Filosofía en español 
Filosofía en español

Francisco Romero Delgado  1891-1962

Francisco Romero

Militar y filósofo argentino nacido en Sevilla (España), el 18 de junio de 1891. En 1904 su padre, comerciante acomodado de Sevilla –con una quinta en Dos Hermanas–, emigra a la Argentina, donde hace pronto fortuna y compra una casa –calle Charcas 4737– en el bonaerense Palermo, trasladando en 1906 a su familia desde España: su esposa Aurora Delgado y ocho hijos. Recién adoptada la nacionalidad argentina, ingresa Francisco Romero en el Colegio Militar de Buenos Aires en 1910, donde en 1912 ya es oficial de ingenieros y sigue la carrera militar. Como ayudante del entonces coronel Enrique Mosconi, el teniente primero Francisco Romero es recordado entre los que pusieron en marcha la Escuela Militar de Aviación. En 1931, a los cuarenta años, habiendo alcanzado el grado de Mayor, decide ausentarse de la carrera militar, para pasar a ejercer como profesor de filosofía. Como escritor de filosofía e ideólogo, “el capitán filósofo” (como le decía Alejandro Korn), entra en pleno combate durante la Guerra Fría, como agente atlantista al servicio de los Estados Unidos de Norteamérica, vía Fundación Rockefeller, UNESCO (Federación Internacional de Sociedades de Filosofía) y Congreso por la Libertad de la Cultura. La Escuela Superior de Guerra del ejército argentino se redenomina en 1995 Instituto de Enseñanza Superior del Ejército “Mayor Francisco Romero” (IESE) y, en 2013, Instituto Universitario del Ejército “Mayor Francisco Romero” (IUE), hoy parte de la Facultad del Ejército de la Universidad de la Defensa Nacional.

Aficionado a la filosofía cuando Ortega visita Buenos Aires en 1916, el subteniente Romero se da a conocer como autor de unas poesías en la revista Nosotros (1918), y a partir de 1923, en que conoce al filósofo Korn y se hace su amigo, consolida su interés por la filosofía. En 1927 Alejandro Korn (1860-1936), que se jubila en 1930 en la Universidad de Buenos Aires, le sugiere que sea su continuador. El capitán Romero se matricula como alumno, y, sin llegar a culminar sus estudios, es nombrado sustituto de Korn, como profesor de Gnoseología y Metafísica en esa Universidad, donde ejerce hasta 1946. Entre 1936 y 1946 es también profesor de Lógica y de Filosofía Contemporánea en la Universidad de La Plata, a la par que profesor de Teoría del Conocimiento Científico, en el Instituto Nacional del Profesorado de Buenos Aires. Durante el peronismo renuncia al profesorado, volviendo en 1956 a la cátedra que ya había regenteado en la Universidad de Buenos Aires. Muere en Buenos Aires el 27 de octubre de 1962.

«Tratemos de justificar la insinuación de aquella posibilidad: En 1927 Korn dijo al capitán Romero que deseaba conversar largamente con él. “Fui a La Plata, donde habitaba” –recuerda Romero– “y tuvimos una conversación un tanto larga: duró casi doce horas. Lo esencial para él era persuadirme que dejara la carrera militar y me dedicara a la docencia filosófica. Él se jubilaba en 1930 y quería que yo lo reemplazara en su cátedra más importante, la de gnoseología y metafísica de la Universidad de Buenos Aires. Me dijo que no se jubilaría tranquilo si yo no accedía a sustituirlo.” El capitán Romero quedó profundamente sorprendido. Jamás había pensado él en la cátedra. Él tenía trazado su programa de vida: continuar en la carrera militar –en la que tenía un porvenir brillante, bien que ya aquel porvenir fuera en rigor mera continuación de un presente en sí brillante– y retirarse en condiciones de poder consagrarse a sus estudios predilectos. El capitán escuchó durante horas al viejo maestro, rechazando cortésmente el honor de la proposición. Pero al fin de la entrevista, accedió. ¿No sería que Korn hubiese distinguido, ya entonces, al predestinado? Ha llegado un momento decisivo en la vida del capitán Romero. Tiene ya treinta y seis años; hace diecisiete que entró en el ejército, donde se siente a gusto, donde es respetado y querido, donde ha podido formar su personalidad. ¿Va a abandonar todo eso sin más ni más? Diecisiete años de su juventud gravitan sobre su corazón. Es necesario meditar, pedir consejo. Y el capitán Romero recurre a su viejo amigo y preceptor, al ingeniero Stura, el mismo consejero a cuya sugestión abrazara la carrera de las armas, en 1910. El viejo amigo considera que el retiro sería prematuro. ¿Por qué abandonar ahora la carrera en vez de esperar unos años más? “Pude disuadirlo” –recuerda el ingeniero Stura– “y le convencí de que debía llegar a lo menos al grado superior.” El capitán Romero siguió el consejo de los dos amigos: se retiró del ejército –pero cuatro años más tarde– con el grado inmediato superior.» (Hugo Rodríguez-Alcalá, Francisco Romero, Columbia University 1954, pág. 23.)

«Para Alejandro Korn el filósofo alemán por excelencia fue Manuel Kant. Toda la labor filosófica del siglo XIX constituyó una rebelión contra el maestro de Koenigsberg. La novísima especulación germánica floreciente en el siglo XX no era más que la “última arremetida contra el gran pensador. Ignoramos –agregaba– que a pesar de todo, [Kant] está en pie.” A ello se debe el que Korn fundara, con un grupo de amigos, en julio de 1929, la Sociedad Kantiana de Buenos Aires. Era necesario propiciar la especulación filosófica argentina bajo la advocación del filósofo ejemplar. La cultura germánica estaba representada por Kant y Goethe; el último gran alemán había sido Nietzsche. Korn, que había leído a Husserl, “se acusaba y se arrepentía de ello”. La nueva filosofía germánica iniciada con Bolzano y Brentano y culminada en Scheler, era para Korn una reacción católica contra el predominio protestante de la cultura. Las obras de estos filósofos constituían, en suma, “frutos desabridos de la cátedra”. La Alemania contemporánea no había producido ninguna personalidad genial. Toda la filosofía germana de los últimos treinta años consistía en sutilezas escolásticas. “Solamente a mi amigo Francisco Romero” –aseguraba– “le creo capaz de desenvolverse con holgura en este laberinto”.» (Hugo Rodríguez-Alcalá, Francisco Romero, Columbia University 1954, pág. 24.)

«“El aventajadísimo alumno Romero” –recuerda el Sr. Stura– “llamaba la atención... de los profesores y autoridades [de la Facultad] por su vasta y solidísima preparación, por su cultura filosófica...” Cuando al jubilarse Alejandro Korn se produce la vacancia de la cátedra de gnoseología y metafísica, “el Consejo Superior de la Facultad decide ofrecércela al 'alumno' Romero... [Éste] acepta, abandona las aulas como alumno y entra como profesor.” En rigor, Romero obtuvo por concurso la suplencia de la cátedra de Korn en 1928. El entonces decano de la Facultad de Filosofía, Sr. Coriolano Alberini, sugirió al capitán Romero que se borrara de la lista de los alumnos a fin de prepararse como candidato a la docencia universitaria. Korn se retiró en 1930 y Romero fue nombrado profesor interino. Su nombramiento como titular se produjo en 1931. Enterados de las circunstancias que llevaron a Romero a la cátedra en Buenos Aires, aquel abandono del banco del estudiante por la silla del profesor se nos aparece como un acto menos espectacular. Antes bien, lo vemos como un lento proceso en que el discípulo más brillante de Korn, formado intelectualmente desde años atrás, se prepara para la función magisterial. Lo “increíble” del tránsito queda así explicado. Aquel capitán de ingenieros era ya de hecho, un maestro. El hecho se convirtió en derecho por una resolución superior, como para oficializar la elección que Alejandro Korn hiciera, mucho antes, del “predestinado.” Al ser nombrado titular de gnoseología y metafísica en la Universidad de Buenos Aires y de filosofía contemporánea y lógica en la de La Plata, Francisco Romero se retira del ejército con el grado de mayor. Sus jefes tratan en vano de persuadirlo de que permanezca en las filas; le ofrecen toda suerte de facilidades y ventajas; le aseguran que podrá seguir cumpliendo con sus deberes militares sin menoscabo de su función docente universitaria; arguyen que el ejército nunca ha entorpecido su actividad intelectual, antes bien, la ha estimulado. Esto último es cierto, pero el mayor Romero se muestra cortésmente irreductible: “hube de explicarles que no se trataba de dictar unas horas de clase sino de entregarme de lleno a los estudios de mi vocación”.» (Hugo Rodríguez-Alcalá, Francisco Romero, Columbia University 1954, pág. 26.)

«En rigor, lo que Francisco Romero ha iniciado en la Argentina de la segunda década de este siglo es una obra semejante a la de Ortega y Gasset en la España de los veinte años anteriores al derrumbe de la monarquía: información, incitación desde la tribuna y la cátedra, desde el libro y la revista, y aun, desde el periódico. Como Ortega, Romero será también un gran periodista –aunque de repertorio más especializado y restringido–; y La Nación de Buenos Aires será para los argentinos lo que El Sol de Madrid para los españoles. Acaso esté demás advertir que el periodismo ejercido por ambos tiene una jerarquía única, al punto de que en ellos esa actividad de escritor un tanto secundaria que es la del periodista, adquiere una significación e irradia una influencia incomparables. El Sr. Rodríguez Bustamante ha establecido muy bien el paralelo entre los dos pensadores de habla española: “La Biblioteca Filosófica que [Romero] dirige en la Editorial Losada, retoma el impulso iniciador de Ortega y Gasset en la Revista de Occidente –que tanto contribuyera al progreso de la filosofía en España y América– y lo continúa aunque con mayor extensión, pues, no son sólo obras clásicas las que procura ofrecer al público en versiones cuidadas y a cargo de especialistas, sino que se incluyen también las que autentifican la madurez del pensamiento americano.” El éxito de la Biblioteca Filosófica de la Editorial Losada ha sido tan rotundo como inesperado. Ediciones de libros filosóficos abstrusos se agotaban a los pocos meses. Cuando el profesor norteamericano Cornelius Krusé visitó la Biblioteca en 1943, acompañado por Francisco Romero, éste preguntó a su huésped: “¿Sabe usted dónde se vende la traducción de la Crítica de la razón pura?” El norteamericano declaró ignorarlo. “Pues en todas partes” –respondió Romero–; “en los puestos de diarios y revistas, en las calles y hasta en el subterráneo...”» (Hugo Rodríguez-Alcalá, Francisco Romero, Columbia University 1954, pág. 25.)

En los treinta años en los que desarrolla su actividad filosófica publica numerosos artículos, en su mayor parte divulgación de autores europeos coetáneos, particularmente alemanes: Edmundo Husserl, Max Scheler, Nicolás Hartmann, Hans Freyer, Pablo Landsberg, &c.

«Su fiel discípulo Torchia Estrada, distingue –y distingue bien– tres instancias en la obra de Romero: un primer momento señalado por su conferencia “Filosofía de la persona” pronunciada en 1935 en el Instituto Popular de Conferencias y que años más tarde fue el título de un libro del cual era el primer artículo (Ed. Losada, Buenos Aires, 1944; 2ª ed., 157 pp., 1951); un segundo momento señalado por los tres primeros ensayos del libro Papeles para una filosofía (141 pp., Ed. Losada, 1945) y un tercer momento constituido por su único libro sistemático Teoría del hombre (362 pp., ib., 1952). La quincena de libros que publicó son colecciones de artículos. Dice Torchia Estrada: “su vida se extendió aproximadamente por otra década, que estuvo llena de trabajos filosóficos, pero ninguno directa ampliación de lo dicho sobre el hombre, el valor y la trascendencia en su libro máximo” (“Imagen de Francisco Romero”, La Nación, 11.12.83, p. 6, col. 5-6. Buenos Aires.)» (Alberto Caturelli, Historia de la filosofía en la Argentina 1600-2000, Buenos Aires 2001, página 612.)

Su opúsculo de 22 páginas, Vieja y nueva concepción de la realidad (De Cursos y conferencias, año II, nº 1, julio de 1932, Talleres Gráficos 'Radio Popular', Buenos Aires 1932) es reseñado por Federico de Onís [Salamanca 1885-Puerto Rico 1966] en su Boletín de Nueva York:

«Francisco Romero, Vieja y nueva concepción de la realidad, Buenos Aires 1932, 22 páginas. Este ensayo sobre la nueva actitud de la filosofía contrapuesta a la dominante hasta el siglo XIX, es mucho más que una conferencia. Muestra en su autor lo que ha sido siempre rarísimo en América y es ahora mismo raro en Europa: verdadera capacidad y preparación filosóficas. F. O.» (Federico de Onís, en Boletín del Instituto de las Españas, Columbia University, Nueva York, octubre 1933, nº 9, pág. 13.)

La noche del 10 de septiembre de 1934 el P.E.N. Club de Buenos Aires festeja con un banquete a Manuel García Morente, catedrático de Ética de la Universidad de Madrid y decano de su Facultad de Filosofía y Letras, ceremonia en la que Francisco Romero pronuncia unas Palabras a García Morente (Buenos Aires 1934, 15 páginas).

Puede advertirse su estilo en la conferencia “Los problemas de la filosofía de la cultura” (Universidad Nacional del Litoral, Santa Fe 1936, 28 páginas), reexposición de Guillermo Dilthey, Enrique Rickert y Hans Freyer; texto que mantiene intangible en sucesivas ediciones (la segunda en 1938, la tercera en 1941, luego en 1958, &c.), salvo un par de ajustes mínimos respecto de la primera versión, que prueban que podría haber ampliado o añadido otras cosas: al justificar lo sucinto de su análisis lo atribuye primero a “los angostos límites de una conferencia” y “por razones de tiempo”, pero luego a “los angostos límites aquí previstos” y “por razones de espacio”; y la evolución de la importancia atribuida al “naturalismo, que es el máximo impedimento para una adecuada consideración y estimación de lo humano”… será luego: “naturalismo, que era el máximo impedimento para una adecuada consideración y estimación de lo humano” (subrayados nuestros).

Participa en el II Congreso Internacional de Historia de América (Buenos Aires, 5 a 14 de julio de 1937), con la comunicación “Alejandro Korn y el positivismo. Indicaciones para la historia de las ideas en la Argentina” (publicada en el Tomo III, Peuser, Buenos Aires 1938).

Su opúsculo de 29 páginas, Alejandro Korn (1860-1936) (separata de Cursos y Conferencias, XII, nº 7-8, 711-733, Universidad Nacional de La Plata 1938, xxix págs.) es reseñado por José María Hernández [Puerto Rico 1886-Oklahoma 1948], profesor desde 1917 en Oklahoma:

«Professor Romero writes intimately of his colleague Alejandro Korn, as philosopher, scientist, friend. In a more extensive work he could have spoken of other qualities of this great man, his humility, his tender humanitarian spirit. Romero points out Korn's interest in history. Even in his philosophical studies he never lost sight of the various stages in the development of thought. He disliked dogmatism of any sort and manner, and he combatted all schools of philosophy whose teaching was purely materialistic. A lover of reality, he nevertheless sought beyond facts the spiritual causes that animated them. The German idealism born in Kant and developed among the followers of Hegel, Fichte and Schelling, degenerates later into what is called natural philosophy, which endeavors to supersede natural science. The reaction against positivism and “scientism” lays the emphasis on philosophical historiography, and investigates the problems of knowledge, among which the problem of values, linked with the problem of history and culture, assumes a predominant role. No one in Hispanic America has done this as well as Alejandro Korn, because of his constant interest in historical sources as well as in the history of philosophy. He insisted on the historical relativity of man and “the absolute dignity that man assumes even within this relativity”.» (J. M. Hernández, Books Abroad, University of Oklahoma, spring 1939, vol. 13, nº 2, pág. 187.)

Sólo lleva Francisco Romero diez años como profesor de filosofía y el joven español José Ferrater Mora, radicado entonces en La Habana, le envía el borrador de la entrada que, sobre su persona, ha preparado para el diccionario de filosofía que proyecta. Es curiosa la respuesta de Romero a Ferrater: le pide que omita la circunstancia de su nacimiento en Sevilla y le gustaría que ensalzase su condición de militar. [Entra dentro de lo posible que fuera García Morente, bastante antes de estas fechas, quien hubiera puesto en contacto a José Ferrater Mora con Francisco Romero: en 1935, unos meses después de las palabras de Romero a García Morente en Buenos Aires, Ferrater ya estaba traduciendo del alemán, y ampliando con entradas dedicadas a filósofos hispanos, el Philosophisches Wörterbuch de Heinrich Schmidt (primera edición en 1912, novena edición de 1934, donde el autor ya se ha desprendido de sus veleidades socialdemócratas y se ha entregado convencido al nacional socialismo racista hitleriano), de manera que, por ejemplo, en enero de 1936 ya puede agradecerle García Morente “la adición que sobre mi labor piensa introducir en el Diccionario de Schmidt; me he permitido añadir algunas palabras que concretan un poco más mi teoría del progreso…”. Después de la guerra en España, Ferrater decide preparar su propio diccionario de filosofía…]

«Me llega en su carta su artículo sobre mí. Salvo atribuirme una importancia excesiva, está muy bien, y ni de lejos yo mismo hubiera hecho un resumen mejor. Si le parece, podría suprimirse lo de “nacido en Sevilla”. Yo no lo oculto, pero tampoco quiero difundirlo mucho, ya que no es posible documentar en cada caso mi pleno americanismo por la educación, la formación, arraigo, &c. Podría dar la impresión a algunos de que soy un trasplantado reciente, y mi americanismo podría parecer entonces cosa de pega… En fin, no hago hincapié en el punto, pero le digo mi deseo. Alberini y Vassallo tampoco han nacido en América; pero ellos lo ocultan, mientras yo no: este informe ultimo es confidencial y le ruego lo mantenga como tal sin hacer uso de él salvo que ellos mismos se lo dijeran. Me agradaría en cambio una indicación sobre mi profesión castrense, porque creo que atribuye más valor a lo que he ido haciendo, al mostrar el esfuerzo personal realizado. Mi gusto sería algo por este estilo: “Romero (Francisco) (n. 1891). Filósofo argentino. Militar de profesión, se retiró con el grado de Mayor en 1931 para consagrarse a la filosofía. Profesor en las Universidades de Buenos Aires y La Plata…” Pero esto es sólo mi gusto, y naturalmente usted es libre de poner lo que mejor le parezca, y de todos modos muy agradecido a su inteligente y generosa exposición de mi pensamiento.»

Ferrater omite el lugar de nacimiento de Francisco Romero, pero prefiere no resaltar los antecedentes castrenses:

«Romero (Francisco) (nac. 1891) profesa actualmente en las Universidades de Buenos Aires y La Plata. Perteneciente al círculo de Korn e interesado en la difusión de la filosofía en América, ha formado a su alrededor un grupo de discípulos (E. Pucciarelli, A. Sánchez Reulet, J. Adolfo Vázquez, &c.) encargados de proseguir las tareas destinadas a vincular la producción filosófica original hispano-americana a la europea. El pensamiento filosófico de Romero, estrechamente relacionado con la fenomenología y con la línea de la filosofía del espíritu, desde Dilthey a Nicolai Hartmann, parece orientarse cada vez más hacia una indagación a fondo de la noción de trascendencia, la cual ha de permitir, a su entender, no sólo una interpretación de la función de la razón y de su esencial inmanentismo, sino también y muy especialmente una reconstrucción de la historia de la filosofía desde este punto de vista. La trascendencia es afirmada por Romero en la índole estructural de lo real, en oposición á las explicaciones atomistas y racionalistas, que sostienen en todas partes lo inmanente. Pero la trascendencia no es solamente un carácter propio de toda estructura; ella se encuentra especialmente en el espíritu y, en rigor, en toda la esfera del ser a partir de la materia y siguiendo por la vida y la psique, en un orden jerárquico que muestra las diversas gradaciones del ímpetu trascendente y que culmina en la absoluta trascendencia de la realidad espiritual. Esta indagación demuestra que la trascendencia no ha sido hasta ahora objeto de adecuado examen debido al carácter esencialmente inteligible de lo inmanente, única esfera a la que puede aplicarse sin límites la razón. De ahí la necesidad de una metafísica trascendentalista, realizada al hilo de una crítica del racionalismo inmanentizante. La diferencia entre está metafísica y gran parte de las teorías actuales, es que éstas son sólo parcialmente trascendentes; sin embargo, esta parcialidad apunta, como ocurre en Heidegger, a uno de los elementos esencialmente trascendentes, al tiempo, que es en su sentido originario un puro trascender. Ahora bien, una metafísica semejante conduce a una filosofía de la historia basada en la distinción entre las épocas de predominio de la trascendencia o la inmanencia y que, al ejercer una crítica de la modernidad como época orientada, por su racionalismo, hacia la total inmanentización de la vida, permita comprobar los rasgos del tiempo presente, ya preparados desde el romanticismo, y en los cuales, a semejanza con la Edad Media, predomina el ímpetu trascendente. No obstante, la diferencia con la Edad Media consiste en que mientras ésta trasciende de un modo total hacia Dios, la época actual trasciende o va en camino de trascender hacia los valores absolutos. Sólo esta orientación es, según Romero, propiamente válida y permite, al tiempo que la eliminación de falsas trascendencias, el descubrimiento del trascender mismo y de sus diversos grados y formas como la nota esencial de toda la realidad. Obras: Vieja y nueva concepción de la realidad, 1932; Los problemas de la filosofía de la cultura, 1936, 2ª ed., 1938; Filosofía de la persona, 1938; Lógica (en colaboración con E. Pucciarelli) 2ª ed. 1939; Alejandro Korn (en colaboración con A. Vassallo y L. Aznar), 1940; Temporalismo, 1940. Programa de una filosofía (Sur, nº 73).» (José Ferrater Mora, Diccionario de filosofía, Editorial Atlante, México, D.F. 1941, pagina 472.)

Ferrater firma el prólogo de su obra en La Habana (abril de 1941), el diccionario se publica en México ese verano, mientras Ferrater ya marcha camino de Chile, donde permanece varios años, gracias al buen hacer del diplomático español Alfonso Rodríguez Aldave, ex secretario de la embajada de España en Chile, y marido de María Zambrano. Francisco Romero, el primero de septiembre de 1941, traslada a Ferrater las primeras impresiones de la recepción del Diccionario en la Argentina:

«Francisco Romero · Eduardo Costa 2660 · Martínez - F.C.C.A. · República Argentina
1º septiembre 1941 · Sr. J. Ferrater Mora, Santiago
Querido amigo: Casi al mismo tiempo que usted en su carta, me avisó su partida Lizaso. Espero tener carta suya desde ahí para estar seguro de la dirección y reanudar nuestras conversaciones.
El diccionario parece haber caído aquí muy bien. No he oído sino alabanzas. Yo lo he leído ya bastante, y me parece francamente excelente; su utilidad me parece segura. Si usted quiere y cree en la posibilidad de una segunda edición yo le iría diciendo lo que se me ocurra, cuando se me ocurra algo. No ha de ser nada de fondo, porque con casi todo lo visto estoy de acuerdo. He de decirle que aparte de tantos méritos como revela el diccionario, es para mí un misterio cómo usted en Cuba, con pocos libros, ha podido hacer lo que ha hecho. Porque aunque las cosas se sepan el instrumental bibliográfico es indispensable en estos asuntos. Espero que algún día me aclare el misterio.
En Sur querían a todo trance que yo hiciera la nota bibliográfica; pero se me cita demasiado en el diccionario, aparte del artículo dedicado a mí, y además en el prospecto distribuido aquí figura precisamente el artículo sobre mí: demasiado romerismo para que mi nota no pareciera retribución amistosa. La hará Sánchez Reulet. Sucesivamente saldrán otras. En todo caso, puede ser que yo haga un artículo en La Nación sobre diccionarios filosóficos en general.
De la Lógica acaba de salir la tercera edición. Parece que hasta en España ha logrado entrar. Pienso reunir en un volumen unos cuantos de mis trabajos. Tenía el plan de trabajar de firme en julio (vacaciones universitarias de invierno), pero he estado enfermo y no pude hacer nada, ni puedo ahora todavía: se me han amontonado así una crecida cantidad de conferencias, cursillos y artículos comprometidos, sin que vea cómo salir del paso. Espero sus noticias y le estrecho afectuosamente la mano. Francisco Romero.
En Chile conozco poca gente: Molina, rector de la Universidad de Concepción; el escritor Luis Alberto Sánchez: ambos son buenos amigos. Armando Donoso es amigo por correspondencia y lo mismo Ramón de la Serna (Prieto 40, Cartagena). Si para alguno de ellos quiere invocar mi nombre, hágalo con tota libertad. Otro amigo de ahí es H. Díaz Casanueva, acaso el que sabe más de filosofía actual, pero creo que está fuera como diplomático. Excuso decirle lo que alegra su aproximación con la perspectiva de más probable encuentro.»

Recién terminada la Segunda Guerra Mundial, Francisco Romero es incorporado, como contacto en Argentina, a la red de filósofos hispanoamericanos que la Fundación Rockefeller había encomendado tejer al joven profesor mexicano Leopoldo Zea Aguilar (1912-2004, tras haberle formado durante seis meses en los Estados Unidos del Norte de América). Esta red, formada inicialmente por Francisco Romero en Argentina, Carlos Vaz Ferreira y Arturo Ardao en Uruguay, Joaquín Cruz Costa en Brasil, Enrique Molina en Chile, Guillermo Francovich en Bolivia, Francisco Miró Quesada en Perú, Benjamín Carrión en Ecuador, Germán Arciniegas y Danilo Cruz en Colombia, Mariano Picón Salas en Venezuela y Raúl Roa en Cuba, sirve de plataforma para la constitución, en 1947, del Comité de Historia de las Ideas en América, supervisado por el mexicano Silvio Zavala (1909-2014) y auspiciado en dólares por Washington a través de la Fundación Rockefeller.

Mientras, se procedía a desnazificar a los filósofos alemanes reaprovechables para la democracia, y la UNESCO preparaba la creación de la Federación Internacional de Sociedades de Filosofía, constituida en Amsterdam durante el Décimo Congreso Internacional de Filosofía (11 al 18 agosto de 1948; el noveno se había celebrado en París diez años antes, en 1938). Congreso también auspiciado por la UNESCO, la nueva organización ideológico educativo cultural de postguerra, que organiza en él tres sesiones específicas en las que intervienen activamente los delegados norteamericanos: Sidney Hook (al que la CIA encarga unos meses después boicotear la Conferencia Cultural y Científica por la Paz Mundial, celebrada en el neoyorquino Hotel Waldorf-Astoria), Paul Arthur Schilpp (nacido en Alemania aunque radicado en Estados Unidos antes de la Gran Guerra) y Marten ten Hoor (de la Universidad de Alabama). Tal federación, así como el embrión de lo que sería la “Declaración Universal de Derechos del Hombre” (10 diciembre de 1948), habían quedado previstas en la segunda reunión de la Conferencia General de la UNESCO (México, noviembre-diciembre de 1947). El Comité Director de la Federación Internacional de Sociedades de Filosofía queda formado por 30 miembros (simbólicamente se añade a un profesor rumano encarcelado por el régimen comunista): tres británicos (dos por Gran Bretaña y otro por los “dominios británicos”), dos estadounidenses, dos franceses, dos italianos, dos belgas, dos suizos, un español, un escandinavo, un griego, otro del Vaticano… pero sólo un representante de toda la América que habla español: Francisco Romero por “Sur América” (al no mencionarse México o Centro América, se supone que Francisco Romero representaba a toda América del Río Grande para abajo, incluido Brasil). Alemania, Japón y la Unión Soviética quedaban fuera, tampoco eran de la UNESCO.

«Dicha Federación estará regida internacionalmente por un comité integrado por treinta personalidades filosóficas de todo el mundo, y entre estas figura, por indiscutible derecho propio, el gran maestro argentino don Francisco Romero. Y con toda satisfacción consignamos desde estas páginas nuestra felicitación al ilustre representante de la filosofía y también de la dignidad intelectual en su país. Pues Francisco Romero no es sólo el escritor profundo y a la vez claro, como también fecundo formador de una conciencia filosófica americana, sino además, y de manera harto significativa, uno de los hombres a quien es posible volverse para recabar ejemplo de austeridad en los momentos actuales de todo el mundo.» (“Distinción merecida. Recuento de actividades filosóficas”, Revista Cubana de Filosofía, enero-junio de 1949, 4:77.)

«El comité ejecutivo del Partido Socialista de la República Argentina envió una nota a Francisco Romero para felicitarlo con motivo de su designación como único representante de Hispanoamérica ante el consejo directivo de la Federación Internacional de Sociedades Filosóficas con sede en la Sorbona, en 1948. Esta nota, después de manifestar la congratulación del comité nombrado por el honor conferido al filósofo, agrega: ...“es usted, sobre todo, un trabajador intelectual digno, porque ha sabido defender con decisión, entre nosotros, los fueros de la inteligencia, resistiendo las amenazas de los que desean y necesitan una inteligencia amaestrada y servil, mero instrumento para sus fines absolutistas. Si lo primero nos llena de satisfacción y compromete nuestro agradecimiento, su conducta moral enorgullece a todos los compatriotas que han hecho de la libertad la gran empresa argentina.” Cf. “El profesor Romero felicitado”. La nueva democracia. Nueva York, Abril, 1949, pág. 21.» (Hugo Rodríguez-Alcalá, Francisco Romero, Columbia University 1954, pág. 45.)

Del 30 de marzo al 9 de abril de 1949 se celebra en Mendoza el Primer Congreso Nacional de Filosofía, que había sido convocado en diciembre de 1947 por la Universidad Nacional de Cuyo, como Primer Congreso Argentino de Filosofía, pero que se transforma en Nacional al quedar asumido por el Estado (Decreto del Poder Ejecutivo de nacionalización del Congreso), convirtiéndose, por tanto, en un hito de la consolidación institucional de la filosofía administrada en la Argentina. El propio presidente de la nación, general Juan Domingo Perón, pronuncia el discurso de clausura, un texto luego profusamente difundido en forma de libro, La comunidad organizada.

El Congreso de 1949, al que asisten 54 filósofos no argentinos (10 norteamericanos, 9 alemanes, 8 españoles, 6 brasileños, 5 mexicanos, 4 peruanos, 3 italianos, 3 franceses, &c.), fue ignorado por quienes estaban bajo la férula del Comité de Historia de las Ideas en América o de la Federación Internacional de Sociedades de Filosofía (que un año después celebran en México el IV Congreso Interamericano de Filosofía): los más entregados entonces a la causa de Washington lo ignoraron –no asiste ningún cubano, y ni una palabra en la Revista Cubana de Filosofía–, y, como era de esperar, también Francisco Romero se negó a participar en el Primer Congreso Nacional de Filosofía.

Pero Francisco Romero, al que desean consolidar como filósofo atlantista de referencia en Hispanoamérica, recibe en 1951 un homenaje de la Revista Cubana de Filosofía, que le dedica su número 9: “A Francisco Romero, patriarca de la filosofía iberoamericana”, donde, entre otros, vuelve a escribir sobre él un José Ferrater Mora (“Francisco Romero: un estilo de filosofía”), ya establecido en los Estados Unidos, activo colaborador del recién creado Congreso por la Libertad de la Cultura, inspirado por el profesor de filosofía Sidney Hook, ideólogo de la Guerra Fría (Dadme cien millones de dólares y mil personas entregadas a su trabajo…) con dólares de Washington gestionados por la CIA.

«Una lengua puede ser apta para la expresión filosófica del mismo modo que puede ser apta para la ocupación filosófica la porción de humanidad que habla esa lengua. Al entrar el hispanoamericano medio en lo que por Francisco Romero y Leopoldo Zea se ha venido llamando etapa de normalización filosófica, es lógico pensar que la lengua española vuelva a adquirir densidad y sea dúctil a la especulación filosófica. Este troquel de la lengua común a los pueblos hispanoamericanos imprime carácter, da un sabor y un tono especial al pensamiento contenido en ese lenguaje. Ello con independencia de todos los malabarismos “originalistas”. El hombre hispanoamericano habla y piensa en español. Puede variar y cambiar determinados accidentes circunstanciales, pero el patrimonio lingüístico común es sustancialmente el mismo.» (José Perdomo García, “En torno a la filosofía hispanoamericana”, Estudios Americanos, Sevilla, agosto-septiembre 1953, nº 23-24, págs. 141-163.)

En 1954 la primera entrega de Cuadernos del Congreso por la Libertad de la Cultura abre con su breve artículo “Dos rasgos de la cultura occidental: la Ciencia y la Democracia” (nº 4:3-6), y ese mismo año amerita Francisco Romero que le publiquen una hagiográfica monografía elaborada cuatro años antes, que aparece en español en Nueva York: Hugo Rodríguez-Alcalá [1917-2007], Francisco Romero (1891): vida y obra, bibliografía, antología, Autores modernos, nº 23, Hispanic Institute in the United States, Columbia University, 1954, 58 páginas.

«Nota característica del presente cultural de Hispanoamérica, según observa una y otra vez Francisco Romero, es la creciente dedicación a la Filosofía.» (Rodrigo Miró Grimaldo [1912-1996], “Prólogo”, firmado en Panamá, 27 de Julio de 1954, a Ricaurte Soler, Pensamiento panameño y concepción de la nacionalidad durante el siglo XIX, Imprenta Nacional, Panamá 1954.)

En septiembre de 1955 un golpe de estado (recuérdese el activismo antiperonista, desde diez años antes, del embajador estadounidense Spruille Braden) derroca el gobierno constitucional encabezado por Juan Domingo Perón, estableciéndose la dictadura civico-militar del general Eduardo Lonardi. Julián Gorkin se desplaza inmediatamente a la Argentina y en diciembre de ese mismo año Francisco Romero asume una de las vicepresidencias de la atlantista y anticomunista Asociación Argentina por la Libertad de la Cultura (en la crónica, “Constitución de la Asociación Argentina”, publicada por Cuadernos del Congreso por la Libertad de la Cultura, se le dice “el gran filósofo Francisco Romero”). Entre los vocales de esa Asociación figura su hermano, el historiador José Luis Romero [1909-1977], entonces interventor en la Universidad de Buenos Aires, y autor, diez años después, del volumen El desarrollo de las ideas en la sociedad argentina del siglo XX, octavo de la “Historia de las ideas en América”, impulsada por el Comité de Historia de las Ideas en América, del que formaba parte Francisco Romero desde sus inicios, al sumarse en 1945 a los planes de la Fundación Rockefeller.

En 1956 Francisco Romero retorna a la Universidad de Buenos Aires, y con ayuda de su hermano José Luis Romero, purga la universidad de filósofos enemigos, dejando cesantes a profesores como Carlos Astrada, Nimio de Anquín, Juan Luis Guerrero, Diego Pró, Eugenio Pucciarelli o Miguel Ángel Virasoro (todos presentes, por cierto, en la relación de miembros del Primer Congreso Nacional de Filosofía de 1949), mientras pontifica en Cuadernos del Congreso por la Libertad de la Cultura sobre “Las corrientes filosóficas en el siglo XX”.

«Cuántas cosas desde nuestra última relación epistolar. Las horas que hemos vivido solo podrían ser descritas por un novelista de genio. El cambio ha sido tan brusco y total que uno no se acostumbra. Mi hermano José Luis es interventor de la Universidad de Buenos Aires. Mídalo todo por este rasero. Los actos abundantes con que fuimos recuperando simbólicamente instituciones como las Universidades, Sociedad Argentina de Escritores, Sociedad Científica, Colegio Libre de Estudios Superiores, &c., han sido inenarrables. En horas nos hemos desquitado de años. El gobierno es muy democrático y republicano, sereno y firme. Yo volví a ambas Universidades, pero la situación de cada uno no se ha establecido definitivamente todavía. La herencia de la tiranía será larga de liquidar, pero se trabaja con empeño.» (Carta mecanografiada de Francisco Romero, fechada el 6 de febrero de 1956, dirigida a José Ferrater Mora; sin membrete.)

«Cosas universitarias. José Luis tuvo que dejar la intervención de la Universidad de Buenos Aires. Se planteó un conflicto con el ministro, que era clericalizante, y salieron ambos. Pero, salvo la salida de José luis, la situación es favorable, porque designaron un ministro más liberal y José Luis fue reemplazado por el Dr. Ceballos, líder universitario democrático bajo cuya dirección hicimos la resistencia contra la dictadura en la Universidad de Buenos Aires en 1945. No solo ha quedado todo el conjunto de interventores de Facultades que llevó José Luis sino que se mantiene la Línea impuesta por él. Se ha resuelto la autonomía de las Universidades en forma casi completa: sólo falta asegurar fondos propios para quehaya también autonomía económica, pero parece que se hará. Ha habido considerable limpieza de profesores. Yo he tenido que hacerme cargo provisionalmente de cuatro cátedras, y también del Instituto de Filosofía de la Facultad de Filosofía y Letras de Buenos Aires, pero me arreglaré una situaron más cómoda, según espero. Todas las cátedras salieron a concurso, aunque hubo una reposición solemne y formal de los profesores que dejaron la docencia por razones políticas. Mi deseo es quedar solo en las cátedras de Antropología filosófica y de Gnoseología y metafísica de Buenos Aires. El gobierno, al sacar todas las cátedras a concurso, hizo sólo excepción de cuatro, para las cuales nombró definitivamente a sus antiguos ocupantes: Houssay, Ricardo Rojas, Alfredo Palacios y yo; pero yo renuncié el honor y me presenté a concurso. Nohe podido ir al Congreso filosófico de Santiago de Chile, por algunos inconvenientes físicos no serios (pequeño derrame sinovial por tanto ajetreo y algún otro desarreglo). Fundamos días pasados la Sociedad Filosófica Argentina; yo la presido, con Frondizi como vicepresidente. El trabajo y las responsabilidades son enormes. Como todo ha de reconstruirse, no hay un instante libre: comisiones, conferencias, concursos de cátedras (soy jurado en cinco o seis Facultades), &c.» (Carta mecanografiada de Francisco Romero, fechada el 10 de julio de 1956, dirigida a José Ferrater Mora; membrete: Colegio Libre de Estudios Superiores.)

«Como creo que le dije, renuncié al honor que se me hizo –con otros tres únicamente– de ser nombrado directamente, y me presenta a concurso, en Buenos Aires, para Antropología filosófica y Gnoseología y metafísica, cátedras que gané. Terminados casi todos los concursos en Buenos Aires, se hizo un acta, al mismo tiempo de la entrega de nombramientos y de celebración de la recuperación de la Universidad, que tuvo extraordinario brillo; uno de los acontecimientos académicos más hermosos que haya habido aquí. Asistieron el Presidente y Vicepresidente de la República y todas las autoridades nacionales, y el Presidente Aramburu tuvo el gesto de declarar que el acto debía ser presidido por el Rector, y que él se consideraba mero invitado. Quiero decirle que para muchos, yo entre ellos, el Presidente Aramburu y el Vicepresidente Rojas han alcanzado ya, por méritos propios, una jerarquía histórica. Con esto pasamos a ocupar en propiedad las cátedras que teníamos hasta ahora como interinos. En la Universidad de La Plata gané la cátedra de Filosofía contemporánea, única a que me presente allí, pero mi propósito es renunciar a ella, para concentrar mi trabajo en Buenos Aires. Me consta que hablo demasiado de mí y de mis cosas a los amigos. Pero me justifico con los diez años de destierro in-situ que he padecido. Este destierro fue en parte el de mi acción y mis libros, cuya mención omitieron durante estos años todos los que se mantuvieron en colaboración activa o pasiva con el repugnante régimen depuesto, incluso los que habían sido discípulos y amigos, y aun pretenden seguir siendo amigos. Ello no me causa mayor amargura, porque padezco de un optimismo connatural, porque muchos otros me mostraron una adhesión inapreciable, y porque la dosis de vanidad que tenga ha sido y sigue siendo satisfecha con exceso con sanciones cuya continuidad y magnitud no deja de sorprenderme y, a veces, de alarmarme.» (Carta mecanografiada de Francisco Romero, fechada el 26 de diciembre de 1956, dirigida a José Ferrater Mora, membrete: El Director del Instituto de Filosofía de la Facultad de Filosofía y Letras, Reconquista 694, Buenos Aires.)

Un primer premio para don Francisco Romero

Por primera vez desde la Revolución Libertadora, han sido concedidos premios a la producción científica y literaria en la Argentina. Tiene este hecho gran trascendencia –de recompensa y de reparación–, pues además de las obras salidas a luz en el plazo regular de tres años se invitó a presentarse a los autores que, desde 1946, habíanse negado a optar por estos premios concedidos por la dictadura peronista. En el Grupo A –Historia, Filosofía y Ciencias Sociales, Políticas y Jurídicas–, el primer premio nacional le fue otorgado a nuestro eminente colaborador y amigo don Francisco Romero por su Teoría del hombre (Cuadernos se ocupó a su tiempo en esta importante obra). Felicitamos sinceramente al presidente de la Sociedad Filosófica Argentina y vicepresidente de la Asociación Argentina por la Libertad de la Cultura.

(Cuadernos del Congreso por la Libertad de la Cultura, París, marzo-abril 1957, n° 23, pág. 110.)

«Se ha interesado mucho por mis cosas y quiere escribir sobre ellas un español que vive en Arenas de San Pedro, Ávila: Julián Izquierdo. Si sabe algo de él le ruego me lo comunique, porque uno nunca sabe bien… Por ejemplo, leo en Ibérica que la revista Índice ha caído en las garras del Opus Dei: esta revista se había empezado a ocupar cordialmente de mí. Todo lo de España es tan confuso…. Está aquí Gerardo Diego, pero todavía no lo he visto.» (Carta mecanografiada de Francisco Romero, fechada en Martínez el 12 de noviembre de 1959, dirigida a José Ferrater Mora.)

«Acabo de leer su excelente artículo “Dos obras maestras españolas” en Cuadernos. Veo que andamos –una vez más– en lo mismo. Yo me estoy ocupando también en restaurar las relaciones intelectuales con España. Cada día me duele más la incomunicación, y me parece más absurda y suicida. Mantengo buena amistad con D. Julián Izquierdo, quien me escribe que desea entablar relación con usted. Ruégole le mande algo para iniciar el intercambio. Tengo alguna relación también con Aranguren, &c., y desde luego, con Marías. Pero lo importante es convertir estos contactos en costumbre –hasta en rutina. Usted acaso habrá notado que la gente de allá se acerca a uno al principio con una especie de recato o de timidez. Hay que vencer esto e iniciar la libre plática. Por ahora me ocupa exclusivamente la conmemoración del centenario del nacimiento de Korn. Hemos hecho (y he hecho) infinidad de cosas, visibles e invisibles. He dado y sigo dando conferencias a granel, pero esto no es lo principal. Se ha logrado dar carácter popular a la conmemoración, y esto es una novedad (escribiré algo sobre el punto). Le hice poner su nombre a una estación ferroviaria y preparo un reparto en grande de retratos (mil quinientos, aparte de una tirada menor especial para instituciones). Como ensayo de meter lo filosófico en la cotidianidad no va saliendo mal. Algunos de los actos han sido conmovedores, como el en la casa y el de la Asociación por la Libertad de la Cultura. Todo ello me parece justificado, pues mientras más pienso en don Alejandro, más grande me parece: los que no lo conocieron en vida no pueden juzgar. A mí me hicieron hace poco un gran honor: me instituyeron profesor emérito de la Universidad de Buenos Aires. Es excepcional distinción, pues, según el Estatuto, sólo se otorga “en virtud de haber revelado condiciones extraordinarias tanto en la docencia como en la investigación”; pero rarísima sobre todo porque tiene que solicitarla el Consejo de la Facultad en pleno (y ya es muy difícil reunirlos a todos) y por votación unánime. La sesión extraordinaria en que se resolvió el asunto, conocida por mí por las actas, me ha conmovido profundamente, y también la del consejo superior. Desde el punto de vista práctico la cosa es así: tengo todas las ventajas y prerrogativas del profesor titular, y ninguna obligación, salvo las que yo mismo me fije. Todo redundará en mayor libertad pero no en menor trabajo, porque hace tiempo que para mí el ocio es… trabajar en otra cosa. La dirección de Izquierdo es textualmente así: Julián Izquierdo, Arenas de San Pedro (Ávila), España.» (Carta mecanografiada de Francisco Romero, fechada el 11 de mayo de 1960, dirigida a José Ferrater Mora; membrete: Universidad de Buenos Aires. Facultad de Filosofía y Letras.)

* * *

«Acaba de morir en su casa de Martínez, cerca de Buenos Aires, Francisco Romero, sin duda alguna el primer pensador de Hispanoamérica y desde hacía varios años estrechamente vinculado a nuestra revista. Sabíamos que se hallaba enfermo, pero no hasta el extremo de temer un fatal desenlace. Precisamente este verano último nos había anunciado jubiloso su visita, que por nuestra parte aguardábamos con sumo interés, deseosos además de recibirle como merecía. Pero ya iniciado el viaje, en España, se puso enfermo y se vio obligado a regresar precipitadamente a la Argentina, dejando para otra ocasión su visita a París. Por desgracia ya no le veremos más. Verdadero incitador intelectual e insuperable maestro tanto de generaciones argentinas como americanas, Romero llevó a cabo en su país una labor semejante a la de Ortega y Gasset en España. “A partir de 1923 o 1924 –evocó en determinada ocasión– inicié una faena de información filosófica que nunca he interrumpido. En notas o artículos publicados en Verbum, en Nosotros y otros sitios daba cuenta de libros, ideas y autores, preferentemente los alemanes recientes, muy desconocidos en Iberoamérica en aquel entonces. Creo que difundí el primero a Dilthey en un artículo del año 28. También he sido el primero en introducir aquí toda la reciente filosofía de la cultura, Husserl y otras cosas por el estilo”.» (Ignacio Iglesias, “Adiós a Francisco Romero”, Cuadernos del Congreso por la Libertad de la Cultura, 68:2.)

«El día 7 de octubre último la muerte nos ha arrebatado a Francisco Romero, el primer pensador de América Hispana, y una de las más altas y nobles personalidades de nuestra época. Su bondad, su sencillez, su modestia y su generosidad constituyeron un admirable ejemplo.» (Julián Izquierdo Ortega, “La obra de Francisco Romero”, Cuadernos del Congreso por la Libertad de la Cultura, 69:33-37.)

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Como ya se dijo arriba, José Ferrater Mora, tal como Francisco Romero le había pedido al revisar el borrador de la entrada que había de publicar su Diccionario de filosofía (México 1941, pág. 472), omitió la circunstancia de su nacimiento en Sevilla. Esta voluntad de Romero la mantuvo Ferrater en la segunda edición del Diccionario (México 1944, pág. 603: “…nacido en 1891, profesa actualmente en las Universidades de Buenos Aires y La Plata. Perteneciente al círculo de Korn…”), y en la tercera, publicada precisamente en una Argentina ardorosa en pleno peronismo (Buenos Aires 1951, pág. 818; “nacido en 1891, fue profesor hasta 1946 en las Universidades de Buenos Aires y La Plata. Perteneciente al círculo de Korn…”), y en la cuarta, gobernaba Arturo Frondizi (Buenos Aires 1958, pág. 1175: “nacido (1891) fue profesor hasta 1946 en las Universidades de Buenos Aires y La Plata; presentada en dicho año su dimisión por incorformidad con el gobierno de Perón, ha sido repuesto en sus cátedras al caer éste en 1955. Perteneciendo al círculo de Korn…”). Pero Ferrater, desde la quinta edición de su Diccionario, ya muerto Romero, dejó de cumplir aquel deseo y añadió su origen español, aunque siguió incumpliendo la voluntad de Romero de que fuera glosada su profesión militar (Buenos Aires 1965, tomo 2, pág. 585: «(1891-1962) nació en Sevilla (España) y se trasladó muy pronto a la Argentina. Hasta 1946 fue profesor en las Universidades de Buenos Aires y La Plata; presentada en dicho año su dimisión por incorformidad con el gobierno de Perón, fue repuesto en sus cátedras al caer éste en 1955. Perteneciendo al círculo de Korn…”).

En julio de 1991 se celebra, en el auditorio bonaerense del Banco de Boston, una mesa redonda en torno al centenario de Francisco Romero, en la que participan Julián Marías, Eugenio Pucciarelli, Julia Iribarne, Cristina González y Juan Carlos Agulla.

El filósofo Francisco Romero · Argentina 1999 · 23 minutos

Programa DNI · Secretaría de Cultura de la Presidencia de la Nación Argentina · 1999

Dirección: Mariano Mucci [1962]. Guión y supervisión: Hugo Biagini [1938]. Narración: Omar Cerasuolo [1945-2016]. Audios de Francisco Romero e intervenciones de su viuda Anneliese Fuchs [1910-2010], Gregorio Weinberg [1919-2006], Javier Fernández [1921-2004], Jorge Lafforgue [1935] y Celina Lertora Mendoza [1944].

Alberto Caturelli, Historia de la filosofía en la Argentina 1600-2000, Buenos Aires 2001, páginas 618-619.

e) Breve examen crítico

1. Sobre el trascendentismo inmanente. Lo esencial de la obra filosófica de Romero puede, quizá, expresarse en tres términos claves: trascendencia, intencionalidad, espíritu. La deuda del filósofo argentino con Husserl y Scheler está a la vista; pero por ahora nos basta con detenernos en lo esencial. De los sentidos posibles del término “trascendencia”, Romero hace suyo el que significa lo contrario al de su uso tradicional en cuanto es trascendente el acto que “se dispara hacia lo que es”. Sólo eso. Su expresión propia “ser es trascender” podría traducirse por su opuesto: esse est immanere. Como se ve, Romero identifica trascendencia e inmanencia; por eso “el acto espiritual se agota en su intención trascendentista”... sin jamás trascender. De ahí que, en cuanto son actos “proyectados hacia objetos” y no puede haber sujeto sin objeto ni objeto sin sujeto, nada nos garantiza la objetividad del objeto. Hay aquí como un idealismo latente que en el mismo Husserl afloró claramente en las Meditaciones cartesianas. Tampoco es claro el concepto de sujeto y es por completo insuficiente llamarlo “la facultad de asignar presencia a los estados” ¿Es el sujeto una facultad? Si lo es, faltaría explicar su naturaleza desde que a primera vista no sería lo mismo sujeto que facultad. Si no lo es, ¿qué es entonces?

Esta ambigüedad radical es el origen de la indefinición de la noción de “espíritu”: si sólo es el “haz unitario de actos trascendentes”, pese a la multiplicidad de sentidos y de usos que ha tenido y tiene el término, este “haz unitario” es en cierto modo nada. No basta decir que el espíritu es el acto intencional que no vuelve al sujeto sino que “se queda allí”. No parece posible que el espíritu esté constituido por esa “dirección objetivista” del acto intencional pues, en tal caso, deberíamos concluir que el espíritu no existe al menos con existencia ontológica. En tal contexto, por más que se hable de la persona, ésta se volatiliza y desaparece en un haz de “actos trascendentes” inmanentes. Al cabo, como ya lo dije al comienzo de este parágrafo, el “ser es trascender” se convierte en su opuesto: esse est immanere: ser es permanecer en, sin salida posible allende sí mismo.

2. Sobre la historiografía filosófica americana. Como ya lo he hecho en otros casos, dedicaré breves líneas a los trabajos de Romero sobre la filosofía en América, todos los cuales parecen apoyarse en una tesis general: supuesta la obra del positivismo al que seríamos deudores nada menos que de la “carta de naturaleza de la filosofía” (Sobre la filosofía en América, p. 38; cf. Bibl.), todo lo debemos a un grupo de pensadores, críticos del positivismo, los que “merecen ser llamados los fundadores” (op. cit., p. 13) por su “capacidad especulativa”, vocación, autoridad moral (Vasconcelos, Caso, Vaz Ferreira, Korn, Deustua, Molina); filosofaron “por una íntima necesidad” y en soledad. De ese modo, es menester concluir que antes del positivismo “no hubo filosofía entre nosotros, en cuanto función social, en cuanto preocupación intelectual generalizada” (p. 56).

Es menester señalar: a) Es históricamente falso que antes del positivismo no hubo filosofía. La obra que el lector tiene en sus manos y los tres volúmenes de mi historia de la filosofía en Córdoba (1610-1983) lo prueban suficientemente. b) La filosofía, ni siquiera en la edad de oro de la Grecia clásica llegó a ser una “preocupación intelectual generalizada”; Sócrates filosofó movido por “una íntima necesidad” y murió por su fidelidad a la verdad; el mismo Aristóteles decidió exiliarse en Calsis para librar a los atenienses de cometer otro pecado contra la filosofía. Claro es que, cuando hay pensadores auténticos, es evidente que, pese a todo, tarde o temprano, cumplen una “función social” muy importante. c) Por fin, se ve claramente que no existió aquí un “equipo” de “fundadores”. Quizá una perspectiva “centralista” le impidió a Romero, como a Alberini y algunos otros, ver la realidad histórica. Además, Romero estaría seguramente de acuerdo conmigo en distinguir entre profesores de filosofía (absolutamente necesarios y algunos eminentes) y filósofos cuya existencia no responde a ninguna “normalidad filosófica”, sino al misterio de la vocación y del talento.

Insisto. No existió un “equipo de fundadores”. Algunos de los nombres que Romero cita, aparecieron en un momento de agotamiento del positivismo (cf. supra cap. XX). Sin embargo y a pesar de mis críticas expuestas con franqueza, estoy completamente de acuerdo con Romero cuando dice: “Casi todos nuestros estudiosos de filosofía están muy distantes ahora de la vana palabrería de otros tiempos, y practican la parquedad y el rigor” (op. cit., p. 17). Y eso es muy bueno y esperanzador.

“Francisco Romero”, por Mario Bunge
[ grupobunge.wordpress.com · 5 de marzo de 2007 ]

Desde la muerte de Alejandro Korn en 1936 hasta la suya propia, acaecida inesperadamente en 1962, Francisco Romero fue unánimemente considerado como el filósofo universitario argentino más importante de su tiempo. (José Ingenieros había sido mucho más influyente, y aún no ha sido completamente olvidado, pero no ejerció la cátedra universitaria. Además, había pertenecido al bando de enfrente, el de los “positivistas” o cientificistas.)

Romero se destacó por alentar entusiasta y generosamente los estudios filosóficos en Latinoamérica, independientemente de las escuelas en que se encerraran. Lo hizo no sólo en el Instituto Superior del Profesorado Secundario y en las Universidades de Buenos Aires y La Plata, aunque el peronismo lo obligara a renunciar en 1946. También lo hizo en el Colegio Libre de Estudios Superiores y desde la Biblioteca Filosófica que fundó y dirigió en la editorial Losada.

(A propósito, la acumulación de cargos, o multichambismo, como se la llama en mexicano, es característica de los países subdesarrollados. Ella es inadmisible en los desarrollados, por considerarse que la investigación original, a diferencia de la difusión, exige dedicación exclusiva. Pero en la Argentina de esa época sólo algunos científicos, y en primera línea Bernardo A. Houssay, Enrique Gaviola y Félix Cernuschi, lo comprendieron. Yo fui el primer profesor de filosofía de tiempo completo en la UBA. No sé si después hubo otros.)

Además de ejercer una considerable influencia intelectual, Romero dio un ejemplo moral que, por cierto, no siguieron sus colaboradores más próximos. En efecto, se rehusó a acatar a las autoridades universitarias impuestas por el gobierno peronista, a consecuencia de lo cual renunció a sus cátedras universitarias. Además, pocos años después fue encarcelado a causa de sus opiniones políticas. (Creo que él y yo fuimos los únicos filósofos argentinos que tuvimos esa experiencia.)

Romero ejerció su magisterio tanto en la cátedra como desde la editorial y desde su casa, al mantener una nutrida correspondencia con muchísimos estudiosos de la filosofia de toda Latinoamérica. Recuerdo vívidamente sus esquelas, escritas en hojitas con membrete de la Biblioteca Filosófica de la editorial Losada. Eran claras, breves e iban al grano. ¡Qué contraste con sus divagaciones filosóficas!

En efecto, Romero fue prisionero de la filosofía idealista alemana a caballo entre los siglos XIX y XX. Y esa filosofía no se caracterizó precisamente por su claridad ni por su cercanía a los demás campos del saber. En particular, se mantuvo distante de la ciencia, excepto que ejerció una influencia negativa sobre los estudios sociales, al sostener que no podían realizarse de manera científica, y que eran totalmente disyuntos de las ciencias naturales (pese a la existencia de ciencias biosociales tales como la antropología, la psicología, la lingüística a incluso la geografía.) Además, esa filosofía ignoró la nueva lógica matemática y, a fortiori, su uso como herramienta analítica.

Parte de la germanofilia filosófica de Romero era su menosprecio por la filosofía anglosajona, a la que consideraba superficial, quizá por no ocuparse sino marginalmente de metafísica y por ser clara. Una vez me dijo que los filósofos ingleses sólo escribían ensayos, en tanto que los germánicos escribían gruesos tratados. Obviamente, nunca vio los dos gruesos tomos de Principia mathematica, de Russell y Whitehead.

Romero tampoco apreciaba la filosofía del Iluminismo francés. Creía que era mero periodismo. Y alguna vez repitió la opinión de Ortega, de que “el siglo XIX había sido estúpido”, pese a que fuera el siglo de Marx, Darwin, y del nacimiento de numerosas ciencias nuevas, tales como la lógica matemática, la física de campos, la genética, la psicología experimental y la antropología. Sin embargo, Ortega y Romero no eran excepciones: la enorme mayoría de los filósofos vive aun hoy sin interesarse por lo que sucede en la ciencia y en la técnica, como si no tuvieran el privilegio y el deber de ser generalistas.

En mi opinión, Francisco Romero no fue un pensador original. Se limitó a difundir, exponer, comentar y bordar obras de sus pensadores favoritos, todos ellos filósofos del ámbito germánico: Franz Brentano, Wilhelm Dilthey, Edmund Husserl, Max Scheler y Nicolai Hartmann. Al igual que Korn, compartía sus concepciones idealistas, su lenguaje impreciso, y su oposición al cientificismo, que en nuestro medio anticuado se llamó “positivismo”. Pero, igual que Ortega y a diferencia de sus modelos filosóficos, Romero respetaba la ciencia, aunque tal como se respeta a un personaje remoto.

Me encontré por primera vez con Romero una tarde de 1943, en el Colegio Libre de Estudios Superiores, modelo de organización voluntaria de bien público. Fue a la salida de una de sus conferencias en la Cátedra Alejandro Korn, que él había fundado en homenaje a quien consideraba su maestro y el gran filósofo argentino. Romero tenía entonces 52 años, y yo 24.

Al enterarse de que yo estudiaba física, Romero me preguntó qué pensaba sobre las (mal) llamadas relaciones de incertidumbre, de Heisenberg. Al responderle que se trataba de un seudoproblema, me respondió: “Eso es lo que dicen los neopositivistas”. Aquí terminó nuestro primer diálogo.

Después volvimos a vernos algunas veces, casi siempre en el Colegio Libre, y en relación con la revista filosófica Minerva, que fundé y dirigí entre 1944 y 1945. Romero me ayudó entusiasta y eficazmente a formarla, dándome los nombres y domicilios de muchos filósofos de todo el continente. También colaboró en la revista, con un artículo sobre las concepciones del mundo. Fue uno de sus pocos artículos. Romero era hombre de libros, no de revistas. No le interesaba mantenerse al día con la producción filosófica. Le bastaban sus clásicos favoritos y un puñado de problemas que creía ubicados fuera del tiempo. No en vano era idealista.

El mismo número de Minerva en que apareció su artículo, anuncié el cese de la publicación de la revista, y publiqué un editorial en el que sostenía que, aunque la guerra militar había terminado, la ideológica proseguiría. Para mí, ésta era la guerra entre el iluminismo, aliado de la democracia, y el oscurantismo inherente al fascismo y al nazismo. También publiqué una lista de algunos de los filósofos, principalmente alemanes que se habían comprometido con el nazismo. (Un cuarto de siglo después, en conferencias pronunciadas en Alemania, los denuncié como Kulturverbrecher, o sea, delincuentes culturales.)

Me enteré por amigos comunes de que a Romero le disgustaron tanto el editorial como la lista de delincuentes culturales. Supongo que ése fue el motivo por el cual dejamos de vernos durante una década. En 1950, cuando me interesé en la dicotomía analítico/sintético, lo llamé por teléfono preguntándole si tenía la historia de la lógica de Trendelenburg, que yo deseaba consultar. Me dijo que sí, pero que no podía recibirme porque tenía visitas. Caída la dictadura, Romero convocó a una reunión para formar la Sociedad Argentina de Filosofía [S.A.F.], a la que no me invitó

No es que Romero simpatizara con la ideología fascista. Al contrario: era un demócrata consecuente, aunque no comprendió que la ideología nazi tenía un núcleo filosófico irracionalista, el blanco de Minerva. Además, me consta, porque me lo dijo, que despreciaba al existencialismo. Y esto no tanto por su irracionalismo sino porque trataba asuntos, tales como la angustia y la muerte, que Romero no consideraba filosóficos.

Sentía particular desprecio por los existencialistas criollos porque, además de intentar copiar a Heidegger, se habían puesto al servicio de la dictablanda peronista. Supongo que Romero creía que la filosofía debía mantenerse au dessus de la mêlée.

Romero había seguido la carrera militar y se había retirado con el grado de capitán después de trabajar en la División de Cartografía del Ejército. ¿Influyó esa experiencia sobre su manera de pensar? Creo que no lo afectó en lo que más importa, que es la independencia intelectual y, en particular, lo que le gustaba llamar la actitud problematizadora. (Irónicamente, ésta no era característica de sus héroes filosóficos, quienes escribían de corrido, sin detenerse a examinar posibles dificultades ni objeciones.)

Además, la personalidad de Romero no era autoritaria. Por ejemplo, cuando se le confió la dirección del Departamento de Filosofía, de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA, don Francisco nos convocó a todos los miembros y nos dijo que asumía la función de coordinar nuestro trabajo, no la de dirigirnos. De hecho, ni eso hizo: cada uno de nosotros siguió haciendo lo que quiso.

Romero era una persona de trato llano y cordial. Para conmigo fue también bondadoso. No sólo me ayudó a armar Minerva, sino que también me hizo disfrutar del gran novelista Eça de Queirós, otro anticlerical. También me hizo admirar la obra del segundo Nicolai Hartmann, el que se había desembarazado de la fenomenología y se había acercado un poco a la ciencia, aunque seguía considerando la raza como una categoría ontológica.

Romero también intentó hacerme leer la historia de la filosofía de Vorländer, encomiándomela por tratar de problemas antes que de autores. Incluso agregó la carnada de que Vorländer había sido socialista. Pero no la tragué, porque el libro me pareció pesado y superficial. En cambio, cuando visité la magnífica biblioteca de la Universidad de Padua recordé una observación casual de Romero durante una de nuestras conversaciones, y consulté los cuatro tomos de la Wissenschaftslehre, del gran matemático y filósofo neo-leibniziano Bernhard Bolzano, a quien admiro desde entonces.

Creo que esa era la manera favorita de enseñar que tenía Romero: informando, emitiendo opiniones y aconsejando lecturas, en lugar de provocar diálogos sobre problemas filosóficos. Estaba tan alejado del maestro que provoca, inspira y guía como del que impone, exige y reprime. No era un capitán del ejército puesto a enseñar, sino un pensador solitario que se dedicaba a enseñar después de haber pasado por el ejército como quien pasa un tiempo trabajando en un negocio. ¡Qué contraste con el taimado capitán Augusto Pinochet, también geógrafo militar, que había enseñado en el colegio militar chileno y que ocultó cuidadosamente sus ideas cavernícolas hasta que se le presentó la ocasión de ponerlas en práctica!

En lo que tal vez sí se notaban los galones militares de Romero bajo su chaqueta de paisano era en su incapacidad para debatir. Los estudiantes que compartíamos se quejaban de que Romero no promovía discusiones en clase. No era precisamente un maestro mayéutico. Más aún, una vez me confió que la discusión sólo sirve para reforzarle a uno sus propias opiniones.

Pero esa era la regla tácita en vigor en aquel entonces: el profesor disertaba, a veces soporíferamente, y los alumnos tomaban apuntes, igual que en las universidades medievales. Los únicos que suscitábamos discusiones en clase éramos Risieri Frondizi y yo, supongo que él por su experiencia en Harvard, y yo por mi formación científica.

El episodio que paso a contar exhibe patentemente la incapacidad de Romero para discutir. La primera reunión pública de la Sociedad Argentina de Filosofía se celebró en 1956, en el aula magna de la Facultad, en su local de la calle Viamonte. No cabía un alfiler. Romero, presidente de la S.A.F., habló sobre la ciencia. Hizo una exposición blanda y elemental, que mostró que no estaba al día con la epistemología, ya que no trató ninguno de los muchos problemas filosóficos candentes que planteaban los grandes avances científicos de la época.

Al terminar la exposición de Romero, pidió la palabra un profesor de geografía que había sido jefe de celadores en el Colegio Nacional de Buenos Aires. (Los muchachos lo llamábamos “Patoruzú” por su gran estatura y por la enormidad de sus zapatos.) En su tono fúnebre acostumbrado, declaró que la definición de “ciencia” que acababa de dar Romero no se ajustaba a la ciencia que él y el propio Romero conocían, a saber, la geografía.

Cuando terminó Patoruzú, todos dirigimos nuestras miradas hacia Romero, esperando su respuesta. Pero él se quedó mudo y empezó a enrojecer hasta ponerse de color púrpura. Algunos temimos que le diera una apoplejía. Al cabo de un par de minutos tan embarazosos como silenciosos, la presidenta de la reunión declaró que el Profesor Romero apreciaba la amistad por sobre todo, y que la S.A.F. era una sociedad de amigos, en la que no cabía la disensión. Este episodio dice algo sobre el estado de la comunidad filosófica argentina en aquella época.

Tal vez esa incapacidad para debatir explique que Romero no asistiese a congresos filosóficos. Aunque le interesaban apasionadamente las ideas, le desagradaba pelear en público a favor o en contra de ellas. En cambio, las pocas veces que conversamos a solas en el Instituto, Romero pareció hacerlo con gusto. Aunque solía endilgarme breves monólogos, a veces me formulaba alguna pregunta. Por ejemplo, me preguntó detalles sobre el Congreso Internacional de Filosofía que se celebró en Venecia en 1958. Otra vez me preguntó si yo compartía su creencia en la posibilidad y necesidad de la educación de los sentimientos. Me alegró coincidir con él. ¡Qué diferencia con los militares que, dos décadas después, se distinguieron por su crueldad!

La incapacidad de Romero para discutir también explica acaso su fracaso como docente, en una época en que los estudiantes lo cuestionaban todo. Pese a su pasión por la filosofía y por la enseñanza, no ponía pasión en ésta. Los estudiantes se quejaban de que sus clases eran aburridas. Decían además que eran demasiado breves, porque dedicaba mucho tiempo a distribuir anuncios de libros recientemente publicados. Creo que los estudiantes no comprendían el amor de Romero por los libros ni su empeño por reemplazarlos por los malditos apuntes de clase.

El caso es que un buen día el Decano, Risieri Frondizi, me pidió que dictara una cátedra de gnoseología “paralela” a la de Romero. Yo me resistí, porque me parecía una deslealtad para con un colega cuya integridad yo respetaba. Pero Risieri insistió, aduciendo que Romero estaba en otra cosa (antropología filosófica), de modo que seguramente no se ofendería. Yo dicté el curso y, en efecto, Romero no me lo echó en cara.

Mis recuerdos de Romero son ambivalentes. Por un lado considero que Romero, al igual que Korn y Ortega, difundía una filosofía anticuada y anticientífica, particularmente dañina en un país donde aún se luchaba por constituir una comunidad científica creadora, y donde era preciso alentar el estudio científico de los problemas sociales, en lugar de repetir con Kant y sus sucesores que tal estudio es imposible. Pero también recuerdo a Romero como un estudioso serio, cordial, tolerante, generoso, íntegro, democrático, civilista, laico, corajudo y empeñado en apoyar los estudios filosóficos. Él y Korn fueron los mejores filósofos idealistas argentinos, y los únicos que tuvieron una conducta recta.

Además, Francisco era el hermano muy querido y mentor de José Luis. Éste era el distinguido historiador social y gran rector normalizador nombrado por el gobierno de la llamada Revolución Libertadora. Ésta hizo posible el retorno de los Romero y muchos otros (entre ellos yo mismo) a la universidad tras los primeros concursos casi limpios realizados en décadas.

Cabe a otros filósofos, más familiarizados con la obra escrita de Romero, el analizarla para identificar las contribuciones originales que pueda haber en ellas. Pero temo que esa obra sea más bien espejo que escultora de su época. La grandeza de Romero reside en su actuación antes que en su exigua y heterogénea obra escrita: consistió en alentar a muchos jóvenes de toda Latinoamérica a que persistiesen en su amor por la más fascinante y ambivalente de todas las indisciplinas. A que se formasen una amplia cultura. Y a que no se hicieran cómplices del poder arbitrario.

2010 «El Instituto de Enseñanza Superior del Ejército alcanzó en 1990 el rango universitario al incorporarse al régimen de la Ley 17778 correspondiente a las Universidades Provinciales. La Ley de Educación Superior lo definió, en 1995, como un Instituto Universitario. La Escuela Superior de Guerra adquirió tal condición como integrante del mismo. “Al identificar con el nombre de Mayor Francisco Romero al Instituto de Enseñanza Superior del Ejército, además de ser un justo y merecido reconocimiento del Ejército a su persona, lo hacemos convencidos de que su ejemplo y su espíritu serán la guía y el estímulo que iluminarán nuestros claustros” (Martín Antonio Balza, teniente general, Mensaje del ex Jefe de Estado Mayor General del Ejército, palabras con motivo de la imposición del nombre al IESE, abril 1999). Estas palabras resonaron, en abril de 1999, en una emotiva ceremonia donde participó Anneliese Fuchs de Romero, esposa de Francisco Romero.» (Coronel Dr. José Luis Speroni, “Una apuesta al porvenir en el bicentenario del nacimiento del Ejército”, Revista Universitaria del Ejército, año 4, número especial, mayo 2010, págs. 24-25.)

2012 «3) Llegamos acá el tercero de los ejemplos puesto por Guldberg, el de Francisco Romero y su Teoría del hombre. Conocido como “el capitán filósofo”, apodo que le puso Alejandro Korn, por su pasado y primera vocación militar, fue un antiperonista furioso que se negó a participar del Congreso de filosofía de 1949 y quien, junto con su hermano José Luis, provocó la más grande expulsión de filósofos de los claustros universitarios. Y después de la caída de Perón hizo expulsar a Diego Pró, Castellani, de Anquín, Virasoro, Cossio, Pucciarelli, Guerrero y tantos otros. Provocó el mayor vaciamiento universitario de la inteligencia argentina. El capitán filósofo lanzó su teoría de la “normalidad filosófica”, según la cual para hacer filosofía hay que: 1) estar enterado y al día de todas las novedades filosóficas, b) enseñar en la universidad, c) publicar en revistas académicas y d) estar ideológicamente dentro del amplio espectro de la izquierda progresista. ¿Y las mayorías para Romero?, seguramente que habrá contestado como buen gallego: a tomar por culo.» (Alberto Buela, “Próceres de una filosofía que no fue”, 19 septiembre 2012.)

“El mito de Ortega y su influencia en Iberoamérica”, por Alberto Buela · 16 junio 2016
[ una versión anterior en “Despliegue del pensamiento americano”, Co-herencia, enero-junio 2007, nº 6, págs. 120-121. ]

Este mito tiene su partida de nacimiento con la llegada de José Gaos a México en 1939, al final de la guerra civil española. Discípulo de Ortega en España, convence, a su vez, a sus discípulos mejicanos (Zea et alii) de dicha influencia.

Viene luego Julián Marías y su medio siglo de innumerables viajes y conferencias por toda Hispanoamérica en donde peroró sobre Ortega por doquier, promocionando sus libros e ideas. Entrados los años setenta es el historiador de las ideas españolas, José Luis Abellán quien toma la posta en la difusión del mito.

Finalmente, en los años 90, el estudioso, también español, José Luis Gómez Martínez en su libro Pensamiento de la liberación: proyección de Ortega en Iberoamérica (1995) termina afirmando la influencia directa de Ortega y Gasset en la filosofía de la liberación latinoamericana, que nace como teología de la liberación a partir de Medellín en 1968. Como vemos, es un relato que da para todo y todos los gustos, pero los hechos han sido diferentes. Vayamos a ellos.

Ortega llegó, con treinta y tres años, por primera vez a América en julio 1916, y lo hizo a Buenos Aires y viajó por el interior del país. Se quedó seis meses dando conferencias y seminarios y fue muy bien recibido por los hombres ya formados filosóficamente como Korn, Alberini, Rougés, Franceschi, Terán, Quesada, Gálvez, Rojas, &. Hombres pertenecientes a la generación del Centenario que ya venían publicando sus críticas al positivismo de la generación de 1880. Ortega les vino al pelo, pero no por su “circunstancialismo” (yo soy yo y mi circunstancia y si no la salvo a ella no me salvo yo) sino por ese espiritualismo larvado que trasunta todo su pensamiento y por su autoridad en tanto pensador europeo.

En realidad el que llega a ejercer proyección, tanto por su impronta personal como por su bergsonismo, caro a la generación del Centenario, es Eugenio D'Ors, quien hoy, para el pensamiento políticamente correcto es una mala palabra. D'Ors llegó dos años después y bajo su influencia se creó el Colegio Novecentista (comandado por José Gabriel, junto a Ibarguren, Rojas, Benjamín Taborga, Luis María Torres, Adolfo Korn Villafañe, Tomás Casares, Ventura Pessolano, Jorge Max Rodhe), que apoyó el movimiento de la Reforma Universitaria del 18, que terminó diluyéndose en él.

Ortega regresa dos veces más, en agosto del 28 cuando difundió la filosofía alemana de Husserl, Rickert, Dilthey, Driech y Scheler. Esta vez su auditorio ya son los miembros jóvenes de la generación del 25, muchos de los cuales (de Anquín, Astrada, Juan Luis Guerrero, Saúl Taborda) están regresando con sus doctorados desde Alemania y comienzan a mostrar su disconformismo con sus planteos. Es que en este segundo viaje aparecen los grandes macaneos de Ortega con afirmaciones como las siguientes: Buenos Aires es la ciudad de la esperanza, eso se ve en lo verde de sus árboles o La Argentina es promesa porque la infinitud de su pampa, promete o (por los argentinos) somos una existencia que no existió.

Finalmente, en su tercera estadía que va de mediados del 39 hasta febrero del 42, Ortega fue marginado de la tarea universitaria y se dedicó a ofrecer trabajos de traducción y publicaciones a través de proyectos editoriales.

Incluso recibe críticas de personajes y profesores impensados, que antaño lo cobijaron. Pero en tanto “divulgador de la filosofía” consolida una alianza con su compatriota, el sevillano Francisco Romero, el capitán filósofo, Alejandro Korn dixit, para la edición de libros y promoción de jóvenes valores.

Claro está, estos jóvenes valores serán valorados por el criterio de la “normalidad filosófica” establecido por Romero, criterio que le sirvió luego, en el golpe de Estado de 1955 que derrocó a Perón, para establecer quien debía quedar en la Universidad y quien no. Y así, fueron dejados cesantes, entre otros, filósofos o maestros de filosofía significativos como: Carlos Astrada, Nimio de Anquín, Juan Luis Guerrero, Diego Pró, Eugenio Pucciarelli, Miguel Ángel Virasoro, &c.

Fue este último quien pudo escribir en 1957: “Demostré acabadamente que el capitán Romero no era un filósofo creador, sino un mero repetidor y divulgador de ideas ajenas” . Y eso mismo fue su maestro Ortega y Gasset para Iberoamérica, y si tuvo una influencia esta se limitó a lo que hoy llamamos “la gestión cultural”, dando a conocer los frutos de otros.

También por esos años, en 1956, de Anquín escribe un artículo muy crítico titulado: ¿Es un filósofo Ortega y Gasset?

Relatadas sucintamente las estadías de Ortega en nuestro país podemos sacar como conclusión que su principal tarea fue la divulgación de la filosofía europea, especialmente alemana, pero que, si bien tuvo discípulos y seguidores en nuestro medio, estos carecieron de enjundia filosófica, potencia analítica y erudición crítica; tres elementos indispensables en un verdadero filósofo.

Sobre Francisco Romero en este sitio

1942 Eugenio Imaz, Filosofía contemporánea, Cuadernos Americanos, México, julio-agosto 1942.

1951 Rafael García Bárcena, “A Francisco Romero, patriarca de la filosofía iberoamericana”, Revista Cubana de Filosofía, 9:1-4.

Humberto Piñera Llera, “Vida y obra de Francisco Romero”, Revista Cubana de Filosofía, 9:5-14.

José Ferrater Mora, “Francisco Romero: un estilo de filosofía”, Revista Cubana de Filosofía, 9:15-17.

José A. Franquiz, “El estructuralismo personalista de Francisco Romero”, Revista Cubana de Filosofía, 9:18-33.

Luis Recasens Siches, “El pensamiento filosófico, social, político y jurídico en Hispano-América”, Revista Cubana de Filosofía, 9:34-38.

Mercedes García Tudurí, “Francisco Romero y la idea de trascendencia”, Revista Cubana de Filosofía, 9:38-41.

Angélica Mendoza, “Notas sobre la filosofía de Francisco Romero”, Revista Cubana de Filosofía, 9:41-47.

1951 Hugo Rodríguez Alcalá, “Francisco Romero y las culturas de Oriente y Occidente”, Revista Cubana de Filosofía, 10:53-63.

1963 Ignacio Iglesias, “Adiós a Francisco Romero”, Cuadernos del Congreso por la Libertad de la Cultura, 68:2.

Julián Izquierdo Ortega, “La obra de Francisco Romero”, Cuadernos del Congreso por la Libertad de la Cultura, 69:33-37.

Textos de Francisco Romero en este sitio

1936 Los problemas de la filosofía de la cultura, Universidad Nacional del Litoral, Santa Fe 1936.

1950 “Sobre la oportunidad histórica del cartesianismo”, Revista Cubana de Filosofía, 6:4-6.

1954 “Dos rasgos de la cultura occidental: la Ciencia y la Democracia”, Cuadernos del Congreso por la Libertad de la Cultura, 4:3-6.

1956 “Las corrientes filosóficas en el siglo XX”, Cuadernos del Congreso por la Libertad de la Cultura, 19:11-17.

1958 Abajofirmante del escrito “A la conciencia de América”, auspiciado por el Congreso por la Libertad de la Cultura.

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