Filosofía en español 
Filosofía en español

Elías Martínez Ruiz  1911-2001

Elías Martínez Ruiz 1911-2001 Presbítero católico español y profesor de filosofía, nacido en Agés (Burgos) el 19 de septiembre de 1911. Ordenado sacerdote en Burgos, el 18 de septiembre de 1937, y Licenciado en Sagrada Teología, accedió como Catedrático de Filosofía al Cuerpo de Catedráticos Numerarios de Institutos Nacionales de Enseñanza Media de España, ocupando la cátedra correspondiente del Instituto Femenino de Bilbao.

Colabora en la Revista de Filosofía del Instituto «Luis Vives» de Filosofía del Consejo Superior de Investigaciones Científicas («Las fórmulas filosóficas de la Teología», nº 64, 1958, págs. 75-78; «Reciprocidad de las conciencias y formas sociales de la conciencia colectiva», nº 80-81, 1962, págs. 53-57).

Desde 1964 hasta su jubilación, el primero de febrero de 1980, fue Catedrático de Filosofía del Instituto Nacional de Enseñanza Media «Beatriz Galindo», de Madrid. Canónigo emérito de la Catedral de Bilbao, falleció en Madrid el día 23 de noviembre de 2001.

«Elías Martínez Ruiz. Catedrático de Filosofía. Femenino de Bilbao. Nació en Agés (Burgos) el 19-9-1911. Otros títulos: Licenciado en Sagrada Teología. Publicaciones: Artículos en Revistas: «Angel Amor Ruibal, precursor. El tema de los fundamentos y de la nueva Ontología» (Congreso Internacional de Filosofía. «Actas», tomo XIII). «Una obra renovadora filosófico-teológica» («Boletín de la Universidad de Santiago de Compostela», año 1955). «Un genio frustrado, pero demostrado» (Recensión en «Revista de Filosofía del C. S. I. C.», tomo XVIII). «Forma, relación y sentido» (Semana de Filosofía, 1957, «Actas»). «Dos Teologías y dos Filosofías, una Teología de la Adoración y metafísica del Ser y una Teología de la Conversión y Dialéctica del Obrar», Congreso para el Progreso de las Ciencias («Las Ciencias», tomo XXIV). Domicilio: Fica, 31, 3º B. Bilbao. Tel. 46888.» (Cátedra 1960-61. Prontuario del profesor, Ministerio de Educación Nacional, Madrid 1960, pág. 1081.)

Doctor en Filosofía en 1948, por la Universidad de Madrid, con una tesis sobre El motivo de «Los problemas fundamentales de la filosofía y del dogma» de Amor Ruibal: replanteamiento de la abstracción con su valor ontológico (2 vols., T-424, Premio extraordinario), dirigida por Santiago Montero Díaz, defendida el 9 de abril de 1948 ante un tribunal formado además por Eloy Bullón Fernández, Lucio Gil Fagoaga, Juan Francisco Yela Utrilla y José María Sánchez de Muniaín Gil.

El motivo de «Los problemas fundamentales de la filosofía y del dogma» de Amor Ruibal

«Angel Amor Ruibal escribió una obra filosófico-teológica en seis tomos publicados por él, más cuatro póstumos, y otros tres poco más o menos que quedan inéditos todavía. La obra lleva el título «Problemas fundamentales de la Filosofía y el Dogma». Ante el divorcio de la ciencia humana y la fe divina que la actual cultura nos ofrece, y sintiendo vivamente las insuficiencias de la reconciliación de la Filosofía griega con el cristianismo, ya se consideren aquellas síntesis antiguas y medievales de la fe y el saber en sí teóricamente, ya como respuestas vivas a las inquietudes de hoy, se propuso superarlas. Es sin duda la aspiración de la cultura toda cristiana de hoy. Mas él tomó en el debate una postura original, en la obra dicha, que reclama nuestra atención. Lleva el problema a lo más profundo de la metafísica, pidiendo un replanteamiento, en su raíz, de la esencia de la verdad y de la verdad de la esencia. Retomando el problema desde su origen, en los albores mismos de la Filosofía griega, llega a Santo Tomás, a la abstracción con su valor ontológico, como solución en sí legítima al problema de la verdad y al problema de la esencia. Otra es su actitud frente a la elaboración sistemática de la teoría.

Al formularla científicamente Santo Tomás, hubo de modelarla el Doctor Angélico según el patrón del intelectualismo griego. La revisión hoy de este intelectualismo postula justamente como consecuencia plantear de nuevo el tema de la abstracción con su valor ontológico.

El problema de la fe y el saber queda así retrotraído al problema de la verdad y de la esencia. Pudiera parecer sacar la cuestión de su lugar –según el autor de la tesis– y una salida extemporánea esté llevarla con Amor Ruibal al plano de las relaciones del concepto abstracto con la vida. Y no obstante, en las posiciones mismas filosófico-religiosas frente al tema del saber y la fe se descubre ya el magno problema de la relación del concepto abstracto y de la vida, decidiendo las posiciones respectivas. Es la clave de la idea que se profese del dogma y del hecho religioso mismo. En rigor, los temas, hecho religioso, dogma y el tema del saber y la fe se comunican entre sí, y la cuestión presupuesta que por debajo se descubre es la de la correspondencia entre el pensamiento y la realidad, o, como repite nuestro autor, entre el orden gnoseológico de nuestros conceptos y el orden ontológico de la realidad; de otro modo, entre las esencias inmutables de los seres y las existencias de los singulares.

Por lo pronto la conclusión a que llega nuestro autor es que en el dato revelado y en el hecho religioso va implícita una respuesta a la cuestión: el intelectualismo objetivo y realismo metafísico, que subyacen bajo el hecho religioso y dato revelado, consustanciales a la fe, no como filosofía de ningún sistema, siquiera sea la tomista, aunque más que ninguna otra profese aquellos valores, sino como la encarnación de lo eterno del espíritu humano, anterior y superior a los sistemas. Ethos de la objetividad, le ha llamado P. Wust, la confianza sencilla y preciosa en el ser y en la verdad.

La filosofía moderna, desfundamentada de la dimensión metafísico-religiosa del hombre, lo es también del intelectualismo y realismo metafísico, al perder la confianza en el ser y en la verdad. Por eso, al recorrer sus fases nuestro filósofo, que estudia la evolución del pensamiento moderno, con vistas a la fe y para la defensa del sano intelectualismo objetivo, comprueba cómo su proyección sobre el dato revelado significa y tenía que significar la sustancial alteración de los conceptos cristianos. La reciente Encíclica «Humani generis» ha enseñado auténticamente esta doctrina; tres años antes la fija la presente tesis en la primera parte, titulada «El intelectualismo religioso y la teoría de la abstracción», como el pensamiento básico para Amor Ruibal en el enfoque legítimo de las relaciones de la filosofía y el dogma. La abstracción, con su valor ontológico, constituye un paso ulterior, no ya filosófico-dogmático, sino filosófico-teológico interpretativo de aquel intelectualismo; su valor desigual lo precisa el trabajo. Con este primer paso se ha conquistado mucho: estamos en el camino del recto filosofar, frente a un filosofar no recto. La filosofía, empero, propiamente empieza desde aquí. Y no cabe duda, en el surco del recto filosofar han podido crecer múltiples sistemas, como explicaciones posibles a una misma verdad, a saber, al intelectualismo objetivo y realismo metafísico.

Hay una aporía de difícil solución y que no obstante el intelectualismo y la abstracción con su valor ontológico tienen que resolver. La aporía surge de la polaridad entre lo abstracto del concepto y absoluto de la verdad y de las esencias inmutables de los seres; y lo concreto, de otra parte, de la realidad y de las existencias de los singulares, los dos polos que el intelectualismo respeta por igual y tiene que mantener en mutua armonía sin menoscabo de ninguno.

La «Humani Generis» sale por los derechos de la razón y de la esencia, hoy comprometidos en la filosofía existencial. Hace veinte años nuestro filósofo, veía y denunciaba ese mismo peligro en las nuevas corrientes del presente.

Mas lo sorprendente de él está en que, a la inversa, con los modernos no encuentra sitio en la filosofía clásica de las esencias a las existencias de los singulares, y con ellas a las dos grandes categorías descubiertas por la cultura moderna, la subjetividad y la historicidad, y ello debido a la inversión de la relación entre la imagen y el original operada por Platón, transmitida por él a toda la filosofía posterior, incluso la de Santo Tomás. Tal es el motivo de la segunda parte de la tesis: el intelectualismo griego y su proyección en el intelectualismo escolástico. Retomando el problema en los orígenes mismos de la filosofía que coinciden con su desviación, muestra esta segunda parte que Amor Ruibal se mueve en terreno conquistado. Antes iba de la mano de toda la teología católica; ahora de los filósofos todos de la actualidad e historiadores de la filosofía griega. La excepción de algún tomista aferrado a la letra de la escuela no puede desvirtuar el hecho.

Como era de esperar, la tesis lo pone de manifiesto, la aplicación a la filosofía medieval, al mismo tomismo, no se había de retardar aun en el mismo campo católico. Los jesuitas de Innsbruck, Santeler, Juetscher, franciscanos como el P. Picard y el P. Bogmann, católicos independientes como Geyser, H. Meyer, Mutterer, Carmelo Ottaviano, habían de examinar el tomismo a esta luz, y con él toda la escolástica de sistema.

Con una visión, empero, más completa, llevando hasta el fin su grandiosa intuición histórica y como consecuencia crítica, nuestro autor va a atacar de frente el llamo idealismo agustino-tomista (la aplicación filosófico-teológica central de la teoría), la síntesis de las Ideas (Platón) y las formas (Aristóteles), que como fundamento filosófico de la visión cristiana del mundo y como expresión filosófica verdadera del teísmo se viene representando.

El fondo de este idealismo es el intelectualismo griego proyectado en la Filosofía cristiana. Se comprende que el autor disocie y separe el vestido filosófico de la realidad cristiana que recubre porque sin reparos el vestido filosófico nuestro filósofo manda que se retire.

Y aquí Amor Ruibal interpreta la Historia. Lejos de ser aquel idealismo adecuado al dogma, creó siempre a éste dificultades nunca satisfactoriamente resueltas. Antes de la aleación aristotélica de Santo Tomás, el platonismo y neoplatonismo crearon un clima peligrosamente panteísta al pensamiento cristiano de que no se vio totalmente libre hasta Santo Tomás, y después..., puede recordarse el ontologismo. Con la aleación aristotélica de Santo Tomás no obstante, las relaciones de lo ideal y lo real, del individuo y de la especie, de la esencia y de la existencia, de lo universal y de lo singular, tampoco encontraron un camino despejado; justamente los problemas que el intelectualismo tenía que resolver y que la teoría de la abstracción y de la esencia modeladas sobre la metafísica griega no resolvieron.

Aquí Amor Ruibal prosigue su interpretación de la ontología escolástica y de la antes rudimentaria patrística, «adaptaciones, concluye él, más o menos complicadas, más o menos inestables, las cuales, mejor que obra de ciencia, diríanse y son quizá labor de ingenio y de arte sobre la metafísica antigua, para hacer viables los postulados de ésta».

Nada extraño es que, siguiendo esta pista, una vez abierta, al llegar a la constitución de las escuelas tomista, nominalista, escotista, suareciana, vea en sus respuestas soluciones todas imposibles a unas aporías surgidas del encuentro del intelectualismo griego con el pensamiento cristiano, al que son esenciales, con el drama de las existencias singulares, las categorías de la subjetividad y de la historicidad, que son justamente incompatibles con el pensamiento griego y constituyen el gran descubrimiento del pensamiento moderno.

Agotadas, pues, todas las posibilidades de evolución filosófico-teológicas sobre la metafísica antigua, las escuelas han encallado en posiciones fijas, que si pertenecen a la Historia, son incompatibles con la vida y el dinamismo de la ciencia, y no menos con las exigencias de la verdad y de la sana teología. Nada de extraño es que Amor Ruibal las mande retirar, planteada así la cuestión, como material arqueológico.

Mas por encima de los sistemas están los eternos valores que aquella tradición encarna y nos transmite. Sus caminos discaminados son, además, un adoctrinamiento para nosotros. Así lo debió entender nuestro filósofo, que por eso se esforzó en continuar la tradición superando los escollos denunciados.

Y ahora, a su grandiosa intuición histórica y crítica llevada hasta el fin, opone otra no menos grandiosa intuición creadora. Si es verdad que no llegó a madurar plenamente su obra ni logró darle un desarrollo riguroso, ha dejado trazadas las líneas maestras del nuevo edificio, ha reelaborado la teoría de la idea y de la esencia. No a partir de la idea se ha de explicar la realidad con el peligro de nunca llegar a ella, sino a la inversa, partiendo del original habrá de explicarse la idea, invirtiendo así la inversión platónica.

Asistimos hoy precisamente a esta reacción anti [falta una línea] y de la esencia, se nos habla de la actualización de los valores eternos del tomismo.

Aquí se tercia en el debate el esfuerzo de Amor Ruibal, que pide para resolverle una transformación del tomismo, de la abstracción con su valor ontológico si hemos de ofrecer a la filosofía de hoy un intelectualismo que satisfaga por igual a las exigencias eternas del platonismo, de la verdad universal, necesaria y eterna, a las esencias inmutables de los seres al par que a las existencias singulares a la subjetividad e historicidad. El redescubrimiento de la esencia inmanente en esta existencia singular contingente que funde el valor de la idea universal y necesaria, sin que se requiera para el valor de la idea la correspondencia en las cosas de un reino de esencias, aparte de las cosas mismas singulares e independiente, es la revelación metafísica que Amor Ruibal nos ha hecho. Así es como el intelectualismo del dogma va a encontrar su expresión filosófica anhelada y el idealismo agustino-tomista su conservación y su sustitución.

No obstante, lo que Amor Ruibal nos ha legado es, más que la reconstrucción de la metafísica teológica, la tarea de llevarla a cabo siguiendo su inspiración profunda no es la de la gran tradición escolástica y desarrollando su intuición fundamental en contacto con las corrientes vivas del presente.»

(Sumarios y extractos de la Tesis Doctorales leídas desde 1940 a 1950 en las secciones de Filosofía y Pedagogía, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Madrid 1953, págs. 137-146.)

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