersindo de Azcárate, Luis Vidart, Jiménez Vargas (el actual marqués de la Merced), Sales y Ferré, Tapia, Carmona y Manuel María del Valle. La mayoría de ellos, hombres insignes que ocuparon elevados puestos en el profesorado y en la política, asistieron a la cátedra de Sanz del Río durante varios cursos, sin haber sido en gran parte alumnos oficiales o habiendo ya dejado de serlo. Y es que todos reconocían el valer intelectual del maestro, considerándole como el importador en España de las nuevas corrientes del pensamiento europeo.

Por los años de 1860 a 1864 la labor científica y educativa de este insigne maestro llegó a adquirir una gran importancia, siendo objeto de amplia discusión en el Círculo Filosófico y en el Ateneo de Madrid. Tomaron parte en las controversias los hombres que gozaban de una mayor reputación, distinguiéndose especialmente el célebre Moreno Nieto. En 1865, al ser incluido en el Índice romano El ideal de la Humanidad para la vida, de Krause, que Sanz del Río había adaptado con gran solicitud y de un modo completamente personal para que fuera comprendido por nuestro público; recrudeció la campaña que los elementos ultramontanos realizaban desde hacía algún tiempo, porque vieron en la labor de Sanz del Río y sus discípulos el sentido laicista y de emancipación de la conciencia, que fue uno de los objetivos principales que se impuso el esclarecido pensador castellano.

En un principio, la actuación de los elementos hostiles a Sanz del Río revistió un carácter predominantemente intelectual y se discutían las doctrinas con relativa buena fe, sin apelar en ninguna ocasión a la injuria y al dicterio; pero bien pronto variaron de táctica, recurriendo a los procedimientos más incorrectos, y algunos periódicos, especialmente El Pensamiento Español, publicaron violentísimos artículos contra Sanz del Río. Puede decirse que los elementos ultramontanos, olvidando la cortesía y el respeto que merecía una personalidad de la alteza [81] de pensamiento y de tan acrisoladas virtudes como Sanz del Río, realizaron todo género de gestiones para crear un ambiente por completo adverso al importador del Krausismo y a sus compañeros y amigos. La campaña adquirió entonces un carácter pura y exclusivamente político y religioso, y en vez de razonar serenamente, los neocatólicos pidieron que fueran expulsados cuantos profesores eran considerados como heterodoxos y, sobre todo, Sanz del Río, que era el portavoz y la figura preeminente del movimiento filosófico científico renovador y constructivo.

El diputado D. A. M. de Luarca, hizo en el Congreso una interpelación, en virtud de la cual la cruzada contra Sanz del Río adquirió estado parlamentario. Los corifeos de la reacción siguieron apremiando al Gobierno, y después de haber sido expulsado del profesorado universitario don Emilio Castelar, a pesar de la protesta vigorosa de algunos catedráticos, que mantuvieron los fueros de la independencia del pensamiento, consiguieron que otros menos esforzados suscribieran exposiciones de adhesión a la reina, que a la sazón, había sido objeto de determinados ataques por parte de algunos importantes órganos de la Prensa extranjera.

En 1867 los elementos ultramontanos encontraron, en la persona del ministro de Fomento don Manuel de Orovio, un instrumento dócil para sus maquinaciones en contra de la libertad de la cátedra. Este hombre funesto dispuso que se formase expediente contra Sanz del Río primero, y poco después contra sus compañeros don Fernando de Castro, don Nicolás Salmerón y algún otro, exigiéndoles una profesión de fe política, religiosa y dinástica a la cual hubieron de negarse, tanto porque repugnaba a su conciencia como porque las leyes les amparaban. Pero Orovio, que era un sectario y no había de retroceder, porque carecía de escrúpulos y estaba familiarizado con la arbitrariedad, separó de su cátedra, en el citado año, a Sanz del Río, como había hecho anteriormente e hizo después con otros prestigios de la enseñanza universitaria.

En el extranjero, la airada medida de Orovio, sancionada por una gran parte de los elementos conservadores, fue recibida con asombro, y entre las manifestaciones de simpatía que se tributaron en aquella ocasión a Sanz del Río distinguióse la de la Universidad de Heidelberg, [82] que dirigió al ilustre perseguido un mensaje redactado en términos afectuosísimos y suscrito por 63 profesores y publicistas, figurando entre ellos algunas de tantas celebridad como Wundt, Zeller, Gervinus, Helmholtz, Bluntschli, Oncken, Bunsen, Schosser, Kirchhoff y otros. La protesta de los profesores alemanes causó viva impresión, porque constituía un homenaje al que se asociaron personalidades de reputación universal, sin distinción de filiaciones, ya que unos eran católicos, otros protestantes y no pocos librepensadores. El Congreso de filósofos, reunidos a la sazón en Praga, dirigió también a Sanz del Río un mensaje de cariñosa admiración, protestando del atropello de que había sido víctima.

En 1868, el Gobierno surgido de la Revolución comprendiendo la brutal injusticia cometida por los reaccionarios, repuso a todos los profesores en sus respectivas cátedras y para desagraviar a Sanz del Río le confirió el cargo de rector de la Universidad Central, que el insigne maestro rehusó por motivos de delicadeza. Si en la vida pública hubo de sufrir Sanz del Río contrariedades y amarguras sin cuento, en el orden privado tampoco la fortuna le acompañó. En 1856 contrajo matrimonio don Julián en Illescas con doña Manuela Jiménez, la cual falleció tres años después, sin dejarle sucesión. En 12 de Octubre de 1869, a la edad de 55 años, moría el egregio maestro en Madrid, minada su vida por un intenso trabajo intelectual y por la inclemencia del medio moral, que tantos sinsabores le había ocasionado.

Sanz del Río no pudo ser testigo de la obra renovadora, que iniciara en la Universidad madrileña su íntimo amigo y leal compañero don Fernando de Castro, que al frente del rectorado acometió una labor realmente admirable, no solo en la Universidad, sino en la acción social, al fundar la Asociación para la Enseñanza de la Mujer, que todavía subsiste. Los discípulos, amigos y admiradores de Sanz del Río y el entonces ministro de Fomento don José de Echegaray, cumpliendo la última voluntad del gran apóstol del racionalismo español, acompañaron sus restos al mezquino y abandonado recinto libre que hacía las veces de Cementerio civil. Su compañero Ruiz de Quevedo, al arrojar la primera paletada de tierra en la fosa, pronuncio una elocuente oración fúnebre, haciendo honor a la sabiduría y las virtudes que [83] atesoró Sanz del Río y terminando con esta frase: «Toda la tierra es bendita.»

En su testamento había dispuesto Sanz del Río que su biblioteca, nutrida de obras selectas, fuera donada a la Universidad de Madrid y que con las ventas del capital que había conseguido reunir con un método de vida sencillo, se crease una cátedra libre para la enseñanza de la Filosofía. El primer profesor titular de esta cátedra fue una de los discípulos de Sanz del Río, don Tomas Tapia, y al fallecer este, en 1884, le sustituyó don José de Caso, eminente pedagogo y devoto apasionado de su maestro. En distintas ocasiones el señor Caso, trabajando sobre los manuscritos de Sanz del Río, libre del olvido algunos de los trabajos hechos en la cátedra por el fundador del krausismo español. Entre ellos es digno de mención el intitulado Análisis del pensamiento racional, que tomara de las notas redactadas por varios alumnos durante el curso 1862-63. Un fragmento de este estudio apareció formando el volumen IX de la Biblioteca Filosófica Económica, que editó otro krausista benemérito: el notable escritor Antonio Zozaya, con el título de El idealismo absoluto. En la misma Biblioteca se publicó en 1904 la tercera edición de El ideal de la humanidad para la vida, de Krause, refundido por Sanz del Río.

Lo esencial del pensamiento filosófico del insigne maestro, a juicio de sus discípulos, hállase no solo en El idealismo absoluto, sino también en la Analítica y en las Lecciones sobre el sistema de la Filosofía (1868-69), que a causa de su muerte dejó interrumpidas. Después del fallecimiento de Sanz de Río, su preclaro discípulo don Manuel Sales y Ferré se impuso la tarea ímproba de ordenar un Manuscrito que apareció en 1877 con el título de Filosofía de la Muerte. Es este un trabajo hondo, pero un tanto conceptuoso y algunas veces oscuro. De todas suertes, puede considerarse como una obra de profunda Filosofía. En el Boletín de la Institución Libre de Enseñanza correspondiente al año 1878 se publicaron algunos fragmentos de la labor inédita de Sanz del Río.

Además, merecen ser leída la tesis que presentó al doctorarse en Filosofía, intitulada La cuestión de la Filosofía novísima (1860), así como el Opúsculo doctrinal de Psicología, Lógica y Ética que comenzó a [84] imprimirse en 1863 y cuya publicación quedó truncada por causas que se desconocen. Tanto este opúsculo como los programas correspondientes, ofrecen, según un biógrafo de Sanz del Río, un cuadro acabado de lo que hubiera sido la segunda enseñanza en España de haberse orientado tales estudios en un sentido verdaderamente pedagógico.

En varias publicaciones, entre ellas la Revista de instrucción pública, La Razón, y La Española de Ambos mundos, aparecieron ensayos y artículos acerca de distintas cuestiones, en los que se encuentran aspectos y puntos de mira que permiten reconstituir, por lo menos en parte, algunos de los conceptos básicos del pensamiento de Sanz del Río. También en las cartas que dirigiera a don José de la Revilla y a don Francisco de P. Canalejas hay no pocas observaciones y apostillas que ofrecen al lector elementos de juicio para coordinar las ideas filosóficas, pedagógicas y éticas del gran apóstol del racionalismo español. Asimismo quienes aspiren a reconstituir la personalidad entera del fundador del krausismo en España, hallarán datos de inapreciable valor en algunos documentos, poco conocidos, por ejemplo, en la defensa de su enseñanza y su derecho, que autografiara o imprimiera, si bien con carácter privado. Especialmente reviste un interés indubitable su Carta y cuenta de conducta, que dirigió en 1865 al profesor de Filosofía don Tomás Romero de Castilla y que, con motivo del expediente que se instruyó para separarle del escalafón de catedráticos del Reino, hubo de reiterar en 1867.

Un grupo de discípulos fervorosos autografió en 1864 varias copias de una traducción manuscrita de la segunda parte del Sistema de la Filosofía, de Krause, que Sanz del Río llevó a cabo con la devoción ejemplar que puso en todos sus trabajos acerca del filósofo alemán. Es de advertir que esta parte (Sintética) contiene modificaciones y desarrollos ampliados de la doctrina filosófica y jurídica del pensador tudesco. Aunque varios de los discípulos de Sanz del Río libraron del olvido algunos de los trabajos que dejara inéditos el filósofo castellano publicando, ya redactadas, en forma de notas, las investigaciones acerca de problemas determinados o resúmenes de cursos; quedan todavía por publicar [85] diarios de estudios y de su vida y observaciones y glosas de sus lecturas.

Si bien desde la muerte de Sanz del Río hasta la fecha una parte de la crítica española ha rectificado, por lo menos en el detalle, sus juicios acerca de la labor filosófica, moral y ¿por que no decirlo?, religiosa del eximio pensador, es indudable que el valor intrínseco de la personalidad de Sanz del Río es solo conocida de un reducido contingente de españoles. Únicamente el grupo de krausistas a ultranza, familiarizados con el maestro, ha conocido a fondo la significación que este tuvo en el pensamiento español de la centuria pasada; para la opinión pública, la vida y la obra del filósofo de Torrearévalo permanecen ignoradas. Y esto constituye una injusticia y una ignominia para nuestro pueblo, pues a la esforzada y casi titánica labor de Sanz del Río debióse en buena parte, si no en su integridad, el movimiento operado en España de reconstitución de la vida psicológica en todas las esferas de la cultura superior. Cualquiera que sea el punto de vista en que se coloque el crítico, hábil de reconocer que los nuevos rumbos en la investigación y en la enseñanza débense, especialmente, a la actividad desplegada por el gran maestro y sus discípulos más eminentes. La imparcialidad obliga a poner de manifiesto, de un modo que no ofrezca lugar a dudas, que cuantos tanteos y ensayos pusiéronse en práctica entre nosotros para introducir en la didáctica los métodos y procedimientos contemporáneos, fueron debidos al entusiasmo y a la devoción de los pensadores y publicistas afiliados al krausismo. Esta escuela ha ejercido en lo más selecto de la mente hispana una influencia bienhechora, pues el despertar del espíritu nacional, en cuanto concierne a la indagación y, aunque en menor medida, a la especulación y a la alta crítica, es un testimonio de lo que representó el krausismo, que promovió intensamente las distintas corrientes de la heterodoxia, en su sentido más elevado, amplio y fecundo.

Para valorar objetivamente el alcance que tiene la Filosofía krausiana en la actividad intelectual de nuestra raza, precisa, ante todo, rectificar los juicios erróneos y apasionados de Menéndez y Pelayo, que trató despectivamente y con saña a los principales portavoces españoles de este sistema. Basta para ello con señalar la [86] diferencia notoria que existe entre la España anterior a 1860 y la de esta fecha hasta la actualidad. El intenso resurgimiento que tuvo lugar de 1860 a 1875 constituye un timbre de gloria para el krausismo. Desde entonces tranformóse la psiquis española merced a la perseverancia y a la generosidad de espíritu de los hombres que convirtieron la vida docente en un sacerdocio laico.

Tres aspectos reviste la actuación del krausismo en España: el haber infundido en la juventud el noble deseo de inquirir, sin preocuparse de los resultados, es decir, el amor a la investigación misma; el haber dado un contenido moral, altruista, a la existencia individual y colectiva, esto es, el haber proclamado el desinterés como norma de los individuos, buscando en las grandes idealidades el germen de la reconstitución del organismo social con la práctica de las virtudes y tendiendo a convertirlas en patrimonio común, y, por último, el haber sacudido la modorra espiritual para provocar inquietudes y ponernos en contacto con el pensamiento contemporáneo extranjero en todas las ramas del saber.

Por lo que respecta a la enseñanza, la influencia del krausismo ha sido también manifiesta, pues todas las reformas bien orientadas debiéronse al espíritu de continuidad y al trabajo esforzado y silencioso de los afiliados a esta escuela en su primer periodo: Sanz del Río, Fernando de Castro, Ruiz de Quevedo, Salmerón Uña, Azcárate, Sales y Ferré, González Serrano, y, sobre todo, a don Francisco Giner de los Ríos; y actualmente a Cossio, Rubio, Altamira, Barnés, Besteiro, Navarro Flores, Fernando de los Ríos, y el núcleo de laborantes que proceden de la Institución Libre de Enseñanza, de Madrid.

La figura de don Julián Sanz del Río se agranda considerablemente a medida que transcurre el tiempo. Puede afirmarse que él fue el precursor del movimiento ético laicista que ha librado a una parte de la mentalidad española del escolasticismo y de la rutina y el fundador y definidor de un amplio sistema racionalista, del cual surgieron más tarde el neokrausismo, el positivismo y el biologismo crítico, así como las nuevas tendencias de resurrección del idealismo dinámico.

Lo más admirable de la obra del filósofo castellano es el sentido crítico y afirmativo que acertó a sugerir a [87] sus discípulos que son los únicos que han dado al libre examen un criterio sintético y armónico, exento de todo apasionamiento sectario. La grandeza de espíritu y la elevación moral que caracterizaban a Sanz del Río obsérvanse también en los que fueron sus discípulos más insignes, los cuales, fieles a la memoria de su maestro, tuvieron una intensa devoción por sus ideales, una rectitud ejemplar y una gran ecuanimidad que les permitió valorar con estricta justicia la labor de sus mismos adversarios.