Filosofía en español 
Filosofía en español

“Raza latina” “Razas latinas”

raza…

1470 «…no aviendo en el Regno de granada discordia, y estando vos con ellos en amystad muy junto, et seyendo avisados de nuestra entrada, por donde paresce entró con más justa Razon el Rey de Granada, et los moros deuen tener mayor enemiga con el conde mi señor et conmigo que con vos, de quien muy buenas obras han Resçebido, et avn allende los demás ya dichos caualleros desta raza que biuen en la çibdad de alcalá et otros continuos della, fasta çinquenta desbarataron el año pasado á ciento et cinquenta caualleros de los mejores de granada, de los quales venia capitán ambran, que fué allí ferido et preso, de donde se concluye que no queda Razon alguna porque vos menos devays confiar del seguro del Rey de Granada que yo, saluo sy la mengua de vuestro temeroso corazon vos enbarga la flaqueza et poquedad, del qual vos fizo decir que venida la liçençia del Rey nuestro señor deuysariades las armas, sauiendo vos ó deuiendo saber ser costumbre general de caualleros deuisar las armas treynta dias antes de venyr al trance, ó á lo menos veynte, et que á quince de agosto verniades á la vuestra villa de aguilar, et que yo fuese á cabra, donde poniendo atalayas de mi parte et de la vuestra verniades con un padrino et un haraute et que yo viniese con otro tanto, et que nos conbatyriamos en el lugar por ellos asygnado…» (VII: Carta del Mariscal don Diego, 29 julio 1470; Documentos relativos al desafío de D. Alonso de Aguilar y D. Diego Fernández de Córdoba, Relaciones de algunos sucesos de los últimos tiempos del Reino de Granada, Sociedad de Bibliófilos Españoles, Madrid 1868, pág. 96.)

1522 «2. Item, si saben, creen, vieron o oyeron decir que el dicho N., opositor, y su padre y madre y abuelos y abuelas, y todos los otros sus mayores, ascendientes y antecesores y colaterales, son cristianos viejos y por tales y en tal reputación han sido, fueron y son habidos y tenidos y comúnmente reputados, y nunca se dijo, vió ni oyó decir lo contrario de esto, ni de ello hay ni nunca hubo ni ha habido fama ni rumor alguno, y que si lo hubiera y otra cosa fuera, los testigos lo supieran y lo hobieran oído decir; y que ellos ni ninguno de ellos no es moro, ni judío, ni marrano, ni confeso, ni pagano ni viene ni desciende de casta ni linaje ni origen de ellos, ni tenga tal mácula ni raza, ni el dicho N., opositor, haya estado, ni algún ascendiente o pariente suyo, en la Inquisición, antes son de limpia casta y generación de cristianos viejos, y gente honrada, y por tales siempre habidos y tenidos, y, si saben que tenga alguna raza de ello, o está en forma de tenella, declaren por qué línea y parte le toca, y digan lo que cerca de esto saben, cómo y por qué lo saben y lo que han oído decir de todo lo en esta pregunta contenido.» (Apéndice a las Constituciones del colegio de Santa María de Burgos de la Universidad de Salamanca, 1522; CSIC, Madrid 1962, pág. 290.)

1569 «Estaba en un caballo derivado / de la española raza poderoso, / ancho de cuadra, espeso, bien trabado, / castaño de color, presto, animoso, / veloz en la carrera y alentado, / de grande fuerza y de ímpetu furioso, / y la furia sujeta y corregida / por un débil bocado y blanda brida.» (Alonso de Ercilla, La Araucana, primera parte.)

1573 «…no es mi intención que suceda en mi hacienda el pariente nás cercano del último poseedor por parte de Zúñiga, o Requesens, como ha de suceder en la de sus señorías, sino que en este caso de faltar de todo punto descendientes de varones y hembras de mis señores y padres, se funde un Colegio en la Universidad de Alcalá, del usufructo del dicho mayorazgo, y hecho el edificio se pongan y estudien en él, el número de estudiantes que pareciere que con esta hacienda se pueden sustentar, y que los dos tercios de ellos sean castellanos, y vasallos de la orden de Santiago, entre los cuales han de ser preferidos los que fueren naturales de mi encomienda teniendo las calidades que se requieren. Y el otro tercio han de ser catalanes, y entre estos, preferidos los que fueren naturales de los lugares que yo tengo ahora en Cataluña, es a saber de las baronías de Martorell, y Molín de Rey, teniendo las dichas calidades, que han de ser los unos y los otros limpios de raza de moro y judío, y pobres y virtuosos, y ha de haber en el dicho Colegio, colegiales de gramática, y de artes y Teología, y de Teólogos, que han oído ya su curso, y hacen actos para graduarse, y cada colegiatura de estas han de durar cuatro años, que es el curso que es menester para cada una de estas ciencias.» (Testamento de Luis Requesens, 1573, corde.)

1589 «Ninguno será tan bronco de juicio que niegue la estima de la buena sangre y parentela, y por esto ningún cuerdo quiere mujer con raza de judía, ni de marrana; y Dios prohibió a los hebreos casarse con las mujeres cananeas, hijas de los idólatras, y castigó al rey de Judea Jorán, por haber trabado casamiento con Atalía, hija de padres idólatras, y traidores a Dios, cuales fueron Acab y Jezabel.» (Fray Juan de Pineda, Diálogos familiares de la agricultura cristiana, 1589.)

1604 «He querido referir aquí la opinión que de la gente española, Paulo Jovio tenía del valor en las armas, la moderación y templanza en los sucesos, la prudencia, astucia y sagacidad en las necesidades; y que una raza de español bastaba para abonar a un francés. como dice de monsieur de Lautrec.» (Fray Prudencio de Sandoval, Historia de la vida y hechos del Emperador Carlos V, 1604-1618, corde.)

1611 «Raza, la casta de caballos castizos, a los cuales señalan con hierro para que sean conocidos. Raza en el paño, la hilaza que diferencia de los demás hilos de la trama. Parece haberse dicho cuasi Reaza: porque aza en lengua Toscana vale hilo, y la raza en el paño sobrepuesto desigual. Raza en los linajes se toma en mala parte, como tener alguna raza de Moro, o Judío.» (Sebastián de Covarrubias, Tesoro de la lengua castellana o española, Madrid 1611, pág. 1209.)

1615 «—¿Quién? –respondió don Quijote–. ¿Quién puede ser sino algún maligno encantador de los muchos invidiosos que me persiguen? Esta raza maldita, nacida en el mundo para escurecer y aniquilar las hazañas de los buenos, y para dar luz y levantar los fechos de los malos.» (Cervantes, Don Quijote de la Mancha, segunda parte, capítulo xxxii, Madrid 1615.)

1626 «Atribuye esta costumbre Licofrón a los españoles andaluces como también Estrabón a los lusitanos en el libro 3: Cacterum hispani fere omnes peltis usi sunt bello levique armatura latrociniorum causa quales lusítanos diximus jaculo, funda et gladio uti. Porque estos mallorquines son raza de españoles.» (Rodrigo Caro, Días geniales o lúdricos, 1626, corde.)

1736 «4. Es un hecho constante, y notorio a todo el mundo, que los Etíopes son negros; aunque no generalmente como el vulgo juzga; pues en el vasto País, que comprehende la alta, y baja Etiopía, hay Provincias, cuyos habitadores sólo son trigueños, o morenos; y otras donde reina el color aceitunado. Cuál sea el origen de la negrura de los Etíopes, es cuestión, que parece sólo pertenece a la curiosidad filosófica. Sin embargo, en ella se interesa la Religión. 5. Dijeron algunos, que el color negro de los Etíopes es de tal modo natural, y congénito a aquella raza de hombres, que por ningún accidente puede alterarse, ni en ellos, ni en sus sucesores. ¿Tendrá esta opinión algún tropiezo con lo que la divina revelación nos obliga a creer? Parece que no; con todo, le tiene, y gravísimo. […] 16. Lo menos que tiene contra sí esta tercera opinión, es ser perfectamente voluntaria. Lo más es, que no puede conciliarse, sin mucha violencia, con lo que nos enseña la Escritura; de la cual consta, que el Diluvio inundó toda la tierra, y sólo se salvó de la inundación la familia de Noé; por consiguiente, todos los hombres que hay hoy en el mundo, incluyendo Etíopes, Chinos, y Americanos, descienden de los hijos de Noé: luego no hay lugar a la determinación de colores de algunas particulares Naciones, atribuyéndolos a su descendencia de razas separadas de la familia de Noé. […] 19. Añádese, que en el sagrado Texto es expreso, que el motivo que tuvo Dios para inducir sobre la tierra aquella extraordinaria calamidad, fue la perversidad de costumbres, que reinaban en todo el linaje humano. Esta corrupción se explica tan general, que no deja lugar a la excepción de alguna gente, nación, raza, ni aun familia, sino la de Noé.» (Feijoo, “Color etiópico”, Teatro crítico universal, tomo séptimo, discurso tercero, Madrid 1736.)

1737 «Raza, s. f. Casta o calidad del origen o linaje. Hablando de los hombres, se toma muy regularmente en mala parte. Es del Latino Radix. Lat. Genus. Stirps. Etiam, generis macula, vel ignominia. Definic. de Calatr. tit. 6. cap. 1. Ordenamos y mandamos que ninguna persona, de cualquier calidad y condición que fuere, sea recibida a la dicha Orden, ni se le de el Hábito, sino fuere Hijodalgo, al fuero de España, de partes de padre y madre y de abuelos de entrambas partes, y de legítimo matrimonio nacido, y que no le toque raza de Judío, Moro, Hereje, ni Villano.» (Real Academia Española, Diccionario de la lengua castellana, Madrid 1737, tomo quinto, pág. 500.)

1743 «6. Genus unde Latinum. Æneas found the Latins in Italy, how then could they be derived from him? Some solve the Difficulty by referring unde to Latio, from which Country sprung the Latin Race; but because unde seems better referred to the Action of Æneas, Servius offers another Solution, that Æneas, who, instead of using a Conqueror's Right to change or abolish the Latin Name, incorporated them and his Trojans into one Body, under the common Name of Latins, may justly be called the Founder of a Race he thus saved from Ruin and Extinction.» (The first book or the Æneid of Virgil, translated into english prose, Londres 1743, vol. 1, nota 6, pág. 4.)

1747 «30. Estas mestizas o mulatas, desde el segundo grado hasta el cuarto y quinto, se dan generalmente a la vida licenciosa, aunque entre ellas no es reputada por tal, mediante el que miran con indiferencia el estado de casarse con sujeto de su igual al de amancebarse; pero aún es tanta la corruptela de aquellos países, que tienen por más honorífico esto último cuando consiguen en ello las ventajas que no podrían lograr por medio del matrimonio. No son sólo las mujeres comprendidas en las clases de mestizas o mulatas las únicas que se mantienen en esta moda de vida, porque al mismo respecto entran en ellas las que, habiendo salido enteramente de la raza de indios o de negros, ya se reputan y están tenidas por españolas.» (Jorge Juan, Noticias secretas de América, 1747, corde.)

1748 «Esta es la ultima que participa de las castas de negro, y, quando llegan á este grado, no es perceptible la diferencia entre los blancos ellos por el color ni facciones; y aun suelen ser mas blancos que los mismos españoles. La generacion de blanco y quinterón se llama yá español, y se considera como fuera de toda raza de negro, aunque sus abuelos, que suelen vivir, se distinguen muy poco de los mulatos.» (Antonio de Ulloa, Viaje al reino del Perú, 1748, corde.)

1772 «Por este termino. considerado lo que se han mudado aquellos Países en los primeros tres siglos despues de su descubrimiento y Conquista, se puede suponer, que en el discurso de otros tantos serán muy pocos los restos de Indios civilizados que subsistan, y que con la confusion de mezclas de castas Europea, Africana, é India, vendrán á poblarse enteramente de una raza mixta que participara de todas, sin ser perfectamente de ninguna de las primitivas. Aquel Mundo, nuevo á la verdad para las gentes que no lo conocian, podrá serlo tambien en sus Pobladores, respecto de las otras partes. Los vecindarios de los Pueblos del Perú se componen en gran parte de Mestizos, que son dimanados de la generacion de Blancos y Indios, cuyas razas ván despues haciendo por grados otras distintas.» (Antonio de Ulloa, Noticias americanas, 1772, corde.)

1789 «Inca, propiamente significa hijo del Sol o descendiente de la luminosa raza. No obstante, por antonomasia se dice Inca o Inca-cápac el Monarca reinante o Emperador.» «Si Huaynacápac fue el más famoso entre todos los Incas, por su poder y su gobierno feliz, no lo fue menos por haber dilatado la espléndida raza del Sol como ninguno.» «Su distrito fue uno de los que ocupó antiguamente la espantosa raza de los gigantes, sobre cuyas memorias, vestigios de estupendas fábricas, estatuas colosales de piedra.» (Juan de Velasco [presbítero jesuita], Historia del reino de Quito en la América Meridional, 1789, págs. 57, 76, 384, corde.)

1808 «Proclama a los valencianos. […] Estas hazañas, que estoy viendo ya con mis propios ojos, enardecerán más vehementemente vuestros ánimos, y nada os podrá contener hasta que paséis los Pirineos, y tengáis en cadenas el más perverso de los hombres, al pérfido Napoleón. No permitáis que este monstruo goce mucho tiempo del fruto de su perfidia: o que os restituye a vuestro joven y amado Rey Fernando, o hacedle morir en un cadalso, acabando en seguida con toda la maldita raza de los Bonapartes, que tanto daño causan en nuestra España, y han causado en todo el resto de la Europa.» (Diario político de Mallorca, del jueves 30 de junio de 1808, nº 16, pág. 64.)»

1809 «Proclama del Austria. Francisco I Emperador de Alemania y Rey de Hungría: la paz de Tilsit tenía devastada la Alemania. Esta conducta de Napoleón, y lo ejecutado con la familia de los Borbones, nos hace despertar del letargo en que yacíamos, y publicar a la faz del universo, que la Francia no quiere la paz. Guerra, pues, a los Franceses: guerra eterna a Napoleón ¡y su dinastía sea borrada del catálogo de los Reyes de Europa! Alemanes, ya no es tiempo de traición: Mack no mandará: Yo soy el primer soldado de Alemania: los Jefes que os gobernarán serán todos de mi familia: Carlos, mi augusto hermano, penetrará la Baviera con ciento cincuenta mil hombres: Fernando ocupará el Tirol con ochenta mil: Juan deshará la Confederación del Rhin con ciento cincuenta mil; y Yo como General en Jefe del ejército del centro, habilitaré a todos con un millón de soldados, que ya saben marchar al frente del enemigo: vencer o morir sea nuestro lenguaje, hasta que perezca de una vez la mala raza francesa. La Rusia, nuestra aliada íntima, nos da confianza. La sublime Puerta nos ayuda. La España triunfa; el Inglés, siempre generoso, nos socorre con cuantiosas sumas de dinero. Al arma, soldador. La Europa entera nos admira, y triunfaremos del déspota cruel, y de toda la canalla. Y ¿quién temerá? El cobarde vayase a su casa, y no sea contado en el número de los hombres. (Corr. Polit. Liter. de Córdoba.)» (Diario mercantil de Cádiz, del domingo 16 de abril de 1809, nº 106, págs. 523-524.)

1811 «Los ultrajes que el pueblo español ha recibido de esa raza infame de hombres, que acaudilla Napoleón Bonaparte, son de tal naturaleza, que es imposible recordarlos sn estremecerse, y jamás pueden apartarse de la memoria de los que los han sufrido. Humea la sangre de las víctimas inmoladas por esos bárbaros y llegan al cielo los lamentos de los míseros atormentados con la crueldad más atroz, y la más vil alevosía.» (Diario mercantil de Cádiz, del viernes 26 de abril de 1811, pág. 1.)

1812 «Unámonos como hermanos que somos, y salga de entre nosotros la manzana de la discordia; arranquemos la cizaña europea; esa raza dañina que vive del monopolio y las intrigas, con que nos obliga a batirnos, gloriándose de la muerte de todos nosotros como de enemigos menos.» «Don Félix Azara, que no es hombre de espantarse con la Escritura, ni decisiones de Roma, pretende persuadir, que los indios son una raza anterior al diluvio universal, media entre los hombres y los cuadrúpedos, y por consiguiente que no desciende de Adán.» (José Servando de Mier Noriega y Guerra [presbítero dominico], Segunda carta de un americano a El Español, 16 de mayo de 1812.)

1813 «De L'Allemagne. Observations générales. On peut rapporter l'origine des principales nations de l'Europe à trois grandes races différentes: la race latine, la race germanique, et la race esclavonne. Les Italiens, les Français, les Espagnols et les Portugais ont reçu des Romains leur civilisation et leur langage; les Allemands, les Suisses, les Anglais, les Suédois, les Danois et les Hollandais sont des peuples teutoniques; enfin, parmi les Esclavons, les Polonais et les Russes occupent le premier rang. Les nations dont la culture intellectuelle est d'origine latine, sont plus anciennement civilisées que les autres; elles ont pour la plupart hérité de l'habile sagacité des Romains, dans le maniement des affaires de ce monde. Des institutions sociales, fondées sur la religion païenne, ont précédé chez elles l'établissement du christianisme; et quand les peuples du Nord sont venus les conquérir, ces peuples ont adopté, à beaucoup d'égards, les mœurs du pays dont ils étoient les vainqueurs.» (Madame de Staël [1766-1817], De L'Allemagne, par Mme la Baronne de Staël Holstein, seconde édition, París 1813, pp. 1-2.)

1823 «El descubrimiento del Nuevo Mundo fija la época sublime de la regeneración de la raza humana.» (José María Heredia, Revisión de obras IV, 1823, corde.)

1835 «Don Álvaro ¡Infierno, abre tu boca y trágame! ¡Húndase el cielo, perezca la raza humana; exterminio, destrucción...!» (Duque de Rivas, Don Álvaro o la fuerza del sino, 1835.)

1836 «A consecuencia de esta retirada de la comunidad germánica, quien abandonando los campos se replegó a la ciudad romana, hubo fusión entre la raza germánica de los Arimanes, libres propietarios del campo, y los ciudadanos de las ciudades latinas. Estos habiéndose engrandecido por el tráfico, sin poder aspirar a la libertad política, se la inocularon por esta fusión imprevista.» (El Barón de Eckstein, “De la democracia en América. Artículo 1.º”, El Español,, Madrid, domingo 7 de agosto de 1836, nº 281, pág. 2.)

1840 «Civilización, ciencias y letras. 965-1333. La civilización de la Polonia no data realmente sino desde la introducción del cristianismo. Boleslao el Grande, fundador del poder nacional, fue también el primero que trató de reformar la educación de su pueblo, llamando en su ayuda, para tan notable objeto, al clero extranjero. La fundación de los benedictinos, el año 1008, en Sieciechow y en Lysa-Cora, hizo en poco tiempo grandes progresos y prestó servicios muy señalados. Limitábase en aquella época toda la ciencia en saber leer y escribir en latín, cantar con cierto conocimiento y método en la iglesia, el evangelio y la epístola. El clero era el único iniciado en las crónicas. Casimiro I, a su regreso de Lieja, trajo en su compañía muchos eclesiásticos franceses muy instruidos; y los obispos, por su parte, se dedicaron con un celo admirable a la organización de las escuelas. “Las relaciones científicas con los pueblos de la raza latina, dice Podezaszynski, proporcionaban a los Polacos estar al corriente de los conocimientos de la literatura romana. Gallus certifica que los Polacos conocían ya los libros en el siglo undécimo, y existen pruebas irrecusables de que al principio del siglo duodécimo existían en Polonia muchos manuscritos. Mateo Cholewa, obispo de Cracovia, en 1166, cita muy a menudo el digesto romano, descubierto en Amalfi, treinta años antes de la citada época.” Mr. Lelewe asegura que las escuelas y las bibliotecas polacas se hallaban en un estado floreciente a principios del siglo duodécimo, y que seguían el estado de progreso que hacían los pueblos de raza latina.» (Carlos Foster, Historia de la Polonia, Imprenta de la Guardia Nacional, Barcelona 1840, pág. 203.)

1844 «Los que están pensando que la economía política es la economía en los gastos, y confunden una ciencia con la buena administración de los caudales públicos; los que citan a un enemigo de la revolución francesa como modelo, en los países nuevos de raza latina, cuando se trata de luchar contra la raza anglo-sajona, quieren emplear el sofisma hasta el último punto. Crea en hora buena el señor diputado que son sus hermanos los norte-americanos que quieren tomarse a Tejas, y que nos van a hacer felices usurpándose nuestros derechos y robándose nuestro territorio, nosotros creemos lo contrario. Ignorantes, famélicos, bajos y cuanto quiera llamarnos la Abeja, seríamos, si escribiéramos lo que no conviniera a nuestra patria. Pero no tememos merecer tales apodos, mientras algunos han hecho sospechar que no se interesan, como debieran, por la independencia y honor de la nación.» (“Calumnias de la oposición” [sobre la guerra de México contra Tejas], Diario del Gobierno de la República Mexicana, México, miércoles 30 de octubre de 1844, nº 3417, págs. 362-363.)

1845 «Estos son los sentimientos de la raza angloamericana; ahora toca a las razas latinas de Europa mirar por la conservación de las ramas que han extendido por América, y poner coto a tiempo al exagerado desarrollo de la raza anglo-sajona, cuya preponderancia excesiva podría causar un funesto desnivel que amenazase la independencia de todas las naciones del mundo.» (El Español, Madrid, 23 septiembre 1845, pág. 3.)

1847 «Por un lado las opiniones liberales de Mr. Polk y de sus consejeros, y por el otro, la invasión de los Yankis en el antiguo imperio de Motezuma, invasión que la raza latina del viejo mundo debiera haber reprobado altamente, aunque no fuera mas que porque las generaciones futuras no dijeran que los pueblos del Mediodía de Europa han visto impávidos perecer en nuestros días a sus hermanos del nuevo continente bajo los atrevidos golpes de la raza del norte, pero invasión que mirada bajo el punto de vista de los intereses comerciales causará indudablemente una revolución favorable en sentido liberal, destruyendo tarde o temprano el absurdo sistema de aduanas que la unión mejicana había heredado del gobierno español, perfeccionándolo en el sentido más restrictivo…» (“Buenos efectos de la reforma liberal en los aranceles de la Unión americana”, El Propagador de la libertad de comercio, Cádiz, sábado 24 de julio de 1847, pág. 3.)

1848 «En suma, el contraste aparece tan claro, que un arqueólogo novicio se engañaría con dificultad atribuyendo tal o cual sepulcro a una u otra de las dos naciones, de donde se deduce la distancia inmensa que separaba a los etruscos de la raza latina, no obstante haber tomado estos a los primeros sus leyes, su religión, sus ceremonias, sus fiestas, sus artes y sus instrumentos de guerra.» (“Arqueología. Sepulcros etruscos, artículo II.”, El Clamor Público, periódico del partido liberal, Madrid, viernes 7 de abril de 1848, pág. 3.)

«En el segundo de los opúsculos citados, el juicio crítico de la obra del señor Morón se hace todavía más notable por su mayor precisión la dote principal que hemos dicho distinguir al señor Donoso, es decir, la facultad de abstraer, no solo las doctrinas y los principios, sino también los hechos históricos. […] “El pueblo asiático es el pueblo de la contemplación y del ascetismo; el griego el de la inteligencia; el romano, el pueblo político, el pueblo legislador y guerrero. En el Oriente, el principio de la autoridad y el de la libertad están representados por dos diferentes naciones (la India y la Persia): en la Grecia, por dos ciudades enemigas (Atenas y Esparta): en el pueblo romano, por una sola ciudad que los encierra en sus muros. Roma por sí sola es lo que la India y la Persia; lo que Atenas y Esparta: defienden el principio de la autoridad, la raza sacerdotal, la raza etrusca; y la libertad, la raza latina: combate por la segunda aquella plebe magnánima que ganó con la paciencia el derecho a la victoria: defiende la primera el Senado, aquella magistratura excelsa, la más grande entre todas las magistraturas humanas. Único representante a un tiempo mismo de la autoridad y de la libertad, esas dos verdades que, separadas entre sí, son incompletas, y que juntas constituyen toda la ciencia política, el pueblo romano pudo dominar a los pueblos y avasallar a las naciones. Con su principio de libertad se asimilaba la civilización griega: con su principio de autoridad, las civilizaciones asiáticas; con ambos el mundo.” Dejamos de propósito hablar al mismo Sr. Donoso…» (G. T., “Bibliografía. Colección escogida de los escritos del señor don Juan Donoso Cortés”, La España, Madrid, sábado, 1º de julio de 1848, pág. 4.)

«El propósito de aquella dieta era, sin embargo, grande. Se trataba de buscar en las profundidades de la historia las afinidades de las razas que la tiranía había repartido en fracciones y reinos separados, contra las indicaciones de la naturaleza. Ante el movimiento que se obra en los pueblos de raza latina del medio día de Europa, querían ver los de Francfort qué había de ser lo que más conviniera a la raza germánica. Mantenerse estacionaria era lo mismo que condenarse a ser más o menos tarde removida por los impulsos violentos de una revolución.» (Juan Martínez Villergas, “Dieta de Francfort”, Don Circunstancias. Periódico satírico-político-liberal, Madrid, 27 de agosto de 1848, brochazo 3, pág. 40.)

«¿Cree acaso la Francia que sus enemigos se aplacarán porque les deje devorar la Italia? Se la repartirán como la Polonia para estar aún más hambrientos. Más diremos: en otras circunstancias los pueblos del norte no hubieran hecho tantos esfuerzos como ahora para conservar en el seno de la civilización esa ciudadela del absolutismo. Pero perder ahora la Italia es dejar a todo al medio de Europa en disposición de entenderse y de armonizarse. ¿Quién sabe, dirán ellos, si los cien millones de raza latina no se pondrán próximamente de acuerdo para formar la federación de la libertad, como los de raza eslava y aún de raza alemana parecen reunirse en otras latitudes para apoyar ambiciones históricas o tiranías que la civilización rechaza?» (“La República francesa y la Italia”, Don Circunstancias, Madrid, 10 de setiembre de 1848, brochazo 7, pág. 106.)

1849 «El estoico era un epicúreo espiritual; era un fanático del egoísmo; era como los discípulos de la escuela Hegediana, un adorador de su misma divinidad que se inmolaba por ella en desprecio de Dios y de sus semejantes. Algunos han querido comparar la moral estoica con la moral cristiana. ¡Sacrílega comparación, señores! La doctrina de Cristo colocó el suicidio en el número de los crímenes capitales; entre esas dos creencias, esta diferencia sola abre un abismo. Mientras que esto pasaba en la raza latina, los pueblos septentrionales traían de sus regiones aquel sentimiento de independencia personal, de aislamiento y de suficiencia, que modificó de una manera tan esencial las naciones formadas de la familia germánica y escandinava. Por último, cuando la grande invasión se consumó, cuando la tiranía de aquellos emperadores sin legitimidad y sin grandeza, llegó a sus últimos extremos, las inmensas desgracias, las calamidades horribles que vieron los hombres y que experimentaron los pueblos, acabaron de introducir en los ánimos aquel profundo y desconsolado egoísmo, que acompaña siempre o que sigue irremisiblemente a los infortunios sin remedio ni esperanza. ¿Pero y el cristianismo, me diréis? Permitidme, señores, que yo no tome en cuenta ahora para mi propósito la influencia y la predicación cristiana. De ella tengo que ocuparme deliberadamente y a su tiempo. Cuando estoy hablando de los sentimientos e instituciones de los hombres, no me cumple dar cabida a una doctrina que no tiene contacto ni filiación con ningún sistema humano; que no es principio ni continuación de nada, sino el complemento de todo. Porque, señores, la doctrina de Jesucristo y de sus apóstoles, no es individualismo ni socialismo, y la ciencia blasfemaría si contara a Jesucristo entre los filósofos. El hombre, señores, que estudia la filosofía y la historia, tiene que anonadarse de admiración y postrarse delante del evangelio como San Pablo, cuando oyó la voz que le llamaba. Jesucristo es al pie de la letra lo que dice San Juan; la palabra de Dios que se hizo carne y habitó entre nosotros.» (“Lecciones del señor Pastor Díaz sobre las relaciones actuales entre la sociedad y el gobierno. Lección tercera,” La Patria, Madrid, martes 10 de abril de 1849, pág. 4.)

«Nosotros por nuestra parte somos de diferente opinión. Nosotros creemos que hoy más que nunca es necesario en Europa un partido de conservación que evite la revolución social, no solo porque esta revolución sería a la larga la muerte de la sociedad misma, sino porque haría inevitable una colisión con el Norte que determinaría un periodo tristísimo en la historia de Europa; el período del predominio de las razas esclavonas sobre las razas latinas.» (El País, Madrid, sábado 2 junio 1849, pág. 1.)

«Quisiéramos contestar a El País, pero no le comprendemos, preferimos copiarle: “Creemos, dice, que hoy más que nunca es necesario en Europa…” […] Si todo esto es cierto como cree El País y creemos nosotros, ¿de qué serviría ese partido que en lugar de combatir y arrostrar el mal que amenaza, le deja venir tranquilamente, guardando sus protestas para cuando haya consumado su obra de proscripción, y ofreciéndose con ridícula arrogancia como mediador entre las vencedoras razas esclavonas y las vencidas razas romanas? ¿Cree de buena fe poder como aquel santo pontífice, León, detener a Atila en las puertas de Roma? ¿Cree poder establecer esa tregua de Dios y lograr que a fuerza de palabras vuelvan a la vaina los desnudos aceros? ¡Empeño imposible! ¡Presunción inaudita! Los bárbaros de la barbarie no escuchan razones y mucho menos después de la victoria, que les ceba más bien que les harta.» (La Nación, Madrid, domingo 3 junio 1849, pág. 1.)

«Entre los varios puntos de vista en que puede considerarse esta obra, lo es, en nuestro modo de ver, uno, y tan importante para el estadista como para el filósofo, el abatimiento político de la raza latina. Desde la destrucción del imperio de occidente, desde la formación de los estados actuales en el fecundo caos de la edad medía, desde la organización de la moderna Europa en el siglo XV, nunca lo habían presenciado igual nuestros mayores. Esta postración que alcanzamos, que señalamos en este instante, es un hecho de gran importancia, y cuyo influjo en el porvenir vanamente se querrá desconocer. Las cinco grandes potencias cristianas al comenzar el siglo XVI, eran España, Francia, Venecia, Inglaterra y el Imperio alemán. De estas cinco, las tres primeras eran latinas, y la quinta tenía pretensiones de serlo como sucesora del imperio de occidente. Solo la cuarta era de origen anglosajón y normando. En Italia, en Francia, en nuestra Península, el primitivo elemento había absorbido al elemento bárbaro, y la índole romana constituía el carácter de la sociedad entera. Los estados latinos estaban, pues, indudablemente en mayoría. En el siglo XVII España, Francia, el Imperio continuaban siendo potencias de primer orden. Venecia decaía constantemente: Inglaterra experimentaba las alternativas de su revolución. Un momento hubo en que la Suecia le arrebató su papel, y ocupó su lugar en las cuestiones generales. Mas aun admitiendo esa accesión misma, Francia, España y el Imperio eran las tres principales potencias de la Europa. Las cuestiones de dominación entre España y Francia, entre dos pueblos latinos se debatían.» «Mas en el día no sucede nada de esto. La influencia de las razas latinas puede decirse que ha terminado. Inglaterra y Rusia –esta más que aquella– son las únicas potencias directoras: Prusia y Austria son las potencias ejecutoras: Francia es completamente un estado caído, sin importancia en su voz, sin poder en su voluntad.» (“Europa”, La Patria, Madrid, viernes 21 de septiembre de 1849, pág. 1.)

«De Berlín dicen a la Gaceta de Colonia el 12 lo que sigue: “El Austria ha presentado por fin proposiciones oficiales relativas a la Constitución alemana, y parece que la Prusia no las ha desechado en los términos que ahora vienen. Para la creación de un órgano provisional que represente la Confederación entera son partes contratantes de un lado, la Prusia y sus aliadas que nombrarán dos comisarios, y del otro, el Austria y los Estados que no han accedido al tratado de los tres reyes, cuya parte nombrará igualmente otros dos comisarios. Ha sido descartado el papel de mediador que la Baviera había improvisado; pero todavía se habla de M. Radowtz para ocupar en la comisión una plaza a nombramiento de la Rusia.” ¡De modo que el Czar tendría a ser el tercero en discordia! Estamos por ponernos á llorar como La Patria de hoy sobre el peligro que amenaza a la raza latina, que a muchos nos parece ya muy griega.» (La Esperanza, periódico monárquico, Madrid, viernes 21 de setiembre de 1849, pág. 4.)

«“La influencia de las razas latinas puede decirse que ha terminado…” […] Después de leer eso no queda sino admirar cómo por los medios políticos que la Patria y sus amigos proclaman como los más propios para engrandecer las naciones, han venido a achicarse tanto la Francia y los pueblos que han seguido sus huellas, mientras el Norte marchando por un rumbo opuesto ha llegado a tan alto punto de influjo y poderío.» (La Esperanza, periódico monárquico, Madrid, sábado 22 setiembre 1849, pág. 3.)

Adviértanse las diferencias entre estas dos versiones de un mismo periodo de la intervención de Juan Donoso Cortés en la sesión de las Cortes del día 30 de enero de 1850, al discutirse el proyecto de ley de autorización al gobierno para plantear los presupuestos, que convierten la primera en ininteligible:

1850 «Cortes. Congreso. Sesión del día 30 de enero de 1850. […] El Sr. Marqués de Valdegamas: […] Véase la diferencia: la Rusia contaba con dos aliadas personas, el Austria y la Prusia, y hoy es sabido que no cuenta más que con una, que es el Austria; pero esta tiene que luchar todos los días contra el espíritu demagógico que existe allí más que en otra parte, y que tiene que guardar sus fuerzas para una lucha posible con la Prusia u otra nación; y resulta que no contando la Prusia sino con el Austria, no puede contar sino con sus propias fuerzas. ¿Y sabe el Congreso cuantas son las fuerzas de que ha dispuesto la Rusia para las guerras ofensivas? Pues nunca han llegado a 300.000 hombres. ¿Y sabe el Congreso con quien tendrá que luchar esos 300.000 hombres? Pues tendrá que luchar, con todas las razas alemanas de Prusia, con las razas latinas presentadas por Francia, y con la novilísima y poderosa Anglo-Sajona, y el resultado cierto sería que la Rusia dejaría de ser potencia europea para ser austriaca.» (La España, Madrid, jueves 31 enero 1850, págs. 3.)

«Documento parlamentario. […] El Sr. Marqués de Valdegamas: […] Pues ved aquí la diferencia: la Rusia contaba con dos aliados poderosos, el Austria y la Prusia; hoy es sabido que no puede contar más que con el Austria; pero el Austria tiene que luchar y reluchar todos los días contra el espíritu demagógico que existe allí como en todas partes, contra el espíritu de raza que existe allí más que en otra parte alguna, y finalmente, tiene que reservar todas sus fuerzas para una lucha posible con la Prusia. Resulta, pues, señores, que neutralizada el Austria, no contando la Rusia con la confederación germánica no puede contar en el día más que con sus propias fuerzas. ¿Y sabe el Congreso cuantas son las fuerzas de que ha dispuesto la Rusia para las guerras ofensivas? Nunca han llegado a 300.000 hombres. ¿Y sabe el Congreso con quiénes tienen que luchar esos 300.000 hombres? Tienen que luchar con todas las razas alemanas representadas por la Prusia, tienen que luchar con todas las razas latinas representadas por la Francia; tienen que luchar con la nobilísima y poderosísima raza anglo-sajona representada por la Inglaterra. Esa lucha, señores, sería insensata, sería absurda por parte de la Rusia; en el caso de una guerra general el resultado cierto, infalible, sería que la Rusia dejase de ser una potencia europea para no ser más que una potencia asiática.» (El Heraldo, Madrid, viernes 1 febrero 1850, págs. 3.)

«Esto sirve para explicar por qué el verdadero patriotismo, fuente fecunda de todas las acciones heroicas y de las grandes empresas, se ha refugiado únicamente en la raza esclavona, en la raza británica y en la raza angloamericana; y por qué ha desaparecido de todo punto de las razas germánicas y de las razas latinas, hoy postradas y decadentes.» (Juan Donoso Cortés, “El Progreso”, El Áncora, Barcelona, lunes 2 diciembre 1850, pág. 999.)

1851 «El correo de París del 18 nos ha traído un nuevo manifiesto democrático que es el cuarto que hemos recibido en el espacio de media docena de días. Todos estos manifiestos se distinguen por la completa incompetencia de sus autores para publicarlos. […] El tercero el de Lamennais, Bertholon, Baune y otros cuantos franceses, que han tenido a bien reunir los pueblos de las razas latinas en tres repúblicas.» (“Manifiesto de la Sociedad de los proscritos demócratas socialistas franceses en Londres”, La Paz, Sevilla, 29 agosto 1851, pág. 2.)

«Madrid 23 de agosto. Según vemos en los periódicos extranjeros, se ha establecido en París un comité francés-español-italiano, cuyo objeto es desenvolver rápidamente el principio democrático, llevándolo hasta su última fórmula política: a la república. Extráñanos sin embargo no leer ningún nombre español entre los firmantes del manifiesto que ha dado para demostrar la necesidad de su constitución, haciendo luego un resumen de sus doctrinas. Este documento, redactado, a lo que parece, por el abate Lamennais, está autorizado además por los representantes del pueblo, pertenecientes al partido de la Montaña, Joly, Mathieu (de la Drome), V Schoelcher, Baune, Bertholon, Lasteyras y Michel (de Bourges.) Tratase en los primeros capítulos de probar cuan indispensable es actualmente la solidaridad práctica de los pueblos, no solo para desbaratar la coalición de la tiranía, sino para que todas las naciones entren de lleno en el camino del progreso. Pásase en seguida a la apreciación de las situaciones en que respectivamente se encuentran Francia, España e Italia, los tres pueblos de raza latina que deben ser el núcleo de la gran reforma, echando una mirada rápida sobre su historia y sus vicisitudes. Por último, proclamándose socialistas los individuos del comité, aunque rechazando las teorías erróneas e irrealizables de los sectarios, se defienden de las imputaciones de que son blanco por lo general los que tales máximas defienden, declarándose amantes y partidarios de la religión, de la familia y de la propiedad, si bien consideran estos tres principios de todo orden social bajo un punto de vista particular.» (El Genio de la Libertad, Palma de Mallorca, domingo 7 de septiembre de 1851, pág. 1.)

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Es interesante advertir cómo en las noticias de la prensa española arriba transcritas, se dice que el manifiesto del Comité démocratique français-espagnol-italien de Lammenais, &c., trata de tres “pueblos de las razas latinas“ o “pueblos de raza latina“, cuando en el original del manifiesto en francés no se utiliza “races latines” sino “nations latines” (el término “races” sólo aparece una vez al inicio de la primera parte del manifiesto: “Quelles que soient les différences de races et de nations, moyen providentiel du progrès général, le genre humain est un:“). Quizá periódicos cercanos a la derecha primaria como La Paz (de Sevilla) o El Genio de la Libertad (de Palma) preferían entender, o desde sus posiciones no podían entender de otra manera, “nations latines” en el sentido de naciones étnicas –más próximas a las razas– que como naciones políticas, impensables en el Antiguo Régimen. Ofrecemos vertidos al español unos párrafos de ese largo manifiesto, que tomamos del Journal des faits: tous les journaux dans un (París, números 479 y 480, sabado 16-domingo 17 y lunes 18 de agosto de 1851; también se publicó en forma de opúsculo por los libreros Garnier Frères, París 1851, 69 páginas).

Comité democrático francés-español-italiano

En medio del movimiento que sacude al mundo y que augura pronto otros aún mayores; cuando, a la espera de acontecimientos formidables, los pueblos, advertidos por un instinto seguro de que sus destinos son inseparables, de que ninguno de ellos se salvará solo, se miran con ansiedad; el Comité democrático franco-español-italiano ha creído necesario explicar las razones de su formación, los principios y puntos de vista que guiarán sus acciones, el objetivo que se propone y que perseguirá incansablemente, convencido de que cumple en ello un sagrado deber.

I. Cualesquiera que sean las diferencias de razas y naciones, medios providenciales del progreso general, el género humano es uno: todas sus partes, sometidas a rigurosas condiciones de mutua dependencia, languidecen y sufren en la misma medida en que están separadas, como también, a medida que se unen, aumenta para ellas en todos los órdenes su potencia vital y de desarrollo.

Por lo tanto, en ningún orden es posible ningún bien excepto mediante la cooperación y el beneficio de todos, en virtud de la gran ley de solidaridad que las conecta como miembros de un mismo cuerpo. Y conviene señalar que el mismo mal sólo se generaliza y potencia cuando esta ley soberana se desvía hacia fines detestables; pues solo así tiene fuerza la tiranía para mantener su opresión, sólo mediante la unión de los opresores y la solidaridad que entre ellos se establece para sostener y perpetuar su execrable poder.

A esta solidaridad infernal fundada sobre el interés monstruoso de unos pocos, obstinados en hacer del género humano su presa, opongan los pueblos la santa solidaridad fundada en el interés de todos, inseparable de la justicia y que se confunde con ella, pues lo inútil jamás se aparta de lo que es justo; que no son dos principios, sino dos facetas de un mismo principio indivisible, el principio de la vida.

La humanidad, durante medio siglo, ha dado pasos inmensos en este camino, que conduce a un mundo nuevo. Los pueblos se sienten hermanos; entienden que, siempre vencidos mientras permanecen aislados, ninguno tiene poder por si solo para romper sus cadenas, ni para impedir que sus amos les vuelvan a someter. […]

IV. Enérgica y orgullosa, España siempre tuvo un profundo sentido de sí misma, la voluntad indomable de ser ella misma, y ​​cuando la invasión árabe, provocada por la traición, casi todo su suelo bajo posesión de una raza extranjera, sojuzgada, no sumisa, no descansó hasta reconquistar su independencia, a costa de sacrificios heroicos y ocho siglos de lucha.

No menos apegada a la libertad, que no es sino la independencia bajo otro aspecto, la exclusión de la arbitrariedad en el orden político y civil, el disfrute de su derecho propio, en todo lo que no menoscabe los derechos de los demás, España, incluso en tiempos en los que dominaba el feudalismo, siempre conservó el sentimiento democrático, como lo prueban los antiguos monumentos de su legislación (1. Las cartas pueblas, los fueros, los privilegios) [esta nota en español en el original].

La historia nos enseña con qué obstinada energía defendió sus instituciones nacionales contra el despotismo emergente. Si sucumbió en esta lucha, si la libertad descendió por un tiempo a la tumba con Juan de Padilla y Juan Bravo, saldría más gloriosa y más fuerte al llegar la hora marcada por el poder que preside los destinos de los pueblos. […]

V. Ya hemos dicho que la Confederación de Naciones Latinas, lejos de ser excluyente, es, a nuestro entender, sólo el comienzo de una Confederación más general, de la Confederación que, paso a paso, a medida que cada una de ellas vaya reconociendo más claramente la necesidad, entendiendo mejor las ventajas, unirá a todos los pueblos europeos.

En efecto, la alianza de España, de Italia, de Francia, que ellas proclaman en alta voz, tiene como base un principio universal en sí mismo, que nada impide su posible aplicación: la unidad de la familia humana, al mismo tiempo que la independencia recíproca de sus miembros o de las diversas nacionalidades, dueñas de sí mismas y completamente libres en lo que respecta a su organización, sus leyes, su régimen interior; ayuda y asistencia mutua para mantener esta independencia, y concurso permanente para alcanzar el fin común, pues la vida de los pueblos, como la de los individuos, tiene un fin, razón de su ser. […]

Y éste es el sentido del gran dogma promulgado en el umbral del nuevo mundo: Libertad, Igualdad, Fraternidad. Libertad, Igualdad, ese es el derecho; Fraternidad, ese es el deber; y de estos tres principios nace el orden, que no es más que el conjunto de condiciones de vida.

Estas condiciones se presentan en tres formas generales, llamadas religión, familia y propiedad. De hecho, no hay vida, sea social, sea individual, ni vida moral ni vida física, salvo en virtud de estas leyes universales y bajo su imperio. Abusando de las palabras de algunos soñadores solitarios, de algunas paradojas sin sentido, se decía que estas grandes, estas leyes eternas eran negadas, atacadas por los republicanos socialistas. Nunca una impostura más audaz ha intentado abusar de la credulidad pública. Son ellos, por el contrario, son los socialistas, los republicanos, quienes las defienden contra la monarquía y contra sus doctrinas, quienes se consagran a asegurar su triunfo. Ya es hora de que, bajo los puntos de esta suprema importancia, se haga la luz; que, rasgando los velos tendidos por pasiones que ninguna mentira espanta, que el interés irrita hasta el frenesí, brille la verdad ante los ojos de todos.

VI. No hay palabra que los enemigos de la civilización moderna y de los principios en los que se basa pronuncien con más frecuencia que la palabra religión. La repiten sin cesar, lo oponen constantemente como acusación o como desafío a sus adversarios. Sintiendo vagamente que corresponde a algo inmortal en el hombre, a una necesidad social absoluta, buscan la fuerza que les falta, toman la religión como una especie de propiedad exclusiva y de carácter distintivo.

Pero ¿qué es la religión para ellos? Cosas radicalmente diversas que se excluyen y se repelen. En España y en Italia, el catolicismo puro; en Francia, incluida Argelia, hoy tierra francesa, además del catolicismo, algunas comuniones protestantes divididas entre sí, el judaísmo, el mahometismo, también reconocidos por la ley. La misma variedad en el resto de Europa, donde pululan las sectas y religiones más dispares.

Ahora bien, de estas religiones una no puede ser verdadera sin que las demás sean falsas, porque la verdad es una. Bajo el mismo nombre de religión entendemos, pues, indiferentemente las creencias más opuestas, los cultos más contrarios, dotados de los mismos derechos, declarados dignos del mismo respeto. Adorar a Cristo, religión; blasfemar de Cristo, religión. ¿Puede haber contradicción más impía, más sacrílega?

Y la religión así entendida, ¿qué es sino una institución política, un instrumento de reinado, mediante el cual los poderes políticos mantienen sujetos a los pueblos, apoyando al sacerdote que los sostiene, compartiendo el poder y las riquezas con él, y basando su poder común en la depresión de los espíritus y su estupidez?

Eso no es todo: sus religiones, que se proscriben mutuamente, han causado, a través del odio mutuo que inspiran, un daño horrible a la humanidad. Enfrentando a hermanos contra hermanos, en nombre de Dios como principio de derecho y de acción santa, qué luchas atroces, qué guerras terribles no han provocado, erigiendo como fin el asesinato, las masacres, el exterminio. […]

VII. Quien negara la familia y las leyes de la familia, negaría al hombre mismo en la primera condición de su existencia; porque el verdadero hombre, el hombre completo, que se perpetúa indefinidamente, no es el simple individuo, sino la unidad compleja de estos tres términos inseparables, el padre, la madre, el hijo.

Por tanto, la familia es sagrada; es sagrada en su institución natural y primordial; es sagrada en las leyes que aseguran su integridad, su pureza moral y su conservación física. […]

Los republicanos socialistas, estos enemigos de la familia, la entienden, es cierto, de manera completamente diferente.

Quieren que sea santa, honesta en todas sus condiciones, tanto físicas como morales;

Quieren que, libremente formado por la atracción de los afectos puros, se mantenga pura, libre de toda profanación, de todos los desórdenes que engendran las malas sugestiones del hambre, las tentaciones mismas, cosa horrible de pensar, de los deberes que se combaten;

Quieren, en lugar de las preocupaciones, de los sufrimientos del presente, de las oscuras predicciones del futuro, sentar en su hogar la confianza, la seguridad, la alegría, la alegría de vivir de nuevo en sus seres queridos, el amor conyugal, paternal, filial, todos estos bienes inefables que Dios ha sembrado entre la cuna y la tumba; […]

También aquí, entre la familia tal como existe en las monarquías y la familia tal como la conciben y desean los republicanos socialistas, que los pueblos se pronuncien.

VIII. Hay motivos para sorprenderse de que los monárquicos, fingiendo temores absurdos, se hayan atrevido a llamar la atención pública sobre esta gran ley universal, no sólo del hombre, sino de todos los seres, de la propiedad, y sobre todo pretendan ser sus defensores contra los republicanos socialistas; porque, de hecho y de derecho, la monarquía es su negación. […]

IX. Hemos expuesto las razones que han determinado la creación del Comité Democrático Franco-Español-Italiano, las doctrinas que profesa, el objetivo que se propone. Nada le distraerá de este objetivo; es el de la humanidad, al que las leyes eternas de su evolución, manifestadas en nuestros días en una concepción más amplia, en un sentimiento más vivo del deber y del derecho, empujan visiblemente hacia el fin de sus tendencias, la unidad, por la asociación unida y universal de pueblos sobre esta triple base: libertad, igualdad, fraternidad.

Y como en ningún orden de cosas nada se produce, se desarrolla ni se organiza sino partiendo de un punto, de un centro inicial de formación, las naciones latinas, más cercanas geográficamente entre sí y menos debilitadas bajo la opresión común, debemos dar el ejemplo a otras naciones de una unión destinada a extenderse indefinidamente. Llegará el tiempo en que, bendecida por el cielo, fecundada por el sudor de obreros incansables, se dirá de ella, quizá: Ha contribuido al triunfo de todo lo que es verdadero, justo y santo, haciendo de todos los pueblos, ahora separados, una familia, la familia humana.

El comité democrático francés-español-italiano de París:

Lamennais, Joly, Mathieu (de Drôme), V. Schoelcher, Baune, Bertholon, Lasteyras, Michel (de Bourges), representantes del pueblo, miembros de la Montaña.




«Leemos en al Journal des Debats: Los órganos de la prensa democrática y socialista publican hoy solemnemente el manifiesto de un Comité democrático francés-italiano-español, que a lo que parece acaba de establecerse en París con la santa intención de revolucionar la Francia, la España y la Italia. ¿Sería este acaso un nuevo cisma en la grande sociedad democrática que celebra sus concilios en Londres? ¿El orgullo del abate de Lamennais, redactor de dicho manifiesto, no puede ya suportar con paciencia la supremacía que Mazzini ha conquistado entre sus correligionarios, o es acaso únicamente al fervor de su celo a que hay que atribuir la fundación de un Comité semejante, en una ciudad como París, tan rica ya en establecimientos de este género? El comité se compone de MM. Lamennais, Joly, Mathieu (de la Drome), Schoelcher, Baune, Bertholon, Lasteyras y Michel (de Bourges). En el manifiesto se dice que los estados cuya defensa toma, esperan con impaciencia la proclamación de la república.» (El Áncora, Barcelona, sábado 23 agosto 1851, pág. 860.)

«Un comité que se titula franco-español-italiano, publica un manifiesto democrático, cuya extensión es colosal. Debemos advertir que en este comité no hay ningún español ni italiano. Unos cuantos montañeses y a su cabeza Mr. de Lammenais son los que han echado sobre sus hombros la pesada carga de regenerar a tantos pueblos.» (La España, Madrid, sábado 23 agosto 1851, pág. 1.)

«[La Nación] En otro lugar se ocupa del manifiesto publicado por el comité francés-español-italiano, establecido en París, principalmente con el objeto de defenderse del siguiente párrafo del manifiesto: “Bajo el mentido nombre de progresistas, dicen los republicanos, un partido ambicioso, enemigo real del progreso, el cual para apoderarse de los negocios, haciéndose el auxiliar interesado del despotismo, ha sacrificado una tras otra las libertades conquistadas, corrompido el pueblo tanto como ha podido con el ejemplo de su propia corrupción, cerrándole el camino del porvenir y esforzándose por comprometerle en las vías reaccionarias.” Asómbrase nuestro colega de que haya quien así hable del partido virtuoso y honrado progresista, hasta el extremo de llamarle corruptor y corrompido. Conviene tener presente sin embargo las siguientes palabras del diario del progreso: “¿Y no saben, dice, los diputados de la Montaña, que ese partido democrático a quien aluden, cuyas intenciones patrióticas reconocemos, pero cuyo número e influencia son escasos, separados del número e influencia del partido progresista, es ni más ni menos que una desmembración de éste? ¿Creen los autores del manifiesto que era partido, por más que hoy no piense como nosotros en todas las cuestiones capitales de la política, reniega de su origen por impuro? No seguramente.” Trata más adelante de convence a los revolucionarios de que no en todas partes puede plantearse su sistema. “Desengáñense, les dice, los niveladores. Su sistema será bueno y provechoso en determinar los pueblos; pero en otros no será ni realizable ni oportuno. En nuestro juicio la Italia, por las circunstancias particulares en que se halla, no logrará reconquistar su antigua posición más que con una república unitaria, que abrace la mayor parte de la Península; y sin embargo, abrigamos el íntimo convencimiento de que la monarquía rodeada de instituciones populares; la monarquía identificada al pueblo en sus glorias y desastres; la monarquía que desde nuestra primera restauración se ha fortalecido desarrollando el elemento democrático, podrá hacer de España, mejor que la república, una nación libre, feliz y floreciente.” Deje Vd., prudente colega, a esos impacientes que no saben conformarse, como Vd., con lo que dijo Lafayette el año de 30 yendo al Hotel de Ville. Sostengamos la monarquía rodeada de instituciones populares, que al cabo diez y ocho años pronto se pasan.» (La Esperanza, Madrid, sábado 23 agosto 1851, pág. 2.)

«Revista diplomática. Esta liga, digna de todos nuestros elogios, se ha manifestado ya en la cámara de Darmstadt y se reproducirá en el senado de Francfort. Esta liga influirá poderosamente para que los gobiernos débiles de la Alemania se resistan a adoptar como leyes de sus Estados los decretos liberticidas preparados por la Dieta. Para esta grande obra de reconstrucción cuenta con las simpatías de todos los liberales de Europa, porque en la emancipación de los pueblos germánicos y eslavos estriba la independencia y la libertad de toda la raza latina. Por eso casi al mismo tiempo que los procónsules de Viena pregonaban tan solemnemente en las calles de Pesth la sentencia de muerte del heroico gobernador de la Hungría, las orillas del Mediterráneo repetían el eco de las aclamaciones con que los entusiastas patriotas de Spezia acogían a Luis Kossuth, de quien el pueblo magiar aguarda su salvación.» (La Nación, periódico progresista constitucional, Madrid, domingo 5 de octubre de 1851, pág. 2.)

«Vacilantes hemos estado estos días sobre si debíamos hablar de los furibundos artículos que la prensa progresista y aún parte de la moderada, han escrito con motivo del Concordato y de la Alocución pontificia. […] Pero aún hay más, en esos artículos se dice todavía más, si es que todavía cabe decir más: en ellos se hallan literales estas espantosas palabras: “Vivimos en plena insurrección contra la autoridad sobre el espíritu, y el soplo cristiano del arzobispo de Spoleto no puede reanimar la moribunda lámpara de la fe romana. Lo que Dios abandonó a la voluntad de los hombros, las creencias, no le es dable a un débil Pontífice negarlo a un pueblo entero... La Iglesia católica será la Iglesia más universal de España, porque estriba sobre la ancha base de la unidad nacional tan costosamente adquirida; pero la libertad y el interés, agentes misteriosos de la Providencia, romperán esas murallas de granito con que hoy el jesuitismo pretende cerrar la entrada a la verdad. Al vibrante eco de las decisiones soberanas vendrán a tierra las débiles Bastillas de ese Jericó del fanatismo. España no ocupará en el mapa de Europa un lugar menos honroso que Portugal, en donde la ley del Sinaí y la reforma de Lutero viven en paz con el Evangelio; porque Pío IX acudió en vano a impedir la entrada al Atila de la tolerancia religiosa. Si la furiosa persecución se emplease como el solo medio de conservar la unidad del culto, y el reinado del exclusivismo católico durase mucho tiempo, entonces nos humillaríamos ante los decretos de la Providencia por haber dado a Pío IX la misión de León X. Este empujó a la raza germánica fuera de la comunión de Roma, aquel precipitará a la raza latina a que abrace el protestantismo de la indiferencia, la religión del escepticismo... La España mirará la alocución del 5 de setiembre como la bula de León X; y si en Wittemberg fue quemada por un monje, aquí será recogida por el partido liberal como el acta de su enemistad con la corte de Roma”.» (El Católico, Madrid, martes 28 de octubre de 1851, pág. 1.)

«Un asunto dolorosísimo pone hoy la pluma en nuestras manos, obligándonos a unirnos al Católico que le ha consagrado un artículo especial, y la España que también, aunque en términos generales, le ha tratado. Aludimos al escándalo que un periódico progresista de la corte se ha complacido en dar, insultando la creencia católica, escarneciendo la institución del pontificado y ofendiendo de un modo tan grosero al virtuoso Pío IX, que ha dejado muy atrás, al menos por lo que hace a España y tocante a periódicos, no ya a los más fanáticos protestantes, sino al mismo apóstata de Witemberg. Diciendo a nuestros lectores que ni el Porvenir se ha atrevido a insertar en sus columnas, al presentar como notable el parto de su colega, las frases que le han parecido vitandas: el Porvenir que no ha flaqueado de escrupuloso, ni con el abajo el Papa de Ledru-Rollin y Mazzini, ni con el abajo todo culto de Lamennais; diciendo esto, se repite, habrán comprendido todo el mérito de ese miserable […]. […] tampoco dejará de haber quien, como la Europa, que así se titula el periódico aludido, después de enseñar una y otra vez que no hay más autoridad que la de todos, se pronuncie contra él en la más insolente rebelión. ¿Estamos en España, para blasfemar así? ¿Rige los destinos de esta piadosísima nación un gobierno católico? ¿Y se permiten ya, justamente en los días en que la suprema potestad del Pontífice acaba de ser nuevamente acatada en el Concordato, que es ley del reino, tales desafueros? Pero vengamos al artículo, que mejor que nada se acusara a sí mismo y tomémosle del Porvenir, que aún después de haberle pasado por su alambique, suprimiéndole alguna expresión, nos le ofrece en los siguientes términos: “La revolución española acaba de ser condenada con inquisitorial crueldad en el congreso de cardenales del Tíber. […] Si la furiosa persecución se emplease como el solo medio de conservar la unidad del culto, y el reinado del exclusivismo católico durase mucho tiempo, entonces nos humillaríamos ante los decretos de la Providencia por haber dado a Pío IX la misión de León X. Este empujó a la raza germánica fuera de la comunión de Roma: aquel precipitará a la raza latina a que abrace el protestantismo de la indiferencia, la religión del escepticismo. El pueblo de Mazzini, de Carduce y de Montanelli se divorciara para siempre de papa, cuando vaya a romper el cetro del monarca. La España mirará la alocución del 5 de setiembre como la bula de León X; y si en Witemberg fue quemada por un monje, aquí será recogida por el partido liberal como el acta de su enemistad con la corte de Roma.” Nuestros lectores se habrán horrorizado seguramente, al pasar la vista por este artículo, y no acertarán a concebir como se escribe, y mucho menos, como se tolera entre nosotros.» (La Paz, periódico monárquico, Sevilla, domingo 2 noviembre 1851, pág. 1.)

«El sábado traía La Nación un artículo en que se leen los pasajes siguientes: […] “Potemkin no hizo mas que formular la política constante de los herederos de Pedro el Grande cuando escribió en una provincia meridional de Rusia estas significativas palabras: camino de Bizancio. Constantinopla es la llave de Europa; y el instinto de la raza eslava es subyugar a la raza latina. Los escuadrones imperiales aguardan impacientes que salga de sus roncas cornetas el toque de bota-sillas para abandonar sus incultos bosques y lanzarse como una tempestad sobre nuestras fértiles campiñas”.» (La Esperanza, periódico monárquico, Madrid, martes 4 de noviembre de 1851, pág. 3. Diario Constitucional de Mallorca, Palma, viernes 28 de noviembre de 1851, pág. 2.)

1852 «Empero con la derrota de la Francia en 1815 la raza latina, preponderante hasta aquella época, perdió su poderoso ascendiente ante la pujanza de las razas tártaras y suavas.» (La Gaceta Militar, periódico de polémica, Madrid, 7 febrero 1852, pág. 2.)

«Tal es el carácter que distingue especialmente a las dos grandes familias, ya diversificadas entre sí, de la raza anglo-sajona; la europea y la americana. Cuando sus empresas son vituperables en sí mismas, ninguna excusa les queda en el sentimiento que las ha producido, porque ese sentimiento es también vituperable de suyo. Y si, por el contrario, la empresa acometida acarrea bienes a la humanidad, la gratitud de esta y la admiración que causa toda gran dificultad vencida, se fija en el hecho, sin pasar casi nunca al autor, cuyos impulsos fueron de mas rastrera naturaleza que su obra. La humanidad no puede hacerse verdaderamente admiradora mas que de sentimientos elevados; y esta es la razón por la que a pesar de su decadencia, la raza latina y germánica conserva su supremacía en los espíritus, mientras que la sajona la conquista en el orden de los hechos. Los ingleses y anglo-americanos sirven hoy, en efecto, de mensajeros a la civilización en países apenas hollados todavía por plantas extrañas; son sus más infatigables operarios, y la perseverancia de que dan muestras raya verdaderamente en asombrosa.» (“[Importancia del acercamiento de Estados Unidos a Japón]”, La España, Madrid, miércoles 12 de mayo de 1852.)

«La humanidad no puede hacerse verdaderamente admiradora más que de sentimientos elevados; y esta es la razón por la que a pesar de su decadencia, la raza latina y germánica conserva su supremacía en los espíritus, mientras que la sajona la conquista en el orden de los hechos.» (“Espíritu de la prensa. De La España”, Diario de Palma, Palma de Mallorca, viernes 21 de mayo de 1852, pág. 1.)

«Así decae visiblemente la raza latina, y presenta por todas partes síntomas seguros de disolución. En el ínterin va creciendo la raza anglo-sajona que adelantándose de un lado por las Indias y del otro por el océano Pacífico toca ya con sus manos al inmenso Imperio de la China. Inglaterra y los Estados Unidos son los dos polos en que gira la civilización humana. Esa República es el coloso hacia el cual se hace preciso dirigir la vista, porque de el dependerá muy pronto el porvenir del mundo. Cuando se haya apoderado del golfo de Méjico; cuando quede satisfecha, su ambición en el Nuevo continente, creerá llegada la hora de intervenir en las cuestiones que están agitando a Europa. Y entonces, como democracia y como República, la Unión americana se pronunciará contra los gobiernos tradicionales, contra los poderes de derecho divino, contra toda clase de monopolios. Para conocer que este día ha de llegar muy pronto, no hay sino contemplar los progresos de su marina, industria y comercio; su actividad y portentosa abundancia de recursos, y sus numerosos caminos y canales, que parecen a lo lejos líneas tiradas caprichosamente en el espacio.» (“Revista diplomática”, El Clamor Público, periódico del partido liberal, Madrid, sábado 26 de junio de 1852, pág. 2.)

«A principios del siglo, acaso hubiera excitado la risa del desdén y de la incredulidad el pensamiento de fundar una caja de ahorros: se han establecido, en efecto, y a pesar de los toros y la taberna, y los rayos del sol del mediodía, y la degeneración de la raza latina, y las otras causas que se traen al debate siempre que se trata de explicar nuestro atraso, y lo que es peor, nuestra imposibilidad de adelantar, han prosperado de un modo maravilloso, no solo sin estímulo artificial, sino teniendo que vencer las contrariedades que proceden de la estrechez de la base sobre que descansa el nuevo edificio.» (Editorial, El Heraldo de la mañana, Madrid, 14 de octubre de 1852, pág. 1.)

«El Diario Español se hace cargo del giro que van tomando los negocios en el imperio turco: […] El ciego fanatismo turco con sus tendencias anti-civilizadoras, y a su lado el instinto de otra raza cismática y semi-bárbara; el genio de la Europa protestante representado por el espíritu materialista, mercantil y civilizador de la raza anglo-sajona; y por último, el genio espiritualista de la civilización católica, representado por la raza latina. Contra el fanatismo turco y las tendencias moscovitas, la Europa occidental no puede menos de optar por las tendencias cristianas y civilizadoras de la Inglaterra y de la Francia, así como entre las tendencias de estos dos países que, reconociendo un mismo origen, representan, sin embargo, principios diferentes y tienen por objeto dos órdenes distintos de ideas, la Europa católica debe forzosamente decidirse por las que la Francia tiene la misión de representar.» (La Nación, periódico progresista constitucional, Madrid, jueves 4 de noviembre de 1852, pág. 2.)

«Lo que estamos viendo en el mundo debería dejarnos plenamente convencidos. La raza teutónica prospera de un modo pasmoso en Europa y en América: la raza latina ha perdido parte de su virilidad: en los Estados-Unidos y en la Gran Bretaña, a semejanza de los antiguos guerreros, el hombre fía en Dios y en el vigor de su brazo el éxito de las empresas que acomete; y sale airoso, y crece en poder y en riqueza. En los países meridionales del continente, por causas que no son de este lugar, el individuo vuelve a cada paso los ojos al estado, y diga por nosotros la historia contemporánea los efectos de hábito semejante. El self government será más o menos cuestionable en la región política: pero en la económica es, a no dudarlo, el principio regenerador a que deben los pueblos que de él están animados, esos progresos que excitan nuestra admiración y condenan nuestra incuria y nuestra pereza.» (Editorial, El Heraldo de la mañana, Madrid, 9 de noviembre de 1852, pág. 1.)

«El asunto propuesto por la Academia de San Fernando para el ejercicio último y decisivo de los jóvenes aspirantes a la pensión en Roma, es el momento en que Cornelia, madre de los Gracos, correspondiendo a la invitación de una dama Campaniana, amiga suya, le presenta sus joyas, esto es, sus hijos Cayo y Tiberio, dándole así una lección, aunque amarga delicada, e indicándole que el orgullo de la mujer no debe fundarse en la posesión de valerosas preseas, sino en la buena crianza de los hijos. […] Y ¿quién al ver el cuadro premiado por exigua mayoría de académicos, reconoce en él la noble y severa majestad de las costumbres romanas? ¿Quién los rasgos vigorosos de aquella hermosa raza latina, asombro de los pueblos y de las naciones, en la época de su más augusta virilidad? No vacilamos en afirmar que nadie, porque no hay modo alguno de encontrar lo que no existe. Tipos de una belleza vulgar en cualquiera población de España; tipos que ninguna conexión tienen con los romanos que nos ofrecen la historia y los monumentos; tipos, en fin, que a tiro de ballesta descubren su pertenencia a la actual degeneración de la enérgica raza latina, son los que decoran el cuadro del Sr. Lozano que en esta, como en otras muchas dotes, es inferiorísimo al de su desairado rival el Sr. Hernández.» (Manuel Cañete, “Bellas Artes. Cuadros de los aspirantes a la pensión de pintura en Roma”, El Heraldo, periódico político, religioso, literario e industrial, Madrid, 21 de diciembre de 1852, pág. 3.)

1853 «Cerdeña.– Desde que no he escrito a vds. han ocurrido grandes acontecimientos. El objeto del levantamiento de Milán y de Lombardía ha fracasado; pero las medidas represivas tomadas por los generales austríacos son de tan dura naturaleza, que se ve perfectamente que la raza latina y la germánica en contacto en Lombardía son inaccesibles hasta la muerte.» (El Católico, Madrid, 23 febrero 1853, pág. 3.)

«Nuestro corresponsal de Turín con fecha del 13 nos dice lo que sigue: “Desde que no he escrito a Vds. han ocurrido grandes acontecimientos. El objeto del levantamiento de Milán y de Lombardía ha fracasado; pero las medidas represivas tomadas por los generales austríacos son de tan dura naturaleza, que se ve perfectamente que la raza latina y la germánica, en contacto en Lombardía, son inaccesibles hasta la muerte.» (La Época, Madrid, 23 febrero 1853, pág. 2.)

«El reconocimiento del gobierno de Bruselas por el monarca de San Petersburgo no habrá causado sorpresa alguna en el mundo diplomático, porque desde 1850 estaba unida la Bélgica con la Rusia por medio de un tratado de comercio y navegación. Este acto no es más que el complemento de las relaciones entabladas, después de veinte años de desvío, entre Nicolás y Leopoldo. Estaba previsto por todas las cancillerías de Europa. Pero si este suceso no maravilla a nadie, inspira a todos graves reflexiones en la esfera política y en el orden diplomático. El Tzar de las Rusias al firmar la plenipotencia de su representante en Bélgica, reconoce la soberanía de las naciones, pues no ha olvidado que Leopoldo recogió la púrpura en un sacudimiento popular. Es una nueva sanción que da el autócrata a la política constitucional del Occidente. Es un solemne divorcio del derecho divino pronunciado por su más augusto representante. El Knout no ha podido impedir que la verdad de la raza latina haya transformado completamente la ortodoxia slava. Ved sino como el esplendor de nuestras doctrinas hace retroceder al derecho divino del Rhin al Oder, del Vístula al Dniéster.» (El Genio de la Libertad, Palma, 2 marzo 1853, pág. 1.)

«Sobre la situación de Méjico – II. […] El camino queda ya abierto y desembarazado: la democracia americana no tiene que hacer más que guardar su víctima, como caza, en parque cerrado, para irla devorando sucesivamente según las necesidades de su capaz estómago. Ella proclamará muy alto la doctrina del presidente Monroe, según la cual la Providencia tiene asignado el continente americano entero para el desarrollo y entretenimiento exclusivo de la raza sajona, y al propio tiempo intimará a Europa, que se guarde muy bien de enternecerse por la víctima, y mucho menos de ingerirse directa o indirectamente en su suerte.[…] Y que importa a esos grandes intereses el que la nacionalidad española subsista en América, y con ella el catolicismo y los grandes recuerdos ligados a su descubrimiento y colonización, ¿quién puede razonablemente desconocerlo? La humanidad no se compone de una sola raza; sino de muchas armoniosamente enlazadas, y dando de sí, como terrenos apropiados a diferente cultura, el tributo que cada una debe llevar a los resultados generales de la civilización: ella es una fecunda madre que se gloría en su numerosa prole, cuya grandeza se cifra en la unión de todos sus hijos, y que no puede consentir en sacrificar los unos a la insaciable codicia de los otros. Si la raza sajona está destinada a predominar en Europa y en América, y avasallar a la raza latina, quiere decir que tiene decretado la Providencia que el astro de la civilización occidental toque muy pronto a su ocaso, porque aquella raza no puede envanecerse de encerrar en sí sola todo el secreto y las fuerzas de esta civilización. La latina, si bien con menos esplendor, y al parecer agobiada por el infortunio, es depositaría de tradiciones y verdades completamente desconocidas a la sajona, y que probablemente tiene en reserva la Providencia para sacar a la humanidad del compromiso que esconde el porvenir, y para que un día brillen sobre el candelero. Así está constituido el Occidente con un equilibrio entre todas las razas que lo componen, y así ha tenido cuidado esa Providencia de constituir el Nuevo Mundo, llevando allí como por la mano a todas esas razas y nacionalidades, y demarcando a todas su natural asiento. Según toda apariencia, la raza sajona trastorna y confunde los términos de esta paternal organización, y por consiguiente trata de medir sus fuerzas con la Providencia. Pongámonos, pues, del lado de esta, y estemos seguros de que si sucumbimos, lo hacemos en buena y gloriosa compañía, y que en todo caso no será por mucho tiempo. Pero, ¿qué remedio por de pronto? Supuesta la guerra de exterminio que Washington tiene jurada a Méjico, guerra de un género inusitado, pues no se entretiene con soldados ni con campañas militares, sino de una manera incidental; guerra que se lleva por masas de hombres precedidos de ideas, y que se asientan sobre el país para apropiárselo por el cultivo; guerra, en fin, que tiene en el mismo Méjico su base de operaciones, no hay otro medio de contrarrestarla que herirla por sus filos, oponer pueblo a pueblo, ideas a ideas, arrancándola desde luego esa base de operaciones que hace toda su fuerza; queremos hablar de la anarquía.» (La España, Madrid, 8 mayo 1853, pág. 2.)

«Departamento de Veracruz. Discurso que en el aniversario de la victoria de Tampico, pronunció Luis G. Gago. […] Si las razas como los individuos tienen sus períodos de crecimiento, de virilidad y de decrepitud, no es menos cierto que, a pesar del soplo de los siglos y del influjo de extraordinarios elementos, o perecen del todo absorbidas por otra raza más poderosa, o si se conservan de pie, aunque lánguidas y agonizantes, vienen con ellas los lazos que las unen a su raza primitiva.– No pasaré de aquí sin observar con un escritor profundo el triste destino que parece ha tocado en suerte a todos los pueblos de origen latino, sobre todo á los esencialmente católicos, cuya estrella, palidece visiblemente en nuestros días ante la civilización de origen germánico y la religión protestante. Con justicia los pueblos cristianos investigan el horizonte, con inquietud, buscando indicios que autoricen la creencia de que su aniquilamiento no está definitivamente decretado. Pero así como Grecia, Cartago y la antigua Roma, desaparecieron de la faz de la tierra, y así como se ha extinguido la raza de los chichimecas y toltecas, no nos fiemos en los gérmenes de vigor y de robustez que aún ostenta la raza latina. La que puebla el continente americano, consumida en estériles discordias, desalentada con infructuosos ensayos, tiene en su acecho otra raza poderosa y atrevida, dispuesta a devorarla y que calcula ya sobre su dominación exclusiva en el nuevo continente. En circunstancias tan graves como la que indico, es cuando el espíritu de independencia se despierta y reanima a vista del peligro; es cuando las razas, apelando a la memoria de su origen, a la historia de sus hazañas, a sus recuerdos de gloria y a la idea de la misión que tienen el deber de llenar, ligan sus intereses, ahogan hasta el pensamiento de sus desavenencias, y rejuvenecidas por el riesgo, por el entusiasmo y por la virtud, saben lidiar antes de morir, y morir antes de ser esclavas. Si nuestra raza tiene una misión grande y augusta que desempeñar en el continente americano, no falta, sin embargo, quien dude de su porvenir, ni quien desespere de sus destinos. Estamos debilitados por las revoluciones y por la anarquía; nos faltan esos arranques generosos, esa fiereza de origen y ese orgullo patrio que constituye la fuerza de otros pueblos. Pero, ¿de qué causa provienen esos síntomas de aniquilamiento? ¿De dónde pueden dimanar estos males que sufrimos, que palpamos y que tienen en constante inquietud los corazones de todos los buenos mejicanos?» (Diario Oficial del Gobierno de la República Mejicana, Méjico, viernes 7 de octubre de 1853, tomo 1, nº 84, págs. 333-335.)

«Periódicos de la capital. (De ayer) […] El Oriente, después de diseñar la situación geográfica y política de los siete Estados que componen la Italia, vaticina la formación de un solo reino. Los fundamentos de este vaticinio son, por una parte, la unidad de territorio, la unidad de idioma, la unidad de religión, y la unidad de los pensamientos y deseos de todos los italianos en este punto; y por otra, el interés que en ello tiene la raza latina. De paso profetiza también otra unidad, muy deseada de nuestro colega y de Las Novedades. ¡Qué dicha! Y si después se dota a los unidos de un congreso como el de Francfort, no les quedará nada que desear.» (La Esperanza, Madrid, 29 diciembre 1853, pág. 3.)

1854 «Ayer hemos recibido por la vía de Marsella cartas de nuestro corresponsal de Jerusalén, Beirut y Jafra, de fines de diciembre. En todos los conventos y santuarios de Tierra Santa, especialmente en Belén, se habían celebrado con la solemnidad y pompa de costumbre las fiestas de la Natividad del Señor. Uno de nuestros corresponsales nos hace extensa reseña de lo ocurrido últimamente a monseñor Valerga en su expedición a Butichela, con el objeto de establecer en aquel pueblo una misión compuesta de eclesiásticos franceses. […] Ni aun en tiempo de las Cruzadas, cuando Palestina estaba cubierta de guerreros, tomaron parte activa los misioneros franciscanos en las empresas de la cristiandad. Estas se hacían por medio del hierro; aquellos no empleaban para conseguir su objeto más armas que las de la persuasión. Ese sistema dio, es verdad, muchos gloriosos mártires a la iglesia; pero en cambio la ha conquistado la posesión de los Santos Lugares. Ahora, según los últimos actos de Monseñor Valerga, los misioneros deberán, no solo estar instruidos en la predicación, sino en el ejercicio del fusil y en el manejo de toda clase de armas. Se darán misiones, del mismo modo que se dan batallas. Basta de reflexiones acerca de un punto de que no quisiéramos tener que hablar; y volviendo a lo de Butichela, diremos con referencia a uno de nuestros corresponsales, que viendo los griegos lo poco que adelantaban en el terreno de la violencia, han acudido al de la ley; y suponiendo que todo el territorio de aquel pueblo es de legado pío, es decir, que les ha sido concedido a ellos con la jurisdicción eclesiástica, sostienen que la venta de la casa hecha a Monseñor Valerga es nula según las leyes del país, y créese generalmente que el tribunal les dará la razón. De manera que, si esto sucede, no tendrá más remedio el señor patriarca que abandonar su empresa, dejando malparada su consideración; y lo que es peor, la de la raza latina.» (La España, Madrid, 19 enero 1854, págs. 2-3.)

«Varias veces hemos hablado de las ventajas que podía reportar la Península de la lucha que parece próxima a emprenderse entre la Rusia y las potencias occidentales. […] Con la neutralidad España puede y debe ser el asilo de los que huyan asustados por el estruendo de las armas: nada hay más tímido en el mundo que el dinero. […] De otras ventajas queremos hablar; y a más altas consideraciones elevarnos. Es evidente que entre nosotros apenas empiezan a conocerse los grandes medios de producción que en los pueblos cultos han trasformado, por decirlo así, las piedras en panes; no tenemos ferro-carriles, ni caminos vecinales, ni sabemos utilizar las materias primeras que hallamos a la mano: no hay establecimientos de crédito; carecemos de bancos agrícolas, y la rutina y los hábitos de una administración esencialmente viciosa, no se han desarraigado a pesar de lo mucho que se ha escrito sobre el particular desde la época de Jovellanos y Campomanes hasta nuestros días. No es cierto que la indolencia y la apatía sean los caracteres distintivos del pueblo español, ni que la raza latina haya degenerado, ni que los árabes nos legaran su fatalismo y su inercia, ni otras muchas cosas que en tono magistral suelen decirse para disculpar vicios y costumbres perniciosas que solo de la errada conducta de los gobernantes traen origen.» (El Heraldo, Madrid, 15 febrero 1854, pág. 1.)

«En la actualidad existe un inconveniente profundo y un presentimiento universal, de que en el conflicto iniciado por la Rusia y la Turquía van envueltos los intereses y los destinos futuros de las naciones. Es una civilización que choca con otra como allá en el siglo V chocaron las tribus del Norte con la bastardeada raza latina, o como posteriormente en el XII el mundo cristiano y el mundo musulmán se encontraron en las llanuras de Palestina.» (El Genio de la Libertad, Palma, 16 marzo 1854, pág. 1.)

«¡Sube! ¡sube! guerrero, a las regiones / Donde brilla la inmóvil Cinosura; / De la raza latina los pendones / Allí tremola con marcial bravura;» (Juan Miguel de Lozada, “La Batalla de Tampico. Canto épico”, Diario Oficial del Gobierno de la República Mexicana, México, jueves 14 de setiembre de 1854, nº 45, págs. 178-179.)

«Quedó entonces sólidamente organizada la represión política y religiosa, y las máximas escolásticas sirvieron de allí en adelante de antemural contra toda innovación. Por estos motivos, cuando la filosofía, impulsada por Bacon y Descartes, abrió a las ciencias nuevo camino, y cuando, gracias a los esfuerzos de estos y otros hombres eminentes, pudo el hombre utilizar su trabajo en infinitos y provechosos asuntos, antes desconocidos, siguió España sumida en la ignorancia y protegiendo exclusivamente aquellas tres carreras de Iglesia, Mar o Casa Real. Así fue que mientras la raza sajona perfeccionaba en Europa y América la teoría y la práctica de todas las ciencias: mientras que el vapor, la electricidad y otros admirables descubrimientos esparcen por todas partes el bienestar y la ilustración; mientras que la emigración pierde el triste carácter que antes tenía, y lleva a esa raza admirable a un Nuevo Mundo, donde hace con el arado los prodigios que nosotros hicimos con la espada; la raza latina, decrépita, desmoralizada, vegeta miserablemente, sin tener fuerzas para otra cosa más que para llorar su abatimiento. Solo Francia, por causas que no es de este lugar exponer, conserva su antiguo vigor; pero España que fue la más celosa defensora y propagadora de la represión en todos sentidos, se ha opuesto siempre a toda innovación; primero, combatiendo gloriosamente en el campo de batalla, después, perdido ya el carácter nacional, en el gabinete y tribunales, llamando hereje a todo el que se atrevía a lamentar los males de su patria, y jansenista a quien indicaba los medios adecuados para su remedio. Este atraso intelectual fue causa de que, a principios de este siglo, España, después de romper los lazos que la sujetaban, no pudiese sacar de la contra revolución porque acababa de pasar, el fruto que debiera.» (“Reflexiones sobre la necesidad de una ley orgánica de la administración”, La Unión Liberal, Madrid, 20 septiembre 1854.)

«Las sucesiones testadas e intestadas en España tienen mucha analogía con lo que sobre esta materia disponían las leyes de Roma, y con la legislación actual de todos aquellos países que más o menos se derivan de la raza latina.» (Ventura Camacho Carbajo, “Mejoras de tercio y quinto”, La Ley, Sevilla, lunes 30 octubre 1854, nº 66, pág. 265.)

«No: nosotros ni somos ni podremos ser enemigos del general Santa-Anna y de su gobierno, en tanto que le veamos marchar por ese camino fuerte, enérgico, digno, a cuyo término está la salvación y la grandeza de México; nosotros no tenemos por qué inaugurar una oposición injusta al general Santa-Anna; nosotros no tendríamos ánimo nunca para desfigurar la verdad cuando al cometer tal felonía atacáramos la prosperidad, felicidad en el porvenir de una nación a la que nos ligan tantos y tan sagrados vínculos de sangre, de religión, de costumbres, de sentimientos, de esas creencias generales infiltradas, digámoslo así, en la raza latina, y que no ha sido dado estragarlas, cuanto más hacerlas desaparecer ni a los más tristes sucesos políticos, ni a las luchas más sangrientas de hermanos contra hermanos, ni al largo alejamiento de los padres y los hijos, ni al manejo de naciones extranjeras, siempre interesadas en mantener separados como enemigos a los que la mano de Dios ha guiado para abrazarse en el presente y en el porvenir como hermanos.» (Diario Oficial del Gobierno de la República Mexicana, México, sábado 16 de diciembre de 1854, pág. 3.)

«Cortes. Congreso de los diputados. Presidencia del señor don Pascual Madoz. Extracto oficial de la sesión celebrada el lunes 18 de diciembre de 1854. […] El Sr. Orense. […] La España ha estado tranquila por espacio de 300 años; pero en este siglo no ha habido nación que haya tenido más emigraciones que nuestro país, no habiendo como no ha habido partido que no haya estado emigrado. En París y Londres era y es muy común oír hablar español, cuando antes era una novedad. En París y Londres ha habido emigrados carlistas, moderados, exaltados, de todos los partidos. ¿Y qué ha podido hacer cada uno por el suyo respectivo? Nada, absolutamente nada. Si los gobiernos no hubieran tenido policía, no hubieran creído más de cuatro cosas que la experiencia ha demostrado luego ser falsas. Lo que se ha dicho al gobierno del comité latino no vale dos ardites, habiéndose debido la importancia que en cierto sentido se le ha dado al poco sentido común de todos los funcionarios públicos. Ese comité se formó en París para tomar bajo su protección a todos los españoles e italianos emigrados, porque se creyó que la civilización latina compuesta de Francia, España, Italia y Portugal, debía formar una especie de hermandad en Europa, separada de las razas del Norte. Esas ideas se llevaron hasta América con el objeto de que la raza anglo-sajona que amenaza tragarse al mundo, no se tragase a la raza latina. Esta y no otra fue la idea que dominó en el comité: de ninguna manera la de hacer armas contra los gobiernos constituidos.» (La Nación, eco de la revolución de julio, Madrid, 19 diciembre 1854, pág. 1.)

«Sabíase que el general Prim debía contestar a ciertas alusiones que le había dirigido el sábado en su discurso el señor Ordax Avecilla, y esta circunstancia, sea dicho para censura de nuestras pobres, pobrísimas costumbres políticas, atrajo más espectadores a las tribunas, y más diputados a los bancos, que si se hubiera tratado de uno de los proyectos de vida o muerte para nuestra Hacienda. Tan cierto es que nuestro carácter meridional y esa frivolidad común a la raza latina, se prestan más que a los asuntos graves, a los espectáculos y a las impresiones pasajeras.» (El Voto Nacional, Madrid, 19 diciembre 1854, pág. 1.)

1855 «(Del Diario Español.) […] Cuando la unidad se realice, cuando el catolicismo triunfe, ¡qué gloria no será para España haberse mantenido firme en el buen camino! Esta es nuestra bandera, nuestra fisonomía, y perderla equivale a perderse entre la turbamulta de naciones que marchan a remolque de las que hoy dan la ley al mundo. Antes de este porvenir luminoso, con la unidad católica y por la unidad católica podemos ser más grandes que lo fuimos nunca y galvanizar la raza latina, que tiene el instinto de lo bello, y cuando se posee de entusiasmo se sobrepone a las razas que lograron subyugarla. Con la unidad católica por bandera, podemos formar en la América central una confederación que hable la lengua de Hernán Cortés, y que pueda disputar el terreno de la raza utilitaria de los Estados Unidos, allegada de aluvión y sin solidaridad alguna. Con la unidad católica por bandera, podremos constituir un poder en Oceanía que tenga por centro el Archipiélago Filipino, y que penetrando en China y en el Japón, nos proporcione glorias iguales a las del siglo XVI.» (El Balear, Palma, 28 febrero 1855, págs. 1-2.)

«Abuso que se comete con los chinos en las islas guaneras del Perú. […] Precisamente los Estados-Unidos nos ofrecen otra prueba de lo poco que los conquistadores han adelantado en piedad y civilización desde el tiempo de los descubrimientos primeramente hechos en América hasta nuestros días. Todo el mundo sabe que la raza anglo-sajona trasplantada a la América del Norte, solo ocupaba algunos años atrás ciertas regiones cuyos límites ha tenido que ir ensanchando a causa del rápido aumento de la población. Mas, por ventura, ¿los terrenos que posteriormente ha ido adquiriendo aquel рueblo, estaban completamente desiertos? ¿Las razas indígenas se han ido confundiendo con la raza conquistadora, como puede decirse que sucedió en mucha parte respecto de los pueblo americano conquistados por la raza latina? No por cierto. Los anglo-americanos, para hacerse de los terrenos que necesitaban, comenzaron por arrojar de sus aduares a los indios, matándolos sin piedad. Algunas tribus guerreras, como la iroqueses, que trataron de oponerse al despojo de los blancos, han acabado casi en su totalidad. Otras tribus emprendieron su marcha hacia el Mediodía, empujadas por los conquistadores, y devastan nuestras fronteras con sus frecuentes incursiones. Los descendientes de Washington han hallado más fácil destruir que civilizar. Y cuando tales hechos pasan en el seno de una sociedad cristiana y que se llama altamente ilustrada y protectora de los derechos del hombre, ¿quién se asombra de que en una edad relativamente muy atrasada y bárbara, los indígenas que poblaban una parte del suelo americano fuesen víctimas de la codicia y el despotismo de un puñado de aventureros? […] (Eco del Comercio.)» (Diario Oficial del Gobierno de la República Mexicana, México, jueves 19 de abril de 1855, nº 262, pág. 2.)

«Madrid 4 de mayo. Historiaremos brevemente la sesión de ayer. […] Sustentan muchos la opinión, nacida de la escuela materialista, atea, del pasado siglo, a cuyas filas generalmente pertenecen los doctrinarios, que la raza anglo-sajona, ya por el clima en que plugo a la Providencia colocarla; ya por la configuración de su cerebro, es más apta para la libertad que la raza latina, y el señor Orense mostró claramente que no es el clima, ni el organismo lo que da vida a los pueblos, sino los principios, las ideas, verdadero reflejo de Dios en la conciencia.» (La Soberanía Nacional, diario democrático, Madrid, viernes 4 mayo 1855, nº 145, pág. 1.)

«Madrid 9 de mayo. Crónica del Congreso. […] Las Cortes han aprobado ya la tercera base constitucional relativa a la imprenta, base que podría tener cabida en cualquiera de las Constituciones más libres de Europa, a pesar de lo que en contra de ella, se ha dicho dentro y fuera de la Asamblea. La mayoría de la comisión no ha consignado en su dictamen la libertad ilimitada de la imprenta. Esto es exacto. Pero ha sentado el principio de que todos los españoles pueden imprimir y publicar libremente sus ideas con sujeción a las leyes. Entre todas las Constituciones antiguas y modernas de los pueblos de la raza latina, solo recordamos una en la cual se hubiese establecido la libertad ilimitada de la imprenta. Esa es la Constitución francesa de l793. ¡Y véase que coincidencia tan singular! Nunca el periodismo ha tenido menos libertad que bajo el imperio de esa Constitución, ni en tiempo de Bonaparte, ni en la época de la restauración, ni aún en el periodo que principió el memorable dos de diciembre.» (La Nación, eco de la revolución de julio, Madrid, miércoles 9 mayo 1855, pág. 1.)

«Cortes Constituyentes. Sesión del día 28 de junio de 1855. […] El Sr. Ros de Olano: Me propongo no poseerme de la justa indignación de que se ha poseído mi respetable amigo el señor ministro de la guerra. Hoy hace un año, señores, que el Sr. Orense, que parece ha olvidado hasta nuestros nombres, que de fijo ni a aplaudirnos se atrevía,... El Sr. Orense: Está equivocado su señoría. El Sr. Ros de Olano: De fijo, porque nadie nos podía aplaudir en aquella sazón que no estuviera entre nosotros, y el señor Orense no se había dado prisa a estar con nosotros, éramos allí todos soldados. Pero puesto que la acción la aplaudía su señoría, según hoy dice, yo le llamaría ingrato si hubiera trabajado para su señoría con mi pequeña parte en aquellos sucesos; pero ciertamente que para su señoría no trabajaba yo, puesto que defendía dos cosas, y ninguna de ellas pertenece a las opiniones de su señoría. Yo defendía a la reina constitucional, y en las opiniones de su señoría no entra el trono; yo defendía a la nación española, y su señoría, como socialista, es cosmopolita, y por consiguiente no puede defenderla ni estimar la defensa. Esto en contexto a la alusión personal, puesto que su señoría, hasta por no nombrarnos, nos ha llamado esa mezcla de hombres […] El Sr. Orense escogiendo una síntesis muy remontada, que solo alcanzan las grandes capacidades, ha dicho que desde el fregado de Sebastopol no hay que temer por la conmoción y trastorno de las naciones europeas. Señores, casualmente por esa inmensa calamidad que amaga y que su señoría quiere envilecer con el nombre de fregado; casualmente por ese esfuerzo colosal de las potencias de Occidente aliadas por principio liberal y civilizador, es por lo que todas las naciones europeas deben ponerse en guardia, deben ponerse sobre las armas, porque el grito de alerta es grande, porque el peligro es inmenso para la civilización y la raza latina. O el Sr. Orense no lo ve, o el Sr. Orense es ruso. Si no fuera así, la grande capacidad del Sr. Orense, vería claro que no puedo menos de ofrecer peligros a las naciones y a la libertad europea, la preponderancia de una nación que amenaza de mucho tiempo a esta parte invadir la Europa, apoderándose del Bósforo y amenazando a la Europa continental con sus ejércitos de tierra.» (La Época, Madrid, viernes 29 junio 1855, pág. 2.)

«Entre el sin número de problemas que la guerra de Oriente ha suscitado, ninguno de mayor trascendencia que el que entraña la solución final de esta lucha gigantesca, cuyo grito de guerra despertó a las nacionalidades del mundo. Y como si la potente voz de las nacionalidades no fuera bastante, las tradiciones de raza se presentan, reclamando con orgullo, no ya la corona imperial de las Galias, ni la de hierro de Italia, ni el báculo del patriarca de Constantinopla, sino el sacerdocio civilizador, y la ley misteriosa del progreso. Los más creen que la raza latina y la germana, bajo el peso de una historia de veinte siglos, yacen sin fuerza y sin aliento, espiando sus crímenes en el seno de sus instituciones seculares, que no son más que sepulcros ruinosos, últimos recuerdos de sus triunfos y victorias. Escritores germanos nos miran sepultados bajo el peso del catolicismo; pero faltos los labios de la oración de Teresa de Jesús, y desnuda la inteligencia de los axiomas de Tomás de Aquino. Apagada la vitalidad de las afirmaciones católicas, derruido el alcázar de sus glorias, y bebiendo las amargas heces del escepticismo, las razas latinas aprestan su cerviz al yugo slavo, gozosas con que nueva sangre preste nueva vida al cuerpo social, y nuevo espíritu abra ancho campo a su inteligencia. Y sí las razas latinas desaparecen ya del cuadro de la historia, no alcanza la raza germana destino más glorioso. Sin energía para constituir una nacionalidad, el hálito abrasador de los siglos ha dado al viento las cenizas de sus recuerdos, y ni guardará la tierra la huella de su paso. Solo la raza slava, dotada de viril energía, desnuda de tristísimas historias, limpia de manchas y de crímenes, audaz con el salvaje ardimiento de la juventud, con una literatura sencilla como sus instintos y apasionada como sus aspiraciones, se arroja en el campo de la historia hollando nuestro presente y levantando el edificio de su gloria, que adornará con los despojos de las razas vencidas.» (Francisco de Paula Canalejas [1834-1883], “Madrid 25 de julio”, La Soberanía Nacional, Madrid, 25 julio 1855, pág. 1.)

«Cortes Constituyentes. Sesión del día 5 de octubre de 1855. […] Libros a América. Leído el dictamen que autoriza al gobierno para señalar una prima a todas las obras, excepto los periódicos que se impriman en la península con destino a las repúblicas hispano americanas, y abierta discusión, dijo en contra el Sr. Sánchez Silva: Es muy extraño que el Sr. marques de Albaida, tan instruido en los buenos principios de economía, haya propuesto un proyecto de ley que no tendría más resultado, si se aprueba, que satisfacer a costa de los españoles lo que se va a consumir en otros países para que aquellos lo tengan más barato. Esta es una doctrina ya desacreditada: este sistema de las primas podrá ser disculpable sí se tratase de industria; pero tratándose de otra cosa no. Respecto a libros, no se distinguirán por su mayor o menor precio, sino por la circunstancia de ser buenos o malos. Si son buenos, serán buscados y reimpresos, y el autor tendrá ganancia; y si son malos, no tendrán salida ni merecerán que se premien. Además, si esto fuese con el objeto de difundir en nuestras posesiones de América conocimientos científicos de administración, industria, &c., sería tolerable; pero con relación a países que sólo tienen conexión con nosotros por hablar el mismo idioma, no comprendo por qué hemos de aprobar este proyecto. El Sr. marques de Albaida: El Sr. Sánchez Silva ha impugnado este proyecto, sin duda por no haberlo meditado bien. El objeto político y mercantil, o industrial, que le han inspirado, es grande y de trascendencia; político, el que nuestra influencia en las Américas sea todo lo grande que debe ser, porque estamos llamados a ponernos allí a la cabeza de la raza latina, que está en pugna con la raza sajona; como cuestión industrial, porque por este medio, con la concesión de esa prima evitaremos que nuestras obras clásicas se impriman en el extranjero para llevarlas a América llenas de errores, como sucede con el Quijote, Gil Blas, &c., &c., &c., y al hacerse esas impresiones en la prima daremos ocupación y alimento a millares de familias. Creo que estas indicaciones bastan para que la cámara apruebe el proyecto que se discute. Después de varias rectificaciones de los Sres. Sánchez Silva y Orense, fue aprobado el proyecto.» (La Época, Madrid, sábado 6 de octubre de 1855, pág. 1.)

1856 «La primera escuela condenada y proscrita es, la que se había cobijado, por espacio de más de un siglo, en la cancillería del imperio de Alemania; y con aquella resultan condenadas y prescritas sus consanguíneas y contemporáneas las escuelas maquiavélicas, volterianas, jansenísticas y regalistas, que tanto vuelo habían tomado en los consejos de Príncipes de raza latina y fe ortodoxa, sitiados algunos de ellos dentro del alcázar por cohortes pretorianas en traje palaciego y de consejeros áulicos. Solamente atendido lo que contiene de enseñanza, para esas pandillas de cortesanos farsantes la decisiva palabra del Vaticano en ocasión tan solemne, puede predecirse haber entrado en un período providencial de senectud y desacreditada decadencia esa raza de aduladores que se arrogaban, fingiendo interés por la corona, una gran parte del protectorado de la Iglesia dentro del Estado, y que mintiendo religión, pensaban usurpar ¡mentecatos! la primacía de jurisdicción y honor al Soberano Pontífice.» (J. C., “Enseñanza que se desprende del reciente concordato austriaco”, Revista Católica, Barcelona, febrero 1856, pág. 103.)

«Mucho de esto existe todavía en Inglaterra, cuyo parlamento es la más grande enseñanza para los que buscan de buena fe la luz, a fin de no perderse en el estudio de las oscuras cuestiones políticas que, sin embargo, hoy se ventilan por cualquiera con pasmosa impavidez. Nos hemos separado de esas tradiciones históricas, y hemos buscado nuevos guías los pueblos de raza latina. Las consecuencias dicen si hemos sido o no cuerdos, y el general escepticismo que esteriliza todos los esfuerzos y postra hasta los hombres de corazón mas animoso, prueban que esa iniciativa predominante de la razón individual, que esas especulaciones intelectuales de que reciben carácter nuestras leyes, dan tal inestabilidad a lo que se crea, que el día del establecimiento de una institución, es casi siempre el de la víspera de su caída.» (“Ley electoral, IV”, El Parlamento, diario conservador, Madrid, jueves 7 febrero 1856, pág. 1.)

«Cortes Constituyentes. Sesión del día 6 de marzo de 1856. […] El Sr. ministro de la Gobernación [Antonio de los Ríos Rosas]. Grande es la sorpresa de la mayoría de la comisión habiendo oído la peroración del Sr. Salmerón. Yo, señores, he dejado de oír la parte histórica del discurso de su señoría, porque atenciones del servicio me tenían en otra parte […]. Hánme dicho que su señoría ha considerado la sociedad bajo el principio del derecho gótico y germánico, y ahí no habrá ido a buscar el principio. Aquellas naciones llamadas bárbaras no eran naciones, eran ejércitos que traían en pos de sí las mujeres y los hijos, ejércitos que ocupaban un territorio; ¿y qué hacían? Dividir las tierras en tres partes, dejar una a los que las cultivaban y decirles: “Cultivarlas y permaneced tranquilos, no os metáis con nosotros y no tenéis más que dejaros degollar cuando nos plazca.” A eso estaba reducido el derecho germánico. Andando el tiempo llegó la invasión de los árabes, y aquí pereció casi por completo la raza goda sin haberse podido entender con la raza latina. Luego que esta se vio sola, dijo: “Ahora que has acabado con mi conquistador comienzo yo.” Entonces no había más nobleza que la del valor y la fuerza, y como era preciso contar con los pueblos para combatir al enemigo común, entonces fue cuando el municipio empezó a crecer en España.» (La Época, Madrid, 7 marzo 1856, pág. 2.)

«Ya hemos visto a la revolución de julio, sin conciencia de sus verdaderos fines, vacilar, contradecirse y caer en la cuestión de imprenta. Hoy, siguiendo el curso de los trabajas de la Asamblea, vamos a demostrar, que en materia de alta administración, la ciencia revolucionaria tampoco sabe adonde va ni lo que quiere. […] La democracia defendió su voto. El señor Rivero [Nicolás María Rivero], sin acabar su largo discurso, que quedó pendiente, usó de la palabra, no para confesar que la ciencia democrática siempre está detenida en los treinta tíranos de Atenas o en los funestos decenviros de Roma, sino para publicar la decadencia de la raza latina, y para alabar la grandeza de la raza anglo-sajona, la cual, en su opinión, sabe fundar gobiernos que están en todas partes sin estar en ninguna; en tanto que la raza a que pertenecemos nosotros, no sabe hacer otra cosa más que constituciones artísticas que nacen muertas.» (La España, Madrid, 10 mayo 1856, pág. 3.)

«Las profundas observaciones, con que el Sr. Ríos Rosas, en los dos elocuentes discursos que ha consagrado a esta materia, ilustró la cuestión, habrían de seguro producido el triunfo de los verdaderos principios de gobierno, sin el recelo con que esta asamblea acoge todo aquello que no satisface las estrechas pasiones y las preocupaciones insensatas del que se llama partido progresista. En su inspiración de ayer rechazó la inferioridad de la raza latina con relación a la raza anglo-sajona, en nombre de las ideas cristianas y democráticas, las cuales admiten la diversidad: pero no la inferioridad de las razas: censuró los vicios de la administración de Inglaterra, que han producido las desgracias del ejercito inglés en Crimea: combatió fuertemente el insoportable sistema que domina, como consecuencia de la esclavitud, en las repúblicas del Sur de los Estados-Unidos de América: alabó, por último, la administración francesa que ha subsistido incontrastable por su propia virtud desde el año 90 hasta el día, al través de las terribles catástrofes de Francia, y descendiendo después a la cuestión práctica de la creación y organización del consejo, arguyó a la mayoría progresista con el texto de la constitución, con los servicios importantísimos prestados al país, y aun a la misma revolución, por el consejo real.» (La Época, Madrid 13 mayo 1856, pág. 2.)

«Los diarios franceses publican el texto de la nota dirigida por los plenipotenciarios sardos a lord Clarendon y al conde de Walewski el 16 de abril de 1856. Esta nota es distinta del memorándum de que tanto se ha hablado, y que probablemente encontraremos en los periódicos franceses de mañana. He aquí el texto de la expresada nota: “Los que suscriben, plenipotenciarios de S. M. el rey de Cerdeña, llenos de confianza en los sentimientos de justicia de los gobiernos de Francia e Inglaterra, y en la amistad que profesan a Piamonte… […] Seguros del concurso de sus aliados, no pueden creer que otra potencia, después de haber mostrado un interés tan vivo y tan generoso por la suerte de los cristianos en Oriente, pertenecientes a la raza esclavona y a la raza griega, no quisiera ocuparse de pueblos de raza latina, todavía más desgraciados, puesto que en razón al grado de civilización a que han llegado, estos pueblos sienten más vivamente las consecuencias de un mal gobierno”.» (La Iberia, Madrid, 15 mayo 1856, págs. 2-3.)

«Segundo discurso del Sr. Ríos Rosas en la cuestión del consejo de estado. […] Ha querido su señoría hacerme incurrir en inconsecuencia por lo que había sostenido en otra ocasión sobre la cuestión de razas. Yo había dicho una cosa a mi juicio verdadera, pero además de muy verdadera muy democrática, muy conforme con los principios fundamentales y políticos que profesa su señoría, y con los principios comunes que en una región más alta profesamos su señoría y yo, que son los principios cristianos. Ciertamente la filosofía cristiana y las ideas democráticas admiten diversidad, pero no inferioridad de razas; y sería una pretensión ciega de su señoría la de que la raza latina, estuviera criada para la esclavitud, no fuera capaz de la libertad política. Yo dije que no era eso cierto, que la raza latina tenía condiciones diferentes que otras razas para abusar de la libertad política; pero que el uso de la libertad no era patrimonio exclusivo de la raza anglo sajona. Y lo probé, porque puse de manifiesto que esa misma raza en condiciones históricas y políticas diferentes de las de Inglaterra, ha sido víctima da un despotismo atroz por muchos siglos, y lo es todavía; de donde se sigue necesariamente que otras con causas independientemente de su temperamento, de su carácter, han contribuido a hacerla capaz de la libertad política. Por consecuencia, en mi último discurso no incurrí en contradicción alguna, respecto a lo que había dicho antes. Dije que esa raza tenía carácter de actividad, que poseía actividad moral, y era uno de los elementos que la hacían capaz de ser administrada de diferente modo que la raza latina.» (La Época, Madrid, sábado 24 mayo 1856, pág. 1.)

«Convenimos con las siguientes líneas de nuestro apreciable colega La Discusión: “España y Portugal son dos Naciones que se llaman mutuamente, porque unidas pueden ser la cabeza de la gran raza latina. A este fin no debe perdonarse medio de levantar esa idea en los aires, para que ambos pueblos la vean y la sigan, y la amen como símbolo de su ventura y de su venidera grandeza. Pero como hoy la unión de dos pueblos no puede verificarse por las armas humillantes para ambos, sino por su mutuo consentimiento, las obras que conducen a este fin son nuncios del gran día de la fraternidad, que amanecerá purísimo en nuestros horizontes; día esperado por todos los que aman a su patria. Por eso nosotros nos regocijamos de que se presenten obras que conduzcan a este fin. Y entre las obras que contamos de esta suerte, ninguna más importante que el Compendio Geográfico-Estadístico de José Aldama y Ayala, ingeniero del cuerpo de minas.» (El Clamor Público, periódico del partido liberal, Madrid, domingo 1 junio 1856, pág. 2.)

«No queremos decir con esto, que la ilimitada ocupación de San Juan de Nicaragua y Trujillo otorgue a la Inglaterra el derecho de prolongarla indefinidamente, con menoscabo de la independencia del país. Por el contrarío, creemos que esa ocupación debe cesar y cesará cuando las Repúblicas entren en el periodo de reorganización que se prepara hace largo tiempo, y debe consumarse a la vista de los peligros que amenazan a la raza latina, envuelta desde Tejas a Costa-Rica en las redes de la raza sajona. Los Gobiernos de España y Francia, interesados más que otro alguno en hacer imposible todo cambio, han permanecido y permanecen aun indiferentes a la suerte de aquellos pueblos que vuelven sus ojos hacia Europa, sin encontrar el apoyo moral y material que de derecho se les debe.» (El Clamor Público, Madrid, miércoles 11 junio 1856, pág. 1.)

«La paz está asegurada, repetíamos con la prensa europea, si las nacionalidades han sido atendidas en el Congreso y las estipulaciones del tratado sancionan los derechos del pueblo italiano, que en otro caso tomará a su cargo la reivindicación de sus fueros conculcados y el restablecimiento de las leyes de la justicia escarnecidas. Y nuestros pronósticos se cumplen, porque expresaban la verdad de la situación y el secreto del porvenir, escrito en páginas de sangre por la impía mano de los opresores de la raza latina.» (La Nación, Madrid, jueves 19 junio 1856, pág. 1.)

«Los emigrados italianos hacen grandes esfuerzos para producir un levantamiento en Italia, y las proclamas incendiarias que antes solían publicar en víspera de algún movimiento, las sustituyen ahora con composiciones poéticas llamando al pueblo italiano a las armas. Una de estas composiciones es de Víctor Hugo, y el ex-par de Francia invita en ella al pueblo a aguzar los puñales, pues se acerca el día del escarmiento de los tiranos. Otra composición publican también los periódicos, dirigida a los italianos, que bien podía servir de canto de guerra a los que acaban de consternar a nuestro país, entregándose en Castilla al saqueo, al incendio y a todos los demás excesos que nuestra pluma se resiste a consignar. En esta composición poética se dice que Italia debe levantarse a pelear la gran batalla de la libertad, bajo la bandera roja, la rosa bandiera, y que deben estar en guardia contra el “Cain que debe bajar de las orillas del Po, disfrazado de profeta.” […] Y en otra parte dice que la raza latina ha nacido para blandir el puñal de Bruto. Estas sangrientas doctrinas acaban de ensayarse casi al pie de la letra en Castilla. ¿Y habrá quien ponga todavía en duda el origen de tan horrendos crímenes como allí se han perpetrado? ¿Qué otro partido que el demagógico predica abiertamente la matanza y el exterminio de los ricos?» (La España, Madrid, domingo 29 junio 1856, pág. 4.)

«A éste propósito y aun a riesgo de involucrar la cuestión, séame permitido añadir por vía de episodio que considerada la idea de la alianza hispano-americana el punto de vista más elevado que el político, e internacional, y con relación a un tiempo más lejano que el porvenir de algunos lustros, la realización de una alianza íntima estaría aconsejada no solo como defensa de la raza hispano americana sino de toda la raza latina. Porque la lucha que aquí se sostiene, si se la mira en su generalidad y en más vasta esfera que la de éste hemisferio, es la lucha entre el elemento latino y el anglo-sajón, lucha que cuenta muchos siglos de existencia, y que no tiene solo por teatro al nuevo mundo sino que comprende todas las zonas y se encuentra en todas las latitudes. La raza latina era Señora exclusiva del mundo cuando la anglo-sajona y la eslava hoy tan vigorosas y amenazadoras se hallaban en la obscuridad y en la barbarie. Entonces la raza latina cuyo poderío no había tenido ejemplo en lo pasado, se halló reunida en un solo cuerpo de nación. Esta unidad política se quebrantó con la invasión de los bárbaros y con la caída del Imperio Romano; pero la raza aunque fraccionada sobrevivió a aquel cataclismo, y aun volvió hasta cierto punto a unirse bajo el cetro de los Monarcas de Castilla, extendiendo sus dominios por el vasto mundo de Colón. Pero la raza latina principió a declinar hace dos siglos en virtud de la ley de alternativa de todos los seres físicos y morales, al paso que en dicha época ha adquirido la anglo sajona una prepotencia desmesurada, prepotencia que la hace dueña del presente, y que solo puede recelar del crecimiento progresivo con que la amenaza la raza eslava en los futuros destinos humanos.» (Facundo Goñi López, Despacho fechado en Guatemala el 30 de junio de 1856.)

«Debemos al joven abogado Sr. D. José Ramos Queipo, de quien hemos publicado ya en La Esperanza otros artículos, el siguiente: “Remitido: […] Todos los pueblos se reúnen en el gran congreso de la industria, y bajo sus palacios de cristal se asienta la unidad política y social. París, que es el heraldo de la Francia, y aspira a serlo de la Europa, llama a todas las naciones a la exposición universal, celebrando, cubierto con tan ricas galas, el Fausto nacimiento del príncipe y heredero de un imperio tan ejercitado en las artes de la paz como en las de la guerra. Así vemos que su influjo se deja sentir en las naciones de Oriente como en las de Occidente. En Oriente, empuja la civilización cristiana, y bajo su protectorado se realizan importantísimas reformas, y reposa tranquilo y libre del fanatismo musulmán el cristiano peregrino sentado en los arenales del desierto o bajo las palmeras y los cedros: en Occidente, la Italia, patria y madre común de la raza latina, archivo y tesoro inagotable de las artes, museo de la antigua y moderna civilización, templo del mundo y voz de todos los cantares y eco de todas las armonías, mira tranquila cernerse sobre sus ciudades el ave maléfica de la revolución, que bate sus alas y afila sus garras, pero que inquieta revolotea, sin atreverse a remontar el vuelo, porque desde los Alpes ve reflejar las bayonetas del imperio francés. […] Madrid 21 de junio de 1856.”» (La Esperanza, periódico monárquico Madrid, martes 1 julio 1856, pág. 2.)

«Centro-América. El Pays, periódico semi-oficial de la corte de Francia, dedicó un largo artículo en su número de 9 de Julio, al examen de la importancia de los países del Centro y del Sur de América para el comercio y la política de Europa. Extractamos de él algunos de los párrafos más notables: “Los acontecimientos recientes de Nicaragua, cuyo objeto era nada menos que cambiar la nacionalidad de los países de la América Central, han llamado de repente toda la atención pública hacia aquellas regiones. […] Criminales seríamos por lo tanto, si por fin no nos resolviéramos a extender hasta el otro lado del Atlántico la influencia de nuestra actividad, ya que abiertas nos están todas las vías, y nos convidan allá todos los pueblos latinos. Esa raza latina que puebla las hermosas regiones de la América Meridional, tiene por barrera y dique contra la invasión de la dominante raza del Norte, a México y a la América-Central. En cuanto a México, ya ha tenido que sufrir repetidas invasiones, y no parece sino que es su destino verse absorbida, pedazo tras pedazo, por sus terribles vecinos. Pero la América-Central todavía se pertenece a sí misma, y por poco que la suerte favorezca sus últimos esfuerzos, puede convertirse antes de mucho en baluarte de la nacionalidad española y en eje del equilibrio del Nuevo-Mundo.”» (Diario Oficial del Supremo Gobierno de la República Mexicana, México, lunes 1 septiembre 1856, pág. 4.)

«España y Portugal. Todas las naciones trabajan hoy por la unidad de España y Portugal. El movimiento democrático que se nota en el mundo, proviene principalmente de que las naciones rotas han comprendido que solo la democracia puede reintegrarlas en su completa personalidad. Al fin, cada nación representa un gran destino en el mundo. Francia es el pensador y el tribuno de la raza latina; Italia su poeta y su pintor; España y Portugal son su guerrero y su navegante. Este destino histórico, que es verdadero respecto a lo pasado, que quizá no sea cierto en lo presente, prueba, sin embargo, que los pueblos, como los individuos, son los artistas encargados de grabar una gran idea en el mundo. […] Al expirar el siglo XV parece como que la humanidad siente palpitar un nuevo dios en sus entrañas. […] Así, en el siglo XVI, el Papa desde las alturas del Vaticano, haciendo la señal de la cruz, o invocando el genio de la Iglesia, divide una nueva creación entre España y Portugal. Véase pues como siguen un mismo destino en todas las épocas de su historia. ¿Se ha roto después tan maravillosa unidad? ¿Ha sido uno mismo el espíritu nacional de ambos pueblos, en las varias alternativas de su historia? Punto será este que dilucidaremos en los venideros artículos.» (La Discusión Madrid, domingo 21 septiembre 1856, pág. 1.)

«Hoy la Providencia, que no es sino el orden racional de los hechos históricos, la ley lógica de los acontecimientos, viene a darnos la razón. Cuando Europa yacía en silencio, las tres penínsulas del Mediterráneo, esas tres hermosas destronadas divinidades, se agitan como poseídas de un inmenso dolor: esas tres artistas, musas del antiguo mundo y de la Edad Media, que se llaman Grecia, Italia, España. De nuestras cuestiones interiores no hablemos. Harto las lloramos todos los días. Grecia, cuando parece sentir en su seno la aspiración a reunir, en un centro la gran raza greco-slava, se siente aherrojada por las naciones que pretenden regir la civilización moderna. Cuando España parecía levantarse a representar la idea de libertad al frente de la raza latina, cae despeñada en un abismo de nuevas desventuras.» (La Discusión, diario democrático, Madrid, viernes 3 octubre 1856, pág. 1.)

«De aquí se deducen dos consecuencias igualmente lógicas e importantes: 1.ª que la unidad de la raza latina, como de las demás razas, no ha de ser resultado ni de la violencia, ni de manejos de Gabinete, ni de artificios de pigmeos con más o menos humos de gigantes; 2.ª, que cuando llegue a verificarse, no se realizará ciertamente a costa de la humillación, ni de la dependencia de ninguna nacionalidad ni bajo los auspicios de ningún despotismo, ya se cubra este éste con la máscara de la gloria, ya con la de las tradiciones, ya con la de la religión.» ([“Sobre la unidad de la raza latina”], El Clamor Público, periódico del partido liberal, Madrid, martes 7 octubre 1856, pág. 1.)

«El Clamor Público, ocupándose del folleto publicado en Francia sobre la reconstrucción del imperio de Occidente, reconoce que sería grande, en efecto, la idea da reunir bajo unas mismas leyes y bajo unos mismos sentimientos a todos los pueblos de la raza latina, la Francia, la Bélgica y las dos penínsulas ibérica e italiana. En este periodo de la historia en que la unidad aparece en el horizonte como anunciando el término de una evolución histórica y el principio de otra nueva, una idea semejante tiene en sí bastante atractivo y fuerza para hacer latir los corazones generosos. Nuestro colega, sin embargo, cree un delirio la formación de ese imperio por los medios, de la manera y con la significación que le da el autor del folleto. En su concepto, solo el intentarlo sería un acto de demencia, y el que lo intentara tendría contra sí las fuerzas de todas las nacionalidades heridas. He aquí las razones en que funda esta creencia: [“Sobre la unidad de la raza latina”]» (La Época, Madrid, martes 7 octubre 1856, pág. 1.)

«El Clamor Público, se hace cargo de un folleto ya mencionado en que se anuncia a Napoleón como un hombre bajo cuyo cetro se reunirán todos los pueblos de la raza latina, reconstituyendo un nuevo imperio en Occidente, rechazando tal adulación, y considerando semejante idea como una de las muchas ilusiones con que los cortesanos arrullan a sus señores: [“Sobre la unidad de la raza latina”]. (Lo malo es que el tiempo vale poco para quien se sirve de hombres como Álvarez.)» (La Esperanza, periódico monárquico, Madrid, martes 7 octubre 1856, pág. 3.)

«Nuestro particular amigo el brigadier Ramírez Arcas nos remite el siguiente artículo sobre la organización del Consejo de Estado: “ […] Algo nos inclinamos a uno de los votos particulares, porque se nos ha dicho está calcado en el Consejo francés del tiempo de la República; y nos inclinamos más, no porque sea francés sino porque, tanto las bases de aquel Consejo como las de las leyes civiles que dieron a su país, fueron tomadas de las Pandectas de Justiniano o sea de los 50 libros recopilados en el Digesto. Nosotros no concedemos a la Francia el don de legislar; concedémosle sí el de reglamentar como se lo conceden la Italia, el Piamonte, la Bélgica, y todos los pueblos de la raza latina, en atención a que el mayor número de esos reglamentos son la explanación, la manera de llevar adelante en nuestros días las constituciones que el célebre Emperador mandó publicar hace muchos siglos, y he aquí el porqué los pueblos de aquella raza no han encontrado dificultad en copiar la administración francesa, mucho más cuando la prosperidad de la Francia quizás la deban a las bases que les ofrecía la Pandecta y la buena organización de su Consejo. Mas volvamos a nuestra idea. […] Antonio Ramírez Arcas.”» (El Clamor Público, periódico del partido liberal, Madrid, viernes 10 octubre 1856, pág. 1.)

«Nadie debe extrañar, porque es cosa naturalísima que las causas arriba indicadas produjesen efectos análogos en pueblos de común origen, ni que la raza latina pagase tributo simultáneamente a un mismo vicio en diferentes naciones. Esto era lógico y no podía dejar de efectuarse. Pero lo que sí llama la atención, porque atestigua la destructora potencia del principio deletéreo, es que en un pueblo separado del continente, oriundo de otra raza, y de hábitos y propensiones distintos de los que el renacimiento greco-romano había entronizado o despertado en España, Italia y Francia, pagase también tributo al mal gusto que se difundía por Europa. Esto sorprende tanto más, cuanto que, mientras España caía, Inglaterra se elevaba.» (Manuel Cañete, “Observaciones acerca de Góngora y el culteranismo en España”, El Parlamento, diario conservador, Madrid, martes 21 octubre 1856, pág. 3.)

«Extraemos del último discurso de Mr. Keitt, el amigo particularmente íntimo de Mr. Preston Brooks, y el orador sobre asuntos políticos de la Carolina del Sur: “Tenemos dos razas –la raza latina, y la raza anglo-sajona–, y con semejantes elementos componentes de la población de nuestro país, nuestro destino debe ser noble y elevado. Ellas aman el progreso, y el primer paso en este sentido debe ser la adquisición de la isla de Cuba. (Aplausos entusiastas.) Colocada ante nuestras costas del Sur, como la centinela avanzada de nuestras torres, debe pertenecemos o el Sur quedará expuesto a una invasión.”» (“Filibusterismo Democrático”, Diario Oficial del Supremo Gobierno de la República Mexicana, México, viernes 31 de octubre de 1856.)

«En pocas ocasiones se ha visto más oscura lo presente, pero en pocas ocasiones se ha visto más claro lo porvenir. Pasamos por uno de esos angustiosos períodos en que parecen como perdidas todas las nociones de moralidad, revueltas y confundidas las ideas a que se ajustan en su desenvolvimiento progresivo las nacionalidades, rotas las antiguas tradiciones diplomáticas; y sin embargo de esta alianza de todas las fuerzas conservadoras contra todas las fuerzas revolucionarias, se concluye que se aproxima la hora de la solución del gran problema que entraña en su seno la política europea. ¿Quién había de creer que el heredero de Napoleón, del héroe enemigo de Inglaterra, su víctima propiciatoria, había de ofrecer a los augustos manes del desterrado de Santa Elena, no una venganza, sino una alianza? ¿Quién podría asegurar que un día el Papa griego, el que realiza la unidad de la raza slava con tan poderosa voluntad, había de unirse en un mismo pensamiento con el papa romano, que en la edad media realizó, acaso con poder más incontrastable en una larga lucha, la unidad de la raza latina? ¿Quién había de creer que el emperador de los franceses, representante de la revolución, destructor de las monarquías tradicionales, propagador de los principios del 89, descendiente del que hirió la vieja encina del sacro imperio, había de unirse también con el emperador tradicional ungido por el óleo sagrado de la iglesia, mantenedor del principio de autoridad, refrenador de las revoluciones, última augusta sombra del absolutismo en Europa, con el emperador de Austria? Y sin embargo, estas alianzas ni están fundadas en un mutuo consentimiento, ni son duraderas. Hoy viene la cuestión de Nápoles, y las quebranta; mañana puede venir otra cuestión que las rompa. Los gobiernos hoy para unirse no tienen más norte que el interés, ni más móvil que el miedo. Es la unión del que recela de esa idea de libertad oculta en la civilización presente como el fruto y la flor. […] Hoy el mundo camina a unir el eterno antagonismo de la política, la libertad y la sociedad; la filosofía a unir el eterno antagonismo de la ciencia, la verdad religiosa con la verdad racional, y los pueblos a unir el eterno antagonismo histórico, el carácter germánico con el carácter latino; las razas del Norte con las razas del Mediodía; el mundo de la libertad, del pensamiento, que es el mundo germánico, y el mundo del arte, del sentimiento, que es el mundo latino. Estúdiese la historia, y se verá la diferencia que hay entre estas dos fases de la vida europea; estúdiese el movimiento político que se va realizando, y se verá cómo llegamos a esa anhelada paz entre dos civilizaciones, cuyas ideas fundamentales parecían contrarias. El carácter germánico es individualista, dado a la abstracción; el carácter latino es social, dado a la práctica; el uno es el que investiga y encuentra la esencia de las instituciones, el otro es el que le da forma y realidad; es la raza germánica como la creadora de la idea, su Dios; es la raza latina como el artista de la idea, su verbo; por eso todo pensamiento abstracto nace en Alemania, y por eso también las consecuencias de esos pensamientos nacidos en lo que podíamos llamar el cerebro del mundo, se realizan antes que en su cuna, en las naciones latinas. No cabe duda: la revolución fue anterior en Alemania que en Francia, pero Alemania realizó la revolución de las ideas, Francia la revolución de las instituciones, de los hechos. La una la derramó en las conciencias, la otra hirió las nacionalidades, y les infundió la savia de la nueva vida.» (La Discusión, Madrid, miércoles 19 noviembre 1856, pág. 1.)

«¡Sí! El gobierno austríaco y sus semi-bárbaras legiones excitan hoy la misma impopularidad y el mismo odio que en la expresada fecha; y es indudable que jamás la raza latina y la raza germánica, separadas como por un abismo por su historia, sus costumbres, su carácter y sus inclinaciones de todo género, llegarán, no ya a abrazarse, mas ni siquiera a entenderse sobre el suelo italiano, a despecho de las estrechas miras y bastardos propósitos del ciego absolutismo europeo.» (La Iberia, Madrid, domingo 14 diciembre 1856, pág. 1.)

«La Correspondencia Autógrafa publica ayer los párrafos que siguen: “Hoy ha corrido la noticia de que el señor marques de Pidal iba de embajador ordinario a Rusia. Excusado es detenerse a desmentir una noticia que en estos momentos puede llamarse absurda. El nombramiento del Sr. Isturiz designado para aquel cargo es ya conocido en San Petersburgo, donde ha sido acogido del modo más favorable. Se ha dicho en Madrid, y en nuestra propia Correspondencia ha podido leerse, que un general de Méjico, apellidado Cortés, había venido a esta corte con la pretensión de lograr del gobierno español mil o dos mil oficiales de los que se hallan de reemplazo, para que a las órdenes del general Santa Ana, y al frente de soldados mejicanos, restablezcan su gobierno en Nueva-España. El anuncio de este suceso ha despertado en Madrid diversos sentimientos. En primer lugar, personas que hay aquí, amigas del ex-dictador de Méjico, han protestado en la prensa y fuera de ella, contra la suposición de que el general Santa Ana recurra a extraños para dominar a su país, al paso que otras han creído inexacta la noticia, y han dudado que exista un general mejicano que lleve el nombre de Cortés. Lo positivo en este asunto es que, efectivamente ha llegado, o está próxima a llegar a Madrid, una persona que viene con cartas de otras muy respetables de Méjico, interesadas en que la España no se muestre insensible a la desgraciada situación de la república de Méjico, que al fin y al cabo se compone de hermanos nuestros y de hombres que profesan nuestra religión y se expresan en nuestro idioma. Otra cosa de que también se habla, pero con menos seguridad, es de que el comisionado que viene a Madrid, trae por objeto interesar a la España en la liga que pretende formar en América la raza latina contra la sajona americana”.» (La Época, Madrid, sábado 27 diciembre 1856, pág. 2.)


1857 «Les races latines, et surtout la race espagnole, ne peuvent plus rien pour la civilisation. C'est à la race anglo-saxonne qu'est l'avenir. Telles sont les opinions généralement triomphantes aujourd'hui, opinions que rien ne justifie, et que l'audace des envahisseurs, néanmoins, prétend appuyées par toutes les raisons que la science et l'expérience peuvent mettre au service de l'humanité. Il nous fallait donc un certain courage pour fonder un Recueil ayant pour mission principale de démontrer que la civilisation n'a rien de sérieux à espérer que des races latines, et que, si l'avenir pouvait être réservé par la Providence à la race anglo-saxonne, nous n'aurions plus qu'à nous attendre au règne de l'oppression et du chaos.» (Gabriel Hugelmann, “A nos lecteurs”, Revue espagnole, portugaise brésilienne et hispano-américaine, Paris, 20 juin 1857, 9:5-8.)

«Si se mira esto con indiferencia, la raza latina merece ser reemplazada y dominada por el Sajón y por el Indio.» (Francisco Bilbao, “Registros parroquiales”, La Revista del Nuevo Mundo, Buenos Aires, 15 de noviembre de 1857, entrega 9, números 17-18, pág. 267.)

1858 «La raza latina puede ejercer en el Nuevo Mundo un apostolado superior a la raza anglo-sajona. Y la razón es sencilla. Raza artista, raza guerrera, dada a la disciplina, a la unidad, a la concentración de sus fuerzas, raza eminentemente social; la raza latina puede hacer más, mucho más que la raza anglo-sajona en el Nuevo Mundo. Examinad los caracteres de esta raza. No es humanitaria; su carácter, sus tendencias, su misma literatura, son eminentemente particulares y locales. El anglo-sajón no trabaja por una idea, trabaja por el comercio. El anglo-sajón, encerrado en su propio individualismo, no tiene por los pueblos ni por la humanidad esa simpatía vivísima que es el gran blasón de la raza latina. Sus victorias solo a él interesan lo mismo que sus derrotas. Doquier se presenta, más que un pueblo que educar, más que una raza que fortalecer, busca una gran factoría donde poder ejercitar su comercio. Teniendo sobre la raza latina el envidiable privilegio de reconocer como base de todos sus gobiernos los derechos fundamentales humanos, parece que aislado y solo en el trono augusto de su personalidad inviolable y sagrada, se cree rey de las otras razas. Y así, no hay idea que haya venido al mundo por la raza anglo-sajona. Esa raza tuvo su revolución antes, mucho antes que el continente, y sin embargo, esa revolución se quedó aislada en su isla. Para que la idea del siglo penetrara en el mundo; para que electrizara los aires; para que se hiciese humana, fue necesario que otra raza más cosmopolita, más humana, más simpática, la hiciera suya, la regara con su sangre, la diera el acento de su inspirada palabra y el inmenso ardor de su alma. Y esa raza fue la raza latina personificada en la Francia. Cuando Inglaterra habló, los pueblos se quedaron mudos. Cuando la raza latina habla, los pueblos hablan con ella, porque tiene el poder soberano del genio, y la fuerza que le dan para las épocas de grande educación social sus tendencias a la unidad. Y lo que sucedió con la revolución política sucedió antes con la gran revolución filosófica. El escolasticismo tocaba a su término, se había poco a poco tornado infecundo aquel sistema, que había sido el régimen de las inteligencias en la Edad Media, tan extendido como el pontificado, tan poderoso y fuerte como el feudalismo. Pues bien, quiso matar el escolasticismo la raza anglo-sajona; habló Bacon, y el mundo no le oyó; habló más tarde la raza latina por boca de Descartes, y el mundo enterró para siempre la filosofía escolástica. Así en la historia todo lo que hay de humanitario se debe a la iniciativa de la raza latina; ella creó el imperio romano que disciplinó y educó las razas bárbaras; ella organizó, en lo que tiene de terrenal, el Catolicismo que disciplinó y educó las conciencias con su poderosa iniciativa. A ella, pues, se deberá la realización de la gran necesidad que hoy tiene la América, y especialmente la América española, sí, la necesidad de unir aquellos pueblos en grandes y poderosas asociaciones, que tengan por base incontrastable la igualdad de todos los asociados. Y he aquí también otra de las grandes ventajas, de los grandes atributos de nuestra raza. La raza anglo-sajona será siempre aristocrática. Ora proclame este, ora el otro gobierno, en el fondo del corazón de esta raza, si bien está impresa indeleblemente la idea de la libertad, también está impresa acaso más indeleblemente la necesidad de una jerarquía. Pero la raza latina, lo mismo en Francia que en España, lo mismo en España que en Italia, lo mismo en Europa que en América, tiene impresa en la conciencia la idea de la igualdad. Así se explica que mientras el estado político de los pueblos anglo-sajones, sin duda alguna, es superior al estado social de los pueblos latinos, el estado social de los pueblos latinos es superior al estado social de los pueblos anglo-sajones. Así se observa que la nación donde hay más recuerdos feudales, más instituciones feudales, es Inglaterra; y aun en la misma América, la raza anglo-sajona conserva injusticias sociales que la raza latina ha borrado ya del espacio, a pesar de los grandes dolores que trabajan su atribulada existencia.» (Emilio Castelar, “La unión de España y América”, La América, crónica hispano-americana, Madrid, 24 de febrero de 1858, nº 24, págs. 1-2.)

«Y sin embargo, el mundo camina a la libertad. Esa idea la posee, y es el alma de su alma. Grandes señales lo anuncian, voces elocuentes que se levantan del fondo de los hechos lo dicen. El mundo camina a un gran fin que fortificará la libertad, a la reconciliación de todas las razas. La eterna lucha entre la raza germana y la raza latina, que ha ensangrentado el Rhin y el Arno, las aguas del Mediterráneo y del Océano, las florestas de Italia y los bosques de Alemania, se acaba, se concluye; porque la raza latina, después de destruir con la espada de Napoleón la antigua encina del sacro imperio, recibe amorosa de su misma enemiga la libertad de pensamiento, y cuando la revolución de febrero suena en el reloj de los tiempos, las dos razas pelean por una misma causa, adoran una misma idea y sucumben desgraciadamente en una hora igualmente funesta. La lucha entre la raza latina y la raza anglo-sajona, que ha cubierto de cadáveres la tierra, que ha escrito páginas de sangre horribles desde Crespy hasta Trafalgar, se concluye entre el hierro y el fuego al ruido de una tempestad tremenda, signo de su alianza, bajo las despedazadas murallas de Sebastopol.» (Emilio Castelar, “Del movimiento de la civilización”, La Discusión, Madrid, domingo 7 de noviembre de 1858, nº 832, pág. 1.)

[Francisco de Frías y Jacott], Carta a Su Majestad el Emperador Napoleón III sobre la influencia francesa en América a propósito del Mensaje de M. Buchanan, por “Un hombre de la raza latina”, París 1858.

1859 «La alianza de dos naciones nunca ha sido, según nuestro parecer, tan sólida y cordial como la que une la Francia y la España. La palabra de Luis XIV de “no más Pirineos”, está casi realizada; los caminos de hierro españoles, continuación de los de Francia, están construidos por compañías francesas; en Cochinchina están unidos los soldados de ambos pueblos, para vengar una injuria común, y sus buques cruzan a la par los mares; y la marina francesa protege a Cuba tanto como la española. En el Mediterráneo, los puertos de Marsella, Barcelona, Alicante, Málaga, y Argel, están llenos de buques con las banderas de los dos países, y la raza latina ha olvidado casi las disensiones de otros tiempos; ha unido sus fuerzas para contrarrestar a la raza anglo-sajona, que posee hoy día la mayor parte del nuevo continente.» (Eugenio Guillemot, “Revista histórica del mes”, La Caprichosa. Revista Universal del Nuevo Mundo, París, 15 enero 1859, 21:4-6.)

Eugenio Guillemot, «Porvenir de la raza latina y de la Francia en el Nuevo Mundo» (La Caprichosa. Revista Universal del Nuevo Mundo, París, 15 febrero 1859, 22:18-20.)

«Las razas latinas que civilizaron el antiguo mundo, civilizaron también el nuevo, conquistándolo para la fe y para la unidad, del mismo modo que habían conquistado a sus soberanos, y ganando en las tierras vírgenes de América el terreno que perdieron en Europa.» «Mr. Soulé en persona confesó tales proyectos, sin ocultarlos a la corte de Madrid, y para llevarlos a cabo se puso de acuerdo, antes de salir de Europa, con todos los enemigos declarados de la raza latina.» «Por lo tanto, urgen en gran manera la alianza entre las razas latinas del antiguo y del nuevo Mundo...» «apresurémonos a recomendar la alianza de las razas latinas, fuera de lo cual no hay salvación para la civilización.» «El triunfo de los Estados Unidos debe ser la señal de la descomposición de la raza latina... El día en que la unidad católica cese de reinar en México y en Cuba, ese día sería un hecho consumado la destrucción de la sociedad latina en América, y los únicos obstáculos que hoy se oponen aún a las invasiones de los Estados Unidos caerían por tierra.» «Los americanos del Norte, como todos los hijos de las razas anglosajonas, sobresalen en los medios de explotar el trabajo y la fortuna de los demás.» «El examen de sus fuerzas podría, en efecto, dar la razón a los que la ridiculizan, si la impunidad no les prestase el apoyo de fuerzas verdaderamente peligrosas para la raza latina. Estas son las que es preciso vencer, exigiendo a los Estados Unidos que no de un paso más adelante.» (“Folleto Notable”, El Clamor Público, Los Ángeles, sábado 19 de marzo de 1859.)

«Hubiérase comprendido que [Napoleón] quisiera sujetar a un solo cetro los pueblos del Occidente y Mediodía de Europa, los pueblos de la raza latina, semejantes en civilización, en idioma y en costumbres, que hubiera querido sustituir el imperio francés al imperio germánico. Pero la circunstancia de haber comenzado, este último a descomponerse por la serie de acontecimientos que hemos visto sucederse, le inspiró la idea de acabar de desmoronarle, formando una nueva confederación con los estados del Mediodía de la Alemania, ramas que él mismo acababa de desgajar del árbol secular del imperio germánico, y reclamaban su protección; y colocando príncipes franceses en Alemania, y uniendo así los germanos a los francos, sujetar los pueblos del Norte a los del Mediodía, y constituir de este modo una especie de monarquía universal, al modo de la que hubieran podido soñar Carlos V, Felipe II y Luis XIV.» (Modesto Lafuente, “Proyectos de Napoleón sobre España y Portugal”, parte III, libro 9, capítulo 14 de Historia General de España, Madrid 1859, tomo 22, página 503.)

1860 «Aquí en esta ciudad [Toledo], como en todas las de la monarquía, se ha celebrado con grande entusiasmo el acontecimiento feliz que, ensanchando el círculo por de más reducido de la dominación española, abre a esta nuevos horizontes de gloria, riquezas y esplendor; tendiendo a resucitar el antiguo auge y poderío de la raza latina, envilecido hoy y cubierto del polvo de las arenas del desierto, por donde, infecundo y estéril desde la dominación de los rudos hijos de la Germania, se halla diseminado. […] La raza latina, noble y generosa, civilizada y culta, debe volver de nuevo al punto de donde la expulsan razas puramente bárbaras, la escítica primero, y la raza africana después.» (Antonio de Aquino, “Correspondencia”, Revista de Instrucción Pública, Literatura y Ciencias, Madrid, 1 de marzo de 1860, nº 22, pág. 347.)

1867 «Aquí está el sueño dorado de Napoleón, que es el de ponerse al frente de la raza latina contra las del Norte.» «El proyecto era antiguo en la mente del Emperador. En 1846, cuando este se llamaba Luis Bonaparte, y trataba de abrir el istmo de Panamá, deseaba ver en la América del Sur un Estado floreciente y considerable que restableciese el equilibrio del poder, creando en la América española un nuevo centro de actividad industrial, bastante fuerte para inspirar el sentimiento de nacionalidad, e impedir sosteniendo a Méjico, nuevos desbordamientos de la raza anglo-sajona por la parte del Norte. Solamente que al expresar esta idea como Emperador de los franceses, Napoleón la convierte, como es natural, de pensamiento de raza en pensamiento francés, poniendo a su nación al frente de las demás naciones latinas.» «Napoleón, sin embargo, echó a perder su proyecto por no haber sabido, al intentar llevarlo a cabo, desprenderse del espíritu liberal. Lo que se llama raza latina no se forma sólo de unos cuantos pueblos que hablan idiomas derivados del Lacio, y descienden más o menos directamente de los romanos: la raza latina la constituyen las ideas de Roma, las creencias romanas, la manera de ser de la capital del orbe católico, de que son fieles conservadores los pueblos que vienen de los antiguos dominadores del mundo. Sin espíritu católico, no hay verdadero espíritu de raza latina.» «Francia, pues, cometió el yerro de apoyar a un Príncipe alemán para levantar allende el Atlántico un Trono latino, e incurrió en la falta incalculablemente más trascendental y más grave de amasar los cimientos de este Trono con ideas liberales tan opuestas a la naturaleza de las ideas castizas y genuinas de la raza latina.» (Francisco Navarro Villoslada, “El Emperador Maximiliano», El Pensamiento Español, Madrid, sábado 2 de febrero de 1867.)

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“Raza latina” en cinco discursos parlamentarios de Emilio Castelar (1871-1873)

1. Llevaba dos meses Amadeo I de rey cuando, en las elecciones de 8 de marzo de 1871 y merced a la coalición carlo-federal que articularon carlistas y republicanos federales, renovó Castelar como diputado –esta vez por Huelva, también salió elegido por Valencia y Zaragoza–. Los días 22 y 23 de junio de 1871 pronuncia Castelar su largo “discurso de la benevolencia”, contra el primer mensaje de la corona, en el que lamenta la caída de París ante ese “vasto vivero de razas” que esconde el Imperio Alemán: “París ha caído, y con París el centro de la civilización europea; en que Francia se ha amenguado, y con Francia el prestigio de la raza latina”:

1871 «Cuando dos naciones guerreras se miraban frente a frente con odio por esa línea del Rhin, que debíamos trazar con lágrimas y sangre en el mapa europeo, nuestro Gobierno les da motivo, si no motivo, pretexto, para una guerra de siete meses, en que París ha caído, y con París el centro de la civilización europea; en que Francia se ha amenguado, y con Francia el prestigio de la raza latina; en que hase erigido sobre las espaldas de Alemania un Imperio centralista, unitario, militar, que será tan letal para las artes y para las ciencias germánicas como lo fue el Imperio macedónico para las artes y para las ciencias griegas; Imperio tras el que se descubre para mayor espanto ese vasto vivero de razas, extendido desde el Báltico hasta la China; razas que, inquietas, indisciplinadas, codiciosas, aúllan por nuestras marmóreas costas y nuestro florido suelo, siendo una amenaza tan espantosa para la civilización occidental como fueron durante cinco siglos las razas del Norte para el Imperio romano, que al fin cayó en ruinas bajo los golpes de aquellas irrupciones, semejantes al desquiciamiento de un planeta.» «Señores Diputados, yo creo que es del interés de todos, del interés de la Patria, lo digo mirando completamente a mi conciencia, sin subordinarme a consideraciones de tiempos ni circunstancias; yo creo que es de interés de Europa, que es de interés, sobre todo, de la raza latina, que las revoluciones se conviertan en evoluciones; es decir, que en vez de demandar el poder, cuando la opinión ya esté madura, por medio de las armas y las barricadas, lo demandemos por medio de los comicios, de los votos, de las elecciones; porque si no, va a sucedernos cien mil veces lo que nos pasa ahora.» (Emilio Castelar, “Discurso contra el mensaje o contestación a la corona, vulgarmente conocido con el dictado del discurso de la benevolencia”, Sesiones de Cortes del 22 y 23 de junio de 1871, Discursos…, Madrid 1873, pág. 123 y pág. 159.)

2. Cuatro meses después, en su famoso discurso defendiendo el derecho de propaganda y reunión de “la sociedad de trabajadores llamada la Internacional” (19 octubre 1871), se sirve Castelar de teoría más cuajada sobre las razas, que atribuye al entorno de “cierto elocuentísimo publicista, eminentemente revolucionario” huído de Rusia a Londres, cuyo nombre no dice (probablemente dice de Alejandro Herzen, el ideólogo del “populismo ruso” asentado desde 1852 en Londres e impulsor desde 1853 de la Imprenta rusa libre de Londres), un discurso en el que también evita nombrar al autor de Miseria de la filosofía, “uno de los que hoy tienen más influencia en las clases trabajadoras de toda Europa” (un mes antes de que dineros alemanes llevasen a la prensa mercenaria de todo Europa la biografía y la efigie de Carlos Marx como apostol del pangermanismo socialista):

«Cierto elocuentísimo publicista, eminentemente revolucionario, huyó de Petersburgo, su patria, a Londres en pos de libertad para su pensamiento. Consagrose allí a publicar un periódico destinado a encender en Rusia la revolución social. El emperador Nicolás castigaba hasta con pena de muerte la lectura del periódico, y sin embargo, lo veía en su palacio, en la estufa de su jardín, en el palco de su teatro, en el reclinatorio de su capilla, sin que pudiese adivinar por qué procedimientos misteriosos llegaba la incendiaria hoja hasta sus manos. En este periódico se criticaba la corte rusa, la nobleza, las jerarquías burocráticas, la Iglesia con sus clérigos blancos y negros, y al mismo tiempo la organización de la servidumbre. Pero engañaríase quien creyera que el periódico se reducía solamente a las cuestiones rusas. Trataba también de las cuestiones sociales, y las trataba de una manera original y nueva. Tres razas fundamentales, decía, hay en Europa: la raza latina, la raza germano-sajona y la raza slava. La raza latina es una raza socialista, como que ha fundado todas las grandes instituciones sociales; pero es también una raza autoritaria. La raza sajona es una raza liberal, pero es también una raza egoísta, sobrado amiga del hogar, de la propiedad individual, y por consiguiente, una raza incapaz de elevarse a ser verdaderamente humanitaria. La raza encargada de resolver el problema social, y que tiene para ello mayores aptitudes, será la raza slava, individualista, liberal como la raza sajona, tanto que ni siquiera tiene noción del Estado, siendo a la par de tal suerte federalista y social, que en sus municipios no existe realmente más autoridad que la autoridad de todo el mundo, ni más propiedad que la propiedad colectiva, que la propiedad de todos para todos. Y entonces los slavos dieron las dos grandes fórmulas de la Internacional, a saber: Estado reducido a funciones puramente administrativas; Estado no político; federación de municipios aglomerados, y como propiedad la propiedad colectiva, la propiedad de la tierra y de todos los instrumentos de trabajo en manos de los habitantes, o de los inscritos en esos municipios.» (Emilio Castelar, “Discurso sobre la sociedad de trabajadores, llamada la Internacional”, Sesión de Cortes del 19 de octubre de 1871, Discursos políticos, Madrid 1873, págs. 216-217.)

3. Un armonista Castelar, en su discurso contra el segundo mensaje de la corona (8 junio 1872), defiende que la raza latina y la raza germánica, que conforman “la moderna civilización europea”, se contradicen a primera vista, pero en realidad se completan:

1872 «La moderna civilización europea estriba en la emulación de dos razas que a primera vista se contradicen, y en realidad se completan. A todas las grandes obras de la cultura moderna han contribuido la raza latina y la raza germánica. Apareció el cristianismo, y la raza heleno-latina la formuló por medio de sus doctores griegos y romanos, mientras la raza germánica trajo el hombre interior, el hombre de la naturaleza, para la realización del cristianismo. Vino la Edad Media, y la raza latina sostuvo la unidad religiosa de la Europa occidental con el Pontificado, y la raza germánica su unidad política y civil con el Imperio. En el tiempo de los descubrimientos, un germano encontró el instrumento para democratizar las inteligencias, la imprenta; y un latino el instrumento para democratizar las sociedades, la nueva tierra, la América. Los germanos emanciparon la conciencia en la reforma, y al mismo tiempo los latinos el arte en el Renacimiento. Los germanos han obrado la moderna revolución filosófica desde Leibniz hasta Kant, y los latinos la moderna revolución política desde Voltaire hasta Danton. Todo tiende a democratizar Europa. Y si a esta obra traen los germanos la instrucción popular y el armamento universal, los latinos traerán el sufragio universal y la república. He dicho.» (Emilio Castelar, “Discurso en contra del mensaje o contestación a la corona”, Sesión de Cortes del 8 de junio de 1872, Discursos políticos, Madrid 1873, págs. 435-436.)

4. El 21 de diciembre de 1872 (había sido reelegido diputado por Huelva el 24 de agosto, en las segundas elecciones de 1872), en su Discurso sobre la inmediata abolición de la esclavitud en la isla de Puerto Rico, se sirve hasta tres veces del rótulo “raza española” (solo una vez utiliza “raza latina”, al hablar de Alsacia): “Y se acordarán nuestros hijos de América de que si les divide el que unos se llamen mejicanos, los otros argentinos, los otros colombianos, los junta el que todos son españoles.” Defiende la integridad territorial de España, reivindicando “la pulgada de Gibraltar”, por “espíritu de raza”, &c.

«Sin embargo, a la manera que el dolor aguijonea a los individuos, la rivalidad, la competencia necesaria aguijonea a los pueblos. Si se han concluido los temores de parte de Europa, hay ciertamente grandes rivalidades de razas, las hay en el seno de América. Como el planeta está condenado a la guerra de las especies, la historia está condenada a las rivalidades de las razas. Y pudiera haber alguna, quizás la haya, que, llena justamente del orgullo de su prosperidad y del espíritu de sus principios, aspirara a ocupar en el continente americano más terreno que aquel que le señalaron la Providencia y la naturaleza. La raza española sabe que para contrastar esto no necesita de la guerra; que afortunadamente las guerras concluyen donde imperan las democracias. La raza española sabe que necesita resolver dos problemas: un problema de política interior, otro problema de política exterior. El problema de política interior consiste en no creer que la democracia es un principio simple, único. Sucede con los elementos sociales en política lo mismo que sucede en ciencia con los elementos aristotélicos. Se creían simples y han resultado compuestos. […] Y renacerá la gran idea de Bolívar. Y en el istmo de Panamá, teniendo a un lado Europa y al otro Asia, bajo las manos los dos hemisferios del Nuevo Mundo, se reunirá la raza española para fundar allí la grande liga de la democracia hispano-americana, para fundar su libre confederación. Y se acordarán nuestros hijos de América de que si les divide el que unos se llamen mejicanos, los otros argentinos, los otros colombianos, los junta el que todos son españoles. Y aparecerá sobre el gran Congreso del istmo de Panamá el genio de nuestra Patria, con autoridad más grande que la autoridad de nuestros antiguos capitanes, con la autoridad de la razón y del derecho, y con una gloria más ilustre que la gloria de nuestras frágiles conquistas, con la gloria de la democracia y del progreso. (Ruidosos y prolongados aplausos.)» «Necesitamos conservar las islas que tenemos. No queremos, téngalo entendido el mundo, aumentar una pulgada más de tierra, como no sea la pulgada de Gibraltar; no queremos más que aquello que nos pertenece, lo repito, la pulgada de Gibraltar; no queremos una pulgada más de tierra, pero no queremos ni una pulgada menos, no lo queremos; no queremos abandonar ni aún el Peñón de la Gomera. (Bien, bien.) Y voy a deciros por qué deseo yo la conservación de todos estos territorios. El espíritu no es solamente individual, es nacional también. Y no es nacional solamente, es también espíritu de raza. Y no es espíritu de raza solamente, es espíritu de continente, es espíritu del mundo. Y no es espíritu del mundo solamente, es espíritu humano, absoluto. Y yo declaro que la geografía se somete al espíritu. Esta tierra tan sólida se somete a la idea, como la blanda cera al sello. Y conviene en la geografía de la humanidad, conviene en las relaciones entre las razas, entre los pueblos y entre los continentes, que haya puntos de tierra destinados a ser términos medios entre los pueblos, entre las razas y entre los continentes. Eso lo ha habido siempre en la historia: el Rosellón, la Cerdania, el Languedoc, la Provenza, fueron en la Edad Media territorios medios entre Francia, Italia y España; y de aquella mezcla de todas las razas, de aquella confusión de todos los espíritus, nació la cultura moderna, que bajo muchos aspectos aventaja en las riberas del Mediterráneo a la antigua cultura griega. Alsacia cumplió hasta hace poco tiempo su destino entre la raza latina y la germánica.» (Emilio Castelar, “Discurso sobre la inmediata abolición de la esclavitud en la isla de Puerto Rico”, Sesión del 21 diciembre 1872, Discursos políticos, Madrid 1873, págs. 479-480 y 481-482.)

5. Cuarenta días después de quedar establecida la República en España, por renuncia de Amadeo I, interviene Castelar ante la Asamblea nacional pidiendo el voto para la ley de abolición de la esclavitud. Resuena en ese discurso una vez “raza latina” y otra “razas latinas”, pero no “raza española”, elíptica en una misma raza que llevan criollos americanos y peninsulares: “todos llevan la sangre del Cid y la sangre de Pelayo en sus nobles venas, y el espíritu de España en sus generosas alma”:

1873 «¡Ah, señores, caso raro y extraño! ¿Cuál había sido la Nación que más se había opuesto a la revolución francesa? La Inglaterra, que es la Nación menos democrática de Europa, que es la Nación más liberal, porque democracia y libertad no van siendo sinónimas. Pues bien; la Nación inglesa, que teme vengan a gobernar en ella las clases inferiores, y que opone a éstas grandes diques, ¡oh! no hace, no, lo que ciertos conservadores, a quienes yo no quiero reconvenir; no, no hace lo que ciertos conservadores; no se opone ciegamente a toda reforma. Cuando una idea está viva; cuando ha pasado por los comicios y por el pueblo; cuando ha llegado a la cima de una Cámara; cuando tiene esa idea los elementos que aquí tiene la idea abolicionista, no se opone a ella, la admite y la dulcifica; y por eso vosotros, conservadores impenitentes, no impediréis nunca que la revolución se cierna sobre la raza latina. Sí; las revoluciones se ahogan saliendo al frente de las reformas, acogiendo las reformas, planteando las reformas, dulcificando las reformas en la práctica y haciéndolas compatibles con la realidad. Pero ¡ah! cuando se resiste ciegamente, cuando no se quiere admitir ningún principio, cuando se falsean todos y se exige que se realicen todos en un día, y se pide esto muchas veces desde las cimas de las barricadas o de una Convención, no se sabe nunca qué término tendrán las convulsiones, y se va de seguro a la dictadura y a la anarquía, que concluirá por devorar las pobres razas latinas, si no tienen el sentimiento de su dignidad y el deseo de hacer compatible el orden con la libertad, y el Gobierno con la democracia. (Bien, bien.)» «Señores, no es cuestión de partido; ésta no puede ser una cuestión de partido; ésta es una cuestión nacional, eminentemente nacional; no, no la hagamos, no, yo os lo pido, cuestión de conservadores y radicales y republicanos; yo no la doy ese nombre, no tiene de ninguna manera ese carácter; como ayer, como hace pocos días, y permítanme los Sres. Representantes que me están oyendo que se lo diga, el Sr. Padial por un lado y el señor general Sanz por otro, aquí, guiados por móviles que ellos creían indudablemente nobles, se lanzaban ciertos anatemas, se decían ciertas duras palabras, y yo exclamaba para mí: ¡Dios mío! ¡Si se reproducirá también en el seno de la Cámara española la rivalidad entre criollos y peninsulares (Grandes rumores), entre padres e hijos; rivalidad que maldice Dios, que maldice la naturaleza y que maldice la historia. (Ruidosos aplausos.) Y vosotros habéis querido dar una prueba de unidad, de grandeza, al olvidar esas quejas, y reconciliaros y decir lo que se debe decir siempre: aquí y allí no hay ni criollos ni peninsulares; aquí y allí no hay más que españoles hijos de una misma madre, del mismo espíritu, de la misma raza, que todos llevan la sangre del Cid y la sangre de Pelayo en sus nobles venas, y el espíritu de España en sus generosas almas. (Ruidosos aplausos.)» (Emilio Castelar, “Discurso sobre la abolición de la esclavitud, reclamando el concurso de las oposiciones para la votación de la ley”, Asamblea nacional, 21 de marzo de 1873, Discursos políticos, Madrid 1873, págs. 524-525 y 536-537.)

El 7 de noviembre de 1873 asume Emilio Castelar la presidencia y el gobierno de la República, pero antes de dos meses el golpe del general Pavía transforma la República en dictatorial unitaria, presidida por el general Serrano desde el 3 de enero de 1874.

cabecera número 1

1874 «El tecnicismo rebuscado, más que la profundidad científica de la filosofía alemana, el éxito de una política utilitaria y descreída, y el resultado de la última guerra, que con asombro en su desarrollo; y con escándalo y desprecio del derecho de gentes en sus consecuencias, ha presenciado la Europa del último tercio del siglo XIX; han sido móviles para que, la natural indolencia de la raza latina, haya tolerado que se repita sin correctivo, la aseveración falsa que sostiene, no solo la supremacía de la raza germánica, sino la justicia de esta supremacía. Es la indolencia atributo del mérito, y la actividad compañera del poco valer, y solo así se explica que, contando la raza latina entre sus hijos tantos y tan esclarecidos hombres superiores, haya sido iniciador de la publicación de esta Revista el autor de estas líneas, que creería faltar a un deber sagrado si no hiciese público testimonio de gratitud, a los escritores latinos de todos los países que han respondido a su llamamiento para hacer, como dice uno de los más distinguidos, un baluarte de ingenio en defensa de nuestra raza latina que es la raza Princeps de la historia, que fue la primera cristiana por San Pablo, que ha sido la iniciadora gloriosa de la moderna civilización, por sus artistas y sus poetas, por sus oradores y sus filósofos, por sus guerreros y sus descubridores en todas las esferas de la actividad del espíritu, por su soberana iniciativa en todos los problemas más arduos de la humana vida, por haber sido en fin la maestra de la raza germánica, que hoy le disputa con tanto orgullo el cetro y la corona del imperio de la inteligencia, por ser hoy mismo la civilizadora de esa otra raza slava, que se dispone a vengarla tal vez, pero con propósito no remoto de avasallarlo todo, como es fácil observar en cada convulsión del mundo moderno. […] En su parte editorial será La Raza Latina, una Revista católica cuyo principal objeto se cumplirá, realizándose una eterna Ley histórica.» (Juan Valero de Tornos, “A nuestros lectores”, La Raza Latina, Madrid, 15 de enero de 1874, n°1, págs. 1-2.)

1880 «Señores Académicos, nosotros somos hijos griegos, de latinos, de árabes; nosotros hijos del sentimiento de la forma; nosotros somos hijos del arte; ese arte que ve con respeto el orden gótico; ese arte que se entusiasma y siente amor cuando contempla el orden corintio. Se lee una entrega del Diccionario, dos, tres; no hay un afecto; no hay un movimiento de ánimo: esto es desolador, verdaderamente desolador para los pueblos de raza latina; verdaderamente desolador para mí, hijo de la raza.» «Cisneros (Fray Francisco Jiménez de). […] Tres acusaciones capitales se han formulado contra el célebre personaje que aquí se reseña. Primera. Que fue el fundador de lo que se ha llamado el Santo Oficio. Segunda. Que fue demasiadamente realista. Tercera. La expedición de Orán. Punto primero: “que fue el fundador de lo que se llamó el Santo Oficio.” Nuestro personaje hubo de creer que la mixtura de la sangre española con la sangre árabe y la sangre hebrea podía alterar la esencia de la raza de origen, que fue, es y será la raza latina. Y para proveer a este inconveniente y a la futura seguridad de la nación, respetos de tanta cuantía en aquellas edades, quiso inquirir quién era español, quién era árabe, quién era hebreo, como manera de purgar nuestra sangre, de reconstituir nuestra población y de ponernos a buen recaudo en las alternativas de lo futuro. En estas ideas de nuestro personaje pudo haber error de juicio; pudo haber error de sentimiento; pudo haber hasta turbación de la conciencia, porque la conciencia se turba, cuando se turba la razón; pero una flaqueza de raciocinio no debe ser causa de condenación entre seres falibles. Lo diremos con más desembarazo. Nos parece que nuestro personaje se equivocó en este capítulo de su larga vida; nos parece que no existe raza de hombres que pueda ser extraña en la humanidad, en donde quiera que la suerte haya hecho rodar su cuna, que tan astro es el sol que asoma por Levante como el que se oculta por Occidente. Nuestro personaje se engañó; pero el yerro no mancha cuando viene de un aliento generosísimo, y generosísimo era el aliento de nuestro grande hombre; un grande hombre cuya fama no necesita de la magnificencia del elogio, porque lo puro del metal hace inútil lo artificioso del esmalte. Aquella manera de inquirir de nuestro personaje tomó muy pronto nueva forma, se revistió de otras tendencias, entrañó otra índole, porque hasta las plantas mudan de color, según los terrenos y los climas; pero no habrá nadie que lleve sus odios contra el español cuya historia se ha bosquejado aquí, hasta el punto de suponer que la sombra de Torquemada debe pesar sobre la sepultura de un ministro de los Reyes Católicos.» (Roque Barcia, Primer diccionario general etimológico de la lengua española, Seix-Editor, Barcelona 1880, tomo primero, páginas LIII y 897.)

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