Tomo quinto ❦ Discurso séptimo
El aforismo exterminador
§. I
1. Este infame epíteto doy al Aforismo 52. del libro segundo de Hipócrates, de quien si dijere que quitó la vida a más de cien millones de hombres, aun quedaré muy corto. A tan famoso homicida, justo es se haga plaza en este Teatro, donde todo el mundo vea su suplicio. [161]
2. Tal es el Aforismo, mejor diré sentencia capital, de que hablamos: Omnia secundum rationem facienti, si non succedat secundum rationem, non est traseundum ad aliud, suppetente quod ab initio probaberis. Quiere decir: Cuando el Médico obra en todo conforme a razón, aunque el suceso no corresponda a su deseo, no ha de mudar el modo de curación, sino insistir o proseguir en el que al principio juzgó conveniente.
§. II
3. Cuán horrible estrago haya hecho en los míseros mortales este pestilencial Aforismo, se conocerá fácilmente, considerando que cuantos homicidios cometieron hasta ahora los malos Médicos por su detestable contumacia en proseguir el rumbo curativo que erraron desde el principio de la enfermedad, todos fueron ocasionados de este Aforismo. Supongo que no hay Médico alguno, que al empezar a recetar, no juzgue que obra conforme a razón. Sucede a cada paso, que ejecutando todo lo que ordena, el enfermo empeora. ¿Qué dicta aquí la luz natural? Que se mude de rumbo, o se deje la cura por cuenta de la naturaleza. Pero eso es lo que no hará el Médico; porque el Aforismo le manda, que obrando según razón, prosiga, aunque el efecto no corresponda. En que obró según razón no pone duda; y tanto más asegurado estará de eso, cuanto sea más rudo; con que si empezó sangrando, aunque vea que ejecutada la primera sangría se sigue decadencia en las fuerzas, ordena la segunda; y aunque ejecutada la segunda se aumente la postración, se pasa a la tercera.
4. Ya se ve que está clamando la experiencia, y a veces [162] claman también los asistentes, parientes, y amigos del enfermo contra el proceder del Médico; pero éste ancorado en su Aforismo afirma que aquello es lo que conviene, que las sangrías están legítimamente indicadas, que si no se ha seguido el efecto deseado, es porque la evacuación de sangre que se ha hecho, no fue la que bastaba para satisfacer a la indicación; que así se debe proseguir en ella hasta lograr el intento. No importa que contra esto se haga la réplica concluyente, de que si la evacuación de sangre fuese el remedio indicado, ya que la primera o primeras sangrías no sean bastantes para extirpar el mal, por lo menos habían de aliviarle en parte; lo cual no se experimenta, antes lo contrario. No importa, digo, esta réplica, porque contra todas estas baterías sirve de parapeto el Aforismo.
§. III
5. Pero pase ya el Aforismo, y preguntémosle ¿de dónde le consta, que en este caso cumple con él? Esto es, ¿qué principios tiene para juzgar, que empezó obrando en la cura conforme a razón? Satisfará con un texto de Galeno, o de Avicena, o de Valles, o de Pedro Miguel, &c. que en tal ocurrencia ordena la evacuación de sangre. Pero aquí de Dios, y de la razón: Lo primero, ninguno de esos Autores fue Ángel, que no pudiese engañarse; sí hombre como los demás, por consiguiente capaz de errar. Lo segundo, no un Autor sólo, ni dos, ni cuatro, ni diez, sino cien mil enseñan que el fiador más seguro de los aciertos en la Medicina es la experiencia; y la experiencia en este caso muestra que la evacuación de la sangre no sirve, antes daña. Lo tercero, es máxima inconcusa entre los Médicos, que a juvantibos, & nocentibus sumitur indicatio: esto es, que según corresponden los efectos a los medicamentos, se debe hacer juicio de que son útiles o nocivos. Si el remedio alivia algo al enfermo, se debe hacer juicio que es útil: si al uso del remedio se sigue alguna peoría es nocivo. ¿Pues cómo se desatiende una máxima tan común y tan segura de la [163] profesión Médica, por seguir el precepto particular de uno u otro Autor? Lo cuarto, no puede tener seguridad alguna el Médico de que el texto que cita sea adaptable o determinado al caso presente, en el cual pueden concurrir tales circunstancias que si se hallase en ellas el mismo Autor alegado no ordenaría evacuación de sangre. De hecho cada día sucede discrepar dos Médicos en el dictamen curativo de un enfermo, negando cada uno que los textos que el otro alega, sean del caso.
§. IV
6. Opondráseme lo primero, que el sentido de Aforismo no es que haya de continuar el mismo rumbo aquel Médico que erradamente juzga que obra según razón, sino el que realmente obra según razón. Respondo concediendo, que es así. ¿Más qué tenemos con eso? El mismo Médico que yerra el juicio, hace juicio reflejo de que realmente acierta; y como él es quien decide si ha de proseguir o no por el camino que tomó, infaliblemente se sigue del Aforismo, que prosiga errando, el mismo que empezó errando.
7. Opondráseme lo segundo, que el Aforismo se debe entender, no en los casos en que ejecutado el remedio el enfermo empeora, si sólo en aquellos en que no se observa ni mejoría ni peoría: pues en estos puede hacer juicio el Médico de que, aunque el medicamento no haya causado aún alivio alguno, continuado le logrará: Respondo, que no ignoro que hay Médicos que entienden de ese modo el Aforismo; pero sé también, que son infinitos los que le entienden y practican del otro; lo que estoy harto de ver, y lamentar. Y a la verdad Hipócrates no puede menos de ser culpado de haber hablado con tanta generalidad, que su sentencia tomada a la letra es aplicable a entrambos casos. Veo que muchos aplauden la concisión de Hipócrates; pero yo quisiera menos concisión y más claridad: pues por sobra de aquella, y falta de esta, se hacen pedazos los Médicos en las Aulas y en los [164] cuartos de los enfermos, sobre si quiso decir esto o aquello.
§. V
8. Puede ser que algunos dificulten el que haya Médicos tan bárbaros, que viendo que a la ejecución de su receta se sigue empeorar el enfermo, continúen con ella. Pero les aseguro, que sucede esto frecuentísimamente. Verdad es, que cuando la peoría es poca o poco perceptible, procuran trampearla, y persuadir con alguna sofistería, que se logró éste o el otro fruto del remedio. Más cuando el daño es tan considerable que no se puede ocultar, se refugian al sagrado del Aforismo, facienti secundum rationem, que es asilo ordinario de Médicos delincuentes. Lo más gracioso, o lo más desgraciado es, que cuando de tal modo se agravan los síntomas, que apenas de que aquel túmulo fue ocasionado del remedio, tienen otra admirable escapatoria, que es decir, que ya lograron descubrir al enemigo. Esto ostentan como un triunfo del arte, aun cuando para sí conocen el daño que hicieron; y la necia credulidad de los oyentes celebra la acción, como que fue gran industria y sabiduría sacar de la emboscada al enemigo oculto y ponerle en campaña rasa, donde le pueden acometer libremente.
9. Volviendo al Aforismo, afirmo que de cualquiera modo que se explique trayéndolo a alguna sana inteligencia, nunca llegará el caso de que sirva de nada. Para cuya demostración pongamos que el Médico juzga firme y rectamente, que eligió en la curación el rumbo que debía. Pongamos también que aunque no ve seguirse a la aplicación del remedio alguna mejoría, con gravísimo fundamento espera que se logre continuando el mismo remedio. Este es el único caso en que puede tener uso el Aforismo: pero en este mismo caso el Aforismo es inútil, y pudo dejársele Hipócrates en el tintero son arriesgar cosa alguna; pues aunque no se hubiera escrito tal Aforismo, es claro que el Médico, en la [165] suposición que se ha dicho, continuará en el rumbo tomado.
§. VI
10. Abandonada, pues, la regla Hipocrática, por nociva en un parte y en otra inútil; la que juzgo se debe seguir en la materia presente, es la de Cornelio Celso. Este Autor, que sin duda fue de excelente juicio, tratando de lo que debe hacer el Médico cuando el medicamento aplicado no logra el efecto que se intenta, resuelve de este modo: Oportet itaque, ubi aliquid non respondet, non tanti putare Auctorem, quanti aegrum; & experiri aliud, atque aliud, sic tamen, ut in acutis morbis cito mutetur quod nihil prodest; in longis, quos tempus ut facit, sic etiam solvit, non statim condemnetur si quid non statim profuit; minus vero removeatur, si quid paululum saltem juvat, quia profectus tempore expletur (lib. 3. cap. I).
11. Esta regla infiere una práctica totalmente opuesta a la que se deduce del Aforismo Hipocrático. Dice, que cuando al medicamento aplicado no corresponde el efecto deseado, se pase a experimentar otros remedios distintos; porque el Médico debe apreciar más la vida del enfermo, que el precepto del Autor por quien se gobernó para la aplicación del remedio. Divinamente advertido; pero rara vez practicado por los malos Médicos, cuya rudeza está tan dominada de una ciega veneración por el Autor o por la Escuela que siguen, que ni aún la muerte puesta delante de los ojos es poderosa para desviarlos de sus preceptos.
12. Añade luego, que debe hacerse distinción entre las enfermedades agudas, y las crónicas: que en aquellas se abandona al instante el medicamento que nada aprovechó, porque siendo tan ejecutivas, no debe perderse un momento; pero en las crónicas, porque conceden mucho mayores treguas, no se condene luego el remedio a quien no se siguió prontamente el alivio. Parece quiere decir, (y es razón legítima) que como las enfermedades crónicas son perezosas en su aumento, lo son también en la [166] declinación: así los remedios obran en ellas muy lentamente: por lo cual, aunque aprovechen, hasta que pase algún tiempo es imperceptible el alivio. Concluye con que no se abandone el remedio que aprovecha algo, por poco que sea.
13. Todo esto es dictado por la recta razón: todo dirige a una práctica prudente y segura; nada deja al arbitrio de un Médico ignorante, o presuntuoso, o alucinado, al paso que el Aforismo Hipocrático constituye por única regla para abandonar o continuar el remedio, la aprehensión del Médico de que fue su elección oportuna, la cual aprehensión en ningún Médico falta; y en los más ignorantes es más fija y tenaz. Confieso, que no quiso Hipócrates que el Médico que eligió mal, pero falsamente aprehende que eligió bien, prosiga por donde empezó. Pero aunque él no quisiese eso, puesta la regla que puso, es preciso se siga eso.
§. VII
14. No faltarán quienes den tal sentido al Aforismo Hipocrático, que de él no se siga ese inconveniente; pero será la explicación violenta y contraria a la letra. ¿Y qué haremos con que uno u otro Médico le den esa explicación, si los demás no la admiten, antes toman el Aforismo como suena? Es Hipócrates Oráculo de los Médicos; pero Oráculo como los del Gentilísmo, cuyas respuestas ambiguas tomaba cada uno como quería. Este Autor dice, que aquel no entienden a Hipócrates; y aquel dice lo mismo de éste. Parece, que traduciendo a Hipócrates del Griego al Latín, le pusieron más Griego que estaba antes.
15. Quede salvo sin embargo su honor a Hipócrates, que le es muy debido. Dejonos este grande hombre copiosísimo aparato de excelentes preceptos, especialmente en la parte prognóstica. Culparle porque haya errado en algunos, es acusarle de que fue hombre. La obscuridad que hallamos en otros, acaso no es tanto suya como [167] nuestra. No quedó obra de aquella y aun de algo menor antigüedad, que no padezca la misma desgracia. La traducción siempre quiebra algo la fuerza expresiva del original. Lo principal es, que el discurso del tiempo altera considerablemente dentro del mismo idioma la significación muchas voces, de que pudiera mostrar innumerables ejemplos en las Lenguas Latina, y Española.
16. Así me parece totalmente ajena de razón la ponderación que hace de la obscuridad de Hipócrates el Doctor Bravo de Sobremonte, sólo a fin de engrandecer a Galeno. Dice, que es la doctrina Hipocrática tan obscura, que hasta que Galeno vino al mundo casi ninguno la entendió. (Tyrocin, Pract. Sect. 3, cap. 3). Lo peor es, que añade, que de intento envolvió Hipócrates en estas tinieblas su doctrina como cosa divina, que debía ocultarse en el sagrario. ¡Qué extravagancia! Cierto, que es dignísimo de alabar su celo, si quiso que su doctrina por escondida, quedase inútil hasta que viniese al mundo un ingenio de aquellos tan portentoso que apenas se logra uno en cinco o seis siglos, cual pretenden el Doctor Sobremonte haya sido el de Galeno. De hecho desde Hipócrates a Galeno pasaron seiscientos años, poco más o menos; y todo este tiempo nada o casi nada sirvió la doctrina Hipocrática al mundo (según la sentencia de Sobremonte), por hacerla ocultado se Autor en el sagrario, como cosa divina.
17. Si alguno quisiere saber, por qué llama el Docto Sobremonte cosa divina a la Medicina Hipocrática, lo hallará explicado con otra extravagancia mayor del mismo Autor en su Disputación Apologética por la Medicina Dogmática, sect. I. resoluc. 8, §. 5. Donde afirma, y prueba con autoridad de Arnaldo de Villanova, que Hipócrates y Galeno adquirieron el Arte Médico por divina revelación. El texto de Villanova es formalísimo: Quibus (Hipócrates, y Galeno) Medicinam divina concessione veraciter, & prefecte novimus esse revelatam. A tanto llega la supersticiosa veneración que a su Hipócrates, y a su Galeno profesan los Médicos de la Escuela común. Pero esto [168] mismo debe servir de excitativo para que los que tienen los ojos abiertos, examinen con más atenta reflexión la doctrina de esos dos Maestros; pues discípulos tan ciegamente apasionados no dificultarán elevar a infalibles misterios los más palpables errores.