José Vasconcelos Calderón (1882-1959)
 
Obras de José Vasconcelos

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José Vasconcelos

El Proconsulado, cuarta parte de Ulises Criollo [1939]

Asturias

Pero se vino encima el verano, y aunque a mí me hubiera bastado con la horchata madrileña para desafiar el más cálido clima, el contagio de ver que todo el mundo se ausenta, la ventaja de los baños de mar, el interés de la nietecita y la amistad [548] de mi compadre José Rodríguez nos llevaron a pasar la temporada por Asturias, en el puertecito de Luanco. Previamente nos consiguieron nuestros amigos unos altos, sobre la entrada de la bahía. Su población es de pescadores, pero no carece de mansiones señoriales y de veraneantes burgueses, procedentes de Oviedo y de todo el interior de Asturias. En seguida nos acomodamos: el indiano es por allá viejo conocido. Mantienen la casta, los españoles que han vivido en Cuba o en la Argentina o en México, más uno que otro auténtico americano. Americano es en España el de la América Española, no el yanqui. El único percance que allí tuvimos fue la tifoidea persistente que agarró mi hijo Pepe al llegar; pero al fin logró vencerla y se repuso remando, nadando en la bahía y sus proximidades. Baños de mar; cómodos y sin riesgo, congregan familias con niños. Cocina asturiana de primera, eleva a excelsitud las langostas que, en Nueva York se comen hervidas, insípidas, inútiles para el gusto. El centollo, con sidra de manzana es un plato que envidiarían los parisienses. Las empanadas de bonito, el pez deleitoso, las sardinas al horno, las legumbres lucientes, el panorama montuoso, el cielo azul, el mar imponente, todo predispone al disfrute sano. Se suceden las romerías y las procesiones. Abundan hermosas mujeres y el tipo masculino es vigoroso. Imperan costumbres rígidas. El que seduce a una muchacha se casa con ella o sale del pueblo porque lo matan los hermanos, lo excluye la sociedad, si no le satisface la honra. No hay en la comarca asilos para la infancia, pero no existen niños abandonados. La familia del difunto encuentra en seguida acomodo entre los parientes. Solidaridad cristiana, tradicional, presidida por el cura, que es hosco, pero virtuoso y la hace de juez en los arbitrajes, de tercero en las divergencias de los pescadores y sus patronos. A las dos de la mañana suele tocar por las calles la campana que convoca a los marinos. Parten las lanchas a la pesca, bien remunerada, del bonito. Y no hay familia que no tenga algún deudo, sacrificado al Cantábrico, uno de los más bravos mares del planeta. Y se comprende que de por allí saliera Elcano, el primero que hizo la circunvalación de que nos habla el maestro de geografía, y tantos otros que descubrieron, poblaron, civilizaron, por el Nuevo Mundo y por el Asia y la Polinesia. Recorrer en auto las playas, empinándose sobre los [549] acantilados, deja en la mente estampas de lo que hay de más sublime en materia de conflictos de agua y rocas.

Por el lado de tierra, las montañas ondulantes, se cubren de grama; en los valles y en los prados, florece la manzanilla. Por un camino que cruza serranías y asciende moderadamente, hállase una gruta que contiene una pintura rupestre, tan notable casi como las de Altamira. En lo alto, el proyector eléctrico descubre, dibujado con maestría, un caballo y unas figuras simbólicas; vestigio de tiempos que escapan a la historia. Y así en todas partes, una acumulación de creaciones humanas, una superposición de verdaderas culturas, hacen del territorio peninsular museo y aposento del espíritu.

Tierras fecundas en frutos y en ingenio. ¡Cómo lamentábamos la estúpida ley arancelaria que nos había obligado a vender nuestro auto viejo de París, porque los derechos valían lo que un coche nuevo americano!

[Transcripción del texto ofrecido en las Obras completas publicadas por
Libreros Mexicanos Unidos, México 1958, tomo 2, págs. 547-549.]


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José Vasconcelos
Obras completas
México 1958, II:547-549