Biblioteca Feijoniana del Proyecto Filosofía en español
 

Martín Martínez, Juicio Final de la Astrología (portada de la reedición de Sevilla 1727)[ Martín Martínez ]

Juicio Final de la Astrología,
en defensa del Teatro Crítico Universal,
dividido en tres Discursos.

Discurso primero.
Que la Astrología es vana, y ridícula en lo Natural.
Discurso segundo.
Que la Astrología es falsa, y peligrosa en lo Moral.
Discurso tercero.
Que la Astrología es inútil, y perjudicial en lo Político.

Por el Doctor Don Martín Martínez, Médico Honorario de Familia de su Majestad, Examinador del Real Proto-Medicato, Profesor público de Anatomía, Socio, y segunda vez Presidente de la Regia Sociedad Médico-Química de Sevilla.
Dedicado al Excmo. Señor Marqués de Santa Cruz y de Bayona, &c. mi Señor.

Con Licencia: En Madrid, en la Imprenta Real.
Se hallará en casa de José Rodríguez de Escobar, en la Calle del Carmen, esquina a la de los Negros.
[ 1727 ]

 

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Al Excmo. Señor don Álvaro Bazán, Benavides, Pimentel, Velasco, y Ayala, Hosterliq y Cárdenas, Marqués de Santa Cruz, y de Bayona, señor de las villas del Viso, y Valdepeñas; Alcalde perpetuo de las Fortalezas de Gibraltar, y Fiñana; Comendador de Alhambra, y la Solana, en la Orden de Santiago; Patrón de las Capellanías dotadas, y fundadas en la Ermita, y Santuario de la Villa de Almagro; Coronel de Infantería Española del Regimiento de la Armada; Brigadier y Mariscal de Campo de los Ejércitos de su Majestad; Gentil-Hombre de su Real Cámara, con ejercicio; Mayordomo Mayor de sus Majestades; Caballero del Insigne Orden del Toisón de Oro, y del Santi-Spiritus, &c.

Excmo. Señor.

De la dilatada Esfera, en que los dos mayores Luminares del Orbe reparten influencias a todas cuatro partes del Mundo, y desde donde el Sol Borbónico (moviéndose sobre la Eclíptica de la Justicia, y Religión) ilustra con sus rayos hasta [iii] nuestros Antípodas, asistido de los otros cinco Serenísimos Planetas, que le rodean, y que de más cerca reciben su luz (el Magnánimo Júpiter Fernando, el invencible Marte Carlos, el hermoso Mercurio Felipe, y las dos hermosísimas Venus, con alguna otra Estrella, que aún no está descubierta) de esta Esfera, digo, Señor Excelentísimo, es V. Exc. Astro fijo de la primera magnitud, y puedo decir de la mayor; pero Astro para mí de tan benignas influencias, que desde el punto (al cual con propiedad puede llamar Horóscopo) que observé sus aspectos, y recibí sus inspiraciones, me anunció honras, y me influyó fortunas. La gracia de V. Exc. Fue para mí feliz constelación, a quien debí mi dicha. Estos astros sí que influyen: estos aspectos sí que causan favorables efectos; y este pronóstico me hice yo a mí mismo, Astrólogo de mis sucesos, así que logré la dicha de ascender hasta los pies de V. Exc. En lo cual se conocerá, que no estoy reñido con todo género de Astrología; pues aunque en esta Obra impugno la Judiciaria, profeso la Juiciosa.

Por lo demás, mucho tiempo había, Excelentísimo Señor, que con un cierto oculto sentimiento mío, veía irse estableciendo en el Mundo, sostenida [iv] de la credulidad, y del ocio, la Monarquía de los Astros, aun sobre aquella región de nuestro arbitrio, a quien hizo República libre la Providencia de nuestro Criador. Empezaron sus Inventores por predecir Lunaciones, Eclipses, y otros efectos necesarios; y mal pagados del vulgo, pasaron a pronosticar cosechas, naufragios, enfermedades, y muertes: sucesos que recibió el Pueblo con tanta mayor atención, cuanto en ellos se trataba de más cerca su interés. Al aire de esta aceptación, empezó a volar más alta la osadía, atreviéndose a mirar cara a cara al Sol de la humana libertad, y queriendo instituir sobre ella un género de dominación de los Astros, que a no contenerla el miedo de la Fe, ya la hubieran hecho esclava de la necesidad.

Hoy entre burlas, y veras, se pronostican casamientos, litigios, batallas, paces, caídas de Ministros, muertes de Reyes, y otras cosas pendientes del arbitrio humano, y de la Providencia Divina (e importaba poco que se pronosticasen, si no se temiesen) pero tengo observado, que no sólo el ínfimo vulgo, sino la gente de hábito más serio, entra en cuidado con semejantes predicciones; y no pudiéndose en una República Cristiana creer, ni proferir esto seriamente, ha [v] encontrado la malicia un medio de disimularse, que es hablarlo de chanza, y esforzarlo de tema; y la simpleza otro, que es comprarlo de burlas, y creerlo de veras. Parécense estos Astrólogos, en el conquistar la fe de los necios, a los engañosos Romanos, que no pudiendo a las claras poseer las Sabinas, inventaron juegos, y fiestas, con que lograr el robo.

Nunca creí yo tener ocasión de contribuir con mis discursos a la enmienda de tan común abuso. Contentábame con sentirlo, sin publicarlo. Pero habiendo la Providencia dispuesto, que me vea estimulado a tomar este asunto, le dedico a V. Exc. como al más oportuno Protector; pues ¿quién más a propósito contra las Supersticiosas credulidades, que quien profesa en el más alto grado de pureza la Religión? Y en orden a los daños políticos, ¿quién alentará más mis razones, que un Astro de la primera Clase, perpetuo observador de aquel Supremo Sol, cuya pacífica influencia tiene falsificados los influjos de Marte con sus decretos, los de Mercurio con su justicia, y los de Venus con su ejemplo? Y contra la restante turba del vulgo (en orden a lo Físico) ¿quién puede sostener mejor la empresa, que un Héroe, por tantos modos grande, y tan espectable [vi] para el Pueblo, que atendiendo a los excelsos méritos de V. Exc. siempre su amor, y su respeto le han anticipado los premios, pudiéndose decir que,

Taciti suffragia vulgi
Iam tibi detulerant, quidquid mox reddidit
Aula.

Por bien empleado daré culaquier vituperio, que por esta Obrilla se me siga, y perdonaré la tal cual gloria que pudiere tocarme, sólo porque se consiga un fin tan cristiano, y discreto; pero en este caso todo se deberá a la autoridad de V. Exc. no teniendo yo alguna: de modo, que en nada lucirá más lo mucho que V. Exc. es, que en lo poco que yo soy.

En Francia se ha logrado extinguir esta peste Astrológica, y dentro de nuestra España en Valencia (sin duda a persuasiones de nuestro insigne Matemático Tosca) ya no se escriben los Calendarios con semejantes estolideces: pónense las Fiestas, vigilias, horas de salir el Sol, novilunios, y plenilunios, desterrando este fomento de la superstición. Y pues en los Palacios, y Cortes, a lo menos en materia de Ciencias, se dice la verdad, destiérrese de las Cortes, y Palacios la Astrología, como una mentira facultativa. Influya [vii] Dios en los efectos providenciales: influyan los Reyes en las propiedades de sus súbditos: influya el Sol en las cosechas, y temporales; e influya el hombre en los efectos libres, que con eso, fia otros influjos, se conservará la Fe pura, la República dichosa, y la Filosofía limpia. No influya ya Marte en los duelos, Mercurio en los robos, ni Saturno en los fraudes: ni tengan ya eficacia los Signos; y para decirlo con más elegancia:

Non inter geminos Anguis glaciale Triones
Sibilet, immodico nec frigore saeviat Ursa
No torvo fremat igne Leo, nec brachia Cancri
Vrat atrox aestas, madidae nec prodigus urnae
Smina praerupto dissolvat Aquarius imbre.
Frixeus roseo nec ducat fertile cornu.
Ver Aries: pingues nec grandine tundat Olivas
Scorpius: Autumni aut maturet gramina Virgo.
Sol, Deus, haec faciant, Aer, & positura Locorum.

Dios guarde la persona de V. Exc. como necesitamos sus criados.

B. L. P. de V. Exc.
Con el más sumiso respecto.
El Doct. Don Martín Martínez. [1]

 

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Introducción.

En la Academia Délfica, entre el mayor concurso de sus sabios, se oyó inopinadamente sonar una trompeta, que les causó no poca admiración y espanto; mas cuando se supo, que Apolo, altamente ofendido de no sé qué rumores, y quejas de la confusión en que se hallaban sus bellas Ciencias en el Mundo, y las extorsiones que padecían los fieles súbditos, mandaba tocar a Juicio, para apartar los malos Artes de los buenos; dando a los buenos la gloria merecida; y a los malos la pena perdurable de su olvido, e indignación.

Entonces (¡cosa prodigiosa!) vierais allí en un momento levantarse a Juicio todos los Sabios vivos, y muertos; los unos a dar cuenta en su propia voz; y los otros presentando sus libros: aunque entre la bulla, y la prisa, muchos habían perdido algunas hojas,otros habían tomado las ajenas; cual buscaba su pergamino roto, cual unos folios, que le habían trinchado para fundas de hojaldres; aquí venia uno con su Tomo descuadernado; otro andaba preguntando por los fragmentos del suyo; y en fin, todo era día de Juicio, y confusión. La primera se presentó la Sacra Teología, a quien haciendo una profunda reverencia Apolo, la colocó a su mano derecha, dándola el Supremo lugar entre las Ciencias escogidas. Siguió a esta la Jurisprudencia Canónica, y Civil: y con mil elogios de todo el venerable Congreso, fueron admitidas a la bienaventuranza de la Sabiduría. Iba a dar su cuenta la Medicina, pero Apolo la mandó quedar para después; o por no tratarla con cumplimiento, por ser familiar suya; o porque aún no la faltaba dar cuenta de los vivos que quedaban. Presentóse la Matemática, y en toda su conducta dio muestras de justificación: hasta que al levantarse la Astronomía, uno de los del Circo, haciendo una humilde genuflexión a todo el respetuoso Auditorio, en tono de Fiscal, dijo así.

Querer ser como Dioses, para saber lo venidero, fue la primera [2] tentación, y culpa de la humana naturaleza. Por donde buscó el hombre la ciencia, dio con la ignorancia. Esta bastarda inclinación a adivinar, y facilidad en creer, dejó a su posteridad por mayorazgo el primer Padre, y ésta se conserva hasta hoy; pues así como él, por estar en el estado de la inocencia, creyó del diablo, que podía ser adivino; así aun hoy, como ni faltan inocentes, ni diablos que sugieran lo mismo, tampoco faltan crédulos.

De esta infernal raíz han nacido, Soberano Apolo, tantas mortales ramas, cuantos son los vanísimos Artes de la adivinación; pero principalmente el que se funda en las Estrellas, como que siendo estas innumerables, hermosísimas, e inaccesibles, halló en ellas la malicia toda la precisa recomendación para maquinar sus embustes: Y por tanto, a vuestra brillante Majestad suplico, que destierre del gremio de los Sabios este inicuo fomento de la superstición.

A este tiempo la Astronomía, con inalterable semblante, y voz grave, y serena, representó, que los Caldeos, convidados del espacioso Horizonte que habitaban, observando curiosos el regular movimiento de los Astros, echaron los primeros cimientos de esta facultad, que es una de las nobilísimas, y utilísimas partes de la Matemática; y que se distingue tanto de la Astrología, como una honesta Consorte, de una disoluta Ramera. Por la Astronomía (añadió) se computan los tiempos, se determinan las Lunaciones, y se pronostican los Eclipses; y sin ella estarían las demás Ciencias bárbaras, e incultas. En virtud de lo cual, alto Apolo, siquiera porque soy quien más diligentemente observa tus lucientes pasos, te suplico me des lugar entre tus escogidas Profesiones, que es justicia que pido, y para ello, &c.

Hecho cargo Apolo de sus justísimas razones, y habiendo instituido este Juicio Final para salvar unas Facultades y condenar otras, y para separar los malos libros de los buenos, decretó, que todos los libros Astronómicos se pusiesen entre los Justos; y que cayendo la acusación hecha sobre la Astrología, condenaba desde ahora para entonces, y de entonces para ahora, todos los libros Astrológicos, diciéndoles con un grito espantoso: Id malditos al fuego eterno, porque no habéis guardado las santas leyes de la sinceridad, y la razón.

A esta sazón se levantó de entre la turba un hombre, de profesión Epiceno, que en el traje parecía Teólogo, en el desenfado Poeta, en la pertinacia Filósofo, en el grado que presentó [3] Médico, y en toda su catadura Astrólogo; y con voz arrogante, y despejada, pidiendo a Apolo suspendiese la sentencia hasta oírle empezó a declamar así: Cualquiera que así hablase de la Astrología (Padres, y fundadores del ergo) no tendrá brío de proseguir ante mí; pues cuando no tenga autoridad en este Juicio el infinito pueblo, que está ahí fuera esperando, y que ciegamente me sigue, tengo yo sobradas razones y experiencias con que defenderla. Y en defecto de ellas, me valdré de otras más eficaces armás, que prohibidas no me faltará maña para introducirlas de contrabando.

La Astrología, por más que diga ese presumido, merece dignamente lugar entre las demás Ciencias, porque es Arte conjetural, como otras muchas, y tan antigua, y noble como la misma Astronomía; pues los mismos Caldeos, que ese hombre cita de antiguos, fueron sus primeros Progenitores. Admiráronse tanto de ver intruso aquel hombre, con aire tan impropio, entre los sabios; pero luego conocieron, que sin duda se había entremetido con la bulla; y los Porteros quisieron echarle, pero la piedad del Presidente quiso que se le escuchase, por mostrar más su justificación.

Entonces el Actor, que primero había comparecido, se levantó nuevamente, y con un profundo acatamiento replicó: Suprema Deidad, Autor, y origen de la Luz, ¿cómo permite su justicia que semejante gente entre al serio Congreso de los Doctos? A ti, Señor, es al primero a quien levantan mil testimonios, achacándote, fuera de las que tienes, otras mil soñadas influencias. A ti te echan la culpa de que haya bermejos en el mundo. ¿Ha de durar este enredo hata el día del Juicio? Acabe ya, señor, tal locura de tantos juicios como hacen cada año esos Astrólogos, manda de ese tome uno para sí, y escuchándonos en juicio, vistos los fundamentos de una y otra parte, dígnate de promulgar la sentencia, dando pública satisfacción al Universo de tus decretos irrevocables, y de tu inexorable providencia. Condescendió Apolo a su súplica, con señales de regocijo: Mandó que callase la trompeta (que apenas los dejaba entender) dio una palmada para sosegar el murmullo, y el que hacía la acusación fiscal, prorrumpió en estas voces.

Es verdad que trabajaron en ese Arte los primeros Astrónomos; pero no fue de buena fe, sino porque viendo que la contemplación sola de las Estrellas, y la especulativa observación de [4] sus giros, no les daba entre el vulgo aquella honra, y provecho, a que se juzgaban dignos acreedores, usaron la estratagema de fingir en el Cielo un volumen (sólo a ellos inteligible) en que hallaban prácticamente escritos los sucesos mundanos, las guerras, hambres, pestilencias, tempestades, naufragios, cosechas, enfermedades, y demás fortunas de la humana vida. Con lo cual, abusando de la vanidad de los poderosos, y la simplicidad del vulgo, empezaron a ser más estimados, y ricos, aunque menos cuerdos. El mismo Ptolomeo, uno de sus principales Campeones, como advierte el elengatísimo Señeri, no profesa este ridículo empleo, por estimación que hiciese de él, sino porque viendo las cortas ganancias que sacaba de su Astronomía, se aplicó a la adivinación, queriendo, a costa de una hija bastarda, y loca, cual es la Astrología, mantener a una madre honesta, y sabia, cual es la Astronomía. Esta es la que literalmente encarga a los Médicos Hipócrates, en varios lugares de sus Obras; pero principalmente en el Libro del Aire, Aguas y Lugares, para el conocimiento de las estaciones, y buena administración de las medicinas; no la Astrología, como falsamente suponen algunos preocupados, de lo cual se hablará en adelante.

Esta Astrólogía, señor, es el pretendido Arte de saber lo por venir, por la inspección de las Estrellas: suponiendo, que el Firmamento es un gran Libro, y los Astros otras tantas letras diferentes, que según sus varias conjunciones, a quien le toca la gracia de saberlas deletrear, explican los pronósticos de lo futuro: v.g. si se concluira la paz o habrá guerra. Y si esta será funesta o favorable. Si el hambre, la peste, o la sequía amenazan a España. Si ciertas personas serán presas o depuestas de sus dignidades y otros delirios semejantes. Este perjudicial engaño pasó, como dije, de los Caldeos a los Egipcios, y después a los Griegos, Árabes, y a todo lo restante del Mundo; ayudando no poco a su propagación, el abrigo, que hallaron sus inventores en los Príncipes, y poderosos de aquel tiempo, que se servían de estas predicciones para lisonjear su amor propio, o apoyar su política; los Sacerdotes Gentílicos, para autorizar su falsa Religión; los Históricos, para escribir a gusto del vulgo; y los Matemáticos, para mantenerse con esta fruslería, ya que no podían con su principal profesión.

En nuestro tiempo, después que San Agustín, Pico Mirandulano, y todos los Sabios (cuyas Obras tenéis presentes) con irrefragables argumentos, convencieron de falso, pueril y supersticioso[5] este Arte, está ya desterrado de los Reinos cultos de Europa; sólo acá en España (no sé por qué desgracia) se conservan aun algunas reliquias, mantenidas, sin duda, por la indulgencia de los vulgares, y la tolerancia de los doctos.

Por preliminar ahora, baste decir, que los Astros y Constelaciones (cuando más) sólo pueden influir calor, y luz. Y tú, Sagrado Apolo, que eres el Luminar mayor entre ellos, y Presidente del día, me serás buen testigo, de que estas cualidades no son capaces de producir los vanos efectos que se les atribuyen; y que esotras ocultas influencias, que se cree ocasionan guerras, epidemias y muertes de Príncipes, no son otra cosa, que asilo de la malicia, de la ignorancia o la superstición.

Las historias, y experiencias, que se alegan, no son más que ilusiones de sus Profesores, y a veces permisiones de la Divina Providencia, en castigo de su osadía. Poco há se creía, que la muerte de nuestro amado Luis Primero estaba escrita en las Estrellas, y pronosticada mucho antes en el Piscator. Yo la oí algunas veces a gente de estofa, y aun me reía de la jactancia, con que el famoso Vaticinador se alaba en otra parte de su buen tino. ¡Oh execrable credulidad, más propria de un País de bárbaros, que de prudentes y eruditos! Pero esto se tocará más adelante.

Volviendo a lo pasado: más influjo tiene para la vida o la muerte una hacha encendida en la alcoba de un enfermo, un soplo de aire, o un ladrido de un perro, que el mismo Planeta Marte, o el melancólico Saturno. Y si hay Filósofos, y Médicos, que se guardan de la Canícula, como de una Constelación, que causa calor maligno, este debe reputarse por perjuicio popular; pues por Canícula ha solido hacer frío, y por Octubre excesivo calor. Demás de eso, estando la Canícula más allá del Ecuador, sus efectos debían ser más fuertes en los lugares donde está más perpendicular; y con todo eso, los días que llamamos caniculares, son el tiempo de invierno en aquel País: de modo, que estos Pueblos tienen el mismo fundamento para creer que la Canícula les influye frío, que nosotros tenemos, para creer que nos influye calor. La verdadera causa de los calores, que experimentamos en Canícula, es el Sol, que habiendo estado continuadamente por más tiempo sobre nuestro Horizonte, con mayor rectitud de sus rayos, así directos, como reflejos, ha resecado entonces más la tierra, y disipado la materia de los vientos, que solían refrigerarla, y así, el calor es más acre; y por la contraria razón: los que habitan [6] debajo del otro Trópico, entonces, aun con la Canícula encima sienten frío.

Los nombres de Aries, Tauro, Géminis, Cáncer, &c. que han puesto a los Signos, han sido puestos al gusto de su imaginación, que se ha fingido, según su antojo, varias figuras de Toros, Cangrejos, Escorpiones, y Peces, no habiendo tales Fieras en el Cielo, sino Estrellas esparcidas, que a cada uno le representan diferente especie; el Carro, a uno le parece rallo, y a otro trevedes; a los Tahúres, siete de oros; y a los Pastores siete Cabrillas. El León tiene la misma razón para serlo, que para ser Perro, o Tigre. Por eso hubo otro, que en lugar de esos nombres (porque a su fantasía se le antojaron otras más decentes figuras) al Signo de Aries le llamó San Pedro; al Perseo San Pablo; a la Ursa mayor San Miguel, y así de las demás constelaciones: y con mucha razón; pues más decente parece, que esté el Cielo ocupado con San Pedro, y San Pablo, que hecho casa de Fieras, con Leones, Osos y Toros, como ellos le fingen.

Si el Arte de estos Astrólogos fuera verdadero, ¿por qué no pudieran adivinar mucho para sí mismos? Y no que Zoroastres, que fue tenido por muy sabio, y que prognosticaba lo que había de suceder a los otros, no obstante no pudo preveer para sí, que había de ser muerto en la guerra, que emprendió contra Nino. De un Astrólogo (permitidme esta gracia) sé, que acabando de prognosticar a otro, que le amenazaba una gran caída, al irse a levantar él, tropezó en un ruedo, y por poco no se desbarata los hocicos.

Contra esta Hidra doméstica pido la venia para combatir; y porque de las siete malignas cabezas, con que nació, ha ocultado las cuatro, para disfrazarse, y vivir disimulada entre nosotros, omitiendo a los Genetlíacos, y otros de esta harina, que están ya condenados, dadme licencia para persuadir, que la Astrología, aun por lo que mira a la Medicina, Agricultura, Náutica, Moral y Política, es vana, frívola, supersticiosa y perjudicial.

Apenas acabó estas razones, cuando el Astrólogo, vertiendo espuma por la boca, levantó el grito, y dijo cuatro mil libertades: hasta que finalmente, conociendo era Médico, así por la cita de Hipócrates, como porque al descuido le había visto no sé qué libros de Medicina, que traía también que censurar, se vengó de él, diciendo, que era un tonto, y que no sabía palabra de Medicina. Soltaron todos los Sabios la risa, admirados del despropósito, [7] y de la graciosa solución de que para desatar los argumentos contra la Astrología, respondiese que el otro no sabía Medicina; ¿pues qué tenia que ver uno con otro? Y lo que más les admiró, fue oírle decir, que tenía las licencias necesarias para hablar así. Pero Apolo, ostentando sobre su ordinaria majestad, otro nuevo grado de circunspección, por poco manda a los Porteros, que le echen con desprecio fuera del Estrado (¡y eso hubiera sido otro día de Juicio!) pero como a las Deidades las dominan poco (o no las dominan) las pasiones, también le costó poco contenerse; y así mandó al Fiscal, que prosiguiese la causa con la mayor brevedad posible, porque era un Juicio lo que faltaba que hacer, y quería, lo más aprisa que ser pudiese, dar con los Astrólogos, y sus libros en los Infiernos, restituyendo los demás a los Sepulcros de sus estantes. Con esto, ostentando una grave mesura, ceceó, puso el dedo en la boca, en frase de chitón, sonáronse todos (y duró bastante, porque los doctos padecen de destilaciones) escupió elque tenía qué,

Conticuere omnes, intentique ora tenebant.

Y el Actor empezó a discurrir así.

 

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Discurso primero
Que la Astrología es vana, y ridícula en lo Natural.

§. I.

Para hacer más recomendable su Ciencia, los Astrólogos han extendido la fuerza, y poder de las Estrellas a casi todos los efectos naturales: atribúyenlas las lluvias, vientos, y demás alteraciones del aire. No hay metal en las entrañas de la tierra, sobre que no mande su influencia; Marte dicen domina al hierro; la Luna a la plata, al estaño Júpiter, al plomo Saturno, al cobre Venus, y al azogue Mercurio; y quieren que cale el influjo de estos Planetas a doscientas varas de profundidad, cuando el calor del Sol en verano, que es influjo más poderoso, deja el agua fría en las cuevas, por no poder calarlas. No hay animal terrestre, acuatil, ni volátil, cuyo nacimiento, vida y muerte no dependa en su juicio de los Astros; y aun se atreven a extender su imperio, hasta los sucesos de los hombres. Este error en la antigüedad, [8] igualmente se llevó de calles doctos, e indoctos, magnates, y plebeyos; y aun hoy, tal cual Médico está poseido de él, señalando a cada cuerpo celeste sus especiales cualidades, sino haberlas experimentado; a unos hacen calientes, y a otros fríos por su devoción; a unos secos, y a otros húmedos sobre su palabra: a cada parte del cuerpo la señalan un Planeta tutelar; al corazón el Sol, al cerebro la Luna, al hígado Marte, al bazo Saturno, Venus a los riñones, Júpiter al útero, y Mercurio al pulmón; y por no haber más, no han señalado otros al estómago, páncreas, intestinos, y testes, partes nobles, que han quedado sin reparo, o tutela; y en fin, tienen constituidos a estos Planetas por Jueces Conservadores, hasta de las menstruaciones, y crises.

Iba a proseguir; pero un viejo venerable, con la barba hasta la cintura, y su ropa talar, llamado Aulo Gelio (que por su buena contextura, se había conservado entero, como carne momia) le interrumpió; y enseñando sus Noches Áticas que traía debajo del brazo, dijo: Yo oí en Roma disputar elegantemente al Filósofo Favorino, y defender, que de todos esos engaños no habían sido Autores los que dicen, sino ciertos chuzones, que se mantenían de mentiras, y aun hacían ganancia con ellas. Y que se admiraba, que los Planetas no fuesen más que los siete, que vulgarmente cuentan; pues podía ser que hubiese otros de igual poder, que no se viesen por muy altos, a los cuales no les señalaban poder, ni dominio, pudiéndose tener para impedir, o moderar el de los otros.

Y es así, dijo el Médico; pues a las Ansulas (que yo llamo Maceros de Saturno) y a los Satélites, o Alguaciles de Júpiter, nuevamente descubiertos (y que son verdaderos Planetas) ni aun los Astrólogos de ogaño se han acordado de darles voleta de repartimiento.

Al oír esto, se levantaron azorados tres Astrólogos, Ptolomeo, Fírmico, y Manilio; y el primero, como más viejo disculpándose de su corta vida, y la poca habilidad, que hubo en su tiempo para hacer Telescopios, siguiendo, no obstante, su manía, y reparando que las Ansas Saturninas no podían menos de ser Estrellas de condición melancólica, y que el Azabache, y Lápiz estaban sin Astro Protector, y eran minerales funestos por su color, le pareció encargar a las Ansas la influencia sobre ellos, y que se añadiese este nuevo Canon en los Reportorios; y a las cinco Lunetas de Júpiter las señaló el imperio sobre los cinco dedos de la mano, [9] que estaban vacantes. Fírmico no quería consentir en esto, sino que los cinco Satélites o Lunetas, dominasen en las cinco muelas izquierdas de arriba; y sobre esto, por poco se arma una pelotera entre los Astrólogos, que se acaba el Juicio antes con antes; pero Apolo con su poderosa autoridad, en fuerza de la lite pendente, los mandó, que no innovasen por entonces, y que prosiguiese Aulo Gelio: quien así dijo.

Cierto, Padres amplísimos, que el mismo Favorino se admiraba, de que habiendo aplicado estas influencias a todos los hombres, y vivientes, haciendo a unos Saturninos, y a otros Mercuriales, se les hubiese pasado de memoria señalar su influjo planetario a los gatos, y moscas, que tanto nacen debajo de las constelaciones como los hombres mismos; y que por los temperamentos, y horóscopos, los gatos Romanos no desmerecían llamarse Saturninos, los blancos Lunáticos y los rojos Solares.

Añadía el elocuente Griego (sobre el influjo de los Astros en cada parte del cuerpo) que jamás había podido entender, como el influjo, que señalan los Astrólogos a Aries sobre la cabeza, cayese con tal medida, y tiento (bajando de tan alto) que no penetrase hasta otra parte, antes se quedase enredado entre los sesos. Ni como el influjo de Tauro, viniendo desde arriba, pasase al cuello,sin influir primero en la cabeza. Pues qué exageraciones no hacía, sobre la sutileza de estos Astrólogos, en conducir cada influencia de Planeta, o Signo (sin confundirse) a cada imperceptible miembro de una cresa, o mosquito: que sin duda también deben participar estos sublunares de los influjos superiores.

Celebró todo el Concurso la chanza (que lo era más en boca de un viejo) pero Apolo, que no estaba para ellas, mandó, que esas ridículas opiniones, filosóficamente se batiesen en brecha, porque tenía gana de concluir las postrimerías.

Entonces, cierto Filósofo Cartesiano, se incorporó, y atusándose la garceta, tentándose la barba, y tosiendo hueco, por ostentar más gravedad, arguyó en la siguiente forma bicornuta. O estos influjos, que imputan a los Astros, son cualidades manifiestas (y así pecan en no señalarlas) o son cualidades ocultas; y esto es decir, que no saben si las hay: pues donde para cualquier efecto hay otra causa manifiesta, nadie sabe que hay la que se oculta. Por eso, dijo, más he tenido yo siempre a la Astrología por Ciencia de Teatro, que de Cátedra, porque más se funda en capricho, que en Arte; y por cierto, si hubiera hombres inteligentes en el [10] Arte de conjeturar las guerras, pestes, tormentas, cosechas y éxitos de los negocios, sin duda todos los Príncipes de Europa mantendrían su Astrólogo de Camara, que les sacase de tantos cuidados, y dudas; pero la verdad del caso es, que los hombres, que no han sabido seguir bien su carrera, suelen tomar este arte de delirar, para pasar la vida; y al modo que los Químicos desesperados dan en curanderos, así los Poetas aburridos suelen dar en Astrólogos.

Y que no pueda haber tales influjos, se prueba; porque no hay más razón para que la Luna, Marte o Saturno influyan en la Tierra, que para que la Tierra influya en ellos; pero la Tierra, fuera de la luz refleja, no les envía otro influjo; pues sus vapores más tenues, y exhalaciones (que era lo que podía enviar) siendo más pesados que el Éter, no pueden pasar de la Atmósfera arriba: luego ni ellos envían a la Tierra otra cosa que la luz; y aquí está el señor Fontanelle, Secretario de la Academia de París, que ha paseado su imaginación por la Pluralidad de los Mundos, y no me dejará mentir.

Allí al oír esto, se levantó un muerto, que según las cartas credenciales, pareció llamarse Juntino, y con el movimiento, y ruido, que hizo el esqueleto al incorporarse, por la boca de la calavera empezó a echar sapos, y culebras, y a decir, que votado a tantos, ¿por qué no había de influir la Luna en nosotros, sabiéndose por experiencia, que todas las cosas sublunares, y principalmente el Océano, en su flujo y reflujo, se gobernaban por la Luna: el cerebro, y las manías crecían con ella: y los cortes de maderas se hacían en Lunas determinadas, porque no se pudriesen?

Pirrón, que había millares de años que estaba en el podridero (aunque de él nada se podría) con gran sorna, le replicó: ¿Por dónde sabe vmd. que el durar más o menos las maderas, los lucidos intervalos de los Maníacos, y el flujo, y reflujo del Mar, son causados por la Luna? Mis huesos, velos Vmd., aquí, aún se conservan frescos, y sin corrupción, desde las ruinas de Grecia, sin haberlos dado la Luna desde entonces, ni haber tenido comercio alguno con sus influjos. Lo mismo sucede en las maderas, si ellas son de buena calidad, y se cortan en tiempo seco, cuando están en su mayor vigor (esté la Luna como estuviese) siempre saldrán buenas; pero si ellas son malas, y el terreno que las produce, o se cortan en tiempo húmedo, o cuando están marchitas, no hay Luna que valga. [11] Que los sesos crecen con la Luna, es fábula. Los locos, que están confesos, y tratados por tales, es verdad que tienen sus exacerbaciones periódicas, como los tercianarios, por causa, que ni Vmd. ni yo sabemos, pero es mentira, que sigan el creciente, y menguante de la Luna. Cada uno se enfurece, cuando dentro le tocan al alma; esto de que la Luna crece, y mengua, es mal modo de hablar, porque siempre tiene su mismo bulto, y siempre tiene la mitad iluminada: con que para delirar, no tiene conexión, que el Sol la alumbre por el lado derecho, o por el izquierdo; y esto lo confirma el que hay otros locos convictos, aunque no confesos, que disparatan a todas Lunas, y deliran por cuartos. Lo de que es la Luna quien hincha al Mar dos veces al día, lo tengo por dudoso; pues no sé, siendo igualmente cuerpos contiguos, y líquidos, por qué hincha al Océano, y no al Mediterráneo, donde no se observa flujo, ni reflujo.

A esto repuso Baglivi, un Romano, muerto tan flamante, que aun estaba por descarnar, que el que la Luna con su giro, cuando pasa por el Meridiano de cualquier Lugar, por encima, o debajo del Horizonte oprima el aire, y que éste haga fluir las aguas, e hinchar los cuerpos húmedos, no tiene que ver con los otros soñados influjos, que la imputan. Y que era absurdo, e inepto, creer, que porque el Océano se moviese con la Luna, también los Comercios y empleos públicos habían de padecer flujo, y reflujo, o había de salir bien el pleito que yo tengo con mi vecino, sobre una pared de medianería: o había de morirse un Príncipe, o destetarse un niño, que son las cosas que suelen ponerse, y admirarse en los Piscatores.

Tenga Vmd., dijo Pirrón, que si la Luna fuera causa del flujo y reflujo, al pasar por el Meridiano de cualquier Lugar, estando casi en un mismo Meridiano Gibraltar, y San Lucar de Barrameda, a un mismo tiempo fuera en ambas partes la plena mar; y con todo eso, en San Lucar es una hora después , en Portugal hora y media, y en otras Costas de España dos horas; y en Santander, Laredo, y Castro, dos y media. En algunas partes del Norte no hay flujo en quince días; demás de eso, teniendo tal poder la Luna, que extiende su presión a millares de leguas en el Océano, y causa la creciente, no puede llegar, como dije, a las Costas de España en el Mediterráneo, y sólo allá en el Mar Adriático, y golfo de Venecia, hay también su plena, y bajamar; hacedme gusto, pues, de explicar estas contradicciones en la hipótesis [12] de la Luna. Explicad también, cómo haciendo más presión en los dos puntos cardinales del Horizonte, y estando más cercana, que en el Meridiano debajo de él, no causa plenamar en los dos puntos horizontales, y la causa en el meridiano debajo del Horizonte; Aclaradme (si esa gran comprensión es preciso la haga impeliendo al aire) ¿cómo no sienten el impulso de la atmósfera, los que sienten la turgencia de las aguas? Componedme, siendo axioma verdadero en la Física, que un cuerpo grave, que nada en un líquido, no gravita sobre los cuerpos inferiores; por lo cual una viga, que nada sobre el agua, no hace peso sobre un hombre que nada debajo de ella, ni las nubes, que nadan en el aire, hacen presión sobre el Mercurio del Barómetro, y por eso baja en los tiempos nublados (que ya he tenido yo también por acá noticia de estas nuevas invenciones) Componedme, vuelvo a decir (supuesto esto) ¿cómo la Luna, que nada en el Éter, puede gravitar sobre los Mares, que están debajo? Y cuando gravitase, al pasar por el Meridiano, bajaría las aguas, pero no las hincharía. Decidme, además de eso, ¿por qué al pasar la Luna por el Zenit de los grandes Ríos, no causa también en ellos flujo, y reflujo? Y no digo sólo de los grandes Ríos, como el Marañón o el Danubio, sino cualquier vaso, o tinaja llena de agua, u otro licor, debía rebosar, si la Luna tuviera el poder de hinchar los cuerpos húmedos, cuando llega a tocar el Meridiano de las bodegas. En el Negroponto, se dice, que un tiempo hubo flujo, y reflujo, y ya no le hay, sin haber mudado la Luna su carrera.

Y así, quizás estas crecientes, y menguantes del Mar, son fermentaciones periódicas, que se suscitan por el concurso de azufres, betunes, hierro, y otros minerales, que se engendran en sus entrañas: de modo, que por la cacoquimia que el Mar continuamente acumula, no impropiamente se puede decir, que padece una doble terciana subintrante; y quizás las sales, combinadas de resulta de estas fermentaciones, la dan el sabor falso: en la cual opinión se explican mejor que en la vuestra, los fenómenos del flujo, y reflujo. Pero en todo caso, yo retengo mi asenso, dijo Pirrón, porque hasta ahora no se ha averiguado la causa de este flujo; y en fin, señores, acá ya no es menester fingir, que estamos en el mundo de la verdad: y yo menos que nadie; porque habiendo mantenido este sentir en vida, los muertos de bien debemos conservar acá las buenas propriedades, e inclinaciones, que allá tuvimos. [13]

Sobre esto se agarraron los tres muertos, y Juntino, de un golpe que le tiró a Pirrón, le arrancó de cuajo el hueso Parietal de un lado, y él le desgajó todos los huesos de la tercera Falange de los dedos. Sonaba el paloteado de las canillas, y el crujido de las coquezuelas; y ya que no pudieron darse en lo vivo, a lo menos se dieron muy buenos muertos. De modo, que se desbarata de esta hecha todo el Osario, si no los suspende la sonora voz de Cicerón (y yo mas creo que fuese el ver sus tremendas narices) este, pues, famoso Causídico, con su acostumbrada retórica, empezó a perorar en la forma siguiente.

§. II.

Si en la Ciencia de lo futuro se pudiera alcanzar algo de cierto, mucho tiempo ha que adivinará yo mismo, que niego la adivinación, Sagrado Apolo, conscriptos Padres, Auditores amplísimos: si en la Ciencia de lo futuro (vuelvo a decir) pudiera alcanzarse algo de cierto, hubiera aprendido a adivinar yo mismo, que niego la adivinación; pero viendo que para saber de las enfermedades, no nos valemos de adivinos, sino de Médicos: para saber si el Sol es mayor que la Tierra; o si es más grande de lo que parece; o qué proporciones en la Geometría son verdaderas, o falsas, recurrimos a los Matemáticos: y en la Filosofía Moral, para inquirir, si una cosa es buena, mala o indiferente, no vamos a que nos responda un Astrólogo. Si queremos conjeturar, si hay un Mundo, o muchos, apelamos a un Físico. Si pretendemos adivinar el artificio de un Sofisma, echamos mano de un Dialéctico. Y aun para ahorrar gastos, si nos hallamos empeñados, no usamos de Piscator alguno, que mirando los Astros, los adivine el modo de desempeño, sino de algún prudente Ecónomo. Y en fin, habiendo reparado, que si queremos saber cuál será el estado óptimo de la República; qué leyes, o costumbres, serán útiles o inútiles para usar bien del Imperio: y qué efectos podrá traer la coligación, la guerra, o la batalla; consultamos escogidos Políticos, versados en las cosas civiles, y expertos Militares; pero no Astrólogos, o Arúspices de Hetruria: he inferido, que de lo que no hay conocimiento, no hay arte.

Y verdaderamente, Varones sapientísimos, si ni de las cosas, que se sujetan a los sentidos, hay adivinación, ni de aquellas que se contienen en los Artes, ni de las que se disputan en la Filosofía, [14] ni de las que se ofrecen en el gobierno civil: yo no sé de qué cosas puede ser este Arte de adivinar. Porque, o debe ser de todas cosas, o de alguna; pero ni es de todas, como queda probado, ni hay lugar, o materia particular, en que podamos preferir este Arte de Adivinación: luego no hay tal Arte.

Embarquemos juntos un Piloto, y un Astrólogo; ¿cuál pronosticará mejor si amenaza, o no tempestad, el Astrólogo, o el Marinero? Conjeturará este, acaso, por los Astros la naturaleza, y éxito de una enfermedad, mejor que un Médico? ¿O alcanzará con más prudencia que un Capitán, la administración de un Ejército, o el suceso de un Sitio? Todos dirán, que no; pues si el Piloto, Médico y Capitán, aun conjeturando con razón los sucesos, y nunca opinando sin ella, muchas veces se engañan, ¿qué se debe discurrir de aquellos, que siempre sin razón pronostican? Aquellos tienen sus causas, o señales eficaces, y perceptibles; las que estos dan para sus vanas conjeturas, ni son perceptibles, ni eficaces. El Médico sabe por autopsia, que por el Colidoco baja bilis al duodeno: con que cuando no baja, ni tiñe los excretos, y mancha el ámbito del cuerpo, con justa razón conjetura, que está el Colidoco obstruido. El Piloto sabe por experiencia, que siempre que aparece cierta nube, se sigue borrasca; pero el Astrólogo, cuando conjetura es arbitrario, sin razón, ni experiencia. Los Eclipses del Sol, y Luna, pueden predecirlos para muchos años, los que contemplan el curso, y movimiento cierto de las Estrellas, porque predicen lo que la necesidad de la naturaleza ha de cumplir; pero que se ha de hallar un tesoro, venir una herencia, tener una ganancia en el Comercio, caer en prisión, o llegar la muerte, ¿por dónde podrán gobernarse para saberlo? ¿O en qué se funda este futuro anil, o cuento de viejas, lleno de estolidez, y superstición?

En esto, el corajudo Astrólogo, viendo que Cicerón le iba echando a cuestas casi todo su segundo Libro de Divinatione, de rabia se tiró un mordiscón en una mano, y no se sacó el bocado, porque no debía de estar de su Signo quedar manco, o (lo que es más verisímil) porque le dolía mucho; contentóse con dar una tan terrible coz en el suelo, que partió dos baldosas, y así obligó a callar a la modestia de Cicerón, y él se desahogó (que era fuerte desahogado) diciendo: Señores, yo no puedo creer, sino que los Sabios, desde que no hacen caso de nuestros juicios, han perdido el suyo. En esto conozco que se acaba el Mundo, y que hoy es el día del Juicio, en que hasta ahora jamás se ha dudado, que la Astrología [15] es el alma de la Agricultura, Náutica, y Medicina; y que la misma Iglesia se gobierna por las Lunas.

Tenga Vmd. replicó el Médico, que hoy se duda, se ha dudado siempre y (si dura el Mundo más allá de este Juicio) se durará en adelante. Aunque cada día se durará menos, porque los hombres cada día se desengañarán más. Señor mío, hemos de distinguir lo que es casualidad, de lo que es Arte; lo que es casual puede acertarse, pero no inferirse. Lo mismo es ponerse dos a jugar dados, que ponerse dos a hacer Piscatores (sin tener los Almanaques más ciencia, pues es echar los dados, como echar los anuncios) uno pronostica, que ha de echar más puntos, otro que no: de los dos nadie duda, que el que gana hace mejor Piscator; pero nadie dice, aunque acierte, que hizo mejor pronóstico, porque el acertar fue acaso, y no artificio; y dista mucho lo que en las Artes llamamos conjetura, de lo que en los Piscatores llamamos contingencia.

Por lo que toca a que la Iglesia por la Luna, en arreglar las Pascuas, es así verdad, como lo es, que también se gobierna por el Sol en las horas Canónicas, y en todo el año Eclesíastico; pero esto es Astronomía, no Astrología. La Iglesia contempla el seguro movimiento de los Astros, y así los Calendarios son institución eclesiástica, que se sustituyeron por las Cartas Pascuales, que antiguamente se remitían a los Obispos; pero ya hoy vosotros habéis corrompido esta Sagrada institución, mezclándola nefariamente con anuncios profanos, y delirios Astrológicos, dignos de risa. Y porque no parezca capricho la solución, ni pronuncie yo cosa delante de tan venerando Congreso, de que no presente justificación, presento esta misma respuesta, en un testigo de mayor excepción; y al decir esto, tomó de la Biblioteca Délfica las Epístolas de San Agustín, y en la 55 leyó el siguiente párrafo: Por eso debemos reírnos con detestación de los delirios de los Astrólogos, a quienes objetándoles sus vanas ficciones, con que precipitan a los demás hombres al error, en que ellos primero se precipitaron, se muestran demasiado habladores (así los trata el Santo) diciéndonos con bachillería: ¿y por qué vosotros celebrais la Pascua según el cómputo del Sol, y la Luna? Como si nosotros arguyésemos contra el orden de las Estrellas, o contra la repetición de los tiempos, establecidos por nuestro Sumo y Óptimo Dios; y no contra su perversidad, que abusa de las cosas sabiamente establecidas, para establecer sus tontísimas opiniones. [16]

Volvió el Médico a cerrar el libro a toda prisa, porque el Astrólogo iba a cerrar con él a cachetes, viendo la autoridad tan en términos contra sí, y que no podía interpretarla; pero como el día del Juicio, más es día de satisfacer, que de reñir, intentó alegar, que el Santo se había engañado en esto, como en otras opiniones físicas. Al oír Apolo semejante blasfemia, le amenazó con que para los mordaces había mordazas; y que esta doctrina del Santo no era física, sino moral, en que, como Doctor de la Iglesia, no podía engañarse, cuando condena este abuso de los Astrólogos; y que aunque para los demás se le toleraba su obstinación, para con San Agustín (a cuya santidad, y soberano ingenio se reconocía muy inferior el mismo Apolo) no se le toleraría en adelante, y volviéndose al Médico, con semblante apacible, y majestuoso, le mandó prosiguiese filosóficamente la impugnación; pues tenían traza de gastar todo un día en menudencias, aunque fuese tan largo como un día de Juicio. El Médico, pues, prosiguió así.

§. III.

Sólo tú, refulgente Apolo, eres el Astro, que con tu iluminación, y movimiento, como única, y universal causa, influyes en la tierra, y sus producciones, y nos haces distinguir los tiempos. Los demás Astros; unos por no tener cualidad activa, como los Planetas; otros por estar demasiado temeros, como los demás Astros fijos, tampoco tienen sensible influencia sobre nosotros. A tu perenne giro se deben los días, y las noches; a tu declinación, por el Zodiaco, la variedad de las estaciones; y a la variedad de estas, como causa general (modificada con las diversas combinaciones, y fermentaciones elementales, o meteóricas) se sigue la variedad de los temporales, las diversas enfermedades, que epidémicamente corren. Todo lo demás, que supone el ridículo (que llaman) Arte de Astrología, es improbable, y dicho sin más fundamento, que el gusto de sus Inventores. A tu calor se debe el calor, y sequedad de la tierra, en cuanto sacando el humo de las cosas, las haces secas; y a tu ausencia accidentalmente se debe el frío, y la humedad, por cuanto sin calor, ni el frío se expele, ni el humor se evapora. Tus rayos ponen en movimiento las semillas, en perfección los metales, en fermentación los minerales, en vegetación las plantas, y en animación los sensitivos. Las demás Estrellas luminosas, quizás podrán allá en sus Orbes [17] calentar, o producir otros efectos; pero para nosotros son tan inobservables, que no tenemos de ello argumento sensible.

A tu calor, Padre universal de la Naturaleza, se sigue la atenuación de las materias, distrayendo sus partes, así como la incrasación, extrayendo lo que impedía su coherencia. Síguese también la molificación, que no es más que un divorcio de las partículas estrechamente unidas, y la induración, que es una estrecha unión de las partes antes disociadas; y lo mismo digo de la sublimación, fermentación y demás cualidades, que concurren para las varias generaciones, y corrupciones del Universo.

Y aun todas estas alteraciones, que reciben de ti los sublunares, no son por ti, sino accidentales a ti mismo: pues al Sol le es accidental, que haya semillas, o materias que reciban su influjo; así como a una fuente, que despide sus aguas, la es accidental, que haya quien las recoja. Del mismo modo causa accidentalmente el Sol la variedad de las Estaciones, pues al mismo tiempo que para nosotros es causa del Verano, para nuestros Antecos es causa del Invierno; lo cual depende de que cuando sobre nosotros envía los rayos más perpendiculares, y por más tiempo, sobre los otros caen más oblicuos, y menos durables: y esto le es tan accidental, como le es accidental a un brasero, que el que está más cerca, y más continuamente, se abrase, y el que está lejos, y más breve tiempo, se hiele. De donde se deja inferir que si aun estos efectos, que son tan manifiestos, le son accidentales al Sol, Astro poderosísimo, ¿cómo podrá esencialmente producir otros influjos, que vanamente le imputan, y que no nos son manifiestos? Y mucho menos puede decirse de los demás Planetas, que son masas pasivas, y sin actividad, y eficacia, que temerariamente les atribuyen estos Planetarios.

Tampoco las Constelaciones, o Signos son causa de las cualidades que produce el Sol, no sólo porque llegará tiempo de que entrando el Sol en la Canícula haga frío (y aun ahora por Canícula le hace en nuestros Antípodas) sino porque entrar el Sol en Cáncer, o León (cuando más) es indicio, no causa del calor. La Canícula se parece a las Golondrinas, que no son causa del Verano, sino indicio. Con razón se llaman Signos, porque sólo son Signos y no causas. Explícome con un ejemplo: Cuando el Sol nace sobre el Convento de Santa Bárbara, y se pone sobre Guadarrama, es Estío, y hay muchas enfermedades ardientes; y nadie que sea cuerdo dirá, que Santa Bárbara o Guadarrama producen el ardor del Estío, o causan las enfermedades ardientes; y nadie que sea cuerdo dirá, que Santa Bárbara, o Guadarrama producen [18]el ardor del Estío, o causan las tales enfermedades agudas, porque los tales sitios no son causa de la tal Estación, sino señales de ella, por cuanto el aparecer el Sol, al nacer, y ponerse en estos parajes, es indicio de que entonces caen más rectos sus rayos sobre nosotros, y su giro dura más sobre nuestro Horizonte. Y por el contrario, dar el Sol en un balcón de Mediodía, cuando nace, y se pone, no es causa del frío del Invierno, sino indicio que yo tomo, de que su constante, y ordenado movimiento describe entonces sobre mi Horizonte una porción de círculo menor, y más oblicua que en Verano.

Y porque se vea, que ni aun el Sol es causa particular de las mutaciones y temporales, sino universal y accidental, hagamos, Varones Sapientísimos, reflexión, a que en medio del Invierno, hay algunos días templados, y en el Estío algunos días frescos; y si el Sol fuera causa específica de los tiempos, el calor con igual tenor fuera creciendo desde el Solsticio de Diciembre, hasta el Solsticio de Junio, y desde este igualmente fuera decreciendo hasta otro Solsticio, lo cual se experimenta ser falso. Demás de eso, todos los Veranos, e Inviernos fueran iguales, como que la positura del Sol siempre es igual un año, y otro. También hiciera más calor a fin de Junio, que a fin de Julio, como que el Sol cae más recto sobre nuestrras cabezas por Junio, que por Julio, que ya ya declinando hacia la Equinoccial. A esto suelen decir los Astrólogos, que del frío que suele venir en Verano, es causa el aterido influjo de Saturno, y que los días templados por Invierno, provienen de la influencia del iracundo Marte, Planeta ardentísimo, que con su aspecto suple la vecindad del Sol; pero si esto fuera así, siendo el aspecto de Saturno, o Marte igual en toda la tierra, en toda la tierra haría el mismo temporal, lo cual no se observa; pues cuando en Madrid hace frío,en Valencia suele hacer calor: aquí llueve, allí hace seco: acá hay serenidad, allá tormenta.

De donde se infiere, que la causa de estas alteraciones es la varia situación de los Países, y variedad de vientos que reinan; pues cuando en Invierno sopla el Austro, hace templado, y cuando en Verano sopla el Bóreas, hace fresco. Pero replican estos pertinaces Sectarios, que el soplar estos, o los otros vientos, pende también del vario aspecto de los dichos Planetas con Mercurio (que es el Señor del aire, o el Dios Eolo de los Astrólogos) pero no es menos quimérica esta evasión, pues se ve, que [19] siendo uno mismo el aspecto de estos Planetas en toda la tierra, no obstante no en toda ella se experimentan los mismos vientos; pues cuando en Castilla soplan Nortes, en Andalucía aspiran Austros: con que siempre es menester recurrir a la especial constitución de las regiones, y a las diversas fermentaciones, y otras alteraciones elementales, para explicar estos Fenómenos, despreciando por superfluas las cavilaciones Astrológicas.

De otro modo: todo lo que puede fundar conjetura para pronosticar lo venidero, o ha de ser causa continente suya, o ha de ser Signo necesario; pero ninguno de los fundamentos de estos Planetarios es causa, ni Signo necesario de sus predicciones: luego, ni tienen fundamento para la conjetura de lo venidero. La menor es clara; porque si la causa (que suponen) pues estar sin el efecto que pronostican, y el efecto sin el antecedente de donde le infieren, y no se prueba la conexión de uno con otro, el tal antecedente, ni puede ser causa, ni Signo del tal efecto. Y por experiencia continuada, consta, que con pronóstico de frío hace calor: con señas de seco, lluvia: con aspectos de esterilidad, abundancia: con maestras de enfermedades, salud (como después del Meteóro del año pasado, pronosticaron muchas dolencias, y fue el tiempo más sano) luego esta pronosticación por los Astros, ni merece el nombre de conjetura, ni es más que un fortuido acaso, aunque para disimularlo aplican el Dios sobre todo, como si en los efectos naturalmente conexos con sus causas, hiciera jamás Dios milagros para falsificar los Pronósticos. Cuando viene el Equinoccio Vernal, pronosticamos, que habrá flores en los árboles, y cuando ríe la Aurora, anunciamos, que vendrá presto el Sol; y aunque Dios sobre todo, en esto nunca recelamos, que falsifique Dios nuestros Pronósticos, por ser naturalmente conexos con sus antecedentes, como a cada paso falsifica los suyos. Ningunos vociferan más el Dios sobre todo que los Almanaques, y sobre todo está Dios, menos sobre ellos. Por eso decía un discreto, que acababan con una mentira, y empezaban con otra, pues siendo el Piscator pequeño, lo primero con que empieza es, llamándose Gran Piscator, porque les coja la mentira de rabo a oreja.

Pero vuelvo al intento: Las Estrellas fijas, v.g. las que componen la Canícula, por su movimiento propio hacia el Oriente nacen hoy día, y se ponen un mes más tarde, que en los tiempos antiguos, en que los Griegos hicieron sus Tablas, y observaciones; [20] y con todo eso, las mutaciones generales, v.g. el calor del Estío, no se retarda hoy un mes más, sino permanece aligado al movimiento del Sol por el Zodiaco: quiero decir, los grandes ardores, que había antiguamente por mediado Julio (que era cuando entonces nacía la Canícula) hoy mismo se sienten a mediado Julio, y no se han transferido a mediado Agosto (que es cuando ahora en estos tiempos nace la Canícula) ni pasados diez mil años, si dura el Mundo, se transferirá el calor del Estío a mediado Enero, que es cuando entonces nacerá la Canícula: luego el calor no va con la Canícula, sino aligado al Sol.

De las lluvias, y tempestades digo lo mismo, pues cuando hay una causa manifiesta, no es filosófico recurrir a otras obscuras; lo cual supuesto, ¿cómo probarán, que los vapores, o exhalaciones que se levantan para causar las lluvias, o tormentas, las levanta algún Astro, teniendo otra causa más cercana, y poderosa, que pueda elevarlas, que es el fuego Kirkeriano, inquilino de los Pirofilacios de la tierra? Del mismo modo se debe discurrir de la esterilidad o abundancia en las cosechas: pues que el Labrador estercolando la tierra, si la riegan lluvias a tiempo, coja muchas mieses, no se debe refundir a algún Astro, sino a su diligencia, y a las oportunas lluvias: así como la esterilidad al defecto de riego, al poco cultivo, a la plaga de Langosta, o a otras causas manifiestas; pero nunca es menester recurrir a las Estrellas, para explicar semejantes acontecimientos.

Y si quisieren porfiar, en que todos esos beneficios, o desgracias vienen de las Estrellas; se vuelve a instar; pues las Estrellas guardan un mismo aspecto en toda la tierra, y no obstante en un Lugar hay buena cosecha, y dos leguas más allá mala. Y en verdad a quien no hará reír el disparate de dar buena cosecha de aceite, mala de vino, y de algarroba mediana? Como si el influjo de un Astro cayese sobre las olivas , y no sobre las viñas. Esto es propriamente introducir en nuestra República Cristiana la Gentílica dedicación de cada árbol a cada particular Numen, como consagraban el Laurel a Apolo, y el Ciprés a Plutón.

Al acabar esta cláusula, se escuchó un grande alboroto de vulgo a la puerta, y era, que los Porteros entraban con un nuevo Libro, intitulado: Teatro Crítico Universal, por el Reverendísimo Padre Maestro Fray Benito Feijoo, Benedicto, en que se trataba de muchos errores vulgares; pero como el castigo a nadie enfada más que a los reos; unos se agarraban por quitársele de las manos; otros [21] ignorantes blasfemaban contra él; una tropa de Músicos empezó a entonar contra el Reverendísimo una absurda algazara, o cacofonía a tres: éste se quejaba de un asunto, aquél de otro; pero Apolo, para evitar, y despreciar la molestia del Pueblo, tocó la Campanilla, y mandó a los Porteros, que cerrasen, y que el Secretario hiciese por mayor relación de los asuntos, y las razones de ellos, lo cual hizo bien aprisa, porque lo fluido, y Lacónico del estilo, eran muy a propósito para la brevedad: y hecha relación de todo lo que alegaba este sublime ingenio contra la Astrología Judiciaria, no recibió poca alegría el Médico, ni menos desmayo el Astrólogo; pero no teniendo que responder contra ello, dijo: Mejor fuera que el Padre impugnase herejías, ayunase, y se azotase, que meterse en estas materias, ajenas de su Religión. ¡Gran respuesta!, dijo toda la feria Junta, y no pudo menos también de sonreírse, aunque con gravedad mesurada, de semejante desatino. Apolo entonces mostrando desabrimiento del despropósito, mandó se sobreyese en esto, y el tal libro se colocase entre los de su primera estimación, y el nombre del Autor fuese escrito entre los Ilustres del Catálogo Délfico.

§. IV.

El perdulario Astrólogo, ya que hasta allí no había usado más armas, que terquedades, desvaríos y atrevimientos, pareciéndole, que ya podía montantear antes de saber esgrimir, y engañándole al pobre diablo su limpieza, dijo: A bien, que a su pesar tengo eternizado mi nombre, y entre todos no hay nombre tan famoso, y cacareado como yo. Juvenal, que son sus sátiras detenidas estaba ya que reventaba, porque no se le apostemasen en el cuerpo, se levantó, y pidió licencia para a cuanto dijese este Calendario, irlo echando el contrapunto; pero no como algunos bardos ingenios de este tiempo, que siendo más a propósito para arar, que para escribir, a río revuelto se meten a pujar gracias, y en vez de sales, unos gastan salitres, y otros pimientas. Juvenal, pues, oyéndose decir, que tenía eternizado su nombre, y que no había hombre más cacareado que él, le dijo al oído: Con esa misma vanidad le vi yo entrar en el otro mundo a Farruco de Castro. ¿Cómo un cadáver de mala muerte me habla así?, replicó el Piscatorista, y más habiéndome elegido lo grave, y serio de una Escuela, por uno de sus Maestros, con aplausos que no los [22] cuenta de otro la más caduca memoria? Volvió Juvenal a decirle: No tiene otra disculpa esta Escuela, que no haber hallado otro Astrólogo, porque los Astrólogos, señor mío, en verdad, que andan tirados, y están por las nubes, y con esto, y ganar cuatro chillones, se hizo todo el negocio: con que por fas, o por nefas, se halló Vmd. Maestro, debiendo antes ser discípulo. En cuanto a los aplausos, que no los cuenta de otro la más caduda memoria: mire Patillas por dónde ha entrado. Apolo, en fin, mandó al Astrólogo, alegase lo que tenía que alegar, y él, para satisfacer al concurso, y desempeñar sus nuevos grados, le pareció mostrar algo de erudición, y exclamó.

Luego será inútil la célebre división del Zodiaco en sus doce partes, que llamamos signos, y la subdivisión de cada Signo en sus treinta grados, y de cada grado en sus minutos. A esto repuso Juvenal: Todas esas divisiones y líneas son tan imaginarias, como vuestros Pronósticos. Cada Estrella de las que componen un Signo, dista muchos millones de leguas de la otra, aunque todas parecen en un plano, y engañan vuestra vista: cada una de las fijas tiene su vórtice, y es como otro Sol de aquel Orbe; pero de esto bien sé yo que tú no has visto, porque aún no has salido de las butifarras de Ptolomeo, y de fingirte al Cielo casco sobre casco, como cebolla. Prosiguió el Astrólogo: Luego también tendréis por falso, que los Signos se distinguen en Vernales, Estivos, Autumnales, y Hiemales: y en Boreales, e Imperantes, y Australes, u Obedientes. Como también en ascendentes, o rectos, y descendentes o tortuosos. ¿Y en cardinales, fijos, y comunes? A este verso le echó Juvenal la antifona, de que con poca más jerga que añadiese, tenía bastante para engaitar patuecos a la puerta del Aula, y que le diesen aplausos, que no los contase de otrola más caduca memoria. El Astrólogo dijo: ¿Qué es esto, señores, hay entendimiento en el Mundo? ¿Tomáis acaso a risa, que hay Signos conjuntos, que se miran con algún aspecto, trino, cuadrado, o sextil; y disjuntos, que con ningún aspecto se miran? Así como que hay unos ígneos, como Aries, León, y Sagitario; otros térreos, como Tauro, Capricornio y Virgo; otros aéreos, como Libra, Acuario, y Géminis; y otro acueos, como Cáncer, Escorpio y Piscis: De donde nacen los cuatro famosísimos Trigonos. Juvenal le repuso: Eso es según el cuaternión de los vulgares Elementos, haber fingido en el Cielo una baraja de figuras, Sota, Caballo, y Rey de cada palo, y cuatro tercias reales [23] para jugar a los cientos con los futuros. No obstante, lo cual, prosiguió el Astrólogo preguntando.

¿Acaso es chanza, que hay unos Signos humanos, como Virgo, y Géminis; otros ferinos, como Aries y Tauro; otros reptiles, como Cáncer, y Escorpio? Advirtió Juvenal, que estando en el Aire, era mucho no hubiesen puesto también otro par de Signos volátiles. Siguió el otro su comisión, diciendo: Que hay unos masculinos, y diurnos; otros femeninos, y nocturnos: unos fecundos, como Piscis; otros estériles, como Virgo; y otros mediocres. Ahí faltan (dijo el Acólito) Signos hermafroditas, y neutros: ya que hay masculinos, y femeninos, por la regla de eis dato foemineis, maribus da Piscis, Aqualis. El Astrólogo seguía su tema, añadiendo; unos ruminantes; otros no ruminantes; unos iracundos; otros falaces, &c. ¡Qué cosa más ridícula (exclamó el Poeta) que siendo el Cielo morada de las virtudes, colocar en él los siete vicios!

El otro, prosiguiendo su intento, preguntó: ¿Tenéis a burla, que los Signos son casas de los Planetas, y que Cáncer es casa de la Luna, León, del Sol; Géminis y Virgo de Mercurio; Tauro y Libra, de Venus; Aries y Escorpio, de Marte; Piscis, y Sagitario, de Júpiter; y Acuario, y Capricornio, de Saturno? ¿Y que unas casas son exaltaciones de unos Planetas, como Aries, que es exaltación del Sol, y Tauro de la Luna: y el Signo opuesto a cada uno es su deyección (hablando con perdón, encajó Juvenal) o caída, como del Sol, Libra, y de la Luna, Escorpio?.

De paso quisiera saber de vos (dijo el Poeta satírico) ya que parecéis diestro en estas quisicosas, ¿en qué han pecado Leo y Acuario, que no son exaltaciones, ni deyecciones de Planeta alguno? Ese es el inconveniente que yo siempre he hallado, respondió el Astrólogo; y aun por eso (hablando del Meteóro del año de 1726) dije, que el Sol se exaltaba en Leo. Juvenal añadió: En eso lo erró Vmd. como buen Físico; pero lo acertó como mal Astrólogo. Ea, vaya Vmd. adelante con su Letanía.

¿Mas qué querrá Vmd. (prosiguió el otro) tomará zumba, que hay Decanos de cada Signo, y que los diez primeros grados de Aries se atribuyen a Marte, los diez siguientes al Sol, y los diez últimos a Venus, y así de los demás? ¿Y que de los cuatro Trigonos el ígneo es propio del Sol, y Júpiter: el térreo, de Venus, y la Luna; el aéreo, de Saturno, y Mercurio; y el acueo, de sólo Marte? [24]

Dichoso Marte, encajó Juvenal, submissa voce, que vive en casa sola, sin que le inquiete vecindad: de eso tiene la culpa el ser los Signos pares, y los Planetas nones.

¿Es cosa de juego, señor mío (reconveníale el Astrólogo) que tiene insigne poder cada Signo sobre cada Provincia, de las que le están sujetas? Negará Vmd. que Leo domina en Italia, y Aries en Francia, y que no sólo ejercen su poderío en Provincias enteras, sino en las más desdichadas Villas, y Lugares?

No pudo sufrir esto Juvenal, y le importunó delante de todo el Congreso, a que le dijese, qué Signo influía sobre Maudes, admirándose de que pudiesen tropezar las Estrellas, con un Lugar, con quien no había podido dar el Mapa: y de que no habiendo criado Dios las Aldeas, y Villas (pues fueron edificados por sus Fundadores) ¿por qué motivo o conexión habían tomado estos Asterismos la penosa incumbencia de custodios de las tejas, y ladrillos de aquella población? Preguntaba también, si a los Signos tutelares de Troya, y Numancia, después de exonerados de su empleo por la ruina de estas Ciudades, les habían repartido los Astrólogos otro negocio. O habían quedado con ese trabajo menos. Y si era así, era menester que hubiese otros Signos, que hubiesen influido en estos la buena, o mala ventura, y el mucho, o poco trabajo, que ab initio les estaba destinado. Dudaba finalmente, siendo un punto la tierra, respecto del Cielo, cómo no se confundían estas jurisdicciones. Y un Signo contra el Poder Monárquico de otro sobre toda España se atrevía a tomar la vara de Alcalde en Fuencarral. Porque si el primero era más poderoso, tomaría el mando, y el paso en todas partes; y si no lo era, en ninguno se le dejaría tomar el segundo.

A todo esto el Astrólogo hacía, como que no entendía (y no tenía mucho que hacer) y proseguía su Calendario, diciendo: Acerca de los Planetas, ¿cómo podéis negar,que el Sol es caliente, y algo seco? ¿Marte seco, y ardentísimo? ¿Saturno muy frío? ¿Venus, Júpiter y la Luna húmedos, y algo calientes? ¿Y Mercurio indiferente?

Por cierto, es gran desvergüenza (replicó Juvenal) siendo Marte ardentísimo, que con la ayuda de Venus, Júpiter, la Luna, y el Sol consienta se conserven las nieves en la cumbre de Sierra Nevada aun debajo del Clima, y tiempo de mayor calor. Y es mucho a fe, que tenga osadía un poco de nieve a resistirse contra el ardor de tantos Planetas: y lo que es más, contra el [25] gran poder de Cáncer, y León; y esto es, que viniendo de arriba los influjos, lo primero que debían derretir, era la nieve de las cumbres; pero me dicen, que hay esperanza de que los Astrólogos venguen este desacato, y dén querella ante Marte, contra la nieve de las Sierras, por venitente, relapsa, convicta y negativa.

Prosiguió el Piscatorista: ¿Cómo podréis resistiros a que Júpiter, y Venus son Planetas benévolos; Saturno, y Marte malévolos; la Luna, más bien intencionada, que mala; y el Sol, y Mercurio, unas veces malos, y otras buenos? ¿Podrá alguno disputar, que el Sol, Saturno, Júpiter, y Marte, son masculinos; la Luna, y Venus femeninos, y Mercurio promiscuo? ¿Y que los Planetas, decimos se emasculan, cuando están luminosos, orientales, y directos; y al contrario, se afeminan, cuando vienen menos lúcidos, occidentales y retrógados? Habrá quien porfíe sobre que los Planetas no tiene en el Zodiaco sus dignidades esenciales, de que inferimos los testimonios de su fortaleza; es a saber, de su Casa cinco, de su Exaltación cuatro, de su Triplicidad tres, del Fin dos, y del Decano una? Y que el que no tiene estas dignidades, se llama débil, feral, y peregrino? Como el que tiene el conjunto de las más, o todas estas dignidades, se dice tiene el Trono, y Reino, o Solio? Dudará alguno, que el gozo de un Planeta, es estar en su Signo diurno; y el exilio, es tener todos los cinco testimonios de debilidad? Cinco mil les levantan Vmds. dijo Juvenal; mas él prosiguió: No es demostración Matemática, que el aspecto sextil de dos Planetas, es cuando distan entre sí dos Signos (que es la sexta parte del Zodiaco) el cuadrado tres (que es la cuarta parte) el trino cuatro Signos (que es la tercia del Círculo) la oposición seis (que es todo el Diámetro) y la conjunción ninguno, porque están en un Signo; y que de estos aspectos, el sextil, y el trino, son benéficos; el cuadrado, y la oposición, maléficos; y la conjunción, indiferente? ¡Válgame Apolo, pronunció Juvenal, y lo que saben estos Astrólogos! Como se quedara con la boca abierta, oyendo esta jerigonza, un corro de Coritos! Entre tanto, el Planetario inculcaba obstinadamente: No es cierto, que estar los Planetas cacimos, combustos o hipaugos, conduce mucho para saber su fortaleza o debilidad? Pues qué diré de los admirables efectos de las magnas conjunciones, como la de Saturno, Júpiter, y Júpiter, que viene cada veinte años? Y la de Saturno, Júpiter y Marte, que sucede cada ochocientos? Es menester ser estúpido, para negar los [26] prodigiosos efectos, que en tales años suelen acaecer. Es verdad, dijo el Satirista, en tales años rebuznan los burros, y se casan las viejas.

Pero ni por esas quería callar el Astrólogo, antes empezó a gritar: Negarán todos los Doctores del Mundo, que el Planeta Señor del año, es el que levantada la figura, o tema Celeste, se halla al principio de la Primavera en cada Horoscopante, y en su gozo diurno y triplicidad, el más fuerte de todos, y dueño del Ascendiente: y que después, entre el año, cada Planeta domina en sus horas, y en sus ciertas edades, y hasta en los diversos estados, como Saturno en la Agricultura, Júpiter en la Política, en la Milicia Marte, en las Dignidades el Sol, Venus en los Amores, Mercurio en los Comercios, y la Luna en las Peregrinaciones. ¿Y qué Planeta manda, le preguntó el Glosista, sobre el beber vino, cortarse el pelo o destetar chiquillos, cuyos portentosos efectos nos anuncian los Piscatores?

Finalmente, el Caldeo amostazado concluyó así: ¿Qué mayor equidad, que dividir al Cielo en doce casas? El otro pícaro le dijo: Más tiene Chamartín, y no es tan grande como el Cielo. Y él prosiguió: aunque en esto hay su variedad: pues unos quieren, que los puntos de las intersecciones sean según los Polos del Zodiaco; otros, según los del Ecuador; y otros, según las seneciones de cada Horizonte, con su Meridiano: todo lo cual no hace mucho al caso.

Por de fuera le cae, dijo el Médico, sonriéndose. No es nada la diferencia, para que se mude de arriba abajo todo el Sistema celeste. Estas doce casas son casi todo el fundamento de la Astrología; y ha sido tal la variedad, con que los Astrólogos las han establecido en diferentes tiempos, que de esto sólo consta bastantemente la vanidad de dicha Profesión (si merece tal nombre la que carece de principios) Julio Firmico dividió la esfera de un modo: Regiomonte de otro, que llaman racional: Campano, y Gazulo hicieron las casas a su modo: Alcabicio, y Sajonia las pusieron de otro: Porfirio también repartió el Cielo a su gusto; y según tanta variedad de temas, salen también tan varias las predicciones, que en un mismo día, y hora en la esfera oblicua, sale todo lo contrario, que en la recta, u horizontal; y así, uno pronostica esterilidad, otro guerra, otro garrotillos, y nada de ello sucede. ¡Vanidad de vanidades, y todo vanidad! [27]

§. V.

Escandalizado estaba el Circo con tan extravagantes palabras, y pensamientos; pero todos escuchando, con tal atención, que parecía estaban agarrados por las narices; cuando Apolo, interpolando un poco de descanso, mandó al Doctor, dijese lo que se le ofrecía. Él, obtenida la venia, después de protestar una profunda sumisión al dictamen de los doctos circunstantes, empezó así: Aunque tu precepto, Supremo Apolo, y la complacencia de tus Serenísimas Musas, disculpan, y aun honestan la exorbitancia de salir de los límites de mi Profesión; no obstante, porque vea este perdulario, que los Médicos aplicados, y no sólo de grado, sino de ejercicio, demás de saber Medicina (que es nuestro juro) podemos meter seguramente nuestra hoz en su infecunda miés, será preciso poner algunos reparos a la débil, y caduca fábrica de ese Nembrótico edificio. Y aunque fío que él no satisfará (porque no lo tiene de costumbre) no tanto lo hago por él, cuanto por el gusto de tanto Sabio, y la vindicta pública de tanto vulgo.

¿Quién, que tenga cerebro, no conoce, que todo cuanto ha dicho ese Mamacuto, es arbitrario, y sin prueba, o fundamento alguno? En oyendo tan ridículos supuestos, se ve que son meras ficciones, para embelesar la simplicidad. Pero porque no sólo los incautos, y gente de montón, dan crédito a esta bobería, sino aun muchos de vestido más serio, y los pocos que viven desconfiados, lo más que llegan, es a dudarlo, pero no a convencerlo, ni aun abiertamente a disputarlo, por no arriesgar su perezosa prudencia: yo hoy pretendo hacerme partidario de la verdad a cualquier costa; porque de nada se avergüenza más ella, que de verse en precisión de parecer avergonzada entre las gentes.

Para refutar, pues, tan ridículas suposiciones, bastaría considerar, que si nosotros viviéramos en el País de nuestros Antípodas, era menester subvertir todas las contrarias señales, y efectos que nosotros; y si viviéramos debajo del Ecuador, o Zona Tórrida, nos hallaríamos en gran confusión, sin saber por qué lado tomaríamos estas reglas; por el lado derecho, la Canícula influiría calor; por el izquierdo, frío. Pues qué, si estuviéramos perpendicularmente debajo de los Polos, sería menester inventar otra Astrología, porque la que acá nos enseñan, no sirve para allá; como que [28] debajo de los Polos no hay parte Oriente, ni Occidente, pues las Estrellas fijas, y el Zodiaco siempre allí están en un mismo estado: Saturno sólo nace, y muere en el espacio de treinta años, y a esta proporción los demás Planetas, según lo veloz, o tardo de sus movimientos. De donde se infiere, que no puede haber Astrología general, ni regla, que sirva para todas partes; antes para cada lugar, es preciso inventar su especial Arte de hacer Sarrabales: el cual no puede fundarse en las antiguas experiencias; pues los Caldeos, que gozaban tal serenidad de Cielo, y los Egipcios, en cuyo País casi nunca llovía, no pudieron dejar observaciones, para predecir lluvias, y toda esta alteración de aries, y tiempos, que experimentamos acá en nuestras regiones, y ellos no experimentaron.

Y aun cuando fuera así, ¿cómo nos podrán persuadir, que Aries, debajo de quien suele haber tantas lluvias, es Signo ígneo? ¿Y Cáncer, en que suele haber grande calores, es acueo? ¿No es cosa de delirio, creer, que hay unos Signos humanos, y otros ferinos, sin dar prueba de sus naturalezas? ¿Pues qué decir que hay unos estériles, como Virgo, y otros fecundos, como Píscis? Si es decir, que la virginidad es argumento de esterilidad, sin Astrólogos lo creerá cualquiera: si es decir otra cosa, debajo del Signo de Virgo, muchas han dejado de ser estériles. Que Aries es masculino, lo dirá cualquier muchacho Gramático; pero que el Signo femenino que le sigue, es Tauro, es cosa graciosa; ¿no valía más, en caso de querer poner Signo femenino a Tauro, no llamarle Toro, sino Oveja, o a lo menos Vaca, que sería más propio?

¿Pues qué diré del aposentamiento de los Planetas en sus Casas? Como si todos ellos no anduvieran por todas: o como s en la República Celeste fuera el Sol, y la Luna Astros de tan poca estimación, que a ellos se les señala una sola Casa de aposento, y a los demás Planetas dos; pero así convino para ajustar siete vecinos en doce Casas. Y si al Sol, por más caliente, le han puesto su domicilio en León, ¿por qué a Marte, que es también ardentísimo, no le han hospedado allí cerca? Y a la Luna, que es humedísima, ¿por qué no la han aposentado en Acuario?

Replicó el Astrólogo: Porque hemos hecho casa de cada uno aquella en que Dios le crió.

Lejos estábais vosotros, dijo el Médico, cuando Dios le crió, y más lejos estáis ahora de poderlo averiguar. Los testimonios de vuestros Caldeos, y Egipcios, son fabulosos; pues subiéndolos [29] por vanidad a millaradas de años, se oponen a la Cronología, recibida por la Iglesia. Y aun dejando todo esto, más conforme parece, que Dios criase a la Luna en la oposición, y así, que estando el Sol en Leo, estuviese ella en Acuario, que es Signo opuesto.

Reparo también, Apolo soberano, que en ninguna casa debía estar más exaltado cada Planeta, que en su casa propia (como que cada cual se engríe en su aposento) pues por qué Aries ha de ser exaltación del Sol, y no Leo, que es su propio domicilio? Y por qué, si Marte tiene su exaltación en la casa de Saturno, por vía de equidad Saturno no la ha de tener en la casa de Marte, sino en la de Venus? Y llegando a los Decanos, ¿no es injuria, que si todo el Signo de Aries es casa de Marte, se le quiten dos tercias partes de su aposentamiento para Decanos? ¿No es también injuria, echar a Mercurio de Géminis, su propia casa, para dar la sala a Júpiter, la alcoba a Marte, y el retrete al Sol? ¿Puede haber cosa más ridícula, que hacer sujetas las Ciudades, y Provincias a determinados Signos? Si el Cielo estuviera quieto, ya se podía entender, que cada parte de él dominase en la parte de la tierra que tuviese debajo; pero si siempre el Cielo está moviéndose, ¿quién hace que el influjo no se mueva de un sitio? Y más cuando al repartirse, van salpicando tierras sin orden, ni concierto; pues un signo domina en África, y en Moscovia; y otro en Irlanda, y Egipto: uno en Sevilla, y Bilbao, y otro en Santiago y Barcelona. No es cosa también graciosa, el dominio que fingen de los Signos en cada parte del cuerpo? Y como se dijo en la Carta defensiva, ¿no es soberbia, que Aries domine en la cabeza, teniendo demasiada? ¿Y Piscis en los pies, no teniéndolos?

Llegando a los Planetas, dicen, que Marte, porque es rojo, calienta: y Saturno, porque es pálido, enfría. Buen distinguir de colores. Por este Arancel, el coral rubio será ardentísimo, y el solimán muy frío. Lo cierto es, que si no naciera el Sol, aunque siempre Marte estuviera sobre nosotros, moriríamos helados; y si no se ausentara el Sol, aunque Saturno estuviera por bola de la Torre de Palacio, no necesitaríamos braseros. Y en fin, qué más bárbara ingratitud, que siendo el Sol de quien el Universo recibe tantos, y tan continuos beneficios, posponerle a Júpiter, y Venus, a quienes estos Astrólogos suponen los más benévolos Astros de toda la Esfera.

Por último, delante de toda esta venerable Academia, conjuro a este Astrólogo, a que me diga, ¿por dónde conocen, que los Planetas [30] en su casa tienen cinco testimonios de fortaleza, y no seis o cuatro? ¿Y en su exaltación cuatro, y no cinco, o tres? ¿Exorcizole para que que diga, por qué demás de los aspectos sextil, cuadrado, y trino, no hacen caso del pentágono, octágono, &c. y los aspectos medios? ¿O por qué uno en el sextil es bueno, y en el cuadardo, y la oposición malo? Pues siendo uno mismo, ¿en qué parte dejó su bondad? ¿O quién en el camino le comunicó su malicia? Compélole a que revele, ¿por qué no pronostican del mismo modo por las nubes, que también son rojas, blanquecinas, y de otros colores, y suelen tener figuras de Toros, Leones, y Serpientes? Y a que explique, siendo lícito adivinar por el color turbio, o claro de las Estrellas el temporal, ¿por qué no será lícito también a los Hariolos adivinarse por el color, u otra alteración de las vísceras en las bestias que inmolaban?

Las doce casas, en que han dividido el Cielo, son arbitrarias; ¿pues por qué no han de ser ocho, diez, veinte o sesenta? ¿Y por qué la primera casa ha de ser la que está debajo de la tierra, y no la que está sobre el Horizonte? ¿O por dónde vendrá esta virtud diferente a unos espacios llenos de una misma materia etérea, que a un Planeta que viene de buena, en llegando a tal espacio, o casa, le hacen poner de mala? Omito otras muchísimas objeciones por la brevedad, y porque a buenos entendedores pocas palabras. En virtud de lo cual, justísima Deidad, te suplico, borres del Mundo esta perniciosa, y frívola Profesión, para que los doctos queden gustosos, los vulgares advertidos, y los maliciosos castigados.

Ocurrió a esto el amarrido Astrólogo diciendo: Pues si es así como decís, ¿por qué en las famosas Universidades se consiente Cátedra de esta Facultad? La Cátedra, respondió el Médico, que se consiente en las Universidades, es la de Astronomía, no la de hacer Piscatores Judiciarios; y de Astrología debiera haber otra, pero había de ser para impugnarla: así como en las Cátedras también se leen las herejías, pero es para combatirlas.

Luego negáis que los Astros influyen en las varias mutaciones del aire (dijo el tal Vaticinador, en tono Abacial, estrujándose las manos, y tentándose la perilla) a que se siguen varios sucesos en la Medicina, Agricultura, y Náutica. Esa pregunta, respondió el Médico, haría grande ruido entre el innumerable vulgo, que está ahí fuera; pero entre los doctos que aquí residen, se oye sin escándalo, y se responde con sosiego, que sólo el Sol, y la Atmósfera [31] influyen en las mutaciones del tiempo, y esto accidentalmente, como quedó probado.

Todas las reglas que para estas mutaciones ponéis en vuestros libros, son vanas, y sin fundamento; porque para hallar el Planeta señor del año, hay demás de las imposibilidades alegadas, que los círculos que fingís, son imaginarios, y por tanto no tienen virtud alguna: con que las mutaciones que se experimentan, deben refundirse al Sol, a las fermentaciones, supra, o subterráneas, y a la varia situación de los Países. Pero sobre todo, la mayor dificultad es, que ninguno de vosotros, hasta ahora, ha podido saber el cierto momento en que el Sol, u otro Planeta llega al Punto Cardinal, porque no hay tan exactas Tablas (ni aun las mismas de Tico, que son las que más se acercan a lo verdadero) que haya determinado con certidumbre el Cuadrante de un día; y la prueba de esto es, que aun los Eclipses que son demostrativos, nunca puntualmente suceden en el mismo momento que nos decís: pues uno dice sucederá a las cuatro y veinte minutos; y otro, a las cuatro y media; y aunque aciertan en lo absoluto del Eclipse, yerran en lo puntual del tiempo, así como en la cantidad de dígitos, y en la duración; y siendo este a lo menos inevitable error en cualquier tema Celeste, se infiere, que lo que atribuyen a la primera casa, pertenecerá a la segunda, o a la duodécima, lo cual trocará de arriba abajo todo el Pronóstico. Y lo mismo digo de la incertidumbre del momento de la conjunción, u oposición de Luna: un día entero soleis ir diferentes unos de otros; a lo menos, en el Calendario de Valencia, la Luna, un día antes es nueva que en el Piscator de Madrid. Ajustad esas medidas; y vosotros, conscriptos Padres, preponderad este argumento, que a mí me parece insoluble.

Tampoco sabéis el lugar de los Planetas; pues el que discurre sobre el sistema del mundo Ptolemaico, los pone en uno; y el que camina sobre el Ticiano, o Copernicano, los pone en otros. Y aun permitiendo que sepáis la virtud, y lugar de cada uno, no teniendo averiguadas las virtudes de otros Planetas (que hay, y de quienes no hacéis mención) las cuales quizás serán opuestas a las de estos, por este lado también saldrán mancas las predicciones. Finjamos que Júpiter influye una cosa: ¿cómo sabéis que sus Lunetas no moderan este influjo, o no influyen lo contrario? Y si no hacéis caudal de la mayor parte de las Estrellas fijas, ¿cómo podéis saber, si estas coinfluyen o contrainfluyen con las otras? ¿Ni [32] cómo podéis, sin hacer cuenta de estas, averiguar los testimonios de debilidad, o fortaleza de todo el ejercicio de los Astros, no conociendo la mayor parte de sus tropas? De lo dicho se infiere, que tanto en lo demás suponéis, es una simpleza, revestida de Profesión, o un sueño de hombres despiertos.

Si alegáis la experiencia (que es memoria de lo que muchas verces, y del mismo modo acaeció) nadie ha visto dos veces al Cielo en un mismo sistema: luego nadie ha tenido experiencia de lo que pronostica. Si alegáis vuestros aciertos, quedaréis peor; porque mucho más crédito que os da la credulidad, os quita la experiencia. Y en prueba de que es mera casualidad (si sucede lo que pronosticáis) póngase el que quisiere por juego a decir cada día lo contrario de lo que decís (si lluvia, seco; si sereno, aire; si aire, lluvia, &c.) y de ordinario acertará más que vosotros. Un Piscator hubo, que tenía un criado, a quien vió un día escribiendo sobre su Reportorio: preguntóle, qué hacia. Y él dijo, que estaba haciendo un Almanaque, y Pronostico nuevo; ¿pues cómo tienes osadía tú, idiota, para hacer cálculos, sin haber visto a Argolio?, le repitió encorajado el amo. Señor (dijo el picaño) yo traslado los días y fiestas (olvídese, o no se olvide alguna) y en lo demás, a ojo de buen cubero, pongo al revés todo lo que Vmd. pone, y casi en todo acierto; y con efecto, al año siguiente tuvo más crédito el criado, que el amo; porque esto de ser Astrólogo, no consiste en más, que en perder la vergüenza de serlo.

Al acabar esto, se levantó Cardano, y con voz doliente, porque aún le duraba la pesadumbre de no haber podido adivinar la desgracia de su mujer muerta, y su hijo ajusticiado, pronunció entre sollozos: Bien lo atiné yo, cuando dije, que de cuarenta cosas de las que predecíamos los más astutos, apenas sucedían diez; y con esto, dando un alto suspiro, se volvió a sentar, y el Médico añadió: Tomaríamos, que nunca mintiesen más Vmds. También se levantó Pico Mirandulano, joven de gallarda presencia, y mucho más gallardo entendimiento, y dijo: Que habiendo observado los Piscatores todo un Invierno, de ciento y treinta días, sólos seis, o siete había hallado conformes a las predicciones de los Astrólogos: cosa verdaderamente, que echando fuertes, o soñando habían de salir más: y con esto se volvió el sabio Joven a sentar, y el Astrólogo con la deposición de Pico, calló su pico, aunque quedó bastantemente picado. [33]

§. VI.

Marcial estaba a un lado, remeciéndose en el asiento, y de cuando en cuando daba una palmada en el brazo de la silla; tenía un librillo en la mano, y por lo que dijo después, se conoció, que era el Gran Piscator del año de 1727, (que acababan de entrar los Porteros). En los movimientos convulsivos, que hacían las clavículas, y el tijereteo de las quijadas, daba muestras de que se reía, aunque por falta de pulmón, y laringe no sonaban las carcajadas. Todo el asunto era celebrar tantos disparates en un cuerpo tan chico, y se atragantaba con las muchas gracias, que se le venían a la boca; y más en este día, que si antes de buen humor había nacido, hoy de mejor había resucitado.

Reparó Apolo en los ademanes, y conociéndose la Musa, le permitió, que se purgase de algunos chistes, porque no se le hicieren balsa en el esqueleto, y se volviese a morir de reflexión; y él empezó: A fe, es cosa de risa, y propriamente abusar de la simpleza del vulgo, y la paciencia de los noticiosos, no sólo decir al que lee, qué día ha de hacer, sino qué ha de hacer aquel día; lo primero, encuentro aquí un Martes de Enero, día raro; he andado buscando si hay otro día denso, y no le tiene: con que no habiendo día denso, tampoco habrá día raro. Raro se llama de lo que se halla poco: con que por Martes, no puede decirlo, porque se halla uno cada semana. Si será por ser vario. Pero los días varios son muy comunes, con que no son raros. Si no es que sea lo mismo para el Piscator, vario, que raro; y en este sentido podemos decir: ¡Rara cabeza! ¡Raro anuncio! ¡Raro Astrólogo!

Aquí dice, que este día es bueno para purgar; dice bien: todos lo son para purgar reales de plata de las bolsas de los tontos majaderos de su alma. Aquí dice, que es bueno para sangrar;¡y como que sí! Y más si es de la vena de la arca. Aquí, bueno para cazar: faltóle decir, gangas. Aquí, bueno para pescar: quiso decir chorlitos. Aquí dice, planta, este es el consejo que da a sus Discípulos los Piscatores, diciéndoles, que en tales días planten, quiere decir, mentiras, que es fruto, que cunde tanto, que al otro año retoñan más fuertes. Aquí, hazte guedejas, o trasquílate (que es lo mismo) sin duda hay algún Astro Tundidor, que si da en tijeretas han de ser, pone para pelar a todo el Género Humano. Aquí manda desteta niños en Enero, y Julio: bien se guardarán de esos las madres. Esa máxima puede dársela a mamar a un niño de [34] teta. Aquí manda echar ventosas; parece yerro de Imprenta: en el original me han dicho, que estaba ventosidades. Aquí, recibe criados; se entiende, si tienes con qué pagarlos. Aquí, cásate: oh malvado Pronóstico! Pero no había reparado: que es que se han abierto las Velaciones. Aquí manda purgar, y que sea con píldoras: ¡Rara influencia! ¿Qué Planeta sera éste tan amigo de pelotillas? Aquí manda, no te cases: será quizás, porque está la Luna en Capricornio. Aquí poco antes de Canicula, y dentro de ella manda purgar con píldoras: a fe que esto no lo manda Hipócrates, porque debajo del Can, y antes del Can, son difíciles las medicaciones. ¡Hola! ¡Hola! A 22 de Noviembre aconseja, no hagas cosa. Todo el Coro de los Sabios clamó a un tiempo; si es mala, dice bien; si es indiferente, dice mal; si es buena, no puede decir peor. Prosiguió Marcial: A 23 dice, múdate, y él añadió: Si tienes buena casa, no hagas tal. A 24 aconseja, cásate, y yo te lo aconsejo., si tienes con qué mantener la mujer; y si no, hasta treinta y cuatro de Noviembre no te cases. Pero lo que no puedo llevar en paciencia, dijo el satírico, es, que aquí un día manda, que se casen, y no beban vino; y esto es, que está entonces la Luna en Acuario: este precepto huele mucho a Alcorán. Lo que es puesto en razón, es, que por Diciembre anuncia frío: y dice: Arrópate. Yo lo creo que lo harán, aunque dijera él lo contrario.

Entonces advirtió el Doctor, que cuando los Astrólogos mismos se han de purgar, lo preguntan al Médico; y ellos quieren sin ser Médicos, aconsejárselo a los otros. Cuando han de comerciar, consultan al Mercader; cuando han de sembrar, al Labrador, y quieren al mismo tiempo, que el Mercader, y el Labrador aprendan de ellos.

El Astrólogo desatinado arguyó: ¿Pues cómo hay leyes, y autoridades de Santos Padres, que toleran la Astrología, en lo que pertenece a la Agricultura, Náutica y Medicina? Respondió el Médico, que estas leyes se han de tomar, como se toman otras, que para evitar daños mayores, toleran los menores. Pues como la mente humana tenta tanta ansia de saber lo futuro, porque no cayese en el error de querer saber con curiosa solicitud las acciones libres, los peligros, naufragios, guerras y término de la vida (lo cual se consiente en nuestros Piscatores al Público) han permitido (no aprobado) lo que toca a la Agricultura, por satisfacer en algo la curiosidad humana. Al modo, que se toleran en algunas [35] Repúblicas, Lugares inmundos, como un daño menor, por evitar el daño mayor de que se infeste toda la República.

Pues decidme, volvió a argüir el Astrólogo, todo lo que dicen los Pastores, y Marineros por las nubes, y el calor de la Luna (v.g. si está pálida, lluvia: si roja, vientos: y si blanca, sereno) no es Astrología? No, dijo el Médico, que es Filosofía natural experimental, y por eso es tan segura.

A estas últimas claúsulas se levantó de un rincón del Teatro un muerto sobradamente vivo, y antes de presentarse ante Apolo, venía haciendo gestos, y desencajando las mandíbulas, sin que se pudiese saber, si reía, o rabiaba; sólo se infirió del ademán de sacudir los dientes con un dedo, mirando a uno y otro lado, que se burlaba de todos: y en esto, y en un libro, que traía debajo del brazo, cuyo título era Contra los Matemáticos; cayeron todos, en que era Sexto Empírico, el cual al llegar a la presencia del Presidente, doblando la sarta del espinazo, y arrastrando el astragalo izquierdo hacia atrás, en frase de cortesía a la Francesa, habló así: Aunque contra todas las Ciencias humanas escribí largamente, a ninguna tuve por más inútil, infable, e imposible, que a esta Ciencia Caldaica, porque, o lo que predice es futuro necesario, o casual, o voluntario. Si es necesario, es inútil, la Astrología, porque queramos, o no queramos, ha de suceder: con que nada nos sirve saberlo antes, porque en tanto nos sería útil saberlo, en cuanto nos sirviera para evitarlo. Si el futuro es casual, la Astrología, ni es Arte, ni es segura; porque lo que es casual, no es estable, y de lo que no es estable, no puede haber regla firme, y segura. O es de futuros voluntarios, y así es Arte imposible, porque es imposible predecir, lo que está en mi arbitriio, que suceda, o no: como quiera que lo que está sujeto a la pronosticacion, no puede estar sujeto a la libertad. Para responder a esto, llegó el Reportorista a la puerta, y trajo un globo celeste, que le tenía guardado un Donado suyo, y en él mostró mil figuras, remedando al Mundi Novi, revestido de Titiritero; pero Empírico replicó:

No solamente tengo vuestra profesión por inútil, instable e imposible, sino por ridícula en los influjos que supone, y mucho más en las figuras que introduce. No me dirá Vmd. señor Astrólogo, en qúe se parecen a la Osa esas siete Estrellas separadas que la componen? O qué fantasía ha persuadido a Vmds. que esas otras cinco Estrellas representan la cabeza del Dragón? Pues qué [36] diré de las Culebras, Perseos, Naves, Pegasos, Escorpiones, Cangrejos, y otros vestigios, y sabandijas que introducís? Tales delirios sólo han podido soñarlos unos hombres sin cabeza. ¡Ah pícaro desvergonzado!, dijo el Astrólogo. ¡Ah embustero insolente!, dijo Empírico, ¿tú te estrellas conmigo? Y sin encomendarse a Dios, ni al diablo, le tiró a la cabeza el Mundi Novi; de modo, que si no se baja, le hace de veras ver las Estrellas; el globo se estrelló contra el suelo, y el difunto volviendo a sacudirse con el dedo los dientes delanteros hacia fuera, en tono de burlarse de todos, se restituyó a su rincón.

§. VII.

A todas las objeciones alegadas, en vez de responder el miserable Reportorio, dijo con gran cachaza: Así, señores, una palabrita a los señores Médicos, que a todos nos tiene cuenta. Todo el libro tercero de Hipócrates es Astrología pura. El Secretario de la Academia previno, que observase formalidad, y dijese cuál libro tercero. Pase Vmd. adelante, dijo el Doctor, que a él no le toca saber, que en Hipócrates hay más terceros que en San Francisco, pues hay libro tercero de Humores, tercero de Dieta, tercero de Aforismos, &c. Ese lugar le habrá visto citado en algún papel de Confitería. Y pues Vmds. (prosiguió el Astrólogo) los más, o todos la ignoran, les encargo por caridad, que lo repasen, pues en las Lunaciones les pongo las malignas enfermedades populares que correrán. Dio una gran carcajada el Médico, añadiendo, que serían tan ciertas como las enfermedades, que pronosticó en el Meteóro de 1726 y en Enero de este mismo año, que en el primer cuarto da enfermedades prolijas, crónicas y garrotillos, y han corrido viruelas, que son las más agudas. En el segundo, mejor salud en Madrid, que en otras partes: dice bien; a lo menos, mejor salud, que en Constantinopla, que sabemos que corre la peste desde el año pasado. En el tercero, cuartanas, catarros, y dolores de dientes: de esto hay lo mismo en este cuarto, y aun menos que todos los años; pero puede servir el tal Pronóstico (por lo que toca a catarros) para todos los terceros cuartos de todos los Eneros del Mundo.

Concluyó el Astrólogo, diciendo: Hablo con la misma seriedad que su Hipócrates de Vmds. y allí encajó, no sé qué despropositado texto, cerrando con Dios guarde a Vmds. y les haga tan pobres, como a mí.

Y no de juicio, dijo el Doctorado. [37]

Todos se quedaron absortos de la sorna, y sandez del desdichado hombre, que sin haber tocado palotada, siempre volvía como el perro al vómito, creyendo que hablaba entre el innumerable vulgo, para quien escribía; pero el Médico por burlarle, le preguntó: Si entendía de Medicina. A que él respondió, que sólo entendía, pero que tenía su panza como el más pintado: pero dígame Vmd. (dijo el Médico) ¿Qué es Medicina? Púsose a resumir con gran desembarazo, repitiendo: ¿Qué es Medicina? ¿Qué es Medicina? Distinguo antecedens. Nadie pudo contener la risa, y hasta el mismo Apolo (que tenía por boba a la Alba, porque siempre se ríe) padeció también sus tentaciones; y sin duda no se rió con todas las entrañas, por no faltar a la decencia.

El Médico, no obstante, después de reprimirse por el respecto de los circunstantes, dijo: Porque este error de que la Astrología es necesaria para los Médicos, no sólo tiene ocupado a todo el ignorante Pueblo, sino aun a muchos de mayo clase, y lo que es más, a algunos Profesores de Medicina; parece del intento, probar que es inútil para los Médicos, pues queda probado, que es inútil para los demás.

De los pocos Médicos, que se jactan de esto, diga ingenuamente cualquiera, si para visitar algún enfermo suyo, se acuerda de levantar antes tema sobre su enfermedad: o si hay Autor práctico de alguna nota, que lo haga, o lo aconseje hacer: o que prohiba (habiendo legítima indicación) la sangría, o purga, porque la Luna está en Tauro, o Aries. La verdad del caso es, que estos supersticiosos, que lo publican; unos lo hacen de bondad, porque están poseídos de este error; otros lo hacen de malicia, para hacerse más excelentes entre los demás: o para que los llamen los Magnates, y ricos; pues como estos son más amantes de sí mismos que los pobres, sospechan los tales Médicos, que apreciarán más curarse con un Médico, que levante un tema celeste, en obsequio suyo: como si todas las vanas reglas de su Astrología les pudieran enseñar la complexión del enfermo, el tiempo de enfermar, la esencia, duración, período, y éxito de la enfermedad, los síntomas, y parte afecta, y el método curativo: bastando saber la estimación del año, el temporal que corre, y el que ha precedido, el temple del Lugar, la ocasión de enfermar, la vida anteacta, y las reglas , y aforismos de Hipócrates, lo cual sólo le basta, y todo lo demás le sobra.

No se aquietaba con esto el Astrólogo, antes con una gran [38] gritería inculcaba los textos de Hipócrates, que había citado; pero el buen viejo Hipócrates (que era casi el Decano de toda la Junta), viéndose levantar tal testimonio, dio muestras de querer incorporarse ; y porque con sus muchos años de muerto no podía, hizo señas a dos que le ayudasen. Salió el honrado viejo con su barba prolija, y venerable, afianzado sobre los hombros de sus dos fieles Discípulos, y conmilitones, Hollerío, y Marciano, dijo: Jamás escribí yo en todas mis obras, que la Astrología era útil para la Medicina; sólo dije algo de la Astronomía en mi libro de aerib. Aq. & locis, donde propuse: Que si alguno le parecieren estas cosas muy altas, y le apartase de esta sentencia, conocerá, que no conduce poco para la Medicina la Astronomía; antes mucho, porque con las Estaciones del año se mudan los estómagos de los hombres. Iba a proseguir; pero como su genio fue siempre hablar muy poco, y por su mucha edad no pronunciaba claro, fue menester que hablasen por él sus Intérpretes, y así dijo Hollerio: Yo comenté los Coacos presagios de este Sabio Griego, obra verdaderamente divina, y como un Extracto o Tesoro de la Medicina verdadera; pero en todos ellos no hallé razón alguna Astrológica, sino una pura interpretación física de la naturaleza.

Marciano, que era un poco más resuelto sobre el texto citado del Libro de los Aires, Aguas y Lugares, que es el más claro que hay en Hipócrates a favor de la Astronomía, comentó así: Los que profesan la Astrología Judiciaria, para persuadir, que es verdadera Ciencia, y necesaria al Médico, y que Hipócrates la supo, principalmente se valen de este Libro; pero decir, que la conoció, y que habló de ella, cuando dijo, que conducía mucho para la Medicina la Astronomía, es del todo vano. Es verdad, que tú dijiste, ilustre Coo, que entre otras cosas, necesitaba el Médico observar las mutaciones de los tiempos, y el ocaso, y nacimiento de los Astros; ¿pero en qué consiste esta observación? Consiste, en reparar lo que sucede en las mutaciones de los temporales de calor, a frío, y de frío a calor, y lo mismo de seco a húmedo, y de húmedo a seco, observando, no sólo si las mutaciones son grandes, y repentinas, sino también, en qué tiempo del año suceden, si hacia los Equinoccios, o solsticios, o en el nacimiento del Arturo, del Can o de las Pléyadas; porque si hay, v. gr. frecuentes lluvias cerca del ocaso del Can, o de las Pléyadas, se alteran mucho los cuerpos, (¿qué tiene que ver observar lo que sucede de presente, con pronosticar un año antes, lo que por la mayor parte no ha de suceder?) [39] Por lo cual, en estas palabras no quiso dar a entender otra cosa Hipócrates, sino que el Médico debe observar las mudanzas de los tempoerales, y en qué tiempos del año suceden: los cuales tiempos antiguamente no los distinguían de otro modo, sino por el nacimiento, y ocaso de algunas Estrellas, y por los Equinoccios, y Solsticios. Y aquí está el señor Hipócrates, que no me dejará mentir; cuando, y más que consta de su Libro tercero de Dieta, donde divide el año en sus cuatro Estaciones: se entiende, que el Invierno empezaba para los antiguos en el Ocaso de las Pléyadas, y duraba hasta el Equinoccio Vernal, y la Primavera desde aquí hasta el nacimiento de las Pléyadas: entonces empezaba el Estío, el cual acababa en el nacimiento del Arturo, o Equinoccio de Otoño, y éste duraba hasta otro Ocaso de las Pléyadas. Hoy que tenemos nuestro Calendario Gregoriano, sin explicarnos por el nacimiento, u Ocaso de esos Astros, sabemos los Equinoccios, y Solsticios por el Sol más seguramente que ellos; pues yéndose cada año retrasando el Exorto de estas Estrellas, su cuenta para la división de tiempos ya hoy no serviría. De donde consta, que como el conocimiento de estos pende de la Astronomía (que considera el movimiento del Sol) por eso Hipócrates aconsejó la Astronomía al Médico. Y que esta fue su mente, se conoce por lo que dice después:pues nunca sale del Ocaso, y orto de las Estrellas, y de la observación de la mudanza del tiempo, sin tomar en boca otros imaginarios influjos.

En otra parte dice, que en los legítimos tiempos, y que guardan su conveniente temperatura (como cuando llueve en Otoño, y el Invierno es moderado, &c. suceden enfermedades legítimas, y de buen juicio; pero cuando se altera este orden, y se truecan los tiempos, vienen males extraños, y de mala crisis. Que Hipócrates, o no conoció, o no hizo caso de la Astrología (sobre que está delante, y si no fuera por cansarle, le suplicaría que lo repitiese) se infiere de su Libro de Humores, donde todos los sucesos de la Medicina los refunde a las mutaciones Meteóricas, o al Exorto de los Astros, lo cual no es Astrología; y jamás sus aficionados darán un texto, en que use del influjo de Marte, Júpiter o Saturno, ni del poder de los Signos, y Casas, como estos Impostores. Y con esto, volviendo a cargar los dos Comentadores sobre sus hombros con el grande Hipócrates, le restituyeron a su escaño, yéndose cada cual al suyo; y se observó, que el buen viejo iba diciendo con regocijo: Así es: esa que dice Marciano fue mi mente. [40] El Astrólogo, viéndose desmentido por Hipócrates, y sus mejores Intérpretes, se quedó hecho un pazguato; y el Médico concluyó así: Probado ya, que para la Medicina es inútil la Astrología: y sólo sirve la contemplación de las mutaciones Elementales, tampco sirve para la Náutica, por cuanto aunque se suelen gobernar los Navegantes por los Astros, en las declinaciones de la aguja, para saber la altura en que se hallan (como también los rústicos se valen para saber de noche la hora que es) pero para el uso de su Arte, ni les sirve la Astrología, ni la usan. Para pronosticar tempestades, se valen de la experiencia; por la cual han llegado a adquirir con las repetidas observaciones, ciertas señales físicas; v.g. en el Mar Atlántico, cerca del Cabo de Buena Esperanza, así que ven una nubecilla (a quien llaman ojo de Buey) aun estando el Cielo sereno, recogen con toda diligencia las velas, porque brevemente se juntan a esta nubecilla otras muchas, y muy negras, que se aumentan por instantes, y de repente sale de ellas un Huracán tan furioso, que echa a pique la Nave, que halla con las velas tendidas. Esta sí que es la Arte de pronosticar, que necesitan, y adquieren con la observación repetida; y no la que se pretende adquirir, zabucando Signos, y Casas, e intentando saber un año antes, que Marte en el primer domicilio indica incendios, destrozo de Naves, y otras semejantes boberías.

Lo mismo digo de los Labradores, los cuales, si son prudentes, sólo deben gobernarse por el Sol, y las Estaciones, y temporales para sus siembras, y labranzas: y esto lo saben ellos mejor por experiencia, y sin Astrología, que todos los Astrólogos del Mundo, lo cual no es más que una Filosofía natural: y ninguno deja de sembrar, cuando conoce la oportunidad, por más que los Astrólogos en sus Almanaques le digan, que los Planetas esta mohinos, y amenazan malas cosechas; y si hay uno, u otro, que atienda a la Luna, esto se debe reputar por infección pegada de esta valida peste; de que nunca se desengañan, porque debajo de esta preocupación experimentan buen efecto, aunque no por la causa que piensan, v.g. si los hombres hubieran inventado la superstición de que se habían de comer alimentos euchimos en el creciente de la Luna, para que creciesen las carnes, sin duda los que los comiesen, engordarían; pero no sería esto, porque la Luna crecía, sino porque comiendo, también crecían ellos con la Luna.

Y la prueba de lo dicho es: Siembre cualquiera en cualquier aspecto de la Luna, que como no vaya contra el Sol, y el tiempo, [41] verá, que la Luna no tiene eficacia para adelantar, o minorar sus cosechas; y al contrario, tome el mejor aspecto de la Luna, sin permiso del Sol, y el temporal, y se desgraciará su trabajo. La Luna, ni aun calor envía a la Tierra; pues se ha observado, que en un prodigioso espejo ustorio (que puesto al Sol derretía al paso los metales, y hasta el oro en determinado punto) en este mismo espejo, recogidos los rayos de la Luna en un foco, no sólo no quemaban, pero ni producían calor sensible. Por todo lo cual, sapientísima Academia, es mi dictamen, que esta Profesión Astrológica es vana, y ridícula en lo Natural, por más que digan lo contrario el Sarrabal, que Dios haya; Torres, que Dios perdone; y Serrano, que Dios guarde.

 

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Discurso segundo
Que la Astrología es falsa, y peligrosa en lo Moral.

Antes de proseguir el Juicio, dio permiso Apolo a sus Sabios, para que descansasen un rato, considerándolos fatigados del pasado Discurso; y así, usando de la indulgencia, los vivos tomaron su polvo de tabaco, y los muertos se limpiaron el polvo que la polilla había sacado de sus esqueletos; y después de estornudard el que le dio gana, sonarse el que quiso, y componerse cada cual en su asiento, se abrió de nuevo el Juicio, y se mandó a los litigantes, que prosiguiesen. Obedeció el Médico, diciendo: No sólo la Astrología es ridícula en lo Natural (como queda probado) sino peligrosa en lo Moral; porque poco Erudito es, quien no sabe que la Astrología nació de una engañada credulidad, que su madre fue la disimulación, su obstetriz la necedad, su cuna la superstición, y su padrino el atrevimiento. Aquellos primeros Astrólogos suponían, que los Planetas eran intérpretes de la voluntad de los Dioses, la cual señalaban a los mortales con su nacimiento ocaso, color, o aspecto; y que en el Zodiaco, y sus doce Signos, presidían otras tantas Deidades, que gobernaban desde allí la Tierra; y a otras treinta Estrellas hacían consejeras de estos doce Dioses, que contemplaban por todos lados el Globo, entrando cada diez días una como de guardia, que aconsejaba lo que debía suceder. Los Egipcios, para dar a este embuste mayor antigüedad, y gloria, fingieron que sus observaciones eran sacadas de cincuenta mil años antes. Y los Caldeos, para reducirlos como [42] a Colonia suya, adelantando la mentira, se jactaban de que las experiencias sobre que se fundaba su adivinación, eran hijas de la experiencia continuada de setenta mil años. Entre estas supersticiosas mentiras, nació este vanísimo Arte, entre ellas creció, y de ellas aún se mantiene.

Por lo cual fue condenada por los Concilios: y abriendo la Historia de ellos, en el Toledano primero leyó el Canon catorce, que decía así: Si alguno juzgase que se puede creer en la Astrología, o Matesis, excomulgado sea. Y abrió por otro lado en el Concilio de Aviñón, y en el Canon séptimo leyó: Mandamos, demás de eso, que los libros que tratan de la Astrología judiciaria, sean rechazados, y extinguidos, según la censura del índice de los libros prohibidos. Abrió también el erudito libro del Reverendísimo Feijoo; y en el Discurso octavo, en que nerviosamente convence de falsa, y perjudicial la Astrología, y Almanaques, §.10, alegó la Bula de Sixto Quinto, que manda a los Inquisidores, y a los Ordinarios, que procedan contra los Astrólogos, que pronostican futuros contingentes, aplicándoles las penas Canónicas, aunque ellos confiesen, y protesten, que no afirman aquello ciertamente, sino con incertidumbre, y falibilidad, y aunque pongan al fin Dios sobre todo, por sanalo todo.

A todo esto, mi buen Astrólogo replicó, que la Bula permitía la Astrología para la Agricultura, Navegación, y Medicina, aunque la vedaba para lo demás; pero el Médico le instó: ¿Y el pronosticar que ha de haber guerra, que se han de ajustar casamientos, que ha de padecer tormenta una Armada, o que ha de morir algún Príncipe, son cosas que pertenecen a la Agricultura, Navegación y Medicina? Pues estos son los insolentes vaticinios, que llenan los Piscatores, y embelesan los necios. Advirtió el Astrólogo: Pero eso que ponemos en los Almanaques, no decimos que es cierto, antes lo ponemos con duda. Pues en esos términos, dijo el Médico, lo prohibe la Bula, que en otros, ello se está vedado. Contra la doctrina Moral es, pretender saber el hombre los futuros que dependen del libre albedrío, o de la Providencia Divina; pero estos futuros que pretendéis, y aun os jactáis saber en vuestros Piscatores, dependen del libre albedrío, o de la Providencia (porque el casarse, o no casarse; hacer la guerra, o ajustar la paz; dar la batalla, o no darla; morir, o no morir, son acciones libres, o de la Providencia) luego las predicciones de vuestros Piscatores, son contra la doctrina Moral. Murió nuestro [43] Rey Luis; y todo el ignorante vulgo, con otros muchísimos, que ni debían ser ignorantes, ni quieren ser vulgo, creyeron que estaba pronosticado en aquel cuarto de Luna, suponiendo que había ciencia en los hombres para rastrear los términos de la vida, y de la muerte, que sólo están sujetos a Dios, que es su Autor. ¡Qué más execrable superstición, que esta! Contra estos que pronostican semejantes cosas, y que son los verdaderos Judiciarios, arman sus censuras los Concilios, Santos Padres, Bulas, y Escrituras Sagradas. A mí me parece, que el tolerar tan perjudiciales librillos, en la forma que se toleran, es tolerar un fomento de la superstición, que es la golosina de los ignorantes; y mantener la superstición, es tácitamente desterrar la Religión.

Y cuando no fueran más que unas simples mentiras, maquinadas sin fundamento, y por capricho (como largamente quedó persuadido en el pasado Discurso) ¿cómo en buena moralidad pueden tolerarse en el público? Pues, o no las conocemos, y nos acreditamos de ignorantes; o las conocemos, y nos acreditamos de injustos, si las sufrimos.

Aquí dice Isaías (y abrió en el cuarenta y cuatro) Anunciad lo que ha de venir, y sabremos que sois Dioses. Suponiendo, que tanta iniquidad es intentar saber lo por venir, sin revelación Divina, o señales naturales, como querer ser Dios. Entonces se oyó entonar un cuatro de Astrólogos, la siguiente sinfonía: ¿Pues cómo siempre nos ha consentido la Iglesia? A esto fue menester que metiese el montante el mismo Apolo, citando a Inocencio III, en el cap. Cum iam dudum, de Prebend., donde dice: Que muchas cosas se toleran por paciencia, que si fueran traídas a juicio, y examinada su justicia, no se debieran tolerar. Y haciendo punto final, mandó al Médico, que pasase adelante: lo que hizo él, abriendo las disquisiciones Magicales del doctísimo Jesuita Delrio, lib. 4, cap. 2. quaest. 4 donde dice: Que la pronosticación es ilícita, supersticiosa y sabe a herética, cuando se quiere saber lo que es incógnito al mismo demonio. Es así, que la pronosticación de vuestros Almanaques (esto es, si ha de haber guerra, o no; si ha de haber mutación en los Tribunales; si un Poderoso será depuesto de su dignidad; o si otro morirá) es incógnito al mismo demonio, porque todos estos futuros están sujetos a la libertad humana, o a la Providencia Divina, y es sentencia común entre los Moralistas, que no puede el demonio pronosticar los futuros del todo libres: luego esta pronosticación, que se incluye en vuestros Almanaques, [44] es ilícita, supersticiosa y sabe a herética, según Delriio. La mayor es suya, la menor es cierta, y la consecuencia legítima. Y si los diablos, que pueden conocer mejor los aspectos de los Astros, no alcanzan los futuros libres, ¿cómo los alcanzarán los hombres y mucho menos unos hombres ignorantes? Por lo cual yo creería, que debieran prohibirse semejantes pronosticaciones, y consentir sólo en los Almanaques los días festivos, vigilias, y lunaciones, sin supersticiones, ni mogigangas, para entretener al Pueblo; pues para esto se pueden escribir comedias, novelas, y poesías, sin mantener supersticioso al vulgo, con capa de diversión; y más hoy, que habiendo más enemigos de la Religión, es menester vivir más cuidadosos de su pureza.

Prosiguió leyendo; y en el cap. 3 de Delrio, halló que sobre los dogmas de que Marte influye odio, y Venus amor, que Aries influye en la cabeza, y Piscis en los talones, decía: Pero todas estas cosas, así como son estólidas, así son falsas, y perniciosas. Y más adelante preguntaba: Después de esto, aquella torpe analogía de los Cielos, y Astros, a cada edad, a cada parte del cuerpo, y aun a las afecciones del ánimo, no es verdaderamente nugatoria. De su mismo dicho se infiere, que no pueden influir en una parte del cuerpo, sin que influyan en todas. En el ya citado lib. 4 cap. 3 quaest. 1 en boca de Enrico Cornelio, describe a la Astrología así: Este Arte no es otra cosa, que una falaz conjetura de hombres supersticiosos, que por el uso de mucho tiempo, hicieron ciencia de cosas inciertas; con la cual, por sacar dineros, engañan los imperitos, y ellos mismos se engañan.

¡Bravo género, y diferencia! Mucho mejor halló allí la definición de los Astrólogos, hecha por el antiguo Poeta Ennio, que traducida en Castellano, suena así:

Que no son divinos por Arte, o por Ciencia;
Si supersticiosos, y audaces Ariolos,
O flojos, o locos, o necesitados,
Que por ganar sacan fingida sentencia,
Que para sí nunca saben el camino,
Y a otros le muestran, mostrando el destino,
Prometen riquezas a aquel que les llama,
Y a aquel mismo, luego piden una dracma;
De aquestas riquezas tomen para sí
Esa dracma, y dejen lo demás así.

Abrió por otro lado en Delrio; y a la conclusión 4 pág. 611 [45] halló: Que si no son supersticiosos, a lo menos son dañosos aquellos Médicos, que juzgan de las enfermedades, según las estaciones de la Luna, y de los otros Planetas en los Signos del Zodiaco; v.gr. qué enfermedad le ha sobrevenido a alguno, y de qué modo se ha de curar; y también los Cirujanos, que también observan lo mismo en las heridas, y consideran los días de la herida, y las Estrellas que en ellos presiden, y de esto pronostican, que la herida es mortal o sanable. Y esforzando esto mismo Delrio en el lib. 1 cap. 3 quaest. 1 dice: Que con razón las observaciones de estos Astrólogo-Magos, son refutadas por los Médicos peritos, como por Juan Bautista Condroncho, de morbis veneficis. Y más adelante añade: Que la doctrina Astrológica de crises, es fabulosa. Pues en una misma hora enferman muchos que tienen varios sucesos, y en varias horas enferman dos que tienen uno mismo; de que se infiere, que toda esta doctrina es pura cavilacion, y que las crisis dependen de la cualidad de los humores, y de las fuerzas de la naturaleza, pero no de la influencia de los Astros.

Y si estos Astrólogos se pudieran contener en los límites de la Medicina, y Agricultura, no fuera tan peligroso; pero, o su capricho, o la instancia de sus devotos, les hace con loca confianza trascender a veces a cosas manifiestamente supersticiosas, pues hay incautos, que les consultan si vivirán mucho, si mudarán casa, o recibirán criado, &c. y lo peor es, que se lo responden, por entretener en ellos la alucinación, y en sí la vanidad. Sirva de ejemplo Guillermo Posthel, prodigio de erudición, que prevaricó por la Judiciaria, el cual después de varios arrepentimientos, y reincidencias, murió en Francia, con fama incierta de la Religión que profesaba, pues hay quien con fundamento cree murió Ateísta.

Por eso en las Sagradas Letras es vituperado semejante género de gentes: y para esto tomó la Biblia, y en el Levítico leyó: No declinéis a los Magos, ni preguntéis a los Adivinos, para ser manchados por ellos. Y en el Deuteronomio: Ni haya quien pregunte a los Ariolos, ni observe los sueños, ni Agüeros, ni sea hechicero, ni encantador, ni consulte a los Pitones, o Astrólogos, ni pregunte la verdad a los muertos, porque todas estas cosas abomina el Señor. Y allí mismo: Estas gentes, cuyas tierras poseerás, dan oído a los Agoreros, y Astrólogos; pero tú estás de otro modo instruido por tu Dios, y Señor. Y verdaderamente, en poco, o nada se distingue (según repara un sublime Ingenio) el que da adoración a la Milicia Celeste, que son las Estrellas, del que [46] subscribe, y da fe a los que por la curiosa averiguación de ellas, vaticinan las cosas futuras: lo cual es solamente proprio de la Potencia Divina, y de aquellos a quienes ella lo concediese.

El Astrólogo, pareciéndole que callaba demasiado, dijo: Nuestros Piscatores, Señor mío, se deben consentir, porque sirven de saber los días de Fiesta, las Témporas, y Vigilias, el Santo de cada día, y otras cosas útiles al público. Todo eso es muy bueno, respondió el Médico; pero con el trigo nace la cizaña.

Replicó el otro: Nosotros no determinamos suceso alguno, decimos en general, que ha de morir un Príncipe, sin especificar si será en Francia, o en Moscovia. Y esa es toda la raíz del mal (reparó el Médico) porque esos Pronósticos Generales, las más veces se verifican, y así nutren la supersticiosa creencia del vulgo: más valiera que fueran determinados, que así tuviera el vulgo por donde desengañarse. Todas las buenas Artes dan pronósticos determinados acerca de sus objetos; el Médico pronostica a este enfermo enfermedad larga, o aguda, salud, o muerte; el Capitán, el buen, o mal éxito de la batalla, y así adquieren sólidamente sus créditos; pero vuestros Almanaques han hallado un idioma indiferente, que sirve mucho para el embeleso, y nada sirve para el desengaño.

Porfiaba el Astrólogo, que no se persuadía a que nadie creyese aquello como infalible, pues ellos mismos no lo creían. Cómo que no, le dijo el Médico. Tan cierto es que suelen engañarse, como engañarnos. De cierto Astrólogo se cuenta, que tan bobo, que habiendo hecho el Juicio del Año, halló, según su tema, que habría hambre, guerra, sequía, y peste; y enamorado de sus aciertos, lleno de espanto, y confusión, huyó de aquel País, aunque después no hubo otro año más dichoso que aquel. Cuando me contaron esto, me acordé de la bobería de otro celebérrimo Estatuario, que habiendo hecho una estatua de Júpiter fulminador, esgrimiendo el rayo trifulco, la sacó tan propia, y a medida de su fantasía, que él mismo (aun armado de su formón, y escoplo) la tuvo miedo, y escapó corriendo, sin poder acabarla.

Pero por si lo dicho no bastase, esperad, que aún os falta sufrir otra batería de mayor calibre; y diciendo esto, trajo la Biblioteca de los Padres, y en el cap. 4 de la Ciudad de Dios, de S. Agustín, leyó: Nacieron estos dos mellizos tan a un tiempo, que el postrero alcanzaba la planta del primero. Tanta, no obstante, fue la disparidad [47] en su vida, y costumbres, tanta la desemejanza en el amor de sus padres, que la distancia los hacía parecer más enemigos, que hermanos. Acaso se dice esto, porque si uno paseaba, otro se sentaba; uno velaba, otro dormía; uno hablaba, otro callaba; uno fue siervo, otro no; uno el querido de su madre, otro el no querido; uno perdió el honor, que tanto entre ellos se estimaba, otro le adquirió. ¡Qué diré de sus mujeres, hijos y negocios? ¡Oh cuánta diversidad! ¿De qué sirve, pues, aquí esta rueda de Alfarero (esto es, el movimiento circular de los Astros) sino de que los hombres, que tienen el corazón de barro, entren al giro, para que no sean convencidos los Vaniloquios de los Matemáticos?

Y en el cap. 5 leyó: Hipócrates, observando medicinalmente la enfermedad de dos, porque a un paso en ambos se agravaba, o aliviaba, sospechó que eran mellizos; pero no se les redarguye bastantemente a los que quieren atribuir a las Estrellas lo que provenía del igual temperamento de sus cuerpos? ¿Pues por qué enfermeron a un tiempo, y no uno antes, y otro después del modo que nacieron, porque verdaderamente ambos (aunque fueran mellizos) no podían nacer juntos. O si no importó que no naciesen en diversos tiempos, para que enfermasen en uno; ¿por qué el diverso tiempo de nacer, quieren que valga para la diversidad en otras cosas?

En el cap. 7 prosiguió leyendo: ¡Oh rara necedad! Eligen días a propósito para plantar vides, árboles, o sembrar granos, otros para ganados, ya para domarlos, ya para las crías, y otras cosas semejantes (esto es, días para cazar, pescar, casarse, purgarse, mudarse, &c) y si por eso valen para estas cosas los días escogidos, consideren cuántos vegetables a un mismo tiempo se plantan, nacen, y tienen tan diversos sucesos, de modo, que todo esto persuade, que cualquier muchacho se reirá de semejantes observaciones.

Y más abajo pone el ejemplo el Santo, en la varia fortuna de los muchos granos, que en un mismo día, y punto se siembran, brotan, y maduran, que a unos los come el gorgojo, a otros los destruyen las aves, otros los siega el Labrador; y lo mismo se puede decir de muchas Naves, que salen en un día, que una llega al Puerto, y otra perece en la borrasca; y de dos que salen a caza, que a uno se le revienta la escopeta, y le traen muerto, y otro viene alegre a su casa; y finalmente, de dos que en un día se casan, que el uno enferma de la mutación del estado, y el otro se mejora: por todo lo cual, concluye San Agustín el capítulo así: Consideradas todas estas cosas, no sin razón se cree, que cuando los Astrólogos [48] responden muchas cosas verdaderas con admiración, esto se hace por ocultos instinto de espíritus no buenos, a cuyo cuidado está introducir, y afianzar en las mentes humanas estas falsas, y nocivas opiniones de los hados Astrales, pero no por alguna Arte, porque ninguna hay para esto.

Al oír cosa tan clara el mísero Almanaquilla, clavó los ojos en la tierra, porque en el Cielo, ya no le servía, no valiendo la autoridad de Mercurio, Júpiter, Marte, ni toda la caterva de Signos, y Constelaciones, contra la autoridad del dichoso Santo. Astro de superior dignidad, y esfera. Todos los Sabios hicieron acatamiento al parecer de este Santo Padre; y el Astrólogo le dio un desmayo de pesadumbre, que si no le detienen dos Aprobantes Teólogos, que tenían lugar en la Academia, y de conmiseración le sostuvieron, cae a plomo (porque cada uno cae según su pesadez) y se desbarata la cabeza, aunque ya estaba lo más hecho. A nadie hizo novedad el desmayo, ni que le cogiesen a un tiempo la muerte, y el Juicio; porque como la mayor parte de la Academia era Cementerio, ninguno se espantaba de un muerto más; pero a breve rato, el triste Reportorio volvió en sí, y mejor fuera que hubiera vuelto en otro más formal, y erudito; porque este, sobre no responder consiguiente a nada de lo que se le arguía, era tan pobre de noticias, que cuanto alegaba, lo sacaba de sí como araña.

Los aprobantes persuadían al Médico, que lo dejase, porque en lo que defendía el Astrólogo, no hallaban nada contra la Fe, y buenas costumbres; a que él satisfizo, preguntándoles, si le sería lícito a cualquiera mentir, como dijese después: Dios sobre todo. Y añadió después, que los engaños que podían producir, o fomentar en el público las semillas de la superstición, le parecían contra las buenas costumbres; pero no obstante, que él sujetaba su dictamen al de ellos, y para que mejor hiciesen justicia, abrió en la Biblioteca de los Padres la Epist. 25. de San Marcial, Obispo Lemovicense, a los Tolosanos, donde enseña, que no quieran atender a las observaciones de los días, tiempos, ni Astros, de las cuales cuidan las gentes dedicadas a los Ídolos (mucho aprieta este Santo Padre) y que con tales observaciones son engañados por el Diablo, y desamparados de la verdad. Mostró otro lugar de San Cirilo, Arzobispo Hierosolimitano Catech. non., que decía: Los ordenados movimientos del Sol, Luna, y demás Astros sirven de señales para las Estaciones del año: de ellos dice la Escritura [49] en el Génesis, que serán para señales de los tiempos, y de los años: pero no para la Astrología, ni las fábulas de los Gentiliacos. Más adelante mostró en Remigio Autisiodorense la exposición del Salmo 8 sobre las palabras: Volucres Coeli; esto es, los hinchados, escudriñadores de los cuerpos celestes, y que se atribuyen esto a sí por soberbia como los Astrólogos. Y en fin, enseñó las elegantes palabras de Nicetas Acominato, que son estas: ¿Cómo puede ser, que de estas afecciones, y de los movimientos de los Astros, de los regresos, varias figuras, y observaciones pueda sucederle nada de bueno, o malo al que se inclina a saber estas cosas? Porque si los Elementos no de otro modo que los mismos hombres están sujetos a la voluntad Divina, ¿cómo pueden estar patentes a la conjetura humana, hallándose las más veces este movimiento Divino contra nosotros, contrario a las observaciones de ellos? Porque si alguna vez, v.gr. se suscita guerra, o se levanta tempestad en el Mar, Dios es quien conturba las aguas, y permite la invasión de Soldados contra nosotros. Cita después lo que dijo Isaías a Babilonia: Levántense, pues, tus Astrólogos, y predigan si puedes huir la mano del Señor. Y lo de San Pablo a los Gálatas: Observáis los días, meses, tiempos y años. Temoos no sea que sin causa trabaje Yo en vosotros. Y para refutar del todo a estos Astrólogos, aun por lo que toca a los anuncios de guerras, tempestades, y borrascas, que es lo que creen les está permitido, pone otra elocuentísima sentencia: Y así, cualquiera que se entretiene en esta observación de los Astros, y da crédito a lo que los Astrólogos dicen, tácitamente da culto a Mercurio, Saturno, Marte y las demás Estrellas, que con su movimiento giran; porque aunque no las consagra ídolos de bronce, o mármol, ni actualmente las da adoración, se arguye, que las da otra especie de culto, en cuanto se cree dependiente de los efectos de sus vueltas, y así conviene, que los que no fingen el nombre de verdaderos Cristianos, expliquen de un mismísimo modo todas las cosas que provienen de la Divina Providencia. Y si hubiese alguno, que de boca confiese, que hay Dios, por cuya voluntad, y consejo sucede todo, como que todo lo conserva, y mira; pero con fijo pie está adherido a este error de los Astros, aunque no haga otra cosa, no parece que con su modo de decir da fuerza a la piedad, porque inficiona su mente con expresiones bárbaras (¡Notable lugar por cierto!) pues sólo las gentes que no conocen a Dios, como embobados Mamacutos, se fundan en estas figuras, y constelaciones de los Astros, y se pasman sus efectos. Con razón dirá Dios de ellos: Este Pueblo [50] me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí.

Y prosiguiendo contra los Astrólogos (permitidme, que lo acabe, que nada bueno es largo, ni fastidioso:) A aquellos que saben poco, y que no tienen puesta toda su esperanza en Dios, les persuaden que es fácil el conocimiento de los futuros, y atribuyendo al movimiento de los Astros lo que es proprio, y peculiar de la Divina precelencia, apartan de la sana opinión ajena de error a los incautos, y que son inclinados a la credulidad de estos cuentos de viejas. Ezequiel exclama: ¡Ay de estos Profetas ignorantes! Que siguen su espíritu y nada ven. ¿Acaso no visteis una visión vana, y hablásteis una adivinación mentirosa? Por eso vendrá mi mano sobre los Profetas, que ven cosas vanas, y adivinan mentiras. ¿Qué cosa más a la letra?

Ya estaba desesperado el miserable Calendario con tanta carga cerrada de libros abiertos; porque las plumas de tales Escritores eran cañones de a cuarenta, y porque no volviese a flaquear se le puso al oído su amigo Regio Monte, y sub sigillo Piscatoris, le dijo para alentarle: Coraje Mapa de los Almanaques, Nata, y flor de la sabiduría burlesca: ¿qué dirá el Mundo de ver desmayar todo un gran Piscator? Con esto, cobró un poco de brío, e iba a sacar de la carpa cuatro, o seis desvergüenzas de encaro, con la carga hasta la boca, y al querer disparar una, altamente ofendido Apolo, mandó, que le echasen del Cónclave, y que esas armas las guardase para entre el populacho, siendo tan escandalosas entre sus Sapientes. Interpusiéronse las Musas, principalmente Talía, por la más bufona de todas, disculpando la acción; porque siendo natural la defensa, cada cual podía usar de sus armas proprias, o de las que supiese manejar mejor, y mucho más no teniendo otras. Apolo por entonces disimuló, pero protestando, que nunca más consentiría entre sus Sabios (ni aun intruso) a quien no tuviese las debidas prendas de doctrina, prudencia, generosidad, y moderación; y preguntó al Médico, si tenía más que alegar.

Él había estado entretando ojeando la Biblioteca de los Padres, y representó, que en el Diálogo primero de Cesario había hallado otros muy curiosos lugares contra la Astrología, y leyó así: No inquieras las cosas muy altas, ni escudriñes las muy profundas: piensa en lo que te está mandado. Y prosiguió: Que por los Astros no pueda saberse nada de la vida de los mortales, lo testifica Isaías, diciendo: Levántense los Astrólogo, que observan las Estrellas del Cielo, y anunciente lo que te ha de suceder. Habla [51] el Santo Padre con religiosa ironía. Pero bueno es esto para los que creyeron que en el Piscator estaba anunciada la muerte de nuestro amado Rey Luis. Ningún Astro puede influir en la muerte, o vida de nadie, del modo oculto que suponen los Astrólogos. Aunque Marte ocupara un año entero el medio del Cielo, no hará que uno mate a otro. Y aunque los ignorantes para disculpar sus delitos suelen impíamente decir, que estaba de arriba, que era su estrella, y otras tales expresiones, es inicua disculpa, a que da ocasión esta credulidad en la Astrología; pues el que mata, mata sin disculpa, y no le vale que era el Signo. Y al que ama torpemente, no le vale decir, que estaba determinado de la fuerza de las Estrellas, pues al adúltero, ni Venus estando en trino podrá salvarle, ni al homicida, Marte, aunque esté en su exaltación. Por eso el mismo doctísimo Cesario en el Diálogo 2 exclama: ¡Oh locura gentílica! ¿Qué cosa hay más rígida que esta? Debajo de Aries, y Júpiter, que influyen hermosos cabellos, graciosidad, y magnanimidad, he visto yo nacer calvos, desgraciados, y pordioseros, y al contrario. Y poco más allá advierte que: Antes de la venida de Dios Hombre, todas las gentes estaban dedicadas al culto de los Astros, y andaban en toda impiedad; después de la venida de Dios Hombre, se mudó todo a la piedad, apartado el error, y estimada la virtud, quedando no obstante el mismo aspecto, y constitución de las Estrellas. Con los mismos aspectos había antes a cada paso estocadas, y desafíos; hoy con las nuevas Pragmáticas, y leyes, apenas se oye una pendencia, ni un duelo. ¿Adónde pues están ahora aquellas poderosas Estrellas, que antes inclinaban a desafíos? Los Príncipes son los verdaderos Astros, y sus decretos las poderosas constelaciones, que influyen inclinaciones en los pechos humanos. Iba a proseguir, y citar los doce libros, que escribió contra los Astrólogos el Sapientísimo Joven Juan Pico Mirandulano; pero Apolo satisfecho con lo dicho, tocó la campanilla, y mandó se diese traslado a la parte contraria, por si tenía que decir. El Secretario firmó el Auto, y con esto se acabó el Discurso.

 

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Discurso tercero
Que la Astrología es inútil, y perjuidicial en lo Político.

Impaciente estaba todo el Venerable Colegio con lo prolijo de los Discursos; para los Sabios vivos era una muerte calentar tanto [52] el asiento, y para los muertos, que no podían calentarle era media vida mudar postura; pues ya tenían los huesos molidos de puro estar sentados. A este tiempo llamaron con grandes golpes a la puerta, y abriendo los Porteros, vieron, que era el Astrólogo Ascletarion, el cual se disculpó de no haber llegado antes al juicio, porque había estado ocupado todo aquel tiempo en recoger sus cuartos, que estaban muy esparcidos; pues como había sido comido de perros, en castigo del mal Pronóstico, que hizo a Domiciano, había andado buscando por varias partes los pedazos de su cuerpo, y aun con todo eso le faltaban algunas piezas, y con efecto venía cojeando, porque no traía un talón, y un pedazo de pantorrilla, que a la sazón estaban hechos materia prima de un Buitre, rebiznieto de otro, que había convertido en propia sustancia a uno de los perros que comieron al dicho Astrólogo. Y él por más que hizo para completar sus reliquias, no había podido dar alcance, ni haber a la mano al Buitre volando.

Admitióse la disculpa, y se le mandó explicase lo que le ocurriese acerca de la Astrología. Él propuso muchas quejas contra los Príncipes de su tiempo, tratándolos de malos políticos, porque habían dado mal pago, por lo común, a sus Astrólogos, gente que les pudo servir muy mucho para arreglar su conducta, y dirigir las razones de estado. Quizás Nerón (dijo) no hubiera alcanzado el Imperio, si la Astrología no hubiera alentado a Agripina, su madre; ni los traidores quizás hubieran muerto a César, si hubiera tenido por amigo a Spurina.

Con que hoy, señor Ascletarion, replicó el Médico, serán poco políticos los Príncipes, que no sólo no pagan Astrólogos, pero ni los sufren. Y si Vm. persuade esas conveniencias, no dudo que le harán muy buen partido el Emperador de Rusia, o el Rey de Marruecos; pero yo estoy en la opinión contraria, pues no sólo creo a la Astrología por inútil, y aun perjudicial en lo político, sino que cuando veo, que uno se hace Astrólogo, me hago yo Astrólogo de él, y le pronosticó la misma perdición, y desgracia perruna, que Vm. padeció; pues para mí lo mismo es echarse a Astrólogo, que echarse a perros.

Cornelio Tácito, que había estado callando hasta allí, hallando su vez, dijo: Siempre fue perjudicial este género de hombres infiel para los poderosos, falaz para los esperanzados, y que en nuestra Ciudad siempre se prohibió, y siempre se retuvo. Tiberio se halló engañado por los Astrólogos en su vuelta a Roma. Por eso se estableció un Senatus Consulto para expeler de toda Italia [53] a los Astrólogos; y Magos, del número de los cuales fue L. Pituanio, el cual fue despeñado.

Tengan Vmds. añadió Justo Lipsio, que yo tengo advertido en mis Comentarios al señor Tácito, que eso no fue nueva ley, sino repetición; pues por la antigua ley, y edicto había mucho tiempo que estaba desterrada de la República esa peste, y según consta de mis Excursos, el año de Roma seiscientos y catorce fueron arrojados de la Ciudad, y de toda Italia con término de diez días los Caldeos, que hoy se llaman Piscatores; porque con sus ligeros e ineptos ingenios, y una engañosa interpretación de las Estrellas, cubrían con interesada obscuridad sus mentiras. M. Agripa desterró de la Ciudad los Astrólogos, y Adivinos, y Augusto vedó todo género de vaticinio, y predicción. Finalmente repetidas veces fue prohibido casi por todos los Príncipes, que cualquiera se mezclase en semejantes boberías, y fueron castigados de varios modos los que lo ejecutaron a proporción de su delito, y la consulta del Senado; porque los que hicieron pronósticos de la salud del Príncipe fueron condenados a muerte, o sentenciados a otra grave pena.

Pues en nuestros tiempos, señor Lipsio, advirtió el Doctorado, no sólo no se castiga, pero se celebra haber pronosticado la muerte a un Príncipe digno de la más larga vida, y hay bobos que creen, que pudo adivinarse; si bien no me persuado, que lo creyeron los que lo toleraron. Con mucha razón en otros Reinos, y Repúblicas, ni aun en los Calendarios se consienten estas simplezas; sólo se ponen los días, meses, y lunaciones, la hora de salir el Sol, los Eclipses, y Fiestas. Así se hace ya dentro de nuestra España en Valencia. También se hace en Francia, una de las más cultas Naciones de Europa. Allá en tiempo de Catalina de Medicis tuvo gran aprecio entre los Franceses la Astrología. No se hablaba en la Corte de Enrique Cuarto, sino de predicciones; pero esta Nación, después desengañada, se curó ya de esta locura; y yo pretendo curar mi Nación de algunas reliquias della que la han quedado.

El Piscator replicó: Otros muchos Príncipes, y Señores han estimado a los Astrólogos, y aun hoy debo yo extraordinarias honras a algunos. Respondió el Médico: Yo no sé de qué carácter serán esos. Sólo sé que el Rey Don Alfonso el Sabio de Aragón, que ni era menos Señor, ni menos docto que ellos, jamás hizo aprecio de semejante garulla de gentes. Al oír hablar del Rey Don Alfonso, Eneas Silvio, que estaba en un rincón (aunque no arrinconado para los eruditos) saltó y dijo: Tengan Vmds. que es tan cierto [54] eso, que preguntándole un día al Sabio Rey, por qué despreciaba a los Astrólogos, respondió: Las Estrellas rigen, e inclinan a los tontos; los sabios mandan en los Astros: luego es consiguiente, que los Príncipes necios honren a los Astrólogos; no los Sabios, entre los cuales tiene su nombre Alfonso.

Con cada cosa de estas, al Almanaquista un color se le iba, y otro se le venía, en que se conocía, que antes no había adivinado lo que le iban a decir: ya se ponía amarillo, ya cardeno; pero se reparó, que nunca se puso colorado. Pero Apolo, que tenía gana de ir a darse un verde con sus Musas, mandó que se abreviasen los Autos, porque quería que se acabase el día antes que su paciencia.

El Doctor, pues, dijo: La Astrología es inútil en lo político, y lo pruebo con el argumento de Favorino, con el cual convencía que políticamente se debía apartar la juventud de estudiar, buscar, o consultar estos prodigiosos artes, que pronostican lo futuro. Porque, o lo que dicen que ha de suceder es adverso, o próspero. Si es próspero, y engañan, te haces antes con antes infeliz, esperándolo en vano; si es adverso, y mienten, también te haces infeliz, vanamente temiéndolo: si es verdadero, y adverso, tú mismo en tu corazón te haces desdichado, antes de serlo: si es feliz, y ha de sucederte, entonces hay dos inconvenientes; lo primero el esperar, te tendrá suspenso, y cansado: lo segundo, el futuro gozo te le desflorará la anticipada esperanza: luego de ningún modo debemos usar de semejantes hombres adivinadores. ¡Oh cuánto oyó de estos presagios Pompeyo, que era muy devoto! Tanta fue su afición, como el poco fruto que sacó de ellos. La predicción de las desgracias, no sirviendo para poderlas impedir, sólo sirve para acongojar. Lo que no puede hacernos cautelados, tampoco puede hacernos felices; y lo que no sirve de utilidad sólo es vana curiosidad. Anunciar temerariamente calamidades que amenazan, no es oficio de amigos. Si se atribuyen a Dios, es hacer mal contentos de la Providencia; si el mundo, es buscar enemigos de la República.

No sólo es inútil la Astrología, sino perjudicial en la política. ¿Con qué aliento embarcará sus géneros el Comerciante, que oye, que aquel año habrá muchos naufragios? ¿Con qué brío irá a la batalla el Soldado, que en el Piscator ha leído, que se perderá una batalla, con mucha mortandad de Soldadesca? Siendo natural, que su amor propio le dicte, que aquella que le toca, será la función pronosticada. Yo doy, que de todo un Ejército, sólo uno lo piense, el terror de éste basta a traer general mal suceso; porque de leves cosas, suelen nacer cosas muy grandes: y así se [55] dice, que por falta de un clavo, se pierde un caballo, por un caballo, un hombre, por un hombre, un Escuadrón, por un Escuadrón, un Ejército, y por un Ejército, un Reino. ¿Qué miedo infundirá en el ignorante Pueblo, amenazarle con la epidemia, o peste? El terror sólo basta para atraérsela; y a muchos quizás podrá obligar a desamparar el País. Cuando se pronostica falta de cosechas, sólo a la Providencia de Dios (y no a la política que lo consiente) se puede atribuir, que haya Labradores que siembren. Cuando se dice, que de aceite será la cosecha mala, y de vino buena, me causa grande maravilla, que todos no se dediquen a cultivar las viñas y abandonar las olivas. Todo este provecho tiran a hacer estas predicciones en la República; y si no hacen el daño que corresponde, quizás es, porque unos no lo sienten, otros no lo leen, y otros no lo creen, o porque Dios así lo dispone. Sólo pueden responder, que no hablan de parte determinada; pero fuera de que tan natural es el amor proprio, como el temor proprio, hablar así en general, y no en particular, es hacer tragar el bocado supersticioso, y negar la Medicina Emética del desengaño.

Los Astrólogos son unos Gitanos consentidos, y se parecen también mucho a los Saludadores, aunque son más perjudiciales que ellos. Ambos ganan la vida a soplos: toléranse ambos sin más razón que el uso: venéralos el vulgo como gente prodigiosa; porque unos se pasean sobre las barras encendidas, y otros sobre las zonas abrasadas: unos matan de un soplo un hombre, y otros de un soplo matan un Ejército: unos tienen cierta señal en el cielo del paladar; y otros tienen muchas señales en el paladar del cielo; tan vano el un oficio como el otro porque todo su fundamento es aire.

Los buenos Príncipes son verdaderas Estrellas, que desde el firmamento de sus leyes inviolables influyen buenas costumbres, y fortunas en sus súbditos. Aunque Mercurio influya ladrones, Luis Catorce en Francia le quitó su influencia, y así apenas allí se ve uno. Aunque Marte en España suscitaba venganzas, nuestro Rey Felipe Quinto (que Dios guarde) le ha ajado su cólera, y contra el Can, y León Celeste ha inspirado en sus Vasallos un influjo pacífico. Y aunque haya Estrella que influya infamias, el Príncipe justo es capaz de hacerlas perder sus influjos, y que nazcan los niños, y se conserven los hombres sin inclinaciones malas.

A lo menos concluyó el Astrólogo: Sirven nuestras Astrologías, y Mogigangas para diversión pública, y sacar para nosotros cuatro cuartos. Para eso basta, respondió el Doctor, que Vm. se dedique escribir Cátedras para morir, o Viajes fantásticos, [56] y no que por cuidar de esas inepcias, se suelen olvidar Vmds. de lo principal, para que se compran los Piscatores, que es para saber los días, y fiestas, y también las edades de los Príncipes; pero me han dicho, que han omitido Vmds. esta curiosidad, que servía de utilidad, y gusto a muchos: y también, que el año pasado se le olvidó el día del Corpus. Que las dos fiestas de la Virgen (su Dulce Nombre, y el Patrocinio) se pusieron en Viernes, cayendo por privilegio en Domingo. Que el Viernes, día de San Eugenio, fiesta de precepto, se quedó en el tintero; y los que se gobernaron por el Piscator, se quedaron sin Misa: cargo, que no se descuenta con mil años de Purgatorio.

Ea, baste, dijo Apolo, que visto lo alegado por una, y otra parte, quiero dar fin al Juicio. Todos estaban esperando tamañidos la resolución definitiva; y Apolo estrujándose los nudillos; y estirando las cejas, mandó al Secretario, que extendiese la sentencia; y después de tener gran rato suspenso todo el auditorio, mandó poner la cabeza del Auto, y dictó lo siguiente. Hecho cargo de las razones en contra, y pro de la Astrología: Fallo: y sentencio, que debo condenar, y condeno a dicha Astrología, a perdimiento a todos los honores, y privilegios, que hasta aquí ha gozado, por vana, falsa, ridícula, perjudicial, y peligrosa, y que sus libros sean condenados al infierno eterno de las cabezas de sus Profesores, donde no hay ningún orden, sino el sempiterno horror habita.

Esto sin embargo de cualquiera posesión, por antigua que se diga, aunque sea inmemorial, y la cual declaro, y al término se tenga por conocida corruptela; y asimismo, caso, irrito y anulo todas, y cualesquiera sentencias, y autoridades que se hayan dado, dén, y dieren en adelante a favor de la Astrología, como opuestos al bien público, peligrosas a los crédulos, y fomento de los ociosos. Dado en la Délfica Academia por la tarde el último día de todos los meses y años. Asi lo mandó el soberano Apolo, Presidente del día. Y abajo: Por su mandado, el Secretario Délfico. Tómase la razón del decreto, y con esto se disolvió la numerosa Junta. Apolo se fue con sus Musas a gozar la gloria del Pindo, los Sabios vivos al infierno de sus empleos, y los muertos al purgatorio de sus sepulcros.

FIN.

 

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Transcripción, realizada a partir de un ejemplar original, del texto contenido en un impreso de [ vii ] +56 páginas, descrito con el nº 1027 en Doscientos cincuenta años de bibliografía feijoniana (de Silverio Cerra Suárez, Studium Ovetense, Oviedo 1976) y con el nº 3339 en el tomo V de la Bibliografía de autores españoles del siglo XVIII (de Francisco Aguilar Piñal, CSIC, Madrid 1989). La portada que se ofrece corresponde a la reedición que se publicó en Sevilla el mismo año.


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Martín Martínez
Biblioteca Feijoniana