Filosofía en español 
Filosofía en español


Tomo primero Discurso XVI

Defensa de las mujeres

§. I

1. En grave empeño me pongo. No es ya sólo un vulgo ignorante con quien entro en la contienda: defender a todas las mujeres, viene a ser lo mismo que ofender a casi todos los hombres: pues raro hay que no se interese en la precedencia de su sexo con desestimación del otro. A tanto se ha extendido la opinión común en vilipendio de las mujeres, que apenas admite en ellas cosa buena. En lo moral las llena de defectos, y en lo físico de imperfecciones. Pero donde más fuerza hace, es en la limitación de sus entendimientos. Por esta razón, después de defenderlas con alguna brevedad sobre otros capítulos, discurriré más largamente sobre su aptitud para todo género [326] de ciencias, y conocimientos sublimes.

2. El falso Profeta Mahoma, en aquel mal plantado paraíso, que destinó para sus secuaces, les negó la entrada a las mujeres, limitando su felicidad al deleite de ver desde afuera la gloria, que habían de poseer dentro los hombres. Y cierto que sería muy buena dicha de las casadas, ver en aquella bienaventuranza, compuesta toda de torpezas, a sus maridos en los brazos de otras consortes, que para este efecto fingió fabricadas de nuevo aquel grande Artífice de Quimeras. Bastaba para comprehender cuánto puede errar el hombre, ver admitido este delirio en una gran parte del mundo.

3. Pero parece que no se aleja mucho de quien les niega la bienaventuranza a las mujeres en la otra vida, el que les niega casi todo el mérito en esta. Frecuentísimamente los más torpes del vulgo representan en aquel sexo una horrible sentina de vicios, como si los hombres fueran los únicos depositarios de las virtudes. Es verdad que hallan a favor de este pensamiento muy fuertes inventivas en infinitos libros: en tanto grado, que uno, u otro apenas quieren aprobar ni una sola por buena: componiendo en la que está asistida de las mejores señas, la modestia en el rostro con la lascivia en el alma:

Aspera si visa est, rigidasque imitata Sabinas,
Velle, sed ex alto dissimulare puta.

Contra tan insolente maledicencia, el desprecio, y la detestación son la mejor Apología. No pocos de los que con más frecuencia, y fealdad pintan los defectos de aquel sexo, se observa ser los más solícitos en granjear su agrado. Eurípides fue sumamente maldiciente de las mujeres en sus Tragedias; y según Ateneo, y Estobeo era amantísimo de ellas en su particular: las execraba en el teatro, y las idolatraba en el aposento. El Bocacio, que fue con grande exceso impúdico, escribió contra las mujeres la violenta Sátira, que intituló Labyrinto del amor. ¿Qué misterio habrá en esto? Acaso con la ficción de ser de este dictamen quieren ocultar su propensión: acaso en las brutales saciedades [327] del torpe apetito se engendra un tedio desapacible, que no representa sino indignidades en el otro sexo. Acaso también se venga tal vez con semejantes injurias la repulsa de los ruegos: que hay hombre tan maldito, que dice que una mujer no es buena, solo porque ella no quiso ser mala. Ya se ha visto desahogarse en más atroces venganzas esta injusta queja, como testifica el lastimoso suceso de la hermosísima Irlandesa Madama Duglás. Guillermo Leout, ciegamente irritado contra ella, porque no había querido condescender con su apetito, la acusó de crimen de lesa Majestad; y probando con testigos sobornados la calumnia, la hizo padecer pena capital. Confesóla después el mismo Leout, y refiere el suceso La Mota de Vayer {(a) Opusc. Except.}.

4. No niego los vicios de muchas. ¡Mas ay! Si se aclarara la genealogía de sus desórdenes, ¡cómo se hallaría tener su primer origen en el porfiado impulso de individuos de nuestro sexo! Quien quisiere hacer buenas a todas las mujeres, convierta a todos los hombres. Puso en ellas la naturaleza por antemural la vergüenza contra todas las baterías del apetito, y rarísima vez se le abre a esta muralla la brecha por la parte interior de la plaza.

5. Las declamaciones que contra las mujeres se leen en algunos Escritores sagrados, se deben entender dirigidas a las perversas, que no es dudable las hay. Y aun cuando miráran en común al sexo, nada se prueba de ahí, porque declaman los Médicos de las almas contra las mujeres, como los Médicos de los cuerpos contra las frutas, que siendo en sí buenas, útiles, y hermosas, el abuso las hace nocivas. Fuera de que no se ignora la extensión que admite la Oratoria en ponderar el riesgo, cuando es su intento desviar el daño.

6. Y díganme los que suponen más vicios en aquel sexo que en el nuestro, ¿cómo componen esto con darle la Iglesia a aquel con especialidad el epíteto de devoto? ¿Cómo [328] con lo que dicen gravísimos Doctores, que se salvarán más mujeres que hombres, aun atendida la proporción a su mayor número? Lo cual no fundan, ni pueden fundar en otra cosa, que en la observación de ver en ellas más inclinación a la piedad.

7. Ya oigo contra nuestro asunto aquella proposición de mucho ruido, y de ninguna verdad, que las mujeres son causa de todos los males. En cuya comprobación hasta los ínfimos de la plebe inculcan a cada paso que la Caba indujo la pérdida de España, y Eva la de todo el mundo.

8. Pero el primer ejemplo absolutamente es falso. El Conde D. Julián fue quien trajo los Moros a España, sin que su hija se lo persuadiese, quien no hizo más que manifestar al padre su afrenta. ¡Desgraciadas mujeres, si en el caso de que un insolente las atropelle, han de ser privadas del alivio de desahogarse con el padre, o con el esposo! Eso quisieran los agresores de semejantes temeridades. Si alguna vez se sigue una venganza injusta, será la culpa, no de la inocente ofendida, sino del que la ejecuta con el acero, y del que dio ocasión con el insulto; y así entre los hombres queda todo el delito.

9. El segundo ejemplo, si prueba que las mujeres en común son peores que los hombres, prueba del mismo modo que los Ángeles en común son peores que las mujeres: porque como Adán fue inducido a pecar por una mujer, la mujer fue inducida por un Ángel. No está hasta ahora decidido quién pecó más gravemente, si Adán, si Eva; porque los Padres están divididos. Y en verdad que la disculpa que da Cayetano a favor de Eva, de que fue engañada por una criatura de muy superior inteligencia, y sagacidad, circunstancia que no concurrió en Adán, rebaja mucho, respecto de este, el delito de aquella.

§. II

10. Pasando de lo moral a lo físico, que es más de nuestro intento, la preferencia del sexo robusto [329] sobre el delicado, se tiene por pleito vencido, en tanto grado, que muchos no dudan en llamar a la hembra animal imperfecto, y aun monstruoso, asegurando que el designio de la naturaleza en la obra de la generación siempre pretende varón; y sólo por error, o defecto, ya de la materia, ya de la facultad, produce hembra.

11. ¡Oh admirables Físicos! Seguiráse de aquí que la naturaleza intenta su propia ruina; pues no puede conservarse la especie sin la concurrencia de ambos sexos. Seguiráse también que tiene más errores que aciertos la naturaleza humana en aquella principalísima obra suya; siendo cierto que produce más mujeres que hombres. ¿Ni cómo puede atribuirse la formación de las hembras a debilidad de la virtud, o defecto de materia, viéndolas nacer muchas veces de padres bien complexionados, y robustos en lo más florido de su edad? Acaso si el hombre conservara la inocencia original, en cuyo caso no hubiera estos defectos, ¿no habían de nacer algunas mujeres, ni se había de propagar el linaje humano?

12. Bien sé que hubo Autor que se tragó tan grave absurdo, por mantener su declarada ojeriza contra el otro sexo. Este fue Almerico, Doctor Parisiense del siglo duodécimo: el cual, entre otros errores, dijo, que durando el estado de la inocencia, todos los individuos de nuestra especie serían varones, y que Dios los había de criar inmediatamente por sí mismo, como había criado a Adán.

13. Fue Almarico ciego secuaz de Aristóteles, de modo que todos, o casi todos sus errores fueron consecuencias que tiró de doctrinas de aquel Filósofo. Viendo, pues, que Aristóteles, no en una parte sola de sus obras da a entender que la hembra es animal defectuoso, y su generación accidental, y fuera del intento de la naturaleza, de aquí infirió que no habría mujeres en el estado de la inocencia. Así se sigue muchas veces una Teología herética a una errada Física.

14. Pero la grande adherencia que con Aristóteles profesó Almarico, les estuvo mal a Almarico, y a Aristóteles: [330] porque los errores de Almarico fueron condenados en un Concilio Parisiense el año de 1209; y en el mismo Concilio fue prohibida la lectura de los libros de Aristóteles: confirmando después esta prohibición el Papa Gregorio IX. Era ya muerto Almarico un año antes que se proscribiesen sus dogmas; y así fueron desenterrados sus huesos, y arrojados en un lugar inmundo.

15. De aquí es, que no nos deben hacer fuerza uno, u otro Doctor, por otra parte grave, que asentaron ser defectuoso el sexo femineo, sólo porque Aristóteles lo dijo, de quien fueron finos sectarios, aunque sin precipitarse en el error de Almarico. Es cierto que Aristóteles fue inicuo con las mujeres: pues no sólo proclamó con exceso sus defectos físicos; pero aún con mayor vehemencia los morales, de que se apuntará algo en otra parte. ¿Quién no pensará que su genio le inclinaba al desvío de aquel sexo? Pues nada menos que eso. No sólo amó con ternura a dos mujeres que tuvo; pero le sacó tanto de sí el amor de la primera, llamada Pythais, hija, como quieren unos, o sobrina, como dicen otros, de Hermias, Tirano de Atarneo, que llegó al delirio de darle inciensos como a Deidad. También se cuentan insanos amores suyos con una criaduela: bien que Plutarco no se acomoda a creerlo. Pero en esta parte merece más fe Teócrito Chio (que en un epigrama vivamente exprobó a Aristóteles su obscenidad), porque fue del tiempo de Aristóteles; y Plutarco muy posterior: en cuyo ejemplo se ve que la mordacidad contra las mujeres; muchísimas veces, y aun las más, anda acompañada de una desordenada inclinación hacia ellas, como ya dijimos arriba.

16. De el mismo error físico, que condena a la mujer por animal imperfecto, nació otro error teológico, impugnado por S. Agustín, lib. 22 de Civit. Dei, c. 17, cuyos Autores decían que en la Resurrección Universal esta obra imperfecta se ha de perfeccionar, pasando todas las mujeres al sexo varonil; como que la gracia ha de concluir entonces la obra que dejó sólo empezada la naturaleza. [331]

17. Este error es muy parecido al de los infatuados Alquimistas, que sobre la máxima de que la naturaleza en la producción metálica siempre intenta la generación del oro, y sólo por defecto de virtud para en otro metal imperfecto, pretenden que después el Arte conduzca la obra a su perfección, y haga oro lo que nació hierro. Mas al fin, este error es más tolerable, ya porque no toca en materia de fe, ya porque (séase lo que se fuere del intento de la naturaleza, y de la imaginaria capacidad del Arte) de hecho el oro es el metal más noble, y los demás son de muy inferior calidad. Pero en nuestro asunto todo es falso: que la naturaleza intenta siempre varón, que su operación bastardea en la mujer; y mucho más, que este yerro se ha de enmendar en la Resurrección Universal.

§. III

18. No por eso apruebo el arrojo de Zacuto Lusitano, que en la introducción al Tratado de Morbis Mulierum con frívolas razones quiso poner de bando mayor a las mujeres, haciendo crecer su perfección física sobre los hombres. Con otras de mayor apariencia se pudiera emprender ese asunto. Pero mi empeño no es persuadir la ventaja, sino la igualdad.

19. Y para empezar a hacernos cargo de la dificultad (dejando por ahora a parte la cuestión del entendimiento, que se ha de disputar separada, y más de intento en este Discurso) por tres prendas, en que hacen notoria ventaja a las mujeres, parece se debe la preferencia a los hombres, robustez, constancia, y prudencia. Pero aun concedidas por las mujeres estas ventajas, pueden pretender el empate, señalando otras tres prendas, en que exceden ellas: hermosura, docilidad, y sencillez.

20. La robustez, que es prenda del cuerpo, puede considerarse contrapesada con la hermosura, que también lo es. Y aun muchos le concederán a ésta el exceso. Tendrían razón, si el precio de las prendas se hubiese de determinar precisamente por la lisonja de los ojos. Pero debiendo [332] hacer más peso en el buen juicio, para decidir esta ventaja, la utilidad pública, pienso debe ser preferida la robustez a la hermosura. La robustez de los hombres trae al mundo esencialísimas utilidades en las tres columnas que sustentan toda República, Guerra, Agricultura, y Mecánica. De la hermosura de las mujeres, no sé qué fruto importante se saque, sino es que sea por accidente. Algunos la argüirán de que bien lejos de traer provechos, acarrea gravísimos daños en amores desordenados que enciende, competencias que suscita, cuidados, inquietudes, y recelos que ocasiona en los que están encargados de su custodia.

21. Pero esta acusación es mal fundada, como originada de falta de advertencia. En caso que todas las mujeres fuesen feas, en las de menos deformidad se experimentaría tanto atractivo como ahora en las hermosas; y por consiguiente harían el mismo estrago. La menos fea de todas, puesta en Grecia, sería incendio de Troya, como Helena: y puesta en el Palacio del Rey D. Rodrigo, sería ruina de España, como la Caba. En los Países donde las mujeres son menos agraciadas, no hay menos desórdenes que en aquellos donde las hay de más gentileza, y proporción. Y aun en Moscovia, que excede en copia de mujeres bellas a todos los demás Reinos de Europa, no está tan desenfrenada la incontinencia, como en otros Países; y la fe conyugal se observa con mucha mayor exactitud.

22. No es, pues, la hermosura por sí misma autora de los males que le atribuyen. Pero en el caso de la cuestión doy mi voto a favor de la robustez, la cual juzgo prenda mucho más apreciable que la hermosura. Y así, en cuanto a esta parte se ponen de bando mayor los hombres. Quédales empero a salvo a las mujeres replicar, valiéndose de la sentencia de muchos doctos, y recibida de toda una ilustre Escuela, que reconoce la voluntad por potencia más noble que el entendimiento, la cual favorece su partido; pues si la robustez, como más apreciable, logra mejor lugar en el entendimiento, la hermosura, como más [333] amable, tiene mayor imperio en la voluntad.

23. La prenda de la constancia, que ennoblece a los hombres, puede contrarrestarse con la docilidad que resplandece en las mujeres. Donde se advierte, que no hablamos de estas, y otras prendas consideradas formalmente en el estado de virtudes, porque en este sentido no son de la línea física, sino en cuanto están radicadas, y como delineadas en el temperamento, cuyo embrión informe es indiferente para el buen, y mal uso; y así mejor se llamarán flexibilidad, o inflexibilidad del genio, que constancia, o docilidad.

24. Diráseme que la docilidad de las mujeres declina muchas veces a ligereza; y yo repongo, que la constancia de los hombres degenera muchas veces en terquedad. Confieso que la firmeza en el buen propósito es autora de grandes bienes; pero no se me puede negar, que la obstinación en el malo es causa de grandes males. Si se me arguye que la invencible adherencia al bien, o al mal es calidad de los Ángeles, respondo, que sobre no ser eso tan cierto, que no lo nieguen grandes Teólogos, muchas propiedades, que en las naturalezas superiores nacen de su excelencia, en las inferiores provienen de su imperfección. Los Ángeles, según doctrina de Santo Tomás, cuanto más perfectos, entienden por menos especies; y en los hombres el corto número de especies es defecto. En los Ángeles el estudio sería tacha de su entendimiento; y a los hombres les ilustra el suyo.

25. La prudencia de los hombres se equilibra con la sencillez de las mujeres. Y aun estaba para decir más; porque en realidad al Género humano mucho mejor le estaría la sencillez que la prudencia de todos sus individuos. Al siglo de Oro nadie le compuso de hombres prudentes, sino de hombres cándidos.

26. Si se me opone que mucho de lo que en las mujeres se llama candidez, es indiscreción; respondo yo, que mucho de lo que en los hombres se llama prudencia, es falacia, doblez, y alevosía, que es peor. Aun esa misma [334] franqueza indiscreta, conque a veces se manifiesta el pecho contra las reglas de la razón, es buena, considerada como señal. Como nadie ignora sus propios vicios, quien los halla en sí de alguna monta, cierra con cuidado a los acechos de la curiosidad los resquicios del corazón. Quien comete delitos en su casa, no tiene a todas horas la puerta abierta para el registro. De la malicia es compañera individua la cautela. Quien, pues, tiene facilidad en franquear el pecho, sabe que no está muy asqueroso. En esta consideración, la candidez de las mujeres siempre será apreciable: cuando arreglada al buen dictamen, como perfección; y cuando no, como buena señal.

§. IV

27. Sobre las buenas calidades expresadas, resta a las mujeres la más hermosa, y más transcendente de todas, que es la vergüenza: gracia tan característica de aquel sexo, que aun en los cadáveres no le desampara, si es verdad lo que dice Plinio, que los de los hombres anegados fluctúan boca arriba, y los de las mujeres boca abajo: Veluti pudori defunctarum parcente natura {(a) Lib. 7 cap. 17.}.

28. Con verdad, y agudeza, preguntado el otro Filósofo, qué color agraciaba más el rostro a las mujeres, respondió, que el de la vergüenza. En efecto juzgo que esta es la mayor ventaja que las mujeres hacen a los hombres. Es la vergüenza una valla, que entre la virtud, y el vicio puso la naturaleza. Sombra de las bellas almas, y carácter visible de la virtud la llamó un discreto Francés. Y S. Bernardo, extendiéndose más, la ilustró con los epítetos de piedra preciosa de las costumbres, antorcha de la alma púdica, hermana de la continencia, guarda de la fama, honra de la vida, asiento de la virtud, elogio de la naturaleza, y divisa de toda honestidad {(b) Serm. 86 in Cantic.}. Tintura de la virtud la llamó con sutileza, y propiedad Diógenes. De hecho, [335] este es el robusto, y grande baluarte, que puesto enfrente del vicio, cubre todo el alcázar del alma: y que vencido una vez, no hay, como decía el Nacianceno, resistencia a maldad alguna: Protinus extincto subeunt mala cuncta pudore.

29. Diráse que es la vergüenza un insigne preservativo de ejecuciones exteriores, mas no de internos consentimientos; y así, siempre le queda al vicio camino abierto para sus triunfos, por medio de los invisibles asaltos, que no puede estorbar la muralla del rubor. Aun cuando ello fuese así, siempre sería la vergüenza un preservativo preciosísimo, por cuanto por lo menos precave infinitos escándalos, y sus funestas consecuencias. Pero si se hace atenta reflexión, se hallará que defiende, si no en un todo, en gran parte, aun de esas escaladas silenciosas, que no salen de los ocultos senos de la alma; porque son muy raros los consentimientos internos, cuando no los acompañan las ejecuciones, que son las que radican los afectos criminales en el alma, las que aumentan, y fortalecen las propensiones viciosas. Faltando éstas, es verdad que una, u otra vez se introduce la torpeza en el espíritu; pero no se aloja en él como doméstica, mucho menos como señora; sí sólo como peregrina.

30. Las pasiones, sin aquel alimento que las nutre, yacen muy débiles, y obran muy tímidas; mayormente cuando en las personas muy ruborosas es tan franco el comercio entre el pecho, y el semblante, que pueden recelar salga a la plaza pública del rostro cuanto maquinan en la retirada oficina del pecho. De hecho se les pintan a cada paso en las mejillas los más escondidos afectos: que el color de la vergüenza es el único que sirve a formar imágenes de objetos invisibles. Y así, aun para atajar tropiezos del deseo, puede ser rienda en las mujeres el miedo de que se lea en el rostro lo que se imprime en el ánimo.

31. A que se añade, que en muchas sube a tal punto el rubor, que le tienen de sí mismas. Este heroico primor de la vergüenza, de que trató el ingeniosísimo P. Vieira en [336] uno de sus Sermones, no es puramente ideal, como juzgan algunos espíritus groseros, sino practico, y real en los sujetos de índole más noble. Así lo conoció Demetrio Phalereo, cuando instruyendo la juventud de Atenas, les decía que dentro de casa tuviesen vergüenza de sus padres, fuera de ella de todos los que los viesen, y en la soledad cada uno de sí propio.

§. V

32. Pienso haber señalado tales ventajas de parte de las mujeres, que equilibran, y aun acaso superan las calidades en que exceden los hombres. ¿Quién pronunciará la sentencia en este pleito? Si yo tuviese autoridad para ello, acaso daría un corte, diciendo que las calidades en que exceden las mujeres, conducen para hacerlas mejores en sí mismas: las prendas en que exceden los hombres, los constituyen mejores, esto es, más útiles para el público. Pero como yo no hago oficio de Juez, sino de Abogado, se quedará el pleito por ahora indeciso.

33. Y aun cuando tuviese la autoridad necesaria, sería forzoso suspender la sentencia; porque aun se replica a favor de los hombres, que las buenas calidades que atribuyó a las mujeres, son comunes a entrambos sexos. Yo lo confieso; pero en la misma forma que son comunes a ambos sexos las buenas calidades de los hombres. Para no confundir la cuestión, es preciso señalar de parte de cada sexo aquellas perfecciones, que mucho más frecuentemente se hallan en sus individuos, y mucho menos en los del otro. Concedo, pues, que se hallan hombres dóciles, cándidos, y ruborosos. Añado, que el rubor, que es buena señal en las mujeres, aún lo es mejor en los hombres; porque denota, sobre índole generosa, ingenio agudo: lo que declaró más de una vez en su Satiricón Juan Barclayo, a cuyo sutilísimo ingenio no se le puede negar ser voto de muy especial nota: y aunque no es seña infalible, yo en esta materia he observado tanto, que ya no espero jamás cosa buena de muchacho, en quien advierto frente muy osada. [337]

34. Es así, digo, que en varios individuos de nuestro sexo se observan, aunque no con la misma frecuencia, las bellas cualidades que ennoblecen al otro. Pero esto en ninguna manera inclina a nuestro favor la balanza, porque hacen igual peso por la otra parte las perfecciones, de que se jactan los hombres, comunicadas a muchas mujeres.

§. VI

35. De prudencia política sobran ejemplos en mil Princesas por extremo hábiles. Ninguna edad olvidará la primera mujer, en quien desemboza la Historia las obscuridades de la fábula: Semíramis, digo, Reina de los Asirios, que educada en su infancia por las palomas, se elevó después sobre las águilas; pues no sólo se supo hacer obedecer ciegamente de los súbditos, que le había dejado su esposo; mas hizo también súbditos todos los Pueblos vecinos, y vecinos de su Imperio los más distantes, extendiendo sus conquistas, por una parte hasta la Etiopía, por otra hasta la India. Ni a Artemisa, Reina de Caria, que no sólo mantuvo en su larga viudez la adoración de aquel Reino; mas siendo asaltada de los Rodios dentro de él, con dos singularísimos estratagemas, en dos lances solos destruyó las Tropas que le habían invadido: y pasando velozmente de la defensiva a la ofensiva, conquistó, y triunfó de la Isla de Rodas. Ni a las dos Aspasias, a cuya admirable dirección fiaron enteramente con feliz suceso el gobierno de sus Estados Pericles, esposo de la una, y Ciro, hijo de Darío Noto, galán de la otra. Ni a la prudentísima Phile, hija de Antipatro, de quien, aún siendo niña, tomaba su padre consejo para el gobierno de Macedonia, y que después con sus buenas artes sacó de mil ahogos a su esposo el precipitado, y ligero Demetrio. Ni a la mañosa Livia, cuya sutil astucia parece fue superior a la penetración de Augusto; pues no le hubiera dado tanto dominio sobre su espíritu, si la hubiera conocido. Ni a la sagaz Agripina, cuyas artes fueron fatales para ella, y para el mundo, empleándose en promover a su hijo Nerón [338] al Solio. Ni a la sabia Amalasunta, en quien fue menos entender las lenguas de todas las Naciones sujetas al Imperio Romano, que gobernar con tanto acierto el Estado, durante la minoridad de su hijo Atalarico.

36. Ni (dejando otras muchísimas, y acercándonos a nuestros tiempos) se olvidará jamás Isabela de Inglaterra, mujer, en cuya formación concurrieron con igual influjo las tres Gracias, que las tres Furias; y cuya soberana conducta sería siempre la admiración de la Europa, si sus vicios no fueran tan parciales de sus máximas, que se hicieron imprescindibles: y su imagen política se presentará siempre a la posteridad, coloreada (manchada diré mejor) con la sangre de la inocente María Estuarda, Reina de Escocia. Ni Catalina de Médicis, Reina de Francia, cuya sagacidad en la negociación de mantener el equilibrio los dos partidos encontrados de Católicos, y Calvinistas, para precaver el precipicio de la Corona, se pareció a la destreza de los volatines, que en alta, y delicada cuerda, con el pronto artificioso manejo de los dos pesos opuestos, se aseguran del despeño, y deleitan a los circunstantes, ostentando el riesgo, y evitando el daño. No fuera inferior a alguna de las referidas nuestra Católica Isabela en la administración del gobierno, si hubiera sido Reinante, como fue Reina. Con todo no le faltaron ocasiones, y acciones, en que hizo resplandecer una prudencia consumada. Y aun Laurencio Beyerlink en su elogio dice, que no se hizo cosa grande en su tiempo, en que ella no fuese la parte, o el todo: Quid magni in regno, sine illa, imo nisi per illam fere gestum est? Por lo menos el descubrimiento del Nuevo Mundo, que fue el suceso más glorioso de España en muchos siglos, es cierto que no se hubiera conseguido, si la magnanimidad de Isabela no hubiese vencido los temores, y perezas de Fernando.

37. En fin (lo que es más que todo), parece ser, aunque no estoy muy seguro del cómputo, que entre las Reinas que mandaron largo tiempo como absolutas, las más se hallan en las Historias celebradas como Gobernadoras [339] excelentes. Pero las pobres mujeres son tan infelices, que siempre se alegarán contra tantos ejemplos ilustres una Brunequilda, una Fredegunda, las dos Juanas de Nápoles, y otras pocas; bien que a las dos primeras les sobró malicia, no les faltó sagacidad.

38. Ni es en el mundo tan universal, como se piensa, la persuasión de que en la cabeza de la mujer no asienta bien la Corona; pues en Meroe, Isla que forma el Nilo en la Etiopía, o Península, como quieren los modernos, reinaron, según el testimonio de Plinio, mujeres por muchos siglos. El P. Cornelio Alapide, tratando de la Reina Sabá, que fue una de ellas, piensa que su Imperio se extendió mucho fuera del ámbito de Meroe, y comprendió acaso toda la Etiopía; fundado en que Cristo nuestro bien llamó a aquella Señora Reina del Austro, título que suena un vasto dominio hacia aquella plaga. Si bien, que, como se puede ver en Tomás Cornelio, no falta Autor, que asegura ser la Isla, o Península de Meroe mayor que la Gran Bretaña; y así no era muy corto el Estado de aquellas Reinas, aunque no saliese del ámbito de Meroe. Aristóteles {(a) Lib. 2 Politic. cap. 7.} dice, que entre los Lacedemonios tenían gran parte en el gobierno político las mujeres. Esto era conforme a las leyes que les dejó Licurgo.

39. También en Borneo, Isla grande del Mar de la India, reinan mujeres, según la relación de Mandeslo, que se halla en el segundo tomo de Oleario, sin gozar sus maridos otra prerrogativa que ser sus más calificados vasallos. En la Isla Fermosa, situada en el Mar Meridional de la China, es tanta la satisfacción que tienen de la prudente conducta de las mujeres aquellos Idólatras, que a ellas únicamente está fiado el Ministerio Sacerdotal, con todo lo que pertenece a materias de Religión: y en lo político gozan un poder en parte superior al de los Senadores, como intérpretes de la voluntad de sus Deidades.

40. Sin embargo, la práctica común de las Naciones es [340] más conforme a la razón, como correspondiente al divino Decreto, notificado a nuestra primera madre en el Paraíso, donde a ella, y a todas sus hijas en su nombre se les intimó la sujeción a los hombres. Sólo se debe corregir la impaciencia conque muchas veces llevan los Pueblos el gobierno mujeril, cuando según las leyes se les debe obedecer; y aquella propasada estimación de nuestro sexo, que tal vez ha preferido para el régimen un niño incapaz a una mujer hecha; en que excedieron tan ridículamente los antiguos Persas, que en ocasión de quedar la viuda de uno de sus Reyes en cinta, siendo avisados de sus Magos que la concepción era varonil, le coronaron a la Reina el vientre, y proclamaron por Rey suyo el feto, dándole el nombre de Sapor antes de haber nacido.

§. VII

41. Hasta aquí de la prudencia política, contentándonos con bien pocos ejemplos, y dejando muchos. De la prudencia económica es ocioso hablar, cuando todos los días se están viendo casas muy bien gobernadas por las mujeres, y muy desgobernadas por los hombres.

42. Y pasando a la fortaleza, prenda que los hombres consideran como inseparable de su sexo, yo convendré en que el Cielo los mejoró en esta parte en tercio y quinto; mas no en que se les haya dado como Mayorazgo, o Vínculo indivisible, exento de toda partida con el otro sexo.

43. No pasó siglo a quien no hayan ennoblecido mujeres valerosas. Y dejando los ejemplos de las Heroínas de la Escritura, y de las Santas Mártires de la Ley de Gracia (porque hazañas donde intervino especial auxilio soberano, acreditan el poder divino, no la facultad natural del sexo), ocurren tantas mujeres de heroico valor, y esforzada mano, que en tropel se presentan en el teatro de la memoria. Y tras de las Semíramis, las Artemisas, las Thomiris, las Zenobias, se parece una Aretáphila, esposa de Nicotrato, Soberano de Cirene en la Libia, en cuya incomparable generosidad se compitieron el amor más [341] tierno de la Patria, la mayor valentía del espíritu, y la más sutil destreza del discurso: pues por librar su Patria de la violenta tiranía de su marido, y vengar la muerte que éste por poseerla había ejecutado en su primer consorte, haciéndose Caudillo de una conspiración, despojó a Nicotrato del Reino, y la vida. Y habiendo sucedido Leandro, hermano de Nicotrato, en la Corona, y en la crueldad, tuvo valor, y arte para echar también del mundo a este segundo Tirano: coronando en fin sus ilustres acciones con apartar de sus sienes la Corona, que reconocidos a tantos beneficios, le ofrecieron los de Cirene. Una Dripetina, hija del gran Mitridates, compañera inseparable de su padre en tantos arriesgados proyectos, que en todos mostró aquella fuerza de alma, y de cuerpo, que desde su infancia había prometido la singularidad de nacer con dos órdenes de dientes: y después de deshecho su padre por el gran Pompeyo, sitiada en un Castillo por Manlio Prisco, siendo imposible la defensa, se quitó voluntariamente la vida, por no sufrir la ignominia de esclava. Una Clelia Romana, que siendo prisionera de Porsena, Rey de los Etruscos, venciendo mil dificultades, se libró de la prisión, y rompiendo con un caballo (otros dicen que con sus brazos propios) las ondas del Tíber, arribó felizmente a Roma. Una Arria, mujer de Cecina Peto, que siendo comprehendido su marido en la conspiración de Camilo contra el Emperador Claudio, y por este crimen condenado a muerte, resuelta a no sobrevivir a su esposo, después de tentar en vano hacerse pedazos la cabeza contra una muralla, logró, introducida en la prisión de Cecina, exhortarle a que se anticipase con sus manos la ejecución del verdugo, metiéndose ella primero un puñal por el pecho. Una Epponina, que con la ocasión de haberse arrogado su marido Julio Sabino en las Galias el título de César, toleró con rara constancia indecibles trabajos: y siendo últimamente condenada a muerte por Vespasiano, generosamente le dijo, que moría contenta, por no tener el disgusto de ver tan mal Emperador colocado en el Solio. [342]

44. Y porque no se piense que estos siglos últimos en mujeres esforzadas son inferiores a los antiguos, ya se presentan armadas una Poncella de Francia, columna que sustentó en su mayor aflicción aquella vacilante Monarquía; y sí bien que encontrados en los dictámenes, como en las armas, Ingleses, y Franceses, aquellos atribuyeron sus hazañas a pacto diabólico, y estos a moción divina: acaso los Ingleses fingieron lo primero por odio, y los Franceses, que manejaban las cosas, idearon lo segundo por política: que importaba mucho en aquel desmayo grande de Pueblos, y Soldados, para levantar su ánimo abatido, persuadirles que el Cielo se había declarado por aliado suyo, introduciendo para este efecto al teatro de Marte una doncella magnánima, y despierta, como instrumento proporcionado para un socorro milagroso. Una Margarita de Dinamarca, que en el siglo decimocuarto conquistó por su persona propia el Reino de Suecia, haciendo prisionero al Rey Alberto; y la llaman la segunda Semíramis los Autores de aquel Siglo. Una Marulla, natural de Lemnos, Isla del Archipiélago, que en el sitio de la fortaleza de Cochin, puesto por los Turcos, viendo muerto a su padre, arrebató su espada, y rodela, y convocando con su ejemplo toda la Guarnición, en cuya frente se puso, dio con tanto ardor sobre los Enemigos, que no sólo rechazó el asalto, mas obligó al Bajá Solimán a levantar el sitio: hazaña que premió el General Loredano de Venecia, cuya era aquella Plaza, dándole a escoger para marido cualquiera que ella quisiese de los más ilustres Capitanes de su Ejército, y ofreciéndole dote competente en nombre de la República. Una Blanca de Rossi, mujer de Bautista Porta, Capitán Paduano, que después de defender valerosamente, puesta sobre el muro, la Plaza de Basano en la Marca Trevisana, siendo luego cogida la Plaza por traición, y preso, y muerto su marido por el Tirano Ezelino, no teniendo otro arbitrio para resistir los ímpetus brutales de este furioso, enamorado de su belleza, se arrojó por una ventana; pero después de [343] curada, y convalecida (acaso contra su intención) del golpe, padeciendo debajo de la opresión de aquel Bárbaro el oprobio de la fuerza, satisfizo la amargura de su dolor y la constancia de su fe conyugal, quitándose la vida en el mismo sepulcro de su marido, que para este efecto había abierto. Una Bonna, paisana humilde de la Valtelina, a quien encontró en una marcha suya Pedro Brunoro, famoso Capitán Parmesano, en edad corta, guardando ovejas en el campo; y prendado de su intrépida viveza, la llevó consigo para cómplice de su incontinencia; pero ella se hizo también partícipe de su gloria; porque después de fenecer la vida deshonesta con la santidad del matrimonio, no sólo como Soldado particular peleó ferozmente en cuantos encuentros se ofrecieron; pero vino a ser tan inteligente en el arte Militar, que algunas empresas se fiaron a su conducta, especialmente la conquista del Castillo de Pavono, a favor de Francisco Esforcia, Duque de Milán, contra Venecianos, donde en medio de hacer el oficio de Caudillo, pareció en las primeras filas al asalto. Una María Pita, heroína Gallega, que en el sitio puesto por los Ingleses a la Coruña el año de 1589, estando ya los enemigos alojados en la brecha, y la Guarnición dispuesta a capitular, después que con ardiente, aunque vulgar facundia, exprobó a los nuestros su cobardía, arrancando espada, y rodela de las manos de un Soldado, y clamando que quien tuviese honra la siguiese; encendida en coraje se arrojó a la brecha, de cuyo fuego marcial, saltando chispas a los corazones de los Soldados, y vecinos, que prendieron en la pólvora del honor, con tanto ímpetu cerraron todos sobre los enemigos, que con la muerte de mil y quinientos (entre ellos un hermano del General de Tierra Enrique Noris) los obligaron a levantar el sitio. Felipe II premió el valor de la Pita, dándole por los días de su vida grado, y sueldo de Alférez vivo; y Felipe III perpetuó en sus descendientes el grado, y sueldo de Alférez Reformado. Una María de Estrada, consorte de Pedro Sánchez Farsan, Soldado de Hernán Cortés, [344] digna de muy singular memoria por sus muchas, y raras hazañas, que refiere el P. Fr. Juan de Torquemada en su primer Tomo de la Monarquía Indiana. Tratando de la luctuosa salida que hizo Cortés de Méjico, después de muerto Motezuma, dice de ella lo siguiente: Mostróse muy valerosa en este aprieto, y conflicto María de Estrada, la cual con una espada, y una rodela en las manos hizo hechos maravillosos, y se entraba por los enemigos con tanto coraje, y ánimo, como si fuera uno de los más valientes hombres del mundo, olvidada de que era mujer, y revestida del valor, que en caso semejante suelen tener los hombres de valor, y honra. Y fueron tantas las maravillas, y cosas que hizo, que puso en espanto, y asombro a cuantos la miraban. Refiriendo en el capítulo siguiente la batalla que se dio entre Españoles, y Mejicanos en el Valle de Otumpa (o Otumba, como la llama D. Antonio de Solís), repite la memoria de esta ilustre mujer con las palabras que se siguen: En esta batalla, dice Diego Muñoz Camargo en su Memorial de Tlaskala, que María de Estrada peleó a caballo, y con una lanza en la mano tan varonilmente, como si fuera uno de los más valientes hombres del Ejército, y aventajándose a muchos. No dice el Autor de dónde era natural esta Heroína; pero el apellido persuade que era Asturiana. Una Ana de Baux, gallarda Flamenca, natural de una Aldea cerca de Lila, que sólo con el motivo de guardar su honor de los insultos militares en las guerras del último siglo, escondiendo su sexo con los hábitos del nuestro, se dio al ejercicio de la guerra, en que sirvió mucho tiempo, y en muchos lances con gran valor, de modo que arribó a la Tenencia de una Compañía; y siendo después hecha prisionera por Franceses, descubierto ya su sexo, el Mariscal de Seneterre le ofreció una Compañía en el servicio de Francia; lo que ella no admitió por no militar contra su Príncipe; y volviendo a su patria, se hizo Religiosa.

45. El no haber nombrado hasta ahora las Amazonas, siendo tan del intento, fue con el motivo de hablar de ellas [345] separadamente. Algunos Autores niegan su existencia, contra muchos más que la afirman. Lo que podemos conceder es, que se ha mezclado en la Historia de las Amazonas mucho de fábula; como es el que mataban todos los hijos varones, que vivían totalmente separadas del otro sexo, y sólo le buscaban para fecundarse una vez en el año. Y del mismo juez serán sus encuentros con Hércules, y Teseo, el socorro de la feroz Pentesilea a la afligida Troya; como acaso también la visita de su Reina Talestris a Alejandro. Pero no puede negarse sin temeridad contra la fe de tantos Escritores antiguos, que hubo un cuerpo formidable de mujeres belicosas en la Asia, a quienes se dio el nombre de Amazonas.

46. Y en caso que también esto se niegue, por las Amazonas que nos quitan en la Asia, para gloria de las mujeres, parecerán Amazonas en las otras tres partes del mundo, América, África, y Europa. En la América las descubrieron los Españoles, costeando armadas el mayor río del mundo, que es el Marañón, a quien por esto dieron el nombre que hoy conserva de Río de las Amazonas. En la África las hay en una Provincia del Imperio del Monomotapa, y se dice que son los mejores Soldados que tiene aquel Príncipe en todas sus tierras; aunque no falta Geógrafo que hace estado a parte del país que habitan estas mujeres guerreras.

47. En Europa, aunque no hay país donde las mujeres de intento profesasen la Milicia, podremos dar el nombre de Amazonas a aquellas que en una, u otra ocasión con escuadrón formado, triunfaron de los enemigos de su patria. Tales fueron las Francesas de Belovaco, o Beauvais, que siendo aquella Ciudad sitiada por los Borgoñeses el año de 1472, juntándose debajo de la conducta de Juana Hacheta el día del asalto, rechazaron vigorosamente los enemigos, habiendo precipitado su Capitana la Hacheta de la muralla al primero que arboló el estandarte sobre ella. En memoria de esta hazaña se hace aún hoy fiesta anual en aquella Ciudad, gozando las mujeres el singular privilegio [346] de ir en la procesión delante de los hombres. Tales fueron las habitadoras de las Islas Echinadas, hoy llamadas Cur-Solares, célebres por la victoria de Lepanto, ganada en el Mar de estas Islas. El año antecedente a esta famosa batalla, habiendo atacado los Turcos la principal de ellas, tal fue el terror del Gobernador Veneciano Antonio Balbo, y de todos los habitadores, que tomaron de noche la fuga; quedando dentro las mujeres, resueltas a persuasión de un Sacerdote llamado Antonio Rosoneo, a defender la Plaza, como de hecho la defendieron con grande honor de su sexo, e igual oprobio del nuestro.

Nota. En las mujeres que se mataron a sí mismas, no se propone esta resolución como ejemplo de virtud, sino como exceso vicioso de la fortaleza, que es lo que basta para el intento.

§. VIII

48. Resta en esta memoria de mujeres magnánimas decir algo sobre un capítulo en que los hombres más acusan a las mujeres, y en que hallan más ocasionada su flaqueza, o más defectuosa su constancia, que es la observancia del secreto. Catón el Censor no admitía en esta parte excepción alguna, y condenaba por uno de los mayores errores del hombre fiar secreto a cualquiera mujer que fuese. Pero a Catón le desmintió su propia tataranieta Porcia, hija de Catón el menor, y mujer de Marco Bruto, la cual obligó a su marido a fiarle el gran secreto de la conjuración contra César, con la extraordinaria prueba que le dio de su valor, y constancia en la alta herida, que voluntariamente para este efecto, con un cuchillo se hizo en el muslo.

49. Plinio dice, en nombre de los Magos, que el corazón de cierta ave aplicada al pecho de una mujer dormida, la hace revelar todos sus secretos. Lo mismo dice en otra parte de la lengua de cierta sabandija. No deben de ser tan fáciles las mujeres en franquear el pecho, cuando la Mágica anda buscando por los escondrijos de la naturaleza llaves conque abrirles las puertas del corazón. Pero [347] nos reímos con el mismo Plinio de esas invenciones; y concedemos que hay poquísimas mujeres observantes del secreto. Mas a vueltas de esto, nos confesarán asimismo los políticos más expertos, que también son rarísimos los hombres a quienes se pueden fiar secretos de importancia. A la verdad, si no fueran rarísimas estas alhajas, no las estimaran tanto los Príncipes, que apenas tienen otras tan apreciables entre sus más ricos muebles.

50. Ni les faltan a las mujeres ejemplos de invencible constancia en la custodia del secreto. Pitágoras, estando cercano a la muerte, entregó sus escritos todos, donde se contenían los más recónditos misterios de su Filosofía, a la sabia Damo, hija suya, con orden de no publicarlos jamás; lo que ella tan puntualmente obedeció, que aun viéndose reducida a suma pobreza, y pudiendo vender aquellos libros por gran suma de dinero, quiso más ser fiel a la confianza de su padre, que salir de las angustias de pobre.

51. La magnánima Aretaphila, de quien ya se hizo mención arriba, habiendo querido quitar la vida a su esposo Nicotrato con una bebida ponzoñosa, antes que lo intentase por medio de conjuración armada, fue sorprendida en el designio; y puesta en los tormentos para que declarase todo lo que restaba saber, estuvo tan lejos de embargarle la fuerza del dolor el dominio de su corazón, y el uso de su discurso, que entre los rigores del suplicio, no sólo no declaró su intento, mas tuvo habilidad para persuadirle al Tirano, que la poción preparada era un filtro amatorio, dispuesto a fin de encenderle más en su cariño. De hecho esta ficción ingeniosa tuvo eficacia de filtro, porque Nicotrato la amó después mucho más, satisfecho de que quien solicitaba en él excesivos ardores, no podía menos de quererle con grandes ansias.

52. En la conjuración movida por Aritogitón contra Hippias, Tirano de Atenas, que empezó por la muerte de Hipparco, hermano de Hippias, fue puesta a la tortura una mujer cortesana, sabedora de los cómplices: la cual para desengañar prontamente al Tirano de la imposibilidad [348] de sacarla el secreto, se cortó con los dientes la lengua en su presencia.

53. En la conspiración de Pisón contra Nerón, habiendo, desde que aparecieron los primeros indicios, cedido a la fuerza de los tormentos los más ilustres hombres de Roma, donde Lucano descubrió por cómplice a su propia madre, otros a sus más íntimos amigos; solamente a Epicharis, mujer ordinaria, y sabedora de todo, ni los azotes, ni el fuego, ni otros martirios pudieron arrancar del pecho la menor noticia.

54. Y yo conocí alguna, que examinada en el potro sobre un delito atroz que habían cometido sus amos, resistió las pruebas de aquel riguroso examen, no por salvarse a sí, sí sólo por salvar a sus dueños; pues a ella le había tocado tan pequeña parte en la culpa, ya por ignorar la gravedad de ella, ya por ser mandada, ya por otras circunstancias, que no podía aplicársele pena que equivaliese, ni con mucho, al rigor de la tortura.

55. Pero de mujeres, a quienes no pudo exprimir el pecho la fuerza de los cordeles, son infinitos los ejemplares. Oí decir a persona que había asistido en semejantes actos, que siendo muchas las que confiesan al querer desnudarlas para la ejecución, rarísima, después de pasar este martirio de su pudor, se rinde a la violencia del cordel. ¡Grande excelencia verdaderamente del sexo, que las obligue más su pudor propio, que toda la fuerza de un verdugo!

56. No dudo que parecerá a algunos algo lisonjero este paralelo que hago entre mujeres, y hombres. Pero yo reconvendré a estos conque Séneca, cuyo Estoicismo no se ahorró con nadie, y cuya severidad se puso bien lejos de toda sospecha de adulación, hizo comparación no menos ventajosa a favor de las mujeres; pues las constituye absolutamente iguales con los hombres en todas las disposiciones, o facultades naturales apreciables. Tales son sus palabras: Quis autem dicat naturam maligne cum muliebribus ingeniis egisse, & virtutes illarum in arctum retraxisse? Par [349] illis, mihi crede, vigor, par ad honesta (libeat) facultas est. Laborem doloremque ex aequo si consuevere patiuntur {(a) In Consol. ad Martiam.}.

§. IX

57. Llegamos ya al batidero mayor, que es la cuestión del entendimiento, en la cual yo confieso, que si no me vale la razón, no tengo mucho recurso a la autoridad; porque los Autores que tocan esta materia (salvo uno, u otro muy raro), están tan a favor de la opinión del vulgo, que casi uniformes hablan del entendimiento de las mujeres con desprecio.

58. A la verdad, bien pudiera responderse a la autoridad de los más de esos libros con el apólogo que a otro propósito trae el Siciliano Carduccio en sus Diálogos sobre la Pintura. Yendo de camino un hombre, y un león, se les ofreció disputar quiénes eran más valientes, si los hombres, si los leones: cada uno daba la ventaja a su especie; hasta que llegando a una fuente de muy buena estructura, advirtió el hombre que en la coronación estaba figurado en mármol un hombre haciendo pedazos a un león. Vuelto entonces a su contrincante en tono de vencedor, como quien había hallado contra él un argumento concluyente, le dijo: Acabarás ya de desengañarte de que los hombres son más valientes que los leones, pues allí ves gemir oprimido, y rendir la vida un león debajo de los brazos de un hombre. Bello argumento me traes (respondió sonriéndose el león): esa estatua otro hombre la hizo, y así no es mucho que la formase como le estaba bien a su especie. Yo te prometo, que si un león la hubiera hecho, él hubiera vuelto la tortilla, y plantado el león sobre el hombre, haciendo gigote de él para su plato.

59. Al caso: hombres fueron los que escribieron esos libros, en que se condena por muy inferior el entendimiento de las mujeres. Si mujeres los hubieran escrito, nosotros quedaríamos debajo. Y no faltó alguna que los hizo; [350] pues Lucrecia Marinella, docta Veneciana, entre otras obras que compuso, una fue un libro con este título: Excelencia de las mujeres, cotejada con los defectos, y vicios de los hombres, donde todo el asunto fue probar la preferencia de su sexo al nuestro. El sabio Jesuita Juan de Cartagena dice, que vio, y leyó este libro con grande placer en Roma, y yo le vi también en la Biblioteca Real de Madrid. Lo cierto es, que ni ellas, ni nosotros podemos en este pleito ser Jueces, porque somos partes; y así se había de fiar la sentencia a los Ángeles, que como no tienen sexo, son indiferentes.

60. Y lo primero, aquellos que ponen tan abajo el entendimiento de las mujeres, que casi le dejan en puro instinto, son indignos de admitirse a la disputa. Tales son los que asientan, que a los más que puede subir la capacidad de una mujer, es a gobernar un gallinero.

61. Tal aquel Prelado citado por D. Francisco Manuel en su Carta, y Guía de casados, que decía, que la mujer que más sabe, sabe ordenar un arca de ropa blanca. Sean norabuena respetables por otros títulos los que profieren semejantes sentencias; no lo serán por estos dichos, pues la más benigna interpretación, que admiten, es la de recibirse como hipérboles chistosos. Es notoriedad de hecho que hubo mujeres que supieron gobernar, y ordenar Comunidades Religiosas, y aun mujeres que supieron gobernar, y ordenar Repúblicas enteras.

62. Estos discursos contra las mujeres son de hombres superficiales. Ven que por lo común no saben sino aquellos oficios caseros, a que están destinadas; y de aquí infieren (aun sin saber que lo infieren de aquí, pues no hacen sobre ello algún acto reflejo) que no son capaces de otra cosa. El más corto Lógico sabe, que de la carencia del acto a la carencia de la potencia no vale la ilación; y así, de que las mujeres no sepan más, no se infiere que no tengan talento para más.

63. Nadie sabe más que aquella facultad que estudia, sin que de aquí se pueda colegir, sino bárbaramente, que [351] la habilidad no se extiende a más que la aplicación. Si todos los hombres se dedicasen a la Agricultura (como pretendía el insigne Tomás Moro en su Utopía) de modo que no supiesen otra cosa, ¿sería esto fundamento para discurrir que no son los hombres hábiles para otra cosa? Entre los Drusos, Pueblos de la Palestina, son las mujeres las únicas depositarias de las letras, pues casi todas saben leer, y escribir; y en fin, lo poco, o mucho que hay de literatura en aquella gente, está archivado en los entendimientos de las mujeres, y oculto del todo a los hombres; los cuales sólo se dedican a la Agricultura, a la Guerra, y a la Negociación. Si en todo el mundo hubiera la misma costumbre, tendrían sin duda las mujeres a los hombres por inhábiles para las letras, como hoy juzgan los hombres ser inhábiles las mujeres. Y como aquel juicio sería sin duda errado, lo es del mismo modo el que ahora se hace, pues procede sobre el mismo fundamento.

§. X

64. Y acaso sobre el mismo principio, aunque mucho más benigno con las mujeres, el Padre Malebranche, en su Arte de investigar la verdad, les concedió ventaja conocida sobre los hombres en la facultad de discernir las cosas sensibles, dejándolas muy abajo para las ideas abstractas; pues aunque señala por razón de esto la blandura de su celebro, estas causas físicas ya se sabe que cada uno las busca, y señala a su modo, después que por la experiencia está, o se juzga asegurado de los efectos. Siendo esto así, cayó este Autor en aquella dolencia intelectual, de que quiso él mismo curar a todo el linaje humano; esto es, el error ocasionado de preocupaciones comunes, y principios mal reflexionados; pues hizo sin duda este juicio, o por dejarse arrastrar del común, o porque advirtió que las mujeres reputadas por hábiles, discurren con más felicidad, y acierto que los hombres en orden a las cosas sensibles, y con mucho menos (si no enmudecen del todo) en materias abstractas: siendo así, que [352] esto no proviene de la desigualdad de talento, sino de la diferencia de aplicación, y uso. Las mujeres se ocupan, y piensan mucho más que los hombres en el condimento del manjar, en el ornato del vestido, y otras cosas a este tono, y así discurren, y hablan acerca de ellas con más acierto, y con más facilidad. Por el contrario en cuestiones teóricas, o ideas abstractas, rarísima mujer piensa, o rarísima vez; y así, no es mucho que las encuentren torpes, cuando les tocan estas materias. Para mayor desengaño de esto se observará, que aquellas mujeres advertidas, y de genio galante, que gustan de discurrir a veces sobre las delicadezas del amor Platónico, cuando se ofrece razonar sobre este punto, dejan muy atrás al hombre más discreto, que no se ha dedicado a explorar estas bagatelas de la fantasía.

65. Generalmente cualquiera, por grande capacidad que tenga, parece rudo, o de corto alcance en aquellas materias a que no se aplica, ni tiene uso. Un Labrador del campo, a quien Dios haya dotado de agudísimo ingenio, como algunas veces sucede, si no ha pensado jamás en otra cosa que su labranza, parecerá muy inferior al más rudo político siempre que se ofrezca hablar de razones de estado. Y el más sagaz político, si es puro político, metiéndose a hablar de ordenar escuadrones, y dar batallas, dirá mil desvaríos; y si le oye algún hombre inteligente en la Milicia, le tendrá por un fatuo, como reputó tal Annibal al otro grande Orador Asiático, que en presencia suya, y del Rey Antíoco se arrojó a razonar de las cosas de la guerra.

66. Lo propio sucede puntualmente en nuestro caso: estáse una mujer de bellísimo entendimiento dentro de su casa, ocupado el pensamiento todo el día en el manejo doméstico, sin oír, u oyendo con descuido, si tal vez se habla delante de ella de materias de superior esfera. Su marido, aunque de muy inferior talento, trata por afuera frecuentemente, ya con Religiosos sabios, ya con hábiles políticos, con cuya comunicación adquiere varias noticias, [353] entérase de los negocios públicos, recibe muchas importantes advertencias. Instruido de este modo, si alguna vez habla delante de su mujer de aquellas materias, en que por esta vía cobró un poco de inteligencia, y ella dice algo que le ocurre al propósito, como, por muy penetrante que sea, estando desnuda de toda instrucción, es preciso que discurra defectuosamente, hace juicio el marido, y aun otros, si lo escuchan, de que es una tonta, quedándose él muy satisfecho de que es un lince.

67. Lo que pasa con esta mujer, pasa con infinitas, que siendo de muy superior capacidad respecto de los hombres concurrentes, son condenadas por incapaces de discurrir en algunas materias; siendo así, que el no discurrir, o discurrir mal depende, no de falta de talento, sino de falta de noticias, sin las cuales ni aun un entendimiento angélico podrá acertar en cosa alguna; los hombres entretanto aunque de inferior capacidad, triunfan, y lucen como superiores a ellas, porque están prevenidos de noticias.

68. Sobre la ventaja de las noticias hay otra de mucho momento; y es, que los hombres están muy acostumbrados a meditar, discurrir, y razonar sobre estas materias, que son de su uso, y aplicación, al paso que las mujeres rarísima vez piensan en ellas: conque se puede decir, que cuando llega la ocasión, los hombres hablan de muy pensado, y las mujeres muy de repente.

69. En fin, los hombres, con la recíproca comunicación sobre tales asuntos, participan unos las luces de otros; y así, cuando razonan sobre ellos, no sólo usan del discurso propio, mas también se aprovechan de lo que tomaron del ajeno; explicándose a veces en la boca de un hombre solo, no un entendimiento solo, sino muchos entendimientos. Pero las mujeres, como en sus conferencias no tratan de estas materias sublimes, sino de sus labores, y otras cosas domésticas, no se prestan sobre ellas luz alguna unas a otras: conque ocurriendo el caso de hablar en semejantes materias, sobre razonar de repente, y sin noticias, usan sólo cada una de sus luces propias. [354]

70. Estas ventajas que hay para que un hombre de cortísima penetración discurra mucho más, y con mucho mayor acierto en asuntos nobles que una mujer de gran perspicacia, son de tanto momento, que puede suceder en la concurrencia de una mujer agudísima con un hombre rudo, parecer éste discreto, y aquella tonta, a quien no hiciere las reflexiones que llevo escritas.

71. De hecho la falta de estas reflexiones introdujo en tantos hombres (y algunos por otra parte sabios, y discretos) este gran desprecio del entendimiento de las mujeres; y lo más gracioso es, que han gritado tanto sobre que todas las mujeres son de cortísimo alcance, que a muchas, si no a las más, ya se lo han hecho creer.

§. XI

72. Y parece que ni aun aquellos que, acercándose más a la razón, asientan, pero con mucho menor exceso, ventajoso el entendimiento de los hombres, dejando lugar a que entre las mujeres haya algunas de sólido, y perspicaz ingenio; digo, que ni aun aquellos hubieran, a mi entender, establecido esta desigualdad entre los dos sexos, si hubieran atendido a las circunstancias expresadas que ocurren, para que aun excediendo en la capacidad, parezcan inferiores las mujeres en las más ocasiones.

73. Ni yo sé qué fundamento puede tener esta pretendida desigualdad más que el que llevo dicho, y cuya equivocación he descubierto. Porque si se me dice que la experiencia lo ha demostrado, ya está prevenido que la experiencia que se alega es engañosa, y manifestados varios capítulos de su falacia. Fuera de que en orden a experiencia, yo citaré dos grandes testigos a favor de las mujeres. El primero es el discretísimo Portugués D. Francisco Manuel en su Carta de Guía de Casados.

74. En este Caballero concurrieron cuantas circunstancias se pueden desear para tener señaladísimo voto en la materia de que tratamos; porque sobre ser de escogida advertencia, peregrinó varias tierras, mezclado comúnmente [355] en negocios, por los cuales, y por el genio áulico, y cortesano que tenía, trató en todas partes muchas señoras, como se ve en sus escritos.

75. Este Autor, pues, parece que no contento con dejar iguales en la parte intelectual a las mujeres con los hombres, les concede a ellas alguna ventaja. Así dice en el libro citado, fol. 73, después de referir la opinión contraria a las mujeres: Soy de muy diferente opinión, y creo cierto hay muchas de gran juicio. Vi, y traté algunas en España, y fuera de ellas. Por esto mismo me parece que aquella agilidad suya en percibir, y discurrir, en que nos hacen ventaja, es necesario templarla con grande cautela. Y poco más abajo: Así, pues no es lícito privar a las mujeres del sutilísimo metal de entendimiento conque las forjó la naturaleza; podemos siquiera desviarles las ocasiones de que lo afilen en su peligro, y en nuestro daño. El testimonio de este Autor, como he dicho, es de gran peso, porque sobre su mucha experiencia, y discreción, se añade, que en el escrito citado nada benigno está con las mujeres; y aun al fin de él, sin mucho rebozo, se acusa a sí propio de algo severo.

76. El segundo testigo es el eruditísimo Francés el Abad de Bellegarde, hombre también áulico, y que conoció bien el mundo en el gran Teatro de París. Este Autor en un libro que dio a luz, intitulado: Cartas curiosas de Literatura, y de Moral, afirma que el espíritu de las mujeres no es en alguna manera inferior al de los hombres para cualquiera de las ciencias, artes, o empleos. No he visto a este Autor, pero le citan sobre este asunto los de las Memorias de Trevoux en el mes de Abril del año de 1702. El Autor de la Jornada de los coches de Madrid a Alcalá (que, sea quien se fuere, se conoce ser hombre de voto) es del mismo sentir {(a) Pág. 45.}. El P. Buffier, célebre Escritor Francés, de la Compañía de Jesús, probó de intento el mismo asunto en un libro, intitulado: Examen des prejugez vulgaires.

§. XII

77. Echado, pues, aparte el fundamento de la experiencia, sólo resta que se nos pruebe la pretendida desigualdad de entendimientos con alguna razón física. Pero yo afirmo que no hay alguna; porque sólo se puede recurrir, o a la desigualdad entitativa de las almas, o a la distinta organización, o diferente temperie de los cuerpos de ambos sexos.

78. A la desigualdad entitativa de las almas, no hay recurso; pues en la sentencia común de los Filósofos, todas las almas racionales en su perfección física son iguales. Bien sé que algunos citan a S. Agustín por la sentencia contraria en el lib. 15 de Trinit. cap. 13, pero yo en aquel capítulo no hallo que S. Agustín toque siquiera el punto. También sé que la Facultad Parisiense condenó una proposición, que afirmaba no ser la alma de Cristo Señor nuestro más perfecta que la alma del alevoso Judas. A lo que responde el noble Escotista Mastrio, que aquella condenación, como no está confirmada por la Sede Apostólica, no debe hacernos fuerza. Y es así; pero convengo en que tal proposición se deba borrar en cualquiera libro que se halle, porque es disonante; y respecto de los idiotas, que en las almas no distinguen claramente lo físico de lo moral, escandalosa. Mas esto no perjudica en manera alguna a la verdad de la común sentencia, que asienta la total igualdad física de las almas.

79. Aun en caso que las almas sean entitativamente desiguales, ¿cómo nos probarán, o nos harán creer, que Dios escoge las mejores para los hombres, dejando las menos perfectas para las mujeres? Antes creeremos que la alma de María Santísima sería en ese caso la mejor que tuvo toda otra pura criatura, como de hecho afirma que aun en lo físico fue perfectísima el Eximio Suárez {(a) Tom. 2 in 3 part. quaest. 27 disp. 2 sect. 2.}. Y así, bien pueden estarse firmes las mujeres que dicen que la alma no es varón, ni hembra, porque dicen bien.

80. En cuanto a la organización, bien creo yo que la variedad de ella puede variar mucho las operaciones de la alma, aunque hasta ahora no sabemos qué organización es la más oportuna para discurrir bien. Aristóteles pretende que los de cabeza pequeña son más discursivos. Conjeturo que antes de escribirlo tomó la medida a la suya. Otros votan a favor de las cabezas grandes. No debían de ser las de estos pequeñas; que si lo fueran, seguirían a Aristóteles. El Cardenal Sfrondati dice en su Curso Filosófico, que el Cardenal de Richelieu tenía los órganos, que sirven al discurso, duplicados; a lo cual atribuye la insigne perspicacia, y agilidad intelectual de aquel Ministro. Yo lo entiendo de duplicación, no en el número, porque sería monstruosa, sino en la magnitud; y esto es conforme a lo que dicen muchos, que cuanto el celebro es mayor en cantidad, se discurre mejor; lo que coligieron de haber observado en el hombre mayor celebro a proporción que en todos los demás animales. Otros (como Martínez en su Anatomía), excluyendo las cabezas grandes, y chicas, quieren que las de mediano tamaño sean más oportunas para las operaciones del entendimiento. Digan lo que quisieren estos que andan tomando la medida a los miembros, para computar el valor de las almas, la experiencia muestra que entre hombres de cabezas grandes se hallan unos sutiles, y otros estúpidos; y de la misma manera entre hombres de cabezas pequeñas. Si la diferente magnitud de la cabeza, o del celebro indujera desigualdad en las operaciones del entendimiento, se hallaría ser muy desiguales en entender, y percibir los hombres muy desiguales en la estatura, pues a proporción de ella son mayores, o menores, así el cráneo, como el celebro; lo cual es contra la observación.

81. Por tanto, aun cuando sea verdad lo que dice Plinio, que en los hombres es mayor materialmente la substancia del celebro que en las mujeres (en lo cual suspendo el juicio, hasta tomar el parecer de Anatómicos expertos), nada se prueba de ahí: pues si la ventaja en entender [358] se hubiese de arreglar a ese exceso material del celebro, sería menester que un hombre agudísimo tuviese cuarenta, o cincuenta veces mayor celebro que un fatuo, y que los hombres de mayor cuerpo fuesen generalmente más perspicaces que los de corta estatura, pues tienen también mayor celebro a proporción. Y si eso se lo hicieren creer al que escribe esto, les dará las gracias, porque le está bien.

82. Asiento, pues, a que la mayor, o menor claridad, y facilidad en entender, depende en gran parte de la diferente organización; pero no de la diferente organización sensible de las partes mayores; sí de la insensible de partes minutísimas, como de la diferente textura, o firmeza de sutilísimas fibras, y de la mayor, o menor concavidad, limpieza, y tersura, de los delicadísimos canales, por donde comercian los espíritus. Y nada de esto podemos saber si es distinto en los hombres que en las mujeres, porque no alcanzan a discernirlo los anteojos anatómicos: como ni los Cartesianos, por buenos microscopios que busquen, podrán explorar si la glándula pineal, que señalan por total domicilio de la alma, tiene diferente textura en las mujeres que en los hombres.

83. Que la diferente organización sensible no induce variedad en las operaciones racionales, por lo menos no siendo enormemente irregular, se hace claro de que hay hombres diferentemente organizados, que son igualmente hábiles, y hombres organizados de un mismo modo, que son en las facultades de la alma muy diferentes. El Frigio Esopo fue en todo el cuerpo tan disforme, y tan contrahecho, que apenas parecía hombre; por lo cual quedó su memoria a los siglos que sucedieron para antonomasia de la fealdad: con todo se sabe que fue de delicado, y penetrante espíritu. Sócrates no distó mucho de Esopo en la irregularidad de sus facciones, y no tuvo la antigüedad más ajustado entendimiento. Pero cuando concediésemos que a distinta organización sensible se sigue distinta habilidad intelectual, ¿qué se inferirá de aquí? Nada, porque [359] las mujeres no son distintamente formadas que los hombres en los órganos que sirven a la facultad discursiva; sí sólo en aquellos que destinó la naturaleza a la propagación de la especie.

§. XIII

84. Tampoco en la diferencia de temperamento puede fundarse la imaginada inferioridad del entendimiento femenino. No porque yo niegue que para el recto, o desordenado uso de las potencias de la alma, el temperamento hace mucho al caso. Antes estoy persuadido a que ocasiona más variedad en las operaciones el distinto temperamento, que la diferente organización: pues no hay quien no experimente en sí mismo, que según está variamente templado, sin que la organización se descuaderne, está más, o menos hábil para todo género de operaciones; y apenas hay intemperie que ofenda el cuerpo, que no turbe al mismo tiempo poco, o mucho en sus funciones a la alma. Pero qué especie de temperamento, o de temperie conduce para entender, y discurrir mejor, no es fácil averiguarlo.

85. Si se ha de estar a lo que enseña Aristóteles, se inferirá que el temperamento femenino es más a propósito para este efecto. Este Filósofo, que cuantos efectos aparecen en el dilatado campo de la naturaleza, sujeta al dominio de sus cuatro calidades primeras, dice en la sect. 14. de sus Problemas, quaest. 15. que los hombres de temperamento frío son más intelectuales, y discursivos que los de temperamento caliente; sin embargo de que en la misma cuestión entra suponiendo que en los climas ardientes son los hombres más ingeniosos que en los fríos (lo que yo tampoco creo, pues se siguiera que son más ingeniosos los Áfricanos que los Ingleses, y Holandeses); porque siguiendo su sentencia de la intensión de las cualidades, en fuerza de la Antiperístasis, afirma que en los Países más fríos son los hombres más ardientes; y en los ardientes más fríos: Etenim, qui sedes frigidas habent, frigore loci obsistente, longè calidiores, quam sua sint natura, redduntur. [360] Y tan inferiores deja, respecto de los de temperamento frío, para discurrir a estos hombres más cálidos, que no duda de compararlos a los que tienen la cabeza trastornada con el demasiado vino. Así prosigue inmediatamente a las palabras citadas: Itaque vinolentis admodum similes esse videntur, nec ingenio valent quo prospiciant, rerumque rationes inquirant. Muy olvidado estaba el Filósofo de su discípulo Alejandro, cuando puso a los ardientes en la clase de los estúpidos, o no sólo olvidado, más aún resentido; pues es cierto que escribió las más de sus obras después que Alejandro le desvió de sí, por sospechas que tuvo de su poca fidelidad; y retirado en Atenas tuvo el nuevo disgusto de ver que aquel Príncipe enviase a regalar a su competidor, y condiscípulo Jenócrates con treinta talentos de oro, sin hacer memoria de Aristóteles; aunque es dudoso si el resentimiento llegó a tanto, que conspirase con Antipatro contra la vida de Alejandro, y discurriese el modo de conducir para la ejecución el veneno. Pero vamos al caso.

86. El mismo Aristóteles enseña (y en esto convienen todos los Físicos, y Médicos) que la disimilitud de temperamento en los dos sexos está en que el hombre es cálido, y seco, y la mujer fría, y húmeda: Est autem vir calidus, & siccus, mulier frigida, humidaque {(a) Sect. 5. quaest. 26.}. Siendo, pues, en sentencia de Aristóteles, el temperamento frío más oportuno para discurrir, como al contrario el caliente, y siendo las mujeres frías, y los hombres cálidos; se sigue que el temperamento femenino es más a propósito para entender, y discurrir bien, que el varonil.

87. Esta prueba es concluyente para los que creen cuanto dijo Aristóteles; pero a mi protesto que no me hace alguna fuerza: porque ni creo que en los Países ardientes hay mejores ingenios que en los fríos, ni que los hombres fríos son más ingeniosos que los calientes; y mucho menos que los de temperamento ígneo sean casi insensatos. Y en cuanto [361] a la pretendida fuerza de la Antiperístasis, quédese por ahora en la duda que tiene.

88. Humedad, y sequedad son las otras dos cualidades distintivas de los dos temperamentos. En atención a ellas, también se infiere de doctrina de Aristóteles que las mujeres son más perspicaces que los hombres. Los que asientan que la mayor cantidad de celebro trae consigo la facultad de entender mejor, lo fundan en que el hombre, que es el más advertido de todos los animales, tiene mayor celebro a proporción que todos. Ahora arguyó así: Aristóteles dice que el hombre es de temperamento más húmedo que todos los demás animales: Homo omnium animantium maximé humidus natura est {(a) Sect. 5. quaest. 7.}. Conque si de tener el hombre mayor celebro que los brutos, se infiere que el mayor celebro influye mayor discurso; de ser el hombre más húmedo que los brutos, se inferirá que la mayor humedad influye más conocimiento. La mujer es más húmeda que el hombre: luego será más inteligente que él.

89. Tampoco este argumento prueba, sino por vía de retorsión a los contrarios; pues los principios en que estriba son, a buen librar, inciertos, y dudosos. ¿Quién le dijo a Plinio que el hombre tiene mayor celebro que todos los demás animales? ¿Hubo por ventura algún hombre tan prolijo, que quebrase la cabeza a todas las especies sensitivas, para pesar después los sesos? ¿Ni quién le dijo a Aristóteles que el hombre es más húmedo que todos los brutos? ¿Por ventura este Filósofo los exprimió a todos en prensas para ver la cantidad de humor que tiene cada uno? Antes parece que ciertos brutos domésticos, los más de los insectos, y todos, o casi todos los peces son más húmedos que el hombre. Ni aun cuando fuera verdad que el celebro humano es mayor que todos los demás, se inferiría que dentro de nuestra especie a mayor celebro se sigue mayor discurso; pues en otras muchas partes del cuerpo se distingue el hombre del bruto, sin que el exceso [362] de algunos individuos en ellas arguya mayor conocimiento. Sería menester para esto haber observado, que entre los mismos brutos, los de mayor celebro tienen mejor instinto; lo que creo que no sucede; pues siendo así, a total falta de celebro correspondería total carencia de percepción, lo cual es falso; pues, según Plinio, muchos sensitivos, que carecen de sangre, carecen de celebro, y no por eso dejan de tener su instinto.

§. XIV

90. Dejadas, pues, estas pruebas, que proceden sobre doctrinas Aristotélicas, o falsas, o inciertas, y sólo les podrán servir a las mujeres para redargüir a Aristotélicos cerrados, que aprueban cuanto dijo su Maestro; vamos a ver si el capítulo de la humedad, en que excede la mujer al hombre, infiere en su aptitud intelectiva algún detrimento. De esta aldaba se asen comúnmente los que quieren comprobar con alguna razón física la inferioridad del discurso femenino. Y parece probable la razón, porque el excesivo humor, o por sí mismo, o por los vapores que exhala, es apto a retardar el curso de los espíritus animales, ocupando en parte los estrechos conductos por donde fluyen estos tenuísimos cuerpos.

91. Con todo, este argumento evidente es falaz; pues si no lo fuera, probaría, no que las mujeres tienen espíritu menos penetrante, y profundo, sino que son de discurso más tardo, y detenido; lo cual es falso, pues en prontitud muchos hombres les conceden ventaja.

92. Más: Muchos hombres agudísimos, prontos, y profundos abundan de fluxiones catarrales habituales, las cuales provienen de muchas humedades excrementicias, recogidas cerca de las meninges, y dentro de la misma substancia del celebro, como se puede ver en Riberio en el capítulo de Catarrho. Luego no estorba la excesiva humedad del celebro el uso pronto, o recto del discurso. Y si no le estorba la humedad excrementicia, menos podrá la natural. [363]

93. Y para que no estorbe la natural, se añade, que, en doctrina de Plinio, el celebro del hombre es más húmedo que el de todos los demás vivientes: Sed homo portione maximum & humidissimum {(a) Lib. II. cap. 37.}. Y no es creíble que la naturaleza ponga en el órgano, que sirve al más perfecto conocimiento, un temperamento capaz de hacer perezoso, o defectuoso el discurso. Si se me dijere que con toda esa humedad nativa, en que el celebro del hombre excede al del bruto, queda en la temperie proporcionada para el mejor uso de la razón, y que el de la mujer excede; respondo, que supuesto que la humedad por su naturaleza no estorba, nadie sabe en qué proporción, o cantidad debe ser húmedo el celebro para ejecutar las funciones a que está destinado ese órgano; y por consiguiente voluntariamente se dirá que está con más proporción en los hombres, que en las mujeres, o en las mujeres, que en los hombres.

94. Opondrase no obstante contra la humedad el sentir de muchos, que afirman que los Países húmedos, y nebulosos producen espíritus groseros; y al contrario, en los esclarecidos, despejados, y enjutos nacen ingenios felices. Pero sean muchos, o pocos los que dicen esto, lo dicen sin más fundamento que haber aprehendido las nieblas del Horizonte, trasladadas a la esfera del celebro; como si en los Países lluviosos la opacidad de la atmósfera fuese sombra que oscureciese la alma, o en los que gozan cielo sereno, el mayor resplandor del día diese mayor claridad a la razón. Con más verisimilitud se dijera que en las Regiones más despejadas, y esclarecidas, siendo más visibles los objetos, distraen más la alma por las ventanas de los ojos, y así la dejan menos apta para especulaciones, y discursos; pues por esta razón vemos que en la obscuridad de la noche se interrumpe menos el hilo del discurso, y se tiran con más firme secuela las ilaciones, que en la claridad del día. [364]

95. Los que tienen las Regiones húmedas por ineptas para producir hombres sutiles, pongan los ojos en los Holandeses, y Venecianos, que son de los más hábiles Europeos; siendo así que los primeros viven sitiados de lagunas, y los segundos robaron parte de su imperio a los peces. Aún acá en España tenemos el ejemplo de los Asturianos, que sin embargo de habitar una Provincia la más acosada de nieblas, y lluvias que hay en toda la Península, son generalmente reputados por sutiles, despiertos, y ágiles. ¿Pero qué hay que admirar? Harto más húmeda región habitan los delfines, que están siempre metidos en las ondas; y sin embargo, no produjo la naturaleza brutos de tan noble instinto, ni que tanto se acerquen, ya por amor, ya por imitación de costumbres al hombre; pues como se puede ver en Conrado Gesnero, cuidan con especial aplicación de sus padres ancianos, se han visto guiar a los hombres en la navegación, y ayudarlos en la pesca, y aún se ha observado entre ellos la atención con los muertos, retirando los cadáveres de su especie en el riesgo de ser devorados por otras bestias marinas.

96. Por el contrario, las aves, que gran parte del tiempo gozan de aire más sutil, y despejado de vapores, ya discurriendo por los vientos, ya colocándose en las alturas de los montes, deberían ser más sagaces que los brutos terrestres; lo cual no es así.

97. Por la misma razón deberían ser los Egipcios los hombres más agudos del mundo, pues gozan el cielo más despejado que hay en todo el Orbe. Apenas cubre una nube a Egipto en todo el año; y fuera totalmente infecundo su suelo, si no le regara el Nilo. Y si bien que la antigüedad veneró a aquella Región en algunos siglos por la gran Maestra de las Ciencias, como se reconoce en las peregrinaciones que hicieron a ella Pitágoras, Homero, Platón, y otros Filósofos Griegos, para adelantarse en la Filosofía, y Matemáticas, esto no prueba que sean más sutiles que los demás mortales; sino que las ciencias han andado peregrinas por la tierra, y unos siglos hicieron [365] asiento en una Región, otros en otra. Por otra parte, la singular extravagancia de los antiguos Egipcios en materia de religión los acredita de muy corta luz intelectual. Lo mismo podemos decir del Valle de Lima, cuyo cielo es tan despejado, que se ignora qué cosa es lluvia en aquella tierra, debiéndose toda la fertilidad de ella a un ligero rocío, a que se añade una temperie hermosa entre frío, y calor; sin que por eso los naturales sean de ingenio muy delicado; antes bien los Pizarros, que los conquistaron, los hallaron más fáciles a ser sorprendidos de sus dolos, que Cortés a los Mexicanos a ser conquistados de sus armas.

98. No ignoro que los habitadores de la Beocia eran tenidos antiguamente por tan rudos, que pasó a proverbio Boeoticum ingenium, y Boeotica sus, para tratar a un hombre de estúpido, y que esto se atribuía al ambiente grosero, y vaporoso que domina aquella Provincia; por lo que dijo Horacio en una Epístola: Boeotum in crasso jurares aëre natum. Empero creo con algún fundamento, que los antiguos, que se citan, hicieron poca merced a aquel País, tomando la ignorancia, originada de la falta de aplicación, por incapacidad; a lo que pudo concurrir también ser la Beocia, confinante de la Ática, donde florecían las letras: que a vista de una Provincia, que es teatro de la sabiduría, parece la vecina Colonia de la rudeza. Por otra parte es cierto que la Beocia produjo algunos ingenios de superior orden, como Píndaro, Príncipe de los Poetas Líricos, y el gran Plutarco, que en sentir de Bacon de Verulamio, no tuvo hombre mayor la antigüedad. Y aún sospecho que retrocediendo a antigüedad más retirada, hubo tiempo en que los Beocios superaron a todos sus vecinos, y a todo el resto de los Europeos en la cultura de Ciencias, y Artes; porque Cadmo, que viniendo de la Fenicia, fue el primero que introdujo las letras del Alfabeto en Grecia, siendo en Europa el primer Autor de la Escritura, y de la Historia, hizo su asiento en la Beocia, donde fundó la Ciudad de Tebas. A que se añade, que en la Beocia está el Monte Helicón dedicado [366] a las Musas, que de él se nombraron Helicónides; y de este monte desciende la famosa fuente Aganipe, consagrada a las mismas fingidas Deidades, cuya agua se creía ser el vino de los Poetas, como que sacándolos de sí por medio de rapto, les encendía en furiosos entusiasmos el celebro. Todas estas ficciones parece que no pudieron tener otro origen que haber en algún tiempo florecido la Poesía en aquella Región.

99. Pero dado el caso que los Beocios sean por su naturaleza rudos, ¿cómo se probará que esto depende de la humedad del País, y no de otras causas ocultas, especialmente cuando vemos otros Países húmedos, que no incurren esa nota? Desagráviese, pues, la humedad del falso testimonio que la han levantado de estar reñida con la agudeza; y quede asentado que por este capítulo no se puede probar que las mujeres sean inferiores en el discurso a los hombres.

§. XV

100. El P. Malebranche discurre por otro camino, y niega a las mujeres igual entendimiento al de los hombres, por la mayor molicie, o blandura de las fibras de su celebro. Yo verdaderamente no sé si lo que supone de esa mayor blandura es así, o no. Dos Anatómicos he leído que no dicen palabra de eso. Acaso suponiendo la mayor humedad, se dió por inferida la mayor blandura; y no es la consecuencia fija, porque el hielo es húmedo, y no es blando. El metal derretido es blando, y no es húmedo. Acaso por la mayor blandura, o docilidad del genio de las mujeres se discurrió ser también en toda su material composición más blandas: que hay hombres tan superficiales, que por estas analogías forman sus ideas, y después por falta de reflexión se extienden hasta entre los más perspicaces.

101. Pero sea así norabuena: ¿qué conexión tiene la mayor blandura del celebro con la imperfección del discurso? Antes bien, siendo por esa causa más dócil a la impresión de los espíritus, será instrumento, u órgano más apto para las operaciones mentales. Este argumento es más [367] fuerte en la doctrina de este Autor; porque dice en otra parte, que siendo los vestigios, que dejan con su movimiento en el celebro los espíritus animales, las líneas conque la facultad imaginativa forma en él las efigies de los objetos, cuanto esos vestigios, o impresiones fueren mayores, y más distintas, tanto con más valentía, y claridad percibirá el entendimiento los objetos mismos: Cum igitur imaginatio consistat in sola virtute, qua mens sibi imagines objectorum efformare potest, eas imprimendo, ut ita loquar, fibris cerebri, certè quò vestigia spirituum animalium, quae sunt veluti imaginum illarum lineamenta, erunt distinctiora, & grandiora, eò fortiùs, & distinctiús mens objecta illa imaginabitur {(a) Lib. 2. de Inquirenda Veritate, part. I. cap. I.}.

102. Ahora, pues, es claro, que siendo más blando el celebro, y más flexibles sus fibras, imprimirán con más facilidad, como también mayores, y más distintos vestigios los espíritus. Con más facilidad, y mayores, porque resiste menos la materia. Más distintos, porque siendo algo rígidas las fibras, en fuerza del elaterio hacen algún conato por restituirse a su antigua positura; y así obscurecen algo la senda que habían abierto los espíritus con su movimiento; luego siendo en el celebro de las mujeres más flexibles las fibras que en el de los hombres, formarán aquellas mayores, y más distintas las imágenes, y por consiguiente percibirán mejor los objetos.

103. No por eso se piense que concedo más entendimiento a las mujeres que a los hombres; sólo redarguyo al P. Malebranche, pretendiendo que de su doctrina se infiere esa ventaja, contra lo que él mismo en otra parte pronuncia. Pero lo que yo siento es, que con esos discursos filosóficos todo se puede probar, y nada se prueba. Cada uno filosofa a su modo: y si yo escribiera por adulación, o por capricho, o por ostentación de ingenio, fácil me fuera, tejiendo consecuencias de principios admitidos, elevar el entendimiento de las mujeres sobre el nuestro [368] muchas varas. Pero no es ese mi genio, sino propalar con sinceridad mi dictamen. Y así digo, que ni el P. Malebranche, ni otro alguno hasta ahora, supo el puntual uso, o específico manejo, conque sirven los órganos de la cabeza a las facultades del alma. No sabemos hasta ahora cómo el fuego quema, o cómo la nieve enfría, siendo cosas que se presentan a la vista, y al tacto; y quiere el P. Malebranche, con los demás Cartesianos, persuadirnos que han registrado cuanto pasa en el más recóndito gabinete de la alma racional. Ni me parecen bien fundadas esas máximas, que reduciéndolo todo a mecanismo, nos figuran al espíritu estampando materialmente las imágenes de los objetos en el celebro, como el buril en el cobre. No ignoro las gravísimas dificultades que padecen las especies intencionales Aristotélicas: pero lo que sale de aquí es, que ni unos, ni otros hacemos otra cosa que palpar la ropa a la naturaleza. Todos vamos a ciegas, y el más ciego de todos es aquel que piensa que ve las cosas con toda claridad; como sucedía a la otra criada de Séneca, llamada Harpacta, tan fatua, que careciendo de vista, juzgaba que la tenía. Es cierto que estos que viven muy satisfechos de que penetran las cosas naturales, están más expuestos a peligrosos errores; porque el que camina con mucha confianza, y poca luz, va más arriesgado a caer: al contrario dista más de ese peligro, el que conociendo que el camino es oscuro, se va con tiento.

104. Mas concediendo al P. Malebranche, y a los demás Cartesianos, que la representación de los objetos a la mente se hace por medio de esas materiales trazas, que con su curso forman en el celebro los espíritus; lo que se sigue es, que siendo el de las mujeres más blando, por la docilidad de la materia, sean los diseños mayores. ¿Y de aquí qué se inferirá? En la doctrina del P. Malebranche se infiere uno, y otro: que las mujeres entienden mejor que los hombres, y que no entienden tan bien. Lo primero se infiere por el lugar que citamos arriba: y lo segundo, porque cuando se explica contra las mujeres, quiere [369] que las imaginaciones vivísimas, que resultan de esas imágenes mayores, se opongan a la recta inteligencia de los objetos: Cum enim tenuiora objecta ingentes in delicatis cerebri fibris excitent motus, in mente protinus etiam excitant sensationes ita vividas, ut iis tota occupetur {(a) Lib. 2. part. 2. cap. I.}.

105. Pero esto segundo es contra toda razón; porque las imágenes mayores no quitan que se representen bien los objetos, aun cuando ellos sean menudos; antes conducen, por lo cual se ven mejor por medio del microscopio los átomos. Y la viveza de la imaginación, no siendo tanta que llegue a locura, contribuye mucho para una perspicaz inteligencia.

106. Mas en realidad, de esa mayor blandura del celebro no se sigue ni uno, ni otro; ni que el entendimiento de las mujeres sea mayor, ni que sea menor, porque no se infiere de ella que las estampas que imprimen los espíritus sean mayores (que es de donde se había de deducir lo uno, o lo otro). La razón es, porque puede ser el impulso de los espíritus proporcionado a la docilidad de la materia, y así no hacer mayor impresión que aquella que hicieran espíritus más impetuosos en celebro más fuerte; del mismo modo, que templando la fuerza de la mano pueden abrirse con el buril en la cera líneas tan superficiales, como aquellas que usando de mayor impulso se señalan en el plomo. Lo que yo creo es, que de todo este sistema del celebro de las mujeres, lo que puede seguirse es, que los movimientos corpóreos sean en ellas menos vigorosos que en los hombres, por cuanto los nervios, que tienen su origen en las fibras del celebro, y en la médula espinal, es consiguiente que sean menos fuertes, o movidos con más débiles impulsos; pero no que sus operaciones mentales sean más, o menos perfectas. [370]

§. XVI

107. Ya es tiempo de salir de las asperezas de la Física a las amenidades de la Historia, y persuadir con ejemplos, que no es menos hábil el entendimiento de las mujeres, que el de los hombres, aun para las ciencias más difíciles: medio el mejor para convencer al vulgo, que por lo común se mueve más por ejemplos, que por razones. Referir todos los que ocurren, sería muy fastidioso; y así sólo señalaremos algunas de las mujeres más ilustres en doctrina de estos últimos siglos, que florecieron, ya en nuestra España, ya en los Reinos vecinos.

108. España, a quien los extranjeros cercenan mucho el honor de la literatura, produjo muchas mujeres insignes en todo género de letras. Las principales son las que se siguen.

109. Doña Ana de Cervaton, Dama de Honor de la Reina Germana de Fox, segunda esposa de D. Fernando el Católico, fue celebradísima, aún más por sus bellas letras, y preciosos talentos, que por su peregrina hermosura, siendo esta tanta, que era tenida por la mujer más bella de la Corte. En Lucio Marineo Sículo se hallan las Cartas Latinas que este Autor escribió a dicha Señora, y las Respuestas de ella en el mismo idioma.

110. Doña Isabel de Joya, en el siglo decimosexto, fue doctísima. Se cuenta de ella que predicó en la Iglesia de Barcelona con pasmo del innumerable concurso que la escuchó (supongo que el Prelado que se lo permitió, hizo juicio de que la regla del Apóstol, que en la Epístola primera a los Corintios prohíbe a las mujeres hablar en la Iglesia, admite algunas excepciones, como las admite la prohibición de que enseñen, en la Epístola primera a Timoteo; pues de hecho Priscila, compañera del mismo Apóstol, enseñó, e instruyó a Apolo Póntico en la doctrina Evangélica, como consta de los Actos de los Apóstoles). Y que después pasando a Roma en el Pontificado de Paulo III. delante de los Cardenales, con suma satisfacción [371] de ellos explicó muchos puntos difíciles de los libros del Sutil Escoto. Pero lo que más la ennoblece, es haber convertido en aquella Capital del Orbe gran número de Judíos a la Religión Católica.

111. Luisa Sigéa, natural de Toledo, y originaria de Francia, sobre ser erudita en la Filosofía, y buenas letras, fue singular en el ornamento de las lenguas, porque supo la Latina, la Griega, la Hebrea, la Arábiga, y la Siriaca: y en estas cinco lenguas se dice, que escribió una Carta al Papa Paulo III. Siendo después su padre Diego Sigéo llamado a la Corte de Lisboa para Preceptor de Teodosio de Portugal, Duque de Berganza, la Infanta Doña María de Portugal, hija del Rey D. Manuel, y de su tercera esposa Doña Leonor de Austria, que era muy amante de las letras, quiso tener en su compañía a la sabia Sigéa. Casó esta Señora con Francisco de Cuevas, Señor de Villanasur, Caballero de Burgos, y tiene en Castilla (según refiere D. Luis de Salazar en su Historia de la Casa Farnesia) mucha, y muy clara sucesión.

112. Doña Oliva Sabuco de Nantes, natural de Alcaráz, fue de sublime penetración, y elevado numen en materias Físicas, Médicas, Morales, y Políticas, como se conoce en sus escritos. Pero lo que más la ilustró fue su nuevo sistema Fisiológico, y Médico, donde contra todos los antiguos, estableció, que no es la sangre la que nutre nuestros cuerpos, sino el jugo blanco derramado del celebro por todos los nervios; y atribuyó a los vicios de este vital rocío casi todas las enfermedades. A este sistema, que desatendió la incuriosidad de España, abrazó con amor la curiosidad de Inglaterra, y ahora ya lo recibimos de mano de los extranjeros, como invención suya, siéndolo nuestra. ¡Fatal genio de los Españoles! que para que les agrade lo que nace en su tierra, es menester que se lo manipulen, y vendan los extranjeros. También parece que esta gran mujer fue delante de Renato Descartes en la opinión de constituir el celebro por único domicilio de la alma racional, aunque extendiéndola a toda su substancia, y [372] no estrechándola precisamente a la glándula pineal, como Descartes. La confianza que tuvo Doña Oliva en el propio ingenio para defender sus singulares opiniones, fue tal, que en la Carta Dedicatoria, escrita al Conde de Barajas, Presidente de Castilla, le suplicó emplease su autoridad para juntar los más sabios Físicos, y Médicos de España, ofreciéndose ella a convencerlos de que la Física, y Medicina, que se enseñaba en las Escuelas, toda iba errada. Floreció en tiempo de Felipe II.

113. Doña Bernarda Ferreyra, Señora Portuguesa hija de D. Ignacio Ferreyra, Caballero del Hábito de Santiago, sobre entender, y hablar con facilidad varias lenguas, supo la Poesía, la Retórica, la Filosofía, y las Matemáticas. Dejó varios escritos Poéticos. Y nuestro famoso Lope de Vega hizo tanto aprecio del extraordinario mérito de esta señora, que le dedicó su Elegía, intitulada la Fylis.

114. Doña Juliana Morella, natural de Barcelona, fue un portento de sabiduría. Habiendo su padre cometido un homicidio, huyó, llevándola consigo a León de Francia, donde estudiando esta rara niña, hizo tan rápidos progresos, que a la edad de doce años (y fue el de 1607) defendió Conclusiones públicas en Filosofía, que dedicó a Doña Margarita de Austria, Reina de España. A la edad de diez y siete años, según la relación de Guido Patin, que vivió en aquel tiempo, entraba a disputar públicamente en el Colegio de los Jesuitas de León. Supo Filosofía, Teología, Música, y Jurisprudencia. Dícese que hablaba catorce lenguas. Entróse Religiosa Dominica en el Convento de Santa Praxedis de Aviñón.

115. La célebre Monja de México Sor Juana Inés de la Cruz es conocida de todos por sus eruditas, y agudas Poesías; y así es excusado hacer su elogio. Sólo diré que lo menos que tuvo fue el talento para la Poesía, aunque es el que más se celebra. Son muchos los Poetas Españoles que la hacen grandes ventajas en el numen; pero ninguno acaso la igualó en la universalidad de noticias de todas Facultades. [373] Tuvo naturalidad, pero faltóle energía. La Crisis del Sermón del P. Vieyra acredita su agudeza; pero haciendo justicia, es mucho menor que la de aquel incomparable Jesuita, a quien impugna. ¿Y qué mucho que fuese una mujer inferior a aquel hombre, a quien en pensar con elevación, discurrir con agudeza, y explicarse con claridad, no igualó hasta ahora Predicador alguno?

116. Es también ocioso el Panegírico de la señora Duquesa de Aveyro, difunta, porque están bien recientes sus noticias en la Corte, y en toda España.

§. XVII

117. Las Francesas sabias son muchísimas, porque tienen más oportunidad en Francia, y creo que también más libertad para estudiar las mujeres. Reduciremos su número a las más famosas.

118. Susana de Habert, mujer de Carlos del Jardín, Oficial del Rey Enrico III, supo Filosofía, y Teología: fue muy versada en las doctrinas de los Santos Padres. Aprendió las Lenguas Española, Italiana, Latina, Griega, y Hebrea. Pero para su verdadera gloria contribuyó más su piedad Cristiana, en que fue extremada, que su vasta sabiduría.

119. María de Gurnay, Parisiense, de ilustre familia, a quien el sabio Dominico Baudio dió el nombre de Sirena Francesa, alcanzó tan gloriosa fama de ingenio, y literatura, que apenas hubo hombre grande en su tiempo que no se hiciese mucho honor de tener comercio epistolar con ella; y así se hallaron en su gabinete, cuando murió, Cartas de los Cardenales Richelieu, Bentivollo, y Perron, de S. Francisco de Sales, y otros esclarecidos Prelados, de Carlos I, Duque de Mantua, del Conde de Alés, de Erycio Puteano, Justo Lipsio, Mons. Balzac, Maynardo, Heinsio, César Capacio, Carlos Pinto, y otros muchos de erudición sobresaliente en aquella edad.

120. Madalena Scuderi, llamada con mucha razón la Sapho de su siglo, pues igualó a aquella celebradísima [374] Griega en el primor de las composiciones, y la excedió mucho en la pureza de costumbres, fue grande en la doctrina, pero incomparable en la discreción, como testifican sus muchas, y excelentísimas obras. Su Artamenes, o Gran Cyro, y la Clelia, que debajo del velo de novelas esconden mucho de verdaderas historias, a manera del Argenis de Barclayo, son piezas de sumo valor, y que, en mi sentir, exceden a cuanto se ha escrito en este género, así en Francia, como en las demás Naciones, a la reserva sola del Argenis; porque la nobleza de los pensamientos, el armonioso tejido de la narración, la patética eficacia de la persuasiva, la viveza de las descripciones, y la nativa pureza, majestad, y valentía del estilo, hacen un todo admirable: a que se añade para mayor realce el manejar con toda la decencia posible los empeños amatorios, representar con la hermosura más atractiva las virtudes morales, y con el más brillante resplandor las heroicas. En atención a las prodigiosas prendas de esta mujer, la vino a buscar el singular honor de recibirla por asociada todas las Academias donde se admitían personas de su sexo. En la Academia Francesa llevó el premio señalado a las piezas de elocuencia el año de 1671; que fue lo mismo que declararla aquel nobilísimo cuerpo por la persona más elocuente de la Francia. El Rey Cristianísimo Luis XIV, a cuya comprehensión ningún mérito elevado se escondía, le señaló una pensión de doscientas libras de renta. El Cardenal Mazzarini mucho antes le había dejado en su testamento otra. Y otra tenía por la liberalidad del sabio Canciller de Francia Luis de Boucherat; conque terminó llena de gloria una vida muy regular, y muy dilatada el año de 1701.

121. Antonieta de la Guardia, noble Francesa, hermosa de apuesta en cuerpo, y alma; pues por ella se dijo, que la naturaleza había tenido el gustazo de juntar todas las gracias del espíritu, y del cuerpo en una mujer; fue tan eminente en la Poesía, que en un tiempo en que este Arte era muy cultivado, y estimado en Francia, no hubo [375] en todo aquel dilatado Reino hombre alguno que le pusiese el pie delante. Sus obras se recogieron en dos volúmenes, que no he visto. Murió el año de 1694, dejando una hija heredera de su ingenio, y numen, que ganó el premio de la Poesía en la Academia Francesa.

122. La Señora María Madalena Gabriela de Montemart, hija del Duque de Montemart, y Religiosa Benedictina, nació con todas las disposiciones necesarias para las ciencias más difíciles, y abstractas, como dotada de feliz memoria, sutil ingenio, y recto juicio. En su primera edad aprendió las Lenguas Española, Italiana, Latina, y Griega. Siendo a los quince años presentada a la Reina de Francia María Teresa de Austria, inmediatamente a su entrada en aquel Reino, hizo admirarse toda la Corte, oyéndola hablar la Lengua Española con propiedad, y elegancia. Alcanzó cuanto hasta hoy se sabe de la antigua, y nueva Filosofía. Fue consumada en las Teologías Escolástica, Dogmática, Expositiva, y Mística. Hizo algunas traducciones, entre las cuales es recomendadísima la de los primeros libros de la Iliada, y escribió sobre diferentes materias, ya de Moral, ya de Crítica, ya de asuntos Académicos. Sus cartas fueron estimadísimas, y el gran Luis XIV las recibía con gran placer. Componía primorosos versos, pero pocos; y esos, después de una simple lectura, los condenaba al fuego: sacrificio que hizo su humildad de otras muchas obras suyas, y hiciera de todas, si obrase sólo por el propio dictamen. Su piedad, y talento para el gobierno resplandecieron en igual grado que su doctrina. En consideración de tantas, y tan altas cualidades fue elegida Abadesa General de la Congregación Fontevraldense, Orden de S. Benito, que tiene la particularidad de que siendo compuesta de gran número de Monasterios de uno, y otro sexo, repartidos en cuatro Provincias, todos reconocen por universal Prelada suya a la Abadesa de Fontevraldo, Monasterio insigne, y no menor teatro de nobleza que de virtud, pues cuenta entre sus Preladas catorce Princesas, y en ellas cinco de la [376] Casa Real de Borbón. Aún fuera de Francia se extendió un tiempo la jurisdicción de la Abadesa de Fuentevraldo, siendo cierto, como asegura el Cronista Yepes, que los dos Religiosísimos Conventos de Monjas, Santa María de la Vega de Oviedo, sito en el Principado de Asturias, y Santa María de la Vega de la Serrana, en tierra de Campos, estuvieron sujetos a la Prelada de Fuentevraldo, antes que se uniesen a la Congregación de S. Benito de Valladolid. Llenó tan alto empleo la Señora Montemart, con tanta satisfacción de todo el mundo, como edificación, y acrecentamiento de su Congregación, mandando dignísimamente a los hombres una mujer, que en el conjunto de prendas, si no fue superior a todos los hombres de su tiempo, por lo menos, en el concepto de los que la trataron, ninguno fue superior a ella; y murió llena de méritos el año de 1704.

123. María Jacquelina de Blemur, Religiosa Benedictina, compuso (dice el eruditísimo Mabillon en los Estud. Monast. Bibliot. Ecclesiast. §. 22.) el año Benedictino, siete volúmenes en cuarto. Elogios de muchas personas ilustres de la Orden de S. Benito, dos volúmenes en cuarto.

124. Ana Le-Febre, conocida comúnmente debajo del nombre de Madama Dacier, siendo hija de un padre doctísimo Tanaquildo Le-Febre, salió igual a su padre en erudición, y mayor que él en la elocuencia, y en el primor de escribir con delicadeza, y hermosura el propio Idioma. Fue crítica de primer orden, de modo, que en esta facultad, por lo menos en cuanto a Autores profanos, no hubo hombre en su tiempo, ni en la Francia, ni fuera de ella, que la excediese. Hizo muchas traducciones de Autores Griegos, que ilustró con diferentes Comentarios. Su pasión por Homero la empeñó en varias Disertaciones, donde resplandecieron igualmente la viveza de su ingenio, y la rectitud de su juicio, manteniendo la preferencia del Poeta Griego sobre Virgilio, contra algunos Críticos que la impugnaron, especialmente contra Mons. de la Mota, de la Academia Francesa: y si bien que algunos Partidarios [377] del Poeta Latino se pusieron de parte de Mons. de la Mota, no pueden negar que el voto de este era de corto peso, por ignorar el Idioma Griego en que escribió Homero, y que sabía con perfección su docta Coopositora. Y por lo que mira a la justicia de la causa, hace gran fuerza el que a Virgilio sólo algunos Autores Latinos, pero ninguno Griego, le conceden ventaja, o igualdad con Homero; al paso que este tiene a su favor todos los Griegos, y muchos Latinos, entre quienes sobresale el discretísimo Historiador Veleyo Patérculo, dándole el alto elogio de quien ni tuvo a quien imitar, ni le sucedió alguno que pudiese imitarle a él. Murió Ana Le-Febre pienso que ha tres, o cuatro años.

§. XVIII

125. Italia no cede a Francia en copia de mujeres eruditas; pero por la misma razón que ceñimos a breve número las Francesas, haremos lo propio con las Italianas.

126. Dorotea Bucca, natural de Bolonia, habiendo sido destinada desde su infancia a las letras, se adelantó con pasos tan agigantados en ellas, que se practicó con ella la (hasta entonces) nunca vista singularidad de darle aquella famosa Universidad el bonete de Doctora, donde fue mucho tiempo Catedrática. Floreció en el siglo decimoquinto.

127. Isotta Nogarola, natural de Verona, fue el Oráculo de su siglo; porque sobre ser muy docta en Filosofía, y Teología, se le añadió el ornamento de varias lenguas, gran lectura de los Padres, y en la elocuencia se asegura que no fue inferior a los mayores Oradores de aquella edad. Las pruebas de su facundia no fueron vulgares; pues oró varias veces delante de los Papas Nicolao V, y Pío II, y en el Concilio de Mantua, que convocó este Pontífice, a fin de unir todos los Príncipes Cristianos contra el Turco. Aquel ilustre Protector de las letras el Cardenal Besarion, habiendo visto algunas obras de Isotta, quedó tan prendado de su espíritu, que hizo viaje de Roma a Verona, sólo [378] por verla. Murió esta señora a los treinta y ocho años de su edad en el de mil cuatrocientos sesenta y seis.

128. Laura Cereti, natural de Brescia, desde la edad de 18 años enseñó públicamente Filosofía con general aplauso a los principios del siglo decimosexto.

129. Casandra Fidele, Veneciana, fue tan celebrada en la inteligencia de la lengua Griega, en la Filosofía, en la Teología, y en la Historia, que apenas hubo Príncipe ilustre en aquella edad que no le diese testimonio público de su estimación; y se cuentan entre los veneradores de Casandra los Papas Julio II, y León X, el Rey Luis XI. de Francia, y nuestros Católicos Reyes D. Fernando, y Doña Isabel. Escribió diversas obras, y murió de 102 años en el de 1567.

130. Catalina de Cibo, Duquesa de Camerino en la Marca de Ancona, supo la lengua Latina, la Griega, y la Hebrea, Filosofía, y Teología. Su virtud dio nuevo esplendor a su doctrina. Edificó el primer Convento que tuvieron los Capuchinos. Y murió el año de 1557.

131. Marta Marchina, Napolitana, de bajo nacimiento, pero de genio tan elevado, que superando los estorbos de su humilde fortuna, aprendió con suma velocidad las lenguas Latina, Griega, y Hebrea, y fue no vulgar Poetisa. Tan excelsas prendas no fueron poderosas a levantarla de aquella esfera en que había nacido, contrastándolas con malignos influjos su adversa estrella; pues se sabe que trasladada a Roma, se sustentó a sí, y a su familia haciendo jabones. Pero es de creer, que un espíritu de este carácter, a tener la oportunidad para estudiar que tuvieron otras mujeres, fuera prodigio entre las mujeres, y aun entre los hombres. Murió de 46 años en el de 1646.

132. Lucrecia Helena Cornaro, de la ilustrísima familia de los Cornaros de Venecia, si en la serie de esta memoria es la última de las sabias Italianas, por ser la más moderna, podemos decir que en dignidad es la primera, sin ser injustos contra alguna. Nació esta mujer, para honor de su sexo, el año de 1646. Desde su tierna infancia [379] declaró una violenta inclinación a las letras, a quien correspondieron portentosos, y rápidos progresos; porque no sólo se instruyó con facilidad rara en las lenguas Latina, Griega, y Hebrea, mas aprendió también casi todas las lenguas vivas de la Europa. En Filosofía, Matemáticas, y sagrada Teología se distinguió con tantas ventajas, que la Universidad de Padua resolvió darla el grado del Doctorado en la Facultad de Teología; lo que se hubiera ejecutado, a no intervenir la oposición del Cardenal Barbarigo, Obispo de la Ciudad, que escrupulizó en la materia, en atención a la máxima de S. Pablo, que niega a las mujeres el ministerio de enseñar en la Iglesia; y así, para no violar esta Regla Canónica, ni faltar a la estimación debida al relevante mérito de Helena, se tomó el temperamento de constituirla Doctora en la Facultad Filosófica, habiendo acudido a hacer más plausible el acto muchos Príncipes, y Princesas de varias partes de Italia. Habiendo sido tan eminente su ciencia, sólo pudo ser excedida, y lo fue de su rara piedad. A la edad de doce años hizo voto de virginidad. Y aunque después un Príncipe Alemán, solicitando con ardor la mano de Helena, le ofreció conseguir de su Santidad dispensación en el voto, aun asistido de los ruegos de sus parientes, no pudo rendir su constancia. Para cortar de un golpe las esperanzas de otros muchos pretendientes importunos, quiso entrarse Religiosa Benedictina; pero estorbada por su padre, hizo lo que pudo, que fue revalidar la promesa de virginidad, añadiendo los otros votos Religiosos, en calidad de oblata de la Religión de S. Benito, en manos del Abad del Monasterio de S. Jorge. A este sacrificio de su libertad se siguió una vida tan ejemplar dentro de la casa paterna, que pudiera ser envidiada de la más austera Religiosa. Era tanto su amor al recogimiento, y tanto su pudor de parecer en público, que aunque, rindiéndose al precepto de su padre, se dejaba ver algunas veces, era con tanta pena, que solía decir, que aquella obediencia le había de costar la vida. En efecto esta fue bien corta, pues pasó a [380] otra mejor a los 38 años de edad, con igual regocijo de los Ángeles, que llanto de los hombres, dejando muchas obras, que podrán hacer eterna su fama. Son muchos los Autores que hicieron el Panegírico de esta rara mujer; entre quienes Gregorio Leti en sus Raguallos Históricos le da los epítetos de Heroína de las Letras, y de Monstruo de las Ciencias, llamándola juntamente Ángel en la hermosura, y en el candor.

§. XIX

133. La Alemania, en cuyo helado suelo tiene más vigor Apolo para influir en los espíritus, que para derretir los carámbanos, nos presenta también una centella del Sol en una mujer de su País.

134. Esta fue la famosa Ana María Schurmán, gloria de una, y otra Germania, superior, e inferior; porque aunque nació en Colonia, sus padres, y abuelos fueron de los Países Bajos. No se conoció hasta ahora capacidad más universal en uno, ni en otro sexo. Todas las Ciencias, y todas las Artes reconocieron con igual obediencia el imperio de su espíritu, sin que alguna hiciese la menor resistencia, cuando esta Heroína se empeñaba en su conquista. A los seis años de edad cortaba con tijeras en papel, sin patrón alguno, preciosas, y delicadas figuras. A los ocho, en pocos días aprendió a hacer dibujos de flores, que fueron estimados. A los diez, no le costó más que tres horas de trabajo el saber bordar con primor. Pero sus talentos para ejercicios más altos estaban entretanto escondidos, hasta que a los doce años se descubrieron con esta ocasión. Estudiaban dentro de casa unos hermanitos suyos, y se notó, que varias veces al tomarles la lección, donde les faltaba la memoria, les apuntaba la niña, sin que hubiese precedido de su parte otro estudio más que el oírlos cuando estaban pasando la lección, como de paso. Esta seña, junta con las demás que daba de una habilidad enteramente extraordinaria, determinaron a su padre a permitir que la niña siguiese por la carrera de los estudios el pendiente de su inclinación. Pero no fue carrera, sino vuelo [381] aquel acelerado movimiento, conque la Schurmán discurrió por todos los anchísimos espacios de la erudición sagrada, y profana; arribando en fin a la posesión de casi todas las ciencias humanas, juntamente con la sagrada Teología, y grande inteligencia de la Escritura. Supo perfectamente las lenguas Alemana, Holandesa, Inglesa, Francesa, Italiana, Latina, Griega, Hebrea, Siriaca, Caldea, Arábiga, y Etiópica: era dotada también del numen poético, y compuso muy discretas obras en verso. En las Artes liberales logró igual aplauso que en las Ciencias, y en los idiomas. Comprehendió científicamente la Música, y manejaba varios instrumentos con destreza. Fue excelente en la Pintura, en la Escultura, y en el Arte de grabar a cincel. Cuéntase que habiendo hecho su retrato propio en cera al espejo, unas perlas, que servían de adorno a la imagen, salieron tan naturales, que nadie creyó que fuesen de cera, hasta hacer la experiencia de picarlas con un alfiler. Sus cartas se hicieron estimar, y desear, no sólo por la hermosura del estilo, mas también por el primor de la letra, que cuantos la vieron juzgaron inimitable, de modo que cualquiera rasgo de su pluma era buscado como alhaja rara de gabinete. Apenas hubo hombre grande en su tiempo, que no le diese testimonios de su estimación, y solicitase su comercio literario. La ilustre Reina de Polonia Luisa María Gonzaga, en su tránsito a aquel Reino, después de desposada en París por Procurador con el Rey Ladislao, se dignó de visitar a la Schurmán en su propia casa. Nunca quiso casarse, aunque solicitada de muchos con ardor, y con ventajosos partidos, especialmente de Mons. Catec, Pensionario de Holanda, y famoso Poeta, que había hecho algunos versos en elogio suyo, cuando Ana María no tenía más de catorce años. En fin, esta mujer, merecedora de ser inmortal, murió en el de 1678 al 71 de su edad.

§. XX

135. Omito otras muchas doctas mujeres, que ennoblecieron a Alemania, y otros Países Europeos, [382] por concluir con un ejemplo reciente de la Asia, para prueba de que no está la gloria literaria de las mujeres encarcelada en la Europa.

136. Este será de la bella, discreta, y generosa Sitti Maani, Mujer del famoso Viajero Pedro de la Valle, Caballero Romano. Nació Maani en la Mesopotamia, porque aquella feliz Provincia, en cuyos términos creen algunos Expositores que estuvo plantado el Paraíso, tuviese la dicha de ser Patria de dos Raqueles; pues es cierto, que Harán, donde nació la querida esposa de Jacob, era Lugar de la Mesopotamia. Habiendo hecho resplandecer desde muy jóvenes años, no menos la nobleza de su genio, y la viveza de su entendimiento, que la hermosura de su semblante, estas noticias excitaron en la curiosidad de Pedro de la Valle el deseo de lograr su vista, y tras de las noticias, las experiencias encendieron en su amor las ansias de tenerla por esposa. Efectuado el matrimonio, no sólo dejó Maani el rito Caldeo que seguía, por abrazar el Romano, pero redujo a sus padres a lo mismo. Parece increíble lo que esta amable Asiana adelantó en pocos años (porque fueron pocos los que vivió); pues no sólo adquirió todos los conocimientos, de que son capaces aquellas Regiones, que miran hoy como forasteras las Ciencias; pero llegó a entender doce diferentes idiomas. Aún fue más crecido el número, como también la perfección de sus virtudes morales; entre las cuales, como más extraña en su sexo, brilló más la fortaleza, habiendo asistido armada en dos, o tres encuentros a la defensa de su marido. Esta mujer, de muchos modos peregrina, por sus prendas, y por sus viajes, en uno de ellos, cerca de Ormuz, rindió la vida a una fiebre, verdaderamente maligna, a los veinte y tres años de edad. Así murió, con dolor de cuantos la conocían, esta nueva Raquel, tan semejante a la antigua, que parece que la naturaleza, y la fortuna estudiosamente formaron el paralelo. Entrambas naturales de Mesopotamia. Entrambas bellas por extremo. Entrambas casadas con hombres muy merecedores; pero forasteros. Entrambas iguales [383] en la resolución de dejar el rito patrio por seguir la Religión del esposo. Entrambas conformes en llevar parte de la vida peregrinando, siguiendo los pasos de sus consortes. Y al fin entrambas murieron en la flor de su edad, y en el camino. Pero en el trance fatal parece que fue muy desemejante el esposo de la una al de la otra, por haber excedido mucho Pedro de la Valle al Patriarca Jacob en la fineza. Este sepultó a su Raquel en el mismo camino donde murió; cuando parece que correspondía al grande mérito de su esposa tener con su cadáver la atención que tuvo con el propio, el cual encargó fuertemente a su hijo Josef condujese al sepulcro de sus mayores, que estaba en Hebrón. Este cuidado, que se echa menos en aquel amante Patriarca (bien que se debe discurrir, que hubo razón poderosa, o misteriosa, o natural para omitirle), sobresalió con los realces más finos en Pedro de la Valle; porque después de bien aromatizado el cadáver de su adorada Maani, depositado en costosa urna, le condujo consigo cuatro años enteros que discurrió por la Asia, llevando siempre puesta la vista en sus cenizas, como el corazón, y la memoria en sus virtudes; hasta que volviendo a Roma, colocó aquellos despojos de la parca en el sepulcro de sus mayores los Señores de la Valle, que le tienen en la Capilla de S. Pablo de la Iglesia de Santa María de Ara-Coeli, con tan ostentosos funerales, que apenas se vieron más magníficos, pronunciando el mismo Pedro de la Valle la Oración Fúnebre, en que dijeron mucho más sus ojos que sus labios, hasta que cesaron del todo los labios, porque lo dijesen todo los ojos. Fue el caso, que anudada la garganta de la congoja, fue preciso dejar la Oración imperfecta; y cuanto estaba prevenido en elocuentes cláusulas, se derritió en lágrimas tiernas: voces propias del dolor, cuyos ecos reciprocó el numeroso concurso en sus gemidos.

NOTA. Sitti es título de honor entre los Persianos que equivale a Señora. [384]

§. XXI

137. Hemos omitido en este catálogo de mujeres eruditas muchas modernas, porque no saliese muy dilatado; y todas las antiguas, porque se encuentran en infinitos libros. Baste saber (y esto parece más que todo) que casi todas las mujeres, que se han dedicado a las letras, lograron en ellas considerables ventajas; siendo así que entre los hombres apenas de ciento que siguen los estudios, salen tres, o cuatro verdaderamente sabios.

138. Pero porque esta reflexión podía poner a las mujeres en paraje de considerarse muy superiores en capacidad a los hombres, es justo ocurrir a su presunción, advirtiendo que esa desigualdad en el logro de los estudios nace de que no se ponen a ellos, sino aquellas mujeres en quienes, o los que cuidan de su educación, o ellas en sí mismas, reconocieron particulares disposiciones para la consecución de las ciencias; pero en los hombres no hay esta elección: los padres, en atención a adelantar su fortuna, sin consideración alguna de su genio, o de su rudeza, los destinan a la carrera literaria; y siendo los más de los hombres de habilidad corta, es preciso que salgan pocos aventajados en literatura.

139. Mi voto, pues, es, que no hay desigualdad en las capacidades de uno y otro sexo. Pero si las mujeres para rebatir a importunos despreciadores de su aptitud para las Ciencias, y Artes quisieren pasar de la defensiva a la ofensiva, pretendiendo por juego de disputa superioridad respecto de los hombres, pueden usar de los argumentos propuestos arriba, donde de las mismas máximas físicas, conque se pretende rebajar la capacidad de las mujeres, mostramos que con más verisimilitud se infiere ser la suya superior a la nuestra.

140. A que les añadiremos la autoridad de Aristóteles, el cual en varias partes enseña, que en todas especies de animales, incluyendo expresamente a la humana, las hembras son más astutas, e ingeniosas que los másculos: [385] señaladamente en el lib. 9. de Histor. Animal. c. I, donde pronuncia así la sentencia: In omnibus verò, quorum procreatio est, foeminam, & marem simili ferè modo natura distinxit moribus, quibus mas differt à foemina, quod praecipuè tum in homine, tum etiam in iis, quae magnitudine praestent, & quadrupedes viviparae sint, percipitur: sunt enim foeminae moribus mollioribus, mitescunt celeriùs, & malum faciliùs patiuntur, discunt etiam, imitanturque ingeniosiùs.

141. Esta autoridad de Aristóteles, que a las mujeres concede, no sólo la ventaja de docilidad, y blandura de genio, mas también el exceso de ingenio sobre los hombres, podrá hacer gran fuerza a tantos adoradores de este Filósofo, que le llaman el genio penetrante de la naturaleza, y término de la humana inteligencia. Pero yo a las mujeres les prevengo, que no les está bien dar mucha fe a Aristóteles; porque si en el lugar citado las ennoblece con la superioridad en la perspicacia, poco más abajo las envilece con el aumento en la malicia: Verum malitiosores, astutiores, insidiores foeminae sunt. Y aunque algo después les concede el noble atributo de la misericordia, con preferencia a los hombres, luego las mancha con los borrones de la envidia, la maledicencia, la mordacidad, y otros: Ita quod mulier misericors magis, & ad lacrymas propensior, quam vir est: invida iter magis, & querula, & maledicentior, & mordacior. No sé, pues, que quieran las mujeres aceptar con estas pensiones la ventaja de ingenio que las concede el Filósofo. No obstante se puede discurrir, que cuando quien estaba tan mal con ellas, asentó la baza de ser más ingeniosas, no debieron de ser ligeros los fundamentos.

§. XXII

142. Aquí ocurre, y es razón decir algo de la aptitud de las mujeres para aquellas artes más elevadas que las en que comúnmente se ejercitan, como la Pintura, y la Escultura. Poquísimas mujeres se dedicaron a estas artes; pero de esas pocas salieron algunas excelentes Artífices. De la admirable Ana María Schurmán ya se dijo [386] arriba cómo fue eminente en Pintura, Escultura, y Grabadura.

143. En Italia fueron Pintoras celebradas las tres hermanas Sophonisba, Lucía, y Europa de Angosciola: a la primera de las cuales trajo a su servicio Isabela, Reina de España, mujer de Felipe II, y era tan grande su reputación, que el Papa Pío IV solicitó un retrato de aquella Reina de mano de Sophonisba.

144. Irene de Spilimberg, Veneciana, fue tan primorosa en el mismo Arte, que se equivocaban frecuentemente sus pinturas con las del Ticiano, cuya contemporánea fue. Arrebatola el hado a los veinte y siete años de su edad, con dolor universal, y aun con lágrimas de su propio competidor.

145. Teresa de Pó logra en Nápoles hoy (si es que aún vive) alta estimación en la Pintura; y se pueden ver preciosos lienzos suyos en el gabinete de la Excelentísima Señora Marquesa de Villena, que le hizo trabajar siendo Virreina de Nápoles.

146. Aun en la Estatuaria produjo la Italia mujeres famosas. Propercia de Rosi fue generalmente aplaudida por sus hermosos diseños, y bien labradas estatuas de mármol. Pero más que esta, y más que todas la insigne Labinia Fontana. En Francia sólo tengo noticia de una Pintora, pero de primer orden. Esta fue Isabela Sophia de Cherón, conocida por el nombre de Madama Le-Hai: la cual, sobre las prendas de más que mediana Poetisa, y Música, fue en el arte de pintar perfectísima, y tan celebrada por ella, que el Delfín, hijo de Luis el Grande, hizo que le pintase a él, y a sus hijos. Lo mismo hizo Casimiro V, Rey de Polonia, que residió en París, después de su voluntaria abdicación de aquella Corona: lo mismo muchos de los primeros Señores de Francia, que se dignaban de ir a la casa de Isabela, como lo hizo muchas veces el Príncipe de Condé para este efecto. El Emperador Josef la quiso llevar a Viena, señalándole una pensión crecida; y no pudiendo reducirla, le envió los modelos de su semblante, y de todos los demás de la Familia Imperial, para que sobre ellos [387] formase los retratos. Siendo extremada, así en el diseño, como en el colorido su exactitud, no era menor la facilidad; pues seguía cualquiera conversación, sin dar treguas al pincel. Pero las acciones cristianas, y generosas de su piadoso espíritu la hicieron más estimable que los rasgos de su mano. Y murió como vivió el año de 1711.

147. Adonde se ve mejor la igualdad de las mujeres con los hombres en la aptitud para las artes nobles, es en la Música (como facultad indiferente a uno y otro sexo), pues las que se aplican a ella, tantas ventajas logran respectivamente al tiempo que estudian, como nosotros; ni hallan más dificultad los Maestros de este Arte en enseñar a niñas que a niños. Yo conocí una de esta profesión, que antes de llegar a quince años era Compositora. De intento, en la mención que se ha hecho de tantas mujeres ilustres, no se tocó en las excelsas prendas de nuestra esclarecida Reina la Señora Doña Isabel Farnesio, ya porque no se atrevió a entrar en este sagrado con tan grosera pluma mi respeto, ya porque otra más bien cortada entre los timbres de su Regia Casa, tiró algunos rasgos a delinear los resplandores de la Persona.

§. XXIII

148. Veo ahora, que se me replica contra todo lo que llevo dicho, de este modo. Si las mujeres son iguales a los hombres en la aptitud para las artes, para las ciencias, para el gobierno político, y económico, ¿por qué Dios estableció el dominio, y superioridad del hombre, respecto de la mujer, en aquella sentencia del cap. 3 del Génesis Sub viri potestate eris? Pues es de creer, que diese el gobierno a aquel sexo, en quien reconoció mayor capacidad.

149. Respondo lo primero, que el sentido específico de este Texto aún no se sabe con certeza, por la variación de las versiones. Los Setenta leyeron: Ad virum conversio tua. Aquila: Ad virum societas tua. Symmacho: Ad virum appetitus, vel impetus tuus. Y el doctísimo Benedicto Pereira [388] dice, que traduciendo el original Hebreo palabra por palabra, sale la sentencia de este modo: Ad virum desiderium, vel concupiscencia tua.

150. Lo segundo respondo, que se pudiera decir, que la sujeción política de la mujer fue absolutamente pena del pecado, y así en el estado de la inocencia no la habría. El Texto por lo menos no lo contradice; antes bien parece que habiendo de obedecer la mujer al varón en el estado de la inocencia, debiera Dios intimarle la sujeción luego que la formó. Siendo esto así, no se infiere que la preferencia se le dio al hombre por exceder a la mujer en entendimiento, sino porque la mujer le dio la primera ocasión al delito.

151. Lo tercero digo, que tampoco se infiere superioridad de talento en el varón, aunque desde su origen le diese Dios superioridad gubernativa de la mujer. La razón es, porque aunque sean iguales los talentos, es preciso que uno de los dos sea primera cabeza para el gobierno de casa, y familia; lo demás sería confusión, y desorden. Entre las especies probables de gobierno tienen los Filósofos Morales, siguiendo a Aristóteles, por la ínfima, o menos perfecta la que se llama Timocracia, en que todos los individuos de la República mandan igualmente, o tienen igual voto. Pero entre marido, y mujer, no sólo sería imperfecto este modo de mandar en cuanto al gobierno económico, sino imposible; porque en la multitud del Pueblo, cuando haya diversidad de dictámenes, se puede decidir la dificultad por pluralidad de votos; lo que entre marido, y mujer no puede suceder, porque están uno a uno: y así, en caso de oponerse en el dictamen, no se puede determinar si no es uno de los dos superior. ¿Pero por qué habiendo de ser superior el uno, siendo iguales los talentos, quiso Dios que lo fuese el hombre? Pueden discurrirse varios motivos en el exceso de otras prendas, como en la constancia, o en la fortaleza; porque estas virtudes convienen para tomar las resoluciones convenientes, y mantenerlas después de tomadas, atropellando en uno, [389] y otro los estorbos de temores, o vanos, o ligeros: pero es mejor decir, que en las divinas resoluciones ignoramos por la mayor parte los motivos.

§. XXIV

152. Concluyo este Discurso, satisfaciendo a un reparo que se podrá formar sobre el asunto; y es, que persuadir al género humano la igualdad de ambos sexos en las prendas intelectuales, no parece que trae utilidad alguna al Público, antes bien le ocasionará algún daño, por cuanto fomenta en las mujeres su presunción, y orgullo.

153. Pudiera ocurrir a este escrúpulo sólo con decir, que en cualquiera materia que se ofrezca al discurso, es utilidad bastante conocer la verdad, y desviar el error. El recto conocimiento de las cosas por sí mismo es estimable, aun sin respecto a otro fin alguno criado. Las verdades tienen su valor intrínseco; y el caudal, o riqueza del entendimiento, no consta de otras monedas. Unas son más preciosas que otras, pero ninguna inútil. Ni la verdad, que hemos probado, puede por sí inducir vanidad, y presunción en las mujeres. Si ellas son verdaderamente en las perfecciones de la alma iguales con nosotros, no habrá vicio alguno en que lo conozcan, y entiendan así. Santo Tomás, hablando de la vanagloria, dice, que este pecado no se incurre, por conocer cada uno, y aprobar el bien, o perfección que tiene: Quod autem aliquis bonum suum cognoscat, & approbet, non est peccatum {(a) 2. 2. quaest. 132. art. I.}. Y en otra parte, hablando de la presunción, dice, que este vicio siempre se funda en algún error del entendimiento: Praesumptio autem est motus appetitivus, quia importat quamdam spem inordinatam, habet autem se conformiter intellectui falso {(b) Quaest. 22. art. 2.}. Luego el conocer las mujeres lo que son, como no lleguen a pensar de sus prendas más [390] de lo que deben, no podrá hacerlas vanagloriosas, o presumidas; antes, si se mira bien el desengaño a que se ordena este capítulo, no añade presunción a las mujeres, y se la quita a los hombres.

154. Pero mucho más pretendo, y es, que la máxima que hemos establecido, no sólo no puede ocasionar en lo moral daño alguno, sino que puede traer mucho provecho. Considérese a cuantos hombres la imaginada superioridad de talentos los hace osados para emprender sobre el otro sexo criminales conquistas. En cualquiera lid la confianza, o desconfianza de la fuerza propia, hace mucho para ganar, o perder la batalla. El hombre en fe de la ventaja en el discurso, propone con valentía; la mujer, juzgándose inferior, escucha con respeto. ¿Quién puede negar aquí una gran disposición para que él venza, y ella se rinda?

155. Sepan, pues, las mujeres, que no son en el conocimiento inferiores a los hombres: con eso entrarán confiadamente a rebatir sus sofismas, donde se disfrazan con capa de razón las sinrazones. Si a la mujer la persuaden, que el hombre, respecto de ella, es un oráculo, a la más indigna propuesta prestará atento el oído, y reverenciará como verdad infalible la falsedad más notoria. Bien se sabe a qué torpezas han reducido los Herejes, que llamamos Molinistas, a muchas mujeres antecedentemente muy virtuosas. ¿De qué nació la perversión, sino de haber imaginado en ellos unos hombres de superiores luces, y de haber desconfiado con demasía del propio entendimiento, cuando les estaba representando bien claramente la falsedad de aquellos venenosos dogmas?

156. Otra consideración hay que hacer muy importante en esta materia. Es cierto que cualquiera cede más fácilmente a aquel en quien reconoce alguna notable ventaja. Un hombre sirve sin violencia a otro hombre, que es más noble que él; pero con suma repugnancia, si son iguales en nacimiento. Lo propio sucede en nuestro caso. Si la mujer está en el error de que el hombre es de sexo [391] mucho más noble, y que ella por el suyo es un animalejo imperfecto, y de bajo precio, no tendrá por oprobio el rendírsele; y llegándose a esto la lisonja del obsequio, reputará por gloria lo que es ignominia. Conozca, pues, la mujer su dignidad, como clamaba S. León al hombre. Sepa que no hay ventaja alguna de parte de nuestro sexo; y así, que siempre será oprobio, y vileza suya conceder al hombre el dominio de su cuerpo, salvo cuando le autorice la santidad del matrimonio.

157. Aún no he dicho toda la utilidad que en lo moral traerá el sacar a los hombres, y mujeres de este error en que están, de la desigualdad de los sexos. Firmemente creo que este error es causa de mancharse con adulterios infinitos tálamos. Parece que me enredo en una extraña paradoja; pero no es sino una verdad constante: Atención.

158. Pasados pocos meses, después que con el vínculo del matrimonio se ligaron las almas de dos consortes, pierde la mujer aquella estimación que antes lograba por alhaja recién poseída. Pasa el hombre de la ternura a la tibieza, y la tibieza muchas veces viene a parar en desprecio, y desestimación positiva. Cuando el marido llega a este vicioso extremo, empieza a triunfar, y a insultar a la esposa en fe de las ventajas que imagina en la superioridad de su sexo. Instruido de aquellas sentencias, que la mujer que más alcanza, alcanza lo que un niño de catorce años: que no hay que buscar en ellas seso, ni prudencia, y otras de este jaez, todo lo que observa en la suya trata con sumo desprecio. En este estado cuanto la pobre mujer discurre es un delirio, cuanto dice un despropósito, cuanto obra un yerro. El atractivo de la hermosura, si es que la tiene, ya no sirve de nada, porque le rebajó el precio la seguridad de la posesión. Ese es un hechizo que ya está deshecho. Sólo se acuerda el marido de que la mujer es un animal imperfecto; y si se descuida, a la más linda le echará en la cara, que es un vaso de inmundicia.

159. En este estado de abatimiento está la infeliz mujer, [392] cuando empieza a mirarla, como suelen decir, con buenos ojos un galán. A la que está aburrida de ver a todas horas un semblante ceñudo, es natural que le parezca demasiadamente bien un rostro apacible. Esto basta, para facilitar la conversación. En ella no oye cosa que no la lisonjee el gusto. Antes no escuchaba sino desprecios; aquí no se le habla sino de adoraciones. Antes era tratada como menos que mujer; ahora se ve elevada a la esfera de deidad. Antes se le decía que era una tonta; ahora escucha que tiene un entendimiento divino. En la boca del marido era toda imperfecciones; en la del galán es toda gracias. Aquel la señoreaba como tirano dueño; éste se le ofrece como rendido esclavo. Y aunque el enamorado, si fuera marido, hiciera lo mismo que el otro, como eso no lo previene la triste casada, halla entre los dos la distinción que hay entre un Ángel, y un bruto. Ve en el marido un corazón lleno de espinas; en el galán coronado de flores. Allí se le presenta una cama de hierro; aquí de oro. Allí la esclavitud; aquí el imperio. Allí la mazmorra; aquí el solio.

160. En esta situación ¿qué hará la mujer más valiente? ¿Cómo resistirá dos impulsos dirigidos a un mismo fin, uno que la impele, otro que la atrae? Si el Cielo no la detiene con mano poderosa, segura es la caída. Y si cae, ¿quién puede negar que su propio marido la despeña? Si él no la tratara con vilipendio, no le hiciera fuerza el amante con la lisonja. El mal tratamiento del uno, da valor al rendimiento del otro. Todo este mal viene muchísimas veces de aquel concepto bajo que los hombres casados tienen hecho del otro sexo. Déjense de esas erradas máximas, y lograrán las mujeres más fieles. Estímenlas, pues Dios los manda amarlas: y desprecio, y amor no entiendo cómo se pueden acomodar juntos en un corazón, respecto del mismo objeto. [393]

Adiciones a este tratado

1. Núm. 2. Lo que dijimos en este lugar de la infeliz felicidad que Mahoma prometía a sus Mahometanas, se lee en algunos Autores, de quienes dedujimos aquella especie; pero habiendo después examinado con reflexión todo el Alcorán, no hallamos en él tal cosa. Lo que notamos únicamente es, que hablando en varios capítulos de la felicidad de la otra vida, sólo pinta la que pertenece a los varones, introduciendo muchas veces la extravagante y torpe ficción de que para cada uno de sus Mahometanos ha de criar Dios una hermosísima doncella, con quienes se deleite eternamente en el Paraíso. De aquí se infiere, que se divorciarán para siempre de las esposas que tuvieron en este mundo. Ni para estas, ni para las demás mujeres señala gloria alguna; lo que no se puede atribuir sino a una crasísima inadvertencia de aquel falso Profeta; pues no es creíble, ni a su designio de pervertir el mundo convenía, que de intento excluyese de las delicias del Paraíso, y condenase a unos rabiosos celos aquel sexo, a quien era bastantemente inclinado, y que podía favorecer, o dañar a sus intentos.

2. Núm. 3. Al ejemplar de la Irlandesa Madama Duglás es dignísimo de agregarse el de la Marquesa de Gange, honestísima, y hermosísima Francesa. A esta señora propusieron sucesivamente sus torpes deseos dos cuñados suyos. Rebatiólos vigorosamente, aunque el uno, hombre extremamente astuto, y que dominaba enteramente al Marqués, marido de la señora, la amenazó eficazmente con la cruel venganza de irritarle contra ella, introduciendo en su ánimo sospechas contra su fidelidad. Rebatidos, y despreciados repetidas veces; sin embargo de esta [394] amenaza, uno, y otro, se puso la amenaza en ejecución; y el crédulo marido consintió en que sus dos hermanos quitasen la vida a la inocente Marquesa; lo que ejecutaron con bárbara crueldad, forzándola primero a tomar un vaso de veneno, y después, por desconfiar de la actividad de la ponzoña, dándola algunas heridas, aunque sobrevivió al veneno, y a las heridas diez y nueve días, conque hubo lugar para que la Justicia, mediante su declaración, junta a varios testimonios del homicidio ejecutado por los dos cuñados, se enterase, y enterase al Público de toda la historia. Fue lástima segunda, que los tres delincuentes huyendo del Reino, se sustrajeron al castigo merecido. Sucedió esta tragedia el año de 1667, y la refiere Gayot de Pitaval en el tom. 5. de las Causas célebres.

3. Núm. 11. lin. 6. Adonde lees: Siendo cierto que produce más mujeres que hombres, enmienda así: Si es cierta la común opinión de que produce más mujeres que hombres. En el Tom. 5, Disc. 5, núm. 1, hallarás la razón de esta enmienda.

4. Núm. 44. No puedo menos de añadir al Catálogo de las mujeres fuertes una, que lo fue extremadamente, no sólo en la fortaleza del ánimo, mas también en la del cuerpo, añadiéndose la gloriosa circunstancia de haber usado de una, y otra para defensa de su castidad. Refiere el caso Jacobo Tollio en una de sus Cartas Itinerarias. Una Paisana, natural de Bohemia, estando trabajando en el campo, fue solicitada por un licencioso Soldado a satisfacer sus torpes deseos. Negándose ella constantemente, el Soldado tentó lograr con la violencia lo que no alcanzaba con el ruego. El infeliz no sabía con quien se tomaba. La rústica Heroína, cogiéndole por medio del cuerpo, como si tomára un perrito de falda, le condujo a la Ciudad (de Praga), donde le entregó a su Capitán para que castigase su insolencia. ¡Mujer por cierto más digna de un bastón, que de una rueca! Pero no faltó a acción tan heroica premio muy honrado, pues para memoria del hecho se le erigió estatua, la cual se conserva en el Gabinete del Archiduque [395] Leopoldo, que fue Gobernador en Flandes.

5. Núm. 59. La insolencia, y mala fe de algunos impugnadores de mis Escritos, ha llegado al mas alto punto a que puede subir. Habiendo yo dado en el número citado noticia del libro que Lucrecia Marinela escribió en elogio de su sexo, salió algún tiempo después al público un impreso, cuyo Autor resueltamente negaba, que existiese, o hubiese jamás existido tal libro en el mundo. A los ojos se viene, que no podía tener otro fundamento esta proposición negativa, que el antojo de proferirla. Era menester para asegurar esto, que tuviese un Índice Alfabético, o noticia universal de cuantos libros hay, y hubo en el mundo, cuyo Índice no hay, ni hombre alguno es capaz de adquirir tal noticia. Pero mas hay en el caso. Salió después en defensa mía otro Escrito, cuyo Autor (que ignoro quién fuese) certificaba la existencia del libro de Lucrecia Marinela con una prueba tan concluyente, como citar el cajón, el estante, y el número de la Biblioteca Real, donde se halla dicho libro. En efecto ello es así, que en la Biblioteca Real está el libro de que hablamos, y yo le vi en ella el año de 26, cuando estaba concluyendo la impresión del primer Tomo, yendo en compañía del P. Fr. Ángel Nuño, Conventual entonces, y ahora también, del Monasterio de S. Martín de Madrid, a quien cito por testigo, porque le vio como yo, y aun fue quien me lo puso en la mano, habiéndole notado antes que yo por el rótulo. Si mal no me acuerdo, estaba en el estante 118, orden 2. Una prueba tan demostrativa no estorbó que saliese después otro Escrito, negando de nuevo el libro de Lucrecia Marinela. Lo más gracioso es, que se hacía cargo de la cita estampada en el otro impreso; pero pasaba adelante, como despreciándola, aunque sin decir que por sí, ni por tercera persona había buscado, y no hallado el libro en la Regia Biblioteca. Por el contexto se conocía, que el Autor de este último Escrito no residía en Madrid; por consiguiente no podía examinar si el libro se hallaba en el lugar señalado. Si habitase en la Corte, temo de su [396] mucha veracidad, que diría que el libro no parecía en la Biblioteca, y no faltarían quienes se lo creyesen, como no han faltado para otras imposturas de igual, y aun mayor tamaño. ¡Desgracia grande es de la República Literaria, que no se aplique castigo proporcionado a los que insolentemente abusan del beneficio de la prensa, y de la credulidad del Vulgo!

6. Aunque sobra lo alegado para desvanecer tan antojadiza impugnación, añadimos, que del libro de Lucrecia Marinela dan noticia Moreri, V. Marinela, con la circunstancia de haberse impreso en Venecia el año de 1601. Bayle en su Diccionario Crítico, también V. Marinela. El P. Juan de Cartagena, tom. 3, lib. 15, hom. 2. Y Alfonso Lasor en su Diccionario Geográfico, tom. 1, pág. 294. (de la edición de Padua de 1713) habla de Lucrecia Marinela como Escritora, aunque no nombra en particular el libro que cuestionamos.

7. Núm. 75. En este número, y en el siguiente cité tres Autores, de los cuales dos confirman mi sentir de la igualdad del entendimiento de las mujeres con el de los hombres; y otro se avanza más que yo, pues concede a las mujeres ventaja en la agilidad de percibir, y discurrir. No tenía entonces en conocimiento de más Autores que favoreciesen mi opinión. Después vi, o adquirí noticia de otros. Tales son el P. Buffier, Jesuita Francés, en el libro intitulado: Examen des prejugez vulgaires, que consta de cinco Diálogos, y el segundo es todo destinado a probar la igualdad del entendimiento de los dos sexos. Los Jesuitas Autores de las Memorias de Trevoux; los cuales, año de 1704, tomo. 3. art. 110, llaman preocupación mal fundada la vulgar opinión de que los hombres exceden en entendimiento a las mujeres: D. Juan de Espinosa, Ministro celebrado en tiempo de Carlos V, y Felipe II, en su Gynoecepoenos, o Diálogo en alabanza de las mujeres: Henrico Frawenlob, Autor Alemán, que floreció a los principios del siglo decimocuarto: Monsieur Frelin en un libro escrito de intento al asunto, cuyo título es: [397] La igualdad de los dos sexos, y que fue impreso en París el año de 1673: Un Inglés anónimo, citado en la República de las Letras, tom. 22. pág. 468. Este también pretendió el exceso de las mujeres, pues inscribió su libro: Defensa del bello sexo: o la Mujer, obra principal de la creación. Jacobo del Pozo, citado en el Diccionario Crítico de Bayle, que tampoco se contentó con la igualdad, pues intituló el Tratado, que escribió sobre esta materia: La mujer mejor que el hombre. El mismo rumbo siguió Jerónimo Ruscelli, Autor Italiano, conocido por otros muchos escritos. La propuesta del que compuso al asunto presente es: Que la mujer es con grandes ventajas más noble, y más digna que el hombre. El Autor del Teofrasto moderno concede a las mujeres igualdad en entender, y superioridad en explicarse; añadiendo, que para el logro de sus empeños en el amor, y en la venganza, son mucho más sutiles que los hombres. Finalmente Plutarco en el libro de Virtutibus mulierum claramente está por la igualdad de los dos sexos.

8. Advierto, que no suscribo a los Autores que dan ventajas al entendimiento de las mujeres, salvo que se limiten precisamente a la prenda de la prontitud, y agilidad.

9. Núm. 117. Parécenos no inútil añadir a las Francesas ilustres por su ingenio, y literatura otras dos de la misma Nación. La primera Catalina Descartes, sobrina del famoso Renato Descartes, por la cual se dijo, que la herencia del ingenio de aquel Filósofo había caído en hembra. Fue tan excelente Poetisa, que el discretísimo Jesuita Dominico Bohuours insertó muchas Poesías suyas en la Colección que hizo de versos escogidos.

10. La segunda fue Madama de la Faiette, de quien Monsieur de Segrais en el primer tomo de sus Obras diversas, pág. mihi 40, refiere una cosa en supremo grado admirable. Copiaré sus palabras: «Tres meses (dice) después que Madama de la Faiette empezó a aprender el Latín, sabía más que Monsieur Menage, y que el Padre Rapin, [398] que fueron sus Maestros. Haciéndola explicar un Poeta, discordaron los dos en la inteligencia de un pasaje, dándosela cada uno diferente; y no queriendo ceder ninguno, Madama de la Faiette les dijo: Ni uno ni otro lo entendéis. En efecto, ella dio la verdadera explicación del pasaje, y ambos convinieron en que tenía razón.» Esta Señora floreció por los años de 1660. El nombre de la Faiette no es de apellido, sino de título: llamábase María Madalena de la Verne, y su título Condesa de la Faiette. Por prodigioso que se nos represente el suceso de aprender perfectamente el Latín en tres meses, hay bastante motivo para no negarle enteramente el asenso. Esta señora era muy conocida en París. Mons. Segrais fue contemporáneo a ella: habitaba en el mismo Pueblo, y en el mismo Pueblo escribió esto. ¿Es creíble que escribiese una cosa, que siendo falsa, millares de testigos le habían de dar en rostro con la mentira?

11. Núm. 145. En el Real Palacio de S. Ildefonso me mostraron un lienzo de la mano de Teresa de Pó, digno de los créditos de esta gran Pintora.

O. S. C. S. R. E.


{Feijoo, Teatro crítico universal, tomo primero (1726). Texto según la edición de Madrid 1778 (por D. Joaquín Ibarra, a costa de la Real Compañía de Impresores y Libreros), tomo primero (nueva impresión, en la cual van puestas las adiciones del Suplemento en sus lugares), páginas 325-398.}