Filosofía en español 
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Ilustración apologética Discurso tercero

Humilde, y alta fortuna

1. La crítica de este Discurso está llena de vicios. El primero es el que notamos en el número 6 del Discurso antecedente. Yo en mi Discurso voy discurriendo por las molestias, que aflijen la alta fortuna, no pretendiendo, que en cada individuo, y en todas ocasiones estén todas juntas, sino con distribución acomodada, como se ve claramente en el contexto. ¿Y qué hace el Sr. Mañer? Proponer uno, a quien falta una; otro, a quien falta otra, &c. Esto es hurtar el cuerpo a la dificultad, y dejar el campo por mío.

2. El segundo es, dejar sin respuesta los argumentos, contentándose con una falsa apariencia de que responde. V. gr. número 18, al suceso que yo refiero de Pyrrho, y su Consejero Cineas, dice, que lo que sólo manifiesta es la ambición del uno, y la discreción del otro. Pero el caso es (y es de lo que debiera hacerse cargo el Sr. Mañer), que lo que derechamente manifiesta esa discreción del otro, es, que el poseer más, no hace a los hombres más felices, que es lo que yo allí intentaba probar. En el número siguiente entra el Sr. Mañer de este modo: En el §6 habla de su Reverendísima con aquellos, a quienes domina la ambición, y la codicia. Y después de resumir algo de lo que digo contra ellos, responde, que en muchos de los que poseen alta fortuna, no dominan esos vicios. Sea así norabuena. Pero si yo en aquel § hablo sólo con aquellos, a quienes domina la ambición, y [13] la codicia, ¿qué respuesta es decir, que a otros no los dominan esos vicios? Esto es, como si a uno que probase, que los Etíopes son feos, porque son negros, se le respondiese, que hay otros hombres en el mundo, los cuales no son negros. ¿No sería gentil respuesta? Pues con esta, y otras de este jaez, queda tan satisfecho el Sr. Mañer, como si dijera algo.

3. El tercero es, confundir lo que en el Discurso sirve de exornación, u de símil, con lo que se alega para prueba. Número 3 supone, que yo alegué, como prueba del asunto, la respuesta del Oráculo de Delfos a la pregunta de cuál hombre era el más feliz del mundo: lo que le da ocasión para extenderse en mostrar la poca, o ninguna autoridad del Oráculo para esta decisión. Aquella especie no se trae como prueba, ni hay voz en el contexto, que califique este uso de ella, sino como exornación histórica, que ameniza la lectura. ¿Quiere el Sr. Mañer que yo escriba con un método seco, descarnado, rígido, sin amenidad, sin cultura, donde sólo se vea el probo majorem, el contra, sic argumentor, dices, replicabis, &c? Si el Sr. Mañer lo quiere así, yo digo que no quiero; y lo que hace más al caso, tampoco quieren mis lectores; excepto aquellos pocos, que por los motivos que ellos se saben, se holgáran de ver mis libros arrojados por los rincones, y llenos de telarañas. Aquella especie del Oráculo de Delfos se halla vertida en muchos excelentes Sermones, y en muchos libros piadosos, y discretos. Vaya a reñir con todos ellos el inexorable, y rígido Mañer. Al número 37 entiende también como prueba lo que escribo de los dientes de oro, y plata de los Macazares; siendo más claro que la luz meridiana, que aquello no es prueba al intento del Discurso, sino simil al asunto particular, que en aquel número se toca.

4. El cuarto es, proponer dislocadas mis proposiciones, con lo cual extrae muchas del legítimo sentido, que tienen en el contexto. Combatir discursos, donde las razones se ven tejiendo con método oratorio, destacando de ellos proposiciones sobre quienes caigan los argumentos, es un modo [14] de argüir doloso, falso, y ajeno de toda buena crítica. Sólo pueden impugnarse separadas aquellas proposiciones, que se estampan como Teoremas, o Conclusiones (digámoslo así) per se subsistentes; esto es, que por sí mismas dan perfecta idea del sentido en que se profieren. Las que van enlazadas en un discurso oratorio, no le manifiestan muchas veces, sin tener presente el todo del contexto, donde colocada cada una en el lugar que le toca, y mostrando el respecto que dice a las antecedentes, y subsiguientes, conduce, como por la mano, a su recta inteligencia. Si las facciones del rostro más hermoso se pintan sin el orden que tienen en él, siendo el original bellísimo, la imagen será disforme. Lo propio sucede en los escritos de este género. Las censuras, que se hacen de ellos, destacando proposiciones, son unas pinturas infieles, que quitando el orden, despistan la belleza; de modo, que las que son perfecciones en el todo, parecen borrones, descuadernada la textura.

5. Pongamos ejemplo en una obra, que según buenos Críticos, es de lo más excelente que en el género oratorio vieron los siglos. Hablo de la Oración de Tulio por Quinto Ligario, la cual justísimamente es la admiración de cuantos entienden de elocuencia. Nadie la lee, que no halle un primor en cada rasgo. Sin embargo, si algunas proposiciones suyas se representan separadas del contexto, parecen implicatorias, disonantes, absurdas. Al entrar en la Oración llama Cicerón nuevo, y nunca antes oído el hecho, sobre que caía la acusación contra Ligario: Novum crimen, & ante hac numquam auditum. El hecho, sobre que caía la acusación, era precisamente haber militado Ligario contra el Cesar: lo cual otros muchos habían hecho antes. Dice luego, que Ligario no tiene culpa alguna: Omni culpa vacat, y lo prueba por todo el Discurso: lo cual, sobre oponerse a la confesión antecedente, pugna también con la protesta que hace el Orador al fin, de que sólo tiene recurso a la clemencia del Cesar: pues si Ligario está inocente, tiene recurso a la justicia, aunque falte la clemencia. Llama en otra parte honesta a una mentira, con que pudiera excusar a [15] Ligario: Honesto, & misericordi mendacio. ¡Qué desatino llamar honesta una acción, que es intrínsecamente mala! Dice, que la acusación intentada contra Ligario no tiene fuerza para que le condenen, sino para que le quiten la vida: Non habet eam vim ista accusatio, ut Ligarius condemnetur, sed un necetur. ¡Qué implicación, o que algaravía! Ve aquí cuatro, o cinco desatinos de marca mayor en otra oración corta: y ésta es puntualmente aquella que prefieren a todas las demás de Cicerón sujetos de gran conocimiento.

6. Por eso en la crítica de semejantes escritos se desea sobre todo la buena fe, para sacar al Teatro del examen las razones en el verdadero sentido en que las profirio su Autor. Si aquella falta, es fácil engañar a todos los que no son muy despiertos, y persuadirles, que un escrito (aunque en sí mismo excelentísimo) es totalmente despreciable.

7. Este defecto (lo mismo digo de los tres anteriores) es casi transcendente a todo el Anti-Teatro. No sólo separa las proposiciones del contexto, para traerlas a extranjero sentido: tal vez las destronca, cortándoles la mitad. No sé si otro algún Crítico fue tan enemigo de la legalidad, que llegase a este extremo. Véase el núm. 7, donde cita como mía esta proposición, extraída del segundo Tomo, pág. 24: No es lo que se siente, lo que se dice, tomándola en sentido generalísimo, para probarme con ella, que no pueden rastrearse jamás los gustos, o pesares de los hombres. Mi proposición en la parte citada es ésta: No es lo que se siente lo que se dice, cuando es delito decir lo que se siente. Esta segunda parte, que saca la proposición de un sentido muy universal a uno muy militado, se la rapó a navaja el Sr. Mañer, dejando escueta la primera, no es lo que se siente lo que se dice, para tener con que argüirme a mí, y con que alucinar al pobre lector.

8. Propuestos estos cuatro defectos (digámoslo así) generales, los cuales siempre deben tenerse presentes para hacer debido concepto de la Crítica del Sr. Mañer, no sólo en el asunto del presente Discurso, mas en todo su libro: pasemos a los particulares, que ocurren aquí; advirtiendo, que [16] sólo se notarán los más sobresalientes: regla que comúnmente se observará en este escrito, por no hacerle muy prolijo.

9. Número 4 dice, que el sentimiento que tuvo Agatócles de la muerte de sus hijos degollados, podrá contrapesarse con el gusto de mandar ejecutar lo propio con los hijos, y las mujeres de los mismos homicidas. ¿Y juzga el Sr. Mañer en Dios, y en su conciencia, que este gusto sería igual a aquel dolor? ¡Oh qué mal empieza a pesar los gustos, y disgustos de los poderosos!

10. Número 6, después de evadirse de una objeción mía, propuesta en el número antecedente, en la forma que suele; esto es, sin decir cosa que pueda servir de respuesta, hace reflexión sobre estas palabras mías: Sería infinito, si corriendo las Historias, quisiese sacar al Teatro todos aquellos, en quienes la mano de la fortuna alternó cruelísimos golpes con los más tiernos alhagos . Ni esto es muy importante a nuestro propósito. Aquí me carga la mano terriblemente el Sr. Mañer, reprehendiendome con estas palabras: Si para el asunto en que estamos importa poco, ¿para qué gastar el tiempo en llenar planas de lo que no es del caso? ¡Válgate Dios por Sr. qué mal acondicionado que está! Oigame el Sr. Mañer, le suplico. ¿Muy importante no advierte que es superlativo? ¿debajo del superlativo no están el comparativo, y positivo? No hay duda. Luego aunque aquello no sea importante en superlativo, podrá ser importante en comparativo, o positivo. De otro modo. Entre importar mucho, e importar nada, ¿no hay el medio de importar algo? Claro está. Luego aunque aquello no importe mucho (que es lo que yo afirmo), no se infiere que no importe nada; antes queda lugar a que importe algo. Pregunto más. ¿Lo que importa algo para un asunto, no es del caso para él? Ya se ve. ¿Pues con qué conciencia el decir yo, que aquello no es muy importante a mi propósito, me lo toma el Sr. Mañer por lo mismo que confesar, que no es del caso para el asunto? Más. ¿Dónde están esas planas, que yo lleno con eso que me dice que no es del caso? O habla de los ejemplares que antes había propuesto, [17] u de los que (por no ser muy importantes) omito. Con aquellos no había llenado ni aún media plana: y los que omito, no ocupan ni aún un punto matemático en el papel.

11. Número 7 dice, que el valor intrínseco de la fortuna (esto es, gustos, y disgustos interiores) es inaveriguable. ¿Pues cómo pretende contra mí, que los gustos interiores de los poderosos son más, y mayores que los de los humildes? ¿Ha averiguado lo que es inaveriguable? Y si no pretende probar aquello, no habla al caso, pues sobre eso es la disputa.

12. Añade en el mismo número, que en la fortuna humilde es más fácil el alcance; pero en la soberana más difícil (¡qué presto le rebajó de imposible a fácil en unos, y a más difícil en otros!) a causa de la casi continua disimulación con que viven todos los Soberanos. Para esto nos remite a Tiberio; como si Tiberio fuera todos los Soberanos, o como si un Príncipe, que fue singularísimamente notado de falso, y disimulado, hiciera argumento para los demás. El que Tiberio haya sido cruel ¿será prueba de que todos los Soberanos lo son? Esfuérzalo luego con que la máxima de Estado está mil veces pidiendo aquesta simulación, para hacer impenetrable el secreto del Gabineto. ¿Qué tiene que ver lo uno con lo otro? ¿Es por ventura secreto del Gabineto el estar el Príncipe alegre, o triste, bien, o mal humorado? Sr. Mañer, los Príncipes ocultan las resoluciones, cuyo secreto importa. Pero en cuanto a sus gustos, o pesares, tan al revés sucede de lo que V.md. dice, que antes los Soberanos, por su independencia franquean por lo común el estado de su ánimo; pero a los humildes su dependencia los obliga muchas veces a fingir diferentes afectos de los que tienen en el pecho. Y así lo tiene entendido todo el mundo, excepto el Sr. Mañer.

13. En fin, díganos el Sr. Mañer: Si a los Soberanos no se les pueden averiguar los gustos, y disgustos interiores, ¿cómo se los averiguó desde Madrid a Sicilia, y a la distancia de dos mil años, a Agatócles, y esto con tanta puntualidad, que halló en perfecto equilibrio el sentimiento de la muerte de sus hijos, con el placer de la venganza? [18]

14. Número 9, prosiguiendo en probar la dificultad, o imposibilidad de explorar los gustos, o disgustos interiores, se aprovecha de aquel texto del Eclesiástico, donde se dice, que los necios tienen el corazón en los labios; pero los discretos los labios en el corazón: esto es, los necios tienen el corazón patente: los discretos escondido. Y no advierte el buen Sr. que este texto le degüella: porque siendo grandísimo el número de necios (infinito le llama el Espíritu Santo), que hay en todas fortunas, tenemos muchos, y muchísimos con los corazones a primer folio, donde podremos ver, qué impresión de disgusto, u de placer interior produce en ellos la humilde, y alta fortuna. ¿Qué importará que el corto número de los discretos no retire el pecho, cuando nos podemos desquitar con ventaja en las millardas de los necios, anatomizándoles muy a nuestro gusto el corazón? Pero la verdad es, que no significa el texto lo que entiende el Sr. Mañer: sino que el discreto calla lo que la prudencia, y conciencia mandan callar; y el necio publica lo que debiera esconder. En lo demás no se le quita al discreto que se queje, si le aprieta el zapato; y también hay una especie de tontos, que de todo hacen misterio.

15. Número 10 dice, que Séneca jamás se quiso deshacer de las muchas riquezas que tenía, Tácito dice lo contrario. No sé a quién crea.

16. Número 15 confunde en el Príncipe las necesidades del Estado con las de la persona. Aquellas no son del caso: ni se duda, que para ellas no bastan millaradas, si son menester millones.

17. Ibidem leo esta cláusula: Quien sólo tiene lo preciso, siempre anda falto de lo necesario. Es paradoja de primera clase, y primer orden. Pero pasará por implicación manifiesta, entretanto que no nos la ilustra con algún comento el Sr. Mañer.

18. Número 17 a la noticia dada por mí, de que a Antéo, Rey de la Scythia, le sonaban mejor los relinchos de su caballo, que los tañidos del Músico Ismenias, dice, que esta es extravagancia, que no prueba contra el gusto de la [19] dulzura de la música. Y como no traigo la especie de Antéo para probar tal cosa, es preciso confesar, que el Sr. Mañer no habla al caso. Pero dejemos esto, y vayamos a otra cosa. Allá adelante, pág. 111, hallo que el Sr. Mañer nos dice, que mejor le suena una caja militar, que todas las melodías de los más canóros ruiseñores. Quisiera saber si se llama extravagancia el gusto de Antéo, qué nombre hemos de dar al del Sr. Mañer; porque yo no hallo más dulzura en el estruendo de la caja, que en los relinchos del caballo. Pero valga la verdad; esto lo dice a fin de mostrarnos, sin riesgo suyo, que tiene un espíritu marcial, y guerrero.

19. En los números 21, y 22 hace por responder al texto, que yo alegué del Eclesiastés, el cual explica, no sólo con voluntariedad, mas con manifiesta oposición a la letra. Y para esto nos cita la Versión Arábiga, la Complutense, y últimamente a Cornelio. Cornelio claramente dice, que el desengaño de Salomón caía sobre el goce de todas aquellas cosas que servían a su deleite. La Complutense, y el Arábigo exponen algo más al intento del Sr. Mañer. Pero pues vio el Sr. Mañer a Cornelio, allí vería también, que abandona aquella exposición, por ser puramente simbólica.

20. Lo más gracioso es, que confesándonos el Sr. Mañer pág. 107, núm. 5, que no vio la Biblia más que por el pergamino, a cada paso cita textos de la Biblia, y se revuelca en ellos muy despacio: y aún si nos descuidamos, hay su aditamento de Cornelios, Arábigos, y Complutenses. Mas ya lo entiendo. ¡Ah, Sr. Don Salvador! harto mejor le hubiera estado no fiarse tanto en las especies, que le ministran sus auxiliares, pues le embocan a veces lo que no dice la Biblia, lo que no se lee en las Bulas de Canonización, lo que no sueñan los Padres, lo que no mientan las Historias, &c.

21. Número 23 me dice, que es muy difícil saber, si el pobre se sienta a la mesa con más gana que el rico. ¡Esto es muy difícil! Yo creo, que si fuera tan difícil de saber, no lo supiera todo el mundo. Pero no hay cosa, que el Sr. Mañer no dificulte, a trueque de no darse por convencido. [20]

22. Desde el número 28, hasta el 32 inclusive, para responder a la reflexión, que hago yo, de que el escaso, y humilde trato que los pobres tienen en habitación, vestido, comida, &c. no les es molesto, considera transferido, ese humilde trato a los ricos. Eso, Sr. Mañer, es mudar de sujeto, y trastornar el asunto. Ya se ve, que si al que está hecho a pan de Zaratán, le ponen delante centeno, le amargará: si al que rompió los más finos paños, y telas, le visten de buriel, lo sentirá mucho: si al que habitaba un magnífico Palacio, le meten en una choza, se hallará estrecho, y desconsolado: si al que andaba en carroza, le precisan a andar a pie, no podrá sufrirlo. ¿Pero no ve el Sr. Mañer, que esto no es del caso? Porque yo no relevo de la molestia, o no se la minoro al trato humilde de los pobres transferido a los ricos, sino colocado en los mismos pobres, que están habituados a aquel trato humilde, y grosero.

23. Número 35 confunde la amplitud de fortuna con el gozo, o placer, que de ella se recibe: con que concediendo yo en los poderosos mayor amplitud de fortuna, infiere, que ya asiento a su opinión. A esto no tengo que hacer, sino remitirle a quien le explique lo que es extensión, e intensión, lo que es cantidad de mole, y cantidad de virtud. Pero entre tanto que lo averigua, le preguntaré si por razón de su mayor amplitud, apreciará más una braza de piedra, que dos dedos de oro.

24. Desde el número 41 en adelante toma por asunto señalar las ventajas de la fortuna alta sobre la humilde, y propone cuatro: honor, justicia, ciencia, y liberalidad. El mal es, que todas estas cuatro ventajas son fuera del intento de la disputa. Aquí se cuestiona, si gozan igual conveniencia temporal los humildes, que los poderosos; y no veo por dónde dichas cuatro calidades engrandezcan la conveniencia temporal; esto es, hagan vivir con quietud, contento, y placer. El honor trae consigo mil inquietudes, y cargas, de que están exentos los que no viven tan considerados en el mundo. La justicia, si se habla del hábito, o inclinación a ella, es una cualidad moral, que no tiene que ver con la [21] alegría, u desazón del ánimo: fuera de que el hábito de justicia puede existir del mismo modo en los humildes, que en los poderosos. Si se habla de la justicia en ejercicio, ésta ocupa, y fatiga a los que la practican. Traslado a los Togados. La ciencia no sé qué conexión tenga con la alta fortuna, para atribuírsela más a aquella, que a la humilde. Antes en ésta se hace más necesario el estudio para ganar la vida. Pero sea así norabuena. En el Discurso séptimo nos responderá el Sr. Mañer, cómo diciéndonos aquí, que la ciencia contribuye a la felicidad temporal de los poderosos, compone lo que dice aquí, con lo que dice allá. La liberalidad es una virtud muy cómoda; pero no a los que la ejercitan, sino a aquellos con quienes se ejercita. Y ve aquí todas las pruebas que alega el Sr. Mañer, para que los de la alta fortuna lo pasen con más conveniencia, que los de la humilde.

25. Olvidábaseme advertir, que en el número 42 prueba también con el símil de los Angeles, pues en el Cielo (dice) logran superiores ventajas los de Jerarquía más elevada. Todo es uno. Los Angeles, Sr. Mañer, son desiguales en la naturaleza, y aún en la gracia. ¿Qué tiene que ver esto con la mera desigualdad de fortuna, de que aquí tratamos?

26. En el número 49 confunde la desigualdad de la fortuna en cuanto al esplendor (que es lo que yo llamo humilde, y alta), con la desigualdad en cuanto a la conveniencia, para hacerme cargo de un descuido, el cual le cae enteramente acuestas. Sr. mío, la primera desigualdad se supone. La segunda es la que se disputa.

27. Número 50 me impone como sentencia mía, que todos lo que eleva la fortuna, sin decadencia alguna, en este mundo, los precipita en el otro; y a todos los que humilla aquí sin darles jamás la mano, en el otro los eleva todos. Así lo dice el Sr. Mañer; pero no lo dije yo. Lea V. md. aquel rengloncito, con que termino el número 2, donde toco esa pieza: Esto es lo más común, aunque no es regla sin excepción.

28. Número 51 me capitula otro descuido, pretendiendo, que es fabulosa la especie que escribí del Templo de [22] piedras transparentes, que erigió Nerón en Roma a la Fortuna. Esta noticia, Sr. Mañer, dala Plinio en el libro 36 de su Historia Natural, cap. 2, que yo no soy hombre, que levante Historias de mi cabeza: con que si fuera fabulosa, el descuido no será mío, sino de Plinio. Y sea o no fabulosa, ¿no advierte el Sr. Mañer, que sólo uso de ella para símil? ¿No sabe, que para este uso no es menester calificar la verdad de las noticias? ¿Ignora, que se pueden aplicar como símiles, aún las que son ciertamente fabulosas? ¿No ha oído mil veces proponer como figuras, símiles, o sombras de los Misterios de nuestra Religión, las fábulas del Gentilismo?


{Benito Jerónimo Feijoo, Ilustración apologética al primero, y segundo tomo del Teatro Crítico (1729). Texto tomado de la edición de Madrid 1777 (por Pantaleón Aznar, a costa de la Real Compañía de Impresores y Libreros), páginas 11-22.}