Filosofía en español 
Filosofía en español


Tomo cuarto Discurso catorce

Glorias de España. Segunda parte

§. I

1. En el Discurso pasado hemos celebrado los Españoles por la parte del corazón: ahora subiremos a la cabeza. Todas las virtudes que ennoblecen al hombre se dividen en intelectuales y morales. Aquellas ilustran el entendimiento, estas rectifican la voluntad. En orden a las segundas hemos comprobado arriba con dichos y hechos, no todo lo que se pudiera decir; pero lo que basta para considerar a nuestra Nación, ó superior a todas las demás, ó por lo menos no inferior a otra alguna, ya en valor y manejo de las armas, ya en el amor a la patria, ya en el celo por la Religión, ya en humanidad, ya en lealtad, ya en nobleza de ánimo, y otras partidas de que constan los hombres ilustres. Resta que ahora califiquemos la habilidad intelectual de los Españoles, con extensión a todo género de materias: en que creo necesitan más de desengaño los Extranjeros, que el asunto que hasta aquí hemos tratado; siendo no pocos los que tienen hecho el concepto de que somos los más inhábiles y rudos entre las Naciones [400] principales de Europa: concediéndonos sólo algún talento especial para las ciencias abstractas, como Lógica, Metafísica, y Teología Escolástica, y mediano ó razonable para la Jurisprudencia, y la Teología Moral. [401]

§. II

2. Poca reflexión es menester para conocer el principio de un concepto tan injurioso a la Nación Española, el cual no es otro que una equivocación grosera en que se confunde el defecto de habilidad con la falta de aplicación, la posibilidad con el hecho. Son los genios Españoles para todo, como demostraremos después; pero habiendo puesto su mayor conato, y los más el único en cultivar las ciencias abstractas, sólo pudieron los Extranjeros observar la eminencia de su talento para esta, coligiendo de aquí sin otro fundamento (que es lo mismo que con ninguno) su ineptitud, ó menos aptitud para las demás.

3. Ni debemos contentarnos con la mediocridad que nos conceden para la Teología Moral, y la Jurisprudencia. Por lo que mira a la Teología Moral, los mismos Extranjeros, sin querer, dan testimonio a nuestro favor, pues en cuantas Sumas ó Cursos de esta ciencia salen de mucho tiempo a esta parte en las Naciones, apenas se ve otra cosa que una pura repetición de lo que antes habían escrito los Teólogos Españoles. Aún sus citas califican nuestras ventajas; siendo cierto, que se hallan citados en sus escritos miuchos más Autores Españoles que de otra Nación alguna.

4. {Teología Moral} Ni se debe omitir aquí, que la Teología Moral, reducida al orden metódico en que hoy está, tuvo su nacimiento en España; pues San Raimundo de Peñafort, Español, de la Religión de Santo Domingo, fue Autor de la primera Suma Moral que se ha visto, a la cual llama de grande doctrina, y autoridad el Papa Clemente VIII. en la Bula de Canonización de este Santo. Esta es la primera fuente de donde se ha derivado el caudaloso río de la Teología Moral.

§. III

5. {Jurisprudencia} En cuanto a la Jurisprudencia Civil, y Canónica no podemos negar que los Italianos anticiparon mucho a la nuestra, y a todas las demás Naciones; pues antes que acá se abriesen Aulas para el estudio del Derecho, ya Florencia, Padua, y Bolonia habían producido asombrosos Jurisconsultos; pero tampoco pueden negar los Italianos, ni nadie que después que acá empezó a cultivarse esta ciencia, dio España muchos hombres consumadísimos en ella, que hoy son la admiración de toda Europa. ¿En qué parte de ella no es altamente venerado el famoso Martín de Azpilcueta Navarro, a quien se dio el epíteto del mayor Teólogo de todos los Juristas, y el mayor Jurista de todos los Teólogos? Lorenzo Beyerlinch, y los Autores de novísimo gran Diccionario Histórico (todos Extranjeros) le apellidan Oráculo de la Jurisprudencia. Admiró a Roma su doctrina y su piedad, cuando aquella Capital del Orbe fue a defender a su grande amigo el Señor D. Fr. Bartolomé Carranza. De muchos modos fue peregrino este hombre. ¡Qué Español tan honrado, que a los ochenta años de edad tomó la fatiga de ir a Roma, y trabajar en la prolijidad de una causa dificilísima de un amigo suyo! ¡Qué Cristiano tan caritativo, que jamás dejó de dar limosna a pobre alguno que la pidiese! En Roma se observó una cosa singularísima sobre este particular; y es, que la mula en que andaba por las calles, espontáneamente se detenía siempre que encontraba a cualquiera pobre; ó fuese que algún Ángel la detenía como a la otra jumenta del Profeta ó Adivino Moabita, ó que la experiencia continuada de ser detenida por el dueño al encuentro de gente andrajosa, y que se explicaba con voz lamentable y gesto de pedir misericordia, indujese en ella la costumbre de parar en tales circunstancias.

§. IV

6. ¿Qué lengua no preconiza al Señor Presidente Covarrubias, llamado de común consentimiento el bártulo de España? De quien el sacrosanto [402] Concilio de Trento hizo tan señalada distinción que le cometió la formación de los Decretos, en compañía del famoso Jurisconsulto Italiano Hugo de Boncompaño, después Papa con el nombre de Gregorio XIII. Oí decir, que a este sapientísimo Varón, siendo examinado en la Capilla de Santa Bárbara para recibir el grado de Licenciado, reprobó el Claustro de la Universidad de Salamanca. ¡Oh falibles juicios de los hombres! Pero ¡oh providencia altísima de Dios! Después le respetó y obedeció la misma Universidad como reformador suyo, por nominación de Felipe II, y al fin veneró como Jefe en el Supremo Consejo de Castilla: Lapidem, quem reprobaverunt aedificantes, hic factus est in caput anguli.

{(a) Reformamos lo que dijimos de la reprobación dada por el Claustro de Salamanca al Señor Covarrubias. La verdad es, que tuvo tres votos de reprobación ó tres Habas negras.}

§. V

7. El Ilustrísimo Antonio Agustino, Arzobispo de Tarragona, fue uno de aquellos espíritus raros cuya producción perecea siglos enteros la naturaleza; pues a su incomparable comprensión de uno y otro Derecho, añadió una profundísima erudición de todo género de antigüedades Eclesiásticas, Profanas, y Mitológicas. Paulo Manuncio, aquel Varón tan señalado en el estudio y conocimiento de letras humanas, decía de sí, que comparado con otros, era algo en la bella literatura; pero nada si le comparaban con Antonio Agustino. Vosio, aunque desafecto por la patria y enemigo por la Religión, le llamó Varón supremo, y confesaba que era uno de los mayores hombres del mundo. Llámale el Tuano gran Lumbrera de España. El Padre Andrés Escoto le apellida Príncipe de los Jurisconsultos, y Flor de su siglo; añadiendo, que en el cuerpo de este insigne hombre parece habían resucitado, ó colocádose en él por una especie de transmigración Pitagórica las almas de aquellos antiguos máximos Jurisconsultos Paulo, Ulpiano y Papiniano. Esteban Balucio le celebra de Varón ilustrísimo, [403] y excelentísimo en todo género de alabanza. Hasta aquel hinchado, y soberbio Crítico, despreciador continuo de los mayores gigantes en la literatura, especialmente de la Iglesia Católica, Josepho Scaligero reformó su arrogancia y maledicencia, llegando a hablar de este raro hombre: No ignoro (dice) cuán gran Varón fue Antonio Agustino, de quien me consta por sus escritos, que fue eruditísimo.

8. Con tan rápido vuelo subió Antonio Agustino a la cumbre de la Jurisprudencia que apenas cumplidos los veinte años de edad dio a luz aquella excelente Obra, intitulada Emendiationes Juris Civilis, en que hallaron tanto que aprender los que habían envejecido en el estudio del Derecho. Moreri dice, que a los veinte y cinco; pero seguimos a Andrés Escoto que fue de aquel tiempo, y se informó exactamente de todo lo que conducía para formar su elogio fúnebre; pero su obra suprema, como fruto de edad más madura, fue la Corrección de Graciano, parto portentoso de una eminente sabiduría y de un juicio admirable.

{(a) Reformamos asimismo lo que dijimos de la edad en que dio a luz Antonio Agustino la Obra: Emendationum, & opinionum Juris Civilis. Impugnamos a Moreri, que dice que a los veinte y cinco años de edad produjo este parto; y citando al P. Andrés Escoto, afirmamos que a los veinte. Fue equivocación, en parte procedida de leer muy de priesa el texto del P. Andrés Escoto; y en parte de estar separadas en el texto las voces numerativas de la edad con la introducción de otra en medio. Así dice este Jesuita: Cum vix attigisset vicesimum aetatis, quintum, Juris emendationes edidit. Al leer vicesimum aetatis, sin notar que se seguía otra voz completiva de la edad (lo que a la verdad es poco usado), concebimos que la edad señalada eran veinte años no más.}

9. Las dotes del ánimo no fueron en este grande hombre inferiores a las del entendimiento; para cuya demostración transcribiré aquí lo que en elogio suyo escribe el erudito Antonio Teisier: Asistió (dice) al Concilio Tridentino, donde con todas sus fuerzas se aplicó a la reforma de los Eclesiásticos. Era de excelente presencia: tenía un aire noble [404] y magnífico, acompañado de aquella majestad que Eurípides juzgaba digna del Imperio. Veíase en él una gravedad mitigada con blandura, que le hacía amable y venerable de todos. Jamás otro algún hombre en toda la conducta de su vida mostró mayor integridad, constancia, y generosidad. Vivía con ejemplar castidad y templanza: distribuía sus bienes a los pobres con tanta liberalidad, que cuando murió no se halló en su casa caudal para enterrarle según su condición. Fue de tan sublime ingenio y de juicio tan sólido que se podía prometer el común aplauso sobre cualquier asunto que emprendiese. (Teisier Elog. Vir. Erud.). Nótese, que fue Francés y Protestante el Autor de este elogio.

§. VI

10. Aun hoy está resonando la Francia de los elogios de Antonio de Govea, y tomando para sí gran parte de la gloria de tan famoso Jurisconsulto, porque aunque Español por nacimiento, fue Francés por educación y estudios. Llegó a tal grado de eminencia el Govea en la comprensión del Derecho, que aquel Oráculo de la Francia de Jacobo Cujacio testificó que entre cuantos Intérpretes del Derecho de Justiniano hubo jamás, Antonio Govea era el único a quien se debía de justicia el Principado. Así lo refiere el Tuano en su Historia al año 1505. Lo más admirable es, que fuese tan consumado en la espinosa y vasta Facultad de la Jurisprudencia, habiendo dado gran parte, y acaso la mayor de su estudio a otras Facultades; pues cultivó mucho y felizmente la Poesía, y fue tan gran Filósofo, que entre todos los Aristotélicos Franceses logró superior gloria en la defensa de la doctrina Peripatética, contra el ardiente impugnador de ella Pedro del Ramo. Lo mucho que se distraía del estudio de la Jurisprudencia, se confirma con lo que refiere Papiro Mason; esto es, que Cujacio confesaba que el ingenio de Govea le ponía miedo de que había de superar y obscurecer su gloria; mas al fin, viendo su poca aplicación se había aliviado de este susto. [405]

11. Igualmente, ó poco menos que los antecedentes, es celebrado por los Extranjeros Agustín Barbosa, como se ve en los elogios que hicieron de él Uhgelio, Jano Nicio Eritreo, y Lorenzo Craso; si bien sospechan algunos que lo mejor que anda en la vasta colección de sus Obras, no es suyo, sino de su padre Manuel Barbosa. Dio motivo grave a esta sospecha el que las primeras Obras que dio a luz nuestro Agustino, exceden en calidad a las posteriores; y no siendo verisímil que sus primeras producciones tuviesen excelencia superior a las que fueron fruto de mayor estudio y más madura edad; resulta por buena hilación, que aquellas fueron parto de otro ingenio, cuyos manuscritos poseía Agustino; y siendo este, como fue, en sus primeros años muy pobre, es bien creíble que no tuviese otros manuscritos preciosos que los de su padre, del cual se sabe que fue Jurisconsulto insigne.

§. VII

12. Sólo hemos hecho memoria en este catálogo de aquellos pocos Españoles a quienes los Extranjeros respetan como supremos Jurisconsultos. ¿Pero pocos los llamo? No sino muchos: que en línea de prodigios es número grande el de cinco; y lo que se multiplica mucho, pierde la cualidad de prodigioso. No obstante juzgo que si otros sabios en el Derecho que por acá hemos tenido, se hubiesen dado a conocer a los Extranjeros como los antecedentes que trataron mucho con ellos, acaso no serían menos apreciados ó lo serían poco menos. En este número pueden entrar los señores Castillo, Larrea, Solórzano, Molina, Crespí, Valenzuela, Velázquez, Amaya, Gutiérrez, González, Acevedo, Gregorio López, y otros muchos, en cuyo elogio no debemos detenernos; porque siendo aquí nuestro intento asegurar la excelencia de los Juristas Españoles sobre el testimonio de los Autores Extranjeros, sólo lo que de estos hallamos singularmente celebrados por ellos tienen lugar competente en este Discurso.

13. No obstante, ya el amor de la patria, ya la [406] singularidad de los sujetos, me induce a hacer particular memoria de dos, que debieron origen y cuna al nobilísimo Reino de Galicia. El primero es el señor Don Francisco Salgado, espíritu sublime, que entre escollos y sobre sirtes supo navegar el mar de la Jurisprudencia por donde hasta su tiempo se había juzgado impracticable, descubriendo rumbo para acordar las dos supremas Potestades, Pontificia, y Regia, por un estrecho tan delicado que a poco que se ladee el bajel del discurso, ó se ha de romper contra el Derecho Natural, ó contra el Divino. ¡Grande ingenio! El cual, si en las Obras que escribió sobre este asunto, dio a conocer que sabía navegar entre escollos, en otra no menos útil que difícil, mostró que también sabía caminar por laberintos.

{(a) Sólo hice memoria de dos Jurisconsultos famosos de Galicia. Fue rara inadvertencia no ocurrirme entonces otro que por pariente mío era naturalísimo tenerle más presente que a los dos que elogié. Este fue Don Juan de Puga Feijoo, Catedrático de Prima en la Universidad de Salamanca, cuya Vida y Escritos sacó poco ha luz el Doctor Don Gregorio Mayans. La fama de este insigne Varón, Oráculo de la Jurisprudencia, durará cuanto dure la Universidad de Salamanca. Ni es menester hacer aquí su elogio, porque las voces de cuantos Doctores Salmantinos le alcanzaron y le sucedieron, gritaron a toda España, y hoy gritan sus escritos a toda Europa su singularísimo ingenio.

2. Noto aquí, que en las Memorias que adquirió Don Gregorio Mayans del origen de Don Juan de Puga Feijoo, padeció el engaño de que por la parte de Puga fuese originario de la Montaña: Dice así: Pugae nobiles sunt, & originem ducere dicuntur e Burgorum Montibus; Feijoones etiam sunt nobiles e Gallaecia. El señor Don Juan de Puga, tan Gallego era por Puga como por Feijoo, y más cercano pariente mío por el primero que por el segundo apellido. Tanto los Pugas como los Feijoos, tienen su antiquísimo origen en la Provincia de Orense, parte del Reino de Galicia.}

14. El segundo es el señor Don Diego Sarmiento y Valladares, Inquisidor General que fue de estos Reinos, y honor grande del insigne Colegio de Santa Cruz de Valladolid, quien por no haber dado algunas Obras a la estampa, [407] se hace más acreedor a que este escrito se dé noticia al mundo de su rarísima comprensión de uno y otro Derecho. El testimonio auténtico que de ella dio, siendo Colegial de dicho Colegio en la Universidad de Valladolid, fue tan extraordinario y peregrino, que no se vio hasta ahora otro igual, ni probablemente se verá jamás. El día treinta y uno de Mayo del año 1654 se expuso en Conclusiones públicas a responder a todos los Juristas y Canonistas de aquella Universidad, sobre casi todas las partes de uno y otro Derecho (comprendiendo todas las Leyes de las Partidas, las de Toro, y Nueva Recopilación) en la forma siguiente: Que siendo preguntado por el contenido de cualquiera capítulo ó número de cualquiera título de ambos Derechos, respondería dando literalmente el principio de dicho capítulo ó número, y refiriendo la especie contenida en él: asimismo, siendo preguntado inversamente por cualquiera especie contenida en uno u otro Derecho daría puntualmente la cita del capítulo ó número donde se halla dicha especie, añadiendo la prueba a ratione de la decisión; pero mejor se entenderá esto, poniendo aquí específicamente el asunto de dichas Conclusiones en la forma misma que entonces salió al público, y hoy para eterna memoria de un hecho tan singular se conserva estampado en raso liso encarnado, como lo he visto, y de donde saqué el trasunto, en la excelente Biblioteca del Colegio de Santa Cruz.

Prima Assertio

Interroganti de quocumque capite cujuslibet tituli per Decretalium integros quinque libros, Sesti, Clementiarum, Extravagantium communium, & quatuordecim titulos Extravagantium Joannis Papae XXII. designato tantum numero capitis, dabimus ejus initium, & sententiam. Idem per integros quatuor Institutionum Justiniani libros.

Secunda Assertio

Similiter ex universis septem Partitarum (prima Partita [408] excepta, cui leviorem curam impendimus, quia omnia fere, quae continet, ex praedictis Decretalium libris transcripta sunt), & novissimae Recopilationis librorum novem, omnibusque Tauri legibus, numero dicto sententiam dabimus.

Tertia Assertio

E contra: quacumque specie proposita principaliter in praedictis omnibus triplicis Juris libris comprehensa, dabimus textum probantem speciem, & cujusque decisionis rationem.

15. Los que saben cuántos y cuán gruesos volúmenes comprenden la materia de este desafío, y en cuán menudas divisiones se desmenuza, no podrán menos de asombrarse; pero crecerá a rapto extático su admiración, si consideran que el Señor Valladares no tenía más que treinta y cuatro años de edad cuando presidió dichas Conclusiones: ¿qué será con diez, con veinte, con treinta años más de estudio?

16. Sé que muchos reputan únicamente por efecto de una portentosa memoria el triunfo que este Héroe de la Jurisprudencia logró en empresa tan ardua; pero estos, ó ignoran ó no advierten que fue condición expresada en el cartel, y ejecutada en el Acto el dar razón de cuantas decisiones se propusiesen de uno y otro Derecho: lo que sería imposible ejecutar sin una profundísima sabiduría, ó sin un ingenio supremamente pronto y perspicaz. Hombres de este calibre son unos monstruos, al parecer compuesto de las dos naturalezas Angélica y humana:

Queis meliore luto finxit praecordia Titan.

§. VIII

17. {Física y Matemáticas} Así como es deuda vindicar nuestra Nación en los puntos en que nos agravian los Extranjeros, es también justo condescender con ellos en lo que tuvieren razón. En esta consideración es preciso confesar que la Física, y Matemáticas son casi extranjeras en España. [409] Por lo que mira a la Física nos hemos contentado con aquello poco ó mucho, bueno ó malo, que dejó escrito Aristóteles. De Matemáticas, aunque han salido algunos escritos muy buenos en España de algún tiempo a esta parte, no puede negarse que todo ó casi todo es copiado de los Autores Extranjeros.

18. Esto se debe entender con reserva de la Astronomía, ciencia cuyo conocimiento debe a España toda Europa, pues el primer Europeo de quien consta la haya cultivado fue nuestro Rey Don Alonso el Sabio. Y si otros antes de él la cultivaron, fueron sin duda Españoles; pues esta ciencia fue trasladada de los Egipcios a los Europeos por medio de los Arabes, y Sarracenos, los cuales a cuenta de tantos daños como nos causaron, nos trajeron todo el conocimiento que hay en el mundo de Astrología, Física, y Medicina. Así, como quiera que confesemos los adelantamientos que los Extranjeros hicieron en estas Facultades, retenemos un gran derecho para que nos veneren como sus primeros Maestros en ellas. La falta de Escuela, de uso, y de afición tiene muy atrasados a los Españoles en las dos primeras.

§. IX

19. {Medicina} De la Medicina se debe hablar con distinción. Por lo que mira a los principios, método, y máximas, aún no sabemos quienes son los que mejor instruyen, si nuestros Autores, si los Extranjeros. Todo está debajo del litigio, así de parte de la razón como de parte de la experiencia. Ninguno es concluído en la disputa: todos celebran sus aciertos, y es creíble que todos cometen sus homicidios. Acá tenemos un gran número de Autores clásicos, a quienes celebran los de otras Naciones. De confesión de ellos mismos el Método de Valles es una Obra tan singular, que no tiene competencia.

20. {Botánica, y Química} En orden a la materia Médica, es claro que hoy mendigamos muchos de los Extranjeros, por la grande aplicación suya, y casi ninguna nuestra a la Química y a la [410] Botánica. Hoy digo; porque en otros tiempos sucedió lo contrario. Plinio (lib. 25, cap. 8) da el primer honor a los Españoles en el descubrimiento de hierbas medicinales, en cuya investigación trabajaron con tan exquisita y prolija diligencia, que hacían en tiempo del mismo Plinio una poción que tenían por salubérrima, compuesta de los jugos de cien hierbas diferentes. Perdióse aquella composición, que acaso sería mejor que todas las que hoy se hacen y venden a precio muy alto en las Boticas, por constar de drogas extrañas: y no lo que valen sino lo que cuestan tienen de preciosas. Del estudio que entonces tuvieron los Españoles en la Botánica es natural que se utilizasen las demás Naciones, aprendiendo de ellos el conocimiento de muchas hierbas medicinales, cuya noticia perdida acá después con la continua ocupación de las guerras, hoy se restaura en la lectura de Autores Extranjeros que siendo verdaderamente discípulos de los Españoles antiguos, se han granjeado el honor de Maestros de los Españoles modernos.

§. X

21. {Anatomía} La pericia Anatómica se debe enteramente a los Extranjeros. Los antiguos Griegos Hipócrates, Demócrito, Aristóteles, Erasístrato, y Galeno dieron los primeros rudimentos, que de dos siglos a esta parte se fueron perfeccionando por Italianos, Franceses, Alemanes, Daneses, Ingleses, y Flamencos; pero por más que estos proclamen la suma necesidad de esta ciencia para el recto uso de la Medicina, aún está debajo de cuestión si se puede pasar sin ella, por lo menos en orden al conocimiento de las partes menudas ó delicadas del cuerpo humano: pues estas, cuando llegan a ser examinadas en el cadáver, están en muy diferente estado de aquel que tenían en el viviente. Son otros su color, su figura, su magnitud, su colocación: por lo que es fácil que representen otro oficio distinto del que realmente ejercían en la conservación de la vida. Todo el tiempo que dura la enfermedad se van inmutando poco a poco; de suerte, que cuando llega a [411] ella el cuchillo anatómico, ya no son sombra de lo que fueron. Por esta razón Herófilo, y Erasístrato (según refiere Cornelio Celso) podían a los Príncipes, malhechores sanos, condenados a muerte, a quienes casi en el mismo acto de matarlos registraban las entrañas; y de este modo hallaban los vasos más menudos en su estado natural ó muy cerca de él. Abandonaron otros Médicos esta práctica por juzgarla cruel; mas yo no hallo por donde capitularla de tal: pues a unos hombres destinados a suplicio capital, indiferente les era ser degollados por el verdugo, ó perder la vida en manos de un Cirujano.

22. Fuera de esto, no pocos de los que se llaman nuevos descubrimientos, aún son cuestionados entre varios Anatómicos. Pero démoslos todos por inconcusos: ¿qué se ha adelantado en la práctica Médica con ellos? ¿No se cura hoy del mismo modo que antes, y no son hoy incurables todas las enfermedades que antes lo eran? Es claro. Descubrió Andrés Cesalpino (ó sea norabuena el Padre Sarpi, ó Guillelmo Harveo) la circulación de la sangre: Aselio las venas lácteas: Pecqueto el reservatorio del chilo y conductos torácicos: Tomás Bartolino los vasos linfáticos: Warton los conductos salivantes inferiores: Stenon los superiores: Wisurgo el conducto pancreático. Averiguó Willis con más exactitud que todos los que le precedieron, la composición del celebro y de los nervios: adelantándose en esta misma parte Vieusens, celebre Médico de Mompeller: Glison trató con excelencia, y novedad del hígado: Warton de las glándulas: Graaf del jugo pancreático y de los instrumentos de la generación: Lower del movimiento del corazón: Truston de la respiración: Peyero de las glándulas de los intestinos: Drelincurt de los huevos femíneos: Marcelo Malpigi, Médico de Inocencio XII, descubrió una máquina de cosas en los pulmones, en el celebro, en el hígado, en el bazo, en los riñones, y otras partes. ¿Qué utilidad hemos sacado de tantos descubrimientos? Que con tanta dificultad se curan (si es que se curan) los afectos capitales, torácicos, renales, &c. ahora, como en otros tiempos. [412]

23. Lo dicho se debe entender según el estado presente de la Anatomía y Medicina, no del posible. Antes me imagino, que si el Arte Médico puede lograr algún género de perfección, sólo arribará a él por medio del conocimiento anatómico. Cuando se llegase a comprender exactamente la textura, configuración y uso de las partes del cuerpo humano, es verisímil que por aquí se averiguasen las causas que hoy ignoran de innumerables enfermedades; siendo muy creíble que estas tengan su origen, no de cualidades ó intemperies imaginarias, sino de la inmutada textura, ya de los sólidos, ya de los líquidos. Posible, pues, parece hallar por vía de la Anatomía un sistema Mecánico-Médico, en que se vea claramente la conexión de tal y tal enfermedad, con la descomposición ó alterada textura de tal y tal órgano. Ya veo que esto mismo descubriría, que son incurables muchas en cuya curación hoy trabajan los Médicos. ¿Pero no sería un gran bien de los enfermos no atormentarlos con la curación, cuando no puede restituírseles la salud? ¿Y mucho mayor aplicarlos a tratar de la eterna, cuando no pueden lograr la temporal?

24. Tampoco pretende que los descubrimientos modernos en la Anatomía carezcan de toda utilidad: son útiles sin duda no sólo en lo Médico, más aún en lo Filosófico, y Teológico. En lo Filosófico, porque manifiestan la estructura y uso de los órganos del cuerpo humano, cuyo conocimiento hace una parte principalísima de la Física. En lo Teológico, porque demuestran palpablemente la existencia del Supremo, y Sapientísimo Artífice en la admirable composición y armonía de tan sutil, y delicada fábrica. En fin, en lo Médico descubren varios errores de los Antiguos en orden a la Teórica, y tal cual en orden a la práctica. Pero es cosa admirable ver a los más de nuestros Médicos tan encaprichados de su antiguo ripio, que no hay modo de hacérselo abandonar aún donde se conoce con evidencia el error. Siendo visible por la Anatomía, que todas las venas que discurren por el brazo son ramos de la subclavia, [413] y que sólo por este conducto se comunica la sangre de ellas a todos el resto del cuerpo (como asimismo a los varios ramos de arterias que hay en el brazo no viene la sangre sino por la arteria que tiene la misma denominación), sale por consecuencia evidente, que es totalmente inútil la elección de esta ó la otra vena del brazo para ejecutar en ella la sangría, y que no tiene fundamento alguno llamar a esta Torácica, a aquella Basílica, a la otra Cefálica, pues no tiene más correspondencia con esta ó aquella aparte del cuerpo una que otra,. No obstante hay Médicos no ignorantes de la Anatomía, que porfían tenaces en esta manía de la elección de venas en el brazo, y juzgan que en varios accidentes harán maravillas sangrando de la sálvatela, a quien acuden muchas veces como a sagrada áncora, después que hicieron inútilmente otras sangrías. Este error es perniciosísimo, porque con la aprensión de que el sangrar de aquella parte tiene alguna especial conducencia, ejecutan esa sangría más sobre las otras (en las cuales ya acaso se había sacado más sangre de la que se debería), debilitando sumamente al pobre enfermo; lo que no hicieran, si no estuvieran preocupados de aquel error.

25. Recuerdo aquí al Lector, porque no me culpe esta y semejantes digresiones, que en el prólogo del primer Tomo le previene, que mi designio no sólo era impugnar los errores comunes pertenecientes derechamente al asunto y título de cada Discurso, mas también los que por incidencia ocurriesen, exponiendo allí el motivo de seguir este método.

26. También debe tener presente para todo este Discurso, que en las Facultades que cultivaron poco ó nada los Españoles, su corto adelantamiento no arguye falta de habilidad. Acaso si la ejercitasen en ellas, se sobrepondrían mucho a los Extranjeros. Dentro de la misma facultad anatómica nos da gran fundamento para pensarlo así nuestro insigne Español el Doctor Martínez, quien habiendo entre las continuas tareas del ejercicio, estudio, y escritos de Medicina y Filosofía, abierto algunos intervalos [414] para aplicarse a la Anatomía, salió tan consumado en ella, como testifica la excelente Obra que dos años ha dio a luz con el nombre de Anatomía Completa; atributo competente a la Obra, pues lo es tanto, que con este libro sólo se excusa en España cuanto de Anatomía se ha escrito fuera de España.

§. XI

27. {Filosofía Moral} De la Filosofía Moral profana, si se aparta a un lado a Aristóteles, cuanto hay estimable en el mundo todo está en los escritos del grande Estoico Cordobés Lucio Anneo Séneca. Plutarco, con ser Griego, no dudó de anteponerle al mismo Aristóteles, diciendo, que no produjo la Grecia hombre igual a él en materias morales. Lipsio decía, que cuando leía a Séneca, se imaginaba colocado en una cumbre superior a todas las cosas mortales. Y en otra parte, que le parecía, que después de las sagradas Letras no había cosa escrita en la lengua alguna mejor, ni más útil, que las Obras de Séneca. El Padre Causino afirmaba, que no hubo ingenio igual al suyo. Podría llenarse un gran libro de los elogios, que dan a este Filósofo varios Autores insignes.

§. XII

28. {*Geografía} En la Geografía es Príncipe de todos el célebre Granadino Pomponio Mela, de quien son los tres libros de Situ Orbis, no menos recomendables por la exactitud y diligencia, que por la elegancia y pureza de la dicción latina. De este tomaron lo que escribieron Plinio, Solino, y todos los demás, que siguieron a estos en la Descripción del Orbe. Cubran los Extranjeros norabuena las paredes de antecámaras, y salones con sus mapas, Carguen los promontorios de sus Atlas los estantes de las Bibliotecas, no podrán negar que el gran Maestro de ellos, y de todos los Geógrafos fue un Español.

§. XIII

29. {Historia Natural} Inglaterra, y Francia, ya por la aplicación de sus Academias, ya por la curiosidad de sus viajeros [415] han hecho de algún tiempo a esta parte no leves progresos en la Historia Natural; pero no nos mostrarán obra alguna, trabajo de un hombre solo, que sea comparable a la Historia Natural de la América, compuesta por el Padre Joseph Acosta, y celebrada por los eruditos de todas las Naciones. He dicho trabajo de un hombre solo; porque en esta materia hay algunas colecciones que abultan mucho, y en que el que se llama Autor tuvo que hacer poco ó nada, salvo el hacinar en un cuerpo materiales que estaban divididos en varios Autores. El Padre Acosta es original en su género, y se le pudiera llamar con propiedad el Plinio del Nuevo Mundo. En cierto modo más hizo que Plinio; pues este se valió de las especies de muchos Escritores que le precedieron, como él mismo confiesa. El Padre Acosta no halló de quién transcribir cosa alguna. Añádese a favor del Historiador Español el tiento en creer y circunspección en escribir, que faltó al Romano. La superioridad de los ingenios Españoles para todas las Facultades no se ha de medir por multitud de Escritores, sino por la singularidad de que aún en aquellas a que se han aplicado muy pocos, no ha faltado alguno, ó algunos excelentes. Otras Naciones necesitan el estudio de muchos para lograr pocos buenos. En España, respecto de algunas Facultades, casi se mide el número de los que se aplauden, por el número de los que se aplican.

30. Como el estudio sabio de la Agricultura (Arte en que reina la naturaleza), comprende en su recinto una parte de la Historia Natural, podremos aquí añadir otro famoso Español que nos ofrece la antigüedad, Junio Moderato Columela, Autor discretísimo y elegantísimo, cuyos libros de Re Rustica, por antiguos y modernos son aplaudidos como lo más excelente que hasta ahora se ha escrito sobre el utilísimo Arte de Agricultura. Juan Andrés Quenstedt ( apud Pope-Blount in Columela), dice que este Escritor resplandece como Sol entre cuantos escribieron sobre el mismo asunto: Inter omnes, qui extant rei rusticae Scriptores, Solis instar eminet ac lucet. [416]

§. XIV

31. {Retórica} Salgamos ya a dos Facultades de más amplitud, la Retórica, y la Poesía. De más amplitud digo, no sólo por la mayor extensión de sus objetos, mas también por el mayor número de ingenios que cultivan una y otra.

32. Cuando España no hubiera producido otro Orador que un Quintiliano, bastaría para dar envidia, y dejar fuera de toda competencia a las demás Naciones; en que sólo exceptuaré a Italia por el respeto de Cicerón; bien que no falta algún Crítico insigne (el famoso Brandemburgés Gaspar Bartio), el cual sienta que sin temeridad se puede dar la preferencia a Quintiliano respecto de todos los demás Oradores, sin exceptuar alguno. En otra parte le apellida el más elegante entre cuantos Autores escribieron jamás: Quintilianus aomnium, qui unquam scripserunt, Auctorum elegantissimus. Laurencio Vala se contentó con conceder al Orador español igualdad con el Romano. Pero sea lo que se fuere del uso de la Retórica: en los preceptos y magisterios del arte es constante que excedió mucho Quintiliano a Cicerón; pues a lo que este escribió para enseñar la Retórica, le falta mucho para igualar las excelentísimas Instituciones de Quintiliano. Así que Cicerón fue Orador insigne sólo para sí, y para todos. La elocuencia de Cicerón fue grande, pero infecunda, que se quedó dentro de un individuo: la de Quintiliano, sobre grande, es utilísima a la especie; en tanto grado, que el citado Laurencio Vala pronuncia que no hubo después de Quintiliano, ni habrá jamás hombre alguno elocuente si no se formare enteramente por los preceptos de Quintiliano.

33. No fue Quintiliano el único grande Orador que dio España a Roma. Marco Anneo Séneca, padre de Séneca el Preceptor de Nerón, logra en la fama oratoria lugar inmediato a Quintiliano y a Cicerón. Este es el juicio del docto Jesuita Andrés Escoto. De modo, que podemos decir que produjo dos Cicerones España en aquel tiempo en que Italia sólo produjo uno, y las demás Naciones ninguno. [417]

34. El genio de los Españoles modernos para la elocuencia el mismo es que el de los de los antiguos. Debajo del mismo Cielo vivimos, de la misma tierra nos alimentamos. Las ocasiones de ejercitar el genio son mucho más frecuentes ahora por el uso continuo que tiene el sagrado ministerio del Púlpito; pero no sé por qué hado fatal, cómo, ó cuándo se introdujo en España un modo de predicar, en que así como tiene mucho lugar la sutileza, apenas se deja alguno a la Retórica. Veo a la verdad en muchos Sermones varios rasgos que me representan en sus Autores un numen brillante, vivo, eficaz, proporcionado a los mayores primores de la elocuencia, si el método que se ha introducido no les precisara a tener el numen ocioso. Nuestras oraciones se llaman así, pero no lo son; porque no se observa en ellas la forma Oratoria, sino la Académica: donde la afectada distinción de propuestas y de pruebas deja el complejo lánguido, y sin fuerza alguna: donde las divisiones que se hacen, quiebran el ímpetu de la persuasión, de modo que da poco golpe en el espíritu. Aquel tener corriente y uniforme de las oraciones antiguas, tanto sagradas como profanas, caminando sin interrupción desde el principio al fin al blanco propuesto, no sólo les conservaba, mas sucesivamente les iba aumentando el impulso. También había en ellas distinción metódica, había propuestas, había argumentos, había distinción de partes. ¿Cómo podía faltar lo que es esencial? Pero todo iba tejido con tan maravilloso artificio, que ocultándose la división, sólo resplandecía la unidad. Este modo que hoy reina, de dar la oración desmenuzada en sus miembros, es presentar al auditorio un cadáver en quien el Orador hace la disección anatómica. La análisis de una oración sólo toca al crítico ó censor que reflejamente quiera examinarla después. Anticiparla el Orador es deshacer su misma obra, al mismo tiempo que la fabrica.

35. Hágome cargo de la dificultad que hay, respecto de cualquiera particular, en oponerle al estilo común: empresa tan ardua, que yo, con conocer su importancia, no [418] me he atrevido con ella; y así, todo el tiempo que ejercí el púlpito, me acomodé a la práctica corriente; pero esto no quita que otros espíritus más generosos y más hábiles se apliquen a restituir en España la idea y el gusto de la verdadera elocuencia. En esto pueden entrar con menos miedo aquellos que ya tienen bien establecidos sus créditos en el modo de predicar ordinario. No debe detenerlos el estilo general de la Nación, cuando a favor suyo y contra él está la práctica no sólo de los profanos Oradores, mas también de los Santos Padres.

36. Hágome también cargo, de que orar según el estilo antiguo, de modo que la oración tenga todos los primores de eficaz, elegante, metódica, y erudita, es para pocos, y que los más no podrán pasar de un razonamiento insulso y desmayado; pero aquellos pocos harán un gran fruto; y a los demás, por mí, déjeseles libertad para seguir el ripio de sus puntos y contrapuntos, sus piques y repiques, sus preguntas y respuestas, sus reparos y soluciones, sus mases, sus porqués, sus vueltas y revueltas sobre los textos; y lo que es más intolerable que todo lo demás, las alabanzas de sus propios discursos.

37. No negaré por eso, que el modo de predicar de España, en la forma que le practicaron y practican algunos sujetos de singular ingenio, tenga mucho de admirable. ¿Qué Sermón del Padre Vieyra no es un asombro? Hombre verdaderamente sin semejante; de quien me atreveré a decir, lo que Veleyo Paterculo de Homero: Neque ante illum, quem imitaretur, neque post illum, qui eum imitari posset inventus est. Dicho se entienda esto sin perjuicio del grande honor que merecen otros infinitos Oradores Españoles, por su discreción, por su agudeza, por su erudición sagrada y profana. A todos envidio ingenio y doctrina; pero me duele, que en la aplicación de uno y otro prevalezca la costumbre contra las máximas de la verdadera Oratoria. Sé que algunos se imaginan que no serían gratamente oídos; y puede ser que a los principios sucediese así; pero a poco tiempo se formaría el gusto de los [419] oyentes, de modo que hallasen en la hermosura brillante y natural de la legítima Retórica muy superior deleite al que ahora sienten en este agregado de discursos, en que consisten nuestros Sermones.

§. XV

38. {Poesía} Lo que tengo que decir de los Españoles en orden a la Poesía, dista poco de lo que he dicho en orden a la Retórica. Tiene no sé que parentesco la gravedad y celsitud del genio Español con la elevación del Numen Poético, que sin violencia nos podemos aplicar lo de Est Deus in nobis. De aquí es, que en los tiempos en que florecía la lengua Latina, todas las demás Naciones sujetas al Imperio Romano, todas, digo, juntas no dieron a Roma tantos Poetas, como España sola; y Poetas, no como quiera, sino de los más excelentes; que si no exceden, por lo menos igualan ó compiten a los mejores que nacieron en el seno de Italia. Tales fueron Silio Itálico, Lucano, Marcial, Séneca el Trágico, Columela, Latroniano, y otros.

39. Lo que es muy de notar es, que entre los expresados hay uno que no tuvo igual en lo festivo, y otro que disputa la preferencia al más eminente (según la opinión común) en lo heroíco. El primero es Marcial, a quien nadie cuestiona el Principado en las sales y agudezas jocosas: el segundo Lucano, a quien Stacio, y Marcial (votos sin duda de gran valor) dan preferencia sobre Virgilio. Del mismo sentir es el discreto y erudito Historiador Francés Benjamín Priolo. Otros algunos se contentaron con hacerle igual. Y aunque no puede negarse que la común opinión le deja inferior, creo que la preocupación favorable por el Poeta Mantuano, y la envidia de las demás Naciones a la nuestra, contribuyó más que la razón a establecer la inferioridad del Poeta Español. Lisonjeó con exceso Virgilio a los Romanos, en tiempo que estos reinaban no sólo en los hombres, mas aún en las opiniones de los hombres: interesábanse en la gloria de un Poeta que [420] había trabajado y mentido tanto por la gloria de ellos. Por eso procuraron remontar tanto su fama, que no alcanzase a ella el vuelo de otra pluma. El favor de Augusto la ayudó mucho. Son los Príncipes Astros que ilustran a los sujetos hacia donde inclinan sus rayos; y cuyo benigno aspecto influye aún en la fortuna de la fama. En Augusto concurrieron mil grandes cualidades para hacer en él más eficaz este influjo. Su poder era inmenso, su discreción acreditada, y su felicidad como contagiosa, que se pegaba a todos los que arrimaba el corazón. Al contrario miraban los Romanos a Lucano; esto es, con indiferencia cuando le consideraban Extranjero, y con aversión cuando le contemplaban émulo de Virgilio. [421]

{(a) Confieso que sería insigne temeridad sostener por mi capricho sólo, la igualdad, mucho más la preferencia de Lucano a Virgilio. Mas entretanto que hallo votos de la más alta clase, y desnudos de toda parcialidad a favor de nuestro Español, no es justo abandonar su partido. He alegado por él a Estacio, el cual dos veces le da la preferencia de los versos que compuso, solemnizando después de muerto Lucano, el día de su nacimiento. La primera, cuando dijo: Baetim Mantua Provocare noli; la segunda, cuando después de concederle ventajas sobre Ennio, Lucrecio, Valerio Flaco, y Ovidio, añadió: Quin Majus loquor, ipsa te Latinis Aeneis venerabitur conantem. Contémplese de cuánto peso es Estacio en materia de Poesía, a quien Lipsio llamó grande y supremo Poeta: Sublimis, & celsus, magnus, & summus Poeta: De quien Julio César Scaligero, el Idólatra de Virgilio, dijo que era el Príncipe de todos los Poetas Latinos y Griegos, exceptuando únicamente al Mantuano: At profecto heroicorun Poetarum (si Phaenicem illum nostrum eximas) tum Latinorum, tum etiam Graecorum facile Princeps: Nam & meliores versus facit, quam Homeris.

2. Añadiremos ahora al voto de Estacio el de otro Poeta, no menos, y acaso podré decir más plausible entre los modernos, que fue Estacio entre los antiguos. Hablo del gran Cornelio, aquel que subió al más alto punto de perfección el Teatro Francés. Tengo el testimonio del Marqués de S. Aubin (trait. De l’Opin. Tom. I, lib. I, cap. 5.) de que este grande hombre daba preferencia a Lucano sobre Virgilio.

3. Finalmente no quiero omitir lo que Gaspar Bartio (que sobre insigne Crítico, fue también Poeta) dice de Lucano; porque ya que [421] no en todos, en muchos primores de la Poesía le concede asimismo ventajas sobre Virgilio: Lucanus Poeta magni ingenii, neque vulgaris doctrinae, vero prorsus heroyci, jam inde ex eo tempore quo floruit, maxima semper fuit autoritate; praecipue apud Philosophos, propter grave, nervosum, & acutum, vibransque, & penetrabile scientiarum pondus, quibus universa ejus oratio mirifice floruit, adeo ut in genere parem nunquam ullm habuerit. (Apud Pope-Blount).

4. Confesaréle a Lucano un defecto, de que ya otros le han acusado, que es la prolijidad y amplificación algo tediosa en varias partes del Poema, nacida de que no era dueño del ímpetu que le arrebataba para reprimirle oportunamente. ¿Pero no hay también en Virgilio defectos? Pienso que más esenciales; porque desfiguran a su Héroe, degradándole de tal. Este punto hemos tocado en el Discurso, alegando algunas pruebas que ahora confirmaremos con otras. El erudito Carlos Perrault le notó haber pintado un llorón a Eneas. Es así que frecuentemente y sin mucho motivo le hace derramar copiosas lágrimas. Otro Crítico satisfizo esta acusación, diciendo que Virgilio en las fingidas lágrimas de Eneas tuvo la ingeniosa mira de lisonjear las verdaderas de Augusto, de quien refiere que era de corazón tierno y muy ocasionado al llanto. Mas replico, que si ese fuese su designio, pintaría a Eneas clemente, y fácil en condonar la vida a sus enemigos cuando les veía rendidos, como lo hizo comúnmente Augusto. Bien lejos de eso, jamás le permite dar cuartel en la campaña, aunque varias veces el enemigo postrado imploró su clemencia. Más desdice de lo heróico esta dureza, que aquella ternura.

5. Pero lo que sobre todo no puede perdonársele a Virgilio, es haber representado en algunas ocasiones a su Eneas con ánimo apocado. Lo de tristi turbatus pectora bello es nada, con aquel hielo del corazón, ó frío desaliento que mostró al empezar la tempestad que se pinta en el primer libro:

Extemplo Aeneae solvuntur frigore membra:
Ingemit, &c.

6. ¡Oh qué diferente papel hace César en Lucano, constituido en el mismo trance! A los primeros furores del Mar le notifica el Barquero Amiclas, que respecto de la horrenda tempestad que se previene, no hay otro remedio para salvar la vida que retroceder sin dilación al Puerto de donde acababan de salir. ¿Qué responde César? [422]

Sperne minas, inquit, pelagi, ventoque furenti
Trade sinum: Italiam, si caelo auctore, recusas,
Me pete, &c.

Cierto que por grande que se contemple el corazón de Julio César, nunca puede considerarse mayor que cual se representa en la suprema energía de esta valentísimas voces. No pienso que excederá quien diga que el espíritu Poético de Lucano igualó al valor heroico de César.

7. Los que notando en Lucano la falta de ficción quieren excluirle por este capítulo de la clase de los Poetas, inútilmente se embarazan en una cuestión de nombre. El más apasionado de Lucano se empeñará poco en su defensa sobre este artículo, como en el resto le concedan todos los primores que pide la versificación heróica. ¿Pero es cierto como pretenden estos Censores, que la ficción es de esencia de la Poesía? Es sin duda este el dictamen más válido. Dudo si el más verdadero. Julio César Scaligero, nada indulgente por una parte con Lucano, le reconoce sin embargo de la falta de ficción, por Poeta: Nugantur, dice, more suo Grammatico, cum objiciunt illum Historiam composnisse. Principio fac Historiam meram: oportet eum a Livio differre: differt autem versu: hoc vero Poetae est. (I. 2. Poetic. c. 2.)

8. Realmente, si la ficción es de esencia de la Poesía, hemos de descartar de Poetas a laercio, el cual en sus versos sólo escribió una Filosofía que tenía por verdadera: a Manilo, que con la misma buena fe escribió de la Astronomía: al mismo Virgilio, como Autor de las Geórgicas.

9. Creo que bien lejos de ser la ficción de la esencia de la Poesía, ni aún es perfección accidental: sin temeridad se puede decir que es corrupción suya. Fúndolo en que los antiquísimos Poetas, Padres de la Poesía ó fundadores del Arte, no tuvieron por objeto, ni mezclaron en sus versos Fábulas. Lino, que comúnmente se supone el más antiguo de todos, dice Diógenes Laercio que escribió la Creación del Mundo: del curso de los Astros: de la producción de animales y plantas. Orfeo, y Anfión, por testimonio de Horacio, cantaron Instrucciones Religiosas, Morales, y Políticas, con que redujeron los hombres de la feroz barbarie en que vivían, a una sociedad racional y honesta. De aquí vino la fábula de amansar con la Lira Tigres, y Leones, y atraer las piedras. Y es muy de notar, que después [423] de exponernos esto Horacio, añade, que este fue el fundamento del honor que se dio a los Poetas, y a sus versos:

Sic honor, & nomen Divinis Vatibus, atque
Carminibus venit.

Paréceme que también quiere decir Horacio que el dar el atributo de Divinos a los Poetas, viene del mismo principio. Virgilio asimismo hablando del antiquísimo Poeta Yopas que con sus versos festejaba a la Reina Dido, sólo le atribuye asuntos Filosóficos, y Astronómicos:

Hic canit errantem Lunam, Solisque labores,
Unde hominum genus, & pecudes, unde imber, & ignes,
Arcturum, pluviasque Hyadas, geminosque Triones:
Quod tantum Oceano properent se tingere Soles
Hyberni, vel quae tardis noctibus obstet.

Así es de creer, que la Poesía en su primera instrucción tenía por objeto deleitar instruyendo: mas con el tiempo se dirigió únicamente al deleite, abandonando la instrucción.

10. Verdad es, que en esto segundo no quieren convenir los partidarios de la Fábula; pretendiendo, que los Poetas que usaron de ellas, en ella misma miraban principalmente la instrucción. Para persuadir esto les atribuyeron designios que verisímilmente no les pasaron por la imaginación. Dicen (pongo por ejemplo) que el propósito de Virgilio en la Eneida fue hacer acepto a los Romanos el Imperio de Augusto, representando en la ruina de Troya la de la República Romana; y mostrando con una tácita hilación, que como la ruina de Troya había sido disposición de los Dioses, a la cual los hombres debían conformarse; del mismo modo lo había sido la extinción del gobierno Republicano, y erección del gobierno Monárquico en Roma: así debían resignarse en esta disposición los Romanos. Pero lo primero: ¿Qué proporción tiene la extinción de una Monarquía en Frigia con la erección de otra en Roma? ¿La ruina de Príamo con la elevación de Augusto? Lo segundo: ¿Qué importa que Virgilio diga y repita que el excidio de Troya descendió de la voluntad de los Dioses, si juntamente asegura que en esa acción los Dioses fueron inicuos y crueles? No admiten interpretación sus palabras: [424]

... Divúm inclementia, Divúm
Has evertit opes, sternitque a culmine Trojam.
...ferus omnia Jupiter Argos
Transtulit. (lib. 2.)
Postquem res Asiae Priamique evertere gentem
Immeritam visum superis........ (lib. 3.)

Los Romanos bien persuadidos estaban, sin que Virgilio se lo dijese, a que las revoluciones de los Reinos procedían del arbitrio de las Deidades. Lo que Virgilio les dice de nuevo es, que en esas revoluciones tal vez son las Deidades injustas; y esa instrucción tan lejos está de conducir a que sujeten gustosos el cuello al yugo del Imperio de Augusto, que antes debía producir el efecto contrario.

11. Añaden los partidarios de la ficción, que el Poeta en la piedad, religión, prudencia, y valor de Eneas, quiso figurar las mismas prendas de Augusto, porque los Romanos comprendiesen que consistía su felicidad en ser gobernados por un Príncipe dotado de estas cualidades. ¿Pero, ó los Romanos conocían esas virtudes en Augusto, ó no? Si las conocían en el original, ¿de qué servía presentárselas en la copia? Si no las conocían en Augusto, tampoco conocerían que el Héroe del Poema era ejemplar, ó copia suya.

12. De Homero se pretende, que representando los males que en el sitio de Troya ocasionó el enfado de Aquiles con Agamenón, de quien se hallaba injuriado, fue su propósito mostrar a los Griegos cuán nociva es en un Ejército ó en un Estado la división de los Jefes. Bien: como si para que los Griegos se enterasen de una máxima, que a todos los hombres dicta la razón natural, fuese necesario que Homero a este intento sólo se fatigase en formar un gran Poema.

13. Mas demos que el grueso del asunto contenga algún documento importante: aquellas portentosas ficciones, en que principalmente constituyen el adorno del poema Epico, ¿qué instrucción ó documento envuelven? No salgamos de la Eneida. Allí se interesan dos Deidades en los sucesos: Venus a favor de los Troyanos, Juno contra ellos. Las pasiones de las dos Diosas están acordando los motivos. Venus, confesándose madre de Eneas, trae a la memoria su vil concubinato con una Pastor del monte Ida. Los furores de Juno envuelven, como ocasión de ellos, el infando amor de Júpiter a Ganímedes, y la escandalosa desnudez de las tres Diosas a los ojos de París. [425] Lo más es, que por si acaso algún Lector ignorase los torpes motivos de los enojos de Juno, el Poeta mismo desde el principio los pone en su noticia:

... Manet alta mente respostum
Judicium Paridis, spretaeque injuria formae,
Et genus invisum, & rapti Ganymedis honores.

¿Esta es instrucción, ó seducción? ¿Es esto disuadir los vicios, ó autorizarlos? Si los delitos de los hombres son contagiosos para otros con el mal ejemplo; ¿cuántos más inductivos serán esos mismos delitos consagrados (digámoslo así) en las personas de los Dioses? Es verdad que Virgilio no hizo en eso más que imitar el mal ejemplo que le habían dado Homero, y Hesíodo. Aún por eso Jenófanes abominaba el que estos dos antiguos Poetas hubiesen atribuido a las Deidades todas las infamias que caven en los hombres. Y Diógenes Laercio y Suidas dicen, que Pitágoras vio en el Infierno a Homero pendiente de un árbol rodeado de serpientes; y a Hesíodo atado a una columna en pena de las Fábulas que habían fingido de los Dioses.

14. Es, pues, preciso confesar que la introducción de esas ficciones tuvo por fin único el deleite. Mas pienso que aún para deleitar se les pasó ya la sazón. Supongo, que cuando escribió Homero, y acaso mucho tiempo después, la grosera Idolatría del común de los hombres producía en ellos una disposición oportunísima para leer, u oír con cierta especie de suspensión extática, acompañado de un íntimo, y penetrante placer, las aventuras de los Dioses, mezcladas con las de los mortales. Mas después que aquella insensata creencia se fue extirpando, y al mismo tiempo mirando las ficciones como ficciones; esto es, como meros partos de la fantasía de los Poetas, es preciso cesase la admiración, y con ella el deleite. Porque ¿qué motivo es para la admiración, que el Poeta finja que esta ó aquella Deidad hizo alguna diligencia a favor, ó contra tal ó tal Héroe?

15. Diráseme acaso, que el ingenio del Poeta en la ficción, ó la ficción ingeniosa del Poeta, da motivo bastante para la admiración y el deleite: Mas yo, hablando con realidad, no hallo en esas ficciones del fondo de ingenio, ó altura de Numen que algunos pretenden. Muy poco ha escribió cierto Poeta, que para fingir unas [426] Naves convertidas en Ninfas (como Virgilio en la 9 de la Eneida) y otros portentos semejantes, era menester ingenio más que humano, y erudición casi infinita. ¡Cosa notable! Dijera yo, que para encontrar tales quimeras bastaría echarse a dormir; pues el sueño por sí sólo las presenta sin socorro alguno del ingenio, ó de la erudición. Acaso la oportunidad de la ficción le dará precio. Tampoco por esta parte se le hallo. Una Deidad interesada en el salvamento de aquellas Naves le pide a Júpiter las libre de los furores de Turno; y Júpiter toma el expediente de transformarlas en Ninfas. ¿Qué ingenio, ni que erudición es menester para esto? Cierto, que si esta especie de Inventiva es de algún valor, no hay otro en el mundo para pagar el Orlando de Ariosto.

16. Vuelvo a decir que tales portentosas ficciones deleitan mucho, entretanto que son creídas realidades; pero nada en pareciendo lo que son. Sucede en la lectura de ellas lo que en la de las Aventuras de los Paladines, Belianises, Amadises, &c. Hechizan estas a un niño, ó a un rústico que las cree; pero él mismo, que de niño se deleitaba extrañamente porque las creía, llegando a edad en que conoce ser todo aquello fábula, las desprecia.

17. Finalmente, dado que estas invectivas pidan algún ingenio, constantemente aseguro que no tanto, no con mucho, como el que tenía Lucano, Así es indubitable, que el no introducirlas en la Historia de las Guerras Civiles, pendió únicamente de que no quiso. ¿Y [427] por qué no quiso? Sin duda porque tuvo por mejor referir la verdad pura, y sin mezcla de Fábulas. Son oportunísimos al propósito unos versos de Marcelo Palingenio, Poeta famoso del siglo décimo sexto en su Zodiaco de la vida, lib. 6. Los Críticos que niegan a Lucano ser Poeta porque le faltó la ficción, pueden hacer la cuenta de que habla con ellos el mismo Lucano:

Credo aliquos tetricae mentis, nasique severi,
Qui solos se scire putant, & noscere verum,
Atque sibi solis Divum bonitate tributum
Omnia judicio perplexa expendere recto,
Dictornus, nunquam me degustasse beatos
Aoniae fontes, & sacras Phocidos undas.
Nec prorsus lauro dignum titulove Poeta,
Quod non inflatas nugas, mirandaque monstra
Scribimus, ac nullas fingendo illudimus aures.
Nam solas tribuunt fabellas vatibus; ac si
Vera loqui, faedumque foret, vetitumque Poetis.
Horum ego judicium falsum, & damnabile duco;
Nilque mihi melius, nil dulcius esse videtur,
Quam verum amplecti; vetulis puerisque relinquo
Has nugas; alii eructent fera bella Gigantum,
Harpyiasque truces, & Gorgonas, & Cyclopes,
Et captos blando Syrenum carmine nautas…..
Nec mihi sint tanti Phaebae gloria lauri,
Atque corymbiferis hederis ornare capillos.
Ut sic delirem. Pudet ah! Pudet esse Poëtam,
Si nugis opus est puerilibus inservire,
Et jucunda sequi spreto mendacia recto.

40. Confiésanle los Críticos enemigos a Lucano un ingenio admirable, un espíritu extremadamente sublime, y una fertilidad prodigiosa de bellísimas sentencias: pero le señalan [422] dos defectos. El primero (gran tacha para un Poeta) que le faltó la ficción; porque su Poema de la guerra civil es en todas sus partes una historia arreglada a la realidad de [423] los sucesos. Julio Cesar Scalígero hizo justamente escarnio de esta acusación. Sería sin duda una grande infamia de la Poesía profesar antipatía irreconciliable con la verdad. ¡Ojalá [424] todos los Poetas heróicos hubieran hecho lo mismo que Lucano! Supiéramos de la antigüedad infinitas cosas que ahora ignoramos, y siempre ignoraremos. Lo que yo admiro [425] más en Lucano es, que no hubo menester fingir para dar a su poema toda la gracia, a que otros Poetas no pudieron arribar sin el sainete de las ficciones. El fingir sucesos [426] raros, ó en los sucesos circunstancias extraordinarias, es un arbitrio fácil para deleitar y contentar a los Lectores. Lo difícil es dar a una historia verdadera todo el atractivo de que es capaz la fábula. ¿Qué dificultad tiene el fingir? Es claro, que Lucano no fingió, sólo porque no quiso; y esto, bien lejos de poder imputársele como culpa, es digno de aplauso. Cierto, que será razón celebrar como una gran valentía de Virgilio, haberla levantado a la pobre Reina Dido el falso testimonio de un indecentísima fragilidad: en que cometió, no sólo el absurdo que ya notaron muchos, de violar enormemente la Cronología, mas también la extravagancia, que hasta ahora no vi notada por otro, de pintar en los dos delincuentes una inverecundia totalmente inverisímil para tales personajes. Sin explicación anterior, sin galanteo, sin alguno de tantos pasos con que se van disponiendo poco a poco para [427] la torpe maldad los ánimos que son dotados de algún pudor, sólo con la oportunidad de verse a solas en una cueva un famoso héroe adornado de excelsas virtudes, empieza la explicación por donde se acaba; lo que sólo es posible en un rufián insolente; y una Reina insigne acreditada de casta, condesciende al momento como la más infame prostituta. Ni es menos inverisímil e indigna de su héroe la ficción de las circunstancias en que Eneas dio muerte a Turno. ¿Qué hombres, no digo magnánimo, mas aún de mediano honor quitaría la vida a un rendido y desarmado, que le estaba pidiendo [428] clemencia? No será mucho asegurar que si Lucano quisiese fingir, fingiría con más propiedad.

41. El segundo defecto que imponen a Lucano, es la hinchazón del estilo. Este es un vituperio, que sólo con mudar el nombre dejando intacta la substancia del significado, se hallará convertido en elogio. Lo que los enemigos de nuestro Poeta infaman con el nombre de hinchazón, es puntualmente lo que yo llamo y realmente es magnificencia del estilo, majestad del numen, grandeza de la locución. Dijo oportunamente a este propósito el enamorado Panegirista de Lucano Benjamín de Priolo, que se admiraba de algunos ingenios, los cuales apellidan hinchazón de estilo todo lo que es altura ó elevación: Certe mirari satis non possum eorum ingenia, qui quidquid altum spirat, inflatum, & tumidum appellant. Yo llamaría estilo hinchado aquel que armado sólo de la pompa vana de ostentosas voces, careciere de fuerza, de energía, de naturalidad; pero ninguna de estas faltas hay en el estilo de Lucano. La valentía de su metro es tanta, que algunos la tachan de nimia. Lilio Giraldo le comparó ya a un caballo indómito y lozano, ya a un Soldado robustísimo, pero inconsiderado. Luis Vives dice, que es tan vivo en las representaciones, que al describir un combate, más parece desahogar su propia cólera en la campaña, que pintar la ajena en el gabinete. Por lo que mira a la naturalidad, ¿cómo pueden negársela los que le culpan, como Julio César Scalígero, de que siempre se dejaba arrebatar del fervoroso ímpetu de su genio cuando escribía? De modo, que sin pensarlo engrandecen a Lucano los que quieren deprimirle. ¿Quién se puede alejar más de toda afectación, que aquel que sigue siempre el impulso del natural? Por otra parte, para reprender como vicioso el fuego de Lucano, ensalzan hasta el Cielo la tranquilidad, juicio, y reflexión sosegada de Virgilio. No entiendo esta crítica. Las prendas que celebran en Maron, serían muy oportunamente introducidas en el Panegírico de un Senador; pero no veo por dónde sean [429] propias de un Poeta en cuanto tal. Los grandes prácticos del arte suponen como esencial en los verdaderos Poetas un fuego divino que los anima. Est Deus in nobis, agitante calescimus illo: un ímpetu sagrado; esto es, preternatural, que los arrebata: Impetus ille sacer, qui Vatum pectora nutrit: un furor violento que los saca de sí mismos: Jam furor humanos nostro de pectore sensus Expulit. ¿No es esto diametralmente opuesto a aquella tranquilidad y reposo de entendimiento que ostentan en Virgilio los que quieren por este capítulo obscurecer a Lucano? ¿O no es esto lo que según su propia confesión resplandece en Lucano, y falta en Virgilio? Esa desapasionada quietud del ánimo es buena para un Historiador: en el Orador ya se pide un movimiento eficaz de los afectos: mucho más en el Poeta; aún mucho más en un Poeta, que como Lucano sólo escribe los furores de una guerra civil. La copia por su naturaleza pide ser parecida al original: la guerra civil es tumultuosa, inquieta, ardiente. Si la descripción de ella es lenta y floja, ¿qué semejanza hay entre la pintura y el prototipo? Acuérdome de que Séneca reprende a Ovidio, porque pintó el diluvio de Deucalión en verso dulce y apacible, porque le pareció, que a tanta tragedia se debía una descripción en algún modo tétrica, y horrísona.

42. No me meto en si Virgilio regía la pluma con esa quietud de espíritu que se le atribuye, ni pretendo despojar a este gran Poeta de la gloria que tan justamente tiene merecida. Su majestad heróica me enamora; su grandilocuencia poética me hechiza; aquellos sonoros, y soberanos golpes, que trechos deja caer como desde la cumbre del Olimpo, sobre la mente del que lee, totalmente me arrebatan; pero en estos mismos golpes, que constituyen el supremo honor de Virgilio, reconozco aquel furor divino que da el supremo valor a un poema; y estos me parece no encuentro tan frecuentes en Virgilio, como en Lucano. Virgilio parece que a tiempos dormita como Homero: Lucano siempre despierto, vivo, ardiente, [430] armonioso, enérgico, sublime, por todo el discurso de su poema se mantiene en aquella elevación donde le vemos colocarse al primer rapto del Numen. Añádase a este paralelo, que Lucano todo su poema se debió a sí mismo: de Virgilio se sabe que trasladó mucho de la Ilíada a la Eneida.

43. Finalmente, aún cuando en el poema de Lucano hubiese defectos que le constituyen muy desigual al de Virgilio, siempre se debería celebrar como superior el ingenio de Lucano, porque su Farsalia fue parto de una edad muy temprana, y no tuvo tiempo para enmendarla, pues murió de veinte y seis años. ¿Qué no hiciera este hombre, si llegase a la madurez de Virgilio? Si aún ahora hallan sus más severos censores mucho de admirable, grande, y sublime en la Farsalia, ¿qué sería entonces? Por lo que mira a la fertilidad de la pluma y prontitud de ingenio, no hay proporción alguna del Mantuano al Español. Virgilio tardó doce años en componer la Eneida, y todo el resto de su vida estuvo corrigiéndola: Lucano tenía a los veinte y seis años, no sólo compuesta la Farsalia, mas otras infinitas Obras que perecieron; como los Saturnales, diez libros de Silvas, un poema sobre el descenso de Orfeo al Infierno, otro sobre el incendio de Roma, muchas Epístolas, Elogios a su mujer Pola Argentaria, y las Declamaciones Griegas, y Latinas con que se hizo admirar en Roma, teniendo apenas cumplidos catorce años. ¡Espíritu raro! Que nació para blanco de la envidia. La de Nerón a sus divinos versos le quitó la vida, y la de otros pretendió minorarle la fama. Por lo que espero, que los Españoles, amantes de la gloria literaria de la Nación, llevarán bien el que me haya detenido tanto en su apología.

44. El genio Poético que resplandeció en los Españoles antiguos, se conserva en los modernos. Majestad, fuerza, elevación, son los caracteres con que los sella la nobleza del clima. El siglo pasado vio Manzanares más Cisnes en sus orillas, que el Meandro en sus ondas. Hoy [431] no se descubren iguales ingenios. Digo que no se descubren; no que no los hay. O se ocultan los que son dotados de valentía de numen, ó no quieren cultivar una Facultad, que sobre estar desvalida, respecto del vulgo constituye el juicio sospechoso; pero no carece de toda excepción esta regla. Entre las desapacibles voces de muchos grajos se ha oído, aún en esta Era, la melodía de uno u otro canoro Cisne. Este País produjo uno muy singular en la persona de Don Francisco Bernardo de Quirós, Teniente Coronel del Regimiento de Asturias, de quien ahora no digo más, porque se volverá a hacer memoria de él en este Discurso.

45. No sería justo omitir aquí, que la Poesía Cómica moderna casi enteramente se debe a España; pues aunque antes se vio levantar el Teatro de Italia, lo que se representaba en él más era un agregado de conceptos amorosos que verdadera Comedia, hasta que el famoso Lope de Vega le dio designio, planta, y forma. Y si bien que nuestros Cómicos no se han ceñido a las leyes de la Comedia antigua, lo que afectan mucho los Franceses, censurando por este capítulo la Comedia Española, no nos niegan estos la ventaja que les hacemos en la inventiva, por lo cual sus mejores Autores han copiado muchas piezas de los maestros. Oigase esta confesión a uno de los hombres más discretos en verso y prosa, que en los años próximos tuvo la Francia, el señor de San Evremont: Confesamos (dice) que los ingenios de Madrid son más fértiles en invenciones, que los nuestros; y esto ha sido causa de que de ellos hayamos tomado la mayor parte de los asuntos para nuestras Comedias, disponiéndolos con más regularidad y verisimilitud. Esto último no deja de ser verdadero en parte, pero no con la generalidad que se dice. La Princesa de Elide de Moliere es indisimulable, y claro traslado del Desdén con el Desdén de Moreto, sin que haya más regularidad en la Comedia Francesa. La verisimilitud es una misma, porque hay perfecta uniformidad en la serie [432] substancial del suceso; sólo se distinguen las dos Comedias en las expresiones de los afectos, y en esto excede infinito la Española a la Francesa.

§. XVI

46. {Historia} Algunos Autores Franceses, llegando a hablar de los Historiadores de España en general, los notan en lo más esencial, que es la veracidad. ¿No podremos decir que en tan severa censura no reprenden lo que juzgan que es, sino lo que quisieran que fuera? Muchas verdades de nuestras Historias los incomodan, y nadie está mal con alguna verdad, que no la llame mentira. Algunos Españoles retuercen la misma nota sobre los Historiadores Franceses. La emulación de las dos Naciones es la causa verdadera de este recíproca censura. En las Historias de Naciones, por la situación confinantes, y por la ambición, ó interés enemigas, suele lo que es gloria de una, ser oprobio de otra. Por eso mutuamente se contradicen, negando unos lo que afirman otros. Y no dejaré de advertir lo que dijo de los Historiadores Franceses Roberto Gaguino, General de la Religión de la Santísima Trinidad, e Historiador General de la Francia: Res suas Galli non majori solent fide scribere, quam genere. Este Autor era Flamenco, y recibió muchos beneficios de dos Reyes de Francia, Carlos VIII, y Ludovico XII, lo que por lo menos basta para considerarle muy desapasionado por los Españoles.

47. Mas dejando esto, con el testimonio de Autores Extranjeros probaremos que España ha producido excelentes Historiadores. Entre los antiguos es celebrado Paulo Orosio, a quien Tritemio llama erudito en las Divinas Escrituras, y peritísimo en las letras profanas; y Gaspar Bartio dice, se debe contar entre los buenos Escritores. El Padre Antonio Posevino le apellida Varón de excelente juicio, añadiendo que su Historia, siendo corta en el volumen, es agigantadamente grande en la substancia por la multitud grande de cosas que supo ceñir en ella. [433]

48. En la mediana edad son casi igualmente aplaudidos el Arzobispo Don Rodrigo, y Don Lucas de Tuy, a quienes dice el Padre Andrés Escoto todos los amantes de la Historia deben mucho, porque nos dieron noticia fiel de infinitas cosas que sin la diligencia de estos dos Escritores eternamente quedarían sepultadas en el olvido. Elogia asimismo Vosio al Arzobispo Don Rodrigo, diciendo que adquirió entre los eruditos mucha gloria con los nueve libros que escribió de las cosas de España.

49. Acercándonos a nuestros tiempos, se presenta a nuestros ojos una multitud grande de Historiadores, sin que el número perjudique a la calidad; pero sólo haré memoria de algunos pocos que he visto singularmente calificados por las plumas de otras Naciones. Gerónimo Zurita es aplaudido en el gran Diccionario Histórico por Varón de acertadísimo juicio, y erudición extraordinaria, para cuyo elogio se citan allí los testimonios de Vosio, del Padre Posevino, y del Presidente Tuano. A Ambrosio de Morales recomiendan altamente el Cardenal Baronio, Julio César Scalígero, el Padre Andrés Escoto, y otros innumerables. Las alabanzas de nuestro Cronista el Maestro Yepes resuenan en toda Europa por su exactitud, su candor, dulzura, y claridad. Es asimismo universalmente estimado por las mismas dotes el Padre Maestro Fr. Fernando del Castillo, Cronista de la Religión de Predicadores, cuya Historia tradujeron en su Idioma los Italianos.

50. Entre los Escritores de las cosas Americanas son los más conocidos de los Extranjeros el Padre Acosta, cuya Historia Eclesiástica y Civil no es menos preconizada por ellos, que la natural; y Don Antonio de Solís, cuya Conquista de México traducida en Francés, lo que con muy pocos libros nuestros ha hecho aquella Nación, comprueba la alta reputación en que por allá la tienen. ¿Y quién puede negar, que este Autor por la hermosura del estilo, por la agudeza de las sentencias, por la exactitud de las descripciones, por la clara serie con que teje los sucesos, [434] por la profundidad de preceptos Políticos y Militares, por la propiedad de los caracteres, es comparable a todo lo mejor que en sus floridos siglos produjeron Grecia, y Roma? Singularmente por lo que mira a la cultura y pureza del estilo, Francia, que es tan jactanciosa en esta parte, saque al paralelo sus más delicadas plumas; parezca en campaña su decantadísimo Telemaco; que yo apuesto al doble por mi Don Antonio de Solís, como se ponga en manos de hábiles y desapasionados Críticos la decisión.

51. El Padre Mariana, que hace clase aparte respecto de todos los demás Historiadores de España por haber abarcado la Historia General de la Nación, hace también clase aparte respecto de los Historiadores Generales de otras Naciones. Su soberano juicio, e inviolable integridad le constituyen en otra esfera superior. Por él se dijo que España tiene un Historiador, Italia medio, y Francia y las demás Naciones, ninguno. Lo que se debe entender de este modo: De Italia se dice que sólo tiene medio Historiador, por Tito Livio cuya Historia sólo comprende desde la fundación de Roma hasta el tiempo de Augusto; y aún de esto se ha perdido una gran parte. De Francia se dice que ninguno; porque aunque algunos escribieron la Historia de Francia desde Faramundo hasta el siglo decimosexto, ó cerca de él, como Paulo Emilio, Roberto Gaguino, y el señor Du-Haillan, les faltaron aquellas calidades ventajosas, que pide un Historiador General, y que se hallaron con eminencia en el Padre Mariana. Entre tantos elogios como el Padre Mariana dispensan varios Críticos Extranjeros, sólo transcribiré, por más distante de la lisonja ó la pasión, el de Hermano Coringio, Autor Protestante: Entre todos los Historiadores (dice) que escribieron en el idioma Latino, se llevó la palma Juan de Mariana, Español, a nadie inferior en el conocimiento de las cosas de España. Fue dotado Mariana de insigne elocuencia, prudencia, y libertad en decir la verdad. [435]

§. XVII

52. {Letras humanas} Aunque Barclayo diga en su Icon Animorum, que los Españoles desprecian el estudio de las letras humanas, los Extranjeros se ven precisados a apreciar en supremo grado a muchos Españoles que fueron eminentísimos en ellas. ¿Qué Panegíricos no expenden en obsequio del famosísimo Antonio de Nebrija? Discípulo de éste, y que pudo ser maestro de todo el mundo en las humanas letras, fue el celebérrimo Pinciano Fernando Núñez, a quien apellida gran lumbrera de España el Tuano, Varón de admirable agudeza Gaspar Bartio, y a quien el Padre Andrés Escoto entre otros elogios funerales de que compuso su Epitafio, cantó que todo el mundo era corto espacio a la fama de su mérito:

Hic, Ferdinande, jaces, quem totus non capit orbis

53. A Francisco Sánchez, llamado el Brocense, da el mismo Justo Lipsio los gloriosos títulos de, El Mercurio, y el Apolo de España. El Padre Juan Luis de la Zerda sonó tan alto hacia las otras Naciones en sus Comentarios de Virgilio, que el Papa Urbano VIII, grande humanista también, y gran Protector de los Literatos sobresalientes, envió a pedir su retrato, y le hizo una visita por medio de su sobrino Francisco Barberino cuando le despachó Legado a España. Del famosísimo Toledano Pedro Chacón hablan con admiración los mayores Críticos de Francia, Italia, y Alemania. Nada menos, ó acaso más del incomparable Luis Vives, de quien, como hice con el pasado, omitiré innumerables elogios que le dan los más sabios Extranjeros; pero no puedo callar el de Erasmo, por ser tan extraordinario: Aquí tenemos (dice lib. 19, Epist. 101) a Ludovico Vives, natural de Valencia, el cual no habiendo pasado aún, según entiendo, de los veinte y seis años de edad, no hay parte alguna de la Filosofía en que no sea singularmente erudito; y en las bellas letras, y en la elocuencia está tan adelantado que en este siglo no encuentro alguno a quien pueda comparar [436] con él. Los que saben qué hombre fue Erasmo en las letras humanas, no podrán menos de asombrarse de este elogio. Todos los que he nombrado son gigantes. Omitimos otros algunos de primera nota. Para los de menor estatura eran menester muchos pliegos.

§. XVIII

54. {Crítica} Aquí puede, y debe repetirse la memoria de todos aquellos que se expresaron en el §. Antecedente, porque todos fueron insignes en la Crítica, y por tales están reconocidos en el orbe literario. Celebran a Nebrija singularmente Erasmo, y Paulo Jovio. Justo Lipsio llama al Pinciano norma, ó regla de la verdadera Crítica, germanae Criticae exemplar. Por el Padre Zerda hablan en toda Europa sus Comentarios sobre Virgilio, y sobre Tertuliano. Para el Brocense, aunque bastaba lo que hemos dicho arriba, añadiremos aquí que Gaspar Sciopio, aquel crítico mal acondicionado que a los mayores hombres mordía sin respeto alguno, llamaba al Brocense hombre divino. A Chacón contó el mismo Sciopio por uno de los cuatro supremos Críticos que ha habido, dando sólo por compañeros a nuestro Español, entre los Italianos a Fluvio Ursino, entre los Franceses a Adriano Turnebo, y ente los Alemanes a Justo Lipsio. Dejando por ahora aparte la suma sabiduría de Luis Vives, su juicio para la Crítica se halla altamente encarecido. Vir praeclarissimi judicci se lee a Gaspar Bartio. Y Don Nicolás Antonio dice, que en el famoso Triunvirato Literario de aquella Era, compuesto de Erasmo, Guillelmo Budeo, y Ludovico Vives, al primero se atribuía por prerrogativa principal la elocuencia, al segundo el ingenio, al tercero el juicio.

55. A más de esto, son colocados generalmente entre los Críticos de primera clase el Sevillano Alfonso García Matamoros, y el Ilustrísimo Antonio Agustino. El primero fue uno de aquellos grandes Españoles que se coligaron los primeros para hacer guerra a la barbarie, y dio a luz varios escritos críticos que logran la común estimación. [437] Holgárame infinito de tener el libro que escribió de Academiis, & doctis Viris Hispaniae, en quien sin duda hallaría copiosos materiales para engrandecer este Discurso. Es llamado Juicioso Crítico en el gran Diccionario Histórico. El segundo fue sin comparación mayor que el primero, y tan grande, que para hallar otro mayor que él es menester buscarle entre las criaturas posibles. Este es poco más ó menos el lenguaje en que hablan de él en todas las Academias Europeas. Uno, y otro fueron eminentes en las letras humanas, por lo cual tendrían lugar tan oportuno en el párrafo pasado, como en el presente.

56. No sería razón pasar en silencio a Don Nicolás Antonio, Autor de la Biblioteca Hispana; Obra, según la opinión universal, superior a cuantas Bibliotecas nacionales han parecido hasta ahora, y que no se pudo hacer ni sin un trabajo inmenso, ni sin una extensión dilatadísima de crítica.

57. Y vuelvo a advertir, que ni de Críticos ni de Humanistas he querido hacer memoria sino de los que han sido muy especialmente eminentes, y venerados por tales entre los Extranjeros.

§. XIX

58. El adorno de las lenguas es una de las cosas a que menos se han aplicado los Españoles. En cuanto a las lenguas vivas los ha absuelto de la necesidad de aprenderlas, ya la positura de nuestra Región en el último extremo de Europa, y del Continente, por lo que es menor el comercio con los demás Reinos; ya el ser menos dedicados a la peregrinación nuestros nacionales, que los individuos de las demás Naciones. Así se puede conceder desde luego que respecto de la multitud de aquellos, es muy corto el número de los Españoles que hayan poseído varios idiomas; pero salvaremos siempre la máxima fundamental de este Discurso, que respecto al número de los que se han aplicado a ellos, es grande el de los que han logrado este género de erudición, y bastó este corto número de aplicados para que España lograse hombres tan [438] aventajados, como los mayores de las demás Naciones.

59. De los que supieron con perfección de las lenguas muertas la Griega, y la Hebrea, y de las vivas la Francesa, y la Italiana, no es posible hacer catálogo, porque de muchos ignoro aún los nombres; y los que llegaron a mi noticia son incomprensibles en el breve recinto de este Discurso. Así sólo haré memoria de algunos que pueden ser admirados como monstruos, por haber aprendido más número de idiomas que el que parece cabe en la comprensión humana, especialmente si se atiende a que juntaron muchas ocupaciones con este estudio.

60. De nuestro famoso Historiador Arzobispo Don Rodrigo dice Auberto Mireo, que asistiendo al Concilio Lateranense, que se celebró en su tiempo, mostró tanto conocimiento de varios idiomas, que los Padres del Concilio hicieron juicio que desde el tiempo de los Apóstoles ningún hombre había sabido tantas lenguas: Ut miraculi instar Patribus esset, tantm Hispanum hominem linguarum facultatem assecutum esse, quantam ab Apostolorum aetate ulli homini negabant contigisse.

61. Si alguna ponderación puede exceder a esta, es la que en el mismo Auberto Mireo se lee del doctísimo Arias Montano, que supo las lenguas de casi todas las Naciones; Omnium pene gentium linguis, atque litteris rara exemplo excultus. Esta ya se ve que se debe mirar como expresión hiperbólica. Lo que seguramente podemos creer sin alguna rebaja, en atención a la suma, esto es, que sabía diez lenguas (in Praef. In Sacr. Bibli. Reg. edit.) Fue, digo, tan modesto, humilde, y piadoso Arias Montano, que se debe creer que antes quitaría que añadiría algo de lo que sabía. Se debe advertir, que parte de estas lenguas eran la Hebrea, la Caldea, la Siriaca, y la Arábiga, cuya comprensión es sumamente difícil.

62. El Padre Martín Delrío, harto conocido por sus escritos, supo nueve idiomas, el Latino, el Griego, el Hebreo, el Caldeo, el Flamenco, el Español, el Italiano, el [439] Francés, y el Alemán. Testifícalo Drejelio. Lo que asombra es, que pudiese aprender tantos idiomas un hombre que fue juntamente Poeta, Orador, Historiador, Escriturario, Jurisconsulto, y Teólogo. Tales espíritus influye el Cielo de España.

63. Fernando de Córdoba (hombre prodigioso sobre todo encarecimiento, de quien se hablará abajo con extensión) supo con toda perfección las lenguas Latina, Griega, Hebrea, Arábiga, y Caldea. Esto es lo que dice nuestro Abad Juan Tritemio; pero en Teodoro Gofredo, que tuve un tiempo y ahora no tengo, he leído si no me engaño, que demás de las expresadas, sabía todas las lenguas vivas de las Naciones principales de Europa. Este Autor, por ser Francés, pudo enterarse bien de la materia, porque París fue (como diremos abajo) el teatro donde ostentó todas sus rarísimas prendas este milagro de España.

§. XX

64. {Letras sagradas} Si en el número de intérpretes de la Sagrada Escritura quisiésemos comprehender los que han explicado en sentido alegórico y moral, para el uso que se hace de ella en el púlpito, bien podríamos asegurar que España dio más Expositores de la Escritura, que todo el resto de la Iglesia. Entre los cuales no debe tener el último lugar nuestro Lautero, por su Sylva Allegoriarum tan aplaudida aún de los Extranjeros. Pero a la verdad de esta ventaja no debemos lisonjearnos mucho, porque el explicar la Escritura de este modo es tan fácil que cualquiera Nación donde se dedicasen a ese trabajo, podría producir infinito número de Expositores. Todo hombre que es capaz de hacer un Sermón, puede exponer cualquiera parte ó libro de la Biblia, descubriendo en él modalidades y alegorías para varios asuntos. Y aún esto segundo es mucho más fácil, ya porque es libre y arbitraria la aplicación a cualquier asunto, ya porque no está cargada de las demás dificultades del arte oratorio, a cuyos preceptos se [440] debe ligar el Predicador en la formación de una oración regular.

65. Sólo, pues hablaremos de los verdaderos y genuinos Intérpretes de la Divina Escritura; de aquellos sagaces y profundos investigadores del sentido primario, que como el oro en la mina, está muchas veces altamente escondido debajo de la superficie de la letra. En esta arduísima profesión puede España ostentar muchos Autores de nota sobresaliente, como León de Castro, Pereira, Viegas, Alcázar, Villalpando, Gaspar Sánchez, Maldonado, &c. pero aún descontando todos estos, con otros dos solos que muestre (el Abulense, y Benito Arias Montano) pondrá terror a todos los Extranjeros: Hi sunt duae olivae, & duo candelabra. Olivas que destilan aquel aceite precioso de la divina palabra nutritivo de los espíritus: Candeleros que ilustran aquellas respetables tinieblas de los sagrados libros. ¿Mas para qué me he de detener en el elogio de dos Varones tan singularmente insignes, que ni aún la envidia oculta lo mucho que debe a su mérito?

66. Añade mucho a la gloria de España en el estudio y pericia Escrituraria, el que las primeras dos Biblias Políglotas que logró la Iglesia, fueron obras de Españoles. La primera es la Complutense, que se debe al cuidadoso celo del Cardenal Jiménez: la segunda la Regia, impresa en Amberes debajo de la dirección del nombrado Arias Montano.

67. También conduce al mismo intento, el que de los cuatro principalísimos Rabinos a quienes veneran los Judíos, como nosotros a los cuatro Santos Padres, los tres mayores fueron Españoles; conviene a saber, Rabí Moisés Ben Maimón, Rabí David Kimchi, y Rabí Abenezra. También han sido Españoles casi todos los que entre ellos tienen peculiar fama de erudición, como se puede ver en Don Nicolás Antonio, y en la Biblioteca Rabínica de Bartolocio. No sea ingrato a la más escrupulosa piedad de nuestra Nación el ver colocada esta entre las glorias de España, pues verdaderamente lo es. El que errasen en la creencia [441] no es culpa del clima, pues el acertar en esta parte depende enteramente de la Gracia divina. El que fuesen dotados de un talento singularísimo para explicar a su modo la Sagrada Escritura, redunda en aplauso de la patria. Fuera de que los trabajos de estos tres fueron utilísimos, y dieron muy importantes luces a los mismos Doctores Católicos, como confiesan el Ilustrísimo Daniel Huet, y el docto Padre del Oratorio Ricardo Simón. No se puede decir que sean sus comentarios absolutamente exentos del trascendental defecto de su Secta; pero es cierto, que así como excedieron a todos los demás Rabinos en capacidad, mezclaron mucho menos de superstición. A los celebrados Comentarios de Nicolao de Lira faltaría muchísimo de lo que tienen de plausibles, si para ellos no se hubiera aprovechado copiosamente de los de su paisano Rabí Salomón Jarchi, no obstante que este fue inferior en doctrina y solidez a los tres Rabinos Españoles que hemos nombrado.

§. XXI

68. {Mística} En el gran Diccionario Histórico, dentro del largo artículo que trata de España, se leen estas palabras: La Nación Española ha sido excelente en Autores Ascéticos, que enriquecieron la Iglesia con libros espirituales y de devoción: y se nota, que su lengua tiene una cualidad particular para este género de escritos, porque su gravedad natural da mucho peso a las cosas que se enseñan en ellos. Esta confesión en unos Autores que hacen en lo demás poca merced a la Nación Española, y en quienes poco más arriba noto una contradicción grosera, que sólo pudo ser efecto de su emulación nacional; pues habiendo dicho, que los Españoles desde el tiempo de Augusto fueron aplaudidos por el ingenio; pocas líneas después añaden, que el carácter particular de los Sabios de España es la gravedad; pero una gravedad opuesta a la sutileza y gentileza de ingenio, que se atribuye a otras algunas Naciones: La confesión, digo de tales Autores, en cuanto a la excelencia de los nuestros en las Obras Ascéticas, ó de Teología Mística, nos absuelve [442] de la necesidad de pruebas sobre este asunto. ¿Pero quién no repara que el atribuir esta ventaja únicamente a la gravedad natural de la lengua es sólo por huir de concederla otra causa más noble? Si los Franceses atribuyen a nuestro idioma el carácter de majestuoso y grave, al suyo adjudican el de suave, dulce, amoroso; y para escritos de devoción, cuyo intento no es instruir la mente como mover el afecto, parece que este había de ser más oportuno: Luego a otra causa distinta de la gravedad del idioma se debe atribuir la excelencia de los Españoles en los escritos Ascéticos. Más: Los mismos Franceses admiran y ponderan como cosa altísima y de lo más sublime que hasta ahora se ha escrito en este género, las Obras de Santa Teresa, y del Padre Fr. Luis de Granada, por la divina eficacia que sienten en estos libros, los cuales, traducidos en su propio idioma (los primeros tradujo Arnoldo de Andilli, y los segundos Mr. Giraldi) aun conservan la misma eficacia: luego no es la gravedad de nuestro idioma quien les da el supremo valor que tiene, sino otra cualidad más esencial que va siempre con ellos a cualquier idioma en que los trasladen. Débese, pues, atribuir esta excelencia, no a la lengua, sino al espíritu de los Españoles, el cual, por cierto género de elevación que tiene sobre las cosas sensibles, está más proporcionado para tratar dignamente (asistido de la divina gracia) las soberanas y celestes.

§. XXII

69. {Varia erudición} Uno de los principalísimos capítulos, por donde en la gloria literaria se juzgan superiores a nosotros los Extranjeros, es la amplitud de capacidad para abarcar materias y facultades diferentes. Es cierto, que en otras Naciones es más frecuente que en España aplicarse un mismo sujeto a dos, ó tres, ó más Facultades; acá comúnmente no salen de una, a que su inclinación, necesidad, ó destino los aplica: pero esto no depende de falta de comprensión en los Españoles, ni aquello de mayor extensión intelectual en los Extranjeros, como no pocos [443] temerariamente imaginan, sino de otros principios; como son, ya el tener los Españoles, menos vaga la curiosidad, ya el honrado y honesto deseo de perfeccionarse más y más sin término en la Facultad a que por profesión se dedican, ya la falta de comodidad para estudiar muchas. Esta última es la causa más ordinaria. Aunque haya (pongo por ejemplo) en este País que yo habito, ó en aquel que me ha dado nacimiento, algunos espíritus de vastísima comprensión capaces de abarcar muchas Facultades, como es cierto que los hay, de precisión se han de limitar a una ó dos. Faltan profesores que los instruyan en otras, fáltanles libros donde las estudien, fáltanles medios para comprar estos, ó para ir a establecerse donde haya aquellos. Doy que haya libros: ¡cuán difícil es instruirse bien por ellos en cualquiera Facultad, sin el auxilio de voz viva de Maestro! Acuérdome de haber leído en las Confesiones de San Agustín, que en el Santo se admiró como prodigio el que siendo muchacho entendió los libros de las Categorías de Aristóteles, sin que nadie se los explicase. ¡Cuánto más difícil es penetrar, no digo ya las Ecuaciones de la Algebra, ó las Secciones Cónicas de Apolonio, sino aun el segundo libro de los Elementos de Euclides! Así, que del modo que hoy están las cosas, más ingenio ha menester un Español, por lo menos en estas Provincias, para tomar una leve tintura de las Matemáticas, que Extranjero para hacerse Matemático perfecto en su País. En el celebrado Mr. Pascal, uno de los ingenios más sutiles, claros, y penetrantes del mundo, se miró como portento el que sin Maestro alguno se enterase perfectamente de todos los Elementos de Euclides; y en verdad que conozco hasta dos Españoles a quienes sucedió lo mismo.

70. No obstante los grandes estorbos que por acá encontramos para comprender varias ciencias, ha tenido España no pocos hombres iguales en esta parte a los mayores y máximos de otras Naciones. Para cuya demostración exhibiré aquí un catálogo de los que han llegado a mi noticia, en que es preciso entren algunos de los que fueron ya nombrados arriba. [444]

71. Parezcan a la frente de todos dos grandes prodigios del siglo decimoquinto: el primero es el Abulense, cuyo sepulcro justamente está sellado de aquel singularísimo elogio:

Hic stupor est Mundi, qui scibile discutit omne.

Aquí yace el asombro del mundo, que supo cuanto se puede saber. El alto sonido de este Epitafio representará a muchos haberse propasado a lo hiperbólico; pero no es así, porque realmente fue, es, y será siempre asombro del mundo el Abulense. El Padre Antonio Posevino testifica, que a los veinte y dos años de edad sabía casi todas las Ciencias: Cum duo, & viginti annos explevisser, scientias, disciplinasque pene omnes est assecutus. (In Appar. Sacr.) A vista de esto no tiene España que envidiar, ni su Juan Pico de la Mirandola a Italia, ni su Jacobo Critón a Escocia. En efecto parece se demuestra con evidencia, que aún es en más corta edad tenía ya el Abulense recogida en la cabeza la inmensa erudición que después esparció en tantos volúmenes. Sin embargo de haber arrebatado la muerte a este gran Varón a los cuarenta años de edad, fue tanto lo que escribió que Auberto Mireo hizo la cuenta de que a cada día de su vida, contándolos todos desde su nacimiento, corresponde pliego y medio de escritura; en cuya atención, lo sumo que se le puede retardar su aplicación a escribir, es, suponiendo que empezase a hacerlo al llegar a los veinte años. De este modo corresponden tres pliegos cada día. Aún esto aparece absolutamente imposible, respecto de otras muchas ocupaciones que tuvo, entre las cuales una fue el viaje y asistencia al Concilio de Basilea. Escribiendo tres pliegos cada día, es manifiesto que no le podía restar tiempo alguno para estudiar, siendo preciso ocuparlo todo en dictar y escribir: luego es consecuencia necesaria, que a los veinte años supiese todo lo que supo un hombre que lo supo todo.

72. El segundo prodigio del siglo decimoquinto fue Fernando de Córdoba, cuya erudición de lenguas celebramos [445] arriba. Tan descuidados somos los Españoles en ostentar nuestras riquezas, que la memoria de este hombre hubiera perecido si los Extranjeros no la hubieran conservado. En efecto, del gran Teatro de París, donde hizo pública demostración de sus muchas y rarísimas prendas, salió a todo el mundo la noticia. Pondré aquí, traducido en Castellano, el testimonio nada sospechoso de nuestro ilustre Abad Juan Tritemio, como se lee en su Cronicón Spanheimense al año 151.

73. «Estando escribiendo esto nos ocurre a la memoria Fernando de Córdoba, el cual siendo joven de veinte años, y graduado ya de Doctor en Artes, Medicina, y Teología, vino de España a Francia el año de 1445, y a toda la Escuela Parisiense asombró con su admirable sabiduría; porque era doctísimo en todas las Facultades pertenecientes a las sagradas Letras, honestísimo en vida y conservación, muy humilde y respetuoso. Sabía de memoria toda la Biblia, los escritos de Nicolao de Lyra, de Santo Tomás de Aquino, de Alejandro de Ales, de Escoto, de S. Buenaventura, y de otros muchos principales Teólogos: también todos los libros de uno y otro Derecho. Asimismo, tenía en uña (como se suele decir) los de Avicena, Galeno, Hipócrates, Aristóteles, Alberto Magno, y otros mucho libros y Comentarios de Filosofía, y Metafísica. En las alegaciones era prontísimo, en la disputa agudísimo. Finalmente, sabía con perfección las lenguas Hebrea, Griega, Latina, Arábiga, y Caldea. Habiéndole enviado el Rey de Castilla por embajador a Roma, en todas las Universidades de Francia e Italia tuvo públicas disputas en que convención a todos, y nadie le convenció a él ni aún en la más mínima cosa. El juicio que de él hicieron los Doctores Parisienses fue vario: unos le tuvieron por Mago: otros sentían lo contrario: y no faltaron quienes dijesen, que un hombre tan prodigiosamente sabio era imposible que no fuese el Anti-Cristo». Hasta aquí Tritemio.

74. Teodoro Gofredo, añade sobre lo que refiere [446] Tritemio, que sabía otras muchas lenguas, jugaba las armas con suma destreza, tañía todo género de instrumentos músicos con gran primor, y pintaba con exquisito arte. No se sabe qué se hizo después este Fénix, ni cuándo murió. Por lo que mira a la sospecha de Magia, que Tritemio atribuye a algunos doctores Parisienses, nada debe embarazarnos. Esta es una cantinela repetida de todos los hombres adornados de dotes sumamente extraordinarias, y fundada únicamente en la ridícula aprensión de que los que se elevan mucho sobre la ordinaria sabiduría, pasan de los términos adonde puede llegar nuestra naturaleza. Llámola aprensión ridícula, porque las facultades discursiva y memorativa del hombre no tiene en lo posible termino alguno. Puede Dios criar hombres más y más hábiles en estas dos facultades (lo mismo en todas las demás), sin encontrar jamás alguna raya de donde no pueda pasar su virtud productiva.

75. Sólo una objeción se me puede proponer, que parecerá a muchos indisoluble; y es, que aún concediendo que la memoria de nuestro Córdoba fuese tan comprensiva y tenaz que retuviese firmemente todo lo que leía una vez, aún subsiste un capítulo de imposibilidad para que supiese de memoria tanto escritos como arriba se dijo. La razón es, porque a los veinte años de edad lo más que se le puede dar son diez y seis ó diez y siete de lectura; y en este espacio de tiempo, aunque estuviese leyendo continuamente, no podía leer tanto número de volúmenes, especialmente si a estos se añaden otros muchos que era preciso estudiar para aprender tantas lenguas. Fuera de que también era imposible dar todo el tiempo a la lectura; pues sobre el que pide para sus comunes menesteres la vida humana, era forzoso reservar una buena porción para aprender a pintar, tañer, esgrimir, &c.

76. Esta objeción, aunque como he dicho, parecerá a muchos un nudo gordiano de imposible solución, se desata fácilmente sólo con advertir, que así como el exceso posible de unos hombres a otros a otros en ingenio, memoria, [447] robustez, agilidad, &c. es inmenso, lo mismo sucede en la velocidad de leer: unos leen con torpísima pesadez, algunos con exquisita agilidad. Hay quien en una hora apenas arriba dos pliegos, y hay quien lee veinte pliegos en una hora. Esto en parte consiste en el menos ó más ágil movimiento de los músculos de los ojos, y en parte en la mayor ó menos prontitud mental en percibir la figura, complexión, y significación de los caracteres. Como esta es una habilidad que no da estimación a la persona, podré, sin faltar a la modestia, decir, que yo soy algo feliz sobre este capítulo; pues aplicándome con algún conato, leo mentalmente doblado de lo que un hombre de lengua veloz puede articular. Habrá quien lea con duplicada ó triplicada velocidad que yo, por el principio que acabamos de establecer. Esto supuesto, se convence naturalmente posible, que Fernando de Córdoba a los veinte años tuviese leídos, no una sola, sino dos y tres veces los libros que se expresaron arriba. Esta apología puede servir también a Juan Pico de la Mirandola, que padeció en la aprensión de muchos la misma calumnia; pues aunque ya le defendió de ella muy de intento Gabriel Naudé en su docto libro, intitulado: Apología por los grandes hombres sospechados de Magia, como no se hizo cargo de la objeción que hemos propuesto, ni para él ni para otros está por demás lo que acabamos de razonar sobre su asunto.

77. Los dos Héroes literarios que hemos nombrado, bastan para honra de la Nación; pues no hay otra alguna que pueda jactarse de tener otros dos iguales a estos, ni se encuentran entre todas las Extranjeras juntas, sino otros dos, el Italiano Juan Pico, y el Escocés Jacobo Critón. Sin embargo añadiremos otros algunos Españoles, que fueron admirados por su vasta erudición. [448]

{(a) Aunque nadie puede justamente acusarnos de haber omitido no pocos Españoles que pudieran tener lugar en el catálogo de los que fueron dotados de amplísima erudición; ya porque sería tedioso al lector engrosar mucho su número, ya porque no llegando la amplitud [447] de erudición a cierto punto en que pueda, admirarse como portento, no da algún especial lustre a la Nación; contemplamos no obstante, que uno de los omitidos podrá estar justamente quejoso si la omisión no fuese puramente ocasionada de falta de ocurrencia a la memoria; porque le falta poco ó nada para hombrear con aquellos dos milagros Españoles, el Abulense, y Fernando de Córdoba. Este es el famoso Lusitano Fr. Francisco Macedo, del Orden Seráfico, grande esplendor de su Religión y de su patria. Copiaré aquí lo primero lo que de este gran Varón dice el señor Don Juan Brancaccio en su Ars memoriae vindicata, pág. 179, traduciéndolo del Latino a nuestro idioma.

2. «El Padre Francisco Macedo:::: fue eximio Teólogo, Filósofo insigne, peritísimo en uno y otro Derecho Civil y Canónico, Orador elocuente, Poeta de admirable facilidad; de modo, que preguntado sobre cualquiera asunto, al momento daba respuesta en verso. Sabía las Historias de todos los Pueblos, de todas las Edades, las Sucesiones de los Imperios, la Historia Eclesiástica. Poseía, fuera de la nativa, veinte y dos lenguas. Tenía de memoria todas las obras de Cicerón, de Salustio, de Tito Livio, de César, Curcio, Paterculo, Suetonio Tácito, Virgilio, Ovidio, Horacio, Catulo, Tibulo, Propercio, Estacio, Silio, Claudiano::: No se halló cosa tan obscura ó impenetrable en algún Escritor antiguo, Latino, Griego, ó Hebreo, preguntado sobre la cual no respondiese al punto. Era ciertamente Biblioteca de todas las Ciencias, y Oráculo común de toda Europa.»

3. Refiere luego el señor Brancaccio las Conclusiones que con asombro del mundo sustentó en Venecia por espacio de ocho días, dando libertad a todos los que concurriesen para que le propusiesen ó preguntasen lo que cada uno quisiese sobre una amplitud de materia admirable, que ofreció al público, divididas en los siguientes capítulos.

I

De la Sagrada Escritura, así del Viejo, como del Nuevo Testamento, de sus sentidos, versiones, e interpretaciones.

II

De la serie de los Pontífices Romanos, sucesión, y autoridad suprema; de los Concilios Ecuménicos, de sus Causas, Presidente, y Doctrina. [449]

III

De la Historia Eclesiástica, así de Adán hasta Cristo, como desde Cristo hasta el año presente.

IV

De la edad, y doctrina de los Santos Padres Latinos, y Griegos: principalmente de San Agustín, cuyas Obras se expondrán, traeránse las Sentencias, y se defenderán.

V

De toda la Filosofía, y teología Especulativa, y Moral, y de sus Escuelas; especialmente de la Escótica, Tomística, y Jesuítica: de los sagrados Cánones, Institutos, y libros del Derecho Civil.

VI

De la Historia Griega, Latina, Bárbara; especialmente de la Italia, y Venecia.

VII

De la Retórica, de su arte, y método reducido a uso; de modo que orará de repente a cualquiera asunto que se le ponga. Paréceme que este es el sentido de la cláusula: Ad usum ita redacta, tu quamcumpque quis quaestionem dicenti ponat, de ea ex tempore dicentem audiat; pues responder precisamente a las preguntas que se hiciesen en esta materia, nada tendría de admirable. Sin duda, que de ea ex tempore dicentem audiat; significa mucho más.

VIII

De la Poética, según la mente de Aristóteles, de sus formas, y versos: de los Poetas principales Griegos, Latinos, Italianos, Españoles, Franceses; y cualquiera materia que se le proponga, prontamente la descubrirá en verso.

4. No nos dice el señor Brancaccio qué suceso tuvo este desafío literario; pero le explica el Padre Arcángelo de Parma en una Carta, que sobre el asunto escribió al Cardenal de Noris. Estas Tesis (dice, hablando de las de arriba propuestas), recibidas de todos con suma expectación y admiración, mantuvo el Padre Macedo con felicísimo suceso; hallándose presentes muchos Senadores, y Nobles de la República, y gran número de Doctores, y Religiosos, aún de los Extranjeros que la fama había atraído. Tentáronle con innumerables preguntas, y argumentos varios Doctores, y Maestros de todas las Ordenes, respondiendo él a todos, como si tuviese muy de antemano meditadas las respuestas; con tanta felicidad, que nunca se le vio titubear, dudar, ,ó detenerse; antes sucedió muchas veces [450] que olvidándose los Arguyentes de algo que iban a proponer, ó recitándolo mal, él les sugería lo que debían decir, ó corregía lo que habían dicho. Entre quienes hubo uno, que había citado mal un texto de la Escritura; otro, que había olvidado un pasaje de Virgilio; y otro, que había alegado algunos Autores sospechosos a favor de su sentencia. Al primero, pues, corrigió el texto de la Escritura; al segundo suministró los versos de Virgilio; y al tercero, removiendo los Autores sospechosos, substituyó por ellos a otros idóneos.

5. En Roma hizo otra prueba semejante, manteniendo Conclusiones por tres días de Omni scibili, que es la expresión de que usa el Conde Julio Clemente Scot, que lo refiere.

6. Lamentó un Autor la escasez de la fortuna con un hombre tan grande, con las propias voces con que el Padre Macedo en una de sus Obras había lamentado lo poco que había sido atendido de la suerte el sabio Abad Hilarión Rancati: Et tamen tantus hic vir domesticis dumtaxàt insignitus honoribus, occubuit, & Monastico indutus habitu sepelitur.

78. De Luis Vives dice Isaac Bullart, que adquirió un conocimiento tan universal de las letras, que asombró a los máximos Maestros de las más célebres Academias Europeas: [449] Quarum tam universalem notitiam sibi comparavit, ut maximos celeberrimarum Academiarum Europae Magistros in sui admirationem rapuerit (Apud Popebl.) [450]

79. De Antonio de Nebrija, conocido en nuestras Aulas sólo por un Gramático insigne, se lee lo siguiente en el gran Diccionario Histórico: Habiendo estudiado en Salamanca, y después pasado a Italia, paró en la Universidad de Bolonia, donde adquirió una literatura tan universal que generalmente le acreditó, no sólo de un docto Gramático, mas aún del hombre más sabio de su tiempo. Demás de las lenguas, y las bellas letras, sabía también las Matemáticas, Jurisprudencia, Medicina, y Teología, &c.

80. En Pedro Chacon celebró el Tuano un conocimiento universal y profundo de todas las ciencias: Vir exquisita in omni scientiarum genere cognitione clarus (lib. 4.). Jano Nicio Eritro le llamó Tesoro lleno de todas las doctrinas (apud Popebl.).

81. Cuando no fuese notoria la vastísima erudición de Benito Arias Montano, bastaría para acreditarla el testimonio de Justo Lipsio, el cual en una Epístola le dice que en él se hallan juntas todas las doctrinas, que divididas se hacen admirar en otros hombres: Quae singula mirari in homine solemus, Benedicte Aria, ea consecutum te possum dicere universia.

82. El Padre Martín Delrío, Español por origen, aunque Flamenco por nacimiento, fue otro prodigio de doctrina [451] universal. Auberto Mireo sienta que se había enterado tan perfectamente de todos los Poetas, Oradores, Historiadores sagrados, y profanos, Filósofos, Teólogos, en fin de los Escritores de todas las Ciencias, que parecía que ya sabía todo lo que se puede saber. Antonio Sandero le llama Varón de los máximos de su siglo, Poeta, Orador, Historiador, Jurisconsulto, Teólogo, y peritísimo en varios idiomas. Podría añadir: Expositor insigne de la Escritura. Ni es para omitir lo que de él afirma el Bibliotecario Jesuita Felipe Alegambe, que a los diez y nueve años de edad compuso unas Anotaciones ó Enmiendas a Séneca, donde juntó y examinó con profundo juicio sentencias de mil y cien Autores, poco ó menos.

§. XXIII

83. Añado, que en estos tiempos he conocido ingenios capaces de adquirir toda la erudición que pasado catálogo, exceptuando los dos primeros. Tal fue Don Francisco Bernardo de Quirós y Benavides, natural de este País, y de la primera nobleza de él, Teniente Coronel del Regimiento de Asturias, que murió lastimosamente de edad temprana en la batalla de Zaragoza. Era sujeto de exquisita vivacidad y penetración, de portentosa facilidad y elegancia en explicarse, de admirable facultad memorativa, insigne Poeta, Historiador, Humanista, Matemático, Filósofo. Sobre todo, la valentía de su numen poético, y la gracia y agudeza de su conversación, tanto en lo festivo como en lo serio, excedían a cuanto yo puedo explicar. Certifico, que las pocas veces que logré oírle, me tenía absorto y sin aliento para hablar una palabra, tanto por no interrumpir la corriente de las preciosidades que derramaba, cuanto por conocer que todo lo que yo podría decir parecía cosa vil a vista de la variedad y hermosura de sus noticias, juntas con la facilidad, energía, y delicadeza de sus expresiones.

84. Mi Religión tiene un sujeto que en la edad de treinta y cinco años es un milagro de erudición en todo [452] género de letras divinas y humanas. En cualquiera materia que se toque, da tan prontas, tan individuadas las noticias, que no parece se oyen de su boca sino que se leen en los mismos Autores de donde las bebió. Es de tan feliz memoria, como de ágil y penetrante discurso, por lo que las muchas especies que vierte a todos asuntos, salen apuradas con una sutil y juiciosa crítica. En sujeto tan admirable sólo se reconoce un defecto, y es, que peca de nimia ó muy delicada su modestia. Es tan enemigo de que le aplaudan, que huye de que le conozcan. De aquí, y de su grande amor al retiro de su estudio pende, que asistiendo en un gran teatro es tan ignorado como si viviese en un desierto. Bien veo que el lector querría conocer a un sujeto de tan peregrinas prendas; pero no me atrevo a nombrarle, porque sé que es ofenderle.

85. La ternura del filial afecto no me permite dejar de hacer aquí alguna memoria de mi padre y señor Don Antonio Feijoo Montenegro, a quien celebraré, no por lo que fue en materia de literatura, sino por lo que pudiera ser, si por destino hubiese aplicado a ella los extraordinarios talentos con que le había adornado la naturaleza; bien que tuvo lo que sobraba para su estado. Era dotado de una memoria facilísima en aprender, y firme igualmente en retener. Oí decir a un Condiscípulo suyo, que siendo niño estudiaba trescientos versos de Virgilio en una hora. La claridad y prontitud del discurso no eran inferiores a la tenacidad de la memoria. No gastó más tiempo en estudiar la Gramática que un año; y puedo asegurar que no vi Gramático más perfecto. Sucedió alguna vez por apuesta dictar cuatro cartas a un tiempo. Ya sé que quedaba muy inferior a Julio César, el cual dictaba siete. Era facilísimo en la Poesía. Vile varias veces dictar dos y tres hojas de muy hermosos versos, sin que el amanuense suspendiese la pluma ni un instante. Tenía sazonadísimos dichos. Podría de los que me acuerdo hacer una tercera parte de la Floresta Española; pero esta gracia sólo se gozaba en el trato con los de afuera, porque con los domésticos [453] mantenía siempre una seriedad rígida. Gozaba una facilidad maravillosa en la conversación, ora fuese grave, ora festiva. Ya por ella, ya por la abundantísima copia de noticias en todo género de asuntos, lograba siempre una superioridad como despótica en cualesquiera concurrencias; de suerte, que aún los sujetos de superior carácter al suyo, le escuchaban con aquel género de respeto con que mira el humilde al poderoso. Duélome que no me dejó la herencia, sino la envidia de sus talentos; pero mucho más la de sus cristianas virtudes, que en nada fueron desiguales a sus intelectuales dotes.

§. XXIV

86. {Inventiva} Para acabar de vindicar el crédito de los ingenios Españoles de las limitaciones que les ponen los Extranjeros, aún nos resta un capítulo substancial sobre que discurrir, que es el de la invención. Conceden a la verdad muchos a nuestros Nacionales habilidad y penetración para discurrir sobre cualesquiera ciencias y artes; pero negándoles aquella facultad intelectual, llamada Inventiva, que se requiere para nuevos descubrimientos: que es lo mismo que decir, que cultivan bien el terreno que encuentran desmontado, ó profundan la mina que les entregan descubierta; pero les falta fuerza para desmontar el terreno, ó sagacidad para descubrir la mina. Sobre cuyo asunto nos dan en los ojos con los innumerables inventos, que en todo género de materias han ennoblecido a otras Naciones, pretendiendo que la nuestra apenas puede ostentar alguno, que sea producción suya.

87. Si quisiese decir, que los nuevos inventos son más hijos del acaso que del ingenio, y por consiguiente en esta parte los Extranjeros no pueden pretender sobre los Españoles otra prerrogativa que la de más afortunados, diría lo que mucho ha dicho con gran fundamento Bacon de Verulamio. Bertoldo Schuvart, inventor (según la opinión común) de la pólvora, estaba muy lejos de buscar con designio formado esta furiosa composición. Mostróle su actividad el acaso de saltar una chispa en los materiales que [454] tenía prevenidos para otro efecto. Jacobo Mecio encontró el Telescopio, sin haber pensado jamás en tal cosa, por la casualidad de mirar dos vidrios puestos en rectitud uno y otro a tal distancia; cuya formación destinaba a otro intento muy diferente. El uso de la aguja tocada del imán para observar el Polo, es evidente que no fue descubierto por alguna meditación ordenada a ese fin, sino por la imprevista y accidental observación de su dirección a aquel punto de la esfera. Las más exquisitas preparaciones de los metales no se buscaban cuando se lograron. Presentólas el acaso en el curso de las operaciones destinadas a la quimérica investigación de la Piedra Filosofal. De suerte, que esto de inventar, por lo común es mera felicidad; sucediendo lo que al Labrador que arando el campo descubre un tesoro; ó lo que al otro que revolviendo mucha tierra para descubrir un tesoro, hizo muy fructífero el campo. Finalmente, puede humillar la vanidad de los Inventores la consideración que de esta gloria también participan algunos brutos. Traslado a la Medicina, que a ellos se reconoce deudora del descubrimiento de varios remedios; como a la ave Ibis de la ayuda ó clyster, al Hipopótamo de la sangría, al Ciervo del dictamno, a la Golondrina de la Celedonia,&c.

88. Pero ahora sea la invención parto del arte, ó de la fortuna, mostraremos que España no ha padecido sobre este capítulo la infecundidad que se le atribuye, sacando a la luz varios inventos que debe el mundo a nuestra Región.

89. Por lo que dice Strabon, tratando de España, se colige claramente que la invención de máquinas para sacar los metales de las minas, y así mismo la de las preparaciones necesarias para purificar el oro (entrambas, como es claro, utilísimas) fueron producción de los Españoles, a quienes celebra como ingeniosísimos sobre todas las Naciones del Orbe en este género de operaciones.

90. Plinio, lib. 25, cap. 8, dice (como ya apuntamos arriba), que los Españoles descubrieron más hierbas medicinales que las demás Naciones. [455]

91. Los Españoles fueron los primeros que navegaron por altura de Polo, inventando instrumentos para su observación, según refiere Manuel Pimentel en su Arte de navegar.

92. El Conde Pedro Navarro, guerrero igualmente bravo que ingenioso, en tiempo de los Reyes Católicos inventó para la expugnación de las Plazas el uso de las minas, aquella horrible máquina que hace el milagro de que vuelen, no sólo los hombres mas aun murallas y riscos. La introducción de la pólvora en los cañones imitaba trueno y rayos: su aplicación a las minas excede el horror de los terremotos.

93. El Ilustrísimo Antonio Agustino fue el primer Autor de la ciencia Medallística, auxilio grande para la Historia; pues la luz que dan las inscripciones, figuras, y adornos de las medallas, ilustra muchos espacio de la antigüedad, cubiertos antes de expesas sombras. Siguióle Fulvio Ursino en Italia, Wolfango Lacio en Alemania, Uberto Goltzio en Flandes. Recayó después este estudio en los Franceses, que hoy la cultivan con grande aplicación. Y veis aquí en España, donde tuvo su origen este noble arte, se estuvo después mano sobre mano, sin que algún hijo suyo haya querido contribuir algo a su perfección. Aún he dicho poco. Creo que hay poquísimos en España, que sepan que este sepan que este arte, con cuyo estudio hacen hoy tanto ruido los Extranjeros trabajando en él, con innumerables escritos, debe su nacimiento a un Español. Notable es nuestro descuido en todo lo que toca a nuestra gloria. El libro que escribió Antonio Agustino sobre la expresada materia se ha hecho tan raro, que un Inglés, que el año pasado andaba buscando en España libros exquisitos para algunas Bibliotecas Anglicanas, y deseaba con grandes ansias algunos ejemplares de aquel, sólo pudo encontrar uno, por el cual dio cincuenta doblones, publicando que daría el mismo precio por otro cualquiera que se hallase. Quisieran que por lo menos imitásemos a los Rodios, los cuales, según cuenta Plinio, aunque antes no hacían caso de [456] las Obras del insigne Pintor Protógenes, paisano suyo, empezaron a estimarlas desde que vieron que un Extranjero las compraba a precio muy subido.

94. La famosa Doña Oliva de Sabuco descubrió para el uso de la Medicina el Suco nervéo, que a tantos millares de Médicos, y por tantos siglos se había ocultado; hasta que los ojos linces de esta sagacísima Española vieron aquel tenuísimo licor a quien debemos la conservación de la vida, mientras goza su estado natural, y que ocasiona infinitas enfermedades con su corrupción. El descuido de los Españoles con esta invención aun fue mayor que con la antecedente; pues se olvidó tanto por acá, así ella como su Autora, que después se esparció por el mundo como descubrimiento hecho por algún ingenio Anglicano.

95. Las invenciones de varias máquinas hechas por los Españoles en la América para desagües de las minas, beneficio de los metales, labor de azúcar y tabaco, merecen que se haga esta general memoria de ellas; pero individuarlas sería cosa prolija. Sólo haré mención particular de los hornos de Guancabelica, y de La Habana para la fundición del azogue, y formación de la azúcar, donde sin otro combustible que paja, por la disposición interior de la oficina, se enciende un fuego más activo que si fuera de encina ó roble.

96. Hay hoy en Madrid un Artífice ingeniosísimo de peregrina inventiva, llamado Sebastián Flores, del cual me escribió lo siguiente, habrá cosa de ocho meses, un Personaje digno de toda fe:

97. «Sebastián de Flores, Maestro Cerrajero, y quien trabaja con perfección de cuchillería, ha inventado y tiene puesto un torno en que se hacen todo género de monturas de hierro en cualquier pieza que pese de media libra hasta cien arrobas, en cuyo uso sólo se ocupan dos hombres, uno para mover la rueda y otros para moldar; habiendo acertado a dar a los hierros un temple durable, y con que trabajan con tanta facilidad como si fuera en cera. Con este artificio se hace en un día lo que en [457] otros tornos se tardan diez; y trabajando a mano el más largo Oficial, no puede acabarlo en cuatro meses. El mismo ha inventado unos moldes en que amoldar el hierro para remates, botones, y varias hojas, y adornos de rejas; de forma, que lo que el más diestro Oficial hace en un día, se consigue con imponderable perfección en una hora.»

98. Del mismo Artífice se me avisó en otra Carta, que inventó modo nuevo de hacer acero del hierro, de que se hizo examen delante de los Diputados que para este efecto señaló la Junta de Comercio, entregándole sellada con marca particular una barra de hierro, la cual les volvió convertida en acero. Pide que le den veinte años de franqueza, y se obliga a dar el acero más barato en una tercera parte que el que venden los Extranjeros; cuya proposición ha algún tiempo que se examina en la Junta de Comercio.

99. Don Nicolás Peinado y Valenzuela, natural de Villa de Moya, de profesión Matemático, Ingeniero agudísimo, y Maestro principal de Moneda que ha sido en el Real Ingenio de Cuenca adelantó y perfeccionó poco ha con una preciosísima invención la máquina de que para este efecto se servían en Holanda, y Portugal, con que la quitó el riesgo que tenía para los Obreros, la hizo de más dulce y fácil manejo; y lo más admirable es, que habiendo aumentado la potencia motriz de la máquina, lo que necesariamente hace más tardo el movimiento, se logra sin embargo tirar una cuarta más de planta que antes.

100. De intento he reservado para el fin, por cerrar con llave de oro este Discurso y todo el libro, la más noble invención Española, y que con gran derecho puede pretender la preferencia sobre las más ilustres de todo el resto del mundo. Esta es el arte de hacer hablar los mudos, que los son por sordera nativa. La gloria que resulta a España de este gran descubrimiento, se la debe España a la Religión de San Benito, pues fue su Autor nuestro Monje Fr. Pedro Ponce, hijo del Real monasterio de Sahagún. Dan fe de [458] ello, demás de nuestra Cronista el Maestro Yepes, Francisco Valles en su Filosofía Sacra, cap. 3, y el Maestro Ambrosio de Morales en el libro que escribió de las antigüedades de España. Valles en el testimonio que da del hecho, dice que el inventor era no sólo conocido, sino amigo suyo: Petrus Pontius, Monachus Sancti Benedicti, amicus meus, qui (res mirabilis!) natos surdos docebat loqui, &c. Pedro Ponce, Benedictino, amigo mío, el cual (¡cosa admirable!) enseñaba a hablar a los sordos de nacimiento, &c. Ambrosio de Morales, que fue testigo del hecho, hablando de los sujetos eminentes de España señala dos singularísimos, uno en las fuerzas corporales, otro en la valentía de ingenio; de los cuales el primero es Diego García de Paredes, aquel robustísimo jayán a cuya pujanza invencible apenas resistían murallas de diamante: el segundo nuestro Monje Fr. Pedro Ponce, del cual habla en esta forma:

101. «Otro insigne Español, de ingenio peregrino e industria increíble (si no la hubiéramos visto) es el que ha enseñado hablar los mudos con arte perfecta que él ha inventado, y es el Padre Fr. Pedro Ponce, Monje del Orden de San Benito, que ha mostrado hablar a dos hermanos y una hermana del Condestable mudos, y ahora muestra a un hijo del Justicia de Aragón. Y para que la maravilla sea mayor, quédanse con la sordedad profundísima, que les causa el no hablar: así se les habla por señas, o se les escribe, y ellos responden luego de palabra, y también escriben muy concertadamente una carta, y cualquier cosa». Prosigue Morales diciendo que tenía en su poder un papel escrito por uno de los hermanos del Condestable, llamado Don Pedro de Velasco, en el cual refería cómo el Padre Ponce le había enseñado a hablar.

102. Este arte sigue orden inverso respecto de la común enseñanza; pues como en lo regular primero, aprenden los hombres a hablar y después a escribir, aquí primero se les enseña a escribir y después a hablar. Dase principio por la escritura de todas las letras del Alfabeto: [459] consiguientemente se les instruye en la articulación propia de cada letra, mostrándoles la inflexión. Movimiento, y positura de lengua, dientes, y labios, que pide dicha articulación: pásase después a la unión de unas letras con otras para formar las palabras, &c.

103. Una cosa es sumamente admirable en el inventor de este arte; y es, que no sólo le inventase, sino que le pusiese en su perfección, como consta del testimonio de Ambrosio de Morales. Para que se comprenda la suma dificultad que esto tiene en la materia presente, se debe notar, que al contrario de otras invenciones donde hecho el primer descubrimiento encuentra el discurso todos los progresos (digámoslo así) a paso llano; en el arte de enseñar hablar los mudos los progresos son mucho más difíciles que el principio. Apenas se da paso en la instrucción, que no haya costado al inventor un grande esfuerzo de ingenio.

104. Aquí ocurre motivo para lamentarnos de la común fatalidad de los Españoles de dos siglos a esta parte, que las riquezas de su País, sin exceptuar aquellas que son producción del ingenio, las hayan de gozar los Extranjeros, que ellos. Nació en España el arte que enseña a hablar los mudos; y pienso que no hay, ni hubo mucho tiempo ha en España quien quisiese cultivarla y aprovecharse de ella, al paso que los Extranjeros se han utilizado y utilizan muy bien en esta invención:

Sic vos, non vobis, mellificatis apes.

105. De las Memorias de Trevoux del año 1701 consta, que Mr. Wallis, Profesor de Matemáticas en la Universidad de Oxford, y Mr. Amman, Médico Holandés, ejercieron felizmente este arte en beneficio de muchos mudos a los fines del siglo pasado y principios del presente. Uno y otro dieron a luz el método de enseñarlos; primero el Inglés, después el Holandés. Y lo que se debe extrañar en dichas Memorias es, que le dan el nombre de Nuevo Método, como si alguno de ellos ó entrambos fuesen los [160] inventores habiendo ciento y cincuenta años antes discurrido y ejercitando el mismo método nuestro Benedictino Español: Si vos, non vobis, vellera fertis oves.

Adición

106. Entre los Españoles célebres por su varia erudición se omitieron dos singularísimos: el uno por falta de ocurrencia, el otro por no tener más que unas noticias confusas de él cuando escribíamos sobre aquel artículo; y a uno y otro debemos especial memoria, no sólo por sus portentosos talentos, mas también porque uno y otro fueron en cierto modo hijos espirituales de nuestras Religión, habiendo recibido entrambos el sagrado Bautismo en nuestro Monasterio Parroquial de San Martín de Madrid.

107. El primero es el Ilustrísimo señor Caramuel, cuya gloria no sólo toca a la Religión Benedictina, por el capítulo expresado; pero también por otro más propio, pues no sólo profesó nuestra Santa Regla en la Congregación Cisterciense, sino que también fue dignísimo Abad de Monasterios Benedictinos: hombre verdaderamente divino, cuya universal y eminente erudición está inconcusamente acreditada con los innumerables volúmenes que dio a luz, y admira el mundo en todo género de letras. Aún sus mismos enemigos, como lo fue el Autor del Anticaramuel, le confiesan ingenio como ocho; esto es, en el supremo grado: y un Autor citado en el Gran Diccionario Histórico no dudó en asegurar que si Dios dejase perecer las Ciencias todas en todas las Universidades del mundo, como Caramuel se conservase, él sólo bastaría para restablecerlas en el ser que hoy tienen. Pero el más sólido blasón de Caramuel es haber convertido con la fuerza y sutileza de sus argumentos treinta y seis mil herejes a la Religión Católica.

108. El segundo es un niño de nueve a diez años, que [461] hoy vive en París y es asombro de París y de toda la Francia. La Gaceta de España dio noticia de él, como de un rarísimo milagro, cuando no tenía más que seis años. Pero no acordándome yo con individuación de lo que decía de él, solicité por medio de un amigo información exacta de la literatura de este niño prodigioso en el estado presente; la que conseguí en una carta que el amigo me remitió de otro suyo a quien había preguntado, porque sabía que este había recibido una relación puntual de París sobre el asunto. La carta llegó a mis manos ya concluido este Discurso, y es del tenor siguiente:

109. «Amigo, y señor mío: No es fácil que pueda yo complacer a V.md. plenamente, como quisiera, en la especificación de todas las circunstancias que hacen extraordinario y prodigioso el célebre Españolito que ha hecho y hace la justa admiración de París, y del mundo todo. No es fácil, digo, porque la relación puntual que tuve y leí a V.md. del portentoso progreso de este niño, habiéndola recibido en Madrid ya con el pie en el estribo para Badajoz, no sé qué hice de ella; y la que yo puedo hacer de memoria, será muy imperfecta. Lo que puedo decir a V.md. es, que el tal niño nació en Madrid el año de 1721, y se bautizó en la Parroquia de San Martín. No me acuerdo a punto fijo quienes fueron sus padres y sólo sé, que desde sus primeros años se encargó el Abate Duplesis (entonces Bibliotecario del Rey) de su educación de modo, que cuando el niño empezó a hablar se halló en los brazos de tan insigne Maestro; porque es menester saber que este Francés es el más hábil hombre que yo he tratado en el conocimiento de las lenguas Griega, Latina, Inglesa, Italiana, Española, y la suya natural; y asimismo el más ameno en todo género de la más selecta erudición. La aplicación incomparable, pues, de este hombre, todo dedicado a formar un prodigio de este niño, consiguió que a la edad de ocho años aún no cumplidos le tuviese en estado de producirlo públicamente en Versalles, presentarlo al Cardenal de [462] Fleuri, y exponerlo a que el que quisiese le propusiese cuestiones sobre la Física, y sobre las partes más especiosas de la Matemática, como son la Astronomía, la Optica, la Perspectiva, la Arquitectura Militar, &c. A las que satisfizo de repente. Asimismo explicó los lugares más difíciles de Homero, Anacreonte, Aristófanes, Horacio, Virgilio, el Taso, el Ariosto, Boileau, Racine, Voiture, la Fontaine, Góngora, Quevedo, y otros Poetas Griegos, Latinos, Italianos, Franceses, y Españoles, con suspensión de los que por muchos días le examinaron. Mostró también tener bastante conocimiento y gusto en la música, y un discernimiento singular de los más célebres Pintores por el estilo de sus obras, esto es lo más esencial, pero son otras muchas las particularidades de que consta la relación que tuve; y bien sé que en las Gacetas de Amsterdam del principio del año 1729 se habló de este niño como de un asombro. Después he sabido, que todo París a porfía ha enriquecido con dádivas al Españolito; y que siguiendo el Estado Eclesiástico, será uno de los Clérigos más acomodados de Francia, según lo que ha captado la voluntad del Cardenal de Fleuri, y de los Príncipes de la Sangre, &c.»

110. Este niño tuvo la dicha de caer en manos de un Maestro igualmente hábil para su enseñanza, que celoso de su aprovechamiento. ¡Oh cuántos habría de estos en España, si muchos lograsen la misma dicha! Aquí me ocurre lo de Paulo Merula, que aunque Holandés, hablando de los Españoles alaba la excelencia de su ingenio, y se lastima de la infelicidad de su enseñanza: Faelices ingenio, infaeliceter discunt. Cosmogr. part. 2, lib. 2, cap. 8.

O. S. C. S. R. E.


{Feijoo, Teatro crítico universal, tomo cuarto (1730). Texto según la edición de Madrid 1775 (por D. Blas Morán, a costa de la Real Compañía de Impresores y Libreros), tomo cuarto (nueva impresión, en la cual van puestas las adiciones del Suplemento en sus lugares), páginas 399-462.}