Filosofía en español 
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Tomo primero Carta vigésimo sexta

Sobre la sagrada Ampolla de Rems

1. ¿Qué furor es ese Monsieur? ¿Qué mérito hallasteis en mí para esas iras? Haber escrito en el Tom. IV, Disc. 8, num. 67, que es dudoso haya bajado del Cielo en el Bautismo (Coronación dije allí por equivocación) de Clodoveo, el óleo con que se consagran los Reyes de Francia, es bastante para que me tratéis de enemigo de la Francia; para que me capituléis de injurioso a los Reyes Cristianísimos; para que digáis, que en mí reside, o se conserva la antigua ojeriza de mi Nación con la vuestra; y lo peor de todo, que falto a la atención debida a mi soberano, como Francés por nacimiento, y por origen? Cierto, Mr. que sois un Francés muy delicado. Creyera yo, que en vez de herirme con inventivas, debierais explicarme vuestra gratitud, por la circunspección con que hablé en la materia, que acaso fue excesiva para un Crítico de profesión. Yo dije, que entre los mismos franceses algunos dudan de aquel prodigio. Siendo esto innegable, tengo derecho para dar traslado a aquéllos de vuestra querella, y despacharos a vos, para que las riñáis más allá de los Pirineos. Añadí, que el silencio de San Gregorio Turonense parece a algunos prueba eficaz de que no hubo tal prodigio; y que el de Paulo Emilio, [207] persuade, que este Historiador le tuvo por fabuloso. El de San Gregorio Turonense alguna fuerza debió de haceros, cuando a su silencio añadís el vuestro. Mas no podéis tolerar, que haga prueba del de Paulo Emilio, a quien recusáis por Italiano; pretendiendo, que meramente inducido de viciosa emulación Nacional, omitió en su Historia esta gloria de la Francia. Pero, Mr. supongo, que sabéis que este Autor, aunque Italiano, por benevolencia de los Franceses, fue Canónigo de la Catedral de París. Supongo también, que no ignoráis, que los mismos que notan en el genio Italiano una enemistad implacable contra todos los que los ofenden, reconocen asimismo una memoria indeleble los beneficios que reciben; de modo, que es como proverbio en las Naciones, que los italianos son la gente más vengativa, y juntamente la más agradecida del mundo. Parece, pues, se debe suponer, que en caso que en Paulo Emilio subsistiese algún amargo resabio de esa, que llamáis emulación Nacional, se balancearía ésta con su particular, o personal gratitud.

2. No sois vos, Mr. el primero, que impone esta injusta nota a la pluma de Paulo Emilio. Ya, mucho antes que vos, fulminó la misma vuestro Claudio Du-Verdier, quien llama Maligno el silencio de aquel Historiador, sobre el prodigio de la Ampolla, atribuyéndolo al mismo vicioso principio, que vos. Podría yo decir, que la malignidad no está en el silencio del Autor Italiano, sino en la invectiva del Francés; y me autorizarían para ello un hombre tan grande como Tomás Moro, el cual apellida a Paulo Emilio santo, e incorrupto Historiador; y otro hombre tan grande como Justo Lipsio, quien le elogia como diligente, sincero, exacto, añadiendo (atención Mr.) que fue el Historiador más libre de toda pasión, que tuvo aquella edad. Oíd al primero: Paulus Aemilius tam sanctus, & incorruptus enarrator Historiae, ut iure iurando putes, &c. Oíd al segundo: Paulus Aemilius::: Rerum ipsarum scrutator, severus Iudex, nec legi nostro aevo, qui magis liber ab affectu. En Tomás Pope-Blount hallaréis estos elogios de Paulo Emilio, [208] juntos con los aplausos, que le tributan otros Críticos muy distinguidos.

3. Después de todo, Mr. porque veáis cuán indulgente es mi genio, quiero complaceros, condescendiendo en admitir la recusación de Paulo Emilio, por el título de Italiano. El mal es, que nada negociáis con esta benignidad mía; porque veo, que viene a ocupar el lugar que deja desocupado aquel Extranjero, un Francés, a quien por ningún título podéis recusar. Este es vuestro Abad Fleuri, el cual, llegando el caso de referir el bautismo de Clodoveo, ni más, ni menos que Paulo Emilio, en alto silencio envuelve lo de la Santa Ampolla. Vedle en el Tom. 7 de su Historia Eclesiástica, lib.30. num 40, donde trata de aquella expectable función con mucha individualidad; pero ni una palabra dice de la ampolla.

4. ¿Mas qué contrapeso, me diréis, puede hacer el silencio de uno, u otro Autor, a la voz de tantos como publican aquel prodigio? Ya en vuestra Carta me hacéis argumento de la multitud de Escritores, entre quienes hay también algunos Extranjeros, que testifican aquella gloria de la Francia. Yo os confieso, que son muchos; mas al mismo tiempo pretendo, que esos muchos pueden reducirse a uno sólo.

5. Ni ignoran, ni callan vuestros Críticos, que el primero que escribió el prodigio de la Ampolla, traída por la Paloma, fue Hincmaro, Arzobispo de Rems. Tampoco ignoran, ni callan, que este Prelado fue más de trescientos años posterior a Clodoveo. Es constante en la Historia, que al Bautismo de este Príncipe asistió innumerable gente; pues demás de tres mil hombres de Guerra, que le seguían, y que fueron bautizados inmediatamente después de él, concurrieron a aquella función muchos Prelados. Decidme ahora, por vuestra vida, si es verosímil, que un portento, a que, si realmente sucedió, asistieron más de tres mil testigos oculares, quedase más de trescientos años sepultado, sin que en tanto tiempo algún escritor hiciese memoria de él. [209]

6. Esta reflexión preocupa la respuesta, que se podría dar, diciendo, que Hincmaro, como Prelado de la misma Iglesia donde fue bautizado Clodoveo, es natural hallase en su Archivo, o en el de la Abadía Benedictina de Rems, donde se conserva la Ampolla, memorias auténticas de todas las circunstancias de aquel suceso. Esta respuesta sería acaso admirable, si sólo se hubiesen hallado presentes al Bautismo San Remigio, que fue Ministro del Bautismo, y otras dos, o tres personas. Pero habiendo asistido millares de testigos, se debe reputar moralmente imposible, que el portento, si hubiese sucedido, no se esparciese luego por toda la Francia, y aun por toda la Europa; a lo que era consiguiente, que en los tres siglos que mediaron entre Clodoveo, e Hincmaro, hiciesen memoria de él muchísimos Escritores.

7. Pero otro argumento hay mucho más concluyente para probar que Hincmaro, no sólo se sirvió en aquella Historia de algún monumento auténtico, o fidedigno, hallado en el Archivo de la Iglesia de Rems, ni en otra parte; pero sin duda escribió fundado en memorias infieles, e indignas de todo asenso. Este argumento se toma lo primero, de que Hincmaro escribe, que Clodoveo fue bautizado el Sábado Santo; constando en contrario por una Carta, que San Avito, Obispo de Viena, escribió al mismo Clodoveo, felicitándole sobre su Bautismo, que éste se celebró la Vigilia de Natividad.

8. Lo segundo, de que el mismo Hincmaro refiere, que Clodoveo, por consejo de San Remigio, envió a Roma, siendo Papa Hormisdas, una Corona de oro, adornada de piedras preciosas: no pudo ser; por estar acordes los Historiadores, en que Clodoveo murió tres años antes, que Hormisdas fuese elevado a la Dignidad Pontífica. Murió aquél el año de 511, y éste fue electo el de 514.

9. Lo tercero, de otro prodigio poco verosímil, que atribuye a San Remigio a favor del mismo Clodoveo. Dice, que el Santo le dio al Rey un frasco de vino, a quien había echado la bendición; advirtiéndole, que entretanto que hubiese vino en aquel frasco, para beber él, y todos los que él quisiese [210], podría proseguir en sus conquistas seguro de la victoria: en consecuencia de lo cual, bebieron de aquel vino el Rey, y toda su Familia Real, y numerosa turba del Pueblo, sin percibirse minoración alguna del licor en el frasco. Hacedme, Mr. el gusto de confesarme sinceramente, si creéis este portento. Es cierto, que no hay en él imposibilidad alguna. Con todo, os ruego, e insto, que me digáis si lo creéis. Pero antes que me respondáis, os advierto, que vuestro Abad Vertot aún cree menos que yo, éste, y otros milagros, que refiere Hincmaro sobre la misma materia, como testifican estas palabras suyas, que halló en el segundo Tomo de las Memorias de Literatura de la Academia Real de Inscripciones, y Bellas Letras: Hincmaro acumula prodigios sobre prodigios; de suerte, que parece ha querido exceder al Arzobispo Turpin, el más fabuloso, y más osado de nuestros antiguos Novelistas.

10. Ved, Mr. si los motivos propuestos no son más que suficientes para una total desconfianza de lo que escribió Hincmaro sobre la Sagrada Ampolla: si con todo lo escribió Hincmaro; pues hay algún fundamento para sospechar, que no es obra de aquel Prelado, (que fue, sin duda, uno de los mayores hombres de su siglo) la vida de San Remigio, que anda con su nombre. El modo de hablar del Diccionario de Moreri, La Vida de San Remigio, que anda con el nombre de Hincmaro, significa alguna duda de que sea suya.

11. Pero fuese, o no fuese Hincmaro el Escritor de aquella Vida, habiendo sido éste el primer Escrito, en que se estampó el descenso de la Santa Ampolla del Cielo, es de discurrir, que todos los Autores, que después refirieron el mismo prodigio, lo hicieron sobre la fe del Autor de aquella Obra: de que resulta, como muy probable, lo que insinué arriba, que la multitud de Autores, que refieren el prodigio de la Ampolla, se reduce a un Autor sólo.

12. Ved, Mr. si sobre los fundamentos propuestos pude hablar en el lugar que dio ocasión a vuestra queja, algo más decisivamente, o por lo menos esforzar con algún vigor [211] la duda que admite la materia. Pero me contenté con decir, que el prodigio en cuestión no tiene tan asentado su crédito entre los Franceses mismos, que algunos no duden. Y ahora me contento con lo mismo, persudiéndome a que los Autores que están a favor del prodigio, darán muy probables respuestas a cuanto puede objetarse contra él. En el Diccionario Universal de Trevoux leo, que un Autor ,que en él se nombra Alejandro Leteneur, compuso un bello Tratado Apologético, por la Santa Ampolla, contra el docto Juan Jacobo Chifler, que la había impugnado. Me holgará mucho de tener este Tratado, para usar de sus pruebas a favor de la pía creencia de haber descendido del cielo la Santa Ampolla.

13. Finalmente, para mayor justificación mía, y para que veáis Mr. que ninguna pasión, o afecto mueve mi pluma, sí sólo el santo amor de la verdad, os advierto, que en dudar de la verdad de la Historia de la Santa Ampolla, tanto procedo contra mi interés, como contra el vuestro. Vos sois interesado en ella por la gloria de vuestra Patria, yo por la de mi Religión. No ignoráis, que la ampolla del Sagrado Oleo, con que se ungen los Reyes Cristianísimos, está depositada en el Monasterio Benedictino de la Ciudad de Rems. Es, sin duda, un gran honor de la Religión de San Benito ser depositaria de ella, aun no considerando otra cosa que el alto destino, que tiene el licor contenido a consagrar un tan gran Rey de la Cristiandad. Pero lo será mucho mayor, si realmente aquel Sagrado Oleo fue una milagrosa dádiva del Cielo. Sabed también, que en aquel Soberano Acto de la Unción de los Reyes Cristianísimos, tienen los Monjes Benedictinos, por estatuto de los mismos Reyes, una nobilísima parte del ministerio; estando ordenado, que los Monjes en procesión conduzcan la Santa Ampolla, llevándola el Abad debajo de Palio; cuyas cuatro varas sostengan cuatro Monjes vestidos de Albas, con exclusión de cualesquiera otros personajes, que pudiesen pretender este honor. En Moreri V. Ampoulle (sainte) podéis verlo; donde a este asunto se citan varias páginas del primer Tomo del Ceremonial Francés; y al mismo tiempo se corrige el error de [212] Favin, Historiador de Navarra, el cual atribuyó el honor de las varas del Palio a cuatro Varones, que por sí solos constituyen cierto Órden de Caballería, llamado de la Santa Ampolla, instituido a lo que él, y otros pretenden, por el mismo Clodoveo.

14. Añadid a todo lo que he dicho, que el Arzobispo Hincmaro fue Monje Benito, profeso en el Real Monasterio de San Dionisio de París. Ved si también por esta parte yo me intereso en que la Vida de San Remigio, atribuida a aquel Prelado, sea en todas sus partes muy verdadera.

15. Así Mr. creedme, que bien lejos de querer yo obstinarme en la manutención de la duda sobre la historia de la Santa Ampolla, no podríais hacer cosa para mí más grata, que demostrarme con buenos fundamentos su verdad; en cuyo caso yo os prometo publicarla a todo el mundo. Por lo menos os ruego me procuréis un ejemplar del Tratado Apologético, citado en el Diccionario de Trevoux, pues no puede menos de haber muchos en Francia, y juzgo difícil hallarle en España. Yo soy con sincero afecto, &c.

Porque el Abad Vertot, citado en la Carta precedente parece que asintiendo a la opinión del Vulgo, supone, que el Arzobispo Turpin fue Escritor de las prodigiosas aventuras de Carlo Magno, y de los Doce Pares, que han corrido con su nombre, advierto, que ya los Críticos han conocido, que no fue esta quimérica Historia Obra de aquel Prelado. Turpin, Monje de San Dionisio de París, y después Arzobispo de Rems, que floreció en el siglo octavo, fue un Prelado muy venerable, y de carácter muy opuesto al que se reconoce en el Inventor de aquellas portentosas patrañas.


{Feijoo, Cartas eruditas y curiosas, tomo primero (1742). Texto según la edición de Madrid 1777 (en la Imprenta Real de la Gazeta, a costa de la Real Compañía de Impresores y Libreros), tomo primero (nueva impresión), páginas 206-212.}