Tomo quinto ❦ Discurso décimo
Libros políticos
§. I
1. Apenas se oye alguna vez hablar de los Antiguos en aquel temperamento que prescribe el buen juicio. Ya se les tributa una veneración desmesurada, ya se les aja con un desprecio injusto: esto es, según las materias de que se trata. Si se habla de puntos de ciencia u doctrina, se nos proponen los Antiguos Profesores como unos Maestrazos de comprehensión muy superior a todos los Modernos, y apenas se quiere conceder que éstos vean algo que aquellos no hayan antes descubierto. Mas cuando se trata de industria y sagacidad política, toda la ventaja se da a estos postrímeros tiempos: en tanto grado, que los hombres de los siglos anteriores se consideran como unos semibrutos, en quienes sólo obraba una ferocidad ciega, una fuerza desnuda de razón, y una osadía desamparada de la maña.
2. Yo creo que este cotejo de los Antiguos con los Modernos se debe invertir, y colocarse en opinión diametral las cosas. Digo que los Modernos se deben considerar superiores a los Antiguos en la ciencia; pero no en la industria política. La razón es, porque la ciencia se comunica por los libros; y hallando como hallamos, exprimido en ellos todo lo que alcanzaron los Antiguos Profesores, [241] podemos enriquecer el espíritu con los hallazgos, no sólo de uno sino de muchos sabios. Así un Moderno de ingenio y aplicación igual a la de los Antiguos, puede contemplarse como un río que se engruesa con el caudal de aquellas fuentes, y que sobre eso tiene en su discurso un manantial propio, con que puede añadir algo.
3. No así de la industria política. De ésta apenas tiene hombre alguno más caudal que aquel que le reditúa su propio fondo. Hállanse a la verdad libros llenos de documentos políticos, y las Historias proponen numerosos ejemplares, que aún son más instructivos que los documentos, porque representan más sensible la aplicación a la práctica, según las circunstancias ocurrentes. Mas mirándolo con sutil reflexión, esta instrucción es sólo aparente, que hace alguna figura en la teórica, y es inútil para la práctica.
4. La razón es, porque cuando quieren ponerse aquellos preceptos en ejecución, nunca concurre en el hecho el mismo complejo de circunstancias que se halla en el libro. ¿Nunca? ¿No cabe la posibilidad, que uno u otro raro acaso traiga las mismas? No por cierto. Siempre, de absoluta necesidad ha de faltar una, que es la de la persona que obra. Esta circunstancia en quien nadie hace reparo, es de sumo peso. La misma máxima política que es utilísima manejada por un sujeto, es inútil y aún nociva puesta en las manos de otro.
5. El modo suele importar tanto, a veces más que la substancia de las acciones, y éste es inimitable. Cada hombre tiene el suyo especial y característico que le distingue de los otros; y aun en el mismo individuo varia, según la distinta temperie de su cuerpo, u diversa disposición de su espíritu. Una sentencia libre dicha con valor y gracia, suele excitar la admiración, el respeto, o el aplauso de aquel mismo a quien en alguna manera hiere; y la propia, pronunciada con miedo, con desaire, o con un ingrato ceño, mueve a desprecio o a ira.
6. Trató claramente de ladrón a Alejandro un Pirata [242] que había caído en sus manos, sin que aquel Príncipe se conmoviese; antes parece quedó prendado de la libertad. No llegó a tan grave injuria la insolencia de Clito, y Alejandro le atravesó con una lanza. ¿De qué dependió esta extrema diversidad? De que el Pirata habló con una constancia heroica y serena; Clito con una impaciencia grosera y rústica. Esto nunca lo da el estudio, porque es producción privativa del genio.
7. Suele decirse, que la adulación es uno de los medios más seguros para hacer fortuna. Con todo, ¡cuántos millares de aduladores vemos despreciados, y desatendidos! Consiste en que pocos dan a la adulación aquel punto en que tiene fuerza de mérito. Ni les aprovecha a los desdichados estudiar por ápices los movimientos, las palabras, el aire, el gesto de los dichosos. Esto depende de una genial virtud que nunca contrahace bien la imitación. ¡Cuántos se hacen ridículos, imitando aquello mismo que a otros hace venerados!
8. Cualquiera negociación política es como una Máquina compuesta de muchos muelles, de los cuales uno sólo que esté o más rígido o más flojo de lo que debe, toda la Máquina es inútil; o como una operación Química de larga duración, cuyo logro depende de diferentes grados de fuego, dados en diferentes tiempos con exquisita puntualidad y precisión. Por más que los libros enseñen o al Químico o al Maquinario, el pulso de éstos es el todo, para que se logre o no su intento. Aun en estas obras materiales, por delicadas que sean, aunque la última exactitud ha de quedar al tino del Artífice, pueden acercarle a ella los preceptos. En las políticas no hay regla ni hay compás que determine la intensión, la remisión, la aceleración, la lentitud, y otros mil modos o accidentes de las operaciones.
§. II
9. Hácese más visible la imposibilidad de imitar los ejemplares políticos, si se consideran, demás de la persona que obra, las personas con quienes se obra. [243] ¿Qué importa que tal Embajador haya negociado muy bien en tal Corte con tales medios? De nada le servirá a otro Embajador tener este ejemplar presente; porque (aun prescindiendo de otras infinitas circunstancias cuya perfecta colección es caso metafísico que se repita) ya no negocia con los mismos Ministros: y cada genio diferente tiene diferente puerta por donde se ha de entrar a su espíritu.
10. Diráseme, que ya previenen eso mismo los libros de Política, y acomodan con discreta variedad los preceptos según la variedad de los genios con quienes se ha de tratar. Nada importa eso: créeme, que todo es hablar al aire; porque sobre que el examen de esos genios no le ha de hacer el Autor del libro sino el mismo negociante, la diferencia de genios es totalmente incomprehensible al ingenio humano. Cada hombre le tiene distinto, ni más ni menos que el rostro, de todos los demás. Los caracteres con que los diversifican, ya los libros de Ética, ya los de Política, son generalísimos; por tanto inútiles para buscarles su proporción específica en nuestras operaciones. Dicen, que uno es iracundo, otro pacífico: uno ambicioso, otro moderado: uno avaro, otro liberal: uno animoso, otro tímido, &c. ¿Piensas que esas son las últimas diferencias de los genios? No son sino unos géneros, de los cuales cada uno contiene debajo de sí innumerables diferencias. ¿No has visto tal hombre, que es animoso para batirse con su enemigo en el campo, y tímido para defender su dictamen en un corrillo? ¿Otro, que es paciente para sufrir un dolor agudo de cabeza, e impaciente para oír una injuria? ¿Qué es esto, sino que hay diferentes especies de valor y de paciencia, a quienes no se ha puesto nombre? Y sería imposible ponérselo a toda; porque son innumerables.
11. Sucede en esto lo que con los colores. Si te preguntan cuantas especies de colores hay; señalarás diez o doce: el verde, el encarnado, el blanco, el azul, &c. ¿Piensas que esas son especies últimas? No sino subalternas, como las llaman los Lógicos; o géneros, de los cuales cada uno tiene innumerables especies. Para tu convicción examina las [244] hojas de cien plantas de diferentes especies. Todas las hallarás verdes, y en ninguna hallarás un verde perfectamente semejante al de otra planta alguna. A cada diferente especie de planta corresponde diferente textura de las partículas insensibles de sus hojas, y a diferente textura de las partículas insensibles diferente reflexión de la luz, en que (según la opinión más probable) consiste la diversidad de los colores.
12. Del mismo modo: No hay hombre que no tenga su temperamento particular distinto de el de todos los demás; y a distinto temperamento no hay duda que corresponde genio distinto.
§. III
13. Ni te parezca que estas menudas diferencias son de poca o ninguna importancia en el uso político. De ellas depende muchas veces el todo. Severo nos pintan las Historias a Felipe Segundo. Severo nos representan también al gran Tamorlán, y aun feroz y cruelísimo; pero esto segundo es falso o incierto. ¿Quién podrá comprehender la diferencia que había entre la severidad de uno y otro? Acaso sería imperceptible. Con todo era bastante producir en algunas ocasiones efectos diametralmente opuestos. Un bufón, de quien gustaba mucho Felipe Segundo, le dijo en una ocasión a este Príncipe una chanza que le pareció poco decorosa a su soberanía, y fue castigado con pena de destierro. Un Poeta gracioso, con quien se divertía el Tamorlán, le dijo otra que significaba poco aprecio de su persona, y recibió de él un gran regalo.
14. Si me dijeres que esto pudo depender, no de la diversidad substancial, digámoslo así de los genios, sino del humor accidental que a la sazón reinaba en uno y otro Príncipe, siendo cierto que un mismo sujeto tiene momentos, ya favorables ya adversos, según que varias causas internas y externas colocan en diversa positura su espíritu, volteándole ya hacia el enojo ya hacia la [245] complacencia: repongo, que para mi intento tanto vale lo uno como lo otro. Esa misma disposición accidental del espíritu es por lo común impenetrable, y sólo se conoce por experiencia en el mal suceso cuando ya está hecho el daño. Los nublados del alma tal vez se ven en el ceño del rostro; pero los más están ocultos hasta que los hace conocer el rayo de la ira.
15. De modo que esto mirado bien, es añadir dificultad sobre dificultad. Debe un pretendiente examinar el genio del Príncipe, o el Magnate; y cuando a fuerza de gran industria y fatiga llegue a conocerle con la exactitud posible, le resta averiguar los momentos en que son benignos o adversos los influjos de aquel Astro; lo que no hallará en algún Almanaque político.
16. De todo lo dicho se infiere que las instrucciones escritas son de ningún provecho. Hacen Políticos de corrillo, no de Gavineto. Sirven para hablar, no para obrar. Ya porque es caso metafísico que la positura de los negocios sea adecuadamente la misma en el hecho que en el libro. Ya por la diversidad, tanto substancial como accidental, de los genios con quienes se trata. Ya por la diversidad del mismo agente que obra. Esta circunstancia última, que es la menos observada, basta por sí sola por lo que hemos dicho arriba, para producir efectos totalmente contrarios a los que prometen los documentos.
§. IV
17. Si la instrucción de buenos Maestros fuese capaz de formar sujetos políticos, hubiera sido uno de los mayores del mundo Ricardo Cromuel, hijo de Oliverio, aquel, que después de la trágica muerte de Carlos Primero Rey de Inglaterra, en la cual fue principalísimo reo, se erigió en Tirano de aquel Reino con título de Protector. Fue sin duda el padre uno de los más hábiles Políticos que jamás vieron los Siglos. Su industria y su valor le hicieron subir de una fortuna muy mediana a los más altos grados de la Milicia y de la Magistratura. Su [246] maña y su osadía lograron aquel atentado sin ejemplo de ajusticiar con proceso y formalidad legal a su propio Rey. Muerto el Rey, borró la Cámara Alta, dejando toda la autoridad de Parlamento en los Comunes. Después, aun a éstos despojó de toda autoridad, arrojando ignominiosamente los Miembros de la Sala donde estaban congregados; y para mayor testificación de la suprema libertad con que obraba, y de que aquel no era un despojo transitorio, hizo poner al edificio por la parte de afuera un rótulo en que convidaba a cualquier particular con la habitación, pues decía: Casa de Alquiler. En fin gobernó el Reino hasta el último suspiro con igual o mayor independencia que cuantos Reyes le precedieron o subsiguieron, logrando juntamente que un Parlamento congregado por él para este efecto, declarase la cualidad de Protector hereditaria en su familia. Todo esto ejecutado en una Nación tan feroz y tan celosa de su libertad como la Inglesa, es prueba clara de una suprema habilidad política. En efecto, yo me hallo muy inclinado a creer, que pesadas todas las circunstancias, ningún hombre hasta ahora hizo tanto, o dio tantas y tan grandes muestras de habilidad política como Oliverio Cromuel.
18. En la Escuela de este grande hombre fue doctrinado por espacio de muchos años su hijo Ricardo; y no con una enseñanza puramente teórica o verbal, mas también práctica y ejecutiva. Veía todas sus operaciones y movimientos, todos los varios resortes que hacía jugar, según la varia positura de los negocios, sin que le ocultase la meditada proporción de los medios con los fines. ¿Y de qué sirvió todo esto al Discípulo? De nada; pues bien lejos de adquirir algo más, aun no supo conservar aquello que le dejó bien entablado el Maestro. Antes de pasar un año después de la muerte de éste, le despojaron de la cualidad de Protector, no obstante haberlo quedado asegurada, al parecer, la posesión en virtud del acto de Parlamento que la había declarado hereditaria en la familia, y redujeron a vivir retirado en un Quinta. Dentro del [247] mismo Reino, tratando con los mismo genios, durante la misma positura de negocios, mirando a los mismos fines, fueron infructuosas en él todas las lecciones teóricas y prácticas de su padre, de quien es de creer que no le reservaría algún arcano político de cuantos hubiese descubierto su gran penetración. Si una escuela política de tales circunstancias de nada sirvió a quien la frecuentó tantos años, ¿cómo puede esperarse que a la simple lectura de los libros se deba jamás un manejo acertado de los negocios?
19. Ni se piense que Ricardo fue un hombre estúpido o totalmente incapaz de enseñanza. Nadie le pinta tal. Ni si lo fuese, es creíble que los Ingleses le hubiesen dejado la sucesión de su padre en el cargo de Protector, aun aquel poco tiempo. La verdad es, que fue muy inferior a su padre en los talentos; y ninguna instrucción suple este defecto en la política. Oliverio, no sólo fe hombre de grande ingenio, sino de ingenio apto para todo. Igualmente sabía mandar un Ejército, que manejar una República. Sobre esto era animado de un corazón extremadamente bravo. No tuvo Soldado más brioso todo su siglo. Hallándose sitiada la Villa de Hull por el Rey Carlos, y con poca defensa, Oliverio, seguido solamente de doce Caballeros se arrojó dentro de la Plaza, rompiendo por medio del Ejército Real, y por medio de un continuado granizo de balas que le dispararon; y el salvamento de la Plaza se debió a los muchos prodigios de valor que Oliverio hizo en su defensa. En una batalla ganó por su propia mano dos Banderas de Caballería, y una de Infantería. En otra, en que el Ejercito del Parlamento fue enteramente roto, y su General el Conde de Manchester con todas las Tropas puesto en fuga, Oliverio, sin tomar siquiera tiempo para vendar una peligrosa herida que acababa de recibir en el combate, corrió volando a detener el Conde y Tropas fugitivas, con quienes pudo tanto su elocuencia y ardimiento que los hizo repetir el choque, y deshicieron totalmente el Ejército del Rey. Estas, y otras [247] acciones de extraordinario valor acompañadas de muchas victorias debidas a sui intrépido coraje y a su sabia conducta, le conciliaron el respeto y cariño de la Nación Inglesa, naturalmente enamorada de la bravura, e idólatra de la gloria militar.
20. A estas grandes partidas juntó Oliverio la de hipócrita, siempre poderosísima con el Pueblo. Al mismo tiempo que estaba bañado de sangre toda la Gran Bretaña para despojar a su Rey legítimo y usurparle el mando, se oía frecuentísimamente el nombre de Dios en su boca, a quien procuraba representar como especial Director de su conducta, y a si mismo como un instrumento que obedecía fiel y constantemente la voluntad Divina, en orden al bien público del Reino. Para esforzar más esta ilusión, comunicaba a veces a una Embustera Protestante, cualificada de Beata y reputada de tener inspiraciones divinas, como que este era un órgano por quien se correspondía con el Cielo.
21. Estas buenas y malas cualidades se juntaron en Oliverio Cromuel, concurriendo todas a hacerle capaz de quitar Corona y vida a un gran Rey, y trastornar una gran República. ¿Qué importa que Ricardo su hijo oyese sus lecciones y viese sus ejemplos, si no heredó sus cualidades?
22. Ya veo que no faltarán quienes quieran responder por él lo que por sí respondió Dionisio el Junior. Preguntole uno, ¿cómo su padre, siendo Particular, había adquirido el Principado de Sicilia? ¿Y él, hecho por su padre Príncipe de Sicilia, se había visto reducido a Particular? A que satisfizo Dionisio, diciendo: Es que mi padre me dejó en herencia su Corona, mas no su fortuna. Pero es cierto, que la caída de Ricardo dependió de la falta de conducta, y muy probable que de lo mismo se originó la desgracia de Dionisio. No hay hombre indiscreto alguno que no impute a la fortuna los daños que le causó su imprudencia. Dionisio el Junior fue mucho más cruel que su padre, y no le igualó ni con mucho, en la cualidad de guerrero. Así [249] los Siracusanos hallaron en él servicia que los irritase, y no fuerza que los contuviese. Entre los dos Cromueles fue mucho más visible la desigualdad. El padre tuvo una gran cabeza y un gran corazón; el hijo, ni corazón ni cabeza. Por la falta de aquel dejo de apoderarse del Caudillo de la facción contraria, al empezar el motín; y por falta de ésta se fió demasiadamente, fundado únicamente en el parentesco, de un tío y un cuñado suyo, que estaban anteriormente muy enajenados de él, y al fin fueron los que le desposeyeron.
§. V
23. No hay. Como dije ya, instrucción alguna capaz de suplir o corregir estos defectos. La enseñanza no da valor a quien no le tiene. El conocer de qué sujeto se puede hacer confianza en tales o tales ocasiones, es efecto preciso de una perspicacia y sagacidad nativa, acompañada de una solicitud vigilante. Ni aquella ni esta se aprenden jamás. El que por temperamento es perezoso, nunca se hace activo; porque el temperamento es inemendable. Sucederale, cuando más, lo que a caballo pesado, que si le dan dos espolazos aviva por breve espacio el movimiento; pero luego vuelve a su ordinaria lentitud.
24. Aún es más irremediable la pesadez intelectual. Espolead, si podéis, a un entendimiento tardo para que discurra con alguna agilidad. No dará paso que no sea un tropiezo; y el que acaso dejado a su natural pesadez acertaría con algo, todo es desaciertos y trompicones, si le apuran. Cargadle a este de lecciones políticas; le haréis con la carga más pesado. Entretanto que revuelve en la memoria preceptos y ejemplares, y los va examinado uno por uno, para averiguar cual es adaptable a la materia y circunstancias ocurrentes, se pasa la ocasión de obrar en el negocio, o de dar su voto en el Gavineto.
25. Pero doy que la materia conceda muchas treguas. [250] No hallará en todos los expedientes estudiados uno que cuadre al caso y circunstancias que ocurren; porque es caso metafísico repetirse en toda su extensión el mismo complejo de accidentes. Si se me pone, que el sujeto sea de bastante habilidad para modificar con algunas alteraciones las doctrinas recibidas, de modo que vengan al caso presente, digo, que la misma le bastará para buscar sin ese subsidio y sin tanta fatiga, el expediente necesario. En que se debe notar mucho, que aquel que discurre el mismo que ha de manejar el negocio, aunque inferior mirado en general, siempre es mejor en particular que el que fue parto de otro entendimiento. No hay hombre alguno que no ejecute con más destreza las ideas propias, que las ajenas. Éstas son como unas plantas que fructifican poco o nada arrancadas del suelo donde nacieron. Cada uno comprende la fuerza, el uso, la oportunidad de la máxima que salió de los senos de su espíritu; y por la consonancia que hay entre las facultades discursiva y operativa del mismo sujeto, se acomoda bien el brazo a la ejecución del medio que inventó su discurso.
26. Aun prescindiendo de esta consideración, es cierto que todos los hombres tienen distinto modo de obrar; y el modo de las operaciones es de una suma importancia para la consecución de los fines. ¿Qué me importará a mí haber leído el arbitrio con que el otro salió de un ahogo, si en la ejecución me falta aquella destreza, aquella agilidad, aquel aire con que el otro dio espíritu y eficacia al arbitrio? El valor sólo que me falte, lo erraré todo; siendo constante, que una mano trémula no tira rasgo que no sea un desacierto.
§. VI
27. Añádase, que la utilidad de muchas máximas que se leen en las Historias, nació únicamente del descuido, pereza, ignorancia, o inadvertencia de los sujetos con quienes se trataba. Si no supongo en el [251] negocio que me ocurre, alguno de aquellos defectos por la parte opuesta, la imitación de aquellas máximas no sólo será inconducente, pero podrá serme nociva. El mismo movimiento del brazo que en la esgrima mata a un enemigo descuidado, le abre puerta a otro que es advertido, para triunfar del que con aquel movimiento iba a herirle.
§. VII
28. Finalmente, la experiencia decide en esta materia como en otras. En todos tiempos hubo insignes Políticos sin libros, y cortísimos Políticos con el uso de ellos. Es cierto que en Tácito se hallan bien representados los errores por los cuales algunos Príncipes perdieron la Corona, y los artificios con que otros la adquirieron o conversaron. Carlos Primero de Inglaterra era muy dado a la lectura de Tácito, a quien respetaba como Oráculo manual de su gobierno. Sin embargo, ni acertó a evitar los errores de los unos, ni a imitar los artificios de los otros. Con toda la gran guía de Tácito, apenas dio paso alguno que no le condujese al precipicio; y siguiendo los rumbos, bien o mal entendidos de aquel Político, bajo del Solio al Cadalso.
29. A Carlos el Primero de Inglaterra puede contraponerse Carlos el Primero de España, y Quinto de Alemania, el cual sin el socorro de la lectura, dejado a la fuerza ventajosa de su genio, fue uno de los más profundos Políticos de su siglo.
30. Los Romanos conquistaron el mundo sin libros; y lo perdieron después que los tuvieron. En tiempo de Augusto se abrieron en Roma las primeras Escuelas de Política: quiero decir, empezaron a leerse las Historias Griegas, donde están representadas las industrias y ardides, que innumerables sujetos de aquella sagacísima Nación practicaron en el manejo de las cosas. ¿De qué sirvió toda esta instrucción a los Romanos? De lo que antes había servido a los mismos Griegos. Los Griegos, teniendo presente en las Historias la conducta de sus mayores Políticos, [252] hubieron de rendirse a la habilidad de los Romanos, desnudos aun de aquellas instrucciones; y los Romanos, después que admitieron aquel cultivo, fueron perdiendo poco a poco todo lo que sin él habían ganado.
31. Livio, y Salustio, Historiadores Romanos, en nada fueron inferiores a los mejores Griegos. Ambos escribieron en la edad de Augusto. Ya tenemos a los Romanos con Maestros domésticos, por si acaso no habían entendido bien a los extraños, o por si sus máximas no eran adaptables a otra República diferente. Añadiose para su enseñanza el grande ejemplo de Augusto, que no por la lectura sino por la excelencia de su genio, fue sin duda un eminentísimo Político. Todo fue inútil, y acaso nocivo. Roma, que se había ido prosperando continuadamente entretanto que no tuvo esas lecciones, se fue destruyendo después que las escuchó. O digámoslo de otro modo; fueron grandes Políticos los Romanos cuando acaso no pensaban serlo; y dejaron de serlo cuando, estudiando máximas ajenas juzgaban adelantar mucho en la Política.
32. ¿Mas para qué es repetir ejemplares? Cuantos fundaron la Monarquías y las Repúblicas fueron dotados de una suprema habilidad política. ¿Cómo sin eso atraerían a la multitud libre y feroz a recibir el yugo, o de un Príncipe solo, o de muchos Magistrados? ¿Qué libros estudiaron, cuando apenas los había? ¿Qué ejemplares atendieron, si ellos fueron los primeros en aquel género de manejo? Los que sucedieron a estos, los tuvieron por ejemplares a ellos. Con todo, los más no pudieron pasar de conservar la dominación heredada; pocos la adelantaron, y algunos la perdieron. Por lo que a unos y a otros se puede aplicar respectivamente lo que César dijo al Senado Romano en la Oración por Catalina: Profecto virtus, atque sapientia major in illis fuit, qui ex parvis opibus magnum imperium fecere, quam in nobis, qui ea bene parta vix retinemus. (Apud Sallustium.) [253]
§. VIII
33. Lo que hemos dicho en esto Discurso, es adaptable, tanto a la Política alta como a la baja, según la distinción hecha en el Discurso IV del primer Tomo. Una y otra salen del fondo del alma. La primera pide una índole noble, un entendimiento claro, una virtud firme; la segunda, astucia, disimulación, hipocresía. La actividad y el valor son partidas precisas en una y otra. El que poseyendo estas cualidades, tuviere ocasiones de obrar y se aplicare a la práctica, será buen Político sin abrir libro alguno.
34. No negaré, no obstante, que los de Historia puedan conducir alguna cosilla; mas no por el camino que comúnmente se juzga. A nadie hará Político el estudio de la Historia, que no lo sea por genio y naturaleza; pero al que tuviere las prendas naturales necesarias, podrá traerle alguna utilidad, ya porque le da en general más conocimiento de la variedad de los genios de los hombres, ya porque la lectura de muchos y extraños sucesos, hará que no le sorprendan o pasmen los que ocurrieren; ya porque los altos y bajos de la fortuna, que se presentan a cada paso en la Historia, le harán cauto para no fiare mucho en la suya.
35. Verdad es, que todo esto tiene su contrapeso; porque lo primero puede hacerle perplejo; lo segundo y tercero, tímido. Recogida en la memoria una gran variedad de genios, trae consigo, cuando llegue el caso de examinar alguno en particular, una discusión prolija que está muy sujeta a equivocaciones. La consideración de los muchos reveses de la fortuna y de las extrañas ocurrencias que no puede prevenir la providencia humana, es apta a introducir en el espíritu una desconfianza tan grande, que cuando no quite obrar, haga por lo menos remisa y lánguida la operación.
36. Por lo que mira a los varios expedientes que presentan las Historias, y con que los Políticos de otros tiempos [254] lograron los fines a que aspiraban, juzgo que más embarazan que sirven. Aun cuando haya uno u otro adaptable al caso presente, el escogerle entre tanta multitud y conocer perfectamente su proporción, pide más comprehensión y perspicacia, que sacarle del fondo del entendimiento propio.
37. Los libros que de intento tratan de Política, y proceden por Conclusiones, Empresas, o Aforismos sólo enseñan unas reglas generales, que o cualquiera hombre de buen entendimiento alcanza sin verlas en el libro, o admiten tantas limitaciones en los casos particulares, que dadas en aquella generalidad vienen a ser absolutamente inútiles.