Augusto T. Arcimís Werle 1844-1910
Meteorólogo español, nacido en Sevilla en 1844, de origen griego. En 1875 conoció en Cádiz a Francisco Giner de los Ríos, recién apartado de su cátedra, al que ayudó con entusiasmo. Al año siguiente era ya uno de los primeros accionistas de la Institución Libre de Enseñanza, en la que colaboró como profesor de Astronomía durante varios años. En 1876 aparece en Madrid su traducción de la Historia de los conflictos entre la religión y la ciencia de Juan Guillermo Draper: «Traducción directa del inglés por Augusto T. Arcimís, de la Real Sociedad Astronómica de Londres.» En el Prólogo que Nicolás Salmerón escribe para esa edición se menciona al traductor en el primer párrafo, y las razones de la amistad entrambos.
Por sugerencia suya y desde el entorno ideológico de la Institución Libre de Enseñanza, un Real Decreto de 12 de agosto de 1887 crea en Madrid el “Instituto Central Meteorológico”, del que será director hasta su fallecimiento. A esta institución, que es tenida por antecedente del Instituto Nacional de Meteorología (desde 2008 AEMET), le fue adscrito el antiguo “Castillo” medievalizante que Fernando VII había mandado construir para holgar en zona reservada del parque del Retiro. Adscrito al Ministerio de Fomento, su chiringito entraba en competencia con el “Observatorio Astronómico y Meteorológico” (que en 1899 tenía 6 funcionarios, frente al único del “Instituto Central Meteorológico” de Madrid, su director, Guía Oficial de España, Madrid 1899, página 684). Cuando la famosa tormenta de pedrisco que azotó, inundó y causó no pocos desperfectos y víctimas en Madrid, el viernes 9 de junio de 1899, sólo se enteró a medias de lo sucedido, apartado en su elevado retiro métrico positivista del Retiro:
«En el Instituto Central Meteorológico. Sr. director de El Imparcial. Muy señor mío: A las cinco y treinta y cinco minutos de esta tarde empezó a descargar en este Instituto una moderada lluvia sin importancia. Poco después cayeron algunos granizos de tamaño corriente, y entre ellos, se podría contar hasta una docena, gruesos como almendras, formados de un núcleo opaco, de una envoltura trasparente y otra semiopaca. El suelo no se cubrió, ni mucho menos, de granizos, ni se desgajaron ramas, ni se troncharon hojas de los árboles. La velocidad del viento aumentó rápidamente de tres metros por segundo hasta 17 metros, habiendo rachas fugaces de 24 metros. Su dirección, que al principio del chubasco era del E.S.E. voló al S., al S.O., al O. y al N.O., llegando al N. al terminar la tormenta, pues el aguacero vino acompañado de manifestaciones eléctricas poco aparatosas. La nube tormentosa procedía del N.O. Durante el fenómeno subió 1 mm. la columna barométrica. De modo, que salvo la velocidad del viento, no revistió la tormenta ningún carácter extraordinario, y aun la velocidad mencionada se registra con relativa frecuencia. Mi asombro ha sido grande, pues, cuando al regresar a la población me he enterado de la magnitud del pedrisco y de los destrozos causados. Durante el chubasco de ayer la oscilación barométrica fué 3 1/2 veces superior a la de hoy. De Vd. atento servidor, q. b. s. m. AUGUSTO ARCIMIS.» (El Imparcial, Madrid, 10 de junio de 1899.)
con no poco cachondeo de Francisco Navarro Ledesma en Gedeón: «…Pues, nada, que hoy vamos a echar el día a bombos: para algo sube el barómetro, sin que lo noten, por supuesto, el Sr. Arcimis y demás gente del oficio.» (“¡El papel vale más!”, Gedeón, Madrid, 14 junio 1899). Pero, impertérrito, se esforzaba en justificar su cargo e intentaba ilustrar al pueblo divulgando su ciencia hipotético poético descriptiva:
«Los crepúsculos. El director del Instituto Central Meteorológico, señor Arcimis, hace observar al público lo siguiente: “Desde la última decena del pasado Diciembre presentan los crepúsculos un aspecto particular; su duración es mayor de la que corresponde a esta época del año, y su extensión en el horizonte, o amplitud, considerable. Pero el fenómeno más importante que ofrecen es el de la coloración; nada de tintes arrebolados o carminosos, como estamos acostumbrados a ver, sino un tono rojo de fuego, o rojo saturno, sumamente intenso, es el que domina. El mal tiempo de estos días ha impedido continuar las observaciones empezadas en este Instituto, y el objeto de la presente nota es llamar la atención del público sobre este fenómeno, que hace recordar el que presentó el cielo poco después de la erupción de Krakatoa: En el caso actual no es inverosímil que la tierra haya penetrado en el anillo de asteroides del enjambre del 13 al 14 de Noviembre, o Leónidas, casi desaparecido, y que las brillantes coloraciones se deban a efectos ópticos, producidos por el polvo cósmico o meteórico incorporado a la atmósfera terrestre. El sol presenta también una débil aureola o corona plateada, que puede observarse a la simple vista.”» (La Época, Madrid, 14 diciembre 1899.)
Días antes del eclipse de Sol de 28 de mayo de 1900, la prensa informa de las comisiones oficiales españolas que están preparadas para observar y registrar el esperado acontecimiento: la del Observatorio de Madrid, dirigido por Francisco Iñiguez, con abundancia de personal y aparataje; la del Observatorio de San Fernando, dirigido por Juan Viniegra, formada por varios militares e incluso algunos religiosos agustinos y el director del Observatorio Vaticano, con abundante dotación de material técnico; la del Instituto Geográfico; la de la Dirección de Hidrografía; la del Ateneo de Madrid; y, más modesta, la del «Instituto Meteorológico, el director de este Centro, Sr. Arcimis, no teniendo medios para más, se propone estudiar las vicisitudes atmosféricas durante el eclipse, y analizar la luz solar con polariscopio, aparte de anotar cuanto vea y observe, auxiliado tal vez de algún anteojo de mediana fuerza» (El Liberal, Madrid 23 mayo 1900). El día del eclipse las observaciones de todo tipo se prodigan por España, en particular en Argamasilla, donde se organiza una romería en torno al eclipse nutrida por cinco trenes engalanados que trasladan a varios miles de madrileños, extranjeros e incluso a S. A. R. la infanta Isabel. Unos grabaron veinte metros con cinematógrafo montado sobre una ecuatorial, otros midieron microvariaciones de temperatura con refinados termómetros, alguno registró que “a las 3,45 una gallina con sus polluelos se retiró acelerada, cobijando a la crías bajo el ala”, &c. Como es natural también se sumó nuestro astrónomo a esta fiesta de la observancia:
«El Sr. Arcimis. El astrónomo Sr. Arcimis, que salió de Madrid en uno de los trenes de lujo, estableció sus reales en las inmediaciones de la estación de Argamasilla para observar las llamadas bandas negras del eclipse, cuyo estudio es de gran interés para la meteorología. Como auxiliares llevaba a su hija y a los ingenieros de montes de Segovia Sres. Castellarnau y Breñosa. La observación pudo hacerse muy completa y exacta. Las bandas siguieron en su movimiento la dirección de la trayectoria lunar en los comienzos del eclipse y la opuesta a la reaparición de la luz, siendo trasversales las ondulaciones. De esto parece deducirse que las bandas son un fenómeno de difracción o interferencia de la luz y no producido por corrientes de las capas atmosféricas. El Sr. Arcimis también sacó algunas fotografías y dos dibujos de la corona solar.» (El Imparcial, Madrid, 29 mayo 1900.)
Parece que S. A. R. la infanta Isabel gustó de la excursión eclipsológica, y ese mismo verano organizó cabalgata a Peñalara, en la que Augusto Arcimís controlaba el termómetro, deliciosa jornada que la prensa burguesa relataba en crónica entrañable firmada en San Ildefonso:
«—Muy pintoresca resultó la movilización del pequeño ejército que seguía a S. A. la Infanta Doña Isabel, cuando poco antes de las nueve de la mañana se puso en marcha al galope para salir al campo por la puerta de los Baños de Diana. Rompían la marcha dos guardas de los pinares, seguían la Infanta, montada en su jaca pía y acompañada del ingeniero del Patrimonio, Sr. Breñosa; del gobernador de Segovia, Sr. Ebro; del caballerizo, Sr. Moreno, y de las señoritas que formaban parte de la expedición.
—No vi muchas.
—Doce horas a caballo no suelen resistirlo todas. Iban ayer, además de la marquesa de Nájera, las señoritas de Bertrán de Lis, Mata, Herreros de Tejada, Ebro, Sagredo, y no recuerdo si alguna más. De hombres, la mayoría de los que se reúnen a la una en el corro. En total, sesenta y tantas personas.
—¿Hizo mucho calor?
—En el primer alto, que se hizo en la Pradera del Accidente (que así se llama, sin que nadie sepa por qué), Arcimís, el director del Instituto Meteorológico, nos dijo que su termómetro marcaba 18 grados.
—¡Temperatura inverosímil!
—Es verdad que estamos ya a unos 2.000 metros sobre el nivel del mar y cerca de Peñalara, objeto de la expedición, y donde ya no se dan los pinos. Sólo en un alto descollaba un pino solitario.» (La Época, Madrid 30 julio 1900.)
Pero quien acompañaba a la realeza como positivo registrador de la temperatura ambiente, sabía también trasladar al pueblo sus saberes astronómicos y de meteorología [1909 EUI 5:1297], instruyendo al vulgo con útiles conocimientos:
«Publicaciones. La biblioteca Manuales Soler lleva publicadas doce o catorce obritas, algunas muy interesantes. Una de las últimas es la Meteorología de Augusto Arcimis, escrita con suma claridad y sencillez. Ilustra la explicación de todos los meteoros con grabados; describe los instrumentos más indispensables para la observación de los fenómenos meteorológicos, y puede servir para las Escuelas elementales y superiores.» (Teodoro Leal y Quiroga, “Información pedagógica”, La Escuela Moderna. Revista pedagógica hispano-americana, Año XII, nº 130 –tomo vigésimo segundo, número 1º–, Madrid, enero de 1902, pág. 71.)
Bibliografía cronológica de Augusto T. Arcimís
Traductor de Juan Guillermo Draper, Historia de los conflictos entre la religión y la ciencia. Traducción directa del inglés por Augusto T. Arcimís, de la Real Sociedad Astronómica de Londres, con un prólogo de Nicolás Salmerón, Madrid 1876.
El telescopio moderno, edición española arreglada por Augusto T. Arcimís (2 tomos), Montaner y Simón, Barcelona 1878-1879, 698+671 págs. [Estudios generales sobre las obras del P. Secchi, Proctor, Flammarión, Guillermin...]
Colaborador del Diccionario enciclopédico hispano-americano de literatura, ciencias y artes, Montaner y Simón, Barcelona 1887-1910 (encargado de la redacción de los artículos de «Astronomía, Meteorología, Cronología»).
Astronomía popular, descripción general del Cielo, nueva edición refundida de la obra «El telescopio moderno» con inclusión de los más modernos descubrimientos, Montaner y Simón, Barcelona 1901, 2 vols. 416+384 págs.
Meteorología, Manuales Soler, nº 18, Barcelona 1901, 198 págs., sucesivas reediciones en esta colección, y en su heredera: Manuales Gallach, nº 18, Barcelona 1920, 198 págs.
Obra de Augusto T. Arcimís en el proyecto Filosofía en español
Traducción de Juan Guillermo Draper, Historia de los conflictos entre la religión y la ciencia, Madrid 1876.