Jacobo Moleschott 1822-1893
Médico fisiólogo holandés, radicado desde 1861 en Italia, que junto con Luis Büchner y Carlos Vogt es una de las figuras más significativas del materialismo monista de la segunda mitad del siglo XIX. Nacido en Bolduque (capital de Brabante, Hertogenbosch o Den Bosch, patria también de El Bosco), el 9 de agosto de 1822, de padre médico, inició sus estudios en Holanda y los continuó en Alemania, en la Facultad de Medicina de Heidelberg (donde tuvo como profesores al fisiólogo Friedrich Tiedemann, a Leopold Gmelin, Nägele, Theodor Ludwig Bischoff, Jacob Henle). Interesado por la filosofía asistió también a las lecciones del hegeliano Maurice Carriére. Al parecer le causó gran impresión la obra La esencia del cristianismo (1841) de Ludwig Feuerbach.
En 1845 publicó Kritische Betrachtung von Liebig’s Theorie der Pflanzenernährung (Erben F. Bohn, Harlem 1845, VIII+122 págs., Observaciones críticas a la teoría de Liebig sobre la alimentación de las plantas), comentarios a la obra de Justus von Liebig, La Química y su aplicación a la agricultura y a la fisiología (1840), con la que obtuvo el premio convocado por la holandesa Universidad de Harlem y se dio a conocer en el mundo científico. Doctorado en medicina en 1845 se estableció como médico en Utrecht. En 1847 se habilitó en Heidelberg para ejercer como Privatdozent, explicando varios cursos de química fisiológica, anatomía comparada, antropología y fisiología.
Su libro Lehre der Nahrungsmittel. Für das Volk (Verlag von Ferdinand Enke, Erlangen 1850, XVI+248 págs., Doctrina sobre los alimentos. Para el pueblo) fue reseñado por Feuerbach en un texto en el que acuño, no sin cierta ironía inicial (ist = es, isst = come), la fórmula «Der Mensch ist, was er isst», «El hombre es, lo que come», que acabaría haciéndose famosa (y que a través de Marx y Engels produjo notable ruido en la tradición marxista).
En 1852 publicó, también contra las posiciones de Liebig, una de las obras que le hizo más conocido en distintas lenguas: Der Kreislauf des Lebens. Physiologische Antworten auf Liebig’s Chemische Briefe (Verlag von Victor von Zabern, Maguncia 1852, VI+485 págs.; 2ª Maguncia 1855, VI+507 págs.; 3ª Maguncia 1857, XII+534 págs.; 4ª Maguncia 1863, XVIII+556 págs.; &c.).
Fue publicada en francés por el doctor Emilio Cazelles (1831-1907) en 1866: La circulation de la vie: lettres sur la physiologie en réponse aux lettres sur la chimie, de Liebig, par Jac. Moleschott; traduit de l’allemand, avec autorisarion de l’auteur, par le Dr. E. Cazelles (Germer Baillière, París 1866, 2 vols. XXVIII+201 y 233 págs.).
Fue publicada en italiano por César Lombroso (1835-1909) en 1869: La circolazione della vita. Lettere fisiologiche di Jac. Moleschott in risposta alle lettere chimiche di Liebig. Traduzione sulla quarta edizione tedesca pubblicata con consenso dell’autore dal Prof. Cesare Lombroso (Gaetano Brigola Editore, Milán 1869, 404 págs.)
Fue publicada en español por el socialista Alejandro Ocina y Aparicio en 1881: La circulación de la vida: cartas sobre la fisiología en contestación a las Cartas sobre la química de Liebig, por Jac. Moleschott; obra traducida al castellano por A. Ocina y Aparicio (Saturnino Calleja, Madrid 1881, 527 págs.). [CCPBE 3 ejemplares en Madrid Academia de Medicina, Barcelona Instituto Provincial de Segunda Enseñanza, Gerona Biblioteca Pública Lambert Mata. Como podía sospecharse la Biblioteca Nacional de España no guarda esta edición.]
Por sus posiciones materialistas tuvo que abandonar en 1854 la docencia, al obligarle el rector de la Universidad de Heidelberg a no explicar a los alumnos sus teorías, dejando reducidas sus expectativas al trabajo de laboratorio. Se fue a Suiza y en 1856 fue nombrado profesor de fisiología en el Polytechnikum de Zurich (donde coincidió con Francisco de Sanctis, a la sazón exiliado y profesor en el mismo centro de Literatura italiana).
Vuelto Francisco de Sanctis a Italia en 1860 como Director de Instrucción Pública con Garibaldi, y nombrado en 1861 Ministro de Instrucción Pública, invitó a Moleschott a trasladarse a Italia, donde ese mismo año de 1861 fue nombrado profesor de Fisiología en la Universidad de Turín (previa jubilación forzosa de su predecesor, Secondo Berruti, con el consiguiente escándalo en la Facultad de Medicina, la Academia Médica y las fuerzas vivas turinesas). Moleschott recibió el encargo de renovar y modernizar por la vía del positivismo la Facultad de Medicina de Turín, tarea en la que contó con la activa colaboración de Giuseppe Timermans (Turín 1824-1873) y Giulio Bizzozero (1846-1901) entre otros. Este holandés errante, formado en Alemania, de donde hubo de marchar segregado a Suiza, acabó naturalizándose como italiano, siendo incluso nombrado en 1876 «senador del Reino» por el Gobierno de Italia. En 1878 obtuvo la cátedra de fisiología de la Universidad de Roma. Desde mediados los años setenta Jacopo Moleschott comenzó a escribir sus obras en italiano, lengua que logró dominar, e incluso colaboró en el progreso del poder militar de su Estado de adopción («Sulla Razione del soldato italiano», Rivista Militare, 1883, tomo III). Durante los últimos años de su vida las necesidades económicas familiares le llevaron a tener que ejercer también la profesión medica, falleciendo en Roma, de la erisipela que le contagió un paciente, el 20 de mayo de 1893. Sus libros, donados a la Academia de Medicina de Turín por la familia tras su fallecimiento, ardieron junto con la mayor parte de la Biblioteca de esa institución tras un bombardeo en julio de 1943.
«La angosta mentalidad filistea de los tiempos prekantianos vuelve a presentársenos, reproducida hasta la más extrema vulgaridad, en Büchner y Vogt; y hasta el propio Moleschott, que jura por Feuerbach, se pierde a cada momento, de un modo divertidísimo, entre las categorías más sencillas. Naturalmente, el envarado penco del sentido común burgués se detiene perplejo ante la zanja que separa la esencia de las cosas de sus manifestaciones, la causa, del efecto; y, si uno va a cazar con galgos en los terrenos escabrosos del pensar abstracto, no debe hacerlo a lomos de un penco.» (Federico Engels, Contribución a la crítica de la economía política, de Carlos Marx, Reseña en Das Volk, agosto 1859. Marx-Engels, Obras escogidas en dos tomos, Editorial Progreso, Moscú 1971, tomo I, pág. 352.)
«Esto es lo que sucedió en Alemania a la filosofía de la naturaleza. «El descrédito de este sistema es tal, escribe Büchner, que el nombre de filosofía de naturaleza es casi un término de menosprecio en la ciencia.» Las ciencias naturales y positivas han recogido el cetro que la filosofía idealista se ha visto obligada a ceder, y han tenido a su vez una filosofía, que no es otra, preciso es decirlo, que el más crudo materialismo. El jefe y el propagador de este nuevo movimiento ha sido M. Moleschott.
La escuela de Moleschott se da la mano evidentemente con la escuela de Feuerbach: esta ha hecho posible aquella, pero hay, no obstante, una gran diferencia entre ambas, porque proceden de orígenes distintos. La escuela de Feuerbach tiene un origen hegeliano y ha nacido de la dialéctica: lleva, sin duda alguna, al materialismo, mas lo hace por la deducción y por el encadenamiento lógico de las ideas. Es una especie de materialismo abstracto, dentro todavía del hegelianismo extremo, y que en Lassalle y sus discípulos conduce al socialismo revolucionario. La escuela de Prudhon representa bastante bien entre nosotros este género de filosofía razonadora, quimérica y violenta. El materialismo de Moleschott y sus amigos tiene enteramente otro carácter: es un materialismo fisiológico fundado en la ciencia, en los conocimientos positivos y en la experiencia, y se asemeja más bien a la escuela de Cabanis, de Broussais y de Littré. Lo que animaba a los jóvenes hegelianos, como se les llamaba entonces, era el espíritu revolucionario; lo que anima a Moleschott es el espíritu positivo, el espíritu de las ciencias: es, en una palabra, la revancha del empirismo contra el frenesí de la especulación a priori.
El primer escrito en que se encuentran expuestas las doctrinas de la nueva escuela es el libro de Moleschott titulado La circulación de la vida (Kreislauf des Lebens). Es una colección de cartas dirigidas al célebre Liebig sobre las principales cuestiones de la filosofía: el alma, la inmortalidad, la libertad, las causas finales. En este libro Moleschott formula el principio del nuevo materialismo: «Sin materia no hay fuerza: sin fuerza no hay materia.» Sostiene la idea de una circulación indefinida de la materia, que pasa sin cesar del mundo de la vida al de la muerte, y recíprocamente; y encarece lo que él denomina la omnipotencia de estas transformaciones (Allgewalt des Stoffenwechsels).
El libro de Moleschott produjo gran ruido en Alemania y sacudió el letargo filosófico de los espíritus, pero lo que determinó especialmente la explosión del debate entre el materialismo y el espiritualismo fue el discurso pronunciado en Gotinga en 1854, en una reunión de médicos y naturalistas alemanes, por M. Rodolfo Wagner, uno de los primeros fisiólogos de Alemania. En este discurso, titulado De la creación del hombre y de la sustancia del alma, Wagner examinaba esta cuestión: «¿Qué piensa hoy la fisiología, después de las investigaciones últimas, con relación a la hipótesis de una alma individual esencialmente distinta del cuerpo?» Y por lo que a él hacía, declaraba que nada, en los resultados de la fisiología, le obligaba a admitir necesariamente un alma distinta; pero que el orden moral exigía una hipótesis semejante. En otro escrito, publicado para explicar su discurso, con el título de Ciencia y Fe (Wissen und Glauben), distingue cuidadosamente estas dos esferas diciendo: «En las cosas de fe, amo la fe sencilla y cándida del carbonero; en materias científicas soy de los que se inclinan a dudar todo lo posible.»
Este llamamiento a la fe del carbonero provocó una respuesta viva y mordaz de un naturalista distinguido, discípulo de M. Agassiz, Carlos Wogt, uno de los miembros del partido radical de Alemania, que se sentaba en la extrema izquierda del parlamento de Francfort, y que, desterrado después a Génova, fue allí profesor y miembro del Consejo de Estado. Burlábase de esta doble conciencia que el sabio de Gotinga trataba de procurarse, una para la ciencia y otra para la fe, y calificaba el expediente de «teneduría de libros por partida doble.» Pero no fue solamente en este folleto accidental donde Carlos Wogt dio pruebas de su amor al materialismo; fue también en otros escritos más científicos y extensos; en sus Cuadros de la vida animal (Bilder aus dem Thierleben), en sus Cartas fisiológicas (Physiologische Briefe), y por último, en una obra reciente llena de ciencia y entusiasmo, titulada: Lecciones sobre el hombre, su lugar en la creación y en la historia de la tierra. Wogt se ha hecho célebre en esta polémica por su comentario al dicho de Cabanis: «El pensamiento es una secreción del cerebro.» Desconfiando de la inteligencia del lector se ha creído obligado a insistir sobre esta fórmula brutal, enseñando «que el cerebro segrega el pensamiento como el hígado la bilis y los riñones la orina;» proposición tan manifiestamente falsa que otro materialista, Büchner, se ha considerado en el deber de refutarla.
Büchner, sin embargo, es, a su vez, uno de los discípulos más ardientes de Moleschott, y de los partidarios más decididos de su doctrina. Su libro Fuerza y Materia (Kraft und Stoff) es, de todos los escritos de esta escuela, el que ha tenido mayor éxito. Publicado por primera vez en 1856 lleva un gran número de ediciones, ha sido traducido a muchas lenguas, y vertido a la francesa por un amigo y compatriota del autor que, para decirlo de pasada, no habría hecho mal en hacer revisar su traducción por alguien que conociera este idioma. Como quiera que sea, este libro corto y nervioso, abundante en hechos, y escrito con rapidez y claridad, cualidades enteramente nuevas en un libro alemán, puede servir para resumir todos los demás, y contiene en pocas páginas la sustancia de la doctrina: es el verdadero manual del nuevo materialismo.» (Paul Janet, El materialismo contemporáneo [1864], traducido, con una introducción, por Mariano Arés, catedrático de la Universidad de Salamanca, Biblioteca Salmantina: Filosofía, Historia, Ciencias Físicas, Literatura; Imprenta de D. Sebastián Cerezo, Salamanca 1877, págs. 18-22.)
«Esto es lo que sucedió en Alemania a la filosofía de la naturaleza. «El descrédito de dicho sistema es tal –dice Büchner– que su nombre no es más que un término de desprecio para la ciencia.» Las ciencias naturales y positivas han recobrado el cetro que la filosofía idealista se vio obligada a abandonar; ellas tienen también su filosofía que, preciso es confesarlo, no es otra que el más grosero materialismo. El jefe y propagador del nuevo movimiento ha sido M. Moleschott.
Efectivamente, la escuela del último autor se relacionaba con la de Feuerbach, la cual ha hecho posible a la primera; pero hay entre las dos una inmensa diferencia, ambas tienen un origen distinto. La última procede del hegelianismo: nacida de la dialéctica, conduce sin duda a una especie de materialismo, pero es por la deducción, por el encadenamiento lógico de las ideas: es un materialismo abstracto, es el hegelianismo extremado que con Lassalle y sus discípulos nos arrastraba al socialismo revolucionario. La escuela de Proudhon representa bastante bien entre nosotros esa filosofía habladora, violenta y quimérica. El materialismo de Moleschott y de sus amigos posee otro carácter: es un materialismo fisiológico fundado en la ciencia, en los conocimientos positivos y en la experiencia; la nueva escuela se parece más bien a la de Cabanis, Broussais y Littré. Lo que alentó a los jóvenes hegelianos, como se les llamaba entonces, fue el espíritu revolucionario; lo que anima a Moleschott es la investigación positiva, el estudio de las ciencias. En una palabra, es la revancha del empirismo contra el frenesí de la especulación racional a priori.
El primer escrito, donde se hallan expuestas las doctrinas de la nueva escuela, es el libro de Moleschott, intitulado La Circulación (Kreislauf des Lebens). Es una colección de cartas dirigidas al célebre Liebig sobre las principales materias de la filosofía: el alma, la inmortalidad, la libertad y las causas finales. En esta obra, Moleschott sienta el principio del nuevo materialismo: «No hay materia sin fuerza, no hay fuerza sin materia.» Sostiene la hipótesis de una circulación indefinida de la materia, que pasaría incesantemente del mundo de la vida al de la muerte y viceversa, y encarece lo que el llama la omnipotencia de sus trasmutaciones (Allgewalt des Stoffenwechsels).
El libro de Moleschott conmovió de una manera profunda la Alemania y sacudió el letargo filosófico de los hombres de ciencia; pero lo que promovió, sobre todo, la explosión del debate entre el materialismo y el espiritualismo, fue el discurso pronunciado en 1854 en Gættinga, ante el congreso de médicos y naturalistas alemanes, por M. Rodolfo Wagner, uno de los primeros fisiólogos de la confederación germánica. En este discurso, intitulado De la creación del hombre y de la sustancia del alma, el doctor Wagner examinaba la siguiente cuestión. «¿En qué estado se halla en la actualidad la fisiología, después de sus últimas conclusiones, con relación a la hipótesis de una alma individual esencialmente distinta del cuerpo?» Según él, los resultados obtenidos por esta ciencia, no conducen necesariamente a admitir una alma distinta, pero que el orden moral exige semejante hipótesis. En otro opúsculo publicado para explicar su discurso y al cual titula Ciencia y Fe (Wissen und Glauben), distingue con mucho cuidado estos dos puntos, y dice: «En las cuestiones de fe, yo amo la fe sencilla e ingenua del carbonero; en materia científica, me cuento entre los que desean la duda cuanto sea posible.»
Este llamamiento a la fe del carbonero provocó una contestación viva y mordaz de un naturalista distinguido, discípulo de M. Agassiz, M. Carlos Vogt, uno de los miembros del partido radical en Alemania, que ocupaba la extrema izquierda del parlamento de Francfort, desterrado después a Génova, en donde llegó a ser profesor y miembro del consejo de estado. Ridiculizaba la doble conciencia que trataba de procurarse el sabio de Gættinga, la una por la ciencia y la otra por la religión, y calificaba este expediente de «teneduría de libros en partida doble.» Pero Carlos Vogt no sólo se ocupó del materialismo en este folleto accidental, lo hizo también en escritos más científicos y más extensos: en sus Cuadros de la vida animal (Bilder aus dem Thierleben), en sus Cartas Fisiológicas (Phisiologische Briefe), y en fin en un fragmento reciente lleno de ciencia y de fantasía: Lecciones sobre el hombre, lugar que ocupa en la creación y en la historia de la tierra. M. Vogt se ha hecho célebre, especialmente en la polémica sobre el comentario que hizo de la definición de Cabanis: «El pensamiento es una secreción del cerebro.» Desconfiando aquel autor de la inteligencia de sus lectores, creyó que debía insistir sobre esta brutal fórmula, y nos enseña que «el cerebro segrega el pensamiento, como el hígado la bilis y los riñones la orina,» proposición tan notoriamente falsa, que otro materialista, el Dr. Büchner, se vio obligado a refutar.
El Dr. Büchner es uno de los discípulos más ardientes de Moleschott, y uno de los más decididos apóstoles de su sistema, de todos los escritos de esta escuela el que más éxito ha tenido es su libro Fuerza y Materia (Kraft und Stoff); publicada por vez primera en 1856, se agotaron en poco tiempo numerosas ediciones, siendo traducida a muchos idiomas, especialmente al francés. Esta obra, corta y nerviosa, llena de hechos, escrita con rapidez y claridad, cualidades nuevas en un libro alemán, reasume todas las demás, y contiene en pocas páginas la esencia de la doctrina. Es el verdadero manual del nuevo materialismo.» (Paul Janet, El materialismo contemporáneo [1864], versión española del Doctor Aguilar y Lara, Biblioteca de Filosofía Contemporánea, Valencia 1877.)
«Alemania no podrá nunca librarse por completo de este materialismo [...]; Alemania es el único país de la tierra donde el boticario no puede preparar un medicamento sin interrogarse sobre la correlación de su actividad con el conjunto del universo; esta tendencia ideal es la que, mientras la filosofía se quedaba en el atolladero, ha suscitado entre nosotros la polémica materialista [...]. En los comienzos del año 1852 trajo las Cartas fisiológicas de R. Wagner; en Abril, Moleschott firmó el prefacio de la Circulación de la vida, y en Septiembre, Vogt decía, al publicar sus Cuadros de la vida animal, que ya era tiempo de enseñar los dientes a la manía autoritaria que se consideraba como triunfante. De los dos campeones de la tendencia materialista, el uno era el heraldo de la filosofía de la naturaleza y el otro un ex regente del imperio, es decir, un idealista desesperado; estos dos hombres, que no estaban desprovistos de la pasión de las investigaciones personales, brillan sobre todo por su talento en la exposición; si Vogt es más claro y más preciso en los detalles, Moleschott concibe y compone mejor sus vistas de conjunto; Vogt se contradice con frecuencia y Moleschott es más rico en fórmulas, a las que no se puede en general atribuir sentido alguno [...]. Hemos llamado más arriba a Moleschott el heraldo de la filosofía de la naturaleza, y lo hemos hecho a sabiendas; no lo es por haber, en su juventud, estudiado a Hegel y prestado homenaje después a Feuerbach, sino porque esa tendencia es visible en su materialismo, que se tiene por tan lógico, y aun en los puntos decisivos de la metafísica; se puede decir de él lo que de Büchner, que da con frecuencia como autoridad a Feuerbach, pensador poderoso y apasionado, pero perfectamente obscuro, y que después, con sus propias aserciones, se extravía a menudo en un vago panteísmo.» (Federico Alberto Lange, Historia del materialismo [1866], tomo segundo, primera parte: La filosofía moderna, capítulo segundo: El materialismo filosófico después de Kant, «Büchner, detalles personales, es influenciado por Moleschott, obscuridades y defectos de su materialismo. Moleschott es influenciado por Hegel y Feuerbach: la teoría del conocimiento de Moleschott no es materialista.», traducción de Vicente Colorado, Daniel Jorro, Madrid 1903, tomo segundo, págs. 109-111, 121.)
«[Notas y fragmentos. Ciencias naturales y Filosofía]. Büchner. Aparición de esta tendencia. Disolución de la filosofía alemana en el materialismo –eliminación del control sobre la ciencia–, estallido de una vulgarización burdamente materialista, cuyo materialismo pretende suplir la falta de ciencia. Florece en la época de más profunda decadencia de la Alemania burguesa y de la ciencia alemana oficial, de 1850 a 1860. Vogt, Moleschott, Büchner. Seguros mutuos. –La corriente se reanima al ponerse de moda el darvinismo, al que estos señores se adhieren inmediatamente–. Cabría mandarlos al diablo y dejarlos ejercer su cometido nada deshonroso, aunque un tanto estrecho, consistente en inculcar el ateísmo, &c., al filisteo alemán, pero 1) sus insultos contra la filosofía (citar algunos pasajes), que es, a pesar de todo, la gloria de Alemania, y 2) la pretensión de aplicar a la sociedad las teorías acerca de la naturaleza y de reformar el socialismo. Esto nos obliga a tomarlos en consideración.» (Federico Engels, Dialéctica de la naturaleza [≈1873, proyecto de Anti-Büchner], primera edición en español, en traducción directa del alemán por Wenceslao Roces, Editorial Grijalbo, México 1961, pág. 171.)
«De la doctrina darvinista yo acepto la teoría de la evolución, pero no tomo el método de demostración de Darwin más que como una primera expresión, una expresión temporal e imperfecta, de un hecho que acaba de descubrirse. Antes de Darwin, precisamente los hombres que hoy sólo ven la lucha por la existencia (Vogt, Büchner, Moleschott, etc.), hacían hincapié en la acción coordinada en la naturaleza orgánica; subrayaban cómo el reino vegetal suministraba el oxígeno y los alimentos al reino animal y cómo, a la inversa, este último suministraba a aquél el ácido carbónico y los abonos, como lo recalcaba con especial fuerza Liebig. Las dos concepciones se justifican en cierta medida, hasta ciertos límites, pero la una es tan unilateral y limitada como la otra.» (Federico Engels, Carta a Piotr Lavrovich Lavrov, Londres, 12-17 de noviembre de 1875.)
«Cuatro enfants terribles del positivismo, como Buchner, Vogt, Moleschott y otros semejantes, constituyen para el Sr. Moreno Nieto las grandes autoridades de la escuela, y las exageraciones de estos escritores (antiguos materialistas no bien empapados todavía en los métodos positivistas) son para él las pruebas más fehacientes de los horrores de la nueva escuela, como si esta no tuviera más autorizados y sensatos representantes en Stuart Mill, Spencer, Bain, Lewes, Wundt, Tyndall, Helmhotz, Ribot y otros muchos que distan de los materialistas pur sang tanto cuanto dista un crítico de un dogmático.» (Manuel de la Revilla, Revista crítica, Revista Contemporánea, Madrid, 30 de enero de 1876, año II, número 4, tomo I, volumen IV, página 525.)
«¡Ojalá no llegue un día en que alguien se levante en nuestra patria y les dirija con fundado motivo estas palabras de Moleschott: 'habéis arrojado a la juventud de la metafísica, y la juventud se ha venido a nuestro campo' esto es, al materialismo.» (Gumersindo de Azcárate, El positivismo y la civilización, Revista Contemporánea, Madrid, 30 de junio de 1876, año II, número 14, tomo IV, volumen II, página 233.)
«La trayectoria de Feuerbach es la de un hegeliano –nunca del todo ortodoxo, ciertamente– que marcha hacia el materialismo; trayectoria que, al llegar a una determinada fase, supone una ruptura total con el sistema idealista de su predecesor. Por fin le gana con fuerza irresistible la convicción de que la existencia de la 'idea absoluta' anterior al mundo, que preconiza Hegel, la 'preexistencia de las categorías lógicas' antes que hubiese un mundo, no es más que un residuo fantástico de la fe en un creador ultramundano; de que el mundo material y perceptible por los sentidos, del que formamos parte también los hombres, es lo único real y de que nuestra conciencia y nuestro pensamiento, por muy transcendentes que parezcan, son el producto de un órgano material, físico: el cerebro. La materia no es un producto del espíritu: el espíritu mismo no es más que el producto supremo de la materia. Esto es, naturalmente, materialismo puro. Al llegar aquí, Feuerbach se atasca. No acierta a sobreponerse al prejuicio rutinario, filosófico, no contra la esencia del materialismo, sino contra su nombre. Dice:
«El materialismo es, para mí, el cimiento sobre el que descansa el edificio del ser y del saber del hombre; pero no es para mí lo que es para el fisiólogo, para el naturalista en sentido estricto, por ejemplo, para Moleschott, lo que forzosamente tiene que ser, además, desde su punto de vista y su profesión: el edificio mismo. Retrospectivamente, estoy en un todo de acuerdo con los materialistas, pero no lo estoy mirando hacia adelante».
Aquí Feuerbach confunde el materialismo, que es una concepción general del mundo basada en una interpretación determinada de las relaciones entre el espíritu y la materia, con la forma concreta que esa concepción del mundo revistió en una determinada fase histórica, a saber: en el siglo XVIII. Más aún, lo confunde con la forma achatada, vulgarizada, en que el materialismo del siglo XVIII perdura todavía hoy en las cabezas de naturalistas y médicos y como era pregonado en la década del 50 por los predicadores de feria Büchner, Vogt, y Moleschott. Pero, al igual que el idealismo, el materialismo recorre una serie de fases en su desarrollo. Cada descubrimiento trascendental, operado incluso en el campo de las Ciencias Naturales, le obliga a cambiar de forma; y desde que el método materialista se aplica también a la historia, se abre ante él también aquí un camino nuevo de desarrollo.» (Federico Engels, Ludwig Feuerbach y el fin de la filosofía clásica alemana, II, 1886. Colección Orbe nº 6, Ricardo Aguilera, Madrid 1969, págs. 31-32.)
«La misión de la ciencia, desde el punto de vista económico, dice Moleschott, consiste 'en indicar la repartición de la materia que contrarreste proporcionalmente la miseria'; porque, la miseria no es en el fondo otra cosa que la falta de materia, es decir, de fuerza o de energía que se traduce indirectamente por falta de metalico.» (C., «Específico contra la crisis», La Dinastía. Diario político, literario, mercantil y de avisos, Barcelona, jueves 17 de noviembre de 1887, año V, nº 2466, pág. 1, columna 2.)
«5º Ante estas pruebas, expuestas y defendidas por Aristóteles, San Agustín, Alberto Magno, Santo Tomás de Aquino y tantos otros ingenios, las razones aducidas en defensa del materialismo sólo causan lástima.
–Si hago el análisis químico del cuerpo humano, dice M. Moleschott, hallo en él carbonato, amoniaco, cloruro de potasio, fosfato de sosa, cal, magnesia, hierro, ácido sulfúrico y sílice; pero el alma, el espíritu no lo encuentro. Luego en el hombre no existe el alma.
Tan ingenioso, justo y concluyente es este razonamiento, como el de quien negara la existencia del sol por la razón sencilla de no haber logrado coger con pinzas un rayo de su luz.» (Alma, Diccionario apologético de la fe católica, Sociedad Editorial de San Francisco de Sales, Madrid 1890, tomo 1, columna 95.)
«Por lo demás, los fabricantes de teorías francamente materialistas no brillan por conceptos filosóficos originales. Vanagloríanse ante todo de ser hombres de ciencia experimental y reemplazar con la Fisiología toda especie de Filosofía, porque, en su sentir, la Filosofía sólo tiene por objeto entidades [2128] imaginarias. Los más conocidos entre ellos son Moleschott, Carlos Vogt y Büchner. Moleschott expuso su doctrina en una colección de cartas dirigida al célebre Liebig, y publicadas en 1852 bajo el título de La circulación de la vida.
Toda su teoría viene a resolverse en estos dos asertos: 1º La materia y la fuerza están indisolublemente unidas. 2º Todos los fenómenos, aun aquellos que se llaman espirituales, tienen por única causa la circulación de la materia, que pasa incesantemente del estado de vida al estado de muerte, o del estado de muerte al de vida, subiendo y bajando la escala de los seres. 'Así como el comercio es el alma de las relaciones entre los hombres, así también, escribe dicho autor (carta tercera), la circulación eterna de la materia es el alma del mundo.'» (Materialismo, Diccionario apologético de la fe católica, Sociedad Editorial de San Francisco de Sales, Madrid 1890, tomo 2, columnas 2127-2128.)
«Un fisiólogo americano, Mr. W. O. Atwater, estudia en el Centuri Magazine una cuestión aún poco conocida: la alimentación cerebral y las fuentes de la energía intelectual. Hay muchos, dice, que creen la actividad mental íntimamente unida a la cantidad de fósforo asimilada por el cerebro. [...] La cerebrina, que es el producto verdaderamente característico del tejido cerebral, no presenta huellas de fósforo. Así, los fisiólogos y los químicos verdaderamente autorizados se han negado siempre a admitir que el fósforo sea más indispensable a la actividad cerebral que el carbono o el azoe, u otro cualquier elemento de los tejidos animales y vegetales. Esto no impide que todo el mundo repita la famosa frase alemana: Ohne Phosphor keine Gedanke (sin fósforo no hay pensamiento), y que a cada paso se encuentre más o menos definida la creencia de que el pensamiento procede del fósforo. La idea más extendida a este propósito es que la actividad del cerebro debe ir acompañada de cierta fosforescencia del órgano. La frase precitada ha tenido la mayor parte en la difusión del prejuicio. Y lo más curioso es que no se sabe con exactitud quién es su autor. La última edición de la Enciclopedia británica se la atribuye a Buchner. Para mí, prosigue Mr. Atwater, pertenece a Moleschott, que la formuló en sus Lehre der Nahrungsmittel (Teoría de los alimentos) hace unos cuarenta años. Era entonces privat docent en la Universidad de Heidelberg, y se sabe que el extremo atrevimiento de sus doctrinas iba a hacerle perder su derecho a la enseñanza; lo que le llevó a la Universidad de Zurich primero, luego a Turín y por último a Roma, donde bien pronto debía jugar un importante papel político como senador y como ministro. Varios fisiólogos amigos suyos me habían dicho, hace mucho tiempo, que su objeto, al formular su famosa frase, había sido, sobre todo, aguijonear a sus adversarios, desencadenar las discusiones y declarar netamente el pensamiento como una función de la materia organizada. Él mismo convino en esto en una conversación que tuve con él hace unos cuantos años, añadiendo que nunca había querido decir que la actividad intelectual fuese específicamente unida al gasto de fósforo. Y realmente, todos sus escritos de entonces protestan contra tal interpretación. 'Pero ya sabéis, me dijo sonriendo, lo que son las palabras que hacen fortuna.' Había querido llegar a la imaginación de las masas, y el éxito sobrepujó a sus esperanzas. En este sentido, Ohne Phosphor keine Gedanke fue un rasgo de ingenio.'» («El fósforo y el pensamiento», La Ilustración hispano-americana, Barcelona, 17 de mayo de 1891, año XII, nº 550, pág. 314.)
«La Federación Internacional del Libre Pensamiento, cuyo domicilio está en Bruselas, que liga entre sí las más importantes organizaciones del Libre Pensamiento de todo el mundo, data de 1880 y fué fundada en aquella ciudad por hombres que pueden y deben ser considerados como las más puras glorias de la Humanidad, tales como César de Paepe, uno de los fundadores del partido socialista belga; Carlos Bradlaugh, que dos veces fué expulsado violentamente de la Cámara de los Comunes por negarse á prestar juramento; D. M. Benett, Luis Büchner, Guillermo Liebknecht, Moleschott, Carlos Renouvier, Clémence Royer, Giovanni Bovio, Herber Spencer, Ramón Chíes y Carlos Vogt. Desde su fundación, la Federación Internacional del Libre Pensamiento ha organizado los siguientes Congresos internacionales: de Londres, 1882; de Amsterdam, 1883; Antuerpia, 1885; Londres, 1887; París, 1889; Madrid, 1892; Bruselas, 1895; París, 1900; Ginebra, 1902; Roma, 1904; París, 1905; Buenos Aires, 1906; Praga, 1907, y Bruselas en 1910. Provocando así un extraordinario movimiento de emancipación intelectual y social va cada vez más arrancando los pueblos del dominio de los dogmas y de las iglesias, haciéndose por eso la mayor fuerza moral del mundo.» (Doctor Magalhaes Lima, Senador de la República portuguesa, Conferencia dada en el Ateneo de Madrid a invitación de la Liga Anticlerical Española, el 22 de febrero de 1912, Edición del Gr.·. Or.·. Español, Madrid 1912, págs. 18-19.)
«[Armando Palacio Valdés] después de este magnífico modelo de novela realista [La Hermana San Sulpicio 1889] sin mixtificaciones de tesis, produce La Fe (1892), novela un poco doctrinaria, un poco roman á thése, atiborrada de digresiones impertinentes y de banalidades de divulgación racionalista a lo Büchner o a lo Moleschott, pero donde, a pesar de esas elucubraciones, que sobran y pesan en el conjunto de la novela, hay tipos tan admirablemente observados como el Padre Gil y Obdulia, y episodios tan artísticos como el del viaje del confesor con su penitenta cuando ésta va a encerrarse en un convento de Lancia.» (Andrés González-Blanco, «El humorismo asturiano. Armando Palacio Valdés», Nuevo Mundo, Madrid, 15 febrero 1918, año XXV, nº 1.258, pág. 7.)
«Iniciado en la filosofía alemana, singularmente en la dirección de la izquierda hegeliana representada por Feuerbach, evolucionó como éste hacia el materialismo. Le preocupaba el simplicismo de la teoría monista, a la cual contribuyó probablemente el estudio de las obras de Espinosa, y llegó a identificar los términos contradictorios según el idealismo: materia, fuerza, vida y espíritu. El hombre no podía ser una excepción de la ley fundamental del Universo, por esto afirmaba que como organismo es un producto de la actividad material: Der Mensch ist was er isst y sus facultades espirituales son formas más o menos refinadas del movimiento fisiológico. Las doctrinas materialistas contenidas en las obras de Moleschott ejercieron, junto con las de Büchner, mucha influencia en las generaciones de 1860 a 1880, pero actualmente han perdido todo su valor en la esfera de la ciencia y de la filosofía por su injustificado radicalismo.» (Enciclopedia universal ilustrada europeo-americana, Espasa, Barcelona 1918, tomo 35, págs. 1442-1443.)
«Materialismo vulgar (del latín «vulgaris», sencillo, habitual). Corriente filosófica de mediados del siglo XIX, que simplificaba y hacía más toscos los principios fundamentales del materialismo. Cuando la ciencia natural avanzaba con gran ímpetu y cada uno de sus nuevos descubrimientos contribuía a destruir las representaciones idealistas y religiosas, el materialismo vulgar constituía un exponente de la reacción positivista del materialismo espontáneo de la ciencia natural ante la filosofía idealista (en primer lugar, la filosofía clásica alemana). Los representantes de dicha tendencia (Vogt, Büchner, Moleschott) popularizaron activamente las teorías científico-naturales, las contraponían, según expresión suya, el «charlatanismo» filosófico. Pero junto con el idealismo y la religión, rechazaban la filosofía en general; pensaban resolver todos los problemas filosóficos en las investigaciones concretas de la ciencia natural. Incurriendo en los errores del materialismo metafísico, consideraban que la conciencia y los demás fenómenos sociales constituían un efecto sólo de procesos fisiológicos, y que dependían de la composición del alimento, del clima, &c. Tomaban los procesos fisiológicos como causa de la conciencia e identificaban conciencia y materia, consideraban el pensamiento como una secreción material del cerebro.» (Rosental & Iudin, Diccionario [soviético] de filosofía, Ediciones Pueblos Unidos, Montevideo 1965, tomo 2, pág. 304: Materia.)
«Ludwig Feuerbach (1804-1872) [...] se opuso a que se caracterizara su filosofía de materialista, especialmente porque en los años 50-60 del siglo XIX se movían en la filosofía burguesa alemana los materialistas vulgares (Büchner, Vogt y Moleschott), para quienes el pensamiento era una suerte de sustancia segregada por el cerebro. En su propósito de disociarse de estos vulgarizadores de la filosofía materialista, Feuerbach renuncia al propio nombre de «materialismo», lo que revela inconsecuencia en la lucha contra el idealismo. Ahora bien, subraya que su doctrina descansa en la filosofía materialista anterior.» (página 378)
«Piotr Lavrov (1823-1900) [...] reconoce los méritos de los exponentes del materialismo vulgar Büchner, Vogt y Moleschott por tomar la materia como punto de partida, pero les critica el identificar la conciencia y la materia, comparar la actividad del cerebro con la del hígado, subvalorar el papel de la conciencia e introducir los conceptos de «fuerza química», «fuerza eléctrica», «fuerza pensante» que son, a su juicio, «refugios de la ignorancia» dignos de la vieja metafísica. Pero no menos erróneamente que los materialistas vulgares a quienes critica, sitúa entre esos conceptos metafísicos el concepto filosófico de la materia.» (página 445)
«Svetozar Markovic (1846-1875) [...] aprecia los escritos de los materialistas vulgares Büchner, Vogt y Moleschott contra la religión y el idealismo y llama a Büchner «luchador por la victoria de la ciencia sobre la ficción» (Obras escogidas, Moscú 1956, pág. 452). Pero no comparte el materialismo vulgar: es adversario del enfoque primitivamente metafísico y mecanicista -que es propio de sus autores- de la solución de los problemas filosóficos y sociológicos. Para Markovic, el pensamiento es una facultad del cerebro que no puede ser reducida al movimiento mecánico, físico ni a ningún otro. Markovic comprende con mucha más profundidad que los materialistas vulgares la significación de los adelantos de la ciencia para refutar la religión y el idealismo.» (página 476, de M. T. Iovchuk, T.I. Oizerman e I.Y. Schipanov, Historia de la Filosofía. Tomo 1. Historia de la filosofía premarxista. Editorial Progreso, Moscú 1978.)
★ Ediciones de Jacobo Moleschott en español
1875 Jacobo Moleschott, De la alimentación y del régimen, Establecimiento tipográfico de El Globo, Madrid 1875, 269 págs. [CCPBE]
1880 Jacobo Moleschott, Ciencia natural y médica: discurso pronunciado el 28 de noviembre de 1864, por Jac. Moleschott en... la reapertura de las lecciones de fisiología en la Universidad de Turín; traducido del alemán por Augusto Barido Winter, Imprenta y encuadernación de V. Abad, La Coruña 1880, 43 págs. [CCPBE]
1881 Jacobo Moleschott, La circulación de la vida: cartas sobre la fisiología en contestación a las Cartas sobre la química de Liebig, por Jac. Moleschott; obra traducida al castellano por A. Ocina y Aparicio (Saturnino Calleja, Madrid 1881, 527 págs.). [CCPBE]
1908 Jacobo Moleschott, La circulación de la vida; primera versión española, de José González Llana, F. Sempere y Compañía, Madrid-Valencia 1908, 2 vols.