Filosofía en español 
Filosofía en español


Tomo cuarto Discurso sexto

Españoles americanos

§. I

1. Una pluma destinada a impugnar errores comunes, nunca se empleará más bien, que cuando la persuasión vulgar que va a destruir, es perjudicial e injuriosa a alguna República, ó cúmulo de individuos que hagan cuerpo considerable en ella. Así como es inclinación de las almas más viles deteriorar la opinión del próximo, es ocupación dignísima de genios nobles defender su honor, y desvanecer la calumnia.

2. Habiendo yo tocado en el segundo Tomo, Discurso XV, núm. 21, la opinión común de que los Criollos ó hijos de Españoles que nacen en la América, así como les amanece más temprano que a los de acá el discurso, también pierden el uso de él mas temprano; un Caballero de ilustre sangre, de alta discreción, de superior juicio, de inviolable veracidad, y de una erudición verdaderamente portentosa en todo género de noticias (entretanto que no le nombre no tendrá en este elogio que reprender la prudencia, ni que morder la envidia), me avisó que esta opinión común debía comprenderse entre los errores comunes, proponiéndome tan concluyentes pruebas contra ella, que si añado algunas de mi reflexión, noticia, y lectura, será, no porque aquellas no sobren para el desengaño, sino para dar alguna extensión al presente Discurso, en el cual pretendo desterrar una opinión tan injuriosa a tantos Españoles (algunos de alto mérito), que la transmigración de sus padres ó abuelos hizo nacer debajo del Cielo Americano. [110]

3. Ciertamente que esta materia da motivo para admirar la facilidad con que se introducen los errores populares, y la tenacidad con que se mantienen, aún cuando son contrarios a las luces más evidentes. Que en un rincón del mundo, cual es el que yo habito y otros semejantes, donde apenas se ve jamás un Español nacido en la América, reine la opinión de que en éstos se anticipa la decrepitez a la edad decrépita, no hay que extrañar; pero que en la Corte misma, donde se ven y han visto siempre desde casi dos siglos a esta parte, Criollos que en la edad septuagenaria han mantenido cabal el juicio, subsista el mismo engaño, es cosa de grande admiración. En este asunto no cabe otra prueba que la experiencia. Esta ésta abiertamente declarada contra la común opinión, como se verá luego en los ejemplares que alegaré, eligiendo algunos más insignes, y omitiendo muchos más que han llegado a mi noticia, y no logran igual lugar en la estimación pública.

§. II

{Todos los que se siguen son Criollos, nacidos en varias partes de la América}

4. Conocido fue de toda España el Ilustrísimo Señor Don Fray Antonio de Monroy, Arzobispo de Santiago. Este piadoso, prudente, y sabio Prelado llegó a la edad nonagenaria sin la menor decadencia en el juicio. A muchos sujetos que lograron la conversación de su ilustrísima en los últimos años de su vida, oí celebrarla de docta, amena, discreta, dulce, y elocuente; y que cuando se tocaba en puntos de gobierno, cuantas máximas vertía eran prudentísimas (algunas me refirieron), a que añadía el sainete de algún dicho, ó suceso chistoso con que ilustraba el asunto, deleitando juntamente el oído.

5. Poco ha que murió en la Corte de ochenta y seis años el señor Don Joseph de los Ríos, sirviendo hasta aquella edad su plaza de Consejero de Hacienda, con la asistencia y conocimiento que si no tuviese más de cincuenta.

6. Hoy está en la misma Corte el señor Marqués de Villarrocha, septuagenario, Presidente que fue de Panamá, y ha cuatro años que vino del Mar del Sur por las Filipinas, [111] y el Cabo de Buena-Esperanza a Holanda. Es insigne Matemático, e instruído en toda buena literatura. Conserva en tan avanzada edad no sólo una gran entereza y agilidad intelectual, mas también un humor muy fresco y una viveza graciosísima.

7. Hoy es Virrey de México el señor Marqués de Casa-Fuerte, cuya adelantada edad se puede colegir de que ha cincuenta años que está sirviendo a su Majestad en varios Empleos Políticos, y Militares. Este Señor, bien lejos de ser notado de que los años le hayan deteriorado el juicio, está sumamente aplaudido por su cristiana y prudente conducta; de modo que es voz común en México, que no se vio hasta ahora gobierno como el suyo; y en medio de estar padeciendo continuamente, postrado en la cama, los rigores de la gota, incesantemente asiste al Despacho.

8. En los últimos años del Señor Carlos II. fue Capitán General de la Real Armada Don Pedro Corvete, sin que jamás descaeciese por los años (que eran muchos) de la entereza de genio y hermosura de espíritu que tuvo.

9. Hoy es Inquisidor Decano en Toledo el señor Ovalle, que pasa de sesenta años, sin que nadie haya notado ni podido notar menoscabo alguno en su prudencia y conocimiento.

10. En Lima reside Don Pedro de Peralta y Barnuevo, Catedrático de Prima de Matemáticas, Ingeniero, y Cosmógrafo mayor de aquel Reino: sujeto de quien no se puede hablar sin admiración; porque apenas (ni aún apenas) se hallará en toda Europa hombre alguno de superiores talentos y erudición. Sabe con perfección ocho Lenguas, y en todas ocho versifica con notable elegancia. Tengo un librito que poco ha compuso, describiendo las Honras del Señor Duque de Parma que se hicieron en Lima. Está bellamente escrito, y hay en él varios versos suyos harto buenos en Latín, Italiano, y Español. Es profundo Matemático, en cuya facultad ó facultades logra altos créditos entre los eruditos de otras Naciones; pues ha merecido que la Academia Real de las Ciencias de París [112] estamparse en su Historia algunas observaciones de eclipses que ha remitido; y el Padre Luis Feville, doctísimo Minimo, y miembro de aquella Academia, en su Diario que imprimió en tres Tomos en cuarto, le celebra mucho. Lo mismo hace Monsieur Frezier, Ingeniero Francés, en su Viaje impreso. Es historiador consumado, tanto en lo antiguo como en lo moderno; de modo que sin recurrir a más libros que los que tiene impresos en la Biblioteca de su memoria, satisface prontamente a cuantas preguntas se le hacen en materia de Historia. Sabe con perfección (aquella de que el presente estado de estas facultades es capaz) la Filosofía, la Química, la Botánica, la Anatomía, y la Medicina. Tiene hoy sesenta y ocho años, ó algo más: en esta edad ejerce con sumo acierto, no sólo los empleos que hemos dicho arriba, mas también el de Contador de Cuentas y particiones de la Real Audiencia y demás Tribunales de la Ciudad: a que añade la ocupación de Presidente de una Academia de Matemáticas, y Elocuencia, que formó a sus expensas. Una erudición tan vasta, es acompañada de una crítica exquisita, de un juicio exactísimo, de una agilidad y claridad en concebir y explicarse admirables. Todo este cúmulo de dotes excelentes resplandecen y tienen perfecto uso en la edad casi septuagenaria de este esclarecido Criollo.

11. El famoso Partidario Don Joseph Vallejo, y mi paisano el Coronel Don Nicolás de Castro Bolaño (a quien hizo glorioso la infeliz empresa de Escocia de los años pasados; porque con solos quinientos hombres que comandaba en País extraño, sin esperanza de socorro, y a vista de casi veinte mil de los enemigos, sacó las ventajas que fueron notorias así en la amnistía general para los naturales que seguían nuestro partido, como en las condiciones de salir armados con banderas desplegadas, a son de cajas, con todos los pertrechos y municiones que habían desembarcado), pienso que hayan arribado ya a la edad sexagenaria, sin que por eso deje de fiar su Majestad al primero el Gobierno de Gerona, y al segundo El Regimiento de Infantería de Santiago. [113]

12. No sé a qué edad arriban el Excelentísimo Señor Marqués del Surco, dignísimo Ayo de su Alteza el Señor Infante Don Felipe, los señores Don Nicolás Manrique, y Don Joseph de Muníve, Consejeros de Guerra, y el señor Don Miguel Núñez, Consejero de Ordenes (de quien tengo especial noticia, por su riquísima y bien aprovechada Biblioteca). Pero es cierto, que si la edad no los constituye fuera de la cuestión, todos cuatro, y cada uno de por sí hacen una gran prueba en el asunto. Como quiera, no serán inútiles para él los cuatro nombrados, porque hay muchos que anticipan aún a los cincuenta años la decrepitez de los Criollos, y aún a algunos oí decir que a los cuarenta empiezan a vacilar.

13. A los Españoles citados podremos agregar una ilustre Francesa; porque la opinión de la anticipada decadencia del juicio no comprende a solos los originarios de España, sino a todos los de Europa que nacen en la América; y ya se ve que la razón, si hubiese alguna, respecto de todos sería una misma. Esta ilustre Francesa es la famosa Madama de Maintenon, Criolla de la Martinica, cuya discreción y capacidad se dio a conocer a todas las Naciones, por el especial aprecio que hizo de ella el Gran Luis Decimocuarto. Es voz pública que en los últimos años de este Monarca llevó la dirección del gabinete; y es constante que estaba entonces en una edad muy avanzada, pues se había casado con Pablo Scarron, su primer marido, en el año de 1750, como refiere en sus Memorias anécdotas Monsieur de Segrais, que conoció bien, y trató mucho a uno y otro consorte. Aún en caso que la voz de que ella era el primer móvil del gabinete fuese falsa, se infiere por lo menos, que en París de donde dimanaba esta especie, conocían estar aún robusta y nada vacilante su capacidad.

14. Los ejemplares alegados son concluyentes en la materia que tratamos, especialmente si se observa que no son escogidos entre millares ni aún centenares de Criollos [114] sexagenarios, sí sólo se propusieron aquellos que sus sobresalientes méritos y empleos hicieron ocurrir más presto a la memoria; en que también se tuvo la atención de nombrar sujetos tan conocidos, que sea a todos fácil la comprobación de que la edad no indujo en su juicio el menor detrimento.

§. III

15. Mas para no dejar duda alguna al más preocupado de la opinión común, coronaremos la cuestión con un argumento de sumo peso; del cual usó poco ha en Roma un docto Religioso, convenciendo con él a un Señor Cardenal. Cónstame el hecho por testimonio de un Caballero muy veraz, a quien el mismo Religioso lo refirió.

16. Hallándose en Roma poco ha el Padre Maestro Fr. Juan de Gazitua, Dominicano, Catedrático de Santo Tomás en la Universidad de Lima, y uno de los sujetos más célebres de aquel Reino, concurrió alguna vez con el señor Cardenal de Belluga en la celda del señor Cardenal Selleri, que era entonces Maestro del Sacro Palacio. Ofreciéndose en la conversación hablar de libros, dijo el Padre Gazitua las grandes diligencias que hacía para encontrar algunos exquisitos que nombró. Admirado el señor Belluga, le preguntó ¿qué edad tenía? Y el Padre Gazitua le respondió, que cincuenta y siete años. A que con mayor admiración replicó el Cardenal, ¿si para solos tres años que podía lograr su uso, se fatigaba tanto en la solicitación de aquellos libros? Medio asustado el Padre le preguntó al señor Belluga, ¿qué revelación tenía de que no había de vivir más de tres años? Ninguna, respondió el señor Belluga; ni yo lo digo porque V. Rma. no pueda vivir mucha más, sino porque como los Indianos, que más largamente conservan el uso del juicio, a los sesenta años le pierden, llegando a esa edad ya no le podrán servir a V. Rma. los libros. Asombrado estoy (ocurrió el sabio Religioso) de oír a V. Eminencia semejante proposición; [115] pues V. Eminencia se ha hallado en las Congregaciones donde se trató la Beatificación de Santo Toribio Mogrobejo, y San Francisco Solano, y en las informaciones pudo y debió ver V. Eminencia, que la mayor parte de los testigos presentados y examinados eran hombres de letras, Eclesiásticos, Religiosos, Abogados, y que raro era el que no pasaba de sesenta años. Vea V. Eminencia si la Iglesia en un juicio tan serio y de tanta importancia se gobernaría por las deposiciones de fatuos ó decrépitos. Convencido quedó y aún corrido el Cardenal, por constarle con evidencia ser verdad lo que el Padre decía, como también el que los testigos alegados eran originarios de España, nacidos en la América; conque no había que responder al argumento.

§. IV

17. Sucedió en este caso lo mismo que yo me lastimo de que sucede en otros muchos. No faltan luces bien claras para desengañar a los hombres de mil envejecidos errores: sólo falta reflexión para usar de ellas. No sé qué tinieblas echa la preocupación sobre los ojos del entendimiento para que no vea, por cercano que le tenga, el desengaño. No hay duda, que a veces (y así sucedió en el caso propuesto) es una mera falta de ocurrencia de la especie, ó noticia que había de dar conocimiento de la verdad. Pero la experiencia me ha mostrado que en los más de los hombres reina una mala disposición intelectual, por la cual las opiniones comunes son para ellos como un velo que oculta las verdades más evidentes.

18. Lo más es, que esta mala disposición intelectual se halle tal vez en hombres por otra parte discretos y agudos. Propondré un ejemplo harto notable en comprobación de esta máxima. Lactancio Firmiano, que sin duda fue un grande hombre, muy docto, muy agudo, y sobre todo muy elocuente, por cuya razón se le dio el epíteto de Cicerón de la Iglesia: Lactancio, digo, en el libro tercero de las Divinas Instituciones, cap. 24, [116] tratando de si hay Antípodas, no solo los niega existentes (que eso no sería mucho) más también posibles. Esto es mucho errar. Lo peor es, que la razón en que se funda, es únicamente aquella que sólo hace fuerza a los niños, y a los hombres del campo; esto es, considerar a los Antípodas como péndulos en el aire, pies arriba y cabeza abajo, que por consiguiente no podrían firmarse en la tierra, antes necesariamente caerían precipitados por las regiones aéreas. Estribando en un fundamento tan vano y tan erróneo (que es lo mismo que ninguno), insulta, y desprecia a algunos antiguos Filósofos que creyeron la existencia, ó posibilidad de los Antípodas, como si defendiesen la más ridícula paradoja. Lo más es, que se propone a sí mismo el argumento con que los contrarios evidentemente prueban que es error pensar que los Antípodas caerían precipitados; conviene a saber, que esa caída es imposible; pues si cayesen, caerían hacia el Cielo, el cual por todas partes circunda la tierra, y eso no sería caer, sino subir; pues así el Cielo como el aire que rodea el globo terráqueo, están más altos que éste. ¿Qué mayor quimera que decir que caerían hacía arriba? El que cae, con el movimiento mismo de la caída, baja acercándose más al centro de la tierra: luego es una implicación manifiesta discurrir que caerían, apartándose del centro de la tierra y acercándose más al Cielo. De aquí se sigue evidentemente, que los Antípodas tan firmes pisarían (y de hecho sucede así) la superficie de la tierra, como nosotros. Propónese, digo, este concluyente argumento Lactancio: ¿y qué responde a él? Nada. ¿Hace por responder? Tampoco. ¿Dase por convencido? Nada menos. ¿Pues qué hace? Pasa adelante firme en su opinión, haciendo burla de los contrarios, y del argumento con que la prueban. Nótense estas palabras suyas que están inmediatas al argumento propuesto: No sé qué me diga de estos Filósofos que habiendo empezado a errar, constantemente perseveran en su necedad, y con razones vanas defienden opiniones vanas; sino que juzgo, que a veces se ponen a filosofar [117] por chanza, y voluntariamente se empeñan en defender mentiras por ostentación de ingenio.

19. Hasta aquí puede llegar la tiránica invencible fuerza de la preocupación. En tiempo de Lactancio era universal la opinión de que no había Antípodas, y frecuentísima la de que no podía haberlos, porque no se había hecho atenta reflexión sobre la materia. Persuadido de la opinión común Lactancio, ó por mejor decir cegado por ella, aunque asistido de luces muy superiores a las del vulgo, por no usar de ellas, cree lo mismo que el vulgo. Tiene delante de los ojos la verdad, y no la ve: pegada a la mano, y no la toca; háblale al oído, y no la escucha.

20. ¡Oh cuántas veces han practicado conmigo hombres de alguna doctrina lo mismo que Lactancio con aquellos antiguos Filósofos! ¡Oh cuántas veces se me ha dicho, que no hablaba de veras! ¡Cuántas, que introducía novedades contra mi propio sentir, a fin de ostentar ingenio! ¡Cuántas, que defendía paradojas ridículas! Estos mismos veían mis razones, y veían que no podían darlas solución competente. Todo era recurrir, ó a alguna falsa escapatoria, ó al asilo vulgar de que antes se debía creer a tantos y tales hombres doctos, que a mí. ¿Qué era esto, sino que la tiranía de la preocupación tenía puesto en cadenas su entendimiento?

§. V

21. Vuelvo ya a los Españoles Americanos, de los cuales me restan que decir dos cosas. La primera, que no menos es falso que en ellos amanezca más temprano que en los Europeos el discurso, que el que se pierda antes de la edad correspondiente. Yo me he informado exactamente sobre esta materia, y descubierto el origen de este error. Sábese que en la América por lo común a los doce años, y muchas veces antes, acaban de estudiar los niños la Gramática, y Retórica, y a proporción en años muy jóvenes se gradúan en las Facultades mayores. De aquí se ha inferido la anticipación de su discurso; siendo así, que este adelantamiento se debe únicamente [118] al mayor cuidado que hay en su instrucción, y mayor trabajo a que los obligan; y proporcionalmente en los estudios mayores sucede lo mismo. Acostúmbrase por allá poner a estudiar los niños en una edad muy tierna. Lo regular es comenzar a estudiar Gramática a los seis años; de suerte, que a un mismo tiempo están aprendiendo a escribir, y estudiando; de que depende que por la mayor parte son malos plumarios, siendo el mayor conato de los padres, que se adelanten en los estudios; por cuyo motivo los precisan a una aceleración algo violenta en la Gramática, no dejándoles tiempo, no sólo para travesear, más ni aún casi para respirar.

22. De este modo no es maravilla que a los doce años, y mucha antes, empiecen a estudiar Facultades mayores. Estas se estudian por los Seculares en Colegios, de los cuales los de fundación Real están a cuenta de los Padres de la Compañía. No escriben curso alguno, sino que estudian alguno impreso; pero no a su arbitrio, porque a cada Colegial graduado se le señala cierto número de discípulos, a quienes explica todo lo que han de estudiar, y tomarles juntamente la lección como en la Gramática, castigando a los que no cumplen, sin exceptuar la vapulación, que es el castigo ordinario de los imberbes. Estudien lo que estudiaren, mientras son cursantes sólo el Domingo pueden salir después de haber estudiado hasta las nueve del día; pero aún esto no se permite si las lecciones de la semana no han sido buenas; en cuyo caso todo el día de Domingo se les precisa a estudiar. A la noche siempre se recogen a las seis, y hay su hora de conferencia antes de cenar, tanto los días festivos como los feriales. Juntas todas las vacaciones que hay entre año, sólo componen un mes; por lo cual en dos años solos absuelven toda la Filosofía; pero echada la cuenta, según la práctica de las Universidades de España, que en cada año tienen casi seis meses de vacación, mayor porción de tiempo dan al estudio de la Filosofía allá que acá. Y si se hace cómputo del exceso en el número de horas que estudian cada día, y de lo que se añade en los [119] días de fiesta, sale el tiempo más que duplicado.

23. Lo mismo se hace en las demás Facultades respective. Conque bien mirado todo, el aprovechamiento anticipado de los Criollos en ellas no se debe a la anticipación de su capacidad, sí a la anticipación de estudio, y continua aplicación a él. Si en España se practicara el mismo método, es de creer que a los veinte años se verían por acá Doctores graduados in utroque, como en la América.

§. VI

24. Esta continuada tarea de la juventud produce otra insigne utilidad; y es, que ocupada sin intermisión y fatiga con el estudio aquella edad, en que como primavera de la vida brotan las inclinaciones viciosas, se mantiene incorrupta hasta que llega otra, en que empieza a minorarse la fuerza de las pasiones, y crece la del juicio para tenerles tirante la rienda.

Heu, quantum haec Niobe Niobe distabat ab illa!

En nuestras Universidades, bien lejos de marchitarse en los cursantes la viciosa fecundidad de las pasiones, se cultivan infelizmente en los intervalos del estudio, y brotan furiosamente antes de tiempo; de modo, que vuelven a las casas de sus padres aquellos jóvenes mucho peores que salieron de ellas; y a tanto cuanto que ayude una siniestra índole, al acabar sus Cursos, son mejores galanteadores y espadachines, que Filósofos.

§. VII

25. Bien sé que muchos Autores celebran, no sólo como iguales a los Europeos, más como excelentes los ingenios de los Criollos. Tales son el Padre Fr. Juan de Torquemada en su Monarquía Indiana: Garcilaso de la Vega en sus Comentarios Reales de los Incas: el señor Don Lucas Fernández Piedrahita, Obispo de Panamá, en su Historia del nuevo Reino de Granada: el Padre Alonso de Ovalle en su Historia de Chile: Don Joseph de Oviedo y [120] Baños en su Historia de Venezuela: el Padre Manuel Rodríguez en su Historia del Marañón. Todos estos Autores hablan de experiencia, porque vivieron en aquellos Países, cuyas Historias escribieron. A que podemos añadir Bartolomé Leonardo de Argensola en su Historia de la Conquista de las Malucas: y el Eminentísimo Señor Cardenal Cienfuegos en la Vida que escribió de San Francisco de Borra; donde con la ocasión de haber sido el Santo Autor de la Fundación de las Provincias de la Compañía del Perú, y Nueva España, llena dos capítulos enteros con elogios grandes de los ingenios de aquellos Reinos. Y aunque estos dos últimos Autores no salieron de Europa, no dejan de hacer mucha fe, porque el primero escribió de orden del Consejo; y así se le franquearon los instrumentos auténticos y relaciones jurídicas de que necesitaba su Historia. El segundo se debe creer, que (según el estilo de la Compañía) escribió sobre memorias remitidas por los Padres que residen en la América.

26. Por la misma razón no se debe omitir el testimonio del discretísimo Jesuita Francés el Padre Jacobo Vaniere, quien en el libro 6 de su excelente Poema, intitulado: Praedium rusticum, ponderando la riqueza y fertilidad del territorio de Lima, añade que aún es más rico y fértil de ingenios, y genios excelentes:

Fertilibus gens dives agris, aurique metallo;
Ditior ingeniis hominum est, animique benigna
Indole.

27. Digo que no ignoro todo esto, antes puedo añadir algunas observaciones mías que lo confirman. Las principales son las siguientes: Echando los ojos por los hombres eruditos que ha tenido nuestra España de dos siglos a esta parte, no encuentro alguno de igual universalidad a la de Don Pedro Peralta, de quien se habló arriba. Puse la limitación de dos siglos a esta parte para exceptuar a aquel Fernando de Córdoba, de quien damos noticia en el Discurso sobre las Glorias de España. Si discurrimos por las [121] mujeres sabias y agudas, sin ofensa de alguna se puede asegurar, que ninguna dio tan altas muestras (que saliesen a la luz pública), como la famosa Monja de México Sor Juana Inés de la Cruz. Estando yo estudiando Teología en Salamanca, fue a graduarse a aquella Universidad (no sé si en la Facultad Civil, ó la Canónica) el señor Don Gabriel Ordóñez, que después fue Doctoral de Cuenca. Tenía entonces, según oí decir, de veinte y dos a veinte cuatro años, y acababa de llegar de Indias. Fue voz pública en toda la Ciudad de Salamanca, que habiendo tomado puntos para el examen de la Capilla de Santa Bárbara, se le observó no haber tenido más de una hora de recogimiento por toda prevención para aquel arduísimo acto: que quien sabe lo que es, no podrá menos de asombrarse. En Teología, Filosofía natural, Moral, y Medicina es mucho más fácil, y no dudo que haya bastantes sujetos en España que lo hagan; mas en Jurisprudencia no tengo noticia de alguno que se haya atrevido a tanto. De hecho, en Salamanca, donde nunca faltan grandes Legistas, y entonces los había insignes, especialmente los Catedráticos Don Pedro Samaniego, y Don Joseph de la Serna, fue general la admiración del hecho.

28. Otro insigne ejemplar estuve para omitir, porque vive, y está muy cerca: circunstancias que ocasionan en los que leen con alguna mala disposición mis escritos una siniestra interpretación de los elogios que hallan en ellos. Mas al fin me determinó un motivo que juzgué debe preponderar a aquel estorbo. Cosa vergonzosa es para nuestra Nación, que no sean conocidos en ella aquellos hijos suyos que por sus esclarecidas prendas son celebrados en otras. Esta consideración cooperó a extenderme arriba en el elogio de Don Pedro Peralta, y esta misma me induce ahora a dar noticia de otro ilustre Caballero, no inferior a aquel en las dotes intelectuales. Este es Don Joseph Pardo de Figueroa, natural de la Ciudad de Lima, sobrino del Excelentísimo señor Marqués de Casa-Fuerte (al presente Virrey de México), y primo del Señor Marqués de Figueroa. [122] Debí la primera noticia que tuve de este Caballero, al Padre Jacobo Vaniere, que le celebra en el Poema citado arriba, y que excitó mi curiosidad para informarme más menudamente de su persona y prendas: diligencia que me produjo la felicidad de entablar amistad y correspondencia epistolar con él. El Poema Praedium rusticum del Padre Vaniere corre con sumo aplauso por toda Europa. Cosa vergonzosa, vuelvo a decir, sería, que en aquel libro vean las demás Naciones elogiado a este Caballero, y sea ignorado en la nuestra. El aprecio que hace de él el sabio Jesuita es tan alto, que le propone como ejemplar bastante por sí solo para acreditar de excelentísimos los ingenios de Lima. Yo, después que le he comunicado, no sólo puedo subscribir a aquel elogio; pero darle más dilatada extensión, por la admirable universalidad de noticias que me representan sus cartas en todo género de materias, acompañada de delicado discurso, elocuente estilo, crítica exacta, juicio profundo: dotes, que siendo por sí solas tan inestimables, las eleva al supremo valor una singularísima modestia que resplandece en cuanto escribe, y no dudo que suceda lo mismo en cuanto dice y hace. Las cartas con que me ha favorecido, que son muchas y muy largas, conservo como un gran tesoro de todo género de erudición; y para testimonio público de mi agradecimiento, confieso y protesto aquí, que me han dado mucha luz en orden a algunas materias que toco en este Tomo; por lo que aún prescindiendo de los impulsos de la amistad, basta a empeñarme en la continuación de la correspondencia el noble interés de la instrucción: Mirigicum hoc licabeo bonum (son palabras del Divino Platón, con que quiero lisonjearme, aplicándolas aquí a mi genio) quod sine rubore vercundiae ad discendum me praeparo. Rogo autem, ac sciscitor, gratiamque ingentem habeo respondenti, nec ulli unquam ingratus extiti, nec apud auditores aunquam vendicavi mihi aliorum inventa, sed docentem laudibus semper extollo, illique apud omnes, quae sua sunt, tribuo (Plato in Hippia minori). [123]

§. VIII

29. En caso que por los ejemplares y testimonios alegados demos asenso a que los Españoles Americanos exceden en comprensión, y agilidad intelectual a los Europeos, podrá atribuirse en parte a esta ventaja su rápido progreso en los estudios. Pero esto no prueba que el uso de su discurso se anticipe a la edad en que regularmente da sus primeros pasos el nuestro. El ser la capacidad más ó menos profunda, clara, pronta, extendida, ó sublime, no tiene conexión alguna con que sus primeros rayos se descubran antes ó después del término común. No es preciso que para el día más claro la Aurora amanezca más presto. ¿Y cuántas veces entre árboles de una misma especie se observó que algunos más tardíos producen frutos más sazonados?

30. Es así que esto en ningún modo favorece el error común de la anticipación del ingenio de los Criollos. Pero indirectamente se opone al otro error común de la temprana corrupción. Entre los Autores arriba alegados que elogian la habilidad de los Españoles Indianos, ninguno les pone esta limitación: prueba de que no la tienen; pues escribiendo, no como Panegiristas sino como Historiadores, no deberían callarla; y cuando permitamos que a uno u otro movió la pluma el aire de la lisonja, no puede sin injuria discurrirse esto de todos, especialmente cuando la veracidad de los que hemos citado está tan acreditada entre los eruditos.

§. IX

31. De intento he reservado para la conclusión de este Discurso la deposición de otro Autor que califica la excelencia de los ingenios Americanos, porque juntamente nos manifiesta el origen que tuvo el error común de su corta duración. Este es Don Antonio Peralta Castañeda, Doctor Teólogo de la Universidad de Alcalá, Canónigo Magistral de la Puebla de los Angeles, y Catedrático de Prima de sus Reales Estudios, cuyas palabras [124] transcribiré, como se hallan en el Prólogo de su Historia de Tobías, impresa en el año de 1667.

32. Está entendido (dice) en este Hemisferio, que miran en la Europa con poco aprecio sus Obras, porque tienen poco crédito sus letras; y en esto, como en otras muchas cosas, están ofendidos sus sujetos. De la Escuela de Alcalá soy discípulo; y aunque no se me luzca en los progresos, para conocer sus estilos, y poder compararlos con otros, poca maestría ha menester quien llegó allí a graduarse en todos grados de Filosofía, y Teología; y sin comparar esto con aquello, puedo asegurar, que comúnmente hay en este Reino en menor concurso más Estudiantes adelantados, y que en algunos he visto lo que nunca vi en iguales obligaciones en España; y no refiero singulares, por que no se tenga a pasión referir prodigios. Todo lo he dicho por llegar a desagraviar este Reino de una calumnia que padece con los que saben que mozos son prodigiosos los sujetos; pero creen que se exhalan sus capacidades, y se hallan defectuosas en los progresos. Pobres de ellos, que los más vacilan de la necesidad, desmayan de falta de premios y aún de ocupaciones, y mueren olvidados, que es el más mortal achaque del que estudia. Prosigue individuando los estorbos que tienen en aquellas Regiones los sujetos para hacer fortuna por la carrera de las letras: de que se origina que los más, ó abandonándolas del todo, ó tratándolas con menos cuidado, busquen la facultad de subsistir por otros rumbos. Esto ha ocasionado el error común que impugnamos, interpretándose a decadencia de la capacidad lo que es abandono de la aplicación. Vuelve después a ponderar los ingenios de aquel País con estas voces: Yo he hallado mucho que admirar siempre en cualesquiera ejercicios a que he asistido, Escolásticos, de Púlpito, y otros; y he habido menester tanta atención para que no me hallase con descuido la viveza de mis discípulos, como para que no me derribasen los mayores Maestros de Alcalá; bien que esto no era caída, y aquello fuera desaire.

33. Nótese, que este Autor había nacido en España, y estudiado en Alcalá. Así no se debe reputar interesado, ni en [125] lo que elogia a los ingenios de la América, ni en la apología que hace por ellos contra el error común de su pronta disipación. Podrá decirse, que ejerciendo allí el Magisterio de la Cátedra, el amor de los discípulos le inclinaba a favor de los ingenios de aquel País. Pero es fácil reponer, que cuando más, esta pasión, contrapesando la que tenía por su Patria y por la Escuela donde había estudiado, dejaría su pluma en equilibrio para seguir el dictamen de la razón.


{Feijoo, Teatro crítico universal, tomo cuarto (1730). Texto según la edición de Madrid 1775 (por D. Blas Morán, a costa de la Real Compañía de Impresores y Libreros), tomo cuarto (nueva impresión, en la cual van puestas las adiciones del Suplemento en sus lugares), páginas 109-125.}