La Papisa Juana
1507 «Papa 108. Anno Christus 852. Femina. Johannes Papa VIII, natione anglicus: post Leonem pontificem sanctus pontifex sedit annis ii, mens v, hunc tradunt fuisse foeminam: quae adolescens admodum, ex Anglia Athenas cum quodam doctissmo aniasio suo profecta, ibidem bonarum artium preceptores…» (Johannes Stella, Vite ducentorum et triginta summorum pontificum, a beato Petro apostolo; usque ad Julium secundum modernum pontificem, Basilea 1507, signatura Eii vuelto.)
1729 «Después de la muerte de este Santo Pontífice, los Herejes enemigos declarados de la Iglesia, introducen en el Pontificado una mujer, que dicen que se llamaba Juana, natural de Mogunciaco, Villa de la Isla de Inglaterra, de quien aseguran, para establecer mejor su Fabula, que saliendo en público en Roma, parió en la Calle, y que matándola los Romanos, la enterraron en un muladar. Esta Fábula, tan llena de contradicciones, y mentiras, tuvo origen en un cierto Hereje, llamado Focio, que siendo Eunuco, se apoderó en aquel tiempo de la Silla de Constantinopla, cuya Patriarcal llamaban los Griegos Cismáticos, segunda Roma; y con este suceso, dieron ocasión a que se dijese, que ocupaba la Silla de Roma una mujer. Ducientos años después un cierto Escoto, Autor sospechoso, como dice Nicolini, y Sigisberto, Cismático, y enemigo declarado de los Papas, volvieron a renovar la Fabula, sin testimonio, ni autoridad de ningún Escritor de aquellos tiempos; y esta, dando en manos de los Herejes de los nuestros, la han ido adelantando, y vistiéndola de nuevas mentiras, en odio de los Papas; pero está tan mal forjada, que no merece sino el desprecio de los Doctos, como lo muestra muy bien el P. Cotón de la Compañía de Jesús, en su Historia, o Instrucción Católica, con el Cardenal Baronio en el año de 853 el Cardenal Belarmino, y otros muchos Historiadores, de erudición, y cuenta; y así, no haciendo caso de patraña tan ruda, e ignorante, proseguiré mi Epítome, sin detenerme más en ella.» (Rmo. P. Fr. José Álvarez de la Fuente [O.F.M.], Sucesión pontificia: epítome historial de las vidas, hechos y resoluciones de los sumos pontífices, parte segunda, Madrid 1729, págs. 318-320, al final de la “Vida de S. León IV. Papa CVI”, antes de “Vida de Benedicto III. Papa CVII”.)
★ La Papisa Juana aparece en dos lugares de la obra de Feijoo
La Papisa Juana aparece en dos lugares de la obra de Feijoo. La primera en 1740 (tomo IX de adiciones al Teatro crítico universal, luego puestas en sus lugares en las ediciones posteriores), en el añadido al discurso octavo del tomo cuarto del Teatro, por boca del Marqués de San Aubin, de quien traduce el capítulo sexto del libro primero de su Tratado de la Opinión. La segunda en 1760, a lo largo de cinco puntos de la carta tercera del tomo quinto de las Cartas eruditas y curiosas.
1740 «59. Aunque la fábula de la Papisa Juana haya sido ya refutada aún por los mismos Protestantes, y entre ellos muy de intento por David Blondel, no han faltado sujetos opinados de doctos que han querido establecer como verdadero un hecho tan fabuloso {(**) Ya hoy no se halla docto alguno que defienda esta quimera. Impúgnala demostrativamente Bayle, aunque Protestante, en su Diccionario Crítico}.»
«71. Tiempo es ya de levantar la mano de una materia tan inagotable como son las contradicciones de los Historiadores. Para formar un juicio algo ajustado sobre las Historias sospechosas, debe ascender la Crítica a la primera fuente, y acaso única de ellas: Como por ejemplo, a Mariano Scoto para el cuento de la Papisa Juana; y a Gaguin para la pretendida erección del Reino de Yvetot. Es menester luego considerar con diligencia en qué tiempo escribía el primero que dio a luz el hecho incierto; cuál era su profesión; qué partido seguía; sobre todo su adhesión ó indiferencia por la verdad; y cuánta ha sido su exactitud en todas sus Obras. Deben también contarse los testimonios uniformes, si los hay. Esta persecuciones pueden acercarnos al conocimiento de la verdad en los hechos históricos.» (Feijoo, Teatro crítico universal: “Reflexiones sobre la Historia”, añadidos al tomo 4 (1740), discurso VIII, § traducción del capítulo sexto del libro primero del Tratado de la Opinión del Marqués de San Aubin, n° 59 y 71.)
1760 «50. De este principio viene estar tan lleno el mundo de fábulas, y el mismo influyó, como en otras infinitas, en la aceptación, con que se admitió la monstruosa patraña de la Papisa Juana. Mas es verdad, que a favor de ésta, demás del principio común, que he dicho; intervino otra causa particular, que voy a referir.
51. Cuando, llamados de la bélica trompeta de Lutero, y otros Herisiarcas, empezaron a inundarse de los sectarios de éstos varias Provincias de la Cristiandad, ya estaba estampada en muchos libros la fábula de la Papisa, aunque con diversidad, porque lo que mira el asenso, o disenso de sus Autores; porque algunos pocos la escribieron, como persuadidos de la verdad del suceso, los más como inciertos, y dudosos. Los desertores de la Fe Católica, que hallaron en tal estado la fábula, abrazaron el empeño de fomentarla, y persuadirla, como si fuese verdad histórica, pareciéndoles, que de este modo echaban un feísimo borrón en la Iglesia Romana. Aprehensión ridícula: pues aun cuando el suceso fuese verdadero, solo infería, que en Roma se había hecho una elección nula por error, en orden a la persona lo cual nada infiere hacia la doctrina, que profesa la Iglesia Romana.
52. El caso es, que todos los esfuerzos, que hicieron los Herejes para persuadir que hubo error, fueron vanos; porque varios Autores Católicos, con monumentos irrefragables de la Historia, tan claramente probaron ser una disparatada ficción cuanto se escribió de la Papisa Juana, que de esta fábula, en que los Herejes pensaban hallar un oprobio nuestro, resultó una no leve confusión suya, especialmente después que David Blondel, Ministro Calvinista, y famoso Escritor entre los suyos, en un Escrito, que dio a luz sobre esta cuestión, suscribiendo a los Autores Católicos, más sincero en esta parte, que lo son comunmente los de su Iglesia; dio nuevas luces para el conocimiento de la verdad: lo que llevaron muy mal los demás Protestantes; pero les fue preciso tragar esta amarga pócima, la cual, sin embargo de la displicencia, con que la recibieron, en ellos mismos hizo el efecto del desengaño; pues desde entonces han cesado de importunarnos con esta monstruosa invención.
53. Aquí entra ahora la combinación, que anuncié arriba. En aquel tiempo en que Isabela, hija de Henrico VIII, y de la infeliz Ana Bolena, fue elevada al Trono de la Gran Bretaña, aún subsistía entre los Protestantes la Fábula de la Papisa Juana, que con ella improperaban a los Católicos, como si el error, que siniestramente suponían en aquella elección, degradase de su autoridad a cuantos Papas habían sido legítimamente electos hasta entonces, o lo serían en adelante.
54. Pero ve aquí una cosa admirable. Al mismo tiempo, que los Protestantes se esforzaban a insultarnos con la disparatada especie de una Papisa, elegida en Roma, ellos erigieron otra Papisa en la Inglaterra, constituyendo Cabeza de la Iglesia Anglicana a su adorada Reina. Monstruosidad, que no pueden pretextar, o cubrir con la elección de la Papisa Romana; la cual, aun cuando hubiese sido verdadera, estaría disculpada con el error, que hubo en orden al sexo de la persona electa: recurso, que no tienen los Herejes Anglicanos para su elección, pues no ignoraban, que daban esta preeminencia a una mujer. Y finalmente, nosotros estamos bien lavados de la pretendida mancha de la Papisa Juana, sabiendo ya todo el mundo, que ésta es una mera fábula, sin que, después de publicado el citado Escrito del Calvinista David Blondel, se atrevan a negarlo los más encaprichados Protestantes. Resta ver, como podrán éstos lavarse del borrón de su Papisa Isabela: hecho innegable, y testificado aun por los contrarios de nuestra Religión. Lo más notable fue, que escrupulizando la misma Isabela admitir esta suprema dignidad eclesiástica, los Doctores de su iglesia le aquietaron la conciencia, haciéndola deponer el escrúpulo.» (Feijoo, Cartas eruditas y curiosas: “Defensivo de la Fe, preparado para los Españoles viajantes, o residentes en Países extraños”, tomo 5 (1760), carta III, § V, n° 50-54.)
1846 La Censura: “Libros escandalosos. 148. Juana la Papesa, novela histórica en verso por D. J. H. O. (San Sebastián 1843)”
1878 José María Herrán Valdivielso (1833-≈1885), Datos históricos del Papado. Contestación a un anatema del Obispo y tres canónigos de Santander y a El Siglo Futuro, Santander 1878, 39 págs.
Francisco Mateos Gago (1827-1890), Juana la Papisa. Contestación a un articulista papisero de Santander, Sevilla 1878, 252 págs.
1888 Niceto Alonso Perujo (1841-1890): “Juana la Papisa” (Diccionario de ciencias eclesiásticas)
1890 Pedro Guilleux (1843-1902): “Juana (la Papisa)” (Diccionario apologético de la fe católica)
1912 «Pero volviendo a nuestras congresistas, hay que confesar que es arduo el empeño, pero no hay que desesperar de que lo consigan, pues, ¿qué no conseguirá la mujer cuando se lo propone? Si las mujeres pueden gobernar los Estados díganlo Isabel la Católica, Catalina de Rusia o Isabel de Inglaterra, que los gobernaron directamente y en nombre propio, para no preguntárselo a las muchas que lo hicieron y que lo hacen aún indirectamente y ocultas detrás de la cortina. Y en cuanto a si pueden o no gobernar la Iglesia, dígalo aquella figura medio histórica medio legendaria que tanto dio que murmurar a la cristiandad: la papisa Juana.» (Eduardo Ovejero Maury, “La mujer, la Iglesia y la religión”, La Palabra Libre. Periódico republicano de cultura popular, Madrid, 17 de marzo de 1912.)
1957 Enciclopedia de la Religión Católica: “Juana la Papisa”
1978 «No debe llamar la atención a la Cristiandad este milagro si consideramos la rudeza del papa León IV (combatió a los sarracenos, excomulgó al cardenal Anastasio, asesinó a Pedro y Adriano, missi del emperador Luis II) que contrasta con la dulzura del papa que le sucedió en el solio, en 855, Juan VIII, una joven de Maguncia educada en Atenas, más conocida como la Papisa Juana.» (Gustavo Bueno Sánchez, “Ontogenia y filogenia del basilisco”, El Basilisco, número 1, marzo-abril 1978.)